La mayoría de los estudiantes que estaban de pie regresaron tímidamente a sus asientos. El soldado sin carisma alguno arrastró la bolsa con los restos de Hayashida hasta un rincón del aula, y luego regresó con los otros dos. Sakamochi volvió a su lugar tras el atril.
De nuevo, la clase se quedó en silencio, pero este se rompió pronto cuando alguien empezó a hacer unos ruidos raros en la parte de atrás y luego, tras unas nauseabundas arcadas, se oyó el húmedo chapoteo de un vómito salpicando todo el suelo. Shuya podía olerlo.
—Atentos todos. Como podéis ver, el señor Hayashida se opuso vehementemente al reclutamiento de su clase para el Programa —dijo Sakamochi, rascándose la cabeza—. Bueno, fue todo un poco repentino, lo lamentamos mucho pero…
La clase se hundió en el silencio. Ahora ya lo sabía todo el mundo. Era real. No había ningún error, no era ninguna broma. Iban a obligarlos a luchar y a matarse unos a otros.
Shuya intentó desesperadamente pensar con claridad. Aquella situación era tan irreal que aún estaba un poco aturdido. Su mente estaba atrapada en la visión del espantoso cadáver de Hayashida, el protagonista de aquel espectáculo de terror.
Tenían que escapar. Pero… ¿cómo? Bueno, vale… lo primero era hablar con Yoshitoki… con Shinji e Hiroki… pero ¿cómo funcionaría el Programa en realidad? Los detalles nunca se habían hecho públicos. A los estudiantes se les entregaban armas para que se mataran entre ellos. Eso lo sabía todo el mundo. Pero ¿podían hablar unos con otros? ¿Cómo controlaba el Gobierno el juego?
—Yo… yo…
Alguien interrumpió las reflexiones de Shuya. Abrió los ojos y levantó la mirada.
Yoshitoki Kuninobu se había medio levantado y miraba a Sakamochi; su amigo parecía inseguro de si debía continuar. Parecía como si no pudiera controlar lo que decía. El cuerpo de Shuya se tensó. «¡No los provoques, Yoshitoki!».
—¿Sí? —preguntó Sakamochi—. ¿Qué pasa? Puedes preguntarme lo que sea.
Sakamochi ofreció una sonrisa amistosa, y Yoshitoki continuó como una marioneta:
—Yo… yo no tengo padres. Así que… ¿a quién se lo han dicho?
—Ajajá —asintió Sakamochi—. Recuerdo que algunos de vosotros proveníais de instituciones de beneficencia. ¿Entonces eres tú Shuya Nanahara? Veamos… de acuerdo con el informe escolar, eres el único que tiene unas ideas un tanto peligrosas. Así…
—Shuya soy yo —dijo Shuya, interrumpiéndolo, y elevando la voz. Sakamochi lo miró y luego volvió la vista hacia Yoshitoki. Todavía estupefacto y confuso, Yoshitoki se giró para mirar a Shuya.
—Ah, es verdad, lo siento. Había más de uno. Así que tú debes de ser Yoshitoki Kuninobu. Bueno, me puse en contacto con la superintendente de la institución de donde proceden ustedes dos. Sí… era muy guapa —dijo Sakamochi y sonrió. Pero aunque su sonrisa parecía afable, había algo perturbador en ella.
El rostro de Shuya se tensó.
—¿Qué demonios le ha hecho a la señorita Anno?
—Bueno, al igual que el señor Hayashida, no se mostró muy cooperativa. Ninguno de los dos aceptó vuestro reclutamiento, así que con el fin de silenciarla, bueno, tuve que… —dijo Sakamochi tranquilamente— violarla. Oh, no os preocupéis. No creo que muriera.
Shuya se puso rojo de ira y se levantó de un salto, pero antes de que pudiera decir nada, Yoshitoki le espetó a Sakamochi:
—¡Te mataré!
Yoshitoki estaba de pie. Su rostro había cambiado. Siempre había sido muy cariñoso con todo el mundo. Era muy difícil que Yoshitoki se enfadara por algo. Sin embargo, ahora en su expresión había algo que solo reservaba para las rarísimas veces en las que estaba verdaderamente furioso. Nadie más en la clase había podido verlo jamás en ese estado, pero Shuya lo había visto en dos ocasiones. La primera vez cuando estaban en cuarto y un coche atropelló al perrito de la Casa de Caridad, Eddie, justo enfrente de la cancela. Frenético y furioso, Yoshitoki salió corriendo detrás del coche que huía. La segunda vez ocurrió solo un año atrás, cuando un hombre había estado utilizando las deudas de la escuela para insinuarse a la señorita Anno. Después de que la superintendente lograra devolver el dinero, y pudiera librarse de este modo de sus insinuaciones, el hombre le había echado en cara su desvergüenza delante de ellos, como si quisiera que toda la Casa de Caridad lo oyera. Si Shuya no hubiera detenido a Yoshitoki, aquel hombre habría perdido sus dientes, aunque él hubiera resultado gravemente herido también. Yoshitoki era extraordinariamente amable, e incluso cuando lo insultaban o se metían con él, lo normal era que se riera. Pero cuando se le hacía daño a alguien a quien realmente quería, su respuesta era violentísima. Aquello era una faceta que Shuya admiraba de Yoshitoki.
—¡Te mataré, maldito cabrón! —gritó Yoshitoki—. ¡Te mataré y te tiraré a un estercolero!
—Humm… —Sakamochi parecía divertirse—. ¿Me estás hablando en serio, Yoshitoki? Sabes que uno debe ser responsable de sus palabras.
—¡Que te den! ¡Voy a matarte! ¡No lo olvides!
—¡Déjalo ya, Yoshitoki! ¡Déjalo! —exclamó Shuya, pero Yoshitoki no le prestaba atención.
Sakamochi habló con una extraña voz, muy amable, como si pretendiera calmar a Yoshitoki.
—Mira, Yoshitoki, lo que estás proclamando en este momento es tu oposición al Gobierno.
—¡Te voy a matar! —Yoshitoki no se callaba—. ¡Te voy a matar te voy a matar te voy a matar!
Shuya ya no pudo contenerse más, y justo cuando estaba a punto de decirle que se callara, Sakamochi hizo un gesto de fingida desolación y dio una orden con la mano a los tres soldados de las Fuerzas Especiales de Defensa que estaban junto al atril.
Se movieron como un grupo coral, como los Four Freshmen. Los hombres con traje de combate, Tahara, Kondo y Nomura, levantaron la mano derecha con una pose espectacular y dramática. Pero sus manos sostenían pistolas. Ahora el coro podría haber cantado algo como «Vamos, nena, por favor, nena, pasa esta noche conmigo…».
Shuya vio los ojos saltones de Yoshitoki más abiertos que nunca.
Las tres pistolas automáticas dispararon a la vez. Justo cuando intentaba salir al pasillo entre los pupitres, el cuerpo de Yoshitoki se sacudió como si estuviera bailando el boogaloo.
Todo ocurrió tan rápido que Noriko Nakagawa, que estaba sentada justo detrás de Yoshitoki, junto con el resto de la clase, ni siquiera tuvo tiempo de agachar la cabeza.
El ruido de los disparos aún vibraba en el aire cuando Yoshitoki dio unos pasos tambaleantes hacia la derecha y se derrumbó entre su pupitre y el de Izumi Kanai, quien gritó.
Los tres soldados se mantuvieron con los brazos extendidos. Una leve humareda salía de los cañones, que simultáneamente levantaron hacia el techo. Shuya vio entonces la cara familiar de su amigo vuelta hacia él entre las patas del pupitre. Sus ojos saltones seguían abiertos, clavados en un lugar indefinido del suelo. Un brillante charco de sangre comenzó a formarse. El brazo derecho de Yoshitoki comenzó a contraerse, desde el hombro a los dedos.
«¡Yoshitoki!».
Shuya se levantó con la intención de correr hacia él, pero Noriko Nakagawa, que estaba sentada más cerca, fue más rápida.
—¡Yoshitoki! —gritó, y se agachó junto al cadáver.
Entonces, el soldado de aire modernillo, Tahara, apuntó su pistola hacia Noriko y apretó el gatillo. Esta se derrumbó hacia delante como si le hubieran barrido las piernas y se desplomó encima de Yoshitoki, que continuaba temblando sin control.
Tahara inmediatamente apuntó a Shuya con la pistola. El cerebro de este iba a mil, pero su cuerpo estaba congelado. Solo se movían sus ojos. Vio la sangre borboteando de la pantorrilla de Noriko.
Sakamochi le dijo a Noriko:
—Nunca debes abandonar tu pupitre sin mi permiso. —Luego se volvió hacia Shuya, diciéndole—: Y lo mismo sirve también para ti, Shuya. Y ahora siéntate.
Shuya hizo todo lo posible por apartar su mirada de la pierna ensangrentada de Noriko y no ver a Yoshitoki debajo de ella. Miró directamente a Sakamochi a los ojos. Los músculos de su cuello se habían tensado por la conmoción de la escena.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Shuya. Tahara todavía le apuntaba con la pistola a la frente, pero él siguió quieto—. ¿Qué demonios está haciendo? Tenemos que conseguir ayuda para Yoshitoki y… Noriko…
Sakamochi hizo una mueca y negó con la cabeza. Luego repitió:
—Olvídalo y siéntate. Tú también, Noriko.
Noriko, mortalmente pálida, levantó despacio la vista hacia Sakamochi. Parecía más abrumada por la furia que por el dolor que debía de estar sufriendo. Levantó los ojos y miró con odio a Sakamochi.
—Por favor, consiga ayuda… —pronunciaba cada palabra con toda la intención—. Para Yoshitoki.
El brazo derecho de Yoshitoki continuaba contrayéndose. Pero cuando todos lo observaban, la contracción se detuvo. Su herida sería fatal a menos que recibiera ayuda médica inmediata.
Sakamochi suspiró profundamente y luego se dirigió al soldado modernillo:
—Bueno, señor Tahara, ¿querrá usted ocuparse de esto, por favor?
Antes de que nadie pudiera imaginarse a qué se refería, Tahara apuntó con su arma hacia abajo y apretó el gatillo. ¡BANG! La cabeza de Yoshitoki Kuninobu rebotó contra el suelo, y luego algo procedente del interior de su cabeza salpicó la cara de Noriko.
Muda de asombro, Noriko permanecía boquiabierta. Su rostro estaba cubierto con una sustancia rojiza y oscura.
Shuya se dio cuenta de que él también tenía la boca abierta.
Aunque parte de su cabeza había saltado por los aires, los ojos de Yoshitoki aún permanecían clavados en la misma zona del suelo. Pero ya no estaba temblando ni tenía contracciones. Estaba inmóvil.
—¿Ves? —dijo Sakamochi—. Ya está muerto. Así que, por favor, regresa a tu sitio.
—Oh… —Noriko miró la cabeza destrozada de Yoshitoki—. Dios mío…
Shuya también estaba aturdido. Sus ojos seguían clavados en el rostro de Yoshitoki, apoyado en el suelo, entre las patas del pupitre. Su mente estaba completamente paralizada, como si sus propios sesos hubieran volado en pedazos. Recuerdos dispersos de Yoshitoki surgían como fogonazos en su mente confusa. Las pequeñas aventuras que habían corrido, acampando o caminando río abajo, un día lluvioso que pasaron entretenidos con un antiguo juego de mesa, imitando a Jake y a Elwood, los protagonistas de la película americana The Blues Brothers, que también eran huérfanos en un orfanato católico… (Asombrosamente, era una versión doblada, aunque las voces de los actores eran horribles. Se había convertido en un éxito en el mercado negro). Y luego recordó el rostro de Yoshitoki cuando, muy poco tiempo atrás, le dijo:
—Oye, Shuya, estoy colgado de una chica…
Y luego…
—¿Estáis sordos o qué? —exclamó Sakamochi.
Sí, Shuya estaba sordo a sus palabras. Solo era capaz de mirar a Yoshitoki.
Y a Noriko le ocurría lo mismo. Si no se hubieran movido, habrían seguido los pasos de Yoshitoki Kuninobu. Justo al lado de Sakamochi, Tahara apuntó a Noriko con su pistola, mientras los otros dos apuntaban a Shuya.
Pero fue una voz tranquila —y, de hecho, casi desenfadada— lo que devolvió a Shuya el control de sus emociones, al menos para poder volverse y mirar aturdido a la persona que hablaba.
—S… s… ssseñor Sakamochi…
Al otro lado del asiento vacío de Yoshitoki, Shinji Mimura tenía la mano levantada. Noriko también volvió la mirada lentamente hacia él.
—¿Eh? Veamos. Usted debe de ser… Shinji Mimura. ¿Qué pasa?
Shinji bajó la mano y comenzó a hablar.
—Parece que Noriko está herida. Me preguntaba si podría ayudarla a regresar a su asiento.
A pesar de la extrema peligrosidad de la situación, Shinji hablaba con su voz habitual de El Tercer Hombre.
Sakamochi levantó las cejas ligeramente, pero al final asintió.
—De acuerdo, adelante. Lo único que quiero es que las cosas funcionen.
Shinji asintió, se levantó y avanzó hacia Noriko. A medida que se aproximaba a ella, sacó un pañuelo pulcramente doblado de su bolsillo y se inclinó entre el cadáver de Yoshitoki y Noriko. Primero enjugó el rostro de Noriko, que estaba cubierto de sangre de Yoshitoki. Ella apenas se movía. Y luego le dijo:
—Levanta, Noriko. —Y le puso la mano por debajo del brazo derecho para ayudarla a incorporarse.
Entonces, dándole la espalda a Sakamochi, Shinji miró a Shuya, que permanecía medio levantado. Bajo sus finas y bien definidas cejas, sus ojos habían perdido aquella mirada dulce y divertida que tenía habitualmente. Ahora estaba mortalmente serio. Levantó la ceja derecha e hizo un ligero movimiento con la barbilla, al tiempo que negaba levemente con la cabeza. Su mano izquierda apretó algo invisible hacia abajo, como si estuviera empujando algo. Shuya no comprendió aquella señal. Shinji repitió el mismo movimiento.
Aunque todavía estaba aturdido, Shuya finalmente comprendió que le estaba diciendo que se tranquilizara y se sentara. Volvió a mirar a Shinji… y lentamente se sentó en su sitio.
Shinji le hizo un gesto de complicidad. Después de ayudar a Noriko, se dio la vuelta y regresó a su asiento.
Noriko se sentó. La pantorrilla izquierda le colgaba de la silla, todavía borboteando sangre. El calcetín blanco y el zapato estaban empapados en sangre, como si llevara puesta una bota de Papá Noel en la pierna derecha.
Noriko también estaba recuperando un poco el dominio de sí misma. Parecía como si le estuviera haciendo un gesto de agradecimiento a Shinji. Pero como si este pudiera ver por su cogote, se encogió de hombros para que su compañera no hiciera nada. Noriko miró una vez más el cuerpo de Yoshitoki, yacía en el suelo, a su derecha. Lo miró sin decir una palabra, pero sus ojos parecían llenos de lágrimas.
Shuya también volvió a clavar la vista en el cadáver, aunque algunos pupitres le impedían la visión completa de su amigo. Sí, era un cadáver. No cabía la menor duda. Era difícil asumirlo, pero Yoshitoki se había convertido en un cadáver, el de una persona con la que había compartido diez años de su vida.
Mientras observaba los ojos sin vida de Yoshitoki, la furia de Shuya se había vuelto más aguda y nítida, como un pulso palpitante. La rabia recorría su cuerpo entero con tanta fuerza y poder que estaba casi a punto de temblar. Sus sentimientos, que habían enmudecido por la conmoción inicial, estaban comenzando a aflorar. Shuya se volvió y le enseñó los dientes a Sakamochi.
Sakamochi parecía divertirse con Shuya. Nunca le perdonaría lo que había hecho: iba a matar a aquel cabrón.
Shuya había estado a punto de estallar igual que Yoshitoki. Pero entonces… Shinji Mimura había intervenido en el momento crucial, diciéndole que se tranquilizara, solo unos instantes antes.
Desde luego, si se rebelaba ahora, acabaría igual que Yoshitoki. Y además había otra cosa: la chica a la que adoraba su amigo estaba gravemente herida. Si lo mataban ahora, ¿qué sería de Noriko Nakagawa?
Shuya intentó con todas sus fuerzas apartar la mirada de Sakamochi. Bajó la cabeza y clavó la vista en el pupitre. Se sentía muy desgraciado, como si su corazón estuviera siendo aplastado por una furia y una tristeza que no podía liberar.
Sakamochi se reía en silencio. Apartó la mirada de Shuya.
Shuya apretó los puños con todas sus fuerzas bajo el pupitre para tranquilizarse y conseguir calmar su cuerpo, que aún temblaba. Los apretó cada vez más y más fuerte. Sin embargo, no era fácil mantener las emociones bajo control, con el cuerpo muerto de Yoshitoki desangrándose justo delante de él.
Todo aquello era incomprensible. ¿Cómo era posible…? ¿Cómo podía uno perder así a una persona… a una persona tan querida?
«Yoshitoki siempre estuvo conmigo. ¿Qué más da lo tontos que fueran nuestros recuerdos juntos? ¿Dónde quedará aquel tiempo en que jugábamos junto al río y yo lo salvé e impedí que se ahogara? ¿O cuando nos pasábamos los días felices recogiendo miles de grillos y metiéndolos en una pequeña caja… y se nos morían todos? Nos sentíamos fatal por aquello. O cuando nos peleábamos por conseguir el cariño de Eddie. O cuando hicimos una trastada en el colegio y acabamos escondidos en un trastero. Casi nos pillaron, pero al final nos las arreglamos para escapar… Nos echamos unas buenas risas. Yoshitoki y yo siempre estuvimos juntos. Así era. Ni más ni menos. Estábamos juntos.
»Entonces… ¿cómo puede… cómo puede haber muerto así?».
Shinji levantó la mano otra vez.
—Tengo otra pregunta, señor Sakamochi.
—¿Tú otra vez? ¿De qué se trata?
—Noriko está herida. Entiendo que vamos a participar todos en el Programa, pero es un poco injusto que tenga que luchar herida.
Sakamochi parecía satisfecho.
—Bueno, sí, tal vez… Entonces, ¿qué?
—Lo que digo es que debería curarse y, por tanto, el Programa debería posponerse hasta que estuviera curada. ¿No?
Shuya apenas había conseguido dominar su furia, así que estaba asombrado ante la impávida conducta de Shinji Mimura. Era un poco raro que Shuya se asombrara de eso ahora. Sí: Shinji Mimura estaba bastante más tranquilo que él. Shinji actuaba con cabeza. Si se admitía su petición, eso podía proporcionarles algún tiempo de más para pensar alguna solución. Entonces tendrían alguna posibilidad de escapar.
El rostro de Sakamochi se retorció en una carcajada.
—Una sugerencia muy interesante, Shinji —dijo—. Tengo una solución alternativa. ¿Por qué no matamos a Noriko Nakagawa ya y así podemos empezar el juego con todos en igualdad de condiciones?
La propia Noriko y el resto de la clase se quedaron helados otra vez. Shuya pudo ver cómo la espalda de Shinji se tensaba bajo su uniforme escolar, mientras respondía apresuradamente:
—Lo retiro, lo retiro. Vamos, solo estaba bromeando…
Sakamochi estalló otra vez en carcajadas ante el tono humorístico de Shinji. Tahara, cuya mano derecha había estado apoyada en la cartuchera, rápidamente volvió a colocarla en la correa del rifle que colgaba de su hombro.
Sakamochi dio un par de palmadas.
—Muy bien entonces, atended. Lo primero, todos y cada uno de vosotros sois diferentes por razón de inteligencia, destrezas físicas, etcétera, etcétera. Todo el mundo nace distinto. Así que no atenderemos a Noriko Nakagawa… ¡en absoluto! ¡No cuchicheéis! —gritó Sakamochi, dando un alarido. Y lanzó una cosa blanca a Fumiyo Fujiyoshi (la estudiante número 18), que estaba cuchicheando algo a la delegada femenina de la clase, Yukie Utsumi. Shuya se preguntó en aquel momento si sería una tiza, pero, naturalmente, eso era absurdo en aquellas circunstancias.
El objeto dio un golpetazo e hizo un ruido como el de un clavo recibiendo el último martillazo en un ataúd. Un cuchillo delgado se clavó en mitad de la amplia y delicada frente de Fumiyo Fujiyoshi.
Yukie se quedó atónita ante aquella visión, con los ojos abiertos como platos. Era un extraño espectáculo, ver a la propia Fumiyo levantando la mirada, luchando por localizar el cuchillo clavado en su frente. Arqueaba la cabeza hacia atrás al intentarlo.
Entonces se derrumbó hacia un lado. Cuando cayó, su sien izquierda golpeó la esquina del pupitre de Yukie y lo hizo temblar un poco.
Entonces no cupo la menor duda. ¿Quién podía sobrevivir con un cuchillo clavado en mitad de la frente?
Nadie se movió. Nadie dijo ni una palabra. Yukie inspiró profundamente y miró absorta a Fumiyo, en el suelo. Noriko también la estaba mirando. Shinji Mimura mantuvo los labios apretados mientras observaba a Fumiyo, su cuerpo desvencijado entre los pupitres, igual que Yoshitoki.
Con la garganta seca, Shuya contuvo la respiración y pensó: «¡Lo ha hecho por puro capricho! ¡Ha sido un puro capricho! ¡Maldita sea! ¡Nuestras vidas están totalmente a merced de este gilipollas de Sakamochi!».
—Ups… le di. Cuánto lo siento. El instructor matando a un participante, eso va contra las reglas, ¿no? —Sakamochi cerró los ojos y se rascó la cabeza. Pero su gesto había vuelto a ser serio y añadió—: Necesito que me prestéis una atención absoluta. Las acciones impulsivas están estrictamente prohibidas. Cuchichear no está permitido. Es un engorro para mí, pero si alguno de vosotros se atreve a hacerlo, que sepa que tengo muchos cuchillos.
Shuya hizo rechinar sus dientes. Se dijo que tenía que ser paciente y se lo repitió una y otra vez, aunque estuviera viendo a dos de sus compañeros muertos en el suelo. Entonces, su mirada volvió a buscar el rostro de Yoshitoki. Sintió que estaba a punto de llorar.
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