BÚSQUEDA
Pan tendría que haber encontrado con facilidad al mago eólico al que Danny North llamaba Ced. El rastro de destrucción que le seguía a lo largo de Hetterwee le delataba, por no hablar de su condición de extranjero. Aunque consiguiera ropa local, su lengua le delataría en cuanto abriera la boca.
Hetterwee era una extensa planicie sobre la que nevaba de forma copiosa en invierno, pero apenas llovía en verano. El pasto crecía con rapidez y el suelo era fértil, pero al llegar el verano todo se mustiaba y, entonces, el ganado pastaba cerca de alguno de los arroyos que fluían desde las Montañas Altas, en Mitherkame.
Mitherkame estaba situado a gran altitud y contaba con grandes bosques; era un lugar donde los magos pétreos y marinos, los árboles y las águilas prosperaban. El viento ululaba y corría por cañones y pasos angostos entre las montañas.
Por el contrario, Hetterwee era una tierra llana que se extendía sin obstáculos hasta el horizonte, donde el viento bailaba en los prados.
Entre la hierba, abundaban los insectos que se alimentaban de semillas. También acudían pájaros y pequeños roedores al reclamo de las simientes y, una vez allí, aprovechaban para devorar a los insectos. Además había manadas de rumiantes que acudían al reclamo del pasto y tras ellas llegaban los predadores: los lobos y los grandes felinos. Cazaban a los animales enfermos y heridos y, si las madres se descuidaban, a las crías indefensas. Los magos de los rumiantes y los magos de los predadores hallaban su hogar en las llanuras.
Un viajero que recorriera Hetterwee podría caminar durante muchos días con la sensación de que no se aproxima a su destino.
Sin embargo, en esta llanura de pasto seco surgen aldeas de mortales que construyen sus hogares con ladrillos cocidos de la tierra que les rodea y que arañan esa misma tierra para sostener sus modestas granjas. Con esfuerzo, han conseguido mantenerse generación tras generación. No cazan a los rumiantes por temor a que estuvieran protegidos por un mago de las bestias; tampoco se aventuran en la llanura a solas por miedo a que alguna bestia guiada por un mago predador les diera caza por pura diversión. Cuidan de los suyos y vigilan los cambios de tiempo del que depende su precario sustento. Estar siempre alertas es lo que los mantiene con vida.
Pan se teleportó de aldea en aldea: era un forastero, pero conocía el idioma de todos los lugares que visitaba, pues Pan hablaba todas las lenguas y dialectos que se hablaban en Westil; nunca había topado con uno que no fuera capaz de dominar en pocos minutos. Vestía los ropajes típicos de un viajero en busca de trabajo. Su llegada debía inspirar más confianza que la de Ced, pero Pan advirtió que las gentes mentían para proteger al mago eólico procedente de Midgard.
—Mi amigo debió de llegar poco antes o poco después de la tormenta que arrasó vuestros campos y hogares —decía en cada aldea a la que llegaba—. He de encontrarlo porque su esposa está enferma y tiene que volver a casa para ocuparse de sus hijos.
Pero no obtenía respuestas más allá de un gesto de indiferencia. Si insistía, la respuesta se volvía más agresiva y llegaban a amenazarle para que dejara de interrogarles.
Por lo visto, aunque las galernas habían arrancado los tejados de las casas y el granizo destrozaba las cosechas, las gentes no relacionaban estos desastres con Ced, al que tomaban por uno de los suyos.
Pero por mucho que le ayudaran los mortales, Ced no se podía ocultar de un Gran Mago Teleportador para siempre. Ya que los aldeanos se negaban a hablar, Pan abrió una puerta diminuta en sus hogares y espió sus conversaciones. Así averiguó lo que necesitaba saber y aun más. Los aldeanos sí sabían que Ced era el mago eólico que tantos daños estaba provocando; también que procedía de otro mundo. El propio Ced se lo había contado. Él era un dios del viento que acudía en persona para pedir perdón por los desastres que causaban sus huracanes y para paliar en la medida de lo posible las consecuencias de sus actos.
Al final, una de las mirillas de Pan le desveló a Ced durmiendo en el lugar privilegiado del hogar de unos aldeanos, junto al fuego de la chimenea, que distinguía a la casa como la más rica de la aldea.
Pan teleportó a Ced con tanta suavidad que no se despertó. Fue el frío lo que lo despejó, media hora más tarde; el aire helado y enrarecido de la cima de un monte en Mitherkame.
Ced se despertó temblando de frío y supo enseguida que había sido apresado por un mago teleportador, porque nadie más podría haberle llevado hasta allí con tanto sigilo desde la calidez del hogar donde dormía. El viento le desveló que estaba en el exterior y el aire enrarecido que se encontraba a gran altura. Cuando abrió los ojos, comprobó a la luz de las estrellas que reposaba en una extensión de terreno en la que no podía dar más de diez pasos sin caer por un precipicio.
—Discúlpame por haberte apartado del fuego —le dijo el joven que le observaba.
Ced lo reconoció de inmediato: era el mago que había acudido al encuentro de Danny en la cola de la Gran Puerta. El Ladrón de Puertas. El enemigo.
—No soy el mago que buscas —advirtió Ced—. Ése volvió a la Tierra.
—Sé muy bien dónde se encuentra Danny North —dijo el Ladrón de Puertas—. Es el dueño de la mayor parte de mi aura. ¿Cómo no voy a ser consciente del emplazamiento de mi prisión?
—¿Es una prisión dónde me encuentro yo? —quiso saber Ced.
—Sólo es un lugar donde podemos hablar en privado —dijo el Ladrón de Puertas—. Nadie nos interrumpirá. No podría mantener preso a un mago tan poderoso. Puedes marcharte cuando lo desees.
—Un mago tan poderoso como yo —repitió Ced con desprecio—. Mi poder perjudica a todo el mundo y no ayuda a nadie.
—Y, sin embargo, sigues usándolo —dijo el Ladrón de Puertas.
—El viento me reclama —susurró Ced—. Lo hace a todas horas, me canta sin cesar. Alborota el vello de mis brazos y mis piernas. Me alerta y puedo percibir todos los vientos del mundo. Las galernas lejanas, las brisas que corren cerca de mí, la agitación causada por un ciervo que corre y por las alas de una mariposa que emprende el vuelo. Este lugar me sobrepasa.
—No es este sitio el que te afecta —dijo el Ladrón de Puertas—. Eres tú. El paso por la Gran Puerta despertó tu poder. El viento siempre te ha llamado, tanto en Midgard como aquí, en Mitherkame.
—No conozco esos lugares, señor.
—Midgard es el nombre que damos a la Tierra. Y esto es Mitherkame —explicó el Ladrón de Puertas—. Estas montañas son la espina dorsal del mundo llamado Westil por los magos de Midgard, aunque el westil es sólo una de las lenguas de este mundo, además del antiguo, casi olvidado, nombre de un reino que en tiempos abarcó Hetterwold y los bosques del norte.
—Soy un forastero en este mundo —dijo Ced—. Si el viento no me hubiera llamado con tanta insistencia, habría vuelto a la Tierra con los demás. ¿Puedes tú enviarme a casa?
—Sabes que no puedo —dijo el Ladrón de Puertas—. Sabes que Danny North me arrebató casi todas mis puertas; las que conservo son insuficientes para crear una Gran Puerta, aunque ése fuera mi propósito. Y no lo es. Si es perjudicial tenerte aquí, sería mucho peor para Midgard si regresaras.
—Entonces estoy atrapado, solo y sin amigos —declaró Ced.
El Ladrón de Puertas le observó con perplejidad.
—¿Sin amigos? ¿Cómo hablas así cuando te reciben en todos los hogares y te ceden el sitio de honor al lado del fuego?
—Son gentes amables y dispuestas a perdonar, pero no saben quién soy. Sólo conocen el poder del viento y me temen por ello.
—Si te tratan bien y no intentan matarte ni controlarte, entonces son tus amigos. No exijas tanto de la amistad, Ced, o será cierto que no tendrás amigos.
—¿Y tú eres mi amigo, también? —preguntó Ced—. Me has traído aquí sin preguntarme. Oigo a los vientos gemir a los pies de este risco y suenan lejanos. Si diera un paso más allá del borde, caería a una muerte segura. Soy un prisionero, aunque lo niegues.
—¿Crees que los vientos que oyes te dejarían caer? Te sostendrían para llevarte allá donde tú quisieras.
—¿Quieres decir que puedo volar? —preguntó Ced, emocionado.
—Lo que quiero decir es que el viento al que sirves con tanta diligencia y gobiernas con tan poco criterio no desea que mueras.
—Supongo que si tú desearas acabar conmigo, me habrías dejado caer en pleno mar.
—También hay vientos en el mar, y te habrían buscado en seguida para salvarte. Crearían una burbuja de aire a tu alrededor, te elevarían por encima del agua y te secarían. Y entonces, volarías adonde quisieras.
—Entonces me habrías teleportado al corazón de una montaña… Puedes matarme, si es tu deseo.
—Lo has adivinado —admitió el Ladrón de Puertas—. No deseo asesinarte. Me gustaría ser tu amigo.
—¿Y cómo sería nuestra amistad? —preguntó Ced—. En una ocasión, tuve un amigo que me dio un hogar y comida, y permitió que cometiera errores para que aprendiera de ellos.
—Yo sería la clase de amigo que intenta que no cometas errores que causan muertes, ya sea a causa de las tormentas que provocas o las hambrunas que ocasionan las cosechas devastadas.
Ced tendió la mano y tomó la del otro, apretándola.
—Ése es mi más ferviente deseo —declaró.
—Pareces sincero —afirmó el Ladrón de Puertas, y pareció aliviado al decirlo.
—Lo soy —respondió Ced—. No soy una persona violenta. No me gusta destrozar las cosas. Sin embargo, cuando el viento me reclama…
—Cobra vida propia —dijo el Ladrón de Puertas, completando la frase—. Crece, se hace más grande, más poderoso, gira y baila a tu alrededor. ¿Tengo razón?
—¡Sí! —exclamó Ced.
—Y te sientes exultante, todopoderoso. Quieres gritar de felicidad. ¿No es cierto?
Ced asintió y agachó la cabeza, avergonzado. El Ladrón de Puertas acababa de pronunciar en voz alta lo que Ced se había negado a reconocer a sí mismo.
—Es una droga. Es heroína, cocaína, éxtasis y metafentamina a la vez. Es más poderosa que la marihuana, que es la única droga que he probado en mi vida. Una vez empieza, no quiero que se detenga. Aunque sé muy bien lo que ocurrirá. Puedo oír como todo se rompe y se destroza, pero no soy capaz de detenerme.
—Decides no detenerte —dijo el Ladrón de Puertas.
Y Ced tuvo que reconocer que, de nuevo, tenía razón. Se sintió avergonzado y le pesó la culpa hasta que rompió a llorar ante el poderoso extraño que le acompañaba.
—Debiste matarme mientras dormía —dijo—. Mis manos están manchadas de sangre. No como las de un soldado en la guerra; es la sangre de los niños que mueren aplastados por los tejados de sus casas y la de aquellos que el viento arrebata a sus padres para estrellarlos contra los árboles y las rocas. Es la sangre de los padres que mueren buscando a sus hijos o, más tarde, sus cadáveres cuando la certeza de la muerte de sus pequeños es ineludible. Debería ser yo el difunto. Cien muertes he causado ya.
—De hecho, son veinte —le corrigió el Ladrón de Puertas—. Tu vergüenza te hace exagerar.
—Veinte —repitió Ced, y comenzó a llorar de nuevo.
—Doy por cierto que has intentado parar —dijo el Ladrón de Puertas, poniendo una mano sobre el hombro de Ced.
—Las voces del viento no me dejan nunca en paz. ¿Cómo puedo hacer que se detengan cuando ni siquiera puedo pensar?
—No tienes que detenerlas —dijo el Ladrón de Puertas—. Canta con ellas hasta que su voz sea la tuya, que sus movimientos sigan el dictado de tu aliento. Lo que sientes, cuando percibes todos los vientos del mundo, es tu aura que se extiende hasta límites inimaginables. Como eres el único mago eólico que ha cruzado una Gran Puerta, no hay quien pueda competir contigo. Los vientos son tuyos. Si los amas, Ced, los vientos serán tú mismo.
—¿Cómo es posible que un mago teleportador sepa tanto de la magia de los vientos?
—Porque todas las magias del mundo al final son una sola —declaró Pan—. Y porque en una ocasión, amé a una maga eólica.
—¿Tu esposa? Yo tuve esposa. —Ced pensó en la pobre Lana y en la mezcla de dolor y alivio que sintió cuando ella le abandonó.
—Mi madre —dijo Pan.
«Tuvo madre. Fue un niño. Es un ser humano. Como yo. Y un monstruo, como yo».
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó Ced.
—Quiero enseñarte a controlar tu poder y que protejas este mundo —dijo el Ladrón de Puertas.
—¿Protegerlo?
—De los monstruos. De los dioses.
—¿Qué dioses?
—En la Tierra los llamáis las Familias. Pronto estarán aquí y serán tan poderosos y tan incapaces de gobernar ese poder como tú. Pero, al contrario que tú, no sentirán remordimientos por el mal que puedan causar sus actos.
—Mis remordimientos no devuelven la vida a los difuntos —dijo Ced.
—Pero si aprendes a controlar tu poder, serás mucho más fuerte que ellos, aunque sólo sea al principio, y podrás proteger a la gente de este mundo. Evitarás que el horror caiga sobre nosotros. ¿No te gustaría hacer algo así?
—Ni siquiera soy capaz de proteger a la gente de mí mismo.
—Los proteges a diario, cada vez que no levantas un viento. Los proteges cuando te acercas a ellos y no les amenazas con tus tormentas si no te obedecen; al contrario, intentas ayudarles a paliar el daño que has causado. ¿Por qué crees que te aman? Porque no te consideras un dios, o porque crees que los dioses deberían ser piadosos.
—¿Me aman?
—Este mundo ha estado gobernado por dioses durante largo tiempo. Cuando cerré las Grandes Puertas, debilité a los dioses y conforme morían los antiguos magos, los nuevos que ocupaban su lugar, sólo poseían una fracción del antiguo poder; la vida mejoró en este mundo. Ahora, los magos más poderosos apenas son una sombra de lo que eran antes. Pero los magos de Midgard llegarán aquí revestidos de un poder que no se ha conocido en catorce siglos. Y con ellos traerán sus guerras y enemistades, y aniquilarán a los magos de este mundo cuando intenten hacerles frente. Sólo tú posees el poder para enfrentarte a ellos de igual a igual. Serás incluso superior, si te preparas para la guerra.
Ced recordó una cita de una película antigua: «Soy un amante, no un guerrero». Le parecía recordar que la frase la había dicho el actor cómico Rodney Dangerfield. El hombre que no se hizo respetar por nadie.
—Si amas algo, ya tienes un motivo por el que luchar. Y yo creo que quieres a la gente de este mundo.
Ced no estaba tan seguro. El sentimiento de culpa no era lo mismo que el amor. Pero podía equipararse.
—Pero esta guerra es distinta —siguió el Ladrón de Puertas—. El amante ha de permanecer vivo dentro del guerrero, porque no quiero que destruyas a las Familias, Ced. Quiero que impongas tu voluntad sobre ellos y que luego las convenzas para que se unan a nosotros.
—¿A nosotros? —repitió Ced. ¿Cuándo se habían convertido en aliados?—. Si los magos de las Familias se unen a nosotros, ¿quién sería nuestro enemigo?
—Alguien peor que ellos.
—Los miembros de las Familias son abominables —dijo Ced—. Crían a sus hijos para que sean monstruos y no soy capaz de imaginar algo peor.
—Yo sí.
—¿Quién?
—Mitherkame y Midgard no son los únicos mundos habitados por magos que actúan como monstruos.
—No estoy preparado para esto. —Ced se sentía abrumado.
—Ya lo sé —dijo el Ladrón de Puertas—. Tú sólo querías cruzar una Gran Puerta para averiguar lo que ocurriría con tu poder.
—Y me he convertido en un tirano.
—Te has convertido en un gran mago. Tu falta de experiencia y de autocontrol han ocasionado los desastres. Pero puedes aprender a controlar tu poder. Puedes ayudar a las Familias a controlar sus poderes cuando vengan. Sólo entonces podremos luchar contra los Devoradores de Almas.
Ced recordó las palabras de Danny y Hermia sobre el Ladrón de Puertas. Era el enemigo legendario, el minotauro, el monstruo terrible al que se tenían que enfrentar.
—¿Por qué te ríes? —preguntó Pan.
—Hablas de los Devoradores de Almas igual que nosotros hablábamos sobre el Ladrón de Puertas.
—Sé que yo era lo que más temía Danny North —asintió el Ladrón de Puertas.
—Destruiste a todos los magos teleportadores nacidos durante los últimos mil años.
—No es cierto —se defendió el Ladrón de Puertas—. Jamás ataqué a un mago teleportador hasta que trataba de crear una Gran Puerta. Lo único que pedía era que no lo intentaran, que crearan sus puertas para teleportarse dentro de su mundo. ¿No bastaba con eso? ¿No podían conformarse con teleportarse de un lugar a otro y sanar a todos los que cruzaran sus puertas? ¿No les bastaba con un poder tan maravilloso?
—El poder es adictivo, cuanto más tienes, más quieres —dijo Ced, recordando lo que le había ocurrido a él.
—Igual que los monos en un árbol, que siempre ansían la fruta que está fuera de su alcance.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Ced—. Pienso en ti como el Ladrón de Puertas, pero sólo describe lo que haces.
—En el último sitio donde viví, me llamaban Pan.
—¿Y cómo te llamó tu madre?
—Me llamaba Loki, pero ese nombre también era para describir lo que hacía. Es el nombre que dan al mago teleportador más poderoso de la Familia North. La última vez que conocí la esperanza fue con el nombre de Pan. Es el nombre con el que me conocen mis amigos.
—Háblame del ser que es peor que los magos de las Familias —pidió Ced—; del Devorador de Almas, para así decidir si voy a llamarte Pan.
—Ignoro si es un solo ser o existen muchos. Es posible que sea el mismo que vuelve una y otra vez, porque si es lo que yo creo, es inmortal y muy difícil de destruir.
—Pero ¿qué es?
—Un mago mental —respondió Pan—. Pero no la clase de magos que procede de Dapnu Dap, que en un tiempo sedujeron a los hombres y mujeres de Mitherkame y acabaron gobernándolos como un mago de bestias gobierna a sus animales.
—Esos magos ya parecen bastante malos. Lo que hicieron fue horrible.
—Sin embargo, eran vulnerables. Podías buscar sus cuerpos, indefensos mientras sus auras cabalgaban sobre las gentes que poseían. Podías matarlos. Pero el dios Bel no actúa así. Es algo que averigüé antes de cerrar las puertas. Domina el cuerpo del hombre y no es su aura la que lo controla, es su esencia.
—¿Y no queda nada en su cuerpo? —preguntó Ced, que intentaba comprender lo que le contaba Pan.
—No sé si los magos bel tienen cuerpo. No sé cómo es la vida en su mundo. Pero se teleportaron a nuestro mundo, nunca en grandes cantidades y, como ya te he dicho, es posible que sólo haya ocurrido una vez y que sólo exista un Bel. Porque cuando muere un cuerpo, la esencia de Bel no muere con él. Se limita a saltar a otra persona, expulsando la esencia de ese cuerpo y sustituyéndola por la suya. Se convierte en esa persona.
Ced empezaba a comprender el alcance de la amenaza que suponía Bel.
—Si se apodera del cuerpo de un gran mago…
—Tendrá el poder de ese mago. Así actúan los magos bel y hasta que lo comprendimos, no pudimos luchar contra ellos. Veíamos a uno de nuestros grandes magos sufrir un cambio repentino, se hacía más poderoso y despiadado. Era malvado. Pero cuando luchábamos contra el mago que se había transformado, siempre ganábamos. En ocasiones, lo matábamos. Pero si conseguíamos capturarle para hablar con él, no recordaba nada. Ocurría igual que con las bestias que no recuerdan nada cuando los magos las cabalgan. El mago no recordaba la posesión. Sólo estaba… ausente. Desligado de su cuerpo. Dormido, por decirlo de alguna manera. Uno declaró que había estado vagando, pero fue incapaz de decirnos dónde había estado o lo que le había pasado.
—Entonces el mago capturado no era el autor de las cosas terribles que provocaban tanta destrucción.
—Algo tomaba el control de su cuerpo, pero, cuando se veía prisionero y desvalido, abandonaba el cuerpo. Fueron los egipcios quienes descubrieron el peligro de Bel. Por eso extraían los órganos de los grandes magos cuando fallecían y los colocaban en recipientes. Impedían que un mago bel utilizara sus cuerpos cuando la esencia del mago fallecido desaparecía.
—¿Cómo se puede luchar contra un ser así? —preguntó Ced.
—Hubo un Loki que se enfrentó a él y venció. Teleportó el cuerpo poseído por el mago bel al sol de Midgard. Siempre creímos que el mago bel había muerto con el cuerpo, porque no había ningún ser vivo próximo al que pudiera poseer y salvarse. Sin embargo, ahora creo que el mago bel estuvo vagando por el espacio, perdido. Eso confirmaría que sólo existe uno de ellos: Bel. En cualquier caso, cuando retornó, había aprendido la lección; no íbamos a poder engañarle de nuevo. Cuando me enfrenté a él, no pude repetir la artimaña que empleó el otro Loki. Fue entonces cuando decidí devorar todas las Grandes Puertas del mundo, Bel no encontraría un cuerpo lo bastante fuerte para ir de un mundo a otro.
—Si yo volviera a…
—Todos los que vinieron con Danny North a Mitherwee, a Westil, son más poderosos que cualquier otro mago de Midgard. El mago bel lo sabrá. Ansiará ese poder. Todos corren un peligro terrible. El que más, el propio Danny North. Si el mago bel consigue poseer a tu amigo, podrá crear todas las Grandes Puertas que quiera. Y si en lugar de uno, fueran muchos los magos bel, acudirán a este mundo, donde reside el corazón de la magia, para conseguir el poder necesario con el que dominar el universo.
—Desplazando al resto de dioses —dijo Ced, comprendiendo lo que le contaba Pan—. Convirtiéndose en dioses inmortales, invencibles y eternos.
—Y lo serán, si no conseguimos detenerlos.
—¿Y si el mago bel posee a Danny North? ¿Qué haríamos en ese caso?
—Matar a Danny —replicó el Ladrón de Puertas—. No nos quedaría más remedio.
—¿Por qué no lo has matado ya? Estabas con él cuando cruzó la Gran Puerta.
—Porque Danny North no ha hecho nada que le haga merecedor de la muerte.
—Creó una Gran Puerta.
—Cuando la gente creaba Grandes Puertas, yo les arrebataba su poder —dijo Pan—, pero no mataba a nadie. No soy el mago bel. No soy un monstruo.
—Yo tampoco deseo ser un monstruo —repuso Ced—, pero eso no quiere decir que no lo sea.
—Lo sé —sonrió Ced—. Puedo enseñarte a controlar tu poder. Que te conviertas en dueño y señor del viento, en lugar de que sea él quien te gobierne.
—Yo tengo la sensación de estar al mando, pero no puedo detenerme porque deseo todo lo que desea el viento.
—Eres como la mecha de una vela —explicó Pan—. La llama no puede arder sin la mecha, pero la mecha no gobierna a la vela. La llama acaba por consumir a la mecha.
—Yo no lo habría explicado así —dijo Ced, asintiendo—, pero es justo lo que me pasa.
—Me alegro de que lo reconozcas, has dado el primer paso hacia el conocimiento. Es la parte más difícil del aprendizaje de un mago.
—¿Y tú me instruirás, Pan? ¿Me enseñarás a controlar mi poder?
—¿Yo? —se rió Pan—. No puedo. Ésa es una lección que jamás llegué a asimilar. Al igual que tú eres una herramienta del viento, lo soy yo del espacio-tiempo. No, te llevaré a los mejores profesores. Los que pueden instruir a cualquier mago porque cuentan con la sabiduría y la paciencia necesaria, de lo contrario no habrían llegado a ser señores de su propia magia.
—¿Quiénes son?
—Los magos arbóreos. No todos, sólo unos cuantos. Los mejores profesores. Aquellos que comprenden que el árbol es en verdad sus raíces. Fue un mago arbóreo el que me salvó la vida hace catorce siglos para que pudiera cumplir con mi misión. Convenció a un árbol para que se abriera a mí. Me sumergí en su interior, creé una puerta diminuta que me teleportaba en el interior del árbol, pero sólo una fracción de centímetro diaria; una distancia tan pequeña que parecía que estaba inmóvil. Pero cruzaba esa puerta a diario y todos los males de mi cuerpo sanaban. Y hacía lo mismo con el árbol, sus ramas jamás caían sin que surgieran otras para ocupar su lugar. El árbol vivió catorce siglos en perfecto estado, igual que yo. Entonces percibí que algo sacudía la Totalidad. Sentí la llegada de Danny North al universo, sentí su poder. No lo comprendí en ese momento, sólo sabía que la hora de abandonar el árbol había llegado. Apenas sabía quién era. No podía hablar. Tuve que recordar lo que era un ser humano, yo que había sido un árbol durante tanto tiempo. Pero lo conseguí. Soy humano. Y Danny North está en el mundo. Me derrotó y ahora tiene mis puertas. No soy enemigo para el mago bel ni para las Familias de Midgard. Por eso necesito que domines tu poder, para que estés a mi lado cuando llegue el momento.
—No soy nada valiente —dijo Ced—. No sé cuál será mi comportamiento cuando se desate la guerra.
—Nadie lo sabe —dijo Pan—. Y la respuesta a esa pregunta cambia cada día de batalla. ¿Vendrás conmigo a conocer a los magos arbóreos de Gos en el Bosque Profundo? Veremos si uno de ellos acepta ser tu maestro.
—Estoy seguro de que ya has preguntado a uno de ellos y ha aceptado, sino no estarías aquí —dijo Ced.
—Es cierto que lo he preguntado —admitió Pan—, pero no aceptará hasta que te haya conocido. Y si vienes o te quedas, has de decidirlo tú.
—Iré contigo y aprenderé cuanto pueda. Y si lo que me has dicho es cierto, estaré a tu lado en la batalla.
—Si no fuera cierto —repuso Pan—, no será porque yo te haya mentido. La mitad de lo que te he relatado son conjeturas que he hecho sobre el mago bel y puedo estar equivocado. Espero estar equivocado. Y espero que podamos derrotarlo cuando llegue el momento.