INTERVENCIÓN
Danny creyó que esa noche acudía a casa de Laurette a una fiesta de cumpleaños. Algo sencillo, nada de macrofiestas juveniles que destrozan la paz del vecindario y acaba con la llegada de la policía. Era una reunión en casa de Laurette en honor de Xena, amiga de Laurette y de Danny, desde que éste había llegado al Instituto Parry McCluer.
Pero cuando llegó a la casa y le abrieron la puerta, Danny supo que se la habían jugado. Todos sus amigos estaban allí: las chicas, Laurette, Sin, Pat y Xena; y los chicos, Hal y Wheeler. Y la pancarta que cubría la pared visible desde la entrada no decía nada sobre Xena ni su cumpleaños.
En su lugar, Danny leyó la palabra «Intervención» y estaba convencido de que se refería a él.
—¿A qué se supone que estoy enganchado? —preguntó.
—No ha pillado la referencia a la serie Cómo conocí a vuestra madre —comentó Sin.
—No ve la tele —dijo Hal.
—¡Wow! Tendríamos que haber preparado una intervención para arreglar eso —dijo Xena.
—¿Y por qué no arregláis lo de Laurette? Siempre va enseñando tanto escote que los pobres profesores tienen miedo de caerse dentro y perderse.
—De eso nada. Nos atenemos al plan —dijo Laurette.
—No es mi plan —dijo Danny.
—No te vas a librar de ésta —dijo Sin.
—Todavía no sé de qué va esto de la intervención —se quejó Danny—. A lo mejor podemos resolverlo rápido y empezar la fiesta.
—Queremos que dejes de ocultarnos tu auténtica identidad —dijo Hal de sopetón.
—Soy el hijo de secreto de Obama y una camarera de Chicago —respondió Danny—. En realidad, soy negro, pero me porto como un blanco y nadie se da cuenta.
—Sabemos que tienes poderes —dijo Sin.
—Eres un hada —intervino Xena—. Como las de Tolkien.
—Creo que la palabra es elfo —corrigió Pat.
—No, hada. Suena mejor —dijo Xena.
—Ni soy un elfo ni un hada —negó Danny—. Me acabo de apuntar al equipo de atletismo. Conseguiré convertirme en un atleta y seré demasiado guay como para dejarme ver con vosotros.
—Sabemos que nos curaste —dijo Pat—. Mi acné desapareció y las heridas de los piercings de Sin ya no están infectadas.
—Pero no resolviste mi problema de peso —intervino Xena—. Podrías haber sido más amable.
—A lo mejor le gustas así —dijo Wheeler.
—Estoy dándole vueltas a eso de mis poderes mágicos —dijo Danny, con ironía.
—Punto uno: todo empezó cuando llegaste al instituto y eso es un hecho —afirmó Xena.
—Post hoc ergo propter hoc —soltó Danny.
—De la asignatura de Lógica —aclaró Hal—. Ojalá la Sra. Schrader no nos hubiera hablado de las falacias.
—Punto dos: el lugar donde tropezaba todo el mundo —prosiguió Xena.
—Vale. Resumiendo: curo a la gente de sus males y les hago tropezar —dijo Danny—. Algo contradictorio, ¿no crees?
—Y también volar con la cuerda del gimnasio —añadió Hal—. Eso fue cosa tuya. Me dijiste que moviera las manos como si estuviera trepando. Sabías que llegaría arriba sin tener que esforzarme.
—¿Eso es lo que crees que pasó? —preguntó Danny.
—Tomad nota: no lo ha negado —señaló Hal.
—No puedo negarlo porque no tengo ni idea de qué va esto. ¿Cuál es la acusación? —Danny acababa de caer en la cuenta de que si vas a mentir, lo mejor es hacerlo sin más rodeos y no intentar colar medias verdades.
—Si te soy sincero, yo no quería que esto fuera una intervención —intervino Hal; parecía irritado—. Yo lo habría llamado ultimátum.
—¿A qué te refieres? —dijo Danny—. ¿O admito que todas esas tonterías son ciertas o asumo las consecuencias?
—Eso es a lo que yo llamo un ultimátum —afirmó Hal.
—¿Y cuáles son las consecuencias? —quiso saber Danny.
—No podremos considerarte nuestro amigo.
Danny reconoció que tenían razón, pero también que no la tenían. No eran conscientes del alcance de esa verdad que querían que les confesara. Una cosa es pensar que tu amigo tiene algún tipo de poder misterioso y otra muy distinta es saberlo. No le creerían si se lo contaba, o le obligarían a que hiciera algo para probarlo, y no pensaba romper su promesa de no abrir más puertas en el Parry McCluer.
—Si fueráis mis amigos de verdad, no estaríais juzgándome; aguardando una respuesta con amenazas de lo que ocurrirá si no oís lo que esperáis.
—Danos la respuesta —insistió Sin—. No se lo contaremos a nadie.
—Supongamos que admito que soy una especie de hada y vosotros prometéis no contárselo a nadie. Pero el caso es que ya pensáis que soy un hada y habéis prometido que no lo vais a decir por ahí. ¿Para qué queréis mi confesión?
—No confías en nosotros —dijo Wheeler.
—¿Y qué si tengo poderes mágicos? No le hecho daño a nadie, ¿verdad?
—Que yo sepa, el entrenador Lidtler se cayó un par de veces de culo por tu culpa —dijo Hal.
—¿Y no habéis pensado que si os oculto la existencia de mis poderes es por vuestra seguridad?
—«Hay cosas que la humanidad no debe conocer» —canturreó Laurette.
—«Si te lo cuento, tendré que matarte» —citó Xena.
—Vamos a hablar claro —dijo Danny—. Si sois tan buenos amigos míos, ¿por qué me amenazáis con dejar de serlo si no os cuento algo que, de ser cierto, prefiero guardar en secreto?
—No lo pillo —dijo Sin—. Parece una adivinanza.
Danny sabía que era inútil. Que la cosa no iba a terminar bien. Si les contaba lo de sus poderes, le exigirían que se los mostrara; y cuando lo hiciera, le temerían. La historia de su familia estaba llena de sucesos parecidos; los mortales o evitaban a quienes detentaban el poder, o querían convertirse en sus siervos.
Danny no quería saber qué opción elegirían sus amigos. Nunca había tenido amigos de verdad y ahora, hiciera lo que hiciera, iba a perderlos. Se sintió apesadumbrado.
Pero puestos a perderlos, mejor hacerlo sin que conocieran la verdad.
—De acuerdo, acepto vuestras condiciones —les dijo.
Todos se inclinaron hacia él, anhelantes.
—No pienso confesar nada, así que dejamos de ser amigos. —Danny se dio la vuelta y fue hacia la puerta.
—¡Espera! —llamó Laurette.
—¡No queríamos esto! —añadió Xena.
—Yo sí —intervino Hal—. Nos hizo subir a las nubes y ahora lo niega. Que le den.
Danny abrió la puerta de la casa y salió a la calle. Oyó que le seguían. Lo último que quería era una discusión en plena calle. Abrió una puerta y se teleportó a su casa y cerró la puerta tras de sí. Al hacerlo, se preguntó si también había cerrado la puerta de la casa de Laurette. Si no lo había hecho, le habrían visto desaparecer a plena luz del día.
Pero estaba cabreado con ellos. ¿Qué clase de amigos te obligan a contar algo que tú no quieres contar? No eran sus amigos. Apenas los conocía. ¿Entonces, por qué se sentía culpable?
—¿Desde dónde te has teleportado?
Hermia estaba sentada en la salita de su casa.
—¿Cómo has conseguido entrar? —preguntó a su vez Danny.
—A través de la puerta de Vivi —respondió Hermia—. Fui a verla y luego se me ocurrió venir a verte a ti. Como no estabas, decidí esperar a que llegaras.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Danny, observándola con atención.
—He visto a mi familia —explicó Hermia—. Mis auténticos padres. Todo un honor.
—¿Un encuentro feliz? —preguntó con sorna, Danny.
Se sentó frente a ella en la otra silla que había en la salita.
—Hablamos sobre ti —dijo Hermia—. Quieren que confíes en ellos. Aseguran que su intención no es manipularte, no quieren una guerra. Pero creen que necesitas ayuda, que alguien te instruya.
—No voy a permitir que un westiliano se acerque a mí.
—Se lo diré —dijo Hermia.
—¿Estás con ellos? ¿Te controlan de alguna manera?
—¿Quieres decir si puedes confiar en mí? Sí y no. Puedes confiar en mí, te doy mi palabra. Pero me implantaron un dispositivo localizador hace tiempo, saben en cada momento dónde estoy.
—Entonces, te han visto teleportarte —comentó Danny, tras reflexionar unos instantes.
—Sí.
—Al usar la puerta de Vivi para teleportarte hasta aquí, les has desvelado la existencia de esa puerta.
—Sí.
—Cada vez que cruzas una puerta, ellos la localizan.
—Sí —repitió Hermia, por tercera vez—. Pero he venido a contártelo en cuanto me he enterado. No querrás que me encierre como si fuera un criminal y no vaya a ningún sitio.
—Así que saben dónde estoy ahora mismo.
—Lo que saben es dónde me encuentro yo —explicó Hermia—. No tienen forma de saber que tú también estás aquí… Aunque imagino que sí, que acabarán averiguándolo.
—Mierda —dijo Danny, pero tuvo que reconocer que Hermia tampoco tenía muchas opciones.
—Al final, tendremos que ponernos en contacto con todas las Familias —dijo Hermia—. Incluida la mía, si es que sigues con la intención de abrir una Gran Puerta y compartirla con todos.
Tres coches llegaron a casa de Danny; uno de ellos se detuvo con un chirrido de ruedas.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Es que tu familia te sigue con un helicóptero o un globo?
Hermia apartó la cortina y se asomó al exterior.
—No son ellos. Y tampoco son de los tuyos.
Danny se reunió con ella en la ventana. Eran sus amigos los que salían de los coches.
—Maldita sea —murmuró.
—Lárgate —dijo Hermia—. O telepórtalos a ellos.
—Nunca les he dicho dónde vivo —dijo Danny.
Hermia se dirigió hacia la puerta. Danny intentó detenerla, pero llegó tarde, la chica la había abierto de par en par.
—¡Está aquí! —oyó gritar a alguien. Era la voz de Laurette.
—Hemos seguido tres rutas distintas y no ha venido por ninguna de ellas —dijo Sin, triunfante.
—Y no hay forma de que haya llegado corriendo —añadió Pat—. Nadie corre tan rápido.
Ya habían alcanzado la puerta y entraban a trompicones en la casa. Danny no aparecía por ningún lado. Se había teleportado a la parte trasera de la casa, espiando lo que ocurría en la salita a través de una puerta diminuta, su mirilla personal, que había creado delante de uno de sus ojos. Podía oír lo que hablaban los recién llegados.
—¿A quién buscáis? —preguntó Hermia.
—Tiene novia —comentó Xena; había decepción en su voz.
—Danny North —respondió Wheeler—. Vive aquí.
—Qué interesante —dijo Hermia—. ¿Quiénes sois vosotros?
—Sus amigos —dijo Laurette.
—A mí me parece que le estáis acosando —dijo Hermia.
—Aún no nos has dicho quién eres —dijo Xena.
—Yo sí soy su amiga —declaró Hermia.
—Pareces británica —apuntó Xena.
—Un bonito acento inglés —comentó Pat, disgustada—. Los chicos son tan previsibles…
—Pero casi no tiene tetas —intervino Laurette.
—Sigues siendo la reina en eso, Laurette —dijo Sin.
—¿Cómo llegó aquí tan rápido? —insistió Hal.
Desde su escondrijo, Danny pensó que Hal jamás permitía que nada le distrajera cuando se marcaba una meta. Era probable que el entrenador Lidtler la hubiera tomado con él por eso, porque Hal tenía más posibilidades de triunfar en la vida de las que había tenido él. La envidia llevaba al entrenador a humillarle siempre que tenía ocasión.
—Es un mago teleportador —dijo Hermia.
Un escalofrío sacudió a Danny. Hermia le había pedido que los teleportara lejos de allí y ahora les desvelaba su secreto.
Nadie preguntó qué era un mago teleportador.
—Abre caminos en el espacio-tiempo —siguió Hermia—. Conecta dos puntos en el espacio, a cualquier distancia, y los sitúa uno al lado del otro.
—¿Ya está? —dijo Pat—. ¿Ésa es la explicación que nos vas a dar?
—Lo he explicado igual que haría con la gravedad —aclaró Hermia—. Sé cuáles son los resultados del proceso, pero no tengo ni idea de cómo funciona. Newton hizo lo mismo, a fin de cuentas.
—¿Danny es capaz de conectar unos lugares con otros? —preguntó Hal.
—Es posible que sea el Gran Mago Teleportador más poderoso de la historia —dijo Hermia—. Aunque hasta ahora se ha limitado a abrir puertas pequeñas en el instituto.
—¿Y qué tienen que ver las puertas con curar a la gente? —quiso saber Pat.
—Danny no puede curar, eso lo hacen las puertas —explicó Hermia—. Si cruzas una puerta y estás vivo, cualquier herida o enfermedad desaparece.
—Acné incluido —dijo Pat.
—Y heridas de piercings infectadas —añadió Sin.
—No entiendo por qué negaba que era él quien lo hacía —dijo Xena—. Lo que hace es una pasada.
—Porque es demasiado bueno —dijo Hermia—. Mucha gente quiere matarle por ese motivo. Cuando abrió las puertas en el instituto, se arriesgó a que lo descubrieran. ¿Os acordáis de la cuerda del gimnasio? Las consecuencias fueron terribles: su propia familia vino para matarle.
Silencio.
Entonces, en voz baja, Laurette preguntó:
—¿Su propia familia?
—Creía que sus padres habían muerto —intervino Hal.
—No —dijo Hermia—. Sus padres son, en realidad, magos muy poderosos. Para ser sincera, no fueron ellos los que intentaron matarle, fueron su abuelo y su tío.
—Repugnante —dijo Wheeler.
—Hay muchas cosas que ignoráis sobre la historia del mundo —dijo Hermia—. Y la gente como vosotros no se creería la mayor parte.
—¿Qué quiere decir con «gente como nosotros»? —preguntó Pat.
—Gente normal —aclaró Hermia.
—¿Habéis oído eso? —se rió Wheeler—. Nos ha llamado normales.
—A ver si consigo que lo entendáis —dijo Hermia—. El padre de Danny se llama Odín. Al nacer, le pusieron el nombre de Alf, pero cuando se convirtió en el cabeza de la Familia North, tomó el nombre de Odín.
—¡Vaya! —exclamó Wheeler—. Hablas como si fueran dioses.
—Lo que os digo es que los dioses de las mitologías son reales. Los nombres que conocéis han ido pasando de generación en generación. No somos inmortales, nuestros nombres sí lo son.
—¿Y quién es Danny? —preguntó Hal—. ¿Es un dios él también?
—Si su familia abandona la idea de matarle y le acepta como un miembro más, el nombre que le darán es el de Loki.
—El hermano malvado de Thor en Los Vengadores —señaló Wheeler.
—No existe el martillo mágico de Thor —dijo Hermia—. Pero sí, hay un Thor en la familia, aunque no vale mucho. Ninguno de ellos ha valido mucho.
Y entonces Hermia les explicó lo que hacían las Grandes Puertas. Danny seguía escuchando desde su escondite. Hermia era buena explicando. Claro que eso era parte de su talento. Los magos teleportadores tienen el don de la palabra.
Le aterrorizaba que ella estuviera contándoles la verdad a sus amigos; por otra parte, reconoció que él había deseado hacerlo desde el principio. Por eso no se había teleportado lejos de ellos ni abandonado el instituto Parry McCluer. Tampoco había tomado precauciones cuando volvió a casa desde la de Laurette. Quería que lo supieran, ser sincero con ellos. Sin embargo, había sido incapaz de responder a sus preguntas y, por eso, había permitido que lo hiciera Hermia por él.
Cuando terminó su explicación, Hermia les preguntó si se creían lo que acababa de contarles.
—Sí —respondieron al unísono Pat, Wheeler, Sin y Hal.
—¿Por qué? —preguntó Hermia.
—Porque yo subí por la cuerda —contestó Hal.
—Porque curó las heridas que me hicieron los piercings —añadió Sin.
—Acabó con mi acné —señaló Pat.
—Porque mola —dijo Wheeler.
—¿Y los demás?
—Me cuesta creer algo así —dijo Laurette—. ¿Cómo sabes tanto sobre el tema? Nunca te había visto por aquí.
—Soy una maga teleportadora —respondió Hermia—. Una de menor categoría. No puedo crear puertas, pero las percibo y soy capaz de cerrarlas. Y estoy aquí para ayudar a Danny. Ahora es el momento de que toméis una decisión.
Aguardaron en silencio.
—¿Estáis con Danny o contra él? —preguntó Hermia—. Y quiero añadir que el motivo de que Danny no os lo quisiera contar es ése: sabía que tendríais que elegir.
—¿Qué es eso de estar con Danny? —preguntó Hal—. Tiene un poder increíble. ¿Qué podemos aportar nosotros?
—Lo que los dioses siempre han necesitado: podéis ser sus siervos.
Costernación. Cólera.
—¡Creía que éramos sus amigos! —exclamó Laurette.
—¿Sois sus iguales? —preguntó Hermia—. ¿Lo sois? Cuando vengan a matarle los otros dioses, ¿podréis protegerle? Cuando la madre de Danny os electrocute, o su padre haga que se detenga vuestro coche, cuando comprobéis que cualquier arma que intentéis utilizar contra ellos no funciona y un halcón intente arrancaros los ojos a picotazos, ¿seréis capaces de hacerles frente?
—¡Uf! —exclamó Laurette.
—No hay nada que podamos hacer —dijo Hal—. ¿Para qué nos quiere a su lado?
—No he dicho que necesite soldados o aliados. Necesita siervos. Gente que pueda transmitir sus mensajes. Criados que estén atentos a lo que ocurre y le informen de cualquier anomalía.
—Espías —dijo Pat.
—Y mensajeros —añadió Hermia—. Las Familias saben que carecéis de poderes. Con suerte, no se tomarán la molestia de mataros. Pero cuidado, podrían hacerlo. Si se cabrean con vosotros, lo harán. ¿Está claro? No tenéis poderes, pero podéis ayudar a Danny a conseguir un tratado de paz entre las Familias y a que comparta su poder con ellas.
—¿Y por qué tendríamos que querer algo así? —preguntó Xena—. Si estos dioses de verdad existen, ¿por qué vamos a querer que Danny les permita conseguir más poder del que tienen?
—Porque si no lo hace, le matarán —dijo Hermia—. Es sólo una cuestión de tiempo. ¿Sois sus amigos o no? Queríais la verdad y os la he contado. Ahora tenéis que tomar una decisión. Con Danny o contra él.
—Con él —dijo Hal.
—Espera —intervino Pat—. No podemos hacer esto sin pensarlo bien.
Hermia lo había hecho bien, había cumplido con lo que Danny esperaba de ella. Había llegado el momento de que Danny se reuniera con sus amigos. Se sintió un cobarde por haber dejado a Hermia sola.
Se teleportó al interior de la casa.
Apareció en el centro de la habitación. Los demás le miraron atemorizados.
—Es todo verdad —susurró Laurette.
—Mola —dijo Wheeler.
—Esto no es un comic, Wheeler —advirtió Danny—. No son viñetas en las que el bueno acaba triunfando. En el mundo real, los tipos buenos pierden casi siempre. Lo que triunfa es el poder. Yo tengo un gran poder, pero no os puedo proteger todo el tiempo. Mi consejo es que os larguéis. Que hagáis como si nunca me hubierais conocido. Con un poco de suerte, las Familias no habrán reparado en vosotros y os tratarán como al resto del mundo.
—Aclara eso —exigió Pat.
—Si creo una Gran Puerta y las Familias envían a su gente a través de ella, volverán a ser dioses en lugar de elfos y brujos, como son ahora. Entonces, su única relación con vosotros será para dar órdenes. Sólo habrá dos opciones: obedecer o morir. Nuestros parientes no son gente agradable. Os llaman mortales. Os ven como vosotros veis a vuestros automóviles: útiles mientras os prestan un servicio, pero prescindibles cuando dejan de hacerlo. Entonces lo divertido es quemarlos o hacer que choquen unos contra otros.
Las caras de sus amigos reflejaban miedo y ansiedad. Danny supo que su mensaje estaba calando hondo.
—Creo que ahora comprendéis por qué no os lo quería contar —terminó Danny.
—Yo creo que intentas meternos miedo —repuso Xena, desafiante.
—¿Lo estoy consiguiendo? —preguntó Danny.
—Sí —dijo Laurette.
—Me alegro —afirmó Danny—. Cuando vine aquí, lo hice con la intención de llevar una vida normal. Pensaba estudiar dos años en el instituto. Pero la fastidié con el asunto de la cuerda. Cuando Hermia la vio, me reveló que estaba creando una Gran Puerta. Acabé por adquirir los conocimientos necesarios para utilizar un poder inmenso.
—Pero lo que nos cuentas suena horrible —dijo Sin—. ¿Por qué vas a permitir que usen la Gran Puerta?
—Porque si no lo hago, si no permito que todas las Familias puedan acceder a ella, entonces una de ellas raptará a alguien a quien quiero y amenazará con matar a esa persona. A cambio de esa vida, querrán la Gran Puerta para su familia en exclusiva.
—¿Y a quién van a raptar? —quiso saber Hal.
—A Hermia. O a la mujer que se hace pasar por mi tía. O a ti, Hal. Depende lo que hayan conseguido averiguar sobre mí y la gente con la que me relaciono.
—Y si secuestran a Hal —dijo Laurette—, ¿qué harías?
—Dejaría que le mataran —respondió Hermia, adelantándose a Danny—. Y a mí, si fuera el caso. Porque si permite que una sola Familia cruce la Gran Puerta, eso significa que será la más violenta y malvada, y gobernará el mundo mediante el terror. Pero si todas las Familias acceden a la Gran Puerta, es muy posible que se alcance un equilibrio. Evitaríamos una guerra y los mortales no sufriríais daños.
—¿Es cierto lo que dice? —preguntó Hal, dirigiéndose a Danny.
—Espero que lo sea —replicó Danny—. Aunque la parte en que dejo que maten a alguien para impedir que usen la Gran Puerta no la tengo tan clara. No permitiría que asesinaran a alguien a quien quiero. Hasta hace poco, era mi vida la que estaba en peligro, pero desde que creé la Gran Puerta, he puesto en peligro a todo el mundo.
—Pero con tu poder puedes ayudar al mundo —dijo Hal—. Imagina lo que habrías podido hacer cuando los aviones atacaron las Torres Gemelas en el 11S, o…
—No, nada de eso —negó Danny—. Me habría enterado de la tragedia igual que el resto del mundo: a través de la tele. Tengo poder, pero no soy un dios. Al menos, no como pensáis vosotros: omnipotente y omnipresente. Soy capaz de hacer unas cuantas cosas, lo admito, pero tampoco tantas; y mis conocimientos no son gran cosa.
—¿Y de qué sirve todo esto, entonces? —preguntó Pat.
—De poco —admitió Danny—. Lo único que puedo hacer es minimizar los daños.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Hermia—. Mi familia está de camino y llegará pronto. Si no vais a estar del lado de Danny, os tiene que sacar de aquí lo antes posible. Coged vuestros coches y largaos. Olvidad que habéis conocido a Danny. Actuad como si no supierais quién es o las Familias os utilizarán para chantajearlo. ¿Está claro?
—¡Mierda! —dijo Sin—. Eso es… aterrador.
—Exacto —convino Hermia.
—¿Se puede saber para qué creaste una Gran Puerta, tío? —preguntó Hal.
—Porque soy un siervo del espacio-tiempo —contestó Danny—. Porque he nacido para eso. Porque me enfrenté a un enemigo muy poderoso y le vencí. Porque soy estúpido.
—Existe una ínfima posibilidad de que todo salga bien —dijo Hermia—. Si los padres de Danny cruzan la Gran Puerta y vuelven con sus poderes incrementados, pueden usarlos para destruir todo el armamento nuclear que hay en el mundo.
—¿Podrían hacer algo así? —preguntó Hal.
—La pregunta es si lo harían —matizó Hermia—. Las Familias jamás han buscado el bienestar de los mortales en toda su historia.
—Los mortales somos nosotros —musitó Xena.
—Dicho así, suena fatal, despectivo —dijo Pat.
—Ese es el sentido que le dan la mayor parte de las Familias —convino Danny—. Pero algunos de nosotros queremos utilizar nuestro poder para proteger a los mortales.
—No permitas que usen la Gran Puerta, tío —dijo Hal.
—Ya os he dicho lo que harían si se niega —le recordó Hermia.
—Suicídate —dijo Hal—. Acaba contigo antes de que te pillen. Yo lo haría.
Las palabras quedaron en el aire.
—Quizá tú lo harías —dijo Danny—. Pero no soy esa clase de héroe; de hecho, no soy un héroe en absoluto.
—«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad» —entonó Wheeler.
—El problema es que un gran poder conlleva un gran sufrimiento para aquellos que carecen de poder —dijo Danny.
—No iba de coña —insistió Hal—. No deberías existir. Si no existieras, la historia seguiría su curso como ha hecho desde el 632.
—El espacio-tiempo crearía a otro como yo —dijo Danny—. Y es posible que fuera alguien peor que yo.
—Es verdad que Danny ha usado su poder para ayudarnos —admitió Laurette.
—También hizo que el entrenador Lidtler cayera de culo —advirtió Hal.
—Sí, lo hice. Y también que se le cayera el cronómetro.
—¿Eso fue para protegerme? —inquirió Hal.
—Y porque pensé que sería gracioso.
—Fue gracioso —dijo Hal.
—¿Vas a destruir el mundo, Danny? —preguntó Sin.
—Espero que no —dijo Danny—. Lo que espero es que las Familias formen una alianza y empleen su poder para detener las guerras, a los terroristas y que acaben con toda la mierda que hay en el planeta.
—¿Han hecho algo parecido en el pasado, antes de que se cerraran las puertas?
—No.
—¿Por qué habrían de hacerlo ahora? —preguntó Hal.
—Por la presencia de Danny —dijo Hermia—. Si uno de la Familia comienza a comportarse como si fuera Stalin, Pol Pot o Idi Amin, Danny tiene el poder para teleportarlo al fondo del Atlántico y ellos lo saben. Mientras Danny siga con vida, existe una posibilidad de controlar a las Familias.
—Danny sería el dios de los dioses, ¿no es eso? —apuntó Hal.
—Sí —aceptó Danny, sentándose.
—Y capaz de conseguir el graduado escolar a la vez —bromeó Hal.
—Eso es más complicado —dijo Danny.
—¿Qué te hizo pensar que conseguirías terminar los estudios? —preguntó Pat—. Con todo lo que llevas encima.
—Porque cuando vine, no tenía ni idea de que podía abrir una Gran Puerta —explicó Danny—. Sólo quería llevar una vida normal, como la de cualquier chico de mi edad.
Hal alzó las manos a modo de una balanza.
—Por un lado quieres ser normal, por el otro un dios supremo. Una elección difícil… —De pronto tendió una de sus manos hacia Danny—. Estoy contigo.
—¿Conmigo?
—Eso es. Estaré a tu lado aunque acabemos en un pozo de mierda. Seré tu mensajero, tu siervo o lo que sea. Creo que eres un buen tipo. Si alguien tiene que tener un poder como el tuyo, prefiero que seas tú. No se me ocurre nadie mejor, con la excepción de Winston Churchill, pero está muerto.
Danny estrechó la mano de Hal con solemnidad.
—De acuerdo, Hal se acaba de convertir en tu mano derecha —dijo Wheeler—. Normal, fue el primero que quiso hablar contigo cuando llegaste a Parry McCluer.
—No, el motivo es que es mi amigo y también que se acaba de presentar voluntario —dijo Danny.
—En ese caso, cuenta conmigo —se ofreció Wheeler.
Los demás sólo tardaron unos instantes en ponerse del lado de Danny.
—Vale. A los coches y fuera de aquí —ordenó Danny.
—Creía que sólo nos iríamos si no nos poníamos de tu parte —se extrañó Laurette.
—No quiero que los parientes de Hermia sepan quiénes sois. Todavía no. Marchaos. Sois mis amigos. Vuestra pequeña encerrona ha funcionado. Ya lo sabéis todo sobre mí. Y es la cruda verdad, sin adornos. Y a pesar de ello, os quedais conmigo. Pero que quede clara una cosa: si yo digo fuera de aquí, significa fuera de aquí sin rechistar. Ahora sois los rehenes que ellos querrían tener en caso de necesitarlos.
Todos asintieron.
—No actuéis como los mortales —les reprochó Hermia—. ¡No quiere que estéis de acuerdo, quiere que os larguéis y que lo hagáis ya!
Danny los teleportó a sus coches sin más.
Tras unos instantes de confusión, se metieron todos en los vehículos y se marcharon.
—¿Era lo que querías? —preguntó Hermia—. Querías que se lo contara todo, ¿verdad?
—No lo supe hasta que lo hiciste —confesó Danny—. Ellos querían saber la verdad. Ya no son críos, son adultos. Tienen derecho a conocer la verdad para poder decidir.
—Su decisión ha sido estúpida —dijo Hermia.
—Cierto —asintió Danny—. Pero cualquier decisión habría sido estúpida. Mis propias decisiones han sido estúpidas y también las tuyas.
—Cuando no quedan opciones inteligentes —sonrió Hermia—, hagas lo que hagas, será una estupidez. La cuestión es elegir cuál te gusta más.
—¿Es verdad que tu familia viene hacia aquí? —preguntó Danny.
—Seguro que sí.
—Hora de marcharse, entonces —dijo Danny.
—Sí, hora de marcharse, pero por separado —dijo Hermia—. No volveremos a vernos hasta la reunión de la que hemos hablado. Mi familia sabe siempre dónde estoy y no queremos que también conozcan tu paradero.
Danny teleportó a Hermia a un sitio que ella conocía en París. A continuación, escribió una nota para los Griegos y la dejó a la vista, sobre la mesa que tenía en su casa de Buena Vista.
«Permitiré que dos miembros de vuestra familia crucen la Gran Puerta», decía la nota. «Quiero que os marchéis a casa y esperéis a que envíe un mensajero. A partir de hoy, enviaré a la Luna a cualquier miembro las Familias que venga a Buena Vista. Marchaos».
Danny dejó abierta la puerta de la casa para que no tuvieran que forzarla.
Cuando acabó con sus preparativos, Danny se teleportó a Washington D. C.; desde ahí se fue a Staunton, luego a Lexington y, por último, a Nápoles, en Florida, donde recogió todas las puertas que había creado para que no pudieran localizarlo, en el caso de que contaran con un husmeador entre sus filas del que Hermia no hubiera oído hablar.
Vivi detectó la llegada de Danny a su casa de inmediato. Se teleportó desde la playa a través de la puerta que Danny había creado para ella.
—Justo a tiempo para ver el último capítulo de la temporada de La buena esposa —comentó a modo de saludo.
—¿Es una serie de televisión? —preguntó Danny.
—Pura fantasía —respondió ella—. No existen las buenas esposas.
—¿Ni buenos esposos?
—Cuando seas mayor podré contestarte a eso. ¿Quieres un bocadillo?
—Ya me lo preparo yo —dijo él—. Acabo de contarle a mis amigos lo que soy en realidad.
—Una decisión egoísta y estúpida.
—Insistieron para que se lo contara.
—Algo estúpido por su parte, pero no sabían en lo que se estaban metiendo. Tú sí lo sabías, no tienes perdón.
—Ya lo sé —admitió Danny—. Pero habrá más gente involucrada en esta historia, queramos o no. Creo que es buena idea engrosar nuestras filas con personas en la que confiamos y que sean ellas las que tomen la decisión.
Vivi se encogió de hombros y acabó riendo.
—Va a resultar divertido ver en qué acaba esto. Si es que antes no vuela todo por los aires.
—Somos dioses —sentenció Danny—. ¿Qué puede salir mal?