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La voz añadió:

—¡Atención, todo el mundo!

Era una voz de chica.

—¡Es Yumiko! —dijo Noriko.

Se refería a Yumiko Kusaka (la estudiante número 7), una chica alta y enérgica que bateaba de cuarta en el equipo femenino de béisbol.

—Voy a ver qué es eso —dijo Shogo con el rostro tenso. Cogió su recortada y se puso en pie. Comenzó a andar hacia el este, adentrándose en los arbustos, hacia el lugar de donde provenía la voz.

—Vamos contigo.

No lo habían hablado, pero Shuya levantó su Smith & Wesson por delante y ofreció su hombro para que Noriko se pusiera en pie. Shogo se volvió a mirarlos, pero no dijo nada y empezó a caminar.

Cuando llegaron donde acababan los arbustos, Shogo permaneció quieto. Shuya y Noriko también se detuvieron.

Shogo exclamó en un susurro:

—¿Por qué están…?

Shuya avanzó hasta colocarse justo detrás de Shogo, y al igual que este, él y Noriko asomaron la cabeza tras los arbustos.

Había una montaña y una plataforma de vigilancia entre los árboles dispersos que poblaban la colina. Estaba como a unos quinientos o seiscientos metros del pie de la loma, donde se encontraban ellos. Pero podían verla claramente. La plataforma de vigilancia era una construcción muy tosca, como una choza a la que le hubieran quitado las paredes. Había dos figuras bajo aquella techumbre. Shuya abrió bien los ojos.

La voz llegó hasta ellos claramente.

—A todos. Dejad de luchar y venid aquí…

Shuya vio que la figura más alta tenía algo delante de la cara… probablemente era Yumiko. ¿Era un megáfono? ¿Era uno de esos que utilizan los polis para dirigirse a los criminales que se han apostado en un edificio y están rodeados? Todo aquello parecía un poco absurdo («Dejad vuestras armas y salid con las manos en alto»), pero Shuya comprobó que la voz del megáfono no solo llegaba hasta ellos perfectamente, sino hasta el resto de la isla.

—¿Y la otra? —susurró Shuya.

—Es Yukiko. Yukiko Kitano —contestó Noriko—. Son muy amigas.

—Esto tiene muy mala pinta —dijo Shogo con una mueca de preocupación—. Hacerlo así, totalmente al descubierto, es un completo suicidio.

Shuya se mordió el labio inferior. Básicamente, Yumiko Kusaka y Yukiko Kitano estaban intentando convencer a todo el mundo de que dejaran de pelear. Estaban haciendo lo que Shuya había pensado hacer y lo que había desestimado después de haber sido atacado por Yoshio Akamatsu. Las chicas creían firmemente que nadie querría participar realmente en aquel juego. Habían escogido aquel lugar para hacerse tan visibles como les fuera posible. O a lo mejor, sencillamente, ya se encontraban en los alrededores de ese sitio.

—Estoy segura de que nadie quiere luchar. Así que venid todos aquí…

Shuya titubeó. Necesitaba más tiempo para procesar la situación… dado que la conversación que habían mantenido no había concluido. ¿Qué pasaría si…? Vale, era improbable, pero ¿qué pasaría si Shogo se revolvía contra ellos?

Al final Shuya se dirigió a Shogo.

—¿Puedes ocuparte de Noriko, Shogo?

Shogo se volvió.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a salir ahí fuera.

Shogo frunció las cejas.

—¿Tú eres bobo o qué?

Aquel exabrupto irritó a Shuya, pero simplemente contestó:

—¿Qué dices? Están arriesgando sus vidas haciendo eso. No tienen ninguna intención de participar en este juego. De verdad que no. Así que pueden unirse a nosotros. Además, tú mismo acabas de decir que se estaban poniendo en peligro.

—Eso no es lo que quise decir. —Shogo le mostró los dientes. Era un poco raro, pero su dentadura tenía un aspecto curiosamente saludable—. Lo único que te he dicho es que en este juego lo mejor es quedarse quieto. ¿A cuánta distancia crees que está ese puesto de aquí? No tienes ni idea de lo que te puedes encontrar por el camino.

—¡Ya lo sé! —le espetó Shuya.

—No, no lo pillas. Ahora todo el mundo sabe dónde están esas dos. Si alguien tiene intención de ir a por ellas, lo primero que hará el enemigo será esperar a que otros como tú se le pongan a tiro. Con más objetivos…

Lo que le hacía sentir escalofríos a Shuya no eran las advertencias de Shogo, sino el tono calmado de su voz.

—Por favor… Venid todos aquí… Estamos solas. ¡No vamos a luchar!

Shuya se desembarazó del brazo derecho de Noriko, que estaba apoyado en su hombro.

—Voy a ir.

Se aferró a la Smith & Wesson y salió de los arbustos, pero Shogo le agarró el brazo izquierdo.

—¡Quieto!

—¿Por qué? —La voz de Shuya se elevó aún más—. ¿Quieres que me quede ahí sentado viendo cómo las matan? —Elevó la voz sin ninguna consideración y estalló de furia—: ¿O es que acaso mi marcha rebaja tus posibilidades de supervivencia? ¿Es eso? ¿Es eso lo que pasa? ¿Eres tú nuestro enemigo?

—Shuya, para ya… —murmuró Noriko, pero aún no había terminado su perorata… y entonces vio lo tranquilo que estaba, aunque aún siguiera sujetándole el brazo.

Aunque apenas se parecían, la sobriedad de Shogo le recordaba a Shuya el gesto del antiguo superintendente de la Casa de Caridad, el anciano padre de la señorita Anno. Tras la muerte de sus padres, cuando aún era un crío, aquel hombre, que era la única autoridad y el único protector que había conocido, siempre estuvo a su lado. Tenía el mismo tipo de expresión en su rostro.

—Me da igual si quieres morir —le dijo Shogo—, pero si te vas ahora y no vuelves, reducirás drásticamente las posibilidades de supervivencia de Noriko. ¿Has olvidado eso?

Shuya inspiró profundamente. Una vez más, Shogo estaba en lo cierto.

—Pero…

Shogo añadió sosegadamente:

—Estoy seguro de que sabes lo que te voy a decir, Shuya, pero amar a alguien siempre implica no amar a otros. Si te importa algo Noriko, no te vayas.

—Pero… —Shuya parecía desesperado—. Entonces, ¿qué me estás sugiriendo? ¿Que dejemos que las maten?

—No estoy diciendo eso.

Shogo soltó a Shuya y se volvió para mirar la montaña en la que Yumiko seguía gritando. Sujetó su recortada.

—Nuestras posibilidades de sobrevivir disminuirán levemente. Solo levemente.

Shogo apuntó su recortada al aire y apretó el gatillo. El estallido de la pólvora fue ensordecedor. Shuya pensó por un momento que le habían reventado los tímpanos. El sonido reverberó en la ladera de la montaña. Shogo retrajo el cargador, y el cartucho vacío saltó humeando al suelo. Luego hizo otro disparo. El estallido estremeció el aire.

«Ya lo entiendo —pensó Shuya—. Los disparos aterrorizarán a Yumiko Kusaka y a Yukiko Kitano, y las obligarán a callarse y a esconderse, en vez de seguir dando voces ahí…».

La voz de Yumiko, amplificada por el megáfono, se calló. Parecía como si ambas se estuvieran asomando hacia donde ellos se encontraban. «Pero estamos escondidos en los arbustos, así que seguramente no sabrán quiénes somos».

—¡Vamos! ¡Haz otro disparo!

Shuya estaba gritando como un loco, pero Shogo se negó.

—Alguien podría haber adivinado ya nuestra posición con esos dos disparos. Si hiciera más, podría ser fatal para nosotros.

Shuya se lo pensó. Entonces intentó apuntar al aire con su Smith & Wesson.

Shogo, una vez más, le sujetó el brazo.

—¡Quieto! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—Pero…

—Lo único que podemos hacer es confiar en que se hayan escondido ya.

Shuya miró hacia la cumbre de la loma. Entonces, volvió a oírla otra vez. Una vez más, la voz de Yumiko Kusaka exclamó:

—¡Parad ya! Yo sé que ninguno de nosotros quiere luchar…

Shuya se desembarazó de las garras de Shogo. No podía soportarlo más. Tenía que subir y obligarlas a esconderse, a toda costa. Tenía el dedo apoyado en el gatillo de su Smith & Wesson cuando…

De repente, oyeron un tableteo distante, como el de una máquina de escribir funcionando a toda velocidad. Luego se escuchó el grito de Yumiko…

—¡Aaaah…!

Por supuesto, su alarido también fue amplificado por el megáfono. Tras un momento de silencio, Yukiko Kitano profirió otro grito semejante…

—¡AAAAH…!

Aquel alarido también llegó hasta ellos gracias a la cortesía de aquel megáfono barato. Bajo la techumbre de la plataforma de vigilancia de la colina, pareció que una figura alta se derrumbaba y Yukiko gritó «¡Yumiko!», seguido de un golpe grave, como si fuera el sonido del megáfono cayendo al suelo. Poco después, Shuya pudo escuchar un único disparo. Se dio cuenta de que el megáfono también había amplificado aquel ruido. Una vez que el megáfono quedó inutilizado, el sonido se redujo drásticamente. Y luego la figura de Yukiko también se desplomó entre las sombras de los pequeños árboles, desapareciendo junto a Yumiko de la vista.

Los rostros de Shuya y Noriko palidecieron.

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