A principios de 1969 recibí una llamada telefónica de Sergio Peña.
—Oye, Che’pirito —me dijo con ese acento cubano que conservó toda la vida—: necesito verte con urgencia.
—¿Cuándo y dónde? —le pregunté sin más ni más.
—Dentro de cinco minuto’, aquí en la instalacione’ del Canal 8. ¿Tú sabe’ dónde están?
Sí sabía dónde estaban dichas instalaciones, pues había sido extensamente publicado que Televisión Independiente de México había adquirido los Estudios San Angelín para adaptar sus foros cinematográficos a foros de TV; y me sería fácil llegar a dicho lugar. Lo que no resultaba tan fácil era aquello de que pudiera yo llegar en cinco minutos, como me había pedido.
—Bueno, chico —dijo con una sonrisa—, tómate el tiempo que necesite’; yo no vo’ a salir de aquí, mi socio.
Así pues, acudí a la cita con la mayor prontitud posible. Ahí Sergio me comunicó que él estaba contratado para encargarse de buena parte de lo que habría de ser la programación del nuevo Canal 8, añadiendo que, por supuesto, yo debía ser un elemento muy importante de su equipo. Y yo me apresuré a aceptar, sin tomarme la molestia de averiguar cuáles serían las condiciones (que seguramente serían las mejores posibles, ya que estaba Sergio Peña de por medio).
Lo primero que me encargó fue que escribiera una serie humorística en la que el protagonista fuera uno de esos tipos que se meten en todo para defender a los más necesitados. Entonces escribí el primer capítulo de una serie a la que puse por título El Ciudadano. El guión recibió las mejores críticas (entre ellas la de don Aurelio Flores Isita, director general de Canal 8) y me pidieron que escribiera un diálogo breve, basado en el mismo personaje, de no más de tres minutos de duración. Lo hice rápidamente, y al entregarlo pregunté que cuál era el destino de algo tan breve. Me respondieron que serviría para hacer un casting. (Sólo a partir de ese momento supe que el mentado anglicismo significaba algo así como «prueba de actuación»). Entonces, al saber que convocarían a varios actores para probar quién sería el más adecuado para interpretar al personaje, yo pedí que me incluyeran entre los que harían dicho casting. Todos los que hicimos la prueba interpretábamos el papel del Ciudadano, contando (también todos) con el auxilio de Rubén Aguirre como contraparte, de tal modo que ahora puedo decir que aquella fue la primera ocasión en que Rubén y yo actuamos juntos. Entre los aspirantes al papel hubo lo mismo actores conocidos que desconocidos, mientras que el análisis y el juicio correspondientes estuvieron a cargo de varios ejecutivos de Televisión Independiente de México, los cuales determinaron que el elegido sería yo. Esto era como dar un brinco superior a los de un campeón mundial de salto de altura; y creo que eso fue precisamente lo que hice cuando me informaron al respecto: pegué un brinco de júbilo, que si no rompió el récord de altura, sí rompió el de felicidad.
Y muy poco después ya me encontraba en el foro grabando la serie, el primero de cuyos capítulos sería aquel que había escrito como prueba. En ese capítulo, por cierto, el papel estelar femenino corrió a cargo de una famosa y excelente actriz de cine, Anabel Gutiérrez, que muchos años después pasaría a tener un lugar fijo en mis programas como la simpatiquísima mamá de la Chimoltrufia. Se grabarían después otros 12 programas, hasta completar un bloque de 13, los necesarios para cubrir un ciclo de tres meses. El título definitivo del programa, me dijeron, debía completarse con un apellido del Ciudadano, y como dejaron la elección a mi cargo, le puse mi propio apellido (que resultaba adecuado para la idiosincrasia del personaje). El título completo fue, por lo tanto, El Ciudadano Gómez.
La serie contó con un ingrediente más; un ingrediente que yo compararía con un aderezo de óptima calidad: me refiero a la inclusión de ese genio de la canción vernácula que se llamó Chava Flores (que se sigue llamando, diría yo, pues sus canciones prevalecen en todos los ámbitos, conformando un nicho de inmortalidad para el incomparable Chava).
Como bien se recuerda, el gran compositor era además un excelente intérprete, cualidad que aprovechábamos para que Chava apareciera en todos los programas, encarnando diferentes personajes que resultaban ser algo así como el «juglar» que enriquecía el desarrollo de cada capítulo con canciones alusivas a la trama. Estas intervenciones remataban cada uno de los bloques en que se dividía el programa, cuyo tema musical era precisamente «Sábado, Distrito Federal», una de las canciones más famosas del célebre compositor. Por si fuera poco, Chava resultó ser un excelente y simpatiquísimo actor.
La serie prometía, por lo tanto, convertirse en un éxito. Entonces sucedió algo que pude haber considerado como un elogio pero que, a pesar de ello, terminó por poner un obstáculo en mi camino.
—El Ciudadano Gómez es excelente —me dijeron— y por lo tanto vamos a guardar la serie para proyectarla en el momento oportuno.
—¿Y cuál será ese momento oportuno? —pregunté yo con una buena dosis de desconcierto.
—Cuando funcione como arma de contraataque.
—¿Como arma de contraqué?
—Taque.
—¡Chanfle!
—Es que, mira —me explicaron—: Telesistema Mexicano, que es la competencia, va a responder con sus mejores armas para combatir la presencia de Canal 8 y nosotros responderemos con esa arma formidable que es El Ciudadano Gómez.
Dicho de esa manera, resultaba inobjetable que aquello era un elogio. De lo que no estaba yo muy seguro era de que fuera además una atinada estratagema. Y nunca llegué a saber si lo era, pues diversas circunstancias se aglutinaron para impedir que llegara a ser necesario el uso de la supuesta estratagema.
• • •
Mientras tanto, también me encargaron la elaboración de un guión para todo el programa de inauguración del Canal 8, el cual habría de tener una duración de muchas horas. Yo escribí presentaciones de números musicales, introducción de secciones, sketches, diálogos y todo lo que hizo falta. Y creo que el programa salió muy bien.
A partir de entonces las pantallas de televisión tuvieron un ingrediente más: el que representaba la programación del Canal 8, la cual incluía algunas series importadas, como La Lucha en Patines que alcanzó cierta notoriedad, pero que pronto pasó a formar parte del sector en que siempre debió haber estado: el de programas de relleno. También hubo series originales, grabadas en las instalaciones de San Ángel, que alcanzaron una buena calidad. Y claro: también comenzó la competencia que representaba la elaboración de telenovelas, entre las cuales destacó Los Hermanos Coraje, que incluyó muchas escenas grabadas en un pueblo tipo tejano, expresamente construido en terrenos de los propios estudios.
Simultáneamente se me presentó la oportunidad de compartir nuevamente un escenario con el gran Chava Flores; y esta vez con un añadido sensacional: la actuación de don Hermenegildo Torres, creador y presidente vitalicio del célebre PUP (Partido Único de Pendejos). El hombre era constantemente solicitado para dictar sus estupendas y originales conferencias, las cuales habían sido ya grabadas en discos que se vendían como pan caliente.
Esta vez se trataba de hacer una sola emisión con comentarios acerca de la inmediata elección presidencial en Estados Unidos y los comentaristas seríamos Chava Flore, don Hermenegildo Torres y yo, hablando cada quien por cuenta propia y de manera improvisada. Estas condiciones propiciaron, por supuesto, que mis dos compañeros se lucieran mucho más que yo, pero también provocó que yo me divirtiera mucho más que mis dos compañeros.
No obstante, poco después volví a quedar sin empleo. Y entonces, sin empleo y sin reserva económica me fui de paseo a Europa.