INQUIETUD
—El chico y yo diferimos en muchos aspectos —comentó Pan.
Anonoei se cepillaba el pelo frente al espejo.
—¿Te refieres a que es más alto? ¿O a que es un amante patético?
—Es más alto que yo —dijo Pan—. En cuanto a sus aptitudes como amante, es posible que nunca las conozcamos, porque parece decidido a no disfrutar de los placeres del sexo.
—¿Estás espiándole?
—Sí. No sabe que al entregarle mis puertas, que él ya tenía, abrí una ventana a su mente; me sorprende que no se haya dado cuenta. Siento lo que él siente.
—¡Qué vergüenza! —rió Anonoei—. Te estás aprovechando de la ignorancia de un crío.
—Sabe que puede acceder a mis recuerdos a través de mis puertas, pero no se le ha ocurrido que yo también las puedo emplear para ver lo que hace.
—Quizá no tenga nada que ocultar.
—Nadie admite que tenga algo que ocultar —dijo Pan. Tras unos instantes, añadió—: Es posible que tengas razón, este Danny North es justo lo que aparenta.
—A diferencia de Pan, el pinche de cocina —dijo Anonoei.
—Y a diferencia de Anonoei, la amante mortal del rey Prayard —dijo Pan.
—Los magos mentales tenemos que ocultar nuestra condición —se defendió Anonoei—. Por fortuna, contamos con nuestro poder para hacerlo. Por eso nos sentencian a muerte si nos descubren; si descubres a un mago mental, has de actuar con rapidez o no tendrás una segunda oportunidad.
—No estoy de acuerdo. Creo que la pena de muerte es un mero pretexto para justificar el asesinato. Gente que dice haber sentido extraños impulsos cuando se acercaba a cierta persona, por lo que sin duda era un mago mental, y así justifican la muerte de esa persona.
—Yo siento extraños impulsos a tu lado —dijo Anonoei, sonriente.
—No son tan extraños. Es la clase de impulsos que tiene todo el mundo.
—Pero pocos los tienen hacia ti.
—Porque tú sabes quién soy —dijo Pan—. El poder de los dioses es un potente afrodisíaco.
—No eres más que la sombra del mago que fuiste.
—Pero con el poder de teleportarte allá donde deseas ir —dijo Pan—. Lo que me pregunto es hasta qué punto mis deseos de agradarte son propios o el efecto de tu magia.
Anonoei se detuvo a mitad de cepillado.
—A ver, ya lo hemos hablado. Estamos de acuerdo en que si eres capaz de cuestionar tus impulsos, los sentimientos agradables y desagradables que despierto en ti, entonces conservas tu voluntad.
—Y, sin embargo, esa sensación de seguridad puede no ser propia. Reconozco que no has necesitado tu poder para convencerme de que te ayude en tu venganza contra Bexoi, tengo mis propios motivos.
—Y no olvides tu sentimiento de culpa por mantenerme encerrada junto a mis hijos —dijo Anonoei.
—Sí, y es un sentimiento que tampoco has despertado con magia. Me sentía culpable antes de que tú supieras quién era tu carcelero.
—Y aunque lo hubiera sabido, en aquel tiempo mi poder sólo era efectivo si estaba delante de la persona sobre la que quería influir.
—¿Y ahora que has pasado por la Gran Puerta? —preguntó Pan.
—Puedo dividir mi aura igual que tú. Es posible que antes también pudiera. El caso es que ahora soy capaz de dejar una parte de mi esencia dentro de la gente; mi influencia sobre ellos es más nítida y fuerte, y puedo sentir lo que ellos sienten.
—¿No te distrae? A mí me cuesta un gran esfuerzo estar pendiente de Danny North.
—Tú no eres un mago mental —dijo Anonoei—. En mi caso, es un acto casi reflejo, como si mi mente navegara dentro de ellos.
—¿Navega tu mente en mi interior?
—¿Crees que te lo diría si así fuera?
—Depende de lo que pretendas —repuso Pan—. ¿Y si buscaras mi felicidad y bienestar y eso te llevara a dejar una parte de tu ba dentro de mí, para estar segura de que estoy bien?
Anonoei se incorporó y fue hacia la ventana.
—¿Y qué hay de malo en que use mis poderes mientras hago el amor?
—No he dicho que esté mal —respondió Pan—. Pero creo que aciertas con tanta precisión con lo que me agrada que me cuesta creer que no estés empleando tus poderes conmigo.
—¿Te estás quejando?
—Estoy preguntando —dijo Pan—. Cuando acabamos de hacer el amor, ¿qué queda de ti en mi interior?
—Hay más de ti dentro de mí que de mí en ti ahora mismo —rio Anonoei.
—No has contestado a mi pregunta.
—Si quisiera controlarte, lo negaría y te forzaría a que me creyeras. ¿Qué sentido tiene que te responda?
—Que quiero oír tu respuesta.
Anonoei suspiró.
—Deposito una parte de mi ba en tu interior al igual que hago con los demás. Me resulta difícil no hacerlo. Me preocupo por ti. Te necesito y dependo de ti. Es importante saber lo que sientes por mí, lo que quieres, lo que temes.
Pan no pudo evitar sonreír.
—La sinceridad: la más cruel de las mentiras.
—Sabes que no te estoy mintiendo.
—O estás alardeando de sinceridad mientras ocultas que usas tu poder para que me sienta bien al escucharte.
—¿Puedes llevarme con Quilla? —pidió Anonoei—. Tengo que tranquilizarle, tiene miedo de que lo descubran: está convencido de que Bexoi ha ordenado que lo espíen.
—Lo haré, pero antes dime: ¿alguna vez has puesto tu ba en el interior de Bexoi?
—Nunca he estado con ella en persona —respondió Anonoei—. Tanto Prayard como yo nos cuidamos de que no me viera.
—No tienes acceso a la persona que más te interesa.
—Pero tú sí, a través de tus mirillas.
—Sólo veo lo que ella quiere que vea —dijo Pan—. Creo que siempre actúa como si yo estuviera observándola. Se viste y se desviste como lo haría en público. Conoce bien mis poderes.
—¿Tanto control tiene sobre sí misma? ¿Todo lo que hace está calculado?
—Todo —afirmó Pan—. Interpreta su papel de manera constante, tanto cuando está despierta como cuando está dormida.
—¡Dormida! —se burló Anonoei.
—Creo que hasta sus sueños se ajustan al papel que interpreta. Pienso que se cree sus propias mentiras conforme las cuenta y que las vive como ciertas.
—Si tan convencida está, ¿siguen siendo mentiras? —preguntó Anonoei.
—Esa es una pregunta que le planteé en una ocasión al papa Bonifacio IV —dijo Pan—. Estaba dedicado en cuerpo y alma a la conversión de los templos paganos de Roma en templos cristianos. Intenté explicarle el malestar que había entre las Familias de los romanos y los griegos por lo que hacía, y me dijo que esos dioses no existían. Como soy una prueba viviente de lo contrario, le demostré que estaba equivocado. Nos teleporté a ambos a los Alpes, una cordillera de Midgard. Nos encontrábamos allí, expuestos al aire gélido del invierno alpino, y su respuesta, a pesar de que se estaba congelando, fue que yo no existía. Que le estaba tentando al igual que hizo Satanás con Cristo.
—No entiendo lo que me estás explicando.
—Me di cuenta de que él creía con firmeza que todo lo que sentía, el viento gélido de la montaña, la visión de las rocas y la nieve a nuestro alrededor, era una ilusión; una visión que yo había creado para engañarlo. Le dije que la nieve, las montañas y el viento eran reales, que se estaba engañando a sí mismo, y que yo ni siquiera procedía del mismo planeta que la persona a la que él llamaba «Satanás». Él replicó que era yo quien mentía. Le contesté que era imposible que estuviera mintiendo porque estaba convencido de mi verdad, mientras que él, que podía sentir el frío, lo negaba. Por lo tanto, quien mentía era él.
—Un círculo vicioso dialéctico.
—Su respuesta fue que lo único que eso probaba era que yo mentía mejor que él. Admitió que sentía el frío, lo que demostraba que mi ilusión era muy potente. Que yo temblara de frío no cambiaba el hecho de que fuera todo una gran mentira. «Si te engañas a ti mismo, sigue siendo una mentira», me dijo él. «No importa que tus engaños sean tan buenos que hasta tú creas en ellos». Para ser un papa, era un hombre muy sabio.
—Entiendo que ese «papa» del que hablas era como un rey.
—Más o menos. Puedo encontrarme con quien yo quiera. Los guardas y funcionarios no son un obstáculo para alguien como yo.
—Volviendo al tema de antes —dijo Anonoei—, estoy preocupada por Quilla. Está muy asustado.
—Lo que puede interpretarse como una excelente razón para no acudir a su encuentro.
—No dejes de vigilarme, mi pequeño entrometido, y sácame de ahí si el peligro es real.
Sin embargo, en ese preciso instante, Pan percibió que alguien llegaba a Westil a través de la puerta salvaje. Eran varios. Cada vez más. Y no parecía que Danny North estuviera al tanto. Él, desde luego, no era quien los enviaba.
—Ahora mismo es un mal momento para teleportarte, en especial a un lugar peligroso —dijo Pan—. Hay gente entrando por la puerta salvaje.
—¿Qué le pasa a ese crío? ¿No le quedó claro el peligro que suponía que Set pudiera llegar a Westil amagado en el interior de algún viajero?
—No es cosa de Danny North… Ah, se acaba de dar cuenta de lo que ocurre. Una de sus amigas ha desplazado la puerta. —Pan estaba impresionado—. Es una chica lista, esa Hermia. Resulta muy complicado desplazar la puerta de otro mago sin que éste se dé cuenta.
—¿Qué vas a hacer?
—Tengo que ir a vigilar este lado de la puerta. Mientras todos los que lleguen se vuelvan a Midgard, no hay peligro. Pero si alguien intenta quedarse aquí…
—El joven mago eólico sigue aquí.
Pan abandonó la cama y comenzó a vestirse.
—Cuando gracias a Danny North recordé quién es nuestro enemigo real y de lo que es capaz, Ced ya estaba aquí. Lo conozco lo suficiente para estar casi seguro de que no está poseído.
—¿Cómo sabrás si alguno de los recién llegados está poseído por Set?
—No lo sabré. Si alguien intenta quedarse, lo obligaré a volver a la puerta y a que la cruce de nuevo.
—¿No temes que te posea a ti si te acercas a él?
—Cuando digo «obligar», no lo digo de forma literal —dijo Pan—. En cuanto detecte que alguien quiere quedarse, lo teleportaré a un punto en el que caerá dentro de la Gran Puerta sin remedio. No pienso acercarme. Además, Set no puede saltar de una persona a otra con tanta facilidad, en especial si a la que quiere poseer tiene una esencia poderosa, un ka que no se apartará porque sí.
—Te tienes en alta estima —dijo Anonoei.
—Es posible. Pero Set no actúa igual que tú, él salta al interior de una persona con su ka al completo. Como nunca ha contado con un cuerpo propio, uno que fuera él mismo, tiene que pelear para entrar. Así que creo que podría mantenerlo a raya.
Anonoei hizo un gesto ambiguo.
—Llévame con Quilla, por favor —le pidió a Pan.
—Demasiado arriesgado —contestó Pan. Había acabado de vestirse—. Voy a estar ocupado, vigilando a todo el que entre por la puerta; tengo que fijarme en ellos por si alguno se escabulle, para reconocerlo cuando lo busque más tarde.
—Estaré bien —lo quiso tranquilizar Anonoei.
—¿Es Quilla un hombre apocado y asustadizo?
—Al contrario, es osado y valeroso.
—Por lo tanto, su temor estará más que justificado; el peligro es real.
—Pero mi adorado Pan, yo soy yo. Nadie es capaz de albergar malas intenciones contra mí, puedo moldear las mentes de las personas. Te necesito para que me teleportes, no para que me salves. Te ruego que respetes mi talento tal y como yo respeto el tuyo. Hace mucho que dejé de ser tu prisionera.
—Me estás manipulando sin recato —acusó Pan.
—Si estuviera empleando mi magia para manipularte, no necesitaría recurrir a tu sentido de culpa para convencerte.
—Salvo que estés manipulando toda mi conciencia.
—Pero no hago tal cosa —negó Anonoei—. Hay veces en las que me gustaría apagar tu conciencia como se apaga una vela que arde mal. —Comenzó a dar vueltas sobre sí misma—. Por favor, envíame al despacho de Quilla. Nunca hay nadie allí a estas horas.
Pan todavía tenía reticencias, pero ella estaba en lo cierto: podía cuidar de sí misma. No se iba a enfrentar a alguien con la fortaleza de Bexoi o la del propio Pan.
La envió mientras seguía girando sobre sí misma como una niña bailando. Si se caía al llegar, sólo sería culpa suya.
En cuanto ella se marchó, Pan hizo lo mismo y acudió al círculo de piedras donde desembocaba la puerta salvaje. Allí distinguió a un grupo de personas dando vueltas, aunque ninguno había salido del círculo. El problema es que muchos se dedicaban a contemplar los alrededores en lugar de marcharse de inmediato. E incluso los había que intentaban poner a prueba sus poderes. ¡En el interior de un círculo al lado de una puerta activa! ¿Tan ignorantes eran?
Era obvio que sí. Y, por lo visto, la chica griega que había robado la boca de la puerta salvaje no se había tomado la molestia de acudir en persona para que la gente volviera a Midgard.
Pan recobró la puerta que acababa de usar Anonoei, la convirtió en una puerta abierta de gran tamaño y la colocó delante de la entrada a Westil para que condujera a los visitantes que iban llegando a la puerta de retorno de inmediato. Todo eso le costó cuatro de sus ocho puertas. Usó otra para enviar a los rezagados dentro del círculo a la Gran Puerta de retorno.
No quería que quedasen cabos sueltos.
Por fortuna, nadie en Midgard tenía experiencia con las puertas. Pensarían que lo que pasaba era parte del proceso y, si albergaban alguna sospecha de que alguien los obligaba a volver sin dejarles echar un vistazo, culparían a la chica griega; si se enfadaban con ella, lo tendría merecido.
Si Pan hubiera conservado una mínima fracción de su yacimiento original, habría devorado la puerta salvaje y terminado con el problema de una vez por todas. Pero no contaba ya con ese poder, y Danny, que sí lo tenía, carecía de los conocimientos y la habilidad necesarios para imponerse a las antiguas puertas cautivas que se habían rebelado contra él. Tampoco estaba Pan interesado en que el muchacho aprendiera tanto. Ya era bastante peligroso, tal y como era.
Durante todo el proceso, no dejó de pensar en Anonoei; estaba preocupado por ella y la intranquilidad iba en aumento. «Eres un imbécil», se dijo a sí mismo. «Puede cuidar muy bien de sí misma».
Cuando comprobó que el flujo de magos que cruzaban la puerta había terminado, se le ocurrió que no era propio de él obsesionarse tanto con el bienestar de otra persona. Nunca su preocupación le había provocado tal ansiedad.
Si Anonoei le estuviera pidiendo socorro y fuera cierto que había dejado parte de su ba en la esencia de Pan, ¿no sería ésa la sensación que tendría? ¿Y si su preocupación obsesiva fuera en realidad el grito de socorro de Anonoei?
Sin embargo, la sensación opresiva había desaparecido, lo que quería decir que ella había resuelto el problema y estaba a salvo.
Se teleportó de vuelta al cuarto donde habían dormido, en una casa cuyo dueño se había ausentado durante una temporada. Cuando avivaba el fuego del hogar, le asaltó una idea que lo dejó paralizado: existía otro motivo que habría interrumpido la llamada de auxilio.
El intenso temor que lo inundó no tenía comparación con la sensación que lo había obsesionado antes, mientras vigilaba el trasiego de magos en la puerta salvaje. Ahora resultaba evidente que su preocupación no había partido de él, había sido Anonoei chillando para que la sacara de donde estaba.
Pan abrió una puerta hacia el despacho de Quilla y estuvo a punto de cruzarla de inmediato. Pero se detuvo al recordar que eso mismo había hecho Anonoei, confiada en su poder para solucionar cualquier amenaza que aguardara al otro lado.
Encogió los extremos de la puerta hasta convertirla en una mirilla y se la llevó al ojo.
La habitación estaba vacía.
Examinó el cuarto un par de veces hasta que se le ocurrió dirigir la mirilla al suelo.
La túnica que llevaba puesta Anonoei cuando se marchó estaba ahí tirada.
No sólo tirada, estaba sucia.
No, no era suciedad. Estaba empapada en ceniza y fluidos corporales, una mezcla que se extendía por los sitios que debían haber ocupado la cabeza, las manos y los pies.
La habían quemado viva. Abrasada. Y no por un fuego externo, porque el vestido no estaba ni chamuscado. Cuando vivía en Midgard, antes de cerrar las puertas, Pan había sido testigo de los efectos provocados por un Señor del Fuego cuando hacía hervir un cuerpo desde su interior hasta que se consumía por completo. El vestido de Anonoei resposaba sobre los restos de su cadáver.
Quilla estaba en lo cierto cuando sospechó que lo estaban vigilando. Cuando Anonoei fue a su encuentro, no era un simple espía quien aguardaba su llegada. Era la reina Bexoi en persona. Bexoi, la Señora del Fuego.