CAUTIVO
Pan era tan viejo que las garras de la cólera y el dolor no podían apresarle durante mucho tiempo. El ser que había morado en el interior de una árbol durante catorce siglos, atento tan sólo a que alguien abriera una puerta entre mundos, no era un ser humano por completo todavía y quizá no volviera a serlo nunca.
Pan era, sobre todo, un observador. Sí, había sido el amante de una reina. Sí, había querido a su hijo e intentó protegerlo, pero su amante, su enemiga, la reina Bexoi, había sido más astuta que él. Su hijo murió. Sí, también es cierto que había encarcelado a una mujer inocente y a sus hijos, aunque más tarde los dejó libres. Esos actos eran muy humanos, propios de alguien que vivía con intensidad.
Pero Pan seguía vigilante. No sólo observaba lo que ocurría a su alrededor, tal y como había hecho cuando merodeaba por el castillo de Kamesham, también estaba atento a lo que ocurría en su interior, donde residía su sentido de la teleportación.
En su vida anterior, cuando era conocido con el nombre de Loki, y durante los siglos que transcurrieron después, cuando pasó a ser conocido como el Ladrón de Puertas, Pan había capturado y guardado las puertas de otros magos, pero nadie le había arrebatado a él una puerta de su propiedad. Por lo tanto, no conseguía comprender las consecuencias de la pérdida de su aura y que ahora estuviera presa en el interior de otro mago, en su yacimiento primordial.
Sí que conocía las consecuencias de tales actos para otros magos: quedaban postrados, inertes, aguardando a que su aura errante retornara. Pero esos magos no eran teleportadores. Sus auras solían ser indivisibles. Sólo los magos más poderosos podían controlar varias efigies a la vez o empatizar con más de una bestia; sin embargo, el esfuerzo era considerable incluso para ellos.
Los magos teleportadores contaban con auras divisibles por naturaleza. Podían dejar porciones de sus auras en forma de puertas al servicio de otros. Y siempre sabían dónde estaban esas puertas, sin necesidad de prestar especial atención a su localización.
Ése es el motivo de que cuando Pan robaba las puertas de otros magos, los cuerpos despojados no quedaran vacíos e indefensos. Podían seguir con sus vidas con toda normalidad, o casi. Por eso Pan no creía que les hubiera causado daño alguno. Seguían siendo ellos mismos, vivos y con total control sobre sus cuerpos.
No había sido capaz de comprender lo que ocurría de verdad.
Cuando el nuevo Gran Mago Teleportador de Midgard le arrebató la mayor parte de las puertas que guardaba en su yacimiento, incluídas las que había robado a lo largo de los últimos siglos, sólo fue capaz de concentrarse en el puñado de puertas que conservaba bajo su control. Había empleado esas puertas para salvar a Anonoei, la concubina del rey Prayard, y sus dos hijos: Eluik y Enopp. Pensó que conservaba algo de poder; seguía siendo un mago.
Pero ahora, una vez recobrada la calma, entendió lo que nunca había comprendido: en las puertas de un mago teleportador reside una parte de su esencia mucho más grande de lo que Pan creía. Seguía siendo consciente de la existencia de las puertas que le habían arrebatado. Conocía su localización con toda exactitud. Podía sentirlas. Lo malo es que no podía hacer nada con ellas.
Sin embargo, al igual que ocurre con el aura de un mago de las bestias, cuando cabalga la bestia con la que empatiza, o como la efigie creada a partir de palos, piedras, arena, agua o fuego, las puertas robadas estaban alerta, conscientes de lo que el nuevo dueño de las puertas hacía, veía y oía.
Y cuanto más se concentraba Pan en las puertas robadas, más averiguaba sobre el otro mago teleportador: sus deseos, planes, necesidades, ambiciones. No captaba los pensamientos del otro en forma de palabras, eso estaba fuera de su alcance. Si el ladrón, el Gran Mago Teleportador, ése al que llamaban Danny North, hablaba en voz alta, Pan podía oírle; de lo contrario, Pan no percibía nada. Pero, al igual que un mago de las bestias, Pan podía sentir los deseos más íntimos del hombre o, mejor dicho, el chico.
No podía cambiar nada, influir en él de ninguna forma: Danny North estaba al mando y Pan no podía usar las puertas que le había robado éste para intentar luchar contra él. La esencia vital de un mago teleportador no residía en sus auras. Por ese motivo, los magos teleportadores no podían crear efigies. Sin embargo, las puertas seguían siendo una parte de Pan y, por lo tanto, él ahora era una parte de Danny North.
Pan meditó sobre las puertas que había robado a lo largo de los siglos; los magos despojados debían de haber sufrido las mismas sensaciones que él. Cierto que esos magos no eran tan poderosos como Pan, así que su percepción de su esencia no era la misma que él tenía con respecto a Danny North. Sin embargo, debían de haber sido conscientes de su presencia.
Como Pan había vivido durante tanto tiempo en el interior de un árbol, las puertas capturadas no se habían desvanecido tras las muertes de los magos. Seguían todas vivas. Pan las había silenciado. Pero habían permanecido vigilantes. Conocían a Pan como ningún ser humano llegaría a conocer a otro, salvo que los magos mentales contaran con tal poder de comprensión.
Las puertas sólo habían estado unos días en el interior de Danny North y Pan ya lo conocía a fondo. Sabía el tipo de persona que era, sus afinidades, miedos, esperanzas y odios. ¿Cuánto sabrían de Pan aquellos magos teleportadores cuyas puertas había cobijado en su yacimiento durante tanto tiempo?
Y ahora ese conocimiento sobre el Ladrón de Puertas estaba a disposición de Danny North.
Pan podía percibirlas a ellas también, a las puertas cautivas de este joven Gran Mago Teleportador. Ahora era consciente de que las conocía a todas, que incluso cuando acallaba sus gemidos, su furia y desesperación, sus voluntades, había acabado por intimar con ellas. Habían formado parte de su esencia y, ahora que ya no estaban, echaba en falta ese nexo íntimo. Se encontraban lejos, a una distancia incalculable, presas en el yacimiento de otro hombre que habitaba un mundo distinto al suyo; las echaba de menos.
El problema era que lo odiaban. Las puertas robadas por Pan procuraban mantener las distancias con las puertas propias del Ladrón de Puertas incluso dentro del yacimiento de Danny North, donde se hallaban todas. Porque Pan seguía siendo poderoso allí dentro; sus puertas eran muchas comparadas con las de los otros magos, aunque todas juntas no eran más que una mota de polvo en comparación con la inmensidad de las de Danny North.
Las otras puertas, los restos de los magos ya fallecidos, temían y odiaban a Pan.
Y amaban a Danny North.
Pan se sintió asombrado cuando fue consciente de ese amor. Las puertas seguían siendo cautivas, tanto como lo habían sido con Pan. Danny North no las había dejado en libertad. Y, sin embargo, su reacción hacia él había sido la de quien se siente liberado. Odiaban a Pan tanto como amaban al chico.
Y Pan quería entenderlo. «Yo era un buen hombre», pensó Pan. «Cuando caminaba entre los dos mundos con el nombre de Loki, advertí el gran peligro al que se enfrentaban ambos: la amenaza que suponían los magos mentales procedentes del mundo de Bel, los conquistadores de los cuerpos y las almas de los hombres. Y lo sacrifiqué todo para salvar al mundo de los dragones de Bel. ¿Acaso no me convierte ese sacrificio en el mejor de los hombres? Mas nadie llegó a comprender la nobleza y grandiosidad de mis actos. Estas puertas han pasado siglos en mi yacimiento y jamás han dejado de odiarme».
Y las puertas robadas por Pan que estaban en el yacimiento de Danny North parecían florecer, como si iniciaran una nueva vida. Apenas la sombra de una vida, una existencia patética, pero vida al fin y al cabo. Seguían alerta, vigilantes, pero la angustia que habían mostrado cuando estaban en Pan había dado paso a la calma.
Les gustaba Danny North. Les gustaba vivir dentro de él. Les gustaba ver el mundo a través de sus ojos. Habían hallado la paz.
Y no se marchitaban.
«Tampoco las puertas que eran mías se marchitan», pensó Pan. «Es más, florecen como el resto. Yo también he hallado la paz en el interior de Danny North, mucha más de la que albergaba en mi interior».
Ése fue el gran descubrimiento de Pan: el motivo por el que era capaz de soportar el dolor causado por la muerte de su hijo, la traición de la reina Bexoi, el sentimiento de culpa por lo que le había hecho a Anonoei y sus hijos, y el pánico provocado por la pérdida de la mayor parte de su poder era que Danny North poseía un corazón puro y en paz.
Danny North era bueno.
E indisciplinado, confuso, asustado, ignorante… joven.
«Y a pesar de ello, su carácter estaba formado, como ocurre con la mayoría de las personas cuando alcanzan la edad en la que son capaces de razonar e incluso es posible que antes, desde el momento mismo de la concepción. Y Danny North mostraba un carácter de una honestidad insuperable, y eso lo percibían todas las puertas que se hallaban presas dentro de su corazón.
»¿Acaso no soy yo honesto? ¿Por qué morar en mi yacimiento era un tormento y en el de Danny North hallan la paz, la curación y la calma?
»Es posible que la diferencia estribe en la actitud. Lo primero que intenté, cuando comprendí que seguía alerta y consciente en el interior de Danny North, fue tratar de imponer mi voluntad.
»Mi reacción fue ejercer mi dominio.
»Pero Danny North no quiere mandar a nadie.
»Pobre crío, tanto poder y no tiene ni idea de cómo ha de utilizarlo.
»No devoró mis puertas pensando que yo era un rival que debía derrotar; lo hizo por instinto de supervivencia. Él no quiere gobernar los mundos. Ni siquiera desea ser el héroe que los salve. ¿Qué es lo que quiere? ¿Quién es este chico?
»¿Y por qué razón, siendo como es, tan distinto a mí, me complace tanto su compañía?».
Danny North ocupó la mente de Pan de tal manera que tardó días en ser consciente de que sabía algo de gran importancia sobre los últimos acontecimientos acaecidos en Westil.
Había un mago nuevo en el mundo. Un mago que había cruzado la Gran Puerta. Poseía los poderes que ésta le otorgó y cada paso que daba hacía vibrar al mundo, y esas vibraciones alcanzaban la percepción de Pan. A pesar de que la Gran Puerta era obra de otro mago, sus consecuencias en el espacio-tiempo no pasaban inadvertidas para un Gran Mago Teleportador como Pan.
¿Qué clase de mago era el recién llegado? ¿Cuál era la magia de este intruso? El mundo estaba reaccionando ante el ejercicio de esta nueva magia. Nadie había mostrado tal poder desde que se cerraran las Grandes Puertas, catorce siglos atrás. Danny North estaba en Midgard y sus asuntos estaban fuera del alcance de Pan, pero este mago se hallaba en Westil y sí estaba en su jurisdicción.
Y Pan, que no era tan decente y sencillo como Danny North, comenzó a pensar en cómo podría someter el poder de este nuevo mago y utilizarlo para vengarse de su enemiga, la reina Bexoi, y hacerla sufrir tanto como ella lo había hecho padecer a él.