«Buenos días a todos».
Era la voz de Sakamochi. Era imposible localizar los altavoces, pero su voz se oía alta y clara, aparte de una leve distorsión metálica. Probablemente los altavoces estaban instalados no solo en la escuela, sino por toda la isla.
«Soy vuestro instructor, Sakamochi. Son las seis de la mañana. ¿Cómo va todo?».
Antes de que pudiera hacer un gesto de asco, Shuya se quedó boquiabierto de asombro ante el tono alegre que empleaba Sakamochi.
«Muy bien, entonces. A continuación, procedo a comunicaros los nombres de vuestros amigos muertos. El primero, Yoshio Akamatsu».
Las mejillas de Shuya se tensaron. Sí, había otro muerto, pero el anuncio del nombre de Yoshio significaba algo más para Shuya.
Yoshio Akamatsu no estaba muerto cuando Shuya lo abandonó frente a la escuela. Entonces… ¿lo habrían matado cuando intentaba lanzar una ballesta a otro compañero? Pero… no: ¿permaneció allí tumbado, inconsciente, y lo hicieron estallar en pedazos con su bonito collar cuando la escuela se convirtió en una zona prohibida?
Comoquiera que fuera, el hecho de que Shuya lo hubiera dejado allí maltrecho no le hacía sentir muy bien. Esa concatenación de ideas se evaporó inmediatamente con el anuncio de los nombres de los otros muertos.
«El siguiente, el número 9, Hiroshi Kuronaga; el número 10, Ryuhei Sasagawa; el número 17, Mitsuru Numai; el número 21, Kazuhiko Yamamoto. Y luego… veamos, las chicas: la número 3, Megumi Eto; la número 4, Sakura Ogawa; la número 5, Izumi Kanai; la número 14, Mayumi Tendo».
La lista de nombres significaba que sus posibilidades de supervivencia se habían incrementado ligeramente, pero eso no fue lo que pensó Shuya. Se sentía aturdido. Los rostros de sus compañeros muertos aparecían y se desvanecían en su cabeza. Estaban todos muertos, lo cual significaba que había un montón de asesinos allí fuera. A menos que algunos de ellos se hubieran suicidado.
Aquello seguía. El juego innegablemente continuaba. «Una larga procesión funeral, una multitud de gente vestida de negro. Un hombre con traje negro, con un sombrío rostro de “yo-lo-sé-todo”, se dirigía a todos: “Oh, ¿Shuya Nanahara y Noriko Nakagawa? Vosotros dos, es cierto, venís un poco pronto. Pero acabáis de pasar junto a vuestras tumbas aquí mismo. Hemos grabado el número que ambos compartís: el 15. No os preocupéis, tenemos una oferta especial para vosotros».
De repente, Sakamochi prosiguió:
«Que os vaya muy bien a todos. Estoy gratamente impresionado. Y ahora, las zonas prohibidas. Os voy a comunicar las zonas y las horas. Coged vuestros mapas y apuntad».
Todavía conmocionado por el número de compañeros muertos y furioso por el tono de voz de Sakamochi, Shuya sacó sin embargo a regañadientes el mapa de la mochila.
«Primero, una hora a partir de este momento. A las siete. A las siete de la mañana, en el sector J-2. Hay que salir del J-2 antes de las siete de la mañana. ¿Entendido?».
La zona J-2 estaba ligeramente al oeste del extremo sur de la isla.
«La siguiente, dentro de tres horas: F-1 a las nueve de la mañana».
La zona F-1 estaba en la orilla oeste de la isla, pero era una zona muy alejada, hacia el sur.
«La siguiente, dentro de cinco horas; H-8 a las once de la mañana».
La mayor parte de la zona residencial de la costa oriental estaba en la cuadrícula H-8.
«Y esto es todo por el momento. Y ahora, quiero que hagáis todo lo que podáis hoy…».
El lugar en el que se encontraban Shuya y Noriko no estaba en las zonas prohibidas de Sakamochi, que les había dicho que las zonas se seleccionaban aleatoriamente. En cualquier caso, habían hecho bien en apartarse de la zona residencial. Pero su localización podría estar en la siguiente comunicación de zonas prohibidas.
—Sakura y… —Mientras Noriko hablaba, Shuya se volvió hacia ella—. Ha dicho los nombres de Sakura y Kazuhiko.
—Sí —murmuró Shuya con un nudo en el fondo de su garganta—. Me pregunto si… si se habrán suicidado.
Noriko se miró los pies.
—No lo sé. Pero, conociéndolos, seguro que estuvieron juntos hasta el final. De algún modo consiguieron encontrarse.
Shuya había visto cómo Sakura le pasaba una nota a Kazuhiko. Él y Noriko solo estaban haciendo comentarios sin mucho fundamento, de todos modos. Por lo que sabían, podrían haber sido asesinados cada uno por su lado, en lugares diferentes, a manos de compañeros enloquecidos.
Apartando de sí la imagen de Sakura mientras deslizaba la nota a Kazuhiko y se rozaban sus manos, Shuya sacó la lista de estudiantes del bolsillo, que venía con el mapa en la mochila. Era de muy mal gusto, pero tenía que anotar la información. Cogió su boli y, luego, cuando estaba a punto de ir tachando los nombres… decidió no hacerlo. Era simplemente demasiado asqueroso.
En vez de eso, hizo una pequeña marca junto a los nombres. También incluyó entre los muertos a Yoshitoki Kuninobu y a Fumiyo Fujiyoshi. A Shuya le parecía que se estaba convirtiendo en el mismísimo hombre vestido de negro que había imaginado poco antes ofreciéndole ataúdes y tumbas. «Veamos…, tú, y tú también. Y tú. ¿Cuál es tu talla de ataúd? Te va a quedar un poco justo, pero podemos ofrecerte nuestro modelo núm. 8, que es muy popular, y dejártelo a muy buen precio».
Bueno, vale ya. En cualquier caso, tres de los cuatro miembros de la banda de Kazuo Kiriyama habían muerto: Hiroshi Kuronaga, Ryuhei Sasagawa y Mitsuru Numai. A los únicos que no habían mencionado eran a Sho Tsukioka (alias Zuki, porque era un poco rarito) y al propio Kazuo Kiriyama.
Shuya recordó el rostro fanfarrón de Mitsuru Numai cuando Kazuo Kiriyama abandonaba la clase. Shuya había dado por sentado que Kazuo organizaría a su banda e intentaría escapar. De modo que… ¿qué significaban aquellos datos? A lo mejor, aunque hubieran decidido encontrarse en algún sitio, empezaron a desconfiar unos de otros y se revolvieron contra sí mismos… Luego, puede que Sho Tsukioka y Kazuo se las arreglaran para huir… ¿Significaría eso que seguían juntos? No, la verdad es que podría haber ocurrido cualquier cosa bien distinta. Shuya no tenía ni idea.
Luego recordó el débil eco de disparos que habían escuchado. Solo los había oído una vez. Si aquello hubiera sido un arma de fuego… ¿cuáles de aquellos diez habrían muerto por ella?
Un ruido repentino, como un crujido, desbarató todos sus pensamientos. El rostro de Noriko se crispó. Shuya inmediatamente se metió el boli y la lista de nombres en el bolsillo.
Shuya escuchó atentamente. El sonido volvió a producirse; de hecho, se estaba aproximando a ellos.
—Quieta —le susurró a Noriko.
Shuya cogió su mochila. Tenían que estar preparados para salir pitando en cualquier momento, así que metió todo lo necesario en ella. Solo había dejado alguna ropa en su bolsa de deportes, pero no le importaba mucho prescindir de aquello. Noriko también preparó su mochila del mismo modo.
Shuya cargó las dos mochilas sobre su hombro izquierdo. Le tendió la mano a Noriko para ayudarla a incorporarse. Esperaron agazapados.
Shuya sacó el cuchillo. Lo aferró con la mano derecha, dejando la hoja hacia atrás. «Puede que sepa cómo utilizar la púa de una guitarra —pensó—, pero no tengo ni idea de cómo usar esto».
Los crujidos se acercaban cada vez más y eran más fuertes. Probablemente el intruso no estaba a más de unos cuantos metros de distancia del matorral.
Shuya estaba abrumado por la misma tensión que había sentido al salir de la escuela la noche anterior. Cogió con la mano izquierda el hombro de Noriko y la apartó hacia atrás. Él se incorporó y retrocedió. Cuanto antes, mejor. ¡Y deprisa!
Se abrieron paso entre los arbustos y salieron a un sendero. Ascendía una colina. Los árboles se inclinaban sobre ellos, las ramas se entrelazaban y el cielo era azul.
Aún sujetando a Noriko, Shuya caminó hacia atrás con ella durante varios metros por aquel sendero. El ruido de crujidos continuaba produciéndose en los arbustos que acababan de abandonar. El sonido se hizo más fuerte y entonces…
Shuya abrió los ojos como platos.
Un gato blanco saltó de los arbustos y aterrizó en el sendero. Estaba famélico y tenía el pelaje deslustrado, pero en cualquier caso, era lo que era: un gato.
Shuya y Noriko se miraron.
—Es un gato —dijo Noriko, y esbozó una sonrisa. Shuya también hizo una mueca de alivio. Luego el gato se giró hacia ellos como si por fin se hubiera percatado de su presencia.
Se quedó mirándolos durante un rato y luego corrió hacia ellos.
Shuya devolvió el cuchillo a la funda, mientras Noriko, en cuclillas, doblaba con cuidado su pierna herida y le ofrecía las manos al gato, que saltó a sus brazos y olisqueó sus pies. Noriko lo cogió y lo abrazó.
—Pobre gatito. Mira lo delgadito que está —dijo Noriko mientras fruncía los labios hacia el gato como si pretendiera besarlo. El gato respondió con entusiasmo, ronroneando y maullando.
—Debe de ser un gato doméstico. Es muy cariñoso.
—No sé.
El Gobierno había desplazado a todos los residentes de aquella isla por culpa del juego. (Como el Programa era una operación secreta hasta que concluyera, no debían haberlos informado). Como dijo Noriko, a lo mejor aquel gato había pertenecido a alguien de la isla y había quedado abandonado cuando su propietario había tenido que irse. No había casas por aquella zona, así que puede que se hubiera perdido en las colinas. Mientras apartaba la mirada de Noriko, Shuya se preguntaba si… Se volvió…
… Aterrado.
Había alguien vestido con el abrigo de la escuela a diez metros, de pie en el sendero, como si sus pies estuvieran allí clavados. Aunque tenía una altura mediana, como Shuya, estaba muy fuerte gracias a los entrenamientos con el equipo de balonmano. Tenía la piel morena y un corte de pelo moderno. Se le levantaba el flequillo hacia arriba. Era Tatsumichi Oki, el estudiante número 3.
QUEDAN 31 ESTUDIANTES