FUNDACIÓN DE LA FALANGE
La creación del nuevo movimiento nacionalsindicalista de José Antonio fue hecha pública durante un mitin político celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid, en la tarde del domingo 29 de octubre de 1933. El teatro había sido cedido gratuitamente por su propietario, amigo de la familia Primo de Rivera. El acto fue retransmitido por radio y en el mismo hablaron tres oradores: José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas[97]. Asistieron al acto unas dos mil personas, en su mayor parte simpatizantes derechistas; Ramiro Ledesma y un grupo de jonsistas asistieron al acto ocupando un palco próximo a la presidencia[98].
Sin duda alguna, el punto culminante de la jornada lo constituyó el discurso de José Antonio. Su estilo de elevada retórica e intensamente poético marcó la pauta de los primeros llamamientos de la Falange, y como primera declaración oficial de los objetivos del partido, merece ser transcrito con alguna extensión:
… Y por último, el Estado liberal vino a depararnos la esclavitud económica, porque a los obreros, con trágico sarcasmo, se les decía: «sois libres de trabajar lo que queráis; nadie puede compeleros a que aceptéis unas y otras condiciones; ahora bien: como nosotros somos los ricos, os ofrecemos las condiciones que nos parecen; vosotros, ciudadanos libres, si no queréis, no estáis obligados a aceptarlas; pero vosotros, ciudadanos pobres, si no aceptáis las condiciones que nosotros os impongamos, moriréis de hambre, rodeados de la máxima dignidad liberal»…
… Por esto tuvo que nacer, y fue justo su nacimiento (nosotros no recatamos ninguna verdad), el socialismo. Los obreros tuvieron que defenderse contra aquel sistema, que sólo les daba promesas de derechos, pero no se cuidaba de proporcionarles una vida justa.
Ahora que el socialismo, que fue una reacción legitima contra aquella esclavitud liberal, vino a descarriarse, porque dio, primero, en la interpretación materialista de la vida y de la historia; segundo, en un sentido de represalia; tercero, en una proclamación del dogma de la lucha de clases.
[…]
La Patria es una unidad total en que se integran todos los individuos y todas las clases; la Patria no puede estar en manos de la clase más fuerte ni del partido mejor organizado. La Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de ese día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de esa unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama Patria.
Y con eso ya tenemos todo el motor de nuestros actos futuros y de nuestra conducta presente, porque nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué casos nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo de programa de abrazos y de riñas.
He aquí lo que exige nuestro sentido total de la Patria y del Estado que ha de servirla:
Que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino.
Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo…
Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre. Porque solo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros le estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal dé un alma que es capaz de condenarse y de salvarse. Sólo cuando al hombre se le considera así, se puede decir que se respeta de veras su libertad, y más todavía si esa libertad se conjuga, como nosotros pretendemos, en un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden.
[…]
Y queremos, por último, que si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque ¿quién ha dicho —al hablar de «todo menos de violencia»— que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria.
[…]
Pero nuestro movimiento no estaría del todo entendido si se creyera que es una manera de pensar tan sólo; no es una manera de pensar: es una manera de ser. No debemos proponernos sólo la construcción, la arquitectura política. Tenemos que adoptar, ante la vida entera, en cada uno de nuestros actos, una actitud humana, profunda y completa. Esta actitud es el espíritu de servicio y de sacrificio, el sentido ascético y militar de la vida. Así, pues, no imagine nadie que aquí se recluta para ofrecer prebendas; no imagine nadie que aquí nos reunimos para defender privilegios. Yo quisiera que este micrófono que tengo delante llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les imponga sacrificios duros y justos, y venimos a luchar porque un Estado totalitario alcance con sus bienes lo mismo a los poderosos que a los humildes. Y así somos, porque asilo fueron siempre en la historia, los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdad era de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra patria misma, supieron arrostrarla muerte y cargar con las misiones más duras, por aquello que precisamente, como a tales señoritos, no les importaba nada.
Yo creo que está alzada la bandera. Ahora vamos a defenderla alegremente, poéticamente. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!
En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que —¿para qué os lo voy a decir?— no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que yo soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas[99].
Aunque era evidente que el nuevo movimiento obtendría mayor resonancia que las JONS, la prensa política no lo tomó en serio.
El diario liberal más influyente del país, El Sol, lo calificó acertadamente como «un movimiento poético», preocupado por el estilo y la forma externa: «Lo rechazamos, en primer lugar, por querer ser fascismo…, y en segundo lugar, por no serlo de veras, por no ser un fascismo hondo y auténtico[100]». La mayoría de las derechas coincidieron con este juicio, aunque, por su parte, Acción Española, la revista intelectual clerical-corporativa-monárquica, recibió muy favorablemente al nuevo movimiento. En un artículo del dirigente tradicionalista Víctor Pradera se exponían las coincidencias con el antiparlamentarismo corporativista del carlismo[101]. En realidad, únicamente los reaccionarios clericales supieron ver las posibilidades de la nueva organización.
El gobierno de Martínez Barrio adoptó una actitud casi benévola con respecto al nuevo movimiento. El mitin del Teatro de la Comedia se desarrolló sin el menor incidente, bajo la protección de la policía[102]. José María Carretero, el comentarista más destacado de la extrema derecha, escribió: «Ya es un poco sospechoso que el primer acto público fascista terminara en un ambiente de pacífica normalidad. Yo, al salir de la Comedia y llegar a la calle, despejada, tranquila, tuve la sensación de haber asistido a una hermosa velada literaria del Ateneo[103]».
El movimiento no tuvo una denominación hasta el 2 de noviembre, en que se celebró la reunión oficial de la organización. Ruiz de Alda, o Sánchez Mazas —uno de los dos— fue quien decidió la elección de «Falange Española», término que había sonado bastante en los últimos tiempos[104].
La Falange fue el quinto partido de extrema derecha que se formaba en España. De los restantes, la Comunión Tradicionalista (los carlistas) se mantenía en su habitual aislamiento, y ni las JONS ni los «albiñanistas» contaban para nada[105]. Los dirigentes del grupo monárquico de Renovación Española nunca constituyeron una gran ayuda para el movimiento fascista, pero, debido a la gran dispersión de las fuerzas políticas existentes en España, consideraron más prudente infiltrarse en la Falange que pretender ignorarla. Como consecuencia de ello, un cierto número de fanáticos monárquicos se afiliaron a Falange durante el invierno y la primavera de 1934. Tácitamente estaban dirigidos por Juan Antonio Ansaldo y su hermano, destacados activistas de Renovación Española, aviadores profesionales y amigos personales de Julio Ruiz de Alda[106].
Durante los dos o tres primeros meses, bastante gente se adhirió al nuevo movimiento. Mientras las JONS poseían solamente unos centenares de miembros adultos en toda España, la Falange pronto pudo contar con varios miles de afiliados. Este éxito inicial se debía, en gran parte, a la aureola de primorriverismo conservador y de nacionalismo vinculado al nombre de José Antonio; un número desproporcionadamente grande de los que se sintieron atraídos inicialmente por el partido eran gentes conservadoras, oficiales retirados del Ejército y antiguos «upetistas». Estos elementos conservadores sólo eran contrarrestados por un reducido núcleo de estudiantes fascinados por la retórica de José Antonio. El programa político de la Falange era vago y nebuloso; se consideraba, en general, como la expresión del fascismo español, pero cada uno de sus miembros tenía su propia noción de su significado.
En aquella época, los dirigentes del partido no parecían estar mucho mejor informados. José Antonio no había señalado objetivos concretos, ni establecido ningún programa para el desarrollo del partido, ni esbozado las líneas generales de la táctica a adoptar; se limitaba a seguir hablando del «movimiento poético». Ruiz de Alda no servía de mucho en cuestiones de ideología, y resultó imposible lograr la cooperación de García Valdecasas. A los quince días del acto fundacional de la organización, García Valdecasas se casó con una marquesa, emprendió un largo viaje de bodas y nunca más volvió al partido. Temeroso de que el movimiento se desprestigiara o degenerase en una cuadrilla de violencias callejeras, decidió no tener la menor participación en el mismo[107].
Durante los primeros meses de la Falange, José Antonio se dedicó casi exclusivamente a exponer las bases teóricas de su actitud política, aunque, incluso entre los propios miembros del partido, muy pocos le prestaban atención. Según su filosofía, el individuo sólo adquiere toda su verdadera importancia cuando se consagra a alguna noble tarea colectiva. «La vida no vale la pena de vivirla si no es para quemarla al servicio de una gran empresa[108]». Las grandes empresas sólo podían realizarse mediante la unión libre y entusiasta de los individuos. Y los individuos, ligados entre sí por la tradición histórica, la cooperación material y el destino común, formaban la nación. Únicamente la nación podía garantizar la libertad de los individuos porque la ley y la justicia emanan de su desarrollo histórico y sólo aquélla podía imponerlas gracias a su superior autoridad moral[109]. Dando un paso más en este razonamiento, la nación sólo podía cumplir su misión y mantener la integridad de sus instituciones ofreciendo a todos los ciudadanos un destino común, que debería realizarse a través de una empresa nacional trascendente. Es decir, que la nación únicamente podía concebirse como Imperio. Cuando la nación perdía el sentido de su vocación trascendente y de su destino común, cuando las clases y las regiones perseguían sus propios fines, toda la estructura ética de la vida nacional se hacía pedazos. Las luchas sociales, la miseria económica y las discordias políticas sólo se terminarían cuando los españoles volvieran a ser capaces de forjar su propio destino común en el mundo.
El equivalente en lo económico de la noción de la comunidad de destino lo constituía una especie de coordinación (dirigida, por ejemplo, a través de un sistema sindical de ámbito nacional) capaz de garantizar la justicia económica y de mejorar la producción material. Al principio, las ideas de José Antonio sobre la reconstrucción económica no iban mucho más allá; en 1933 y 1934 todavía seguía preocupado en establecer el esquema de su concepción nacionalista.
La noción del «destino en lo universal» de José Antonio, que éste había tomado de un concepto de Ortega, tenía escasa aplicación práctica[110]. En realidad nunca aclaró si dicha frase implicaba una restauración del dominio cultural español o una resurrección del Imperio español. Aunque los sueños imperiales resultaban francamente absurdos teniendo en cuenta los flacos recursos españoles, José Antonio no renunciaba a soñar. Al parecer estaba convencido de que Europa iba a convertirse en una zona de conflictos, que podría determinar importantes modificaciones territoriales en el continente y en África del Norte. Personalmente, José Antonio tenía que reprimir sus sentimientos anglófilos y era un gran admirador de Kipling[111]. Pero, como intelectual, había asimilado la propaganda antiliberal de su generación y, al igual que Ledesma, creía que el fin del orden liberal occidental estaba muy próximo. Si España lograba rejuvenecerse a tiempo para poder seguir la dinámica de la nueva tendencia nacionalista, estaría en condiciones de incrementar sus posesiones territoriales y su influencia internacional. Más tarde, en el curso de algunas conversaciones privadas, José Antonio llegó a hablar seriamente de la absorción de Portugal[112].
José Antonio deseaba que España diese un gran salto histórico, superando a la vez el atraso feudal y el capitalismo liberal. Al parecer, nunca se le ocurrió pensar que tal vez fueran las posibilidades del liberalismo —y no su incapacidad— la causa de la inquieta excitación reinante en España, que nunca había conocido un honrado sistema representativo liberal. En vez de tratar de ayudar a la nación a resolver sus profundas diferencias, José Antonio y sus compañeros se proponían acabar con la mecánica del gobierno parlamentario para sustituirlo por un sistema abstracto, sostenido por unos pocos y comprendido por un número aún más reducido. Creía que una élite, o «minoría creadora» era capaz de realizar la grandeza de la nación, olvidando que una élite sólo puede vencer la resistencia de una mayoría mediante el ejercicio de un poder terrorista y deshumanizado.
José Antonio obtuvo fácilmente su puesto en las Cortes en las elecciones de 1933, alcanzando el segundo lugar en la lista derechista de Cádiz[113]. Mediatizado por la corrupción de los políticos andaluces, no tomó parte activa en las nuevas Cortes[114]. Sin embargo, tuvo buen cuidado en causar una buena impresión en ellas, salvo cuando tuvo que defender la reputación o la ejecutoria de su padre, cuestión en la que se mantuvo intransigente. Preparaba sus poco frecuentes discursos con gran cuidado y le complacía impresionar favorablemente a los grandes oradores de la izquierda, como Prieto o Azaña. Su elocuencia y su encanto personal le hicieron ganar numerosos amigos en el Parlamento nacional. El reaccionario clerical Ramiro de Maeztu manifestó que, por la elegancia de su figura y ademanes, el jefe de la Falange le recordaba más al joven Ramsay Mac Donald que a Mussolini o a Hitler. El camarada y antagonista de José Antonio, Juan Antonio Ansaldo, solía decir de él que parecía la perfecta imagen de un verdadero presidente de la Liga Internacional Antifascista[115].
En el momento de la fundación de la Falange, los iniciadores del nacionalsindicalismo en España, las JONS, estaban empezando a desarrollarse. Según Ramiro Ledesma, «el año de 1933 es el verdadero año de las JONS[116]». Los esfuerzos para crear un sindicato estudiantil en la Universidad de Madrid, durante la primavera de aquel año, tuvieron un gran éxito: cuatrocientos estudiantes se afiliaron inmediatamente[117]. También se formó un sindicato de taxistas, mientras un centenar de jóvenes activistas se organizaron en escuadras de cuatro para dar la batalla en las calles[118], A mayor abundamiento, unos cuantos elementos adinerados de la derecha se prestaron una vez mará proporcionar una módica contribución para subvencionar la agitación radical de Ledesma, quien obtuvo suficiente dinero para empezar a publicar una nueva revista mensual de propaganda de lis JONS[119]. En el verano de 1933 los grupos nacionalsindicalistas actuaban en ocho ciudades españolas. Ninguno de dichos grupos contaba con más de unas docenas de miembros, pero dos de ellos (en Valencia y Zaragoza) empezaron a publicar sendos semanarios[120]. Aunque el número total de sus seguidores no llegaba aún a los quinientos (sin contar a los estudiantes universitarios), Ledesma empezó a ver por primera vez el cielo abierto.
Sin embargo, estas perspectivas de partido viéronse pronto desvanecidas ante la oleada de interés suscitado por la Falange, que contaba con mayores recursos financieros y más facilidades para la propaganda. Como reconoció el propio Ledesma más tarde, «el ingreso de nuevos militantes y el curso ascendente de las JONS encalló visiblemente a raíz de la aparición de FE[121]».
Ambos partidos sufrieron las consecuencias de la victoria de las derechas moderadas en las elecciones de 1933. Era evidente que mientras los conservadores españoles pudieran conseguir sus objetivos por medios parlamentarios jamás apoyarían a unos partidos totalitarios. Después de la caída de Azaña, tanto Ledesma como José Antonio trataron de captarse a los liberales desengañados, pero muy pocos de entre ellos habían perdido la fe. El sector más numeroso de todos, el de los trabajadores, se volvía cada día más intransigente. Con tan escaso apoyo potencial, los dos movimientos nacionalsindicalista rivales tenían muy escasas posibilidades de subsistir en España.
Durante el invierno de 1933 a 1934 se hizo una considerable presión sobre Ledesma para que accediese a la fusión de las JONS con la Falange[122]. El principal sostén del jonsismo, los estudiantes, habían empezado a desertar, atraídos por la retórica de José Antonio y la abundante propaganda de la Falange. Mientras los incidentes provocados por la venta de los periódicos políticos de los partidos iban en aumento, centrando toda la atención sobre la Falange, las posibilidades de las JONS se encontraban «paralizadas[123]». Los recursos financieros que momentáneamente habían afluido a las JONS volvían a escasear, el mundo de los negocios sólo estaba dispuesto a sostener un movimiento fascista, y la Falange era el partido más numeroso y más seguro. Al propio tiempo, los dirigentes de la Falange se encontraban con ciertas dificultades para mantener la disciplina y José Antonio creyó que la fusión con las JONS permitiría controlar más fácilmente al amorfo grupo de reaccionarios incorporados a la Falange. Por su parte, Ledesma acabó por reconocer que:
Los enormes defectos que se advertían en FE eran, quizá, de signo transitorio, y podían ser anulados o vencidos. En cuanto a aquella masa de aluvión (la Falange), carecía de vigor y de una conciencia histórica unidad por lo que no había de resultar difícil desplazarla dé las zonas de dirección. De otra parte, las JONS, manejando la resonante plataforma de FE, podían conseguir con relativa facilidad la popularización de sus ideas[124].
Ledesma creía, además, que la mentalidad militar de Ruiz de Alda y sus aspiraciones semitotalitarias eran muy favorables al jonsismo y podrían decidir el equilibrio de fuerzas interno en su provecho.
El 11 de febrero de 1934, el Consejo Nacional de las JONS, representado por los nueve grupos jonsistas existentes, se reunió en Madrid para discutir el problema de la fusión con la Falange[125]. Una mayoría de los quince miembros del Consejo votó en favor de estudiar las condiciones de la unificación, aun denunciando los «graves errores» existentes en la Falange y que se proponían rectificar. Como tanto José Antonio como Ruiz de Alda estaban no menos deseosos de lograr aquella unión, fue fácil llegar a un acuerdo. Se acordó que, en lo sucesivo, el nuevo movimiento se denominaría Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, o, para no fatigarse demasiado, FE de las JONS. Todas las consignas y emblemas jonsistas (el yugo y las flechas y la bandera roja y negra) fueron adoptadas oficialmente por la nueva organización[126]. El movimiento unificado sería dirigido por un triunvirato integrado por José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos y Julio Ruiz de Alda. José Antonio insistió en que Ledesma aceptase el carnet número 1 de la Falange, como reconocimiento de su antigüedad. José Antonio tuvo el número 2, Redondo el 3, Ruiz de Alda el 4 y así sucesivamente. Cada unidad local de la Falange debería llamarse una JONS[127].
En términos generales, los dos grupos poseían gran semejanza, y la unión funcionó bien, aunque los elementos monárquicos y conservadores que se habían comprometido a laborar en pro del «fascismo español» no sintieron gran entusiasmo por la dialéctica revolucionaria de las JONS. El único miembro que abandonó el reducido grupo de seguidores de Ledesma fue Santiago Montero Díaz, profesor de historia y antiguo dirigente de la juventud comunista, que era el jefe del grupo de las JONS de la Universidad de Santiago de Compostela. Al presentar su dimisión en una carta dirigida a Ledesma manifestaba que el nacionalsindicalismo solo podía prosperar sobre la base de una «rivalidad revolucionaria» con el marxismo. Las «limitaciones derechistas»; de la Falange serían fatales, afirmaba. «A pesar de todas las declaraciones verbalistas en contrario, las gentes, el contenido y las maneras políticas de la Falange están en abierta oposición a la revolución nacional…»[128].
Pese a que las diferencias de personalidad entre Ledesma, el intelectual proletario y José Antonio, el esteta aristocrático, no pudieron superarse jamás, los jonsistas reforzaron considerablemente a la Falange[129]. Ledesma estaba en lo cierto al creer que la retórica revolucionaria de las JONS prevalecería efectivamente sobre tos sentimientos monárquico-upetistas de la Falange. Al mes siguiente a la fusión, la propaganda de Falange empezó a adoptar el tono y el contenido característicos de Ledesma y Redondo; ello contribuyó a rellenar el foso existente entre la incapacidad oratoria de Ruiz de Alda y la delicada tensión espiritual del estilo de José Antonio. En lo sucesivo, la ideología falangista adoptó el tono estético de José Antonio, y una gran parte de su contenido práctico, de Ramiro Ledesma.
Obligado a competir con Ledesma para conservar la dirección interna del movimiento, José Antonio empezó a dedicar una atención creciente a los objetivos revolucionarios, y todavía contribuyeron más a empujarle en ese sentido las vacilaciones de los viejos elementos conservadores de la Falange. Aunque la ayuda económica de éstos era esencial, en 1934 José Antonio empezó a darse cuenta de que tendría que prescindir de ella para seguir adelante; de no hacerlo así, acabarían destrozando el partido y abandonándole, como hicieron con su padre. Pero la ruptura no se produjo inmediatamente, ya que el partido acababa de entrar en un período de crisis interna que duraría un año.