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Yoshio Akamatsu recobró la conciencia casi inmediatamente, pero como había sufrido un golpe seco en la cabeza, se sentía como si estuviera saliendo de un profundo sueño.

Lo primero que notó es que su cabeza estaba palpitando. Se palpó el cráneo. «¿Qué ha pasado? ¿No estaba con los videojuegos ayer después de medianoche? Eso significa que ayer fue sábado… ¿o domingo? Entonces hoy debe de ser lunes, lo cual significa que debería de estar en clase… Pero… No sé qué hora será… Todavía está muy oscuro, a lo mejor puedo dormir otro poco más…».

Cuando se incorporó, con el cielo y la tierra rotando noventa grados a su alrededor, observó inesperadamente que un campo de atletismo vacío se extendía delante de él. Había una montaña más allá del campo, con la forma de un arco y más negra que el cielo nocturno.

Y de repente lo recordó todo: Sakamochi, el cadáver del señor Hayashida, su salida del edificio, el descubrimiento de la ballesta en su mochila cuando encontró un refugio en una pequeña choza; su regreso a la escuela y cómo observó a Takako Chigusa (la estudiante número 13), cuyo rostro era un poco serio, pero precioso, con la tensión de la mejor corredora de atletismo dispuesta a salir a toda velocidad; y cómo luchó por subir la débil escalera metálica que había en un lateral del edificio con la idea de llegar al tejado. Y luego, cómo, debido a los problemas que había tenido a la hora de cargar la ballesta con un dardo, Sho Tsukioka (el estudiante número 14) se le había escapado. Y luego…

Yoshio miró a su alrededor y vio a la chica, tendida allí con su uniforme de marinero. No fue exactamente una sorpresa para Yoshio. Lo que sintió entonces por haber matado a una de sus compañeras no era tanto un sentimiento de culpa como de temor. En su cerebro podría haberse imaginado un gigantesco cartel publicitario en medio del desierto interior de su cráneo. En el cartel había unas letras en rojo que decían: «¡VOY A MATARTE!». En el fondo, todos sus compañeros ostentaban armas, como hachas y pistolas, y venían con la intención de atacar a Yoshio, que permanecía plantado enfrente del cartel publicitario como si fuera una película 3D.

Por supuesto, matar a los compañeros de clase estaba mal…

Y una vez que el tiempo destinado al juego expirara, todos iban a morir en cualquier caso, así que en el fondo era una estupidez luchar. Pero eso era simplemente demasiado racional. Y el hecho era que Yoshio sencillamente no quería morir. Estaba petrificado por alguno de sus compañeros, que le enseñarían los dientes: «Piénsalo: estás rodeado por una horda de asesinos».

Y así, su decisión de reducir el número del «enemigo» tan eficientemente como le fuera posible no estuvo motivado por pensamientos racionales, sino por un sentimiento más profundo y primario de temor a morir. No había necesidad de distinguir aliados de enemigos. Todo el mundo iba a serlo. Después de todo, cuando Ryuhei Sasagawa solía incordiarlo, todo el mundo miraba hacia otro lado.

Yoshio se puso en pie tambaleante. «Lo primero, Shuya Nanahara: lo había tenido en el punto de mira. ¿Dónde habrá ido…? La ballesta. Tengo que cogerla… ¿Dónde está…?».

Yoshio sintió un golpe violento en la nuca, como si le hubieran dado con un palo de golf.

Cayó de bruces hacia delante. Su cuerpo se dobló, y su rostro golpeó contra el suelo húmedo. La piel de su frente y de sus mejillas se le despellejó, pero esto ya no le importaba. Ya estaba muerto cuando cayó.

El mismo tipo de dardo plateado con el que había disparado a Mayumi Tendo estaba ahora clavado en su nuca.

QUEDAN 38 ESTUDIANTES