Epílogo

Es preciso recordar que siempre hay un futuro, futuro que es inexorablemente incierto. Con esto no quiero dar un mensaje de pesimismo, ni mucho menos, ya que la incertidumbre puede terminar tanto negativa como positivamente, con la ventaja de que el ser humano tiene facultades para inclinar la balanza a su favor. Es verdad que no siempre lo conseguirá (y peor aún: que habrá ocasiones en que alguna tendencia de tipo suicida lo haga recargarse en el platillo opuesto), pero de cualquier modo, la fuerza mayor radica en el simple hecho de que se puede (y se debe) luchar a favor de lo positivo. Sobre todo considerando que ha transcurrido algún tiempo desde aquel 2 de julio del año 2000 y que durante ese tiempo han sucedido gran cantidad de cosas.

Para comenzar, todos sabíamos que el ansiado cambio provocaría cualquier tipo de reacciones entre la gente.

—¿Pero cuál cambio? —preguntan muchos. Algunos con sinceridad y otros con ironía.

Aquéllos, porque realmente consideran que los cambios han sido muy pequeños. Y los otros porque niegan haber advertido cambio alguno, pero lo niegan con tanta fuerza y con tanta frecuencia como jamás pudieron hacerlo antes de que un cambio les permitiera expresarse de esa manera.

Es indudable que la libertad de expresión ha sido el mayor de los cambios pero, paradójicamente, también ha sido la mejor arma de quienes niegan su existencia; porque antes, ¿quién se habría atrevido a decir, por ejemplo, que «el presidente es un mandilón y un ignorante» o que «el Jefe de Gobierno del Distrito Federal es un protector de corruptos»? La respuesta es: nadie (o casi nadie, por lo menos). Ahora, en cambio, sí hay un cambio. Y es el cambio que no sólo les permite expresarse públicamente con frases como las citadas, sino con muchas otras mayormente ofensivas, crueles y despiadadas.

Me parece que la paradoja tiene una interpretación adicional, ya que de ella, de la libertad de expresión, se puede decir que es algo tan grande, que no cabe en los cerebros estrechos. Por tanto, el excedente se desborda convertido en algo que es evidentemente nauseabundo.

Aparte de la política, también ocurren otras cosas…