7

El pasillo no estaba iluminado. Solo la luz que escapaba del aula se derramaba sobre las baldosas del suelo. Las ventanas del pasillo también estaban selladas con planchas de metal negro. Se supone que proporcionaban protección contra los ataques de estudiantes rebeldes como Shuya, que podrían decidir no participar en el juego. Por otro lado, en cuanto salían fuera, aquella zona se convertía en un área prohibida.

Shuya miró hacia su derecha. Allí había un aula, y luego otra, ambas idénticas a aquella de la que acababa de salir. Y luego, al final del oscuro pasillo, había lo que parecía una doble puerta de salida. A su izquierda, al final del pasillo, había otra aula.

¿Serían los despachos de la escuela? La puerta estaba abierta y las luces estaban encendidas. Shuya miró por la puerta, donde una legión de soldados de las Fuerzas Especiales de Defensa estaban sentados en sillas metálicas plegables, tras una enorme mesa. ¿Veinte o treinta? No, por lo menos había tantos soldados como estudiantes.

De hecho, Shuya había pensado que si su mochila venía con un arma (era posible, porque las noticias que llegaban de las resoluciones del Programa sobre las causas de muerte de los participantes hablaban de «heridas por arma blanca» y «golpes», pero también de «heridas por arma de fuego»), o si alguna de los otros que estuvieran esperándolo venía con pistolas, entonces podrían utilizarlas contra Sakamochi y sus hombres antes que saliera todo el mundo, o, en otras palabras, antes de que la escuela se convirtiera en una zona prohibida. Pero aquel plan también se había considerado y previsto. Los tres hombres de Sakamochi no eran los únicos soldados que le acompañaban. Por supuesto, eso no era ninguna sorpresa.

Uno de los soldados del retén ladeó la cabeza, levantó la mirada de la taza que tenía en la mano y miró a Shuya. Como ocurría con los soldados del aula, su rostro carecía de cualquier expresión.

Shuya avanzó de puntillas y se apresuró a llegar a la salida. Así que… ahora… ahora lo único que podían hacer era permanecer unidos. Pero… tal vez había soldados apostados fuera para evitar que se vieran o se reunieran unos con otros. De todos modos…

Shuya corrió por el pasillo, cruzó la puerta doble y luego bajó unos cuantos peldaños de la entrada.

Bajo la luna, un campo de atletismo vacío del tamaño de unas tres pistas de tenis se extendía enfrente del edificio. Más allá del campo de deporte había bosques. A un lado se elevaba una pequeña colina. Cuando se volvió hacia la derecha descubrió una franja oscura y negra que se extendía hasta el horizonte: el mar. Pequeños puntitos de luz parpadeaban al fondo del océano. «Tierra firme», pensó Shuya. Oficialmente el Programa tenía lugar en la prefectura a la que perteneciera el instituto seleccionado. A veces, el lugar elegido era una montaña rodeada de vallas de alto voltaje, o un complejo penitenciario abandonado que aún no se había demolido, pero para la prefectura de Kagawa el Programa habitualmente escogía una isla. De acuerdo con las informaciones de los noticieros locales que él había visto (por supuesto, en cada caso el lugar elegido solo se divulgaba después de que hubiera concluido el juego), todos los juegos en Kagawa había tenido lugar en una isla. Aquella vez no era una excepción. Sakamochi no mencionó el nombre de la isla, pero una vez que Shuya comprobara su forma en el mapa, estaría en condiciones de saber cuál era. O a lo mejor un edificio podría revelar el nombre de la isla.

Soplaba una suave brisa. Se podía oler el mar. Hacía demasiado fresco para una noche de mayo, pero no resultaba insoportable. Tendría que andarse con cuidado y procurar no dormir a la intemperie.

Pero antes…

No había nadie. No había soldados, pero Shuya sintió una profunda decepción al no encontrarse a ninguno de sus compañeros allí. Como Sakamochi había anticipado, todo el mundo se había escondido. Ni siquiera Hiroki Sugimura estaba allí. Solo la suave brisa que transportaba los efluvios marinos recorría las pistas de atletismo.

«Maldita sea». Shuya hizo una mueca de desagrado. «Si nos dispersamos de esta manera, caeremos en la trampa del Gobierno. Todo iría bien si formáramos grupos con los amigos. Sakura Ogawa y Kazuhiko Yamamoto podrían haber quedado en alguna parte. Igual que la banda de Kazuo Kiriyama. Pero uno que se esconda solo al final tendrá que enfrentarse con alguien…». Quién sabe cuál sería el resultado de semejante caos. ¿Acaso no era esencial el caos para que el juego siguiera adelante?

«Bueno, yo voy a esperar aquí a los demás. A la primera que tengo que aguardar es a Noriko».

Shuya miró atrás, hacia el oscuro interior del edificio de la escuela. Habían dicho que cualquiera que se entretuviera en el pasillo sería inmediatamente abatido, pero los soldados de la sala que había al final del pasillo no le habían prestado la menor atención a Shuya. No estaban exactamente trabajando como locos. Simplemente estaban allí sentados, desarmados y sin hacer nada.

Shuya se humedeció los labios y decidió que lo mejor para él era apartarse un poco de la puerta. Miró a su alrededor de nuevo.

Entonces fue cuando lo vio.

No lo había visto la primera vez porque estaba demasiado preocupado haciéndose una impresión general, pero esta vez vio algo que parecía como una bolsa de basura a sus pies.

Shuya se preguntó si sería la mochila de alguien, al que se le hubiera caído por accidente, pero luego lo observó más de cerca.

No era una bolsa de basura ni la mochila de nadie. Parecía que hubiera pelo en un extremo. Pelo humano.

Era una persona. Llevaba un uniforme escolar, de marinero. El cuerpo estaba como doblado, tumbado sobre un costado, con la cara contra el suelo. La cola de caballo atada con una cinta ancha le resultó familiar. No era de extrañar. La había visto hacía solo tres minutos. El cuerpo pertenecía a la estudiante número 14, Mayumi Tendo.

Justo al lado de su coleta, un palo de un gris mate, como de veinte centímetros, le sobresalía del uniforme en diagonal, como una antena de un transistor. Había cuatro alerones diminutos, como los de las colas de los aviones, al final del palo.

«Pero ¿qué… qué demonios es esto?».

Lo que hubiera debido hacer de inmediato era ponerse a cubierto. En vez de eso, se quedó allí plantado, aturdido.

Recordó la respuesta que Sakamochi le dio a Kiriyama cuando este le preguntó cuándo comenzaba el juego: «En cuanto salgáis de aquí».

Era increíble. ¿Quién podría haber hecho aquello? ¿Acaso alguien había regresado para matar a Mayumi Tendo en cuanto saliera de la escuela?

Shuya se detuvo a pensar y, cautelosamente, se puso en cuclillas y escrutó todo lo que había a su alrededor. No había el menor rastro del asesino. Aunque estaba aturdido y estupefacto, no le habían disparado ninguna flecha a él. ¿Por qué? ¿Tal vez satisfecho con haber matado solo a Mayumi Tendo, el asesino había huido y había abandonado las instalaciones de la escuela? ¿O aquello era una especie de provocación preparada? ¿Acaso la habrían matado los soldados que había en la sala del pasillo para convencer a todo el mundo de que algunos de sus compañeros de clase ya estaban deseando ganar el juego? Pero si era así…

De repente, Shuya se dio cuenta de que Mayumi Tendo aún podría estar viva. Puede que estuviera inconsciente por el dolor o la herida. En todo caso, se acercaría a verlo.

Si no hubiera presentido algo raro y se hubiera abstenido de dar un paso más, un microsegundo después Shuya habría quedado eliminado del juego antes de tiempo. En otras palabras…

Un objeto plateado pasó silbando justo delante de los ojos de Shuya. Sí… bajaba directamente de arriba. Otra antena se clavó en el césped.

Shuya se estremeció. Si no se hubiera entretenido un poco, si no se hubiera quedado en la salida esperando a Noriko, habría sido inmediatamente abatido. El asesino estaba en el tejado del edificio.

Shuya apretó los dientes, agarró el dardo plateado y corrió hacia su izquierda. Se movía impulsivamente, pero de un modo errático para evitar que el arquero pudiera alcanzarlo. Se volvió y miró hacia arriba. Bajo el cielo débilmente iluminado por la luna se recortaba una figura grande y negra, apostada en el tejado a dos aguas del sencillo edificio de la escuela.

«¿Será posible que…? No, no puede ser Shogo».

No tuvo tiempo para pensar. La sombra apuntó su arma hacia él.

Solo para asustarlo, Shuya le lanzó la flecha a la sombra. Pero gracias a las habilidades de Shuya como estrella de stopper de segunda base, el dardo salió volando a una increíble velocidad y trazó un leve arco justo hacia la sombra. Esta dejó escapar un quejido, se sujetó la cabeza, se dobló y luego comenzó a resbalar… hasta que cayó.

Shuya dio unos pasos hacia atrás y observó cómo la sombra caía desde una altura de al menos tres metros, y aterrizaba como un fardo en el suelo. El objeto que el asesino tenía en la mano hizo un ruido metálico al golpear contra el cemento.

Un haz de luz se escapó por la puerta del edificio. Aquella sombra grande estaba tumbada boca abajo y llevaba el uniforme de la escuela. Era Yoshio Akamatsu. Parecía inmóvil, quizá porque estaba inconsciente. Su arma, una ballesta, estaba ahora abandonada a su lado. La mochila que había caído a sus pies estaba medio abierta. Shuya vio un haz de flechas en su interior.

Shuya sintió un repentino escalofrío. Era verdad. ¡Estaba participando! Yoshio Akamatsu estaba jugando. ¡Yoshio había cogido su arma, había regresado, se había subido al tejado y había matado a Mayumi Tendo!

Alguien se acercó por su espalda.

Shuya se volvió de inmediato. Era Noriko, que había observado lo ocurrido y estaba sin aliento por la sorpresa. La mirada de Shuya fue del rostro de Noriko a Mayumi Tendo… corrió hacia esta y le tocó el cuello para buscarle el pulso. Estaba muerta. No había duda.

Le pareció como si a su cerebro se le fundieran todos los fusibles. Puede que hubiera más compañeros que tuvieran la misma idea que Yoshio. Y tal vez alguno de ellos estuviera a punto de regresar, esta vez con una pistola.

Shuya no tuvo más remedio que cambiar su actitud hacia el juego. Era lo que había. Cuando Sakamochi dijo que el juego empezaría «En cuanto salgáis de aquí», era exactamente lo que quería decir.

Shuya se puso en pie, corrió hacia Noriko y la cogió de la mano.

—¡Tenemos que salir corriendo! ¡Todo lo que puedas! ¡Tienes que correr!

Shuya comenzó a correr, medio arrastrando a Noriko, herida y coja. ¿Qué camino debían tomar?

No podían permitirse el lujo de debatir sus decisiones. Se encaminaron hacia la arboleda. Al principio se escondieron allí, luego pensaron… no, Shuya descartó la idea. Dada la condición en que se encontraba Noriko, estaban indefensos ante cualquier ataque. Quedarse cerca de la escuela era demasiado peligroso.

Esperar delante del edificio a los demás estaba descartado por completo. Arrastró precipitadamente a Noriko, y entraron en el bosque. Había grandes árboles, mezclados con arbustos, y el terreno estaba cubierto de helechos.

Shuya se volvió, tal vez con la intención de gritar alguna advertencia a los once estudiantes que quedaban por salir… De su clase de cuarenta y dos chicos y chicas, aún quedaban doce estudiantes tras Shuya y Noriko por salir, aunque había que descontar a Fumiyo Fujiyoshi. Pero inmediatamente se lo pensó mejor. Shuya llegó a la conclusión, un tanto forzada, de que sus compañeros probablemente no serían tan tontos como lo había sido él, así que saldrían pitando en cuanto abandonaran el edificio. Sobre todo si veían el cadáver de Mayumi Tendo. Por un momento, pensó en esperar a Shinji Mimura… pero también desestimó esa idea. Una vez más, se convenció de que tenía que haber otra estrategia, otra manera de encontrarse. En cualquier caso, tenían que largarse de allí.

Sujetando a Noriko Nakagawa con fuerza, avanzaron al azar por el bosque. Un pájaro graznó, batió las alas y salió volando, Shuya no pudo verlo, pero no importaba. De todos modos, no tenía tiempo de detenerse a ver la fauna.

QUEDAN 39 ESTUDIANTES