JOSÉ ANTONIO EN ALICANTE
José Antonio llevaba seis semanas encarcelado en Alicante cuando se produjo el alzamiento militar. La víspera de la rebelión redactó un último manifiesto dirigido a la nación[438]. En él no se decía una sola palabra acerca del nacionalsindicalismo o sobre las juventudes revolucionarias, sino que constituía un llamamiento a los patriotas españoles en favor de la rebelión[439]. Después de ello, su autor no podía hacer otra cosa que esperar los acontecimientos.
Los conspiradores confiaban en que podrían liberar a José Antonio en los primeros momentos y enviarle inmediatamente a Madrid en avión[440]. Sin embargo, la rebelión fracasó estrepitosamente en todo el Levante, a pesar de que se trataba de una de las regiones donde Mola confiaba obtener un éxito completo. Algunos de los jefes militares de la región manifestaron una absoluta falta de decisión. En Valencia, cuando al fin decidieron sumarse ala rebelión, fueron aplastados por las milicias obreras. Como consecuencia de ello, la mayoría de las débiles guarniciones establecidas en los alrededores de Alicante quedaron aisladas e inmovilizadas. Los oficiales, que se habían comprometido a sacar a la calle las tropas acuarteladas en Alicante, perdieron los nervios y no cumplieron el plan previsto. Ante el lamentable fracaso de los militares, los núcleos de milicias falangistas que se encontraban más próximas a José Antonio intentaron, por sus propios medios y con la ayuda de algunos monárquicos locales, rescatar a su jefe. Pero la operación, mal preparada, fue descubierta, y los guardias de Asalto impidieron que aquéllos pudieran siquiera aproximarse a la prisión[441].
José Antonio, aislado del mundo exterior, carecía de información. A partir del 16 de agosto se le prohibieron las visitas. Aunque las noticias que recibía eran muy incompletas, José Antonio percibía las grandes líneas del conflicto que se iba perfilando aquel verano. Dábase cuenta de que nada bueno podía salir de una guerra civil exterminadora, que iba a desviar el curso de los acontecimientos durante los próximos años. Le angustiaba pensar que la Falange iba a consumir sus energías en una lucha de exterminio entre derechas e izquierdas, cuyas trágicas consecuencias constituirían exactamente la negación del espíritu de unidad nacional que él había predicado. Si ganaban las izquierdas, quedaría destruida toda posibilidad de restablecer los históricos fundamentos religiosos del catolicismo en España. Si ganaban las derechas, traerían consigo la más negra reacción, apoyada únicamente en la fuerza, y asfixiarían las energías vitales de la nación.
Confirmando sus justas previsiones, la Falange iba a encontrarse aprisionada entre dos losas: la de «los de arriba» y la de «los de abajo».
Entre los papeles de José Antonio se conserva el borrador de unas interesantes notas redactadas en agosto de 1936, en las que decía:
Situación: No tengo datos de quién lleva la mejor parte. Por lo tanto, pura síntesis moral.
A): Si gana el Gob. 1.º. —fusilamientos; 2.º—. predominio de los partidos obreros (de clase, de guerra); 3.º. —consolidación de las castas de españoles (funcionarios cesantes, republicanización, etc.).
Se dirá: el Gob. no tiene la culpa. Los que se han sublevado son los otros.
No: una rebelión (sobre todo tan extensa) no se produce sin un profundo motivo.
¿Reaccionarismo social?
¿Nostalgia monárquica?
No: este alzamiento es, sobre todo, de clase media. Hasta geográficamente, las regiones en que ha arraigado más (Castilla, León, Aragón) son regiones de tono pequeño burgués.
El motivo determinante ha sido la insufrible política de Casares Quiroga.
No se puede aumentar indefinidamente la presión de una caldera. La cosa tenía que estallar. Y estalló. Pero ahora:
B): ¿Qué va a ocurrir si ganan los sublevados?
Un grupo de generales de honrada intención, pero de desoladora mediocridad política. Puros tópicos elementales (orden, pacificación de espíritus…).
Detrás: 1) el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático;
2) las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas;
3) el capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en muchos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance.
Y, a la vuelta de unos años, como reacción, otra vez la revolución negativa.
Salida única:
La deposición de las hostilidades, y el arranque de una época de reconstrucción política y económica nacional, sin persecuciones, sin ánimo de represalias, que haga de España un país tranquilo, libre y atareado.
Mi ofrecimiento:
Posteriormente redactó José Antonio la lista de los ministros de un posible Gobierno de «pacificación nacional» en el que figuraban los siguientes nombres:
Presidente, Martínez Barrio; Estado, Sánchez Román (uno de los más eminentes juristas españoles); Justicia, Melquíades Álvarez (liberal, conservador al estilo del siglo XIX); Guerra, el presidente; Marina, Miguel Maura; Gobernación, Pórtela Valladares; Agricultura, Ruiz Funes (persona especialmente calificada en la materia); Hacienda, Ventosa (financiero catalán); Instrucción Pública, Ortega y Gasset; Obras Públicas, Prieto; Industria y Comercio, Viñuales (destacado economista); Sanidad, Marañón (eminente médico liberal, escritor, historiador[442]).
Algunos días después, Martín Echevarría, subsecretario de Agricultura, pasó por Alicante y José Antonio solicitó autorización para entrevistarse con él. Según el testimonie ulterior de Echevarría, el líder falangista le dijo:
Estoy viendo que España se está haciendo pedazos y estoy viendo que el triunfo no contratado por alguien que me inspire confianza puede ser la vuelta a aquellas guerras carlistas, el retroceso en lo que se lleva hecho en el orden social, politice y económico, la entrada en un período de obscuridad y torpeza[443].
Pidió que se le autorizase a volar a Burgos para actuar de mediador cerca de los nacionalistas, dejando como rehenes a sus familiares en Alicante. Echevarría, no sin cierto escepticismo, transmitió la proposición al Gobierno central, el cual la rechazó[444].
Una vez restablecido el mando de la Falange, a primeros de septiembre, se realizaron serios intentos para lograr la libertad del jefe. El primer plan, basado en una complicada intriga política forjada en Alicante, fracasó por completo[445]. En este proyecto, el Consulado alemán en Alicante desempeñaba un papel primordial. El cónsul Von Knobloch era un ferviente nazi. Manifestó a sus superiores que:
La liberación de José Antonio era vital para el fascismo español, el cual podía realizar una revolución nacionalsocialista popular ahora, mientras durase la guerra, ya que de otro modo, después de la victoria, los elementos reaccionarios…, impedirían que Franco llevara a cabo su programa[446].
Von Knobloch apenas conocía a José Antonio, pero se daba cuenta de que el jefe de la Falange era el único que podía enfrentarse a los elementos clerical-monárquico-militares de la España rebelde con alguna posibilidad de éxito. En su consecuencia, pedía a la Wilhelmstrasse que le autorizase a ejercer una presión diplomática sobre el gobernador civil de la provincia. Sin embargo, la oficina de Asuntos Exteriores no deseaba verse envuelta en el destino personal de José Antonio Primo de Rivera; incluso el propio partido nazi se negó a apoyar a la Falange en este asunto[447].
La petición de Knobloch fue rechazada secamente.
Ante el fracaso de esta maniobra, los jefes falangistas concibieron un plan más directo para tratar de conseguir la liberación de su jefe: propusieron que un comando diese un golpe de mano en Alicante. Todos los principales dirigentes falangistas apoyaron este proyecto, a pesar de que la vuelta de José Antonio iba a producir bastante alarma entre muchos fanfarrones y oportunistas, ya que:
Entre algunos mandos de la Falange se tenía mucho miedo a José Antonio, porque sabían que desaprobaría su conducta y quedarían fulminantemente destituidos[448].
Pero nadie se opuso al intento de rescatar al jefe. Hasta el propio Franco dio su apoyo al mismo, aunque con cierta cautela:
Para Franco la cuestión era muy delicada, dada la poca confianza política que la Falange tenía en él. Si se hace cargo de la operación y fracasa, cae la responsabilidad sobre sus espaldas. Si no hace nada, se le culpa de omisión… Dejó la iniciativa a la Falange y ayudó en la medida en que pudo[449].
Se estableció un campo de entrenamiento en las afueras de Sevilla, pero también este plan se desbarató, ante las dificultades técnicas y debido a la incapacidad de los mandos falangistas[450]. Por lo tanto, se hizo preciso recurrir a una nueva intriga política.
A primeros de octubre Hedilla pidió a Franco los fondos necesarios para organizar un viaje del escritor falangista Eugenio Montes a Francia. Una vez obtenido el dinero, Montes trató de ponerse en contacto con importantes personalidades españolas y francesas, en Francia, para conseguir que interviniesen en favor de José Antonio. Estas gestiones duraron seis semanas y en ellas estuvieron implicadas personas tan dispares como José Ortega y Gasset, el ministro francés Yvon Delbos y la esposa del embajador de Rumanía en España. La principal figura del bando republicano con la que se estableció contacto fue Indalecio Prieto. Pero una vez más fue imposible conseguir ningún resultado. Parecía como si la suerte del jefe estuviese echada[451].
La última persona del mundo exterior que visitó a José Antonio fue Jay Alien, un periodista norteamericano que se entrevistó con él a finales de octubre. Era evidente que el jefe de la Falange estaba muy mal informado acerca de los acontecimientos. Le pidió noticias a Alien, diciéndole que no podía saber con certeza lo que estaba ocurriendo en el resto de España; el periodista eludió la cuestión preguntándole qué diría si supiese que las fuerzas de Franco no representaban otra cosa que la vieja España conservadora, aferrada egoístamente a sus privilegios tradicionales. José Antonio le replicó que no creía que ello pudiera ser cierto, pero que, si lo fuese, era algo distinto de aquello por lo que la Falange había luchado siempre. Alien le contó las sangrientas fechorías (tanto verdaderas como falsas) cometidas por los pelotones de ejecución falangistas en los últimos meses. José Antonio dijo que creía y quería creer que todo esto no era verdad, pero precisó que sus jóvenes camaradas se encontraban sin jefe y que habían sido víctimas de las mayores provocaciones. Al recordarle el periodista que él mismo había introducido la expresión de la «dialéctica de las pistolas» en su discurso fundacional, José Antonio le replicó que las izquierdas habían sido las primeras en predicar la violencia. Manifestó que si el movimiento dirigido por Franco era verdaderamente reaccionario, él le retiraría el apoyo de la Falange y dentro de poco acabaría yendo otra vez a la cárcel. José Antonio parecía confiar en que pronto iba a ser puesto en libertad. Pero a Alien le dio la impresión de que su actitud respondía a una perfecta comedia[452]. Comedia que pronto se convertiría en tragedia, porque el drama personal de José Antonio se deslizaba rápidamente hacia su desenlace. A medida que la guerra civil se iba endureciendo y las posiciones se hacían más irreductibles, aumentaron las presiones para que se juzgase al cabecilla de la Falange. Los grupos más extremistas exigían que se «liquidase» simplemente a José Antonio, mientras varios periódicos de la zona republicana iniciaron una campaña exigiendo que se le sometiera rápidamente a un proceso. Al fin, las autoridades locales se decidieron a tomar la iniciativa de hacer comparecer a José Antonio ante un tribunal. El gobernador civil de Alicante, Jesús Monzón, era comunista y estaba deseoso de desembarazarse del líder de la Falange. Prieto escribió a este respecto:
Al enterarse de que agentes míos se acercaron a don Miguel Primo de Rivera… para buscar testimonios de José Antonio desfavorables a la subversión militar (Monzón) ordenó una investigación policíaca sobre dichas gestiones para ver si le era posible —según públicamente confesó— tener un arma política contra mí[453].
José Antonio fue acusado de haber colaborado en los preparativos de la rebelión contra la República. Con él fueron juzgados su hermano y su cuñada. La vista del juicio se celebró el 13 de noviembre de 1936 ante un Tribunal Popular de los recientemente establecidos por la República. En su defensa, José Antonio leyó varios editoriales de Arriba escritos por él, en los que atacaba violentamente a las derechas y procuraba diferenciar a la Falange de aquéllas. Recalcó el hecho de que los elementos militares de Alicante y sus alrededores no habían efectuado el menor intento para liberarle y que los periódicos de la zona rebelde habían publicado listas con los nombres de los ministros del futuro gobierno «nacionalista» sin que en ellas figurase el suyo. José Antonio se declaró inocente:
Por el hecho, sencillísimo, de estar allí en la cárcel, hecho que ha sido buscado directamente por las fuerzas de derechas que están en la calle. Han querido aprovechar el brío y la energía combatiente de los muchachos de Falange Española, impidiendo mi control sobre ellos[454].
Se refirió asimismo a las cartas y ofertas de mediación que dirigió a Echevarría y a Martínez Barrio.
Nada de ello impresionó al Tribunal, ya que el veredicto estaba establecido de antemano. El único relato de la última sesión del juicio fue escrito por un periodista local:
Ajeno el hervidero de tanta gente heterogénea amontonada en la sala, José A. Primo de Rivera lee, durante un paréntesis de descanso del Tribunal, la copia de las conclusiones definitivas del fiscal. No parpadea. Lee como si se tratara en aquellos pliegos de una cosa banal que no le afectara. Ni el más ligero rictus; ni una mueca; ni el menor gesto alteran su rostro sereno. Lee, lee con avidez, con atención concentrada sin que el zumbido incesante del local le distraiga un instante.
[…]
Primo de Rivera oye la cantilena como quien oye llover: no parece que todo aquello, todo aquello tan espeluznante, rece con él. Mientras lee el fiscal, él lee, escribe, ordena papeles… Todo sin la menor afectación, sin nerviosismo.
Margarita Larios está pendiente de la lectura y de los ojos de su esposo, Miguel, que atiende, perplejo, a la lectura que debe parecerle eterna.
José Antonio sólo levanta la cabeza de sus papeles, cuando, retirada la acusación contra los oficiales de Prisiones, los ve partir libremente entre el clamor aprobatorio del público.
Pero sólo dura un leve momento esa actitud con la que no expresa sorpresa, sino, quizás, vaga esperanza.
Inmediatamente comienza a leer reposada, tranquilamente sus propias conclusiones definitivas que el público escucha con intensa atención.
[…]
Margot se lleva su breve pañolito a los ojos, que se llenan de lágrimas.
Miguel escucha, pero no mira al fiscal: sus ojos están pendientes del rostro de su hermano, en el que escruta ávidamente un gesto alentador o un rasgo de derrumbamiento. Pero José Antonio sigue siendo una esfinge que sólo se anima cuando le toca el turno de hablar en su defensa y en la de los otros dos procesados.
Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de oratoria forense que el público escucha con recogimiento, atención y evidentes muestras de interés.
[…]
Al fin, la sentencia.
Una sentencia ecléctica en la que el Jurado ha clasificado la responsabilidad según la jerarquía de los procesados.
Y aquí quebró la serenidad de José Antonio Primo de Rivera ante la vista de su hermano Miguel y de su cuñada.
Sus nervios se rompieron.
La escena surgida la supondrá el que leyere.
Su emoción, su patetismo alcanzaron a todos[455].
José Antonio fue sentenciado a morir ante el pelotón de ejecución. Miguel Primo de Rivera fue condenado a treinta años de cárcel y Margarita, su mujer, a tres años. La causa, aunque basada en pruebas bastante circunstanciales, había quedado clara: en tales casos, el castigo habitual para la conspiración contra el Estado es la pena de muerte. Se recurrió en apelación a la autoridad suprema del Gobierno y el propio Consejo de Ministros se reunió para estudiar el recurso. Entre los miembros del Gobierno no había unanimidad y algunos se oponían firmemente a la ejecución del jefe de la Falange. Pero como ocurría a menudo bajo la República española, las autoridades perdieron demasiado tiempo en sus deliberaciones. Según Largo Caballero, jefe del Gobierno, todavía no se había llegado a una decisión final cuando se recibió la noticia de que el gobernador de Alicante ya había hecho cumplir la sentencia[456].
El 18 de noviembre, José Antonio redactó su testamento. En él consignaba con tristeza las muestras de comprensión y de simpatía que habían manifestado algunos miembros del Tribunal cuando expuso los ideales de la Falange; lamentaba una vez más el vacío político en medio del cual su partido se había visto obligado a ir a la lucha. Y llegaba a preguntarse hasta qué punto su insistencia en recurrir a ciertas formas fascistas había contribuido a provocar la trágica situación en la que España se encontraba[457].
No obstante, José Antonio se abstuvo de emitir reproche alguno sobre las actividades de la Falange o el curso de la guerra. Retiró las acusaciones de traición que había formulado durante su defensa ante el Tribunal, considerándolas como simples recursos tácticos de abogado defensor. Carecía de elementos de juicio suficientes para condenar los errores y fallos de sus compañeros, o lo que tal vez pudiera considerarse como una traición por parte de sus aliados militares. El desenlace de la guerra todavía parecía incierto y sabía que sus posibilidades personales estaban agotadas. Después de redactar su breve testamento personal consideró que no tenía nada más que decir. Lejos de juzgarse a sí mismo prefirió confiar esta tarea a la posteridad.
El último día que le quedaba de vida, José Antonio redactó una docena de breves notas dirigidas a sus más íntimos amigos y colaboradores[458]. También se despidió de los miembros de su familia que se encontraban en Alicante[459]. La ejecución se efectuó al amanecer del día 20 de noviembre. José Antonio fue colocado junto con otros cuatro presos políticos, condenados también a muerte. Sus últimas palabras fueron de consuelo para los hombres que iban a morir con él. No hubo en su actitud la menor jactancia romántica; sólo una lacónica dignidad[460].
La guerra civil resultó muy cruel para la familia Primo de Rivera. Además de José Antonio y de su hermano Fernando, asesinado el 22 de agosto en la matanza de la cárcel de Madrid, un tío y cinco primos suyos perecieron en la conflagración de aquellos años[461].