LA REINA
Cuando Anonoei llegó al despacho de Quilla, él no estaba. No había nadie. Sin embargo, percibía que Quilla estaba cerca y su pánico era tan grande que hizo que ella sintiera násueas. El hombre temía por su vida. ¿Dónde estaba?
Alzó la vista.
Pendía bocabajo de las vigas del alto techo. Tenía los brazos atados como las alas de un pollo asado.
—¿Verdad que cuando arda, su aroma será delicioso? —preguntó una voz de mujer.
Anonoei se volvió hacia la puerta de donde procedía la voz. Era una mujer vestida con sencillez, al modo de las campesinas. Estaba embarazada de bastantes meses. Podía estar a punto de dar a luz, o quizá le faltaran algunas semanas para el parto. La mujer le sonrió, era muy hermosa.
Anonoei la reconoció, a pesar del embarazo, las ropas y el tiempo transcurrido desde que la viera desde lejos.
—Mi reina —la saludó.
Utilizó su poder para calmar a la reina, pero Bexoi ya estaba calmada. No parecía alterada en lo más mínimo.
Al menos Anonoei no percibió nada.
—Sé quién eres —dijo Bexoi—. Tampoco has intentado ocultarte. Ha sido sencillo deducir que sólo una maga mental podía ejercer su influencia sobre tantos de mis amigos; sin acostarse con ellos, quiero decir. Y ahora veo que la maga eres tú. Alguien me dijo quién eras hace mucho tiempo, cuando compartías cama con mi marido, lecho que me estaba vedado. Tu nombre es Anonoei, ¿verdad?
—Lo es —respondió.
Intentó influir de nuevo en los sentimientos de la reina, pero en vano. Le vino a la cabeza la idea de que la reina carecía de sentimientos, que el asesinato y la tortura como medios para lograr sus fines no la afectaban para nada. Ni siquiera parecía enfadada.
—He estudiado mucho la magia mental. Una vez descubrí mis propios poderes, me di cuenta de que sólo dos tipos de magos podían rivalizar conmigo. Unos eran los magos teleportadores, pero el Ladrón de Puertas ya se estaba ocupando de ellos. Y los otros eran los magos mentales, su poder podía imponerse a mi voluntad. Así que decidí estudiar todo lo que había escrito sobre la magia mental, en especial lo que ocurrió durante la gran guerra de Dapnu Dap, cuando los magos arenisca transformaron la estepa en un desierto para destruir a los mentales del extremo sur. Conocer la historia es vital si quieres derrotar a enemigos a los que jamás has visto.
—Admiro tus conocimientos —dijo Anonoei.
Mientras hablaba, usó la parte de su aura que residía en Pan para llamarlo con urgencia. Le pedía que la sacara de allí, que la teleportara de inmediato. Pero Pan estaba demasiado ocupado, tanto como para ignorar la alteración que sin duda le causaba la súplica de ella. No hubo respuesta. «¡Ven tú, si no me quieres llevar!». De nuevo, nada.
—Tu querido mago teleportador no viene a por ti —dijo la reina—. ¿Qué le habrá pasado?
Era imposible que Bexoi tuviera algo que ver con el asunto de la Gran Puerta que ocupaba a Pan en esos momentos, pero su intención era que Anonoei pensara lo contrario.
—Estamos solas —dijo Anonoei—. Cara a cara.
—Mi nariz contra tu preciosa naricilla —sonrió Bexoi, fue una sonrisa vacía—. Ninguna de las dos es hermosa de verdad, pero hemos aprendido a parecerlo. Algo sencillo para una maga mental como tú. Para mí, supuso un esfuerzo enorme que los demás me vieran guapa. Aprender qué gesto era el adecuado, qué perfil era mejor, cómo sonreír. La ambición es la mejor motivación, pero la esperanza es lo que la sustenta. He pasado horas sentada frente al espejo de mi estudio, practicando sin descanso porque tenía esperanza.
—He oído que eres una señora del fuego —dijo Anonoei.
—No me va mal en los tiempos de decadencia que nos ha tocado vivir —respondió Bexoi.
—Y tus efigies son tan perfectas que hasta pueden sangrar.
—Una simple ilusión que impresionó mucho a Pan.
Anonoei no conseguía llegar al interior de la mujer. No tenía emociones.
—No tengo emociones —dijo Bexoi—. Puedo percibir tu frustración. ¿No te he dicho lo que aprendí con mis estudios? Cuando los magos mentales envían el aura hacia su víctima, prefieren hacerlo a través de los sentimientos más bajos, los más profundos. Si quieres defenderte, tienes que anular tus emociones. No sentir nada. No me resultó muy complicado y me sirvió de gran ayuda durante los años en los que mi marido sólo te deseaba a ti, mientras a mí me daba de lado.
Anonoei no conocía otro camino para influir en alguien más que el de las emociones. Pero por sus palabras, era evidente que la reina había aprendido que existían otros medios. «Debería haber estudiado», pensó Anonoei. «Pero Bexoi podía acceder a las bibliotecas reales, mucho mejores que las de mi padre y sus amigos. Es posible que en Gray contaran con libros que no se encontraban en Iceway».
Pensó en lo que Pan le había contado sobre su recuerdo acerca de Set, el dragón. La manera en la que poseía a la gente por completo enviando su ka para que se introdujera en el cuerpo del otro, mucho más agresivo que el ba, su aura.
—Y seguimos sin saber nada de tu salvador —dijo Bexoi—. Estaba convencida de que apenas podría pronunciar unas palabras antes de que te desvanecieras. O de que Pan, mi antiguo amante, lo sabías, ¿no?, me teleportara a mí. Pero nada. Sé que te ha enviado hasta aquí, pero debe estar ocupado, ¿verdad?
—Han abierto una Gran Puerta entre los mundos —dijo Anonoei—. Muy pronto Westil estará lleno de magos mucho más poderosos que tú.
El rostro de Bexoi se iluminó ante la noticia, pero la emoción desapareció antes de que Anonoei pudiera utilizarla.
—La Gran Puerta transforma una aguja en una lanza, aunque la primera sea mucho más sútil y penetrante. Me enfrentaré a quien traiga ante mí. Pero ya no es el Ladrón de Puertas, ¿verdad? Ahora crea Grandes Puertas.
Anonoei no respondió. Que pensara que Pan todavía era capaz de crear una Gran Puerta. Que Bexoi temiera a Pan, aunque no a Anonoei.
—Y sin embargo, el Ladrón de Puertas no acude en tu busca. ¿No será que te ha enviado como prueba de su amor? «Aquí tienes a tu enemiga, Bexoi. Te la entrego para que tu hijo pueda venir al mundo en paz». ¿No creerías que te amaba? Él no es capaz de amar a nadie.
Era posible que Bexoi disfrutase con sus burlas, pero Anonoei seguía sin percibir emoción alguna en ella.
—Pero cuanto más demore el momento, mayores son las probabilidades de que Pan cambie de opinión y acuda a rescatarte. Te mataré ahora. Usaré tu calor corporal para prender fuego a la madera de este edificio. Quilla comprobará cómo ardes indefensa antes de que las llamas lo alcancen a él. Apostaría a que seguirá vivo cuando el fuego queme la cuerda y se precipite al suelo. No querría que se perdiese el espectáculo. Cuando los siervos escogen el amo equivocado, deben asumir las consecuencias de su error. Claro que reconozco que Quilla no tenía elección. Los magos mentales imponen su voluntad. Ya estoy hablando de más otra vez, pero quiero que comprendas cómo he conseguido engañarte al traerte hasta aquí para acabar contigo.
La jactancia de Bexoi advirtió a Anonoei de que debía de haber alguna emoción en el tablero. Intentó localizarlas. No halló nada. El orgullo y la ambición eran emociones propias del ka y se regían por reglas distintas. Pero era una oportunidad que Anonoei tenía que aprovechar.
Envió su aura para convertir la vanidad de Bexoi en satisfacción y su satisfacción en descuido.
Pero no funcionó, Bexoi la miró con los ojos muy abiertos.
—¿No respetas lo sagrado? —dijo—. ¿Acaso ya no hay vínculos entre las mujeres?
Anonoei empujó con todas sus fuerzas; Bexoi sintió miedo, pánico. La emoción recorrió su cuerpo. «Ahora la tengo», pensó Anonoei. «La victoria es mía».
Su cuerpo comenzó a caldearse. Una fiebre como nunca había sentido antes.
—El truco —jadeó Bexoi—, es caldear todo el cuerpo excepto la cabeza, así sentirás tu cuerpo arder hasta el final.
Bexoi aceleró el proceso, subiendo la temperatura con rapidez para evitar que Anonoei siguiera persiguiendo sus emociones. Y le estaba saliendo bien: Anonoei apenas podía concentrarse en su aura. Su esencia estaba chillando, aterrorizada ante la proximidad de la muerte.
En ese momento de desesperación, pensó en Set, el mago mental que no puede morir porque su ka no está ligado a la carne. Pero eso era porque jamás había establecido un vínculo permanente con un cuerpo. «Yo sí lo he hecho. Con este cuerpo que se consume entre las llamas».
El fuego comenzó a surgir a través de su piel. Pero aún podía ver. Los músculos respondían a sus órdenes. Se lanzó hacia adelante, hacia Bexoi. Y la abrazó.
—¿Ignoras que las llamas no pueden tocarme? —preguntó Bexoi con desprecio—. Muere, puta.
La repentina ola de calor destruyó el cuerpo de Anonoei en un instante.
Pero en ese mismo instante, Anonoei siguió el camino que había hallado hacia la mente de Bexoi y desde allí pasó a su cuerpo. «No estoy muerta», pensó, aunque no pudo pronunciar una palabra porque ya no tenía boca. «Estoy dentro de ti, reina Bexoi. No soy una invitada, no soy un mago de las bestias que empatiza con su bestia, soy un ka que conoce la forma de poseer un cuerpo de carne y hueso».
Anonoei sintió la piel fresca de su nuevo cuerpo, el de la reina. Y pudo ver de nuevo a través de los ojos de Bexoi, que ahora eran suyos. Quiso moverse y lo hizo.
Y en cuanto se movió, se apoderó del cuerpo. Podía sentir a Bexoi en su interior, luchando por recuperar el control y fracasando.
El cadáver de Anonoei brillaba a causa del intenso calor, y sus huesos, aún enteros, lo mantenían erguido. Los brazos seguían abrazados a Bexoi. Pero Anonoei no era una maga del fuego, y Bexoi no controlaba ya su poder.
El fuego pasó del cuerpo abrasado de Anonoei al de Bexoi; las dos mujeres sintieron el dolor.
Anonoei gritó y apartó el cuerpo incandescente, pero ya era tarde. Sus ropas habían ardido de inmediato y las llamas se cebaban en la piel de su nuevo cuerpo. La maga mental no sabía cómo apagar las llamas. Bexoi sí habría podido hacerlo, pero si Anonoei le permitía asumir el control, la expulsaría del cuerpo.
La elección era morir ahora expulsada del cuerpo por su perversa dueña o más tarde a causa de las quemaduras. Nadie podía quemarse así y sobrevivir.
Y entonces, pensó: «tírate al suelo, sofoca el fuego».
Lo consiguió, pero apenas sirvió de nada. Su carne estaba abrasada. Los fluidos corporales escapaban por las heridas abiertas de su pecho. El dolor era tan intenso que Anonoei supo que iba a desmayarse.
Pero no podía perder el conocimiento, si lo hacía, Bexoi retomaría el control del cuerpo.
Lo que ocurrió a continuación cogió a Anonoei por sorpresa: la esencia de Bexoi huía, se desvanecía abandonando el cuerpo quemado. La rendición de Bexoi fue algo inesperado. Tenía que ser un truco.
No. No era un ardid. Era la muerte. El cuerpo de Bexoi, el simio que había controlado hasta entonces su ka, se moría, y Bexoi era consciente de esa muerte. Pero el reconocimiento no era racional, era algo más profundo que procedía de su esencia. El reconocimiento de que era hora de abandonar el cuerpo. Bexoi no era una maga mental, ignoraba cómo aferrarse al cuerpo, pero Anonoei sí era capaz de hacerlo.
«Estaré sola aquí dentro».
Durante un momento, se sintió victoriosa. Al momento siguiente, supo que había fracasado.
Sólo obtendría el poder sobre el fuego de Bexoi si la reina permanecía en el cuerpo; por no hablar de su papel como monarca, el amor de Prayard y…
El bebé.
«El bebé», pensó Anonoei. «¡El bebé!», chilló Anonoei en su mente.
Si Bexoi oyó el grito, no respondió. Siguió retrocediendo, muriendo.
«¡Quédate!». Era la voluntad de Anonoei que exigía a la reina que no muriera.
«Toma», pensó Anonoei, «te entrego un lugar donde puedes quedarte. Mira, aquí están las manos, los pies, la boca, los ojos, el seno con el bebé en su interior. ¿Lo ves? Te invito a que vuelvas. No, no me marcharé, hay sitio para las dos. Entre las dos podemos controlar este cuerpo torturado y moribundo».
Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Anonoei atrajo el ka de Bexoi con firmeza introduciéndolo en el cuerpo moribundo. «Te quedarás hasta el final», le dijo Anonoei. «Igual que tú querías hacer conmigo al mantenerme consciente mientras moría quemada; te quedarás en este cuerpo hasta que muera».
Pero Anonoei albergaba otras intenciones. Su desesperada resignación era fingida. El cuerpo no estaba apagado, todavía, y no iba a morir. La porción de ba que había dejado en el interior de Pan seguía llamándolo. Si respondía a su llamada, crearía una puerta para que la cruzara y se salvarían ella y el bebé.
Entonces notó una leve vibración en el suelo. Había alguien con ella. La puerta no se había abierto. Nadie había acudido atraído por los gritos, o no los habían oído o preferían no intervenir. Por lo tanto, era evidente quién era la persona que la observaba allí de pie. Pero Anonoei no tenía fuerzas para levantar la cabeza, tampoco encontraba la voz para hablar; se sentía impotente.
—La has matado y has ardido tú también. Se ha hecho justicia. —La voz de Pan era tranquila, pero su tono destilaba rabia y dolor—. Me has arrebatado todo lo que he amado.
Era cierto que la amaba; acostarse con ella no había sido una simple necesidad física.
Y de pronto, fue consciente de que él sólo veía el cuerpo moribundo de Bexoi en el suelo. A nadie más. No iba a curarla. Iba a contemplar su muerte.
«¡Sálvala!», chilló Anonoei a través de la porción de ba que moraba en la mente de Pan. No intentó controlarlo, si perdía concentración, Bexoi moriría o, peor aún, recuperaría el mando del cuerpo.
Percibió el conflicto en la mente de Pan mientras luchaba contra el impulso que ella le enviaba.
«¡Soy Anonoei!». ¿Había alguna forma de que su ba, incapaz de pronunciar una palabra, transmitiera su mensaje a la mente de Pan? El ba sólo entendía de emociones y recuerdos cinéticos.
Eso era, tenía que enviarle una emoción, no un mensaje. Su amor por él.
El problema era que no lo amaba. Mejor dicho, sí lo amaba; lo bastante para acostarse con él, pero no podía olvidar que había torturado a sus hijos. Había conseguido guardar su cólera, ocultarla en su interior, hasta que llegara el momento adecuado en el que le fuera útil. Pero eso significaba que el impulso de amor que quería enviarle no era lo bastante fuerte para que él reaccionara. Tampoco podía controlarlo para que recordara su amor por ella, porque sabía que él tampoco la amaba tanto.
Pero ella amaba a sus hijos. Y recordó que él también había amado al suyo. Y había una criatura viva en el seno de Bexoi. Una criatura que no merecía morir a pesar de los crímenes de su madre.
El amor por un hijo. El amor de Anonoei por Eluik y Enopp. Ella buscó los recuerdos de él con su hijo, Treta, cuando jugaba con él, las conversaciones que habían mantenido, y los reavivó. También dirigió su atención a la barriga de la mujer tirada en el suelo del despacho de Quilla.
A modo de respuesta, él pasó una puerta por el cuerpo de Anonoei; sí, el cuerpo era suyo y también de Bexoi. La puerta no expulsó a Anonoei del cuerpo y Bexoi ya no se resignaba a la muerte.
—He salvado al bebé, no a ti —dijo Pan.
¿Le hablaba a Anonoei? No, claro que no. Hablaba con Bexoi.
—Soy Anonoei —le dijo, o quiso hacerlo, porque de su boca no salió un sonido. Ni uno solo.
El ka de Bexoi estaba tan presente dentro del cuerpo como el de Anonoei, y la reina no pensaba permitir que la maga mental diera a conocer su presencia a Pan.
Bexoi quería que se marchara. Ser la única dentro del que era su cuerpo, y no pensaba negociar ningún otro acuerdo.
«Debí dejar que muriera».
«Pero si lo hubiera hecho no sé si habría podido mantener el cuerpo vivo. ¿Necesito a Bexoi para mantenerme viva? Tampoco importa, ella está aquí y la ocasión de permitir su muerte se ha desvanecido ahora que el cuerpo se ha curado. ¿No me deja hablar? Entonces yo tampoco la dejaré a ella».
—Bastaría con que me dieras las gracias —dijo Pan—. O que me maldijeras, si quieres, no temo tus maldiciones. ¿O intentas reunir la fuerza suficiente para hacerme arder como has hecho con Anonoei? Ella era mucho mejor que tú. Mucho mejor madre, y no lo digo sólo porque tú acabaras con la vida de tu primer hijo. Intenta quemarme si puedes. Verás lo que pasa.
Y entonces, rompió a llorar.
Era posible que Anonoei amara más a ese hombre de lo que había pensado.
Anonoei quería mirarlo. Usar sus ojos para contemplarlo, tender sus manos para acariciarlo. Pero Bexoi se lo impidió.
Pan dejó de llorar.
—Sabes que no soy capaz de matar a tu hijo, a pesar de que tú mataste al mío —susurró—. Sabes que hay límites que nunca cruzaré. Pero cuando nazca el niño, cualquiera puede cuidar de él. ¿Entiendes a qué me refiero?
Anonoei lo entendió, y Bexoi también. Si no cejaban en su lucha por dominar el cuerpo, cuando naciera el bebé, ella moriría. Las dos morirían.
Pero todavía faltaba algo de tiempo para que se produjera el parto.
Pan empujó el cuerpo hasta que estuvo bocarriba. Levantó uno de los párpados cerrados. El ojo estaba controlado por el cerebro del simio, no por los dos kas que habitaban el cuerpo; Bexoi no pudo evitar que Anonoei usara el ojo para ver a Quilla colgado de las vigas del techo y todavía vivo.
«Mira hacia arriba», le dijo a Pan, y le transmitió el recuerdo cinético de levantar la mirada.
Pan lo hizo.
—Quilla —dijo.
Tardó apenas un instante en teleportarse a la viga y Anonoei, a través del ojo abierto, vio a Pan desatar al hombre, cogerlo cuando ya caía y teleportarse de vuelta al suelo.
«No estoy del todo indefensa en este cuerpo», pensó Anonoei. «Sigo siendo una maga mental. Puedo comunicarme con él a través de la porción de mi ba que hay en su interior».
Otras porciones de su aura la conectaban con Enopp y Eluik, y con la pareja de Midgard que cuidaba de ellos. Sus conexiones con el Gran Mago Teleportador, Danny North, el sobrino de Bexoi, Frostinch, el rey Prayard, seguían existiendo, junto a los enlaces que estableció con los enemigos de Bexoi. La reina impediría que estableciera nuevos contactos, pero no podía interferir con los antiguos. Formaban parte de la esencia de Anonoei, de su ka y ba, y Bexoi era del todo ajena a esa parte de la maga mental.
Mientras Bexoi permanecía atrapada e impotente en el cuerpo inmóvil, Anonoei podía ejercer su influencia sobre docenas de personas, intervenir en lo que ocurría, aunque fuera con una fracción de su antiguo poder.
Era una justa compensación, pequeña, pero gratificante.