INTIMIDAD
Danny no ignoraba que sus padres esperaban que, en cuanto todo el mundo volviera de su viaje relámpago a Westil, él volvería al territorio de los North. Una guerra estaba a punto de estallar y la magia representaría un papel de tal calibre como no se había visto en Midgard desde el siglo VII.
Pero Danny no tenía intención alguna de participar en la guerra, no de la forma en la que ellos esperaban. Los North mantendrían reuniones y elaborarían estrategias. Pondrían a prueba sus nuevos poderes para comprobar su alcance. Él no estaría a su lado.
Danny también sabía que no podía irse al instituto y aislarse hasta que hubiera acabado todo. Tendría que tomar parte, quisiera o no.
Pero, con guerra o sin ella, no iba a abandonar sus clases.
Llevaba treinta y cuatro horas sin dormir cuando regresó al Parry McCluer, a la hora de la salida. Nadie se fijó en él, todos tenían prisa por llegar a los autobuses o al aparcamiento o, simplemente, por largarse lo antes posible. Sí que repararon en él para apartarlo de su camino, pero pocos se dieron cuenta, cuando lo vieron en el vestíbulo, de que había estado ausente todo el día. Su reacción al verle fue la normal: un saludo apresurado; un gesto con la cabeza; ignorarlo.
No vio a ninguno de sus amigos. ¿Tampoco ellos habían venido a clase? ¿Les habría pasado algo?
—Danny —dijo una chica. Alguien le tocó en la espalda.
Danny se dio la vuelta. Era Nicki Lieder.
—Papá está muy preocupado, no has venido al entrenamiento de esta mañana y luego no has aparecido por clase y no has contestado al teléfono.
—Lo siento —dijo Danny—. Un asunto familiar.
—Estaba segura de que había pasado algo.
Había colocado su mano sobre la cintura de él con tanta suavidad que casi no lo había notado. Pero el gesto era íntimo, un aviso para todo el que pasaba: «Es mío. Tengo derecho a hacer esto».
Él no quiso herir sus sentimientos retirando la mano. Al final, se giró a un lado y luego retrocedió, rompiendo el contacto.
—Supongo que tendría que haber llamado.
—Es comprensible que no lo hicieras; papá lo entenderá. Sé que es muy brusco, pero la gente no entiende lo mucho que se preocupa por sus atletas.
«Sí, y también es un auténtico capullo con todos los que no forman parte de su equipo». Pero Danny se reservó el comentario.
Nicki volvió a colocar su mano en la cintura de Danny. Como estaba de espaldas a ella, le estaba tocando justo encima de la bragueta y había metido el pulgar por la cintura del pantalón. El contacto lo sorprendió por su intimidad. Quizá se debiera a que siempre llevaba los pantalones caídos, pero siempre los había llevado así. Acostumbraba a vestir pantalones de segunda mano que o le venían grandes o pequeños. Si eran pequeños, los llevaba bajos para que no le apretaran en la entrepierna; si eran grandes, siempre estaban a punto de caerse. Los llevaba así por comodidad y ahora, la posición de la mano de Nicki le impidió pensar en otra cosa que no fuera el contacto con la chica.
Se quedaron callados, y entonces Danny adivinó las intenciones de ella.
La inocente Nicki no lo era tanto. El impulso que la había llevado a besarle seguía empujando a la chica hacia Danny. Se estaba ofreciendo a él sin tapujos.
¿O estaba exigiendo?
No se parecía en nada a la chica que conoció aquel día en la cocina de Lieder, cuando la curó y dio un giro radical a su vida. Tan radical que la había prolongado al curarla de su enfermedad mortal, dándole fuerza, salud y tratándola como a una chica normal y no como a una inválida. Todo sumado había causado una gran impresión en ella.
Podía haber retirado la mano y listo, pero que la hubiera colocado tan cerca de su ingle y de una manera tan evidente, lo impulsó a hablar.
—Sólo hay una chica con derecho a tocarme ahí —dijo—, y no eres tú.
Ella no hizo intención de retirar la mano. ¿Qué chica mantendría un contacto así después de que un tío le dijera eso?
—¿Y quién, si se puede saber? —se limitó a preguntar.
—Mi esposa.
—Pero tú no estás casado.
Danny acabó por cogerle la mano por la muñeca. No se explicaba por qué le costaba tanto romper el contacto. O por qué, en cuanto cogió su muñeca, habría preferido llevar la mano a su entrepierna, que es donde de verdad quería que lo tocara.
No lo hizo.
Apartó la mano con más brusquedad de la debida, quizá porque no quería hacerlo.
—No estoy casado —dijo—, y ése es el tema.
Y se marchó. Le costó mucho. Tenía que ajustarse la entrepierna y no quería hacerlo en mitad de un pasillo abarrotado.
Consiguió colarse en un aula vacía y, sin importarle que ella lo estuviera siguiendo, se teleportó a la colina donde se solía reunir con sus amigos.
Y estaban todos ahí.
—Eh, hola —dijo Laurette—. ¿Dónde te has metido todo el día?
—¿Y quién es ella? —preguntó Sin.
—¿Quién es quién? —intervino Xena.
Sin enarcó las cejas, miró con descaro la abultada entrepierna de Danny y comenzó a reírse. Xena siguió la mirada de Sin y también se echó a reír.
Danny se sentó con rapidez.
—Sois unas retorcidas —les dijo.
—¿Quién es? —exigió Sin—. Contesta o te la cortamos.
—Iba por los pasillos del instituto —dijo Danny.
—Un lugar peligrosísimo —dijo Hal, quien no tenía ni idea de lo que estaban hablando.
—Y me encontré con Nicki Lieder —siguió Danny.
—Fue un encuentro muy largo —se rió Sin.
—¿La hija del entrenador? —dijo Wheeler—. ¿Qué pasa con ella?
—Parece bastante aburrida, nunca hace nada —dijo Hal.
—Ha estado al borde de la muerte cuando, de pronto, mejoró —le explicó Laurette—. Necesitará tiempo para volver a conectar con el mundo.
—Yo diría que con Danny ya ha conectado —dijo Sin.
Danny cerró los ojos.
—Llevo toda la noche sin dormir. —Y para evitar el inminente comentario de Sin, les contó lo que había ocurrido. Y lo que se avecinaba. La guerra.
Todas las Familias sabían de sobra que Danny había creado las puertas que habían usado para ir a Westil; también sabían que si molestaban a Danny, él los teleportaría a donde quisiera.
Así había ocurrido siempre en las guerras en las que participaban los magos teleportadores.
—Somos como los pateadores en el fútbol americano —le explicó Danny a sus amigos—. Vestimos el mismo uniforme que los demás, pero no somos parte del equipo. Nuestro juego es distinto al del resto.
—Pero cuidado con incordiar al pateador —dijo Hal.
—No creo que sepas nada del juego —se burló Laurette.
—La gente se cree que porque parezco uno de los postes de la portería no entiendo las jugadas. Lo cual es absurdo —dijo Hal.
Pat decidió que ya estaba bien de tonterías.
—Danny, ¿cómo se te ocurre venir por el instituto cuando estamos hablando de una guerra que cambiará el mundo?
—Tienes razón —dijo Danny—. Pero no tengo muchas opciones. Si vuelvo con mi Familia, me pedirán que teleporte a los enemigos, cosa que no pienso hacer.
—¿Por qué no? —preguntó Sin—. Quiero decir, es tu Familia.
—Para mí, vosotros sois mi familia —dijo Danny—. No os habéis dedicado a joderme la niñez, despreciándome y amenazándome de muerte por no ser capaz de crear una efigie.
—La cuestión no es si tú quieres luchar en la guerra —dijo Wheeler—. Va a suceder, y te va a afectar, quieras o no.
—¿Por qué? —preguntó Xena—. ¿Por qué tiene que participar? ¿Por qué no puede estudiar para los exámenes finales, como todo el mundo?
—En primer lugar —dijo Hal—, Danny nunca estudia, no necesita hacerlo.
Todos asintieron.
—Sí que estudio —protestó Danny.
—Ni de coña —negó Laurette.
—He estudiado. Durante mi periodo de escolarización en casa. Y sigo por delante del temario que están dando en clase ahora.
—Segundo —siguió Hal.
—He aquí la prueba de que Hal puede contar hasta dos —dijo Sin.
—Segundo —repitió Hal—, y más importante: cuando la gente comience a sufrir, Danny se verá metido en la guerra de cabeza. Es el único médico de campaña que existe.
Danny recordó cómo la Familia siempre evitaba hablar de por qué las bajas en las guerras posteriores al año 632 eran muy superiores a las de conflictos anteriores. Era cierto que los poderes habían disminuido, pero también que no había magos teleportadores para curar a la gente. Hasta que llegó Danny. Y la Familia North esperaba que cuando llegara el momento, él se pondría del lado de los buenos.
—Por eso no quiero estar con mi Familia —dijo Danny—. Porque no tardarán en averiguar que pienso curar a todo el mundo.
—A los dos bandos —dijo Pat, para confirmar que Danny hablaba en serio.
—O a los tres bandos —dijo Danny—. Porque cuando hay una guerra entre los dioses, siempre acaban usando a los mortales como representantes en el campo de batalla. Los combates de mago contra mago son excepcionales y muy destructivos. Así que van a hacer que los dánaos ataquen a los troyanos.
—«Dánaos» es como se llamaban los griegos entre ellos; está en la Ilíada —le explicó Wheeler a Xena.
—¿Y tú como sabes eso? —preguntó Xena.
—Por un juego de rol —le contestó Wheeler.
—Estoy muerto de cansancio —declaró Danny—. Y eso es algo que las puertas no pueden curar. Estoy en forma, soy capaz de correr kilómetro tras kilómetro sin cansarme, pero mi cerebro necesita descansar. Seguro que si salgo a correr, me duermo mientras lo hago.
—¿Qué harán estos tíos, ahora que son todos tan poderosos? —preguntó Wheeler.
—¿Va a ser como en las carreras de NASCAR? —preguntó Hal—. ¿Vais a elegir a vuestra Familia favorita y apostar por ella en las finales de la Guerra Mágica?
—Durante toda mi vida, cuando he querido algo de magia, he jugado a la videoconsola, o a algún juego de rol —dijo Wheeler—. Llega Danny y viajamos por todo el mundo. Y de forma instantánea. Y eso mola mucho. Me recuerda a los hechizos de desplazamiento de los juegos: pero quiero más, quiero ver a dos magos lanzándose hechizos en un combate real.
—No hay hechizos —dijo Danny—. Sólo empatía.
—Vale, pues quiero ver a un mago eólico empatizar con un tornado —dijo Wheeler con entusiasmo—. Y las efigies; quiero ver a un mago pétreo crear un coloso de piedra, como si fuera el Increíble Hulk.
—Un tornado es terrorífico siempre, no hace falta que lo cree un mago —dijo Danny—. Y tu coloso de piedra aplastaría a cualquiera que se cruzara en su camino.
—Ya lo sé —asintió Wheeler—. Y me horroriza, me repugna, me encanta…
—Y tú nos aburres —le interrumpió Hal.
—Y te ignoramos —añadió Laurette.
—Yo no soy el que ha traído la magia al mundo —protestó Wheeler—. Me parece emocionante, de lo más guay. Estamos en la misma situación que los extras de las pelis: los que huyen de Godzilla o saludan como idiotas hasta que los aliens los vuelan en pedazos en Independence Day. Los aplastan, los trituran, los abrasan, pero estaban ahí. Y eso es lo que mola.
—Tú por estar ahí, harías lo que fuera —comentó Sin en tono despectivo.
—Sí, en efecto. Por lo menos una vez en la vida.
Danny suspiró.
—Yo sólo quiero volver a clase.
—¿Por qué? —se sorprendió Laurette—. A ver, yo me alegro de que estés aquí con nosotros, pero ¿quién quiere dedicar su tiempo a algo así?
—¿A sentarse en medio del bosque? —preguntó Pat.
—Hablo de ir a clase —gruñó Laurette.
—Venga ya, Rette, pero si tú lo tienes todo controlado —dijo Xena—. Tienes a los profesores y al director en el bolsillo. El personal de administración te adora. Sacas buenas notas y estás buena. No tienes motivos para odiar el instituto.
—Sí que los tengo; si pudiera elegir, no pasaría el tiempo yendo a clase.
—Pero Danny sí que puede elegir —dijo Pat.
Danny pensó que si Laurette perteneciera a alguna de las Familias, la considerarían una maga mental por su habilidad para caer bien a todo el mundo. Pat acababa de decirle algo, pero estaba tan cansado que le costaba seguir el hilo de la conversación.
—El instituto es aburrido —declaró Danny—. El programa se puede cubrir en un año, si se quiere. Pero interesa alargarlo porque así tardáis más en saturar el mercado laboral y también evita que os convirtáis en delincuentes juveniles. Pero os juro que parecía un lugar genial en las novelas para jóvenes que leía antes de venir.
—Las novelas para jóvenes están tan alejadas de la realidad como los videojuegos de Wheeler. —Pat sonrió al aludido.
Wheeler se rió.
—La realidad está sobrevalorada. Vamos de catástrofe en catástrofe y, entre medias, caemos en un aburrimiento soporífero. La gente no se cansa de repetir idioteces como «Es imposible que ocurra una cosa así»; hasta que ocurre. O «Las cosas no funcionan de esa manera», hasta que va y resulta que sí.
—O «Las chicas no se enamoran de un dios», hasta que lo hacen —terció Xena.
—Las chicas siempre se enamoran de dioses —dijo Pat—. Hasta que un día se despiertan, descubren que están embarazadas y que el dios se ha marchado; su lugar lo ocupa un capullo.
Todos rieron la ocurrencia de Pat, incluso Danny, agotado como estaba.
—«¿Quién es el padre de tu hijo?». «¡Papi, te juro que es un dios!». —Tras tomar aire, Pat continuó con su charada—. «¿Y cómo es ese dios?». «Mami, lo que pasa es que no me permitió encender la luz para ver su rostro». A nadie le gusta admitir que se ha acostado con un gilipollas. Cada bastardo que hay en el mundo es el hijo de un dios.
—Sí, pero también ha habido muchos casos reales —comentó Danny—. Los Magos Primigenios tienen un montón de descendientes repartidos por el mundo. De hecho, estoy seguro de que todo ser humano vivo cuenta con un antepasado westiliano.
—¿Y por qué no despertó mi magia la Gran Puerta? —quiso saber Hal.
—¿Quién te dice que no lo ha hecho? —dijo Danny—. Lleva tiempo reconocer tu afinidad y aplicar la magia que conlleva.
En ese momento un pequeño remolino de polvo surgió justo delante de ellos. En cuanto advirtieron su presencia, desapareció.
—Vale, ¿quién ha sido? —preguntó Danny.
Nadie respondió.
—Empezamos a hablar sobre las afinidades —dijo Danny— y de pronto uno de vosotros muestra el poder de un mago eólico.
El remolino reapareció y se lanzó sobre Wheeler al que lanzó polvo y hojas de los árboles. Se levantó de un salto sacudiéndose la ropa.
—Los ataques a traición van contra las reglas —refunfuñó.
—¿No querías que te persiguiera un monstruo? —se rió Hal.
—En serio, ¿quién ha sido? —repitió Danny.
Todos adoptaron una expresión inocente; se miraron entre sí con curiosidad, pero nadie confesó.
—¿Qué sentido tiene ocultarlo? —preguntó Danny—. Es algo bueno. Un remolino que actúa así es algo que se estudia en el segundo curso de magia. Me refiero a que ha lanzado el polvo y las hojas a Wheeler; si ha sido a propósito, demuestra un nivel avanzado.
Danny los observó, confiando en que una expresión de orgullo delataría al creador del remolino. Pero nadie mostró nada, lo que hizo sospechar a Danny de que la autora era Pat; sólo ella era capaz de ocultar lo que sentía sin que sus gestos la traicionaran.
Pero Danny decidió que si ella no quería que se supiera, él respetaría su decisión.
—Ya sé por qué estás en el instituto, Danny —saltó de pronto Sin—. Es tu identidad secreta.
—Clark Kent en el Daily Planet —dijo Laurette.
—Sin gafas —dijo Sin.
—Tampoco necesita una cabina de teléfonos para cambiarse —añadió Hal.
—No lleva un traje de superhéroe, ¿para qué va a quererla? —dijo Laurette—. Tampoco necesita una batcueva donde guardar el coche. No necesita nada.
—Pero sigue siendo su identidad secreta.
—«De día es una estrella del equipo de atletismo» —dijo Laurette, presentando a Danny como si fuera un superhéroe—. «Y de noche… ¡Loki! ¡Mercurio! ¡Thoth! ¡Más rápido que una bala!».
—¡Más poderoso que un escupitajo! —añadió Hal.
—¡Capaz de subir a las aceras de un solo salto! —aportó Pat.
—¡Y espiar el interior del váter de las chicas! —exclamó Wheeler.
—¡Puag! ¿Para qué iba a hacer una cosa así? Es pis y caca, igual que los chicos —dijo Xena.
—No, igual no —dijo Wheeler—. Para nada.
—¿Se puede saber cómo hemos acabado hablando de pis y caca? —preguntó Pat.
—No espío a la gente sin un buen motivo —dijo Danny.
—Sí, como saber si tiran las braguitas sucias al suelo o al cesto de la ropa sucia —dijo Laurette.
Danny se echó hacia atrás y cerró los ojos.
—Despertadme cuando hayáis acabado.
—Ya está —sentenció Pat—. Todos acabamos de madurar. En este preciso instante. Declaro que nuestra pubertad ha finalizado.
—Espero que no —saltó Wheeler—. Conservo la esperanza de que me salga más vello corporal en ciertos sitios.
—Debería de estar entrenando —dijo Danny—, pero me voy a casa a dormir. Hace frío y eso que todavía es de día.
—Dicen que habrá tormenta esta noche —anunció Xena.
—¿No será de nieve? —preguntó Laurette.
—No, sólo agua —dijo Xena—. Para que las cosas menudas puedan crecer.
—A Xena le gusta hacer crecer las cosas pequeñas —rió Hal.
—Siempre que estén pegadas a Danny North —añadió Laurette.
Xena se volvió hacia Hal enfurecida.
—¡Hal! —le gruñó.
Antes de que pudiera seguir o tirarle algo, Hal se apartó.
—¿Por qué la tomas conmigo? Ha sido Laurette quien ha…
—Las chicas pueden decirse cosas así entre ellas —le aclaró Pat.
—Tengo que hablar con mis padres —dijo Danny—. Y pedirle a Vivi un justificante por mi ausencia de hoy.
—Duerme antes, te hace falta —dijo Pat.
—¿Crees que los dioses harán igual que Zog en Superman II, cuando el presidente tuvo que arrodillarse ante él en el despacho oval? —preguntó Wheeler.
—Si se les ocurre y les interesa, pueden hacerlo —dijo Danny encogiéndose de hombros. Luego añadió—: No le pedirán a nadie que se arrodille, pero querrán controlar el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. No somos inmortales y saber dónde están las armas evitará que alguien los vuele en pedazos o les corte la cabeza mientras manejan su efigie. Desde que Loki cerró las puertas en el 632, el armamento de los mortales se ha vuelto muy poderoso y capaz de coger por sorpresa a cualquiera, incluso a un dios.
—Lo de la guerra va en serio —dijo Hal.
—Sí —replicó Wheeler con una gran sonrisa.
—Danny, llévame a casa contigo, será sólo un minuto —pidió Pat.
Los demás silbaron y aullaron.
—Sólo quiero hablar contigo, es importante —dijo Pat, frunciendo el ceño.
—«Por favor, hazme un bebé» —soltó Hal poniendo voz de chica.
—Vamos a largarnos, así podrán cotillear sobre nosotros —dijo Danny mientras le tendía la mano a Pat.
Se teleportó a la sala de estar de su casa y en cuanto ella reconoció el lugar, se agarró a él, apretando su cuerpo contra el suyo. Ansiosa. Aterrorizada.
—Es la guerra —dijo Pat—. Has tenido que abrir esa Gran Puerta para que la crucen todos los magos porque esa zorra griega… —Se calló de golpe—. No, si tú no estás enfadado, yo tampoco.
—Sí que estoy enfadado —dijo Danny—. Pero cabrearme y provocarme una úlcera no me aporta nada.
—Morirá gente —dijo ella—. Tú mismo puedes morir. Si alguien te hace volar por los aires, ¿quién te pasará por una puerta para curarte?
—Poco probable, pero posible —comentó Danny—. Además, el enemigo que me preocupa es otro. Uno que posee cuerpos humanos y los maneja a su antojo.
Pat lo miró a la cara sin dejar de abrazarlo.
—¿Estás hablando de posesiones demoníacas?
—¿Quién iba a pensar que eran reales? —dijo Danny—. Pero lo son. Y lo peor es que dudo que alguien se dé cuenta si me poseen a mí.
—Yo lo sabría —afirmó Pat.
—¿Tú crees? Me preocupa no saberlo yo mismo.
—¿Con alguien dentro de ti obligándote a hacer cosas contra tu voluntad? —Pat negó con la cabeza—. Lo sabrías. Y yo también porque te pondría a prueba. Te haría una pregunta y, si no supieras qué contestar, sabría que no eres tú. —Lo cogió por la cabeza y lo besó en los labios. Después le lamió la punta de la nariz—. Si tengo dudas, te preguntaré qué hice después de besarte.
—¿Y qué pasa si también posee mis recuerdos? —preguntó Danny—. ¿Y si contestara a todas tus preguntas?
—No importa, lo sabría —dijo Pat. Lo besó otra vez, esta vez fue un beso más largo y apasionado. Lo abrazó por la espalda y se apretó contra él.
Danny se echó hacia atrás.
—No —dijo.
—No estoy jugando, Danny. No soy como las otras que quieren acostarse con un dios para contarlo por ahí. Te quiero, Danny North. No soy tan joven como para no saber lo que es eso. En otros tiempos, las chicas se casaban con mi edad y más jóvenes aún. Julieta se casó con trece años.
—Julieta era un personaje de ficción y la cosa tampoco acabó muy bien.
—Te vas a la guerra. Cuando nos contaste lo que habías estado haciendo toda la noche, me puse a pensar en lo que habría pasado si Hermia te hubiera engañado o encerrado en algún sitio. ¿Y si jamás volviéramos a estar juntos? Y en lugar de llorar cuando lo he pensado, me he llevado las manos a la barriga. A mi útero vacío. Es instintivo, Danny. Si nuestro hombre se va a la guerra, queremos que nos deje preñadas.
—No van a nacer bastardos por mi culpa —dijo Danny—. Nunca. Y se acabó la discusión. Por otra parte, ¿crees que tus padres van a permitir que te cases con un compañero del instituto que vive en una choza como ésta?
—Me trae sin cuidado el matrimonio —dijo Pat—. A la gente ya no le importan esas cosas.
—A la gente lista sí que le importan —dijo Danny—. La gente que cree en la familia y no sólo en quedarse preñada.
Pat había metido sus manos en la cintura del pantalón de Danny y tiraba hacia abajo. Danny pensó en su primer encuentro con Lana en casa de Stone en Washington. Su cuerpo había respondido igual que ahora, con la diferencia de que en esta ocasión no estaba ni asustado ni sorprendido, como la primera vez. Deseaba a Pat tanto o más de lo que ella lo deseaba a él.
—Yo también te quiero a ti —declaró Danny—, pero no soy uno de esos dioses.
Y justo cuando ella había conseguido bajarle los pantalones hasta los muslos, la teleportó a su dormitorio, en casa de sus padres.
Sintió unas ganas terribles de cruzar esa puerta tras ella.
En lugar de eso, devoró la puerta para que Hermia no fuera a casa de Pat, en el caso de que decidiera atacar a sus amigos. A continuación, demasiado cansado para quitarse los pantalones del todo, o volver a subírselos, se teleportó a su cama y se quedó dormido de inmediato.
Soñó con ella. Más tarde recordaría haber soñado con otras cosas, extrañas, olvidadas, pero el recuerdo era vago, evasivo. En su sueño, ella estaba desnuda a su lado, se apretaba contra él y le susurraba al oído que lo amaba.
En su sueño, le devolvía el abrazo y acariciaba su cuerpo. Intentó besarla, pero ella apartó los labios. Él se rió e intentó cogerla por el mentón, pero ella se resistía, apartando el rostro. Su deseo por ella se acrecentó. Ella no quería besos, quería un hijo suyo, y él sólo deseaba complacerla.
En su sueño, su cuerpo estaba encima del de ella. Ella intentaba acercar su cintura a la suya. Entonces la besó por sorpresa.
No era Pat.
Abrió los ojos.
Era Nicki Lieder, la hija del entrenador.
—Venía a hacerte una visita, la puerta no estaba cerrada —le susurró—, y aquí estabas, listo para recibirme.
Aún parecía un sueño. Pero era real. Real, pero con la sensación nebulosa de un sueño. Nicki Lieder. No era Pat. Él no quería a Nicki. Pero ella estaba desnuda debajo de él y lo deseaba con fuerza; y en esos momentos, lo único en lo que podía pensar era en cuánto la deseaba él también. No a ella en concreto, deseaba a una mujer, a la mujer que compartía su cama. La mujer que había acudido a su sueño.
«No es un sueño», le dijo una voz en su interior. «No es un sueño, es obra de alguien con el poder de nublar tu mente».
—Me quieres dentro de ti —dijo Nicki.
—Sí —respondió Danny.
La voz comenzó a chillarle: «¡Fíjate en lo que te ha dicho, que quiere estar dentro de ti y tú has consentido. No eres tú dentro de ella, es ella dentro de ti. Es algo que quiere entrar en tu cuerpo y has aceptado. Estúpido. Estúpido…!».
Y en el momento de éxtasis, pudo notar como algo penetraba en su cuerpo y tomaba el control. Intentó resistirse, apartarse, pero no pudo. Estaba poseído.
Sintió su cuerpo apartándose del de la chica. La vio allí tumbada, jadeante y confusa. Y aliviada. Comenzó a llorar.
—Se acabó, Nicki —se oyó decir, aunque no era él quien hablaba. Sólo podía escuchar lo que pronunciaban sus labios—. Me he marchado. Te devuelvo tu cuerpo, el mismo que Danny North tuvo la bondad de curar. A lo mejor te ha dejado embarazada. Eso te gustaría, ¿verdad? Ahora, sé una buena chica, vístete y márchate a casa.
El cuerpo de Danny se incorporó y la obervó mientras ella se vestía sin dejar de llorar.
—He disfrutado de mi estancia en tu interior —dijo la boca de Danny—. Eres un niña muy dulce, verás como con el tiempo todo esto te parecerá un mal sueño, más adelante será un buen sueño y al final, acabarás por echarme de menos; ya lo verás. Todos me echan de menos. Los que me sobreviven.
«Lleva semanas aquí», pensó Danny. «Hace semanas que me localizó. Me pregunto si ya la había poseído cuando fui a casa de Lieder y la curé. ¿O la encontró después de que yo la liberase del cáncer?». En otras condiciones, Danny habría luchado contra él, pero en esos momentos, adormilado, al borde del agotamiento, con la sensación de estar dentro de un sueño, cuando el dragón le pidió a través de Nicki que lo dejara entrar, Danny había aceptado sin pensar.
«No era consciente de lo que hacía», pensó Danny. «Creía que era sólo sexo. Y era sexo en el sueño, nada era real. No era real…»
No era justo.
Pero estaba en guerra. Lo que parecía amor se había transformado en un campo de batalla crucial para el devenir del conflicto. El enemigo había ocupado una plaza esencial, estaba donde nunca debería haber estado.
Ahora posee a un mago teleportador.
«No, no me posee», pensó Danny. «Todavía puedo pensar, todavía puedo…»
Danny intentó crear una puerta, quería cruzarla para librarse de la criatura, como se habría curado de una herida.
—De eso nada —dijo su boca—. Crearemos una puerta para tu novia y la enviaremos a casa.
Entonces Danny averiguó varias cosas esenciales. La primera, que el dragón no sabía que Danny ya había teleportado a su novia a casa, su auténtica novia, no la chica con la que acababa de acostarse. En segundo lugar, que el dragón tenía que usar la voz de Danny para comunicarse con él, no podía colocar sus pensamientos en la mente de Danny. Conclusión: su control no era absoluto, había partes que le seguían perteneciendo. Controlaba sus movimientos y el habla, pero eso era sólo muscular.
Claro que también podía impedirle que creara la puerta que deseaba. ¿Podía obligarle a crear una que él no quisiera?
Error. Ésa no era la cuestión en absoluto.
Desde el interior del yacimiento de Danny, las puertas de Loki habían intentado avisarlo del peligro. Le habían gritado con todas sus fuerzas.
Loki lo había visto venir. Loki nunca había sido poseído, por lo tanto, su aura no podía recordar una posesión de Set. Eso quería decir que Loki lo vigilaba desde fuera. Desde otro planeta situado a quién sabe cuántos años luz. Loki había advertido el peligro, había franqueado el ofuscamiento de la mente de Danny, fue consciente de que no era un sueño erótico lo que estaba viviendo el chico.
Había algo que las puertas de Loki sí recordaban: las habían entregado. Sabían que un Gran Mago Teleportador podía entregar la lealtad de sus puertas a otro mago teleportador.
Danny estimuló la memoria cinética de las puertas y, con su consentimiento, las puertas de Loki le obedecieron mostrándole cómo podía entregarlas de vuelta a Loki.
El acto de devolver las puertas no las desplazó. Eso habría sido similar a un movimiento físico y el dragón lo habría detectado y detenido a Danny. Pero era improbable que el dragón hubiera poseído alguna vez a un mago teleportador que entregara sus puertas a otro. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.
Danny sintió que su control sobre las puertas de Loki se desvanecía.
Y ahora sabía cómo entregar puertas.
Repitió el proceso. Sin desplazarlas ni hacer nada con ellas, dejándolas donde se encontraban, Danny entregó sus propias puertas a Loki.
Y ya no estaban bajo su control. Podía percibirlas. Seguían estando donde siempre, pero ya no le pertenecían. Su dueño había dejado de ser Danny North.
Nicki había terminado de vestirse. Danny notó que el dragón daba la orden para crear una puerta que la llevara de vuelta a su casa. Notó que el dragón sabía cómo crearla y dónde colocar la boca y la cola de la puerta.
Pero la puerta no surgió del yacimiento. No consiguió crear una puerta.
Danny sintió que se le nublaba la vista. No, era rabia y… ¿miedo? No era una emoción que Danny reconociera como propia, parecía más bien la traslación de una emoción del dragón y la consiguiente respuesta del cuerpo de Danny. El ritmo cardíaco se aceleró, la sangre fluyó con rapidez y sus mejillas se ruborizaron.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Nicki, asustada.
El cuerpo de Danny se puso de pie, con los pantalones alrededor de los tobillos. Ya no estaba excitado, al menos no como antes. Ahora la rabia y el terror dominaban el cuerpo y comenzó a chillar.
Nicki chilló también y echó a correr. Danny oyó el portazo cuando Nicki dejó la casa.
—¿Qué has hecho? —exigió saber el dragón con la voz de Danny, usando su boca, su garganta, sus pulmones, su lengua y sus dientes.
«No he hecho nada», dijo Danny en su mente. «Sólo le he hecho un regalo a un amigo».
—Las puertas siguen ahí, puedo percibirlas —dijo el dragón.
Usó el cuerpo de Danny para bailar alrededor de la habitación, saltando arriba y abajo, como si agitara un frasco que quería abrir.
—Eres un Gran Mago Teleportador, te he poseído. ¿Por qué no puedo tocar tus puertas?
Corrió a la cocina y Danny adivinó que su cuerpo buscaba un cuchillo. Era su mente animal la que buscaba, por primera vez en su vida Danny pudo distinguir entre el impulso del instinto y su propia voluntad, su ka. El instinto animal no respondía a su voluntad en esos momentos. El cuerpo estaba fuera de su control. Pero él seguía dentro, atado a él, receptivo a todas sus sensaciones.
Su mano sujetaba un cuchillo.
Descendió hasta clavarse en el muslo de Danny. Una vez. Otra. Y otra.
El dolor era insoportable. El dragón también lo sentía, gimió a causa de la agonía.
—Cúrate —ordenó su voz—. Crea una puerta.
Pero Danny ya no era dueño de ninguna puerta.
El cuchillo descendió una vez más.
—¿Sabes que vas a morir desangrado salvo que te cures ya?
«Lo sé», pensó Danny. «Sé que moriré. ¿Y qué pasará si muero contigo en mi interior?».
«Nada», pensó enseguida Danny. «Nada porque Set no está ligado a mi cuerpo de la forma en que mi ka lo está. Cuando muera mi cuerpo, mi ka se marchará. Pero Set permanecerá».
—Puedo mantener tu cuerpo en marcha después de que mueras —dijo la boca de Danny—. No mucho tiempo, pero el suficiente para buscar y poseer a otro. A algún conocido tuyo.
Set intentaba acceder a sus recuerdos y Danny pensó en Hermia.
Que fuera a por Hermia. Que la poseyera a ella.
—¡No me interesan tus enemigos, quiero a tus malditos amigos! Quiero que presencies cómo acabo con ellos. Sin prisas. ¡Primero los violaré y después los mataré! ¡Acabaré con toda la gente a la que quieres si no me dejas usar tus puertas! ¡Después vendrán a por ti, te arrestarán, te juzgarán y te ejecutarán! ¡Morirás y seguiré vivo!
Lo que decía no tenía sentido. Dejaré que te desangres hasta la muerte. Luego mantendré tu cuerpo en marcha y al final te mato otra vez… No, Set había perdido los estribos. La rabia nublaba su mente.
Porque la mente que controlaba era humana.
El cerebro, mejor dicho, porque la mente seguía perteneciendo a Danny. Era capaz de elaborar sus propios pensamientos. Pensó en Hermia. Pensó en su cuerpo como nunca lo había hecho antes. Sintió deseo, lujuria por poseerla. No importaba que en realidad fuera otro cuerpo el que había despertado esas sensaciones, en su mente, el rostro de la imagen deseada era el de Hermia.
El cuchillo volvió a clavarse en la pierna. Otro fogonazo de dolor. Aunque cada vez dolía menos. No, el dolor seguía siendo el mismo, pero Danny no lo percibía igual que al principio.
«Me estoy aislando. Mi ka huye del sufrimiento. De la amenaza de muerte. No puedo permitirlo. No puedo dejar que Set me expulse de mi cuerpo. He entregado mi ba, mi aura, todas mis puertas, pero no puedo entregar mi cuerpo; eso sería el final. La muerte».
De pronto, pensó que así averiguaría lo que le ocurre al ka cuando abandona el cuerpo. «Sabré si vuelvo a Duat, tal y como dijo el ermitaño del desierto, o si voy a otro sitio, o me quedo vagando como una fantasma aquí mismo, o si me disuelvo como una voluta de humo».
Descartó la línea de pensamiento y se obligó a concentrarse en el dolor, quería sentirlo en toda su intensidad. «No vas a conseguir expulsarme de mi cuerpo».
El dragón percibió la lucha de su ka por aferrarse al cuerpo y lanzó un grito de cólera y frustración.
—¡Cabrón! —rugió—. ¡No eres rival para mí! ¡Ríndete! ¡Nadie me niega lo que deseo!
«Mentira. Si fuera cierto, no lo diría».
Pero el dolor en su pierna era un precio demasiado elevado por la satisfacción de frustrar al dragón. Danny notaba como la sangre escapaba de su cuerpo. En esta ocasión, el dragón había clavado el cuchillo hasta cortar la arteria femoral.
«Voy a morir. Dictaminarán que ha sido un suicidio. Que me he matado yo mismo. Y será cierto, y también falso».
Entonces recordó las otras puertas. Las cautivas. Las que no pertenecían ni a Loki ni a Danny.
Danny hizo el amago de coger una puerta para utilizarla y el Dragón se lo permitió porque acababa de percibir la existencia de las puertas cautivas. La boca de Danny lanzó un grito de victoria cuando el mago activó una de las puertas cautivas. Luego se pasó la puerta por encima, se curó la herida y a continuación… liberó la puerta.
Y la puerta ya no estaba.
Pero Danny se había curado. El dolor, la herida, la sangre habían desaparecido.
Las otras puertas cautivas sintieron lo que había ocurrido y el antiguo clamor resurgió con fuerza. La petición era nueva: «¡Libérame! ¡Libérame!», gritó cada una de las puertas.
—Cabrón —murmuró el dragón con la voz de Danny.
Se lanzó hacia adelante e hizo impactar la cabeza del muchacho contra una esquina de la barra de la cocina. El golpe fue tan fuerte que Danny cayó inconsciente.
Se despertó horas más tarde tirado en el suelo. Solo y a oscuras.
Intentó utilizar otra de las puertas cautivas.
—No —susurró su boca.
¿Que había estado haciendo mientras estaba inconsciente? ¿Set también había estado inconsciente? No, él no está tan ligado al cuerpo como yo. Estaba consciente e indefenso, a solas con el dolor. ¿O el dolor cedía con la inconsciencia?
«No conseguirás que abandone mi cuerpo con el dolor», pensó Danny. «Si me niegas el uso de una puerta para curarme, los dos sufriremos y por mí está bien. Puedo soportarlo. O puedo morir. Tú decides. Lo que no conseguirás es una puerta que dure lo bastante para que puedas usarla en tu beneficio».
Al final, Set cedió y permitió que Danny usara la puerta. Danny volvió a tomar una de las puertas cautivas, se la pasó por encima, se curó y luego, la liberó.
—¿Qué haces? —clamó su propia voz—. No sé qué estás haciendo. ¿Dónde ha ido la puerta?
«Mi cabeza está mucho mejor», pensó Danny.
—Hasta que te sometas a mí, haré que tu vida sea un infierno —dijo la boca de Danny.
«Ya lo sé», pensó Danny. «Pero no puedes crear puertas si yo no quiero. Y cuando se agoten las puertas cautivas, estarás acabado, porque ya no poseo puertas propias y por eso, no podrás utilizarlas jamás».