ASESINOS
Cuando Danny llegó a la granja en Yellow Springs, Marion ya había colgado una cuerda en la viga central del establo.
—¿Has usado una escalera de mano para subir hasta allí? —preguntó Danny.
—Soy un mineral —dijo Marion—. No puedo volar, y tampoco mis efigies.
—¿Y por qué no me esperaste? Te habría teleportado hasta la viga.
—Sé que es difícil de creer, Danny, pero antes de que tú llegaras a la granja, ya era capaz de limpiarme el trasero yo solito.
Danny sonrió ante el comentario.
—¿Eso es una indirecta para que abra una puerta en tu ano? De salida sólo, por supuesto.
Marion amenazó a Danny con la mano abierta, aunque jamás le había pegado, ni pensaba hacerlo. Se detuvo en seco y preguntó:
—¿Podrías hacer una cosa así? No me refiero a abrir una puerta en mi trasero, me refiero a anexionar una puerta a una persona y no a un lugar.
—Podemos preguntárselo a Hermia cuando llegue —respondió Danny.
—Hermia y Vivi sólo saben lo que han estudiado en los libros.
—Y yo sólo cuento con mi experiencia —repuso Danny—. He estado años intentando averiguar cómo podía bloquear mis puertas y que volvieran a mi interior, y hasta que vi cómo se hacía, no fui capaz de hacerlo por mí mismo.
—Alguien tuvo que ser el primero en llevarlo a cabo —asintió Marion—. Y si crees que puedes confiar en una griega como Hermia…
—Los Griegos sólo me inspiran desconfianza cuando traen regalos —bromeó Danny—. Y ella es una Pelasga, para ser más exactos.
—Hermia cree que eres el mago teleportador con más talento de la historia. Eso significa que hay cosas que vas a tener que descubrir por tu cuenta.
—Los padres siempre creen que sus hijos tienen más potencial del que tienen en realidad —arguyó Danny.
—¿Qué me dices de la posibilidad de aplicar la teleportación a la cirugía? —sugirió Marion—. Es posible que pudieras extraer el dispositivo de localización que le implantaron a Hermia.
—En mi mente cuento con una mapa de todas las puertas que he creado —respondió Danny—. Pero soy incapaz de trazar un mapa del interior de un cuerpo humano. Cuando alguien cruza una puerta, todas sus heridas y enfermedades quedan eliminadas, pero si comenzara a crear puertas para extraer partes del cuerpo de Hermia sin conocer el terreno, dependería de la suerte para dar con el dispositivo rastreador.
—Ahora sé por qué querías teleportar la cuerda hasta la viga: prefieres el camino fácil; no te gusta el riesgo.
—Y tú ¿qué? ¿Es que te gusta jugarte la piel? —dijo Danny, algo molesto por el comentario de Marion.
—No —admitió Marion—, me gusta ir sobre seguro. Una cosa, si cogieras la cuerda por un extremo y te teleportaras hasta la viga, ¿la cuerda te seguiría hasta arriba o se cortaría en la boca de la puerta?
—No se cortaría, pero lo parecería —explicó Danny—. En realidad, seguiría entera. Entraría por la boca de la puerta aquí abajo y saldría a la altura de la viga.
—A los minerales como yo esos saltos en el espacio-tiempo no nos gustan. Nos gustan las cosas que se pueden tocar —dijo Marion, negando con la cabeza.
—¿Dónde está Mamá? —preguntó Danny.
—Haciendo guardia, vigilando que no haya efigies ni bestias de algún mago espiando afuera. Vas a crear otra Gran Puerta, algo que ansían todas las Familias, por no mencionar los Huérfanos cuya existencia ignoramos.
—Me cuesta creer que después de cruzar la Gran Puerta Leslie sea capaz de detectar el aura de un mago a más de dos kilómetros —dijo Danny.
—Y yo ¿qué? Puedo detectar todas las variaciones que se producen en cualquier roca, inclusive las fluctuaciones pétreas, en un radio de casi doscientos kilómetros. Eso explica por qué los mortales consideraban dioses a los magos que cruzaban una Gran Puerta.
—¿Entonces Mamá y tú sois dioses? —preguntó Danny.
—Si hubiera sido un Gran Mago Pétreo cuando pasé por la Gran Puerta, seguro que mis proezas harían que los mortales me considerasen un dios. Pero era un simple mineral; ahora soy capaz de entregarme a la piedra con mayor empatía y ella responde con igual fuerza. Nada más.
Danny no dijo nada; se quedó meditando. Recordó que Marion había hecho que el suelo se abriera en el instituto Parry McCluer para tragarse la furgoneta de su familia. ¿Qué ocurriría cuando el propio Danny cruzara una Gran Puerta? ¿Y Vivi y Hermia? ¿Qué efecto tiene la Gran Puerta sobre un mago teleportador?
Era uno de los motivos por los que quería crear la Gran Puerta. Con la desaparición del Ladrón de Puertas y contando con Marion y Leslie para impedir que las Familias pudieran atacarles, Danny podía experimentar un poco. Iría hasta Westil y permanecería allí durante un par de minutos. Tiempo suficiente para echar un vistazo al lugar donde Marion y Leslie habían estado durante una fracción de segundo.
—Parpadeamos y habíamos vuelto a la Tierra —les había relatado Marion—. Era de día y vi algunas rocas y hierba. Nada más.
—Y lo de la hierba lo sabe porque se lo dije yo —había comentado Leslie—. A los magos pétreos la hierba les trae sin cuidado, pero a las bovinas como yo, nos encanta.
Danny tiró con suavidad de la cuerda que había colgado Marion. Tenía tantas ganas de crear una Gran Puerta que apenas podía esperar a que llegaran los demás.
No, no era él. Danny no era quien ansiaba la Gran Puerta. Quienes lo deseaban con fuerza eran las auras atrapadas en su interior. Los antiguos prisioneros del Ladrón de Puertas, el Ladrón en sí no lo deseaba, sus puertas sólo habían servido para bloquear Grandes Puertas, para robarlas.
Danny se preguntó si podría emplear alguna de las auras cautivas para crear una Gran Puerta. Hermia le había contado que en la antigüedad los caminantes cedían algunas de sus puertas a los Grandes Magos Teleportadores para aportar masa crítica a la elaboración de una Gran Puerta. ¿Y si él utilizaba las puertas de sus cautivos con el mismo fin?
Danny probó a crear una puerta a partir de una las que mantenía en su yacimiento. Es decir, puso en marcha el proceso interno con el que creaba sus puertas, pero empleando una de las cautivas. La consecuencia fue un dolor agudo, casi físico; sintió cómo le repelían con fuerza.
«¡No!».
El grito surgió desde su interior. La negativa fue una sensación más que una voz, pero captó su significado: el rechazo absoluto.
Tenía sentido. Danny no podía forzar la puerta de otro mago. Cuando Hermia le habló sobre la colaboración de los caminantes con los magos teleportadores, recordó que ésta había sido voluntaria. Las puertas que Danny albergaba en su interior habían sido robadas a magos teleportadores que no querían que su captor empleara sus auras perdidas para crear puertas.
Le habría gustado crear una Gran Puerta con la participación de varios magos, pero si se negaban a cederle sus auras, tendría que acatar su decisión. El Ladrón de Puertas no había arrebatado esas puertas con la idea de utilizarlas; al contrario, su idea era que nadie pudiera hacerlo.
Volvió a cuestionarse los motivos del Ladrón de Puertas. Era algo relacionado con los dioses semíticos. Con Bel, la antigua deidad cartaginense.
«Gané una batalla cuando vencí al Ladrón de Puertas, pero sigo sin saber en qué guerra me he metido. ¿Y si me he metido en una especie de guerra de independencia americana y me he puesto del lado de los británicos? No tengo ni idea de quiénes son los buenos. Tengo muchos enemigos, pero quizá mis enemigos tengan buenas razones para matarme. ¿Y si al derrotar al Ladrón de Puertas he cometido el peor error de la historia?».
—Deja de comerte el coco, Danny. Pareces un amargado —dijo Vivi.
Acababa de teleportarse a la granja desde Nápoles, Florida. Temblaba a causa de la emoción. La Gran Puerta que iban a crear era sobre todo para ella. Tras tantos años sin saber si era una maga teleportadora, cuando consiguió localizar las puertas de Danny y abrirlas, fue la mujer más feliz del mundo. Más tarde se sintió frustrada al comprobar que sólo era capaz de abrir puertas. Bueno, también tenía muchos conocimientos sobre teleportación que podía enseñarle a Danny. Había dedicado su vida a estudiar el tema y Danny tenía mucho que aprender.
Ahora, Vivi había recuperado la esperanza de ser algo más. Confiaba en que sus poderes se vieran incrementados si cruzaba la Gran Puerta. Era su tema de conversación favorito y lo sacaba a colación siempre que podía. Danny sabía que estaba obsesionada con la idea de teleportarse a Westil. No es que le presionara, pero Danny se sentía atosigado por el deseo de Vivi.
De todas formas, Danny también sentía curiosidad por lo que sucedería cuando Vivi cruzara la Gran Puerta. Tampoco olvidaba a Hermia, cuya única habilidad era la de cerrar las puertas que Danny dejaba abiertas, cosa que ocurría cada vez con menor frecuencia. Pero la presencia de Hermia era peligrosa; cuando se reunía con Danny, corrían el riesgo de que apareciera la Familia Griega. Por ese motivo, Danny y Hermia no tenían ninguna prisa por crear la Gran Puerta.
Danny, por su parte, tenía miedo. Sí, había derrotado al Ladrón de Puertas, pero ¿quién le decía que no había sido por pura casualidad? ¿Y si volvían a enfrentarse de nuevo y el Ladrón de Puertas le aguardaba bien preparado para la batalla? Quizá estuviera armado. Bastaría con una simple espada. Danny aparece en Westil, el Ladrón de Puertas blande su espada y… ¡Zas! La cabeza de Danny rueda por el suelo. Aunque alguien le hiciera cruzar la Gran Puerta, aunque antes le colocaran la cabeza sobre el cuello y la mantuvieran allí durante la teleportación, Danny estaba casi seguro de que seguiría estando muerto.
Pero la posibilidad de un contacto físico con el Ladrón de Puertas era ínfima. Era imposible que supiera dónde iba a desembocar la Gran Puerta en Westil; ni siquiera Danny lo sabía.
—Se parece demasiado a una horca —comentó Vivi, examinando la cuerda que descendía desde la viga—. ¿Qué ha hecho Marion, un nudo corredizo?
—No, es un simple lazo —respondió Danny—. Me lo pasaré por debajo de las axilas y no tendré que agarrarme; me concentraré mejor.
—¿Por qué no das vueltas sobre ti mismo en el suelo, como los derviches[1]? —sugirió Vivi.
—La otra vez creé la puerta al final de una cuerda —respondió Danny—. Quiero repetir el proceso hasta que aprenda más sobre cómo funciona. La fortaleza y duración de la puerta pueden estar relacionadas con mi velocidad al girar.
—También puede que no haya ninguna relación.
—Ya experimentaremos cuando hayamos cruzado la puerta.
—Y volvamos de nuevo —añadió Vivi.
Danny supo en quién pensaba al hacer el comentario.
—No sabemos si Ced se quedó allí voluntariamente o no. Si vaciló una fracción de segundo, ya no habría podido volver. El Ladrón de Puertas me atacó casi de inmediato. Marion o Leslie podrían haberse quedado allí también.
Stone se teleportó en ese momento desde su casa en Washington D. C.
—Hola, Vivi —saludó.
—¿Vivi? —exclamó ella, indignada—. ¿Nada más? ¿Nada de «cariño» o «amor mío»?
—¡Oh, tú, gloriosa maga teleportadora! —declamó Stone—. ¡La más admirable de las mujeres! ¡Esposa amada…!
—Ahí estamos —dijo Vivi, con una sonrisa satisfecha—. A veces necesitas un empujoncito, pero sabes cómo hacer que una chica se sienta bien.
—Tengo curiosidad por saber en qué se convierte un herbolario cuando cruza la Gran Puerta. A veces sueño con que hago crecer el césped de todos los jardines de América hasta que la hierba cubre las casas y nadie puede encontrarlas.
—Y los búfalos volverán a campar a sus anchas por todo el país consumiendo la hierba, que volverá a crecer cada vez más alta —rió Vivi.
—La hierba surgirá de cada grieta en las aceras y reducirá el asfalto a pedazos —siguió Stone—. En mi jungla, los vehículos serán inútiles, hasta los helicópteros, porque la hierba cubrirá las aspas, inmovilizándolas.
—Y trescientos millones de personas morirán de hambre —dijo Danny.
—Entonces la enorme extensión de césped se convertiría en un cementerio encantador —apuntó Vivi.
—No te preocupes, Danny. Aunque pudiera hacer algo así, no lo haría —dijo Stone—. El césped es la parte de la flora menos interesante del mundo. Es uniforme y monótono. Una auténtica pradera cuenta con más de cien especies distintas de hierbas, con miles de flores silvestres y bulbos y helechos y musgos…
—Y lirios —añadió Vivi—. Me encantan los lirios.
—Los lirios son los caniches del mundo de las plantas —comentó Stone con desprecio.
—Son preciosos —dijo Vivi—. En solitario o cubriendo praderas enteras. No me dejes sin lirios, querido.
Stone miró a Danny y levantó los ojos al cielo.
—Te he visto, Peter —dijo Vivi—. Eso no ha sido nada agradable.
—Agradable no, pero sí necesario —replicó Stone—. A veces, te conviene que sea grosero contigo. Crea esa puerta lo antes posible, Danny, o acabaré por meterme en un lío.
—Le diré a Hermia que estamos listos —dijo Danny.
Gracias a su capacidad para detectar todas sus puertas, Danny sabía dónde se encontraba la puerta que había abierto para Hermia en Río, su último destino. La idea de la griega era que si tenía que teleportarse de un lado para otro para despistar a su familia, al menos que fuera a sitios cálidos e interesantes. Danny abrió una puerta hasta el hotel de Hermia y se teleportó allí.
No estaba en su habitación. Eso sorprendió a Danny. Hermia sabía que los preparativos para crear la Gran Puerta estaban a punto, tendría que estar allí, esperándole.
Danny abrió una puerta para volver a la granja justo en el momento en que le dispararon. Sintió los perdigones atravesar su cuerpo y… El dolor no llegó a surgir porque ya había vuelto a través de la puerta al establo. Jadeó a causa de la impresión y los otros le observaron expectantes.
—Tienen a Hermia —dijo Danny—. No estaba en el punto de encuentro y me habían tendido una emboscada.
—¿Estás herido? —preguntó Vivi, tanteando su camisa perforada.
—Me dispararon —admitió Danny—, pero el paso por la puerta me ha curado. Tengo que encontrar a Hermia.
—No puede haber sido su gente —dijo Stone—. Los Griegos son capaces de lo peor, pero no intentarían acabar con el único mago teleportador del mundo.
—Pues son los únicos que podían localizarla —dijo Danny.
—Es posible que alguien esté siguiendo a los Griegos —sugirió Marion.
—O quizá cuenten con su propio husmeador, sean quienes sean —dijo Stone—. Los Griegos tienen medios para localizar a Hermia, pero un husmeador sólo tiene que encontrar tu puerta y sentarse a esperar.
—¿Hablas de un grupo de fanáticos que cree que nadie debe volver a Westil? —preguntó Vivi.
—O secuaces del Ladrón de Puertas —dijo Marion.
—Voy a echar un vistazo —dijo Danny, y creó una mirilla. En realidad abrió una puerta diminuta, suficiente para espiar la habitación del hotel.
Vio a dos hombres, uno llevaba una escopeta.
—Estoy seguro de que le di antes de que desapareciera —dijo el que iba armado.
Danny creó una puerta y la deslizó por encima de los dos hombres. Fueron a parar a un punto a veinte metros sobre el Atlántico, lejos de tierra. Danny abrió una nueva mirilla y los vio caer al agua. La escopeta se hundió de inmediato; los hombres gritaron socorro mientras intentaban no seguir el camino de la escopeta.
No les iba muy bien. De hecho, uno de ellos estaba aterrorizado porque apenas conseguía mantenerse a flote.
No eran Griegos. La familia de Hermia estaba muy orgullosa de su herencia talasocrática y una de las cosas que aprendían de niños era a nadar.
Danny necesitaba un lugar en donde mantenerlos encerrados, en el que no pudieran hacer daño a nadie, pero donde tampoco corrieran peligro.
Decidió utilizar la gravedad para construir un encierro perfecto. Creó una puerta que los sacó del agua y los elevó a una altura de veinte metros; entonces, desplazó la boca de la puerta justo debajo de ellos para que cayeran en ella. La puerta los elevaba un centímetro y los dejaba caer otro centímetro en un movimiento sin fin. La sensación era la de una caída constante, pero podían respirar y también oírle.
Danny se dirigió a ellos a través de la mirilla.
—Si os hubiera teleportado a quinientos metros de profundidad, la presión os habría aplastado.
El que llevaba la escopeta sollozaba sin control, pero el otro parecía más entero y escuchaba a Danny.
—¿Dónde está la mujer que ocupaba la habitación del hotel? —exigió Danny.
—¿Qué mujer? —preguntó el hombre.
Danny movió la boca de la puerta de manera que el descenso y ascenso de los hombres pasó de un centímetro a veinte metros. Los mantuvo así durante un minuto y luego volvió a situar la boca para que la caída fuera de un centímetro.
—Inténtalo de nuevo —les dijo.
—Ella ir a la playa —dijo el hombre—. Nosotros entrar en su habitación. Ella aún no volver.
Danny observó a los hombres con detenimiento.
—¿Persas? —preguntó—. ¿O hindúes?
El asesino le dedicó una mirada cargada de desprecio a pesar de su situación.
—Dime a qué Familia pertenecéis.
—Jamás —respondió el hombre.
Danny pensó que ya contaba con un dato: eran miembros de una Familia. De haber sido Huérfanos, lo habría declarado con orgullo. Y era una familia por la que estos hombres estaban dispuestos a morir antes de revelar su identidad. Cualquiera de las Familias conocidas podía estar detrás del intento de asesinato, pero ninguno de sus miembros estaría dispuesto a morir para mantener su identidad a salvo. A fin de cuentas, matar magos teleportadores era algo que todas las Familias habían jurado hacer.
Danny se planteó si se trataría de una familia que todos creían extinta.
Repasó la lista de las Familias desaparecidas. A partir de la apariencia física de los hombres, pensó en Oriente Medio. Todas las Familias conocidas eran Indoeuropeas, excepto una.
—¿Sois hititas? —preguntó.
—¡No! —gritó el hombre.
Eran hititas. Interesante. Incluso emocionante. ¿Cómo había conseguido mantener su existencia en secreto la Familia Hitita? Habían sido exterminados antes de que Pompeyo llegara a Siria, aunque algunos historiadores de las Familias especularon en su momento que podían haber adoptado a los armenios para establecerse como sus deidades.
Sin embargo, el aspecto histórico tendría que esperar.
—Si Hermia ha muerto, os garantizo que vosotros también lo haréis.
—¡Vive! —chilló el hombre—. Nosotros no tocarla.
—¡No Grandes Puertas! —gritó el otro hombre, el que sollozaba—. ¡Venir Bel! ¡Bel acudirá a Yllwee!
Eran aliados del Ladrón de Puertas. O compartían sus miedos. Yllwee era el nombre con el que se conocía a Westil en la antigüedad. Danny recordó las runas de la inscripción que había leído en la Biblioteca del Congreso: «Nos hemos enfrentado a Bel y ha gobernado los corazones de muchos».
Magos mentales procedentes de otro mundo, uno distinto a la Tierra y a Westil. «Loki halló la puerta oscura de Bel a través de la cual el terror inundaba el mundo». ¿Qué importancia tenía que Danny creara una Gran Puerta si Bel era capaz de abrir sus propias puertas?
Los hititas sabían algo que Danny ignoraba; tenía que averiguar qué era.
Danny desplazó al establo la cola de la puerta que los mantenía suspendidos. Cayeron enredados sobre la paja al lado de uno de los cajones donde ordeñaban las vacas. Danny trajo de inmediato la boca de la puerta al establo y suspendió a los dos hombres a cuatro metros sobre el suelo.
—¿Qué pasa aquí, Danny? —inquirió Marion—. ¿Cómo se te ocurre traer extraños a la…?
—Son hititas —le interrumpió Danny—. Me han disparado y saben algo sobre Bel.
Todos estaban al corriente del contenido de las runas que Danny había leído en la Biblioteca del Congreso, la mención de Bel los puso en alerta.
—Necesito que los interrogues mientras estoy fuera —le pidió Danny a Marion.
—No soy esa clase de persona —dijo Marion.
—No te he pedido que los tortures. Sólo tienes que hacerles preguntas.
—Tú los estás torturando —dijo Marion—. ¡Están aterrorizados! ¡No paran de caer!
—La gente paga dinero para subirse a un avión y lanzarse en caída libre antes de abrir el paracaídas —dijo Danny—. No los estoy torturando, lo hago para tenerlos controlados.
—Como quieras, pero no lo hagas aquí —dijo Marion.
—De acuerdo, los devolveré al Atlántico y se quedarán allí hasta que encuentre a Hermia.
—¡No! —gritó Leslie desde la puerta—. ¡Suéltalos ahora mismo!
—¡Han intentado matarme! —vociferó Danny—. ¡Son unos asesinos!
—Y también son hititas —añadió Vivi—. Son malvados y también interesantes.
—Las buenas personas no actúan así, Danny.
Danny sabía que Leslie tenía razón. El miedo y la rabia le habían impulsado a actuar sin pensar. Sin embargo, no había perdido el control del todo.
—Podía haberlos matado y no lo hice —se defendió.
—Están empapados —dijo Leslie.
—No saben nadar, pero yo no lo sabía. Les saqué del agua en cuanto me di cuenta.
—Sácalos de mi establo —exigió Leslie—. Ahora mismo.
«De vuelta al Atlántico», pensó Danny. Desplazó primero la cola de la puerta, lo que les devolvió al agua, donde comenzaron a chillar y a bracear aterrorizados. Los alzó de inmediato en el aire, donde volvieron a una constante caída libre de un centímetro. Mucho mejor que ahogarse, en cualquier caso.
Danny fue tras ellos y quedó suspendido en el aire. No cayó al agua como ellos, su habilidad para desplazarse por el espacio era suficiente para evitar tales percances.
—Voy a ver dónde está mi amiga —les comentó Danny—. Si está herida o muerta, le haré lo mismo a uno de vosotros y obligaré al otro a mirar.
—¡Nosotros no tocarla! ¡Nosotros no hablar con ella! —insistió el menos alterado de los dos.
Danny se teleportó de vuelta a la habitación del hotel en Río. No encontró a nadie en esa ocasión, ninguna escopeta para darle la bienvenida. No habían forzado la puerta, Danny dedujo que habrían sobornado a algún empleado del hotel para colarse. Danny fue al balcón y examinó la playa desde allí. Había mucha gente tumbada al sol o paseando por la arena. Pero tras unos minutos, distinguió a alguien que se parecía a Hermia. Creó una puerta desde la habitación hasta la chica. Si era Hermia, la vería y la utilizaría; si no era ella, no vería nada.
Era ella. Se teleportó.
—¿Es la hora? —preguntó en cuanto llegó a la habitación.
—Vine a buscarte antes —dijo Danny—. Me recibieron a tiros.
Hermia advirtió las huellas de los perdigones en la pared y la ropa agujereada de Danny.
—Mi Familia jamás habría… —comenzó con suavidad.
—No han sido los tuyos —interrumpió Danny.
—¿Dispararon a matar? ¿Sin previo aviso?
—Ni una palabra. Me dispararon sin más.
—¿Quién ha sido?
—Hititas —sonrió Danny—, estoy casi seguro.
—Dioses extintos armados con escopetas —suspiró Hermia.
—Extintos durante dos mil años, nada menos. No han admitido ser hititas, pero negaron serlo con tanto énfasis que creo que lo son. Los tengo suspendidos sobre el Atlántico.
—Quiero hablar con ellos.
—Quieres cerrar la puerta con la que los mantengo en el aire, para que caigan al agua y se ahoguen —adivinó Danny.
—Sí —asintió Hermia—. Eres un blando, Danny. La gente que dispara sin previo aviso no merece vivir.
—Esa gente mencionó a Bel, quiero oír más sobre el tema —dijo Danny—. Y la verdad es que sigo entero.
—Cosa que no puedes decir de tu ropa. Aunque puedes crear una nueva moda: ropa perforada. Estilo fusilado de Calvin Klein.
—Quiero abrir la Gran Puerta antes de que surjan más contratiempos —anunció Danny—. Esos desgraciados no van a ir a ninguna parte. Habrá tiempo de sobra para interrogarles más tarde.
—Si es que conseguimos volver —advirtió Hermia.
—En ese caso, algún día, alguien encontrará un montón de huesos y harapos suspendido en el aire sobre el Atlántico. Será la portada del Enquirer.
—No hagas como que no te importa, sé que no es así —dijo Hermia.
Danny suspiró. Leslie pensaba lo peor de él y Hermia lo mejor, y las dos tenían su parte de razón. Danny teleportó a los dos hombres a una celda individual de la cárcel del condado de Lexington, Virginia.
—Ahora están a salvo en tierra firme —le dijo—. Vamos a crear esa Gran Puerta antes de que alguien advierta la presencia de esos dos y los suelte.
—¿Dónde están? —quiso saber ella.
—En la cárcel —respondió Danny.
Abrió una mirilla a la celda y le invitó a que lo comprobara. Hermia les habló.
—No hagáis ruido —les advirtió—. Si intentáis salir o hablar con alguien, volveréis al océano.
A continuación pronunció unas palabras en una lengua desconocida para Danny.
—Me han entendido —le dijo a Danny—. La teoría hitito-armenia parece sostenerse.
—¿Hablas armenio? —preguntó Danny.
—Surgió de pronto —respondió Hermia—. Soy una maga teleportadora, es una lengua. Se nos dan bien los idiomas, ¿recuerdas?
Danny le tendió la mano a Hermia y se teleportaron al establo.