LAS ELECCIONES DE 1936
El segundo Consejo Nacional de Falange Española se reunió en Madrid en noviembre de 1935. Se discutieron en él numerosas cuestiones de táctica y de doctrina, pero el problema fundamental era el del papel del partido en las próximas elecciones que deberían celebrarse en el curso del invierno. Se hablaba mucho de la creación de un Frente Nacional de todas las derechas para combatir al Frente Popular que las izquierdas estaban preparando.
La Falange ¿debía unirse a aquella agrupación de conservadores y de reaccionarios? José Antonio formuló dicha pregunta a cada uno de los consejeros. No podían limitarse a ignorar las elecciones simplemente por el hecho de que el partido se encontrara prácticamente aislado y, como siempre, con sus cajas vacías. Parecía, pues, necesario establecer algún contacto. Nadie podía imaginar que las elecciones iban a ser el preludio de la guerra civil; generalmente se creía que iban a configurar la situación política durante los próximos años.
José Antonio y Ruiz de Alda eran partidarios de una participación en el Frente Nacional, basada en una absoluta igualdad entre todas las organizaciones participantes en él mismo y siempre que éste estuviese encaminado a la salvación de la integridad de la patria, sin ulteriores consecuencias políticas. Los consejeros estaban sumamente divididos entre sí sobre si la Falange debía o no participar en el Frente. Al final se impuso José Antonio y se decidió la participación sobre las bases previamente establecidas[292].
La derecha tenía muy pocos deseos de incluir a la Falange en sus candidaturas; la Falange carecía de fuerza electoral y su presencia podía asustar a muchos conservadores. Cuando en las Cortes José Antonio condenó la vergonzosa explotación de los trabajadores agrícolas y afirmó que según el actual ritmo de transferencias y amortizaciones, España tardaría ciento sesenta años en realizar su reforma agraria (lo cual muy bien podría haber sido cierto), ABC y con él toda la derecha le acusó de «bolchevique[293]».
José Antonio replicó a su vez:
El bolchevismo es en la raíz una actitud materialista ante el mundo;… llega al bolchevismo quien parte de una interpretación puramente económica de la Historia. De donde el antibolchevismo es, cabalmente, la posición que contempla al mundo bajo el signo de lo espiritual…Los que hoy… sacrificamos comodidades y ventajas para lograr un reajuste del mundo, sin que naufrague lo espiritual, somos la negación del bolchevismo… En cambio, los que se aferran al goce sin término de opulencias gratuitas, los que reputan más y más urgentemente la satisfacción de sus últimas superfluidades que el socorro del hambre de un pueblo, ésos, intérpretes materialistas del mundo, son los verdaderos bolcheviques. Y con un bolchevismo de espantoso refinamiento: el bolchevismo de los privilegiados[294].
Durante el otoño, José Antonio se ganó la enemistad de los políticos cedo-radicales con su actitud frente a los escándalos financieros que desprestigiaron al gobierno burgués de España. Se descubrió que ciertos políticos del partido radical (entre los que se incluía el hijo adoptivo de Lerroux) estaban complicados en la explotación en monopolio de un aparato de juego denominado «straperlo», mientras por otra parte una compañía de navegación del África occidental resultó que estaba recibiendo sumas enormes del gobierno en pago de unos servicios de poca importancia prestados en Ifni y otras colonias[295]. José Antonio estaba encantado al ver al gobierno cogido con las manos en la masa. Se divirtió reuniendo todas las pruebas acusatorias, las expuso en las Cortes y retó a los moderados a que diesen su honrado veredicto sobre la conducta del gobierno. Públicamente pidió a Gil Robles que se desolidarizase de la pandilla de Lerroux, si realmente quería salvar su honor y el de la nación. El embajador norteamericano recogió la escena final de este escándalo en las Cortes del modo siguiente:
Cerca de las seis de la mañana se efectuó la votación. Lerroux fue absuelto de toda culpa mientras un oscuro secretario suyo era condenado… Pero apenas se anunció el resultado, una voz chillona gritó desde la tribuna diplomática casi desierta:
¡Viva el Straperlo!
Los diputados lanzaban furiosas miradas sobre José (Antonio) Primo de Rivera, quien, con cara de niño travieso, sonreía maliciosamente a sus mayores. Los diputados, con los semblantes ceñudos y airados, fueron saliendo hacia la calle desierta[296].
Aunque sabía el poco aprecio que aquel partido le profesaba, en diciembre José Antonio inició las negociaciones para llegar a un compromiso electoral con la CEDA. Los primeros contactos parecieron prometedores. Durante el año anterior, el SEU había logrado establecer un acuerdo bastante satisfactorio sobre las elecciones universitarias con la asociación de los estudiantes católicos[297].
Además, en diciembre, los promotores de los Sindicatos Libres realizaron grandes esfuerzos para incorporar a las CONS en un amplio frente de sindicatos de trabajadores antimarxistas[298]. Se habló incluso de que concederían a la Falange veinte puestos en las candidaturas derechistas, aunque esto parecía demasiado bonito para ser verdad. Muchos de los dirigentes provinciales inicialmente designados empezaron a preparar sus candidaturas, aunque no se requirió mucho tiempo para que su optimismo se desvaneciese.
La situación cambió radicalmente cuando José Antonio empezó a tratar las cuestiones prácticas con Gil Robles. Éste le dijo al líder falangistas que no era lógico que la Falange, que se había declarado antiparlamentaria, exigiese una representación tan importante en una candidatura parlamentaria; en cambio —afirmaba Gil Robles—, un grupo moderado como la CEDA, comprometido a respetar las normas parlamentarias, debía contar con una representación parlamentaria lo más amplia posible[299]. José Antonio, aun reconociendo lo lógico de este razonamiento, replicó que difícilmente aceptarían sus seguidores un sólo puesto en tres o cuatro candidaturas de provincias, sobre todo si el Frente de Derechas persistía en rechazar las condiciones moderadas y libres de todo partidismo que él deseaba establecer. Con gran sentimiento de algunos falangistas, José Antonio renunció a las limitadas concesiones ofrecidas por la derecha[300]. Cederles sólo dos o tres puestos era un insulto a los dirigentes del partido y la aceptación de una representación tan exigua era algo que los militantes de la base nunca hubiesen comprendido. La Falange tendría que ir sola a las elecciones.
Aunque José Antonio consideraba las elecciones como un «baile de máscaras», la Falange había empezado a preparar candidaturas. El 15 de octubre, es decir, antes del Consejo Nacional, había comenzado la distribución de instrucciones y de material para una «campaña de penetración y de propaganda». Se presentaron candidaturas en Madrid y en otras dieciocho provincias donde existía una remota posibilidad de que resultara elegido un candidato falangista. José Antonio se presentó en la capital y en otras seis regiones; entre los restantes candidatos para una o varias provincias figuraban Onésimo Redondo, Julio Ruiz de Alda, Raimundo Fernández Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, Manuel Hedilla (Jefe provincial de Santander), José Sainz (jefe provincial de Toledo), Sancho Dávila (jefe territorial de Andalucía) y Jesús Muro (jefe territorial del Alto Aragón[301]), El partido tropezaba con grandes dificultades, incluso para conseguir la inscripción de sus candidatos, debido a la obstrucción de los conservadores[302]. En Burgos, José Antonio tuvo que impedir que los dirigentes locales establecieran una candidatura conjunta con elementos derechistas adinerados[303].
En su propaganda electoral, la Falange preconizaba la reforma agraria, la promoción de la industria local y el pleno empleo. En Santander, José Antonio prometió que si la Falange llegaba al poder, nacionalizaría los servicios del crédito en el plazo de quince días[304]. En otra ocasión se dice que en un momento de exaltación llegó a afirmar que uno de los primeros actos de gobierno de la Falange sería colgar al contrabandista multimillonario Juan March[305].
El aspecto más llamativo de la propaganda falangista era su ridiculización del carácter negativo del Frente Nacional, que «suponía que la unión de varios enanos bastaba para formar un gigante[306]». Las hojas de Falange afirmaban que «los partidos (del Frente Nacional) sólo se agrupaban por temor al enemigo común; no veían que frente a una fe agresiva hay que oponer otra fe combatiente y activa, no un designio inerte de resistencia[307]». «No basta con venir cantando himnos». Y en Cáceres exclamó José Antonio: «Menos “Abajo esto”, “Contra lo otro” y más “Arriba España”». Y solía afirmar que el viejo grito de combate español no era «Abajo los moros», sino «¡Santiago y cierra España!»[308].
Las elecciones fueron organizadas por un gobierno de transición presidido por el dirigente moderado Pórtela Valladares. El presidente de la República Alcalá Zamora había elegido personalmente a Pórtela para tratar de organizar una tercera fuerza política durante la campaña electoral; creía que semejante fuerza podría evitar que la República cayera en uno de los extremismos de derecha o de izquierda. Pórtela no tuvo el menor éxito en esta empresa. Era demasiado tarde para superar la polarización que se había producido en la política española[309].
A medida que se aproximaba la fecha de las elecciones, los conservadores se mostraban cada vez más enojados con la Falange. La derecha afirmaba que el único resultado de la obstinación de la Falange en presentar sus propios candidatos sería una disminución de votos de las listas conservadoras que favorecería a las izquierdas. Lo único que estimulaba el interés de la Falange en presentar una candidatura en Madrid era la campaña de prensa que invitaba al partido a retirarse. ABC halagaba a los falangistas afirmando que sus militares valían mil veces más que los tímidos jóvenes conservadores, pero les pedía que abandonaran el terreno electoral, puesto que su ideología era antiparlamentaria:
Falange Española no está en condiciones de aspirar a que los cuatro candidatos que presentan (en Madrid) obtengan el acta. Sin embargo, persistir en la lucha representa un evidente quebranto, no ya del cuerpo de sufragios en favor de las candidaturas de las derechas unidas, sino de la fuerza espiritual con que puede presentarse después de las elecciones ante la opinión Falange Española[310].
A finales de enero una interminable procesión de damas de la sociedad y de personalidades de relieve habían desfilado por el despacho de José Antonio para pedirle que la Falange se retirase de la contienda.
Durante su campaña de reelección en Cádiz, el jefe de la Falange fue acogido fríamente por sus antiguos colegas derechistas. José Antonio hubiese deseado renovar la alianza independiente establecida en 1933, pero esta vez los conservadores no querían saber nada con él. Los caciques locales le acusaron de no haber defendido eficazmente sus intereses en Madrid, porque no había ejercido la influencia necesaria para promover la creación de cierta refinería de azúcar y la aprobación de una nueva legislación sobre alcoholes, que hubiesen favorecido mucho su región. José Antonio no había sido un buen representante suyo. En Andalucía la Falange se encontraba sin fondos y sin esperanzas[311].
Pese a la desesperada presión y a la campaña de desprestigio de las derechas, el partido mantuvo sus candidaturas electorales y su independencia. Los únicos pactos establecidos durante la campaña fueron ciertos acuerdos de carácter local, en virtud de los cuales la Falange secundaría al Ejército con sus milicias si las izquierdas ganaban las elecciones y aquél proclamaba el estado de guerra. En su último gran discurso de la campaña electoral, José Antonio advirtió: «Si el resultado de los escrutinios es contrario, peligrosamente contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas las actas de escrutinio al último lugar del menosprecio[312]».
Grandes carteles de propaganda electoral con el semblante pontifical de Gil Robles llenaban las principales ciudades españolas el día 16 de febrero de 1936, cuando se celebraron las elecciones. Pero a pesar de todo el dinero que se gastó el bloque de derechas, las izquierdas obtuvieron una victoria clara, aunque no fuese aplastante numéricamente. Los políticos conservadores, atemorizados, intentaron convencer a Franco y a otros destacados generales para que declarasen la ley marcial, pero Franco se negó a hacerlo[313].
La Falange obtuvo menos de 5000 votos en Madrid y cerca de 4000 en Valladolid, es decir el 1,19 y el 4 por 100, respectivamente, del censo electoral. En su intento de reelección en Cádiz, José Antonio sólo obtuvo 6965 votos. En su totalidad el partido reunió algo más de 40 000 votos[314]. No resultó elegido ni un solo falangista y José Antonio se vio reducido a la condición de simple ciudadano.
La victoria del Frente Popular produjo un verdadero shock en todas las fuerzas no izquierdistas, incluso en la Falange. En diciembre José Antonio había predicho un ligero margen favorable al Frente Popular, pero ahora se veía sorprendido por la amplitud de la victoria izquierdista[315]. Desde las páginas de Arriba procuró tranquilizar a sus partidarios. Su primera reacción consistió en animar a los militantes declarando, que el partido podía contar con una masa de cien mil seguidores si a los votos obtenidos se añadían el número de simpatizantes de menos de veintiún años. Parecía temer los efectos de otra temporada en la soledad del desierto.
No obstante, para la Falange las perspectivas no eran tan negras. Las predicciones conservadoras sobre el resultado de unas elecciones libres habían fallado por completo, y Manuel Azaña volvió al poder, tal como lo había vaticinado José Antonio. Fracasados los procedimientos moderados, los grupos antiliberales sólo podían pensar en arrancar el control de manos de la izquierda y el centro-izquierda recurriendo a métodos radicales.
La reacción general entre los militantes falangistas era de euforia. Durante dos años y medio el movimiento nacional sindicalista se había visto frenado por la fuerte mano de la derecha dominante. Se le habían negado a la Falange apoyos y dinero porque habían prevalecido los métodos de la CEDA. Ahora que la política de moderación, de compromiso y parlamentarismo de Gil Robles y de Herrera se había desacreditado las derechas no tenían la menor posibilidad inmediata en las Cortes[316]. Los jóvenes falangistas más peleones creían que su hora había llegado. Como escribió el jefe local de Sevilla.
Después de las elecciones de febrero tenía una fe absoluta en el triunfo de la Falange, porque dábamos por fracasados y eliminadas a las derechas, que eran nuestro más difícil enemigo. Su fracaso constituía para nosotros un avance fabuloso y la herencia de la mayor parte de sus mejores juventudes. Por si ello fuera poco, teníamos una seguridad absoluta del fracaso del Frente Popular, por su desorganización interna y por su postura antinacional, en contra, abiertamente, del sentido de una gran masa de españoles. Nuestra tarea consistía simplemente en ampliar nuestra base obrera[317].
Algunos izquierdistas se lamentaban de que los jóvenes falangistas, que no habían logrado la elección de uno solo de los suyos, se comportaban como si realmente hubiesen ganado.
Por su parte, José Antonio no se mostraba tan confiado como sus jóvenes seguidores. Tenía momentos de esperanza y de optimismo, pero sabía que la derrota de la derecha ortodoxa no contribuiría a mejorar el futuro de la Falange. Las elecciones no habían cambiado la estructura básica de su partido; en todo caso, habían contribuido a subrayar su aislamiento y su falta de apoyos. Además, ahora comprendía mejor y temía aún más el creciente abismo que separaba la izquierda de la derecha. Sabía que la derecha, momentáneamente batida, haría un gran esfuerzo para recuperar sus posiciones. Y si los métodos moderados de Gil Robles eran abandonados en favor del extremismo de Calvo Sotelo, no estaba nada claro que la Falange saliera ganando con el cambio. Los falangistas siempre habían proclamado la ineficacia de la táctica parlamentaria y predicado la revolución nacionalsindicalista. Pero como no existía necesariamente una relación entre ambas ideas, la derecha podía aceptar la primera de ellas sin admitir la segunda. Ya desde la fundación misma del partido, la derecha se había esforzado en captar a los falangistas como tropas de choque de la reacción; ante la nueva situación política española, esta tentación no hacía sino aumentar.
En 1936 José Antonio creía que, atrincherados en sus posiciones, los conservadores podían resultar más peligrosos aún para la falange que la izquierda promarxista. Indicó a los editorialistas del Arriba que concentraran su fuego sobre las derechas desacreditadas y tratasen bien a los líderes liberales del Frente Popular. José Antonio quería que sus partidarios no olvidaran quiénes eran los verdaderos responsables de la peligrosa situación porque España atravesaba. Sugería que debía concedérsele a Azaña una última oportunidad para llevar a cabo la revolución nacional de carácter liberal. Cuatro meses antes había escrito lo siguiente:
Será inútil buscar precedentes de una torpeza mayor que la lucida por las derechas españolas… Azaña está a la vista… Azaña volverá a tener en sus manos la ocasión cesárea de realizar, aún contra los gritos de la masa, el destino revolucionario que le habrá elegido dos veces[318].
Al día siguiente al de las elecciones, Arriba declaraba que «España ya no puede eludir el cumplimiento de su revolución nacional». José Antonio afirmó que, por lo menos, el sufragio universal había logrado unas cuantas cosas deseables; había repudiado el bienio negro conservador, puesto freno al separatismo vasco y estimulado a los elementos «menos frenéticos» de la izquierda. Y reiteraba algunas de las afirmaciones más valientes de sus discursos electorales:
En lo más profundo de nuestro ser alienta cierta simpatía por mucha gente de izquierda, que han llegado al odio por idéntico camino que nos ha llevado a nosotros al amor: la crítica de esta triste, mediocre, miserable y melancólica España[319].
[…]
Esto de ahora es peligroso, pero está tenso y vivo: puede acabar en catástrofe, pero puede acabar en acierto[320].
El 21 de febrero, en una circular dirigida a todos los jefes territoriales provinciales de España, José Antonio les comunicaba las siguientes instrucciones:
Los jefes cuidarán de que por nadie se adopte actitud alguna de hostilidad hacia el nuevo gobierno, ni de solidaridad con las fuerzas derechistas derrotadas…
Nuestros militantes desoirán terminantemente todo requerimiento para tomar parte en conspiraciones, proyectos de golpe de Estado, alianzas de fuerzas «de orden» y demás cosas de análoga naturaleza[321].
A todos los nuevos afiliados se les exigiría un determinado período de prueba antes de ocupar ningún puesto de mando en el partido. Ahora más que nunca no debía permitirse que cualquiera pudiera abrirse fácilmente camino dentro de la Falange.
José Antonio seguía manteniendo su desconfianza hacia los militares conspiradores y no fue invitado a las primeras conversaciones preparatorias que algunos oficiales celebraron en Madrid. También deseaba evitar el verse envuelto en una revuelta dirigida por la UME o por generales intrigantes. Aun cuando se mantenía en contacto con esos grupos, procuraba conservar las manos libres para cualquier maniobra de otro tipo[322].
El objetivo fundamental de la Falange después de las elecciones era el mismo que Ramiro Ledesma en 1931: nacionalizar las aspiraciones revolucionarias de la izquierda española. José Antonio insistió en que los líderes falangistas debían esforzarse en atraerse a los disidentes de la CNT y del partido socialista[323]. En los meses siguientes se logró atraer a alguno de los sectores más inquietos de la CNT andaluza, pero José Antonio tenía un plan mucho más ambicioso.
De todos los dirigentes de la izquierda española, por quien sentía mayor admiración era por Indalecio Prieto. José Antonio le respetaba por su capacidad política, sus conocimientos económicos, su moderación, su resistencia a dejarse arrastrar por el radicalismo antinacional de los socialistas de izquierda y su gran generosidad personal. Siempre se había lamentado de no poder atraer a hombres como Prieto a la Falange. Reconocía plenamente la importancia de poder contar con un líder de origen obrero, al frente de una revolución nacionalista. Así pues, José Antonio se decidió a realizar un nuevo esfuerzo para llegar a un entendimiento con Prieto.
A través de amigos mutuos, el jefe de la Falange estableció contacto con Juan Negrín, miembro del sector «prietista» del partido socialista y le manifestó su interés en unir la Falange con los elementos socialistas moderados y de mentalidad nacional. José Antonio llegó a sugerir la posibilidad de que Prieto asumiera la jefatura de una Falange Socialista, en la que él mismo aceptaría un puesto secundario. Una organización de este tipo podría aspirar a atraerse a los «treintistas» y a todos los elementos antimarxistas y no-internacionalistas de la CNT.
Pero Prieto rechazó toda negociación; ya antes había adoptado una actitud opuesta a cualquier trato con la Falange. Además, después de la victoria del Frente Popular, el sector radical de Largo Caballero hacía la posición del propio Prieto en el partido resultase muy insegura y careciese, por tanto, de la menor posibilidad de maniobra. Las proposiciones de José Antonio fueron, pues, rechazadas[324].
El fracaso de este plan demostró la imposibilidad de realizar una apertura de la Falange hacia la izquierda. Dada la distribución de las fuerzas en la política española, era natural que la débil e insignificante Falange se deslizase peligrosamente hacia la derecha. Ello dependía también del vigor de la derecha en su contraataque.
Durante las semanas que siguieron a las elecciones, la Falange creció considerablemente. Los «japistas» más inquietos y descontentos se pasaron al nacionalsindicalismo. Los jóvenes derechistas, ávidos de acción, se sentían atraídos por el grupo más dinámico y famoso de todos los que no formaban el Frente Popular. Aunque no se conocen las cifras, es probable que el número de afiliados a Falange doblase en pocos meses.
Durante marzo y abril se produjo el inevitable viraje de la Falange hacia la derecha. A medida que crecían sus efectivos, los conservadores volvieron a aportarle su ayuda económica. La polarización de las fuerzas políticas en dos bandos se tradujo en un incremento de las peleas callejeras y de los actos de violencia. La Falange tenía que constituir la avanzadilla de combate de las fuerzas no-izquierdistas; al fin y al cabo, para esto la pagaban los conservadores.
Poco después de las elecciones, Pórtela Valladares citó a José Antonio a su despacho oficial de la Puerta del Sol. El jefe del gobierno, ya dimisionario, informó al jefe de la Falange de que la izquierda estaba comportándose con bastante corrección y que, por lo tanto, los falangistas serían considerados como responsables de cualquier violencia que ocurriese en el país. José Antonio le contestó que lo que realmente necesitaba eran armas para proteger a los falangistas contra los izquierdistas[325].
El jefe estaba muy desalentado ante la progresiva deteriorización de la vida política y económica de España. En un ambiente tan turbulento, resultaba imposible realizar cualquier labor constructiva aun en el caso de que se presentase la oportunidad para ello. Las juventudes socialistas estaban a punto de unirse con las juventudes comunistas, y las milicias izquierdistas estaban convencidas de que había llegado su hora. Consideraban a la Falange como el arma más peligrosa de las fuerzas de la reacción y no estaban dispuestas a permitir que se robusteciera.
No se manifestaba ningún derecho serio decrecimiento de la violencia callejera que venía constituyendo una verdadera plaga en la radical división política española desde el invierno de 1934. La ronda infernal empezó a girar más rápidamente y el número de muertos de la Falange sobrepasó los veinte, y luego los treinta, con las correspondientes pérdidas por parte de las izquierdas. El partido adoptó la táctica de contratar a pistoleros asalariados, por lo menos en Madrid, para proteger a sus dirigentes y llevar a cabo sus raids de represalias[326]. Tanto las milicias de Falange como sus rivales izquierdistas adquirieron pronto el carácter de bandas armadas. El 1 de marzo de 1936, para reforzar los efectivos del partido, José Antonio ordenó que todos los miembros del SEU se incorporasen en la milicia de Falange[327].
Sin embargo, José Antonio no deseaba contribuir de un modo irresponsable a aumentar el desorden reinante en España. En el plazo de tres semanas fueron asesinados por los izquierdistas cuatro falangistas, y a pesar de ello todavía el jefe nacional se resistió a autorizar represalias directas. Cuando mataron a un quinto falangista el jefe local de Sevilla tomó la iniciativa de una serie de atentados contra destacadas personalidades izquierdistas[328].
Ante este estado de cosas, el nuevo jefe del gobierno, que apreciaba a José Antonio, temió que se cometieran nuevos atentados contra la vida del líder de la Falange y le envió a decir por un amigo común que los comunistas y los socialistas se proponían eliminarle. El Jefe replicó con arrogancia que no era su vida sino la de Azaña la que corría peligro, porque si le ocurría algo a él los activistas de la Falange se vengarían en la persona del jefe del gobierno[329].
Quince días más tarde empeoró la situación escapando a todo control. Los activistas del SEU decidieron realizar un golpe audaz contra la izquierda. El 11 de marzo un grupo armado trató de asesinar al eminente catedrático de Derecho socialista Jiménez de Asúa. Erraron el blanco, pero mataron a sus guardaespaldas[330].
Mientras aumentaba de día en día la oleada de violencias, el débil gobierno liberal quiso tomar las riendas de la situación disolviendo la Falange, considerada como una de las principales causas del desorden. El 14 de marzo de 1936 Falange Española de las JONS fue declarada fuera de la ley. Todos los miembros de su Junta Política que pudieron ser localizados en Madrid fueron detenidos y encerrados en la Cárcel Modelo[331]. Sólo uno o dos de ellos consiguieron escapar.