Aquellos que esperan encontrar en este epílogo más datos sobre la novela, se llevarán una decepción. Mi intención es hablar sobre los obstáculos que suelen afectar a los escritores de ficción.
La segunda entrega de los Magos Primigenios sufrió un retraso de seis meses, pero hubo razones de peso que justifican esa demora. Si yo fuera el joven escritor que escribió El maestro Cantor y Traición, o incluso el de Santos y El juego de Ender, aunque ya no era tan joven, habría entregado este libro a tiempo. Eso sí, el contenido habría sido muy distinto.
En los años que han transcurrido desde que escribí esas obras, he aprendido algunas cosas sobre cómo estructurar una novela. Por eso mismo, cuando comencé a escribir el libro con tiempo suficiente para cumplir con el plazo de entrega, me di cuenta de que estaba mal estructurado. Mi primera intención era centrarme en las guerras que libraban entre sí los Magos Primigenios una vez recuperaban la plenitud de sus poderes. El argumento iba a combinar el mundo de los dioses beligerantes descritos en la Ilíada y la Odisea con nuestro concepto actual de la guerra.
Entonces, me di cuenta de que no podía centrarme en la guerra y apartar el conflicto con Set hasta el final. Es más, el enfrentamiento con Set tenía que ser el clímax de la historia; si lo relegaba al final, quedaría como un añadido sin relación alguna con el resto de la trama. Tal y como digo a mis alumnos en los cursos de escritura, hay que ser coherente con el desenlace de tus historias. El desenlace de esta serie de novelas es la lucha con Set. Al igual que los Magos Primigenios y sus conflictos se impondrán frente a las guerras y la política de los mortales, la guerra con Set debe estar por encima de cualquier otra consideración para aquellos personajes de la novela que saben de su existencia.
Cuando fui consciente del error estructural que había cometido, también lo fui de que no estaba preparado para desarrollar la trama correcta. Todo mi esfuerzo se había centrado en el mundo de los Magos Primigenios, pero la magia de los teleportadores y los mentales no había estado entre mis prioridades y sólo tenía una vaga idea de cómo tratar ese aspecto. Y con el nuevo enfoque de la historia tenía que describir con claridad todos los pormenores que concernían a ambas clases de magos. Contestar preguntas como: ¿qué hace en realidad un mago mental? ¿Y un mago teleportador?
Así las cosas, resultó que cuando pensaba que iba a recibir el libro, el editor se encontró con que mi propósito era empezar a escribirlo, lo que no deja de ser frustrante para alguien que ha confiado en que cumplirías con la fecha de entrega. Sin embargo, Beth Meacham, mi editora durante la mayor parte de mi carrera, comprendió que la espera valdría la pena, ya que la obra resultante sería mucho mejor que lo que le habría entregado en la fecha inicialmente establecida. Su paciencia es extraordinaria, porque el aguante de los editores no consiste en sentarse a esperar sin más. Para empezar, tienen que bregar con el personal de marketing, que insistirá en saber cuándo aparecerá la obra prometida, e incluso si aparecerá en algún momento. También ha de tomar decisiones con respecto al costoso cambio del calendario de edición, si lo modifica o no. Por fortuna, su jefe, Tom Doherty, comparte su punto de vista literario y está de acuerdo en que es más importante la calidad de una obra que su plazo de entrega, cuando estos dos factores entran en conflicto. Entonces asumí la responsabilidad de demostrarles que, en efecto, la demora valdría la pena.
Por aquella época, dio la casualidad de que seguía una serie sobre el antiguo Egipto. Fue allí donde descubrí las semejanzas que había entre Thoth, Mercurio y Hermes, poder curativo incluido, y me di cuenta de que podía adaptar el antiguo conocimiento de los egipcios a mis dioses indoeuropeos. El ka y el ba se correspondían con mis conceptos de esencia y aura descritos en la obra sobre los Magos Primigenios. Así pude tomar el nombre de Bel tal cual figuraba en la tradición bíbilica y semítica. Set era el enemigo ideal, atractivo y peligroso. Conforme recreaba al personaje y su contexto, estableciendo una relación entre Set y el dragón que aparece en el libro de las Revelaciones, las connotaciones de la magia mental cobraron forma, acercándose bastante a las que ya había desarrollado para la teleportación. En otras palabras, se complementaron en un todo que, en mi opinión, equivale a una visión metafórica del mundo real.
Una vez alcanzado el objetivo de crear el mundo que buscaba, tenía que hallar la clave para que el lector lo comprendiera igual que yo. El mayor obstáculo fue la intención de que la comunicación entre el ka y el ba se produjera a niveles pre o subverbales. Cuando hablamos con nosotros mismos no empleamos un lenguaje oral; por lo tanto, cuando el ba de Pan / Loki intentaba compartir sus recuerdos con el ka de Danny North, la comunicación tenía que producirse a un nivel no verbal. Sin embargo, los libros emplean la palabra escrita y hallar el medio de expresar un lenguaje no verbal mediante la escritura resultó muy complicado. Confío en haber alcanzado mi propósito y que la mayoría de mis lectores haya comprendido lo que pretendía.
Conforme avanzaba en mi conocimiento sobre los magos mentales, el personaje de Anonoei cobró mayor importancia. Cuando comencé a escribir, no tenía una idea clara de su relevancia, pero el personaje se empeñó en asumir un papel decisivo, junto a sus hijos, y en el tercer volumen los tres estarán en primera fila.
El segundo obstáculo con el que tuve que bregar fue que el mundo «real», nuestro mundo, y las vivencias de Danny en el mismo no quedaran en segundo plano ante la magia y sus consecuencias. Estaba empeñado en que los amigos de Danny se convirtieran en personajes importantes y que nuestro protagonista viviera una auténtica historia de amor. No quería que los chicos del instituto fueran meros comparsas a través de los que Danny pudiera hacer llegar sus reflexiones al lector. En la novela, los compañeros de Danny nos representan a nosotros: los mortales que vivimos marcados por el temor a los dioses, si creemos en ellos. Lo cierto es que he conocido a poca gente que no tenga su propia idea de lo que es un dios, aunque no le den ese nombre. La pregunta que me planteé fue cómo reaccionarían unos adolescentes cuando averiguaran que el chico nuevo era el equivalente de Hermes, Mercurio, Loki y Thoth.
Un tema recurrente en la mitología es la asombrosa fecundidad de los dioses; parece que la mitad de la población mundial la componen bastardos «divinos». Hay un buen número de esas interacciones sexuales que son raptos, aunque eso no significa que su culminación fuera necesariamente una violación. Pero también es cierto que hay mujeres que sienten una irresistible atracción por los machos alfa. Como ya dijo Henry Kissinger, el poder es el mejor afrodisíaco. No todas las mujeres se dejan arrastrar por el poder, ni todos los hombres poderosos aprovechan su posición con ese fin. Lo que sí es evidente es que Danny North no necesita ser un George Clooney o un Robert Redford para atraer la atención y el deseo de unas cuantas jovencitas. Su poder, inteligencia e innata bondad lo convierten en un objeto de deseo para muchas chicas, cada una llevada por sus propias motivaciones.
Al final, la idea original que había preparado se convirtió en un hilo argumental secundario que culminará en el tercer volumen; por el contrario, la trama principal de esta segunda entrega ni siquiera figuraba en ese planteamiento previo.
Si aplicas la coherencia a lo que estás escribiendo, la historia surgirá conforme avanzas y habrá personajes y situaciones salidos de la nada, como una inesperada veta de oro, cuya importancia será trascendental para el argumento. Mi capacidad para explotar esas vetas de metal precioso es un tema aparte, pero creo que en este caso sí que he sido capaz de enriquecer esta obra más allá de mis expectativas iniciales.
Claro que tampoco tenemos la certeza de que sea cierto. No llegué a escribir una sola palabra de esa primera versión. Existió en mi mente, por lo tanto pienso en ella como algo real, pero nadie podrá jamás comparar ambas versiones porque este libro es el único que ha llegado al papel, lo único que llegué a escribir.
¿Cómo se escribe una historia para que cautive el interés de unos lectores que al principio del libro no saben casi nada sobre la trama, pero que al final deben saberlo todo? Yo diría que la esencia de una estructura argumental reside en haber presentado todas las claves de la trama antes de alcanzar el clímax; así, llegado el momento, el lector comprenderá lo que ocurre y sus causas. Eso significa que la exposición de los hechos debe ir al principio del libro, pero los lectores no aceptarán de buen grado (ni tienen por qué hacerlo) una historia que comienza con muchas explicaciones y aclaraciones. Un buen recurso reside en que el protagonista sepa poco más que el lector. Conforme el personaje vaya averiguando cosas, también lo hará el lector.
Pero ¿y si el aprendizaje de ese personaje es demasiado ambiguo y subjetivo? ¿Cuánta información adicional hay que incluir en cada situación? Si erramos, el lector puede aburrirse o tener la sensación de que se ha perdido; en ese caso, cerrará el libro y no volverá a abrirlo nunca. El objetivo es compaginar la exposición de lo que ocurre con una buena trama, de forma que el lector vaya descubriendo los detalles cruciales y, a la vez, disfrute con la historia. No estoy hablando de engatusarlo: «Mira, he incluido acción de la buena para que las explicaciones aburridas entren mejor». Al contrario, las explicaciones son necesarias para las partes más dinámicas, pero han de ser incluidas de manera que no entorpezcan el desarrollo, obligando a pegar un frenazo en seco. Esta parte de la escritura es como preparar la coreografía de una complicada danza y la mayoría de autores fracasan cuando llegan a este punto. Casi todos los que escribimos somos conscientes de que nunca daremos con la clave para escribir la historia perfecta; es probable que sea imposible. Lo que hacemos es bailar lo más deprisa que podemos con la esperanza de que el lector nos acompañe, que siga nuestros pasos adentrándose en nuestro mundo de ficción, sabiendo en cada momento dónde está, lo que ocurre y decida quedarse hasta el final.
Si ejecutar esta coreografía es complicado cuando tu historia se desarrolla en el mundo «real», las dificultades se extreman cuando tienes que presentar un mundo imaginario. Algunos autores ofrecen un boceto de esa realidad inventada, basándose en los estereotipos desarrollados por escritores que los precedieron. Otros detallarán la creación de su universo de manera minuciosa, sin que les importe que tenga o no relación con el argumento, como si consideraran que el lector tiene que aprenderse El Silmarillion antes de ser digno de leer El Señor de los Anillos. Dicho con otras palabras: cuanto más completa la descripción del génesis de tu mundo, más árida será su lectura. Y aún hay más, tu creación podría ser tan rica y completa que la historia que se desarrolle en ella jamás estará a la altura.
En tu esfuerzo por crear una historia que esté a la altura de tu mundo, es posible que le dediques mucho tiempo, pero eso no significa que el resultado vaya a ser mejor. Escribí mi novela más popular de un tirón, en menos tiempo del que creía posible. Pero la rapidez tampoco garantiza un buen resultado. En resumen, cada historia cuenta con sus propios obstáculos. El caso es que las dificultades técnicas y creativas que yo encontré al abordar esta novela han sido las más arduas de toda mi carrera.
Y diría que todo lo anterior es consecuencia de la edad y la experiencia. Decisiones que me habrían parecido más que adecuadas cuando tenía treinta años, ahora, con sesenta y uno, me parecen recursos demasiado fáciles. Escribo mejor que antes, pero eso supone que tengo que trabajar más, esforzarme más y hallar soluciones para problemas de los que antes no era consciente. Y ése es el motivo de que los escritores no se jubilen. Si estamos haciendo bien nuestro trabajo, no dejamos de preguntarnos cuáles son las claves de ese acierto y nunca dejaremos de ser novatos que luchan por aferrarse a los asideros que nos conducen al éxito.