—Muy bien, ya está.
Shogo tiró la aguja y el hilo en el interior de la mochila que tenía al lado y le dijo a Shuya:
—Necesito más whisky.
La pierna derecha de Noriko, doblada, descansaba de lado. La herida de la pantorrilla estaba cosida con un vulgar hilo de algodón. Shogo se las había arreglado para coserla. Por supuesto, no tenían ningún anestésico, pero Noriko había conseguido no llorar durante aquella operación de diez minutos.
Shuya le entregó la petaca a Shogo. A su lado había un pequeño saledizo de roca. La lata vacía descansaba en lo alto de un carboncillo ardiente, a modo de hornillo, y el agua que tenía dentro ya estaba hirviendo. (Shogo había explicado que había encontrado los carboncillos, además de la aguja y el hilo, en la tienda del pueblo). Desinfectó la aguja y el hilo en el agua hirviendo, pero aplicarla directamente a la herida sin desinfección no se podía ni plantear. Shogo ya había empapado la herida en whisky antes de comenzarla a coser. Se disponía a desinfectarla de nuevo. Noriko, que había conseguido relajarse un poco, volvía a mostrar aquella mueca de dolor.
Shuya miró el reloj. Comprobó el tiempo que tardaría en hervir el agua; eran ya más de las ocho de la mañana.
—Vale —dijo Shogo cuando presionó la venda desinfectada en la herida. Luego rápidamente enrolló otra venda en torno a la pierna de Noriko—. Ya está. —Y añadió con un deje de preocupación—: Espero que la herida no se haya infectado.
Noriko encogió la pierna y le mostró su gratitud a Shogo.
—Gracias. Ha sido impresionante.
—Bueno, soy muy bueno jugando a los médicos —dijo Shogo al tiempo que sacaba un cigarrillo Wild Seven de su bolsillo, se lo ponía entre los labios y se lo encendía con un mechero de plástico. ¿Había cogido también todo aquello en la tienda, o se lo había traído de casa para el viaje? Al igual que Buster & Hi-Night, Wild Seven era una marca de tabaco muy popular.
Shuya observó el paquete, ilustrado con siluetas de moteros. No tenía ni idea de lo que simbolizaba aquello. Los cigarrillos picaron su curiosidad porque su apodo cuando jugaba al béisbol era el mismo que el de la marca de tabaco. El nombre que le pusieron salió naturalmente. Shuya era la estrella del equipo que jugaba la liga escolar. Era un buen bateador cuando el equipo necesitaba puntuar, y cuando él mismo se encontraba en una base y nadie era capaz de acertar, se lo montaba él solito para robar bases. (Shuya incluso ostentaba el impresionante récord de haber robado bases hasta completar tres carreras en una sola temporada). Cuando las bases estaban ocupadas y el lanzador se encontraba en un aprieto, él conseguía desatascar el juego, y si el lanzador estaba muy cansado, se intercambiaba el puesto con él. Por eso lo llamaban Wild (Comodín) Seven, sí-señor.
En su segundo año de instituto, se hizo amigo de la estrella del equipo de baloncesto, Shinji Mimura, famoso por sus triples. El alias de Shinji era El Tercer Hombre, que se había ganado durante el primer año, cuando permanecía en el banquillo como alero reserva. Pero en la final provincial, a quince minutos y con veinte puntos abajo, El Tercer Hombre salió a la cancha y él solito consiguió que el equipo alcanzara la victoria. Además, desde entonces, Shinji había conseguido la titularidad en las alineaciones, y el instituto de Shiroiwa se había convertido en uno de los equipos punteros de la prefectura. Pero por culpa de aquel partido, y por el kanji que significaba «tres» de su apellido, se le había quedado el apodo de El Tercer Hombre.
Para los partidos de aquel año, a modo de broma, las chicas hicieron un par de uniformes y cosieron los números 7 y 3. Shuya y Shinji llevaban aquellos uniformes durante los partidos. Todo aquello le parecía como de otro mundo. Shuya se preguntó de nuevo qué habría sido de Shinji. Habría sido de una gran ayuda en esos momentos.
Como si la idea se le hubiera ocurrido repentinamente, Shogo se buscó en los bolsillos y sacó una pequeña bolsa de piel. Sacó un blíster con píldoras blancas y se lo dio a Noriko.
—Analgésicos, para el dolor. Deberías tomarte alguno.
Noriko lo miró atónita, pero luego cogió las pastillas.
—Oye… —le dijo Shuya a Shogo.
—¿Qué? —contestó Shogo, expulsando lentamente el humo por la boca y mirando a Shuya—. No me mires como un bicho raro. Es bastante normal ver a tíos de instituto fumando. Además, ya soy lo suficientemente mayor para estar en el bachillerato. Y además, ¡eres tú el que te has venido con whisky!
Entonces, ¿a los alumnos de bachillerato se les dejaba fumar? Bueno, eso ahora daba igual. Shuya negó con la cabeza.
—No es eso lo que quería decirte. ¿Encontraste esas pastillas también en la tienda del pueblo?
Shogo se encogió de hombros.
—Bueno, sí… No fue exactamente una compra. Lo cogí de un equipo de primeros auxilios que había debajo de la caja registradora. No es mucha cosa. Solo unas aspirinas que se llaman Gómez. Qué nombre más raro para unas aspirinas, ¿no? Bueno, de todos modos, calman el dolor.
Shuya apretó los labios. Bueno, puede que estuviera diciendo la verdad, pero…
—No entiendo cómo puedes estar tan bien preparado. ¿Y dónde has aprendido a coser una herida?
Los labios de Shogo esbozaron entonces una amplia sonrisa. Se encogió de hombros y contestó:
—Mi padre era médico.
—¿Qué?
—Llevaba un pequeño tugurio, una clínica en los arrabales de Kobe. He visto suturar heridas allí desde que era un crío. De hecho, yo era un buen enfermero. Incluso llegué a hacer yo solo ese tipo de trabajos. Mi padre no podía permitirse el lujo de contratar a una enfermera.
Shuya estaba sin habla. ¿Estaría diciendo la verdad?
Shogo sujetó el cigarrillo entre los dedos, como si quisiera cortar la respuesta de Shuya, y añadió:
—Es verdad. Piénsalo y verás lo importante que es la medicina en estas circunstancias.
Shuya se mantuvo callado durante unos instantes, pero luego recordó algo que lo había dejado confuso.
—Ah, sí, claro…
—¿Sí qué?
—¿Te importa si te pregunto…?
—Déjate de formalidades, Shuya. Estamos juntos en esto.
Shuya se encogió de hombros y replanteó lo que quería decir.
—Cuando estábamos en el autobús, ayer, intentaste abrir la ventana. Seguro que te diste cuenta de que estaban metiendo gas somnífero.
Al oírlo, Noriko lanzó a Shogo una mirada de asombro.
Esta vez fue Shogo quien se encogió de hombros.
—¿Así que me viste? Deberías haberme echado una mano.
—No pude. ¿Cómo sabías lo que estaba pasando? Quiero decir… que no olía raro ni nada…
—Oh, pues claro que sí… —contestó Shogo y apagó su cigarrillo medio consumido en el suelo—. Era un olor muy ligero, pero si lo has olido una vez, te acuerdas.
—¿Cómo que te acuerdas…? —preguntó esta vez Noriko.
—Mi tío trabaja en un laboratorio químico del Estado y…
—Vamos… —le interrumpió Shuya.
Shogo hizo una mueca y aseguró:
—Si no me queda más remedio, os lo explicaré más adelante. Por lo que a mí concierne, la cagué bien cagada. Debería haberlo notado antes. Y, bueno, en fin, no esperaba que ocurriera… Pero deberíamos centrarnos en el presente. ¿Qué planes tenéis?
¿«Si no me queda más remedio, os lo explicaré más adelante»? Aquella afirmación mosqueó a Shuya, pero la verdad es que Shogo tenía razón. Su prioridad era diseñar un plan para escapar. Alejó las preguntas que tenía en mente y dijo:
—Tenemos intención de escapar.
Shogo encendió otro cigarrillo y asintió con la cabeza. Entonces, como si de repente recordara lo que tenía que hacer, arrojó un poco de tierra en el carboncillo ardiente que había en la roca. Shuya oyó el sonido de Noriko tragándose una pastilla con agua.
Shuya añadió:
—¿Crees que será muy difícil?
Shogo meneó la cabeza.
—La cuestión no es si resultará difícil, sino si es posible. Mi respuesta sería que escapar es una posibilidad «extremadamente remota». Y entonces, ¿qué?
—Bueno, aunque consiguiéramos escapar… —Shuya se llevó la mano al cuello, al objeto que también rodeaba los cuellos de Shogo y Noriko—, nos descubrirían inmediatamente gracias a estos collares.
—Ajá.
—Y no podemos acercarnos a la escuela.
Sakamochi había dicho: «Diez minutos después de vuestra salida, esta escuela se convertirá en una zona prohibida». Cabrón.
—Cierto.
—Pero a lo mejor hay un modo de atraerlo para que salga de allí. Entonces podríamos cogerlo como rehén. Así podríamos deshacernos de los collares.
Shogo levantó las cejas.
—¿Y?
Shuya se humedeció los labios.
—Después de eso, tendríamos que localizar un barco y escapar llevándonos a Sakamochi… —Y mientras lo decía, Shuya era consciente de que su plan era un fracaso. Ni siquiera tenía ni idea de cómo conseguir embaucar a Sakamochi para que saliera de la escuela. No, aquello ni siquiera podía llamarse un plan; no era más que una simple idea.
—¿Eso es todo? —preguntó Shogo. Shuya no pudo sino asentir.
Shogo volvió a darle una calada a su cigarrillo. Y luego dijo:
—Lo primero de todo, no hay barcos.
Shuya se mordió el labio.
—Nunca se sabe.
Shogo sonrió levemente y expulsó el humo.
—Ya te he dicho que fui a la tienda que había en el puerto del pueblo. Allí no hay barcos. Ni uno. No quedan ni los barcos rotos de la orilla. Se los han llevado todos. Lo que quiero decir es que han sido minuciosos hasta el absurdo.
—Entonces algún barco de vigilancia servirá. Siempre que consigamos mantener a Sakamochi como rehén.
—Eso es imposible, Shuya —dijo Shogo—. Ya has visto la cantidad de soldados de las Fuerzas Especiales que hay. Además… —Shogo se señaló el collar plateado que rodeaba su cuello—. Estarían en disposición de lanzar el comando de detonación de los collares en cualquier momento, independientemente de la zona en la que estuviéramos. En cualquier parte y momento. Todo está en contra nuestra. Aunque nos las arregláramos para capturar a Sakamochi, estoy seguro de que, a juicio del Gobierno, incluso él es prescindible.
Shuya volvió a quedarse callado.
—¿Tienes alguna otra idea? —le preguntó al final Shogo.
Shuya negó con la cabeza.
—No. ¿Y tú, Noriko?
Noriko también negó con un gesto. Pero de todos modos tenía una cosa que decir.
—Por eso sugerí que podríamos reunir a toda la gente que pudiéramos, aunque solo fueran aquellos en los que confiamos, para idear un plan juntos. Creo que si formamos un grupo podremos dar con alguna buena idea…
«Eso es cierto —pensó Shuya—. Eso es lo que se me había olvidado decir».
Shogo solo levantó su cicatrizada ceja izquierda.
—¿Y quiénes son esos en los que confías?
Shuya se apresuró a responder con entusiasmo:
—¡Shinji Mimura! Y luego también está Hiroki Sugimura. Veamos, entre las chicas… tenemos a nuestra delegada, Yukie Utsumi. Shinji es realmente increíble. Sabe un montón, muchísimo de muchas cosas. También es bueno con los ordenadores. Seguro que se le ocurriría algo.
Shogo se acarició la barba incipiente del mentón con la mano izquierda y se quedó mirando a Shuya. Y luego dijo:
—Shinji, uf…
Shuya pareció sorprendido.
—¿Qué pasa con Shinji?
—Bueno… —Shogo parecía un poco indeciso—. Vi a Shinji…
—¿Qué? ¿Viste a Shinji? ¿Dónde? —dijo Shuya, casi gritando. Intercambió algunas miradas con Noriko—. ¿Dónde? ¿Dónde lo viste?
Shogo señaló con la barbilla hacia el este.
—Era de noche. Al oeste de la escuela. Parecía buscar algo dentro de una casa. Tenía una pistola, y creo que me vio.
—¿Por qué no lo llamaste? —dijo Shuya, gritando como un lamento. Shogo le lanzó una mirada perpleja.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, vamos, él ayudó a Noriko a volver a su asiento en la clase. ¿No lo viste? Además…
Shogo adivinó el resto.
—Intentó que se pospusiera el juego por la herida de Noriko, ¿no? ¿Y eso nos daría alguna oportunidad para escapar?
Shuya asintió.
Shogo negó con la cabeza.
—¿Esperas que confíe en alguien solo por esos actos? Ni hablar. Además, podría haber estado intentando confundir a todo el mundo, convenciéndonos de que creyéramos que es un tío fiable. Eso le vendría fenomenal si estuviera pensando en librarse de alguien después.
—¡Eso es ridículo! —exclamó Shuya—. ¿Cómo puedes ser tan cínico? Él no es de ese tipo de gente. Es…
Shogo extendió ambas manos hacia delante, para intentar detener la avalancha de Shuya, y este dejó de hablar. De acuerdo. Gritar no era una buena idea. De hecho era una muy mala.
Entonces Shogo dijo:
—Vale, vale, no te sulfures. No conozco a Shinji. Como te dije antes, este juego va de sospechar de los demás, no de confiar en ellos. Y tienes que desconfiar sobre todo si son inteligentes. Además, aunque yo le hubiera invitado a unirse a mí, probablemente se habría negado.
Shuya estaba a punto de decir algo, pero luego resopló y decidió callarse. Tenía un punto de razón. De hecho, era bastante raro que hubiera confiado en él y en Noriko. Lo único que había dicho es que lo había hecho porque hacían una «bonita pareja».
—Bueno, vale —dijo Shuya, deteniéndose antes de continuar—. Al menos deberíamos ir adonde viste a Shinji. Nosotros decididamente confiamos en él. Pongo la mano en el fuego por él. Seguro que tendrá alguna buena idea. Es… —Pero una vez más fue interrumpido.
Shogo hizo un gesto de desaprobación con la cabeza y dijo:
—Si Shinji es tan listo, ¿crees que se habrá quedado donde lo vi?
Tenía razón.
Shuya suspiró de forma muy larga y profunda.
—Oye, Shogo —dijo Noriko—, me estaba preguntando si habría algún medio de contactar con otros como Shinji.
Shogo cogió otro cigarrillo e hizo una mueca de disgusto.
—Lo dudo. Si intentáramos contactar con gente, en general, un número indeterminado, tal vez podría ser, pero hacerlo con un grupo concreto de personas sería difícil.
Se quedaron en silencio durante un rato. Shuya observó a Shogo, que tenía el cigarrillo entre los labios. La punta del Wild Seven crepitó y se hizo más corta.
—Entonces —dijo Shuya, casi sin argumentos—, no podemos hacer nada…
Shogo respondió sin preocupaciones.
—Oh, pues claro que sí.
—¿Qué?
—Tengo un plan.
Shuya miró atónito de nuevo al rostro de Shogo, envuelto en una nube de humo. Luego, de repente, pareció muy emocionado y le preguntó:
—¿A qué te refieres? ¿Hay alguna escapatoria?
Shogo observó a Shuya y a Noriko. Luego miró al cielo, en actitud contemplativa, con el cigarrillo colgando de los labios. Tocó con la mano la lisa superficie del collar que rodeaba su cuello, como si le molestara. Dejó escapar el humo lentamente.
—Podría haber una salida —dijo—. Con una condición, claro.
—¿Cuál?
Shogo ladeó la cabeza ligeramente y volvió a meterse el cigarrillo en los labios.
—Tenemos que ser los únicos supervivientes.
Shuya frunció el ceño. No entendía nada.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que digo —asintió, mirándolos—. Que nosotros tres tendríamos que ser los únicos supervivientes. Los demás tendrían que morir.
—Pero… —empezó a protestar Noriko enseguida—. ¡Eso no puede ser! ¿Solo nos ocuparíamos de nosotros mismos?
Shogo sujetó el cigarrillo entre los dedos, apoyándose en las piernas cruzadas y levantó las cejas.
—El plan de huida de Shuya sería más o menos lo mismo, ¿no?
—No —terció Shuya—. Eso no era lo que quería decir Noriko. Ella te preguntaba si nuestra supervivencia dependía de la muerte de los demás. ¿No es así, Noriko? Eso sería sencillamente… horrible.
—Supéralo, chico —dijo Shogo apartando moscas con la mano. Aplastó la colilla contra la tierra—. No estoy en contra de ampliar nuestro grupo, siempre que podamos confiar en los que vengan. Pero encontremos a otros o no, todo el mundo que esté fuera de nuestro grupo tendrá que morir.
—Bueno, siendo así —dijo Shuya, emocionado—, podríamos comunicárselo a todo el mundo. Si tienes un plan factible, nadie se opondrá a él. Y entonces todos nos salvaríamos, ¿no es así? ¿No?
Shogo apretó los labios como única respuesta. Luego preguntó con un tono irritado.
—¿Y qué pasa si nos atacan antes de que ni siquiera seamos capaces de decirles ni una palabra?
Shuya inspiró profundamente.
—A menos que estés dispuesto a matar a otra gente y, claro, hablando en términos generales, el modo más inteligente de sobrevivir es quedarse quieto y esconderse. Esa es la razón por la que el Gobierno está utilizando esto —y Shogo se señaló el collar—, para obligarnos a actuar. Ese es uno de los principios fundamentales de este juego. No lo olvides. Si andas por ahí deambulando, te conviertes en un objetivo móvil para cualquiera que esté acechando en la oscuridad. Con Noriko herida, tal y como está, nosotros seríamos un objetivo fácil.
Tenía razón.
—Además, cuando insistes en que todo el mundo tiene que salvarse, lo único que dices es que podríamos salir medio vivos de aquí. Pero ¿qué pasa si acabamos siendo fugitivos? —preguntó Shogo—. El Gobierno nos acosaría, y la probabilidad de que acabáramos siendo asesinados sería realmente muy alta. Dudo que nadie firmara un plan así. No lo olvides. No sabes quiénes son tus enemigos en este juego. Aceptar a todo el mundo a ciegas podría arruinártelo todo a ti.
—Pero nadie es…
—¿Tan malo? ¿Me lo estás diciendo de verdad, Shuya? —La mirada de Shogo se tornó severa—. Sería maravilloso si todos los de la clase fueran buena gente. Pero si hemos de ponernos realistas, deberemos tener cuidado. Pensadlo, vosotros mismos fuisteis atacados por Yoshio Akamatsu y Tatsumichi Oki.
Shuya le había contado lo del ataque de Yoshio mientras Shogo estaba cosiéndole la herida de la pierna a Noriko. Shogo tenía toda la razón en eso: no tenía ni idea de qué se le había podido pasar por la cabeza a Yoshio Akamatsu.
Shuya suspiró. Se le hundieron los hombros mientras farfullaba débilmente alguna excusa…
—Entonces… entonces sencillamente… tenemos que dejar morir a la mayoría de nuestros compañeros, a los buenos. Es eso lo que quieres decir, ¿no?
Shogo movió su barbilla arriba y abajo lentamente, asintiendo.
—No es fácil asumirlo, pero sí. De todos modos, no sé si los buenos van a ser la mayoría de la clase.
Permanecieron en silencio durante un rato. Shogo encendió otro cigarrillo. Fumaba muchísimo. Y era un menor.
Entonces Noriko dijo:
—Oye, espera un momento… —Shuya se volvió hacia ella—. Has dicho que nosotros podríamos escapar si todos los demás morían, pero también quedaríamos eliminados si nadie muriera en veinticuatro horas…
—Ajá —asintió Shogo—. Eso es cierto.
—En ese caso, supongo que tu plan no funcionaría.
—Es verdad. Pero dudo mucho que eso vaya a ocurrir. Además, si todo el mundo aceptara mi plan y estuviera de acuerdo, todos serían bienvenidos. Pero también dudo que eso vaya a ocurrir. Así que realmente no tenemos que preocuparnos por eso. Al parecer, solo un 0,5 por ciento de todos los programas nacionales han acabado debido a la finalización del plazo de veinticuatro horas sin muertes.
—¿Al parecer? —protestó Shuya—. ¿Y tú cómo lo sabes?
—Tranquilo, da igual —dijo Shogo, haciendo otra vez un gesto con las manos como si quisiera detener a Shuya—. Tenemos asuntos más importantes entre manos. Aún no me habéis preguntado cuál es mi plan.
Shuya permaneció en silencio un rato. Y luego preguntó:
—A ver, ¿cuál es tu plan?
Shogo se encogió de hombros. Por la comisura de los labios, mientras sujetaba aún su cigarrillo, respondió en tono cortante:
—No te lo puedo decir.
Shuya frunció el ceño, enfadado.
—¿Qué?
—Todavía no.
—¿Por qué?
—Simplemente, no puedo.
—¿Qué quieres decir con «todavía no»? Entonces, ¿cuándo nos lo vas a contar?
—Supongo que cuando quedemos solo los tres. Pero… dejadme que os diga una cosa. Mi plan no funcionará si alguien intenta interferir. Así que este no se pondrá en marcha a menos que solo quedemos nosotros tres.
Shuya permaneció en silencio. Miró atónito a Shogo, que continuaba fumando, pero entonces Shuya escuchó una vocecita en el interior de su cabeza. Era muy débil, pero podía oírla claramente.
Shogo sonrió, como si también oyera aquella vocecilla.
—Sé lo que estás pensando, Shuya. Aquí podría estar pasando algo raro. Podría haberme unido a vosotros únicamente como medio para sobrevivir. De hecho, podría no tener ningún plan en absoluto. Y una vez que quedáramos solo nosotros tres, podría mataros a vosotros dos y ganar el juego. Eso sería una estrategia genial por mi parte, ¿no?
Shuya se quedó ligeramente intimidado.
—No es que…
—¿No?
Shuya se mordió la lengua y miró a Noriko, que permanecía en silencio, observando a Shogo.
Shuya volvió a mirar a Shogo.
—No es eso. Es solo que… —Shuya se detuvo al final y calló.
Alguien estaba hablando. Era una voz muy distante, pero parecía distorsionada electrónicamente. La voz decía:
—Hola a todos…
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