POESÍA Y TERRORISMO
Cuando José Antonio hablaba en la Comedia de «un movimiento poético», no era simplemente para hacer una frase, sino que estaba decidido a proporcionar a la Falange un estilo literario y estético. Desde la creación del primer semanario oficial del movimiento, FE, en diciembre de 1933, José Antonio pareció más preocupado por encontrar el tono más adecuado al órgano de su partido que por los urgentes problemas de carácter práctico, y en los turbulentos años posteriores jamás abandonó esta preocupación estética[130].
Sus más inmediatos colaboradores eran amigos personales suyos y escritores de segunda fila más que verdaderos sindicalistas. Uno de los activistas los ridiculizaba calificándoles de la «corte de poetas y de literatos» de José Antonio[131]. Pero éste permanecía indiferente a tales críticas, y en 1934 y 1935 su tertulia de «La ballena alegre» —café literario de Madrid— siguió estando muy concurrida. Uno de sus principales animadores era Rafael Sánchez Mazas, periodista algo poeta de Bilbao, que se convirtió en «el proveedor de retórica de la Falange[132]». Otros jóvenes poetas que frecuentaban el círculo eran José María Alfaro, Agustín de Foxá, Samuel Ros y Dionisio Ridruejo.
El interés de José Antonio por cultivar una concepción estética de la política no era algo insólito como pudiera creerse. Todos los ideólogos nacionalsindicalistas habían tributado su homenaje a Unamuno, Ortega, Ángel Ganivet y Pío Baroja, a los que consideraban como sus «precursores» entre los de la «generación del noventa y ocho[133]».
El propio Ledesma había soñado durante algún tiempo en atraer a hombres de esta clase. Y acaso José Antonio tenía tanto empeño en conseguir la adhesión de los intelectuales españoles debido a los desaires que tuvo que soportar de ellos. En 1934 escribió una carta a Ortega y Gasset, creyendo que tal vez el filósofo estaría bien impresionado por el tono intelectual de la Falange, pero no lo estaba. Unamuno tuvo al principio una mejor disposición hacia la Falange que Ortega, aun cuando había condenado a las primitivas JONS; en marzo de 1935, con ocasión de un mitin en Salamanca, recibió a José Antonio en su propia casa. Sin embargo, pronto cambió de opinión y acusó al partido de contribuir a la «desmentalización» de la juventud[134]. Al final, José Antonio se vio obligado a combatir el desdén de los principales intelectuales españoles en su «Homenaje y reproche a Ortega y Gasset» y en otros escritos. El fracaso de su intento de captarse a hombres de la categoría de Ortega acrecentó su deseo de crear una nueva intelectualidad en torno del nacionalsindicalismo.
Todos los miembros del grupo literario falangista eran castellanos (excepto el bilbaíno Sánchez-Mazas y el gallego Montes) y, como casi todos los escritores posteriores a la generación de 1898, pertenecían a la clase media[135]. Formados en las regiones más tradicionalistas de España, aportaron a la Falange un vocabulario de exaltación mística, de sacrificio y violencia, de misión nacional y de revolución apasionada, cuya mezcla era capaz de embriagar a la juventud. Desde el principio, fueron los estudiantes quienes respondieron con mayor fervor a la propaganda falangista; ellos fueron quienes hicieron de José Antonio su ídolo político, y los que aportaron el idealismo y los primeros mártires que infundieron espíritu y vigor al partido. Los estudiantes inscritos en la Falange nunca llegaron a constituir más que una insignificante minoría dentro del estudiantado de la nación, pero compensaban con su entusiasmo su escaso número.
En 1931 los sectores más fervientemente republicanos de la población española los constituían los estudiantes universitarios con mentalidad política y la intelectualidad. La Asociación de Estudiantes Católicos contaba normalmente con una mayoría de los estudiantes, muchos de los cuales procedían de familias de buena posición social[136]. Pero los estudiantes más dinámicos y enérgicos pertenecían a la Federación Universitaria Escolar (FUE), asociación estudiantil de este carácter socialistas liberal fundada en 1927 y que en 1931 llegó a constituir una auténtica fuerza política nacional. Las mediocres realizaciones del gobierno de Azaña desilusionaron a algunos jóvenes socialistas y en 1932 empezó a extenderse en las filas de la FUE un sentimiento de rebeldía.
Cuando en marzo de 1933 cerca de cuatrocientos estudiantes de bachillerato y universitarios de Madrid decidieron afiliarse a un sindicato de las JONS, se hizo evidente que la FUE ya no podría aspirar a seguir contando con la adhesión de todos los estudiantes laicos.
Del mismo modo que los estudiantes universitarios habían sido los primeros en dar su apoyo a La conquista del Estado, de Ledesma, fueron también los que formaron el núcleo activo del primer sindicato de Falange, el Sindicato Español Universitario (SEU). En realidad eran los mismos estudiantes. Matías Montero Rodríguez de Trujillo, que había redactado el primer escrito de apoyo recibido por Ramiro Ledesma[137], fue uno de los tres estudiantes que colaboraron con Ruiz de Alda en la redacción de los Estatutos del SEU[138].
La poesía falangista arrastró también a algunos de los estudiantes más decididos de las clases altas, que abandonaron la FUE[139]. Cuando a últimos de noviembre de 1933 se organizó el SEU, en seguida contó con numerosos miembros en Madrid y pronto ganó nuevos adeptos en las Universidades de provincias, principalmente en la de Sevilla. Su mayor enemigo era la FUE, al que se propuso destruir empleando toda clase de medios: ridiculizándola con propaganda y hasta mediante la provocación física. En una conferencia al SEU de Madrid, pronunciada pocos meses después, Ruiz de Alda manifestó: «Nuestro objetivo es la destrucción de la FUE, a la que tenemos que hacer desaparecer, bien absorbiéndola, dividiéndola o suprimiéndola… Y hay que arrastrar a la Asociación de Estudiantes Católicos a la lucha[140]». En la Universidad no podía haber neutrales.
Desde el principio, los nacionalsindicalistas habían hablado mucho de violencia. En el mitin de la Comedia, José Antonio habló de combatir a la izquierda con la «dialéctica de los puños y las pistolas» y Ruiz de Alda declaró que los izquierdistas serían tratados como a «enemigos en estado de guerra». José Antonio explicó que aunque la violencia tenía una importancia secundaria en el programa de la Falange, estaba plenamente justificada en su lugar y momento adecuados[141]. «La violencia no es censurable en sí misma», afirmaba, salvo «cuando se emplea contra la justicia[142]».
Los dirigentes falangistas tal vez creyeron que sus discursos no serían tomados en serio por las izquierdas, pero se equivocaron. Los socialistas estaban escocidos y preocupados después de haber perdido las elecciones en 1933; los marxistas se habían lanzado en plena violencia callejera durante la campaña electoral, y estaban dispuestos a seguir produciendo disturbios[143]. La izquierda, que había sacado poco provecho de su participación en la coalición gubernamental durante más de un año, temía una reacción de la derecha. Alemania había asistido al triunfo de los nazis durante el invierno anterior; Dollfuss se disponía a disolver a los socialistas austríacos y el régimen parlamentario francés se encontraba en plena descomposición: España parecía constituir la última esperanza del socialismo europeo. Los socialistas se habían podido permitir ignorar al «jonsismo» pero la Falange parecía algo más serio: era capaz de armar mucho ruido y al parecer disponía de cierto respaldo político y financiero. El manifiesto fundacional de la Falange tenía un carácter combativo y los socialistas se prepararon seriamente a la lucha[144]. En aquellos meses los periódicos de Madrid contenían numerosos anuncios haciendo publicidad de armas de fuego.
En cuanto apareció el primer número del semanario de Falange FE, los socialistas coaccionaron de tal modo a los vendedores de periódicos que el semanario desapareció prácticamente de los quioscos. Los estudiantes del SEU tuvieron que vocear y vender personalmente el periódico en las calles. Varías escuadras de activistas se encargaron de proteger a los vendedores dé los ataques de los izquierdistas y en cierta ocasión José Antonio y Ruiz de Alda participaron en la venta para animar a sus jóvenes Camaradas.
El primer derramamiento de sangre lo produjeron las izquierdas, en Daimiel, el 2 de noviembre de 1933: un jonsista, funcionario del Estado, fue muerto a puñaladas[145]. Un mes más tarde, Ruiz de Alda escapó a un atentado al pasar por Tudela, camino de Pamplona; su coche fue capturado e incendiado por un grupo de atacantes[146]; Durante la venta del quinto número de FE, el 11 de enero de 1934, se produjo una pelea en el curso de la cual fue muerto a tiros un joven de veintidós años, simpatizante de Falange[147]. Otros incidentes semejantes empezaron a producirse en las universidades de Sevilla y de Zaragoza, en las que el SEU era relativamente fuerte. Antes de finalizar el mes, otros cuatro falangistas fueron asesinados en diversos lugares del país[148].
En la Universidad de Madrid, la tensión fue en aumento, produciéndose ataques y contraataques por parte del SEU y de la FUE. Unos cuantos estudiantes empezaron a acudir a las clases con libros, previamente vaciados por dentro, en los que llevaban escondidas pistolas[149]. El 9 de febrero, Matías Montero, uno de los tres fundadores del SEU, fue muerto de cinco balazos cuando regresaba a su casa después de haber participado en la venta de FE[150]. Montero había sido uno de los más fervientes falangistas de Madrid y uno de los pocos que tenían una visión clara de las características ideológicas e históricas del nacionalismo español[151]. Tenía entonces veinte años y su entierro resultó muy emocionante[152].
Esta sucesión de atentados contra el naciente movimiento fascista sin respuesta, hicieron que algunos dieran a la Falange el sobrenombre de «Funeraria Española» y a su líder el de «Juan Simón el Enterrador[153]». Después de un ataque de unos pistoleros en el curso de un acto de propaganda electoral en Cádiz, sin represalias, ABC llegó a afirmar que el nuevo partido tenía más semejanza con el franciscanismo que con el fascismo[154]. Los conservadores y reaccionarios más o menos vinculados al partido exigieron que se adoptara una táctica más agresiva. La derecha española empezó a amenazar con retirar su apoyo económico a menos que las fuerzas del fascismo nacional estuviesen dispuestas a hacer una potente demostración.
La única respuesta de José Antonio al asesinato de Montero fue una nota facilitada a la prensa en la que afirmaba: «Por otra parte, Falange Española no se parece en nada a una organización de delincuentes ni piensa copiar los métodos de tales organizaciones, por muchos estímulos oficiosos que reciba». A su vez, ABC replicó: «La opinión pública española esperaba algo más que la enérgica protesta en los periódicos; unas represalias inmediatas… y nada.»[155].
Estas críticas no hicieron más que acentuar la repugnancia de José Antonio hacia los fanáticos conservadores. Su propia actitud respecto a la legitimidad de la violencia era bastante ambigua. Más tarde explicó que «la dialéctica de los puños y las pistolas» de que había hablado no era más que una metáfora retórica[156]. Aunque había afirmado en el primer número de FE que el fin justificaba los medios («La violencia suele ser lícita cuando se emplea por un ideal que la justifique»), se mostraba opuesto al empleo del terrorismo político por la Falange. Ello era debido, en parte, a su deseo de distinguirse de otros grupos antiizquierdistas, como los albiñanistas y los Sindicatos Libres, que empleaban pistoleros a sueldo. Personalmente, José Antonio aborrecía la idea de la violencia física indiscriminada. Cuando la policía hizo un registro en la sede de Falange, el 3 de enero de 1934, encontró veinte porras, pero ningún arma de fuego[157].
Sin embargo, los militantes de la Falange no se dejaban influir por estas delicadas consideraciones morales; como había afirmado uno de ellos, «los chicos primeramente afiliados eran más bien deportistas que catecúmenos[158]», Cuando ABC manifestó «su asombro, compartido por muchos, al comprobar el estado de indefensión en que FE dejaba a sus jóvenes animosos», los «animosos jóvenes» se mostraron de acuerdo[159]. Los activistas no estaban dispuestos a dejarse diezmar como si fuesen regimientos de infantería del siglo XVIII, y empezaba a manifestarse entre ellos un profundo desasosiego. Para apaciguarlos, José Antonio se vio obligado a autorizar las represalias, aunque nunca se asoció personalmente a su realización.
La acción directa era función específica de la milicia del partido, cuyo primer jefe fue el coronel Arredondo, oficial de mediana edad, retirado del Ejército con ocasión de la Ley Azaña de 1932. Antiguo «upetista» sin la menor idea del radicalismo propio del siglo XX, Arredondo quiso imponer a sus jóvenes una disciplina militar propia de un cuerpo de guardia prusiano. Los demás oficiales del partido, de una formación similar, resultaron no menos incapaces de sacar algún provecho del ardor combativo de los jóvenes falangistas. Al lado de Arredondo figuraban Alvargonzalez, coordinador de la labor de las provincia y el coronel Emilio Rodríguez. Tarduchy, que se dedicaba a la propaganda social; Tarduchy no hacía nada y Alvargonzalez dedicó todos sus esfuerzos a redactar circulares de una retórica grandilocuente, que le divertían enormemente. Así el caos amenazaba con imponerse en toda la organización provincial de la Falange[160].
Mediado el invierno, José Antonio empezó a lamentarse a Ruiz de Alda y a los demás colaboradores de que probablemente habían cometido una gran equivocación al fundar el movimiento en el clima imperante de reacción conservadora y de violencia izquierdista; decía que hubiese sido preferible esperar más y prepararse mejor. Ruiz de Alda se mostraba menos pesimista y aducía las cifras alentadoras de nuevos miembros inscritos en el partido[161]. Pero ambos sabían que el crecimiento inicial de la Falange respondía a una especie de moda y que su elevada concepción del movimiento no era compartida por la mayoría de sus miembros.
En estas circunstancias, José Antonio consideró como una solución la fusión con las JONS, a pesar de lo que él llamaba su «tosquedad[162]». El nacionalsindicalismo de Ledesma podría contribuir a neutralizar la influencia de los elementos «upetistas» y a vigorizar la Falange. Ledesma planteó inmediatamente la necesidad de reorganizar los cuadros de mandos del partido, desembarazándose de los viejos oficiales; no tardaría en decidirse que todos los dirigentes y miembros activos de la organización debían tener de dieciocho a cuarenta y cinco años de edad, aunque esta norma no tuviese inmediata aplicación.
José Antonio y Ledesma se proponían que el primer gran acto público del nuevo movimiento unificado constituyera la expresión de la solidaridad reinante en el partido. Para la celebración del mitin eligieron la ciudad de Valladolid, antiguo feudo de las JONS, que ahora ocupaba el segundo lugar de España en cuanto a fuerza numérica del partido. Además de contribuir a la divulgación de la Falange en provincias, el mitin en Valladolid serviría de compensación para Redondo, que había permanecido en la penumbra mientras los otros dirigentes establecían sus planes en Madrid.
El 14 de marzo de 1934, falangistas de todas las provincias del norte de España se trasladaron en autocares y camiones al Teatro Calderón de Valladolid. El grupo de Redondo había preparado muy bien el local; el mitin se inició en medio de una atmósfera electrizada, con una sala llena de emblemas y banderas de Falange, y cuando los cuatro líderes penetraron en el local fueron recibidos con el saludo fascista por más de tres mil asistentes entusiastas que llenaban el local[163].
José Antonio, como de costumbre, pronunció el principal discurso. Tras algunas alusiones retóricas al paisaje de Castilla (en un estilo que recordaba a Unamuno, a Azorín y a Machado), denunció a las derechas que,
… nos suponen reaccionarios porque tienen la vaga esperanza de que mientras ellos murmuran en los casinos y echan de menos privilegios que en parte se les han venido abajo, nosotros vamos a ser los guardias de Asalto de la reacción y vamos a sacarles las castañas del fuego y vamos a esforzarnos en poner sobre sus sillones a quienes cómodamente nos contemplan…
Luego se refirió a la preocupación manifestada por Redondo de que se acusara a la Falange de imitar ideologías extranjeras:
…lo que caracteriza este deseo nuestro, esta empresa nuestra, es la temperatura, es el espíritu, ¿qué nos importa el Estado corporativo; qué nos importa que se suprima él Parlamento, si esto es para seguir produciendo con otros órganos la misma juventud cauta, pálida, escurridiza y sonriente, incapaz de encenderse por el entusiasmo de la Patria y ni siquiera, digan lo que digan, por el de la religión?
Mucho cuidado con eso del Estado corporativo; mucho cuidado con todas estas cosas frías que os dirán muchos procurando que nos convirtamos en un partido más. Ya nos había denunciado ese peligro Onésimo Redondo. Nosotros no satisfacemos nuestras aspiraciones configurando de otra manera el Estado. Lo que queremos es devolver a España un optimismo, una fe en sí misma, una línea clara y enérgica de vida común[164].
A la salida del mitin se oyeron unos disparos en la calle, delante del teatro. La policía trató de contener a los falangistas dentro del local, mientras perseguía a los perturbadores, pero José Antonio y Ruiz de Alda, al frente de un grupo de militantes salió a combatir a los supuestos asaltantes. Aunque un estudiante falangista murió a consecuencia de las heridas recibidas en la pelea, el mitin constituyó un éxito definitivo y proporcionó una especie de bautismo de fuego al nuevo partido unificado[165].
En el camino de regreso a Madrid, José Antonio propuso que, en adelante, todos los falangistas adoptasen la fórmula familiar del tuteo para tratarse entre sí[166]. Él mismo era tratado frecuentemente por su patronímico de José Antonio y pronto fue conocido en todo el mundo político por su nombre de pila[167].
Durante el mes de marzo murieron en Madrid otros dos falangistas[168]. En el curso de la investigación que siguió al segundo asesinato, se cometió un atentado contra la vida de José Antonio. Cuando José Antonio conducía su coche por el centro de Madrid, fue lanzada una bomba contra su parabrisas, pero los ocupantes salieron ilesos. José Antonio bajó del vehículo y disparó su pistola contra los atacantes, que huían[169].
Era evidente que había que dar una réplica más eficaz a todos estos ataques. Un estudiante del SEU dirigió una carta a José Antonio diciendo que «si FE continuaba teniendo aquel tono intelectual y literario no valía la pena arriesgar la vida para venderlo[170]». José Antonio manifestó que no tenía intención de disminuir la calidad literaria del periódico, pero reconoció en privado que sería necesario imprimir una dirección más activa a la lucha en la calle.
Se encomendó esta tarea a Juan Antonio Ansaldo, experto conspirador político procedente de Renovación Española y que había ingresado en Falange en abril. No era tarea fácil el dirigir las represalia y los atentados de la Falange, porque los partidos situados en la zona más radical de la política española estaban minados por las intrigas y había innumerables agentes que trabajaban en varios campos a la vez. Ansaldo se vio traicionado tantas veces en los primeros «golpes» que planeó, que tuvo que adoptar el sistema de encerrar a todos los participantes juntos en una habitación durante el tiempo transcurrido entre la comunicación de las instrucciones y la realización del acto. Un traidor fue descubierto y ejecutado sumariamente. Ansaldo demostró ser un líder eficaz y el 10 de mayo sus unidades terroristas estaban perfectamente organizadas. El día de la Fiesta del Trabajo de 1934, en Madrid no se produjo ningún exceso por parte de los socialistas[171].
Sin embargo, la jornada del domingo 10 de junio estuvo marcada por una nueva explosión de violencia política que ocasionó víctimas en ambos bandos. Un falangista de dieciocho años fue muerto por un joven socialista durante una excursión a las afueras de Madrid y la escuadra de Ansaldo se dispuso a una pronta réplica. A última hora de la tarde, cuando un grupo de jóvenes socialistas que regresaban de la excursión descendían de un autobús, en un barrio oscuro de Madrid, un coche ocupado por pistoleros falangistas los esperaba. Los pistoleros no estaban seguros de que los jóvenes del autobús tuvieran algo que ver con el asesinato anterior, pero esto carecía de importancia. El coche pasó lentamente junto al grupo de jóvenes que se hallaban en la acera, regándolos de balas. Un muchacho y su hermana resultaron muertos y otros cuatro socialistas heridos[172].
Mientras los pistoleros de la Falange actuaban, José Antonio asistía a un cóctel en una casa de Chamartín, el barrio elegante de Madrid. Un amigo suyo médico y su esposa, que abandonaron la reunión unos minutos antes que él en un coche americano parecido al de José Antonio, fueron heridos por unos pistoleros que les esperaban fuera[173]. Después de haber fallado esta oportunidad, al cabo de unos diez días, cinco pistoleros izquierdistas pasaron en un taxi por delante del local de Falange y dispararon sobre un grupo que se hallaba en el portal, hiriendo a dos personas[174].
Esta serie de represalias se hacía interminable. El 1.º de julio, Manuel Groizard, joven médico que era el principal lugarteniente de Ansaldo en la «Falange de la sangre» —como se llamaba a las escuadras terroristas—, fue gravemente herido por pistoleros de las juventudes socialistas, que lo consideraban como el responsable del último asesinato[175]. El 8 de julio resultaron heridas cinco personas en una refriega entre vendedores de periódicos y como consecuencia de ello se prohibió la venta de FE en las calles[176]. Los atentados sucedían a los atentados y la serie de asesinatos formaban una procesión ininterrumpida. Era imposible tener siquiera tina lista completa de las víctimas. Contra la voluntad de José Antonio y hasta contra sus esperanzas, la dialéctica natural de su movimiento impulsaba a la Falange hacia una carrera de violencias.