VISITANTES
Danny redactó el mensaje y lo repasó con sus amigos hasta que éstos se lo aprendieron de memoria. No quería que lo leyeran. Quería que miraran a las Familias a los ojos. No que fueran desafiantes, pero sí que mostraran calma, aplomo. Eran los mensajeros del Gran Mago, tenían que demostrar que lo eran.
—Soy el enviado de Loki —rezaba el mensaje—. Ha creado una Gran Puerta. Ha luchado contra el Ladrón de Puertas y lo ha derrotado. Ha cruzado la Gran Puerta y ha vuelto. Permitirá que cada familia envíe a dos magos a Westil, de donde volverán de inmediato. Sin embargo, hay tres votos que todos, como individuos y como familias, tenéis que hacer antes de poder cruzar la Gran Puerta.
»Primero: no atacaréis ni haréis daño a otros magos o Familias.
»Segundo: prohibido atacar o someter a los mortales. Debéis respetar sus leyes y costumbres.
»Tercero: no mataréis a más magos teleportadores. En lugar de eso, los enviaréis al lado de Loki para que él pueda instruirlos en su poder. Los magos teleportadores no pertenecerán a ninguna Familia, pertenecerán a la estirpe de magos teleportadores. Volveré mañana para recoger vuestra respuesta.
Danny los envió de uno en uno y los vigiló a través de una mirilla por si alguien pretendía hacerles daño. También creó mirillas para que vigilaran Vivi y Hermia. Los mensajeros se aferraban en todo momento a sus amuletos mientras transmitían el mensaje. Danny había tomado todas las precauciones posibles para que no sufrieran daño alguno.
Hal y Xena tuvieron alguna dificultad al reproducir el mensaje, pero lo hicieron. Los demás no tuvieron problemas.
Los mensajeros aparecieron en las salas de reuniones de las Familias. Danny les había remitido un correo electrónico avisándolos de la llegada de los mensajeros y los representantes de cada Familia aguardaban a la hora convenida.
Danny hacía volver a cada mensajero en cuanto pronunciaba la última palabra. No era una conferencia de prensa. Era una oferta cerrada, un ultimátum. No era necesario aclarar que la Familia que no aceptara las condiciones expuestas, quedaría excluida del tratado de paz propuesto por Danny. Y eso quería decir que cuando los dos magos elegidos por cada Familia fueran y volvieran de Westil, tendrían libertad para declarar la guerra a las Familias que estuvieran al margen del tratado.
—Todas estarán de acuerdo —aseguró Stone—. La pregunta es si mantendrán su palabra.
—Ése es el motivo por el que nunca sabrán dónde me encuentro —dijo Danny—. Serán castigados sin saber de dónde he salido.
Hablaba de castigar sin haber decidido todavía lo que haría. Pensó que la sanción tendría que ir en función de la gravedad de la falta. Si alguien intentaba cruzar la Gran Puerta sin permiso, lo enviaría a un lugar poco agradable. Si maltrataban a un mortal o iniciaban una guerra, permitiría que el resto de Familias enviara más magos a Westil para que derrotaran a los trasgresores.
Si mataban a alguien, entonces…
¿Los enviaría a la colina de Hammernip?
No quería matar a nadie empleando su poder. Pero si alguien atacaba a sus amigos, haría lo necesario para que no se volviera a repetir. Sus mensajeros estaban bajo su protección y tenía que demostrar a todos que iba en muy en serio.
Danny sabía que las Familias daban por sentado que su respuesta a un agravio sería una venganza implacable y cruel. Justo lo que harían ellas en el lugar de Danny. Y por eso le temerían.
«Lo que quiere decir», reflexionó Danny, «que me he convertido en lo que intento evitar que sean ellos: un tirano ansioso de poder que doblegará a cualquiera que se enfrente a él.
»Pero si no los mantengo a raya hasta demostrarles que este nuevo orden que quiero establecer es mejor que el antiguo, entonces fracasaré. No habrá paz en el mundo. Por lo tanto, he de ser un tirano para que los mortales, los huérfanos y los miembros más débiles de las Familias estén a salvo.
»A salvo de las garras del Tío Zog y el Abuelo Gyish y todos los que son como ellos».
Tras el retorno de cada mensajero a casa de Danny, Hermia y Vivi espiaban a las Familias a través de sus mirillas para observar sus reacciones. La mayoría no esperaba que tras la marcha del mensajero hubiera alguien espiándoles. Sólo la familia de Hermia adoptó una actitud complaciente, con halagos y deseos de acatar lo que les había expuesto el mensajero.
—Saben que les espiamos —dijo Hermia—. No dirán lo que piensan de verdad.
—Lo harán con el tiempo —dijo Danny—. Pero ya no hay motivos para seguir vigilando. Estarán de acuerdo porque no tienen elección y mantendrán su palabra porque temen las represalias.
—Danny, cariño —dijo Vivi—, no has enviado un mensajero a tu querida Familia.
Danny no se molestó en decir que ya no era su Familia. Quisiera o no, lo era. Él era un miembro de los North y los conocía a la perfección.
—Iré yo —dijo Xena, levantando la mano—. Quiero conocer a tus padres.
—Te equivocas, no quieres conocerlos.
—¿Crees que te avergonzaré?
Al parecer, creía que eran novios o algo por estilo, y que él se resistía a llevarla a casa para conocer a sus padres.
—Tengo que ser yo el que hable con ellos —dijo Danny.
—Pero no tienes un amuleto —dijo Sin.
—No lo necesita —dijo Hermia—. Puede teleportarse a cualquier lugar de la Tierra con mayor rapidez que usando un amuleto.
—Ya lo sé —dijo Sin.
—Sólo quiero que mi Danny no corra peligro —dijo Xena.
«Xena está haciendo el ridículo», pensó Danny. «¿Es que no se da cuenta?».
Pero se le ocurrió la idea de que las chicas formaban una tribu, una en la que no que no había problemas a la hora de declarar quién les gustaba y quién no. No se comportaban como Jane en Orgullo y prejuicio, donde nadie sabía muy bien quién le gustaba a quién. Xena había decidido enamorarse del chico que podía llevarla a cualquier lugar del mundo cuando ella lo deseara. Y al declararlo en público, marcaba el territorio ante el resto de las chicas.
—No tienes ni idea de cómo son los magos —le dijo Vivi a Xena con amabilidad exagerada—. Sólo has conocido a Danny y es comprensible que actúes así. Si te ofrecieras de una forma tan evidente a cualquier otro mago, saltaría sobre ti sin pensarlo dos veces y luego se marcharía dejándote embarazada de un bastardo.
—No ofrezco nada —dijo Xena—. Sólo me preocupo por él.
—Contrólate un poco, cariño —le dijo Vivi—. Estás asustando al chico.
—No es gay, ¿vale? —replicó Xena—. Dudo que me tenga miedo.
«Genial», pensó Danny. «Sabe que me gusta un poco. ¿Tan transparente soy?».
—Si alguna vez se acuesta contigo —dijo Vivi—, se sentirá obligado a casarse. ¿Qué crees que pasaría entonces? Estarías con un hombre que acabará odiándote, porque pertenece a una clase superior a la tuya. El pobre se verá obligado a cargar con una retrasada en lo que a la magia se refiere. ¿Ése es el futuro que buscas, querida?
—Acabo de pillarlo —intervino Pat—, cuando la llamas «querida» en realidad quieres decir «idiota».
—Me alegro de que alguien sea tan mala como yo —declaró Vivi—, odiaría ser la única.
—No lo soy —dijo Pat—, es algo que he aprendido en el instituto.
—Vamos, no seas modesta. Lo haces muy bien.
—No conocéis a mi madre —dijo Hermia—. Os daría clases a las dos.
—¿Discutís para averiguar quién es la más zorra de las dos? —preguntó Hal.
—No es una competición —dijo Laurette.
—Te crees la mejor porque tienes los melones más grandes —dijo Xena.
—¿La gente aún dice melones? —se sorprendió Laurette.
—Tienes que hablar con tu familia, Danny —dijo Hermia.
—Ya lo sé.
—Esta noche. Ahora. Se van a enterar de los mensajes que has enviado al resto de Familias y si no hablas con ellos pensarán que no vas a dejarles cruzar la Gran Puerta. Entonces sí que intentarán matarte.
—¿Qué crees que han estado haciendo hasta ahora? —preguntó Danny.
—Hasta ahora has tenido a buena parte de ellos protegiéndote —dijo Hermia—. Por lo menos a tus padres. Pero si piensan que les estás dando de lado…
—Ya lo sé —dijo Danny—. Ya lo sé.
—Hazlo —replicó Hermia.
—Más tarde.
—Ahora.
—No puedes darme órdenes —sonrió Danny.
—Yo sí que puedo —dijo Vivi—. Soy tu tutora legal. Ve y habla con tu familia.
—No les envié un correo electrónico citándoles como al resto —dijo Danny.
—Pero ya lo sabrán —dijo Hermia—. Se pondrán en lo peor.
Tenía razón. Siempre la tenía. Danny se teleportó a la bibilioteca de la antigua casa en el territorio North.
Habían reconstruido los muros que destrozaron el día que buscaban a Danny cuando Hermia señaló la presencia de un espía. Las alfombras eran nuevas. Todo tenía un aspecto agradable y acogedor. Todos los tíos y las tías estaban sentados alrededor de la mesa. Baba y Mamá estaban en un extremo de la mesa. Gyish y Zog no habían acudido.
Danny los observó con detenimiento. Tía Lummy y Tío Mook, a los que conocía mejor que al resto y en quienes más confiaba. Su gesto era grave y parecían preocupados. La Tía Uck, La Tía Tweng, el Tío Poot y el Tío Thor estaban mucho más tranquilos, aunque Danny dedujo que era porque no les importaba lo que pudiera pasarle a su sobrino, o estaban tan furiosos que necesitaban esconder su ira tras una máscara de aparente calma.
Baba y Mamá sonreían. Y también estaban el hermanastro de Danny, Pipo, y la hermanastra, Leonora. No formaban parte del consejo, por lo que Danny supuso que estaban ahí para crear un clima familiar y distendido. Como si Danny hubiera conocido alguna vez lo que era eso entre los North.
—Si Zog y Gyish no están de acuerdo con las condiciones, no hay trato —soltó Danny.
—Hola a ti también, hijo —dijo Baba.
—No es su hijo el que ha venido a verles, señor —repuso Danny—. Tampoco estoy aquí como miembro de la Familia North. Estoy aquí como la única persona en Midgard que puede crear puertas.
—¿De veras? —preguntó Mamá—. ¿Tus amigas pestillo y ganzúa no han adquirido ese talento?
—Volveré cuando estén Gyish y Zog presentes.
—Espera —pidió Baba—. Creíamos que no querías verlos. Están aquí fuera, no tienes que marcharte.
—Claro que quiere verlos —dijo Tía Tweng—. Quiere restregárselo en las narices.
—¿Y qué es lo que quiero restregarles, si se puede saber?
—Que eres un mago —respondió Tía Tweng—. Sabemos que no enviaste a uno de tus mensajeros mortales porque querías venir en persona para presumir.
—¿En serio? —preguntó Danny con sarcasmo.
Aunque en el fondo, era verdad. O lo era en parte. Había otro motivo. Le molestó que su familia creyera conocerle tan bien.
—¿De verdad me conocéis? Excepto el Tío Mook y la Tía Lummy, ninguno de vosotros se preocupó jamás por mí mientras estuve viviendo aquí.
—Justo el discurso que esperábamos —dijo Tío Poot— egoísta y arrogante.
—Sabemos cómo cambia el poder a una persona —dijo Thor.
—No lo creo —dijo Danny—. Ninguno de vosotros sabe lo que es el poder. No ha habido nadie con poder en las Familias en los últimos catorce siglos. Y en lo que a mí respecta, las cosas pueden seguir así.
Danny estuvo a punto de teleportarse y que sufrieran un poco con lo que les acababa de soltar. Pero no lo hizo, habría sido una reacción pueril; Vivi se burlaría de él y Hermia se enfadaría.
—¿No eres consciente de tu propia arrogancia? —preguntó Tía Tweng.
—Siempre ha sido arrogante —dijo Zog, que entraba en ese momento—. Un engreído cuando presentaba sus tareas escolares, un engreído en todo lo que hacía y sin talento que lo justificara.
—Cierra el pico, Zog —ordenó Baba.
—¿Aún crees que eres el cabeza de familia, Alf? —dijo Zog.
Hizo énfasis en el nombre original de Baba en lugar de llamarle Odín.
—Lo es —afirmó Mamá.
—No —negó Zog—. Ahora lo es él —dijo, y señaló a Danny.
—Imposible —dijo Danny con suavidad—. Para serlo, tendría que ser miembro de la Familia. No lo he sido nunca.
—Nuestra sangre corre por tus… —empezó a decir Mamá con vehemencia.
—Mucha de vuestra sangre está enterrada en la colina de Hammernip —interrumpió Danny—. No puedo modificar mis genes, pero para vosotros el vínculo de la sangre sólo tiene valor si os beneficia. Ahora mismo, la única manera de impedir que estalle una guerra entre las Familias es anunciar a todos que no pertenezco a ninguna de ellas. Tampoco soy uno de los Huérfanos.
—Esos mortales —dijo el Abuelo Gyish—. Bastardos malnacidos.
Danny estuvo tentado de crear una pequeña puerta a sus pies que le hiciera tropezar; se contuvo.
—Procrear bastardos ha sido una de las aficiones favoritas de los westilianos —dijo Danny—. Pero los genes imponen su ley, los Huérfanos son tan poderosos como vosotros.
—¿Vas a permitir que los Huérfanos crucen la Gran Puerta al lado de las Familias? —preguntó Thor, alarmado.
—¿Todavía no lo habéis entendido? Enviaré a quien yo quiera a través de la Gran Puerta. En realidad, ya la han cruzado algunos Huérfanos.
—¿Ya existe? —preguntó Zog con ansia—. ¿Has creado la nueva puerta?
—Para ti, como si no existiera —dijo Danny.
—¿No me dejarás pasar aunque la Familia me elija a mí? —exigió saber Zog.
—Sólo dos de vosotros pueden cruzar —expuso Danny con frialdad—. Dudo que la Familia vaya a elegir a un garra como tú. Los elegidos serán Baba y Mamá por las mismas razones que Baba fue elegido Odín y se le permitió que se casara con Mamá: son los magos más poderosos de la Familia. Todas las Familias enviarán a sus magos más poderosos.
Danny hizo un gran esfuerzo para no señalarle a Zog la escasa importancia que tenía su poder.
La mirada de odio que le dedicó Zog fue suficiente.
—El crío está cabreado porque le hiciste pupa en el hombro —se burló el Abuelo Gyish.
—Me curé en cuanto crucé una puerta —dijo Danny—. Sé que a vosotros os mueven la ira, el rencor y el deseo de venganza, Abuelo Gyish, pero a mí no. Jamás contaste con poder suficiente para hacerme daño de verdad.
Danny centró su atención en Baba y Mamá. Los miró a los ojos.
—Vosotros sí que teníais ese poder. Sin embargo, eso es agua pasada. Voy a darle a la Familia North las mismas opciones que al resto de Familias. Cuando cree la Gran Puerta, dos miembros la podrán cruzar. Si sois vosotros dos los elegidos, mejor. Pero si son otros, tampoco me incumbe. La verdad es que no me importa.
—Serán ellos —dijo Tía Uck—. Ya está decidido. Lo hicimos en cuanto nos enteramos de las condiciones que habías presentado a las otras Familias.
Danny miró a Thor, el encargado de la red de espías de la Familia North.
—A mí no me mires —dijo—. ¿Crees que mis informadores mortales se pueden acercar a las Familias? Fueron ellas las que se pusieron en contacto con nosotros. Querían saber si contabas con nosotros y con las mismas condiciones que las demás.
—¿Qué habéis contestado?
—¡Nada de nada! —irrumpió Zog, con brusquedad.
—Entonces os habéis delatado —dijo Danny—. Ahora sabrán que no había hablado con vosotros.
—Lo sabemos —dijo Tío Mook—. También sabíamos que vendrías. Pero Zog y Gyish se equivocaban, no has venido a alardear. La auténtica razón es que no nos quieres muertos, por mucho que nos odies.
—Yo no contaría con eso —gruñó Zog—. Es un bastardo rencoroso.
—Si nos quisiera muertos —dijo Tía Lummy con suavidad—, esta reunión la celebraríamos en la colina de Hammernip. Puede teleportarnos adonde desee.
—¿Aceptáis las condiciones? —preguntó Danny—. Me refiero a los tres votos que he expuesto a todas las Familias.
—Sí —dijo Tío Mook—. Para algunos de nosotros, asumir esos votos será sencillo.
—Lo sé. Pero para otros no lo será. Y ése es el motivo de la presencia de Zog y Gyish. No sólo quiero oír cómo pronuncian los votos; además, tienen que convencerme de que los van a respetar.
—¿O qué? —le desafió Zog—. No permitirás que cruce la Gran Puerta, ¿qué más puedes hacerme?
Había llegado el momento de hacer una demostración de poder. Danny creó una puerta que tragó a Zog para hacerle caer desde el techo a continuación. Aterrizó sobre la mesa y el impacto lo dejó sin aliento. Los demás se quedaron boquiabiertos y muchos se echaron hacia atrás, alarmados. Thor se sobresaltó tanto que se cayó de la silla.
—¿Qué puedo hacerte si rompes tu juramento? —preguntó Danny con suavidad—. Puedo hacerte cualquier cosa que se me pase por la cabeza.
Danny se puso de pie. El resto se volvió a acomodar en las sillas, excepto Tweng y Uck, que ayudaron a Zog a bajar de la mesa y volver a su asiento.
—Tenéis hasta mañana para responder a mi propuesta, igual que el resto de Familias.
—¿A qué hora? —preguntó Thor.
—A la hora a la que decida volver.
—¿Y qué hora es ésa, si se puede saber? —exigió Gyish, que no parecía muy impresionado por la humillación de Zog.
Danny no se molestó en contestar. Se teleportó de vuelta a la salita de su casa, donde le aguardaban los otros.
—Ha ido bien —dijo Hermia.
Danny tardó un momento en ser consciente de que Hermia le había estado espiando, pero él no había creado mirillas ni para ella ni para Vivi en esta ocasión.
—¿No irás a cabrearte, verdad? —dijo Hermia—. He estado practicando para hacer más cosas, aparte de cerrar tus puertas.
—¿Has creado una puerta? —preguntó Danny con entusiasmo.
—Ya me gustaría —dijo Hermia—. No. Sólo he desplazado la última mirilla que creaste para mí.
—¿La desplazaste hasta la biblioteca?
—No —dijo Hermia—. La até a ti y tú la llevaste hasta allí. Lo veía todo desde el botón del cuello de tu camisa.
Sin soltó una risita. Xena le dirigió una mirada asesina.
—¡Mola! —exclamó Wheeler.
Era una gran novedad, Hermia podía desplazar la cola de una puerta y atarla a un objeto.
—¿Puedes hacerlo tú también? —preguntó Danny a Vivi.
—No lo he intentado —respondió Vivi—. Ni siquiera me di cuenta de que Hermia te espiaba hasta que has vuelto, o me habría cabreado contigo por no hacerme una mirilla también. Ya sé que no soy tan joven y guapa como ella, pero yo te quiero más.
—¿Me enseñarás cómo lo has hecho? —preguntó Danny a Hermia.
—Claro —respondió ella—. Es la primera vez que me sale bien y sólo la he desplazado un par de metros. No sé a qué distancia puedo llegar, aunque temo que no sea mucho más.
—Ya se han entregado todos los mensajes —intervino Pat—. Por lo que comenta Hermia, todo ha ido bien con tu Familia.
—Me temo que Hermia estaba siendo sarcástica —dijo Danny.
—No es cierto —repuso Hermia—. Creo que fue bien de verdad. Le plantase cara a Zog y trataste al resto con respeto. No sé si yo habría sido capaz.
—¡Danny es tan guaaaay! —canturreó Wheeler.
—¡Sí que lo es! —se sumó Xena.
«Déjame en paz, Xena», deseó Danny en silencio. «No sé ni lo que quiero».
—Ya que has entregado todos los mensajes —comentó Pat—, ¿no va siendo hora de que crucemos la Gran Puerta?
—¿Vosotros? —preguntó Hermia, sorprendida—. ¿Para qué?
—Para comprobar qué nos hace —dijo Pat—. Hay sangre bastarda de los magos corriendo por todo el mundo, podríamos tener poderes latentes.
—No hacía falta que esos diosecillos se dedicaran a repartir su semilla —se rió Vivi—. Los mortales tenéis potencial mágico. Al menos, es la teoría de Danny, que piensa que los humanos tuvieron su origen aquí en Midgard y se convirtieron en magos cuando tropezaron con una Gran Puerta de origen natural que los llevó a Westil.
—Si las puertas se pudieran orginar de forma espontánea —dijo Hermia—, ¿no crees que alguna se habría abierto durante los catorce siglos en que Loki se dedicó a devorar todas las puertas creadas por magos?
—Loki devoraba todas las puertas. Además, no tengo ni idea de cómo se origina una puerta espontánea. Quizá los planetas tienen que estar alineados o algo por el estilo. O a lo mejor funciona por ciclos.
—O epiciclos —dijo Hal.
—Danny es virgo —señaló Xena—. No sé qué alineación planetaria es la idónea para él.
—Es sólo una teoría —aclaró Danny—. Y no tiene nada que ver con la astrología.
—Probemos —dijo Vivi—. Que estas criaturas encantadoras crucen la Gran Puerta a ver qué pasa.
—Si lo vamos a hacer —dijo Pat—, que sea antes de que vayan las Familias. En cuanto haya otros Grandes Magos en el mundo…
Danny pensó en su padre con su poder sobre el metal y las máquinas multiplicado por dos. O por diez. Y su madre, ¿de qué sería capaz ella? En el pasado hubo dioses que podían arrojar rayos. Una maga lumínica como Mamá podría fabricar rayos después de cruzar la Gran Puerta.
Pat tenía razón. Los magos de las Familias serían dioses y si, a la hora de la verdad, no respetaban los votos, Danny iba a estar muy ocupado. No tendría tiempo para dedicarle a sus mortales ni a sus potenciales poderes mágicos.
Tampoco le había dicho a las Familias cuándo crearía la Gran Puerta. No podía demorarlo demasiado porque ya había una Gran Puerta abierta, una que Danny no podía controlar, y las Familias acabarían por conocer su existencia.
Esa noche, mientras se desvestía para acostarse, Danny imaginó un escenario en el que las Familias perdían la paciencia y se unían para atacar a los Silverman, demostrándole a Danny que no estaban dispuestas a esperar más.
Marion y Leslie eran muy poderosos después de cruzar la Gran Puerta, pero no lo bastante para hacer frente a una alianza de las Familias. Incluso una sola Familia era capaz de ponerles en serias dificultades. Leslie podía aislar a los magos de las bestias de sus bestias y Marion podía abrir la tierra bajo sus pies. Sin embargo, existían amenazas imposibles de controlar. Serían impotentes contra las magias del viento y del agua. Y también contra la del fuego.
Y cuando la granja de Yellow Springs hubiera ardido hasta sus cimientos, ahí estaría la puerta salvaje aguardando a quien quisiera usarla. Y entonces, el espacio-tiempo, el eterno bromista, conseguiría que algún miembro de la familia atacante cruzara la puerta salvaje sin querer.
Danny decidió que no podía demorar la creación de la Gran Puerta. Si llevaba a sus amigos mortales hasta Westil, tendría tiempo para entrenarlos. A lo mejor, su magia latente florecía de pronto. A lo mejor…
A lo mejor los cerdos pueden comer con cuchillo y tenedor. Hasta los magos más poderosos necesitaban años de entrenamiento para dominar su poder. ¿Cómo podía fantasear Danny con la posibilidad de que los mortales obtuvieran poderes iguales a los que su Familia había heredado?
«No soy todopoderoso. Es posible que sea el dueño de la magia más deseada, un poder con el que puedo cambiar el mundo. Es posible que la gente esté a mi merced. Sin embargo, no debo olvidar que he creado una Gran Puerta que ha escapado a mi control. Ignoraba las consecuencias de tejer mi puerta con las de otros magos, muertos hace tiempo y llenos de rabia y rencor. Pero la ignorancia no me exime de las consecuencias de mi torpeza.
»¿Cuántos errores he de cometer a causa de mi falta de preparación? No son mis amigos mortales lo que necesitan instrucción, soy yo. Pero la única persona que puede ayudarme es también mi peor enemigo: el Ladrón de Puertas.
»La mayor parte de sus puertas están en mi poder, pero no tengo ni idea de las artimañas que podría emplear contra mí. Tengo que pensar en el peligro que supone pedirle ayuda. Es un Gran Mago Teleportador, me engañaría con la misma naturalidad con la que respira. ¿Cómo creerle aunque prometa ayudarme?».
La imagen de la granja de los Silverman ardiendo volvía una y otra vez a su imaginación.
Alguien llamó a la puerta de su casa.
Sintió un escalofrío de pánico. Su corazón se aceleró con la repentina descarga de adrenalina. ¡Las Familias lo habían encontrado!
—Soy yo —dijo una voz desde el otro lado—. Tengo que hablar contigo.
Danny suspiró, aliviado. Con el corazón desbocado todavía, fue hacia la puerta sin recordar que estaba a medio vestir. Cuando abrió la puerta, Pat le miró de pies a cabeza.
—Veo que esperabas a otra persona —comentó.
Danny sólo llevaba puesta la ropa interior y los calcetines.
—Me estaba preparando para meterme en la cama —explicó Danny—. Y no esperaba a nadie.
—Haberme dicho que esperara mientras te ponías una bata —dijo ella.
Entró en la casa y Danny cerró la puerta.
—No tengo una bata —dijo.
Fue a su dormitorio a buscar sus vaqueros y volvió a la salita con Pat.
—No te molestes —dijo Pat—. No pienso estar mucho rato.
—¿No piensas sentarte?
Pat miró a su alrededor.
—¿Dónde?
Había sitio, pero tanto el desvencijado sofá como las maltrechas sillas de la cocina estaban ocupadas con libros y ropa. Danny recogió un poco el sofá.
—Qué ordenado —rió Pat.
Danny puso la mano en la espalda de ella para acompañarla al sofá.
—¿Qué haces? —preguntó ella, apartándose.
—Te ofrecía un asiento —dijo Danny, retirando la mano.
—Puedo ir muy bien yo sola sin que me toques —dijo con frialdad—. No soy Xena, no quiero que me sobes. Y, por si te interesa, ella no está lo que se dice enamorada de ti.
—Nunca pensé que lo estuviera.
—Ella cree que lo está —dijo Pat—. Pero no te quiere a ti, quiere ser la madre del hijo de un dios.
—No soy un dios. No existen los dioses. Son todos gente como yo.
—Exacto, coleguita —se revolvió Pat con fuego en la mirada—. La gente como tú demuestra que los dioses existen. Seres con poder y muy peligrosos que pueden hacerle cosas terribles a la gente que no les obedece.
—¿Qué cosas terribles te he hecho a ti?
—Oh, no es maravilloso, gentil amo —dijo Pat acariciándose la piel del rostro—. Has sanado mi cutis erosionado por el acné. ¡Ya soy digna de que tus manos acaricien mi cuerpo!
Danny se sintió perplejo. No había intentado nada al tocarle la espalda. Había sido un acto reflejo. No solía ir tocando a la gente. No supo qué responder al ataque de ella.
—Siéntate mientras me pongo los pantalones.
—Te he dicho que no pienso quedarme mucho rato —advirtió ella, aunque se sentó en el sofá y le observó mientras se vestía—. No sé por qué he venido.
—Bueno, podemos descartar que el motivo de tu visita sea el sexo —bromeó Danny.
—Perfecto, como no dejo que me toques, crees que soy una zorra frígida.
Su respuesta fue tan desproporcionada, que Danny pensó lo peor.
—Oye, no será que…
—No. Nadie abusó de mí cuando era una niña, si es lo que piensas. No tengo recuerdos de vivencias horripilantes reprimidos que me impiden llevar una vida sexual normal. Mi sexualidad no está reprimida. Sólo que no me gusta que me toquen.
Danny no dijo nada durante varios segundos.
—Te agradezco que hayas venido a contármelo —soltó al fin.
Pat le miró, sorprendida.
—No he venido aquí para eso. —Se ruborizó al decirlo—. No sé… No sé qué ha pasado. No era mi intención reaccionar así. —Apartó el rostro, avergonzada.
Danny cogió una de las sillas de la cocina y se sentó frente a ella.
—Vamos a olvidar que te he tocado y que tú has reaccionado como lo has hecho. Te he invitado a pasar y sentarte, y aquí estamos. —Adoptó un aire jovial—. Pat, mi querida amiga, ¿qué te trae hasta mi hogar a estas horas de la noche, cuando lo que deseas no es acostarte conmigo ni tener mis hijos?
Pat no se rió.
—Mis padres me obligan a ir a un psiquiatria porque siempre quiero estar sola.
—Ah. Eso explica el comentario sobre la «sexualidad reprimida» que has soltado antes.
—Tiene una licenciatura y un doctorado, lo que demuestra que los títulos se los dan a cualquier ceporro que hinque los codos. La tía era una farsante, quiso hipnotizarme e implantar recuerdos falsos en mi cabeza. La muy cretina estaba convencida de que me había hipnotizado y empezó a sugerirme que mi padre me había hecho «cosas» cuando tenía tres años. Era hipnosis pornográfica en directo. Pornografía infantil. ¡Ugh! —Pat reprimió un escalofrío—. Mis padres me obligaron a ir hasta que le conté a mi padre lo que esa zorra estaba empeñada en hacerme «recordar» sobre él.
—Pero sigues empleando el vocabulario.
—Cuando la gente se acerca a mí o me toca de una manera que no me gusta, no puedo evitar acordarme de ella. Ser introvertida no es una patología.
—Ya lo sé —dijo Danny—. A mí tampoco me gusta que me toquen.
Entonces, recordó cuando Lana le había acosado en casa de Stone y tuvo que reconocer que no estaba siendo sincero. De entrada, no le había gustado que Lana le tocara porque no se lo esperaba y, además, ella se había mostrado dominante, cosa que le había desagradado. Pero a su cuerpo sí le había gustado que ella le tocara y aún recordaba el encuentro. Solía recrearse con ese recuerdo e imaginaba otros finales, distintos del que sucedió en realidad.
Pero era consciente de que todos esos impulsos eran su instinto de reproducción que tomaba el mando. De hecho, le ocurría lo mismo que a Pat: no le gustaba que la gente le tocara sin su permiso.
—Siento haberte tocado —dijo Danny—. Y también siento que tus padres no fueran más comprensivos y que la loquera fuera un fraude. ¿Por qué no me cuentas de una vez por todas para qué has venido?
Pat volvió a ruborizarse y se encogió sobre si misma en el sofá. Parecía tan vulnerable que Danny se reprochó a si mismo por ser tan brusco.
—En serio —dijo en un tono más suave—, dime a qué has venido, por favor.
—Estoy preocupada por ti —dijo al cabo de unos segundos. Seguía sin mirarle a la cara—. Eres tan… tan…
—¿Estúpido? —sugirió Danny.
—Sí. Pero no estúpido en el sentido de que no eres inteligente. Quiero decir que creo que eres muy listo y bastante majo y que no tienes maldad, aunque tu sentido del humor es un poco ácido.
—Sí, supongo que la acidez es marca de la casa —dijo Danny—. Pero capto la idea. Gracias por el consejo.
—¿Te das cuenta? Ahora estás bromeando, pero también te has burlado de mí por venir a estas horas a hablar contigo y me he hecho un lío hasta sentirme tan idiota que quería morirme. Sin embargo, estás siendo muy paciente conmigo, esperando a que reúna el valor para decirte lo que he venido a hacer. Eres majo, Danny, y por eso tengo miedo por ti, no tienes ni idea de lo mala que puede llegar a ser la gente.
Danny pensó que Pat no sabía lo que era vivir en una familia como la suya.
—Sé más de lo que crees, Pat.
—No hablo de tu familia —repuso Pat, como si adivinara lo que pensaba Danny—. Tú eres el experto en magos, dioses o lo que seáis la gente como tú. Me refiero a la gente en general. La gente normal. Hasta la gente bienintencionada. ¡Eres tan confiado! Cuando llegaste al Parry McCluer, decidiste que seríamos amigos. Aún me pregunto por qué. ¿Fue porque el director encargó a Laurette que te guiara por el instituto en tu primer día de clase? Recuerdo lo que hiciste rabiar a Laurette y, a pesar de ello, te sentaste con nosotros y, de pronto, nos elegiste como amigos. No lo entiendo, ¿por qué nosotros?
Danny no supo qué contestar. No había una razón concreta.
—Me dejé llevar, supongo. De todas formas, si no me hubierais caído bien, habría pasado de vosotros.
—Pero no te caemos bien —enfatizó Pat—. ¿Cómo íbamos a gustarte? Somos raros, repelentes y no hay uno que esté en su sano juicio.
—Laurette tiene un escote genial y mi heterosexualidad se conforma con eso —bromeó Danny—. Yo diría que es un buen motivo.
—Venga ya, no eres un baboso de esos —dijo Pat—. También es verdad que somos bastante buena gente, podrías haber elegido peor. De todas formas, a lo que voy es que sin saber cómo éramos de verdad, nos tomaste por tus mejores amigos y… Y…
—Y nos hicimos amigos —dijo Danny—. Y que yo sepa, los amigos se hacen así.
—¡No! ¡No es así! ¡Esas cosas llevan tiempo!
—Yo no tengo tiempo —dijo Danny—, sólo me quedan un par de años en el instituto. Además, ya te he contado cómo me criaron. No llegué a conocer a nadie fuera de la Familia. Cuando llegué a Washington, conocí a un puñado de personas. Una llegó a ser un buen amigo, otra se quiso aprovechar de mí. También hubo una chica que tenía los recuerdos que la loquera te quiso implantar, pero los suyos eran reales; era una persona egoísta e impredicible. Y su marido, que nunca llegué a entender qué hacía con ella. También tuve un encuentro con el dueño de una tienda de empeños que intentó matarme a mí y a mi compañero de robos. Y el ayudante del dueño de la tienda, a quien convencí que lo mejor era que matara a su jefe; y… ¿Te estoy aburriendo?
Pat había enterrado el rostro entre las manos. Negó con la cabeza sin retirar las manos.
—Soy tan estúpida —gimió—. Me quiero morir.
—No lo hagas, por favor. La policía vendría a preguntarme por qué mis huellas dactilares están en tu espalda.
Pat no pudo evitar reírse.
—He venido para darte un consejo, y resulta que sabes más de la vida que yo.
—No, no sé nada de nada en realidad. Sólo te he dado una lista de la gente que conocí en Washington, para que vieras la clase de amigos que he tenido. Eso sin contar a los Silverman y a Vivi, aunque con ellos fue diferente. Y no puedo presumir de que acertara con toda esa gente, pero tenía que relacionarme. No sabía cómo era la vida fuera del territorio familiar; sin gente que me orientara, me habría perdido. Tenía que hacer amigos y averiguar más tarde si podía confiar en ellos de verdad. Mira a Hermia, al principio pensé que quería matarme y ya ves…
—A eso iba —dijo Pat, descubriéndose el rostro—. Esa chica no es tu amiga.
—No sabes nada de ella —dijo Danny, negando con la cabeza.
—No sé nada de ella, de acuerdo. Pero no es tu amiga.
—¿Por eso has venido? ¿Para advertirme sobre Hermia?
—He venido para pedirte que tengas cuidado; confías en gente que no lo merece.
—Confío en ti. Te dejé entrar en casa a pesar de la hora. Te he escuchado porque creo que eres mi amiga. ¿Por qué tengo que confiar en ti y no en Hermia?
—¿Qué daño puedo hacerte yo? —dijo Pat—. Pero ella sí que puede.
—No me estoy enamorando de ella, si te refieres a eso —dijo Danny—. Es más mayor que yo. Pero es como Vivi, una compañera teleportadora. Me enseñó a cerrar puertas. Corrió un riesgo enorme al seguirme y ahora nos enseñamos el uno al otro. Nos ayudamos.
—¿Lo ves? —apuntó Pat—. Se aprovecha de ti.
—Y yo de ella.
—No, ella se aprovecha de ti. Es calculadora, lo tiene…
—¿Y cómo lo sabes? —dijo Danny.
—¡Porque lo sé! Ahora te necesita, pero en cuanto crea que ganará más traicionándote…
—Eso se le puede aplicar a cualquiera.
—No.
—Sí —insistió Danny—. Somos seres humanos, también yo. Confías en la gente hasta que dejas de hacerlo. Son sinceros hasta que dejan de serlo.
—Ahí te equivocas —dijo Pat—. No todo el mundo es así. Hay gente en la que puedes confiar siempre, porque morirían antes de traicionarte.
Danny meditó sobre lo que acababa de decir Pat. Era un punto de vista extraño y nuevo para él.
—He leído muchos libros de historia —dijo—. Lo hacía para pasar el rato mientras los otros niños aprendían magia. Y no recuerdo a ningún personaje histórico que se portara como dices tú.
—Vuelve a la historia —dijo Pat—. Y lee sobre Juana de Arco, por poner un ejemplo.
—¿Qué pasa con ella?
—Fue leal a las voces que la guiaban. Jamás las traicionó.
—Pero sí que lo hizo —comentó Danny.
—La engañaron para que lo hiciera, pero cuando se dio cuenta, se retractó de lo dicho y murió por sus convicciones. Hay gente como ella en el mundo.
—¿Lunáticos?
—Deja las bromas, coleguita —advirtió Pat—. Estoy hablando en serio. La actitud cínica que mantienes con mucha gente está justificada, pero hay gente que es buena y puedes contar con ella.
—No soy cínico, soy realista. ¿No hay más ejemplos, aparte de la chica que oía voces?
—Y dirigió ejércitos e hizo de Francia una nación.
—Me disculpo con Juana de Arco por hablar de ella con tanta ligereza.
—Jesús.
—¿Qué pasa con él? —dijo Danny, aunque Pat acababa de sorprenderle.
—Un hombre de palabra. Un amigo auténtico.
—¿Amigo de quién?
—De todo el mundo —respondió Pat.
—Eres cristiana —afirmó Danny.
—¿Y qué si lo soy? Aunque tú no creas que murió por tus pecados, él sí que lo creyó. Y no se acorbadó, también fue leal a sus convicciones.
Danny no se molestó en explicarle a Pat que las Familias consideraban que Jesús, Mahoma, Moisés y Elías eran de procedencia semítica. Magos que no pertenecían a ninguna de las Familias ni procedían de Westil.
—Jesús y Juana de Arco. Una lista más bien corta.
—Ellos son los conocidos —dijo Pat—. Pero la lista es muy, muy larga. Hay millones de personas que mantienen su palabra, aun a costa de sus vidas o de padecer una agonía terrible. Soldados que se portaron con valor y murieron por ello. Hombres de negocios que mantuvieron contratos que los llevaron a la ruina porque habían dado su palabra. ¡Hay gente así!
—De acuerdo —asintió Danny—. Te creo. ¿Soy una de esas personas? —preguntó.
—Creo que sí.
—Soy un embaucador, siempre estoy mintiendo y se me da bien. Estafé a la gente hasta que llegué a Washington. Pero también es cierto que mantengo mis promesas. Suena raro, lo sé. ¿Es posible que sea una persona honesta?
—No lo sé —dijo Pat—. Pero no estoy hablando de eso.
—Ya lo sé —dijo Danny—. No has venido para decirme que soy un buen tío; has venido para decirme que tú eres una buena amiga.
—Sí —dijo Pat, tras pensarlo—. Tienes razón.
—Quieres que sepa que no eres Xena, que sólo busca tener un hijo con el hombre más poderoso que ha conocido —dijo Danny—. Y tampoco eres como Hermia, que se aprovecha de mí y permite que yo me aproveche de ella porque los dos salimos beneficiados. Contigo no hay tratos ni intereses porque has venido por un motivo muy distinto.
—Sí —respondió ella.
Había comenzado a llorar. Danny se sentó a su lado, ella apoyó la cabeza sobre su hombre y él la abrazó.
—Has venido aquí para decirme que eres una amiga de verdad y que puedo contar contigo más que con nadie.
Ella asintió.
—Y has venido para decirme que estás enamorada de mí.
Ella se apartó, dejándose caer sobre el reposabrazos del sofá. Su llanto se intensificó.
—Soy una tonta —sollozó—. No era consciente de que venía para eso, no habría venido de saberlo.
Danny apoyó la mano en la espalda de ella. La acarició con suavidad. En esta ocasión, no se apartó.
—Has venido porque quieres que sepa que eres una amiga leal, honesta y alguien en quien puedo confiar. Que no crees que esto de la magia sea tan guay, que en realidad es peligroso. Te preocupas por mí, por el peligro que corro, y no quieres que me pase nada malo. No te atrae mi poder o lo que represento; soy yo el que te atrae. Me quieres a mí.
Pat volvió a asentir, había dejado de llorar. Él seguía acariciando su espalda y cuando ella se volvió hacia él, su cara enrojecida y los ojos llorosos, él la besó.
No sintió lo mismo que con Lana. Su cuerpo reaccionó de modo similar, pero no tenía miedo, como esa primera vez. Confiaba en Pat. Y de pronto, fue consciente de que cuando hablaba con sus amigos, eran las palabras de Pat las que mayor interés despertaban en él; ella conseguía que le prestara atención porque siempre tenía algo que decir.
Tampoco era del todo cierto. Danny también respetaba a Hal y era un buen amigo, aunque no tenía la misma claridad de ideas que Pat. Hal siempre decía lo que pensaba, y Danny valoraba esa sinceridad, pero los conocimientos de Pat eran mayores, por lo que sus intervenciones aportaban más aspectos positivos.
Eso quiere decir que puedo aprovecharme de ella.
Danny se odió por pensarlo. Había una parte de él que era fría y calculadora. Apartó sus labios de los de Pat.
—Por favor —suplicó Pat e intentó seguir.
—No —dijo Danny.
Pat asintió y se echó hacia atrás, enfurruñada.
—Quiero besarte —dijo Danny—. Eres la única chica a la que me apetece besar, aunque no me había dado cuenta hasta ahora. Confío en ti, te respeto y te considero una amiga de verdad. Has venido a contarme lo que significo para ti y sé que es verdad. Pero hay algo que debes saber: yo no soy como tú. Utilizo a la gente. Sé que puedo contar contigo, pero ¿puedes tú contar conmigo?
—No puedo responder a esa pregunta —dijo Pat, encogiéndose de hombros—. Sólo puedo responder por mis actos.
—Y yo por los míos —dijo Danny—. Mi cuerpo te desea. Ahora mismo. ¿Comprendes? Y si no llego a interrumpir el beso, me habrías dejado llevarte a la cama, ¿verdad?
Ella se echó hacia adelante y se cubrió la cara de nuevo.
—Soy una mala cristiana —se quejó.
—No quiero ser esa clase de tío.
—¿Qué quieres decir?
—La clase de tío que se va a la cama con una chica porque puede. Algo que hacen todos los hombres de la Familia. Los dioses que preñaban a mortales en las mitologías. No soy tan bueno como tú, Pat, pero soy mejor que ellos. Enamorarte de mí sólo te va a acarrear tristeza.
Pat se levantó del sofá.
—Por favor —dijo Danny, intentando retenerla.
—Tengo que irme a casa —dijo Pat—. Mis padres estarán preocupados.
—Pensabas pasar la noche conmigo —comentó Danny.
—Y te habrías convertido en mi familia. Pero no ha sido así. Ellos siguen siendo mi familia. Me tengo que marchar.
—He sido sincero contigo; podría haberme callado.
Ella se detuvo en la puerta.
—Lo sé. Has sido honesto. Eres mejor de lo que creía. Te quiero más que antes. Tú me quieres más de los que ambos creíamos posible. Pero jamás nos acostaremos; no soy la mujer de tu vida. Sin embargo, nunca he sido más feliz que ahora. Ya ves qué cosas. —Dejó el comentario en el aire y se marchó.
«Soy el mayor imbécil del mundo», pensó Danny. «He dejado que se marche sin intentar retenerla».
Pero Danny sabía que había hecho lo correcto. Su deseo por Pat era mayor que el que había sentido por Xena. Claro que Xena no cesaba de provocarle. Se preguntó si el deseo por Pat tendría que ver con lo mismo. Era posible que fuera el tipo de chica que le gustaba de verdad; lista, tranquila, sincera, irónica y con buen corazón. Parecida a Leslie. Como Mamá. Sí, era ese tipo de mujeres de las que se enamoraría sin dificultad, y Pat había sido la primera que se cruzaba en su camino.
Estaba a punto de emprender la misión más peligrosa de su existencia, ya de por sí llena de peligros. No tenía claro si sólo se sentía atraído por Pat o estaba enamorado de ella, pero no era el momento de complicar las cosas iniciando una relación. Por no mencionar el hecho de que las Familias podían haber enviado espías para vigilarle. Si Pat llega a quedarse a pasar la noche, se arriesgaba a que la raptaran para chantajearle. La tortura, incluso la muerte, de un ser querido sería un medio para atacar al Gran Mago Teleportador que siempre estaría fuera del alcance de sus enemigos.
Había sido un acierto interrumpir el beso y ella había tomado la decisión correcta al marcharse.
¿Cómo había empezado todo? Cuando la tocó para indicarle que se sentara.
¿Había intuido el motivo de su visita? ¿Se había dejado llevar por un sentimiento hacia ella que él mismo desconocía?
No.
Había tocado a Pat porque es lo que hacía Marion cuando recibía alguna visita. La mano en la espalda, para guiar al invitado. Marion era el tipo de persona que tocaba a la gente. Danny no lo era. Pero sin darse cuenta, había imitado la costumbre de Marion de colocar la mano sobre la espalda de un invitado, a modo de acompañamiento.
Danny nunca había recibido invitados en casa y cuando apareció Pat, sola y sin previo aviso, Danny, nervioso ante la aparición de la chica, hizo lo que Marion Silverman hacía: ser amable.
Y punto.
Pero la situación había derivado en algo mucho más profundo. Pat era la más lista de sus amigos, la más madura. Su carácter sarcástico tenía su origen en su capacidad para observar a los demás, sin involucrarse de manera directa en las conversaciones. Danny también había adoptado esa actitud. Ella era la que más se parecía a Danny; por lo menos, en lo referente a las relaciones sociales. Siempre al margen. Siempre cauta, analítica.
«Pero yo no soy cauto. Y mientras ella es callada, yo no paro de hablar. De hecho, Pat no se parece nada a mí, ni yo a ella. Aunque creo que si me pareciera más a ella, sería mejor persona.
»Por otra parte, ella sería más feliz si se comportara como yo, ¿no? Parece tan amargada».
«Déjalo ya», se dijo, mientras se desvestía de nuevo para meterse en la cama e intentar dormir. «No le des más vueltas».
Pero no pudo. Pat ocupó su mente mientras intentaba conciliar el sueño y aún cuando lo consiguió. Y su primer pensamiento fue de ella al despertar al día siguiente. Se maldijo por ser tan tonto, mientras se preparaba para ir a casa del entrenador Lieder. Lo último que necesitaba era una mujer que le distrajera.