19

TRAICIÓN

«Esto es el instituto», se recordó Danny. «Es lo que querías».

En teoría estaba ayudando a Laurette a estudiar para un control de cálculo que tendrían en breve. Para Danny, el cálculo era un juego: en ocasiones tedioso, pero casi siempre divertido. Para Laurette, sin embargo, era un misterio insondable. Danny se lo explicaba de manera muy clara. Y le ponía ejemplos para reforzar las explicaciones.

Laurette se concentraba, repetía las palabras de Danny y seguía las operaciones que ponía como ejemplo, pero no conseguía entenderlo. En una ocasión consiguió resolver el problema, pero en lugar de alegrarse, estuvo a punto romper a llorar.

—No sé lo que he hecho —se quejó.

—Hiciste las operaciones y llevaste a cabo los cálculos correctos en la calculadora; lo has hecho sola. Lo has hecho bien.

—¿Pero cómo lo he hecho? ¡Estaba convencida de que había hecho exactamente lo mismo en los problemas que me salieron mal!

—Laurette, ¿piensas estudiar alguna carrera que necesite las matemáticas?

—No me gusta ser tan tonta —dijo. Y entonces comenzó a sollozar.

—No eres tonta —la consoló él—. Las matemáticas no te interesan, nada más. —Le pasó un brazo por encima del hombro.

Ella se abrazó a él, llorando sobre su camisa.

—Lo que me interesa son las buenas notas —dijo—. Y con eso antes me bastaba.

De pronto Danny se dio cuenta de que ella no sólo se abrazaba a él, le acariciaba el pecho.

Y fue entonces cuando Danny decidió que odiaba el instituto. Nada era nunca lo que parecía. Hacía un momento Laurette estaba afectada por el hecho de que no entendía las matemáticas. Tanto que se había echado a llorar. Y acababa de convertir el momento de frustración en uno romántico. Danny se preguntó hasta qué punto sus lágrimas eran reales.

«Todas las chicas son magas mentales. Todas. Las muy puñeteras.

»No, Pat no lo es. Hay admitir que ella no va con jueguecitos».

Danny cogió las manos de Laurette con suavidad y las colocó sobre la mesa en la que estaban trabajando.

—Inténtalo de nuevo. Haz el siguiente problema. Te estaré observando. Sigue los pasos. Puedes hacerlo bien siempre, Laurette. Sólo tienes que concentrarte en las operaciones, no en los números.

—Sé que te gusta Pat —dijo Laurette—. El problema es que no sé por qué.

—Por suerte —respondió Danny— no tienes por qué entenderlo.

Se levantó de la mesa y fue hacia el frigorífico.

—¿Hay algo que no se pueda coger del frigo? —preguntó.

—No se puede coger nada del frigo —respondió Laurette—. Mi madre hace micromenús. Tiene calculada la dieta de cada miembro de la familia al microgramo.

—Lo dudo. No creo que tu báscula pese hasta el microgramo.

—Puedes coger lo que quieras de la caja de galletas —dijo Laurette.

—Las galletas veganas sin trigo de tu madre no hay quien se las coma —dijo Danny—. ¿Sois alérgicos al gluten?

—No. Leyó en algún sitio que el trigo no es saludable. Es una fase por la que está pasando. Estoy segura de que ya se está hartando y come pan a escondidas. Acabará por sentirse culpable, nos lo contará todo y podremos volver a comer en condiciones.

—Es increíble que tú y tu familia no parezcáis prisioneros de un campo de concentración.

—Hacemos trampas. Todos. En mi caso, no es por el sabor o porque pase hambre. Lo hago por mi escote.

—Muy bien. —Comentó Danny.

—Ya no lo miras nunca.

—No suelo releer los libros que me sé de memoria —respondió Danny—. ¿No venía hoy Sin también?

—No.

—Dijo que iba a venir.

—Esta noche me tocaba a mí —explicó Laurette.

—Odio el instituto —dijo Danny.

—No busco acostarme contigo. Pero me gustaría que mostraras algún interés en tenerlo. Y sé que no eres gay por lo que contó Pat.

Danny se sintió decepcionado.

—¿Qué dijo Pat?

—Le pregunté: «¿Qué tal besa Danny?». Y ella contestó: «Me pregunto si vamos a ir a casa de mi abuela para el Día de Acción de Gracias o si mis padres decidirán a última hora que no vamos, como el año pasado».

—Oh —dijo Danny.

—Y entonces yo le dije: «¿Te has acostado con él, verdad?». Y ella respondió: «Mis padres siempre tienen grandes planes, pero sus empleos no son lo bastante grandes para llevar a cabo esos planes».

—Pat está muy frustrada con ellos —dijo Danny—. Pero la improvisación y la pereza no son los peores defectos que pueden tener unos padres.

—Me importan un bledo los padres de Pat, Danny —dijo Laurette—. Se supone que los chicos sois unos salidos. Y los dioses mitológicos unos salidos de aúpa.

—Algunos lo son. La mayoría —admitió Danny.

—Y tú también, si la chica es lo bastante atractiva. —Estaba llorando de nuevo.

—¿De qué va esto? —preguntó Danny—. Somos amigos. Eres atractiva. Y agradable y simpática; me caes muy bien.

—Pero no me deseas.

—¿Y eso lo define todo? Mira, tienes que acabar tus deberes, así que mejor me voy.

—No, por favor —suplicó Laurette—. Por favor, ¿no puedes… besarme para ver si te gusta?

—Sé que me gustaría, me gustaría mucho. Y por eso no voy a hacerlo.

—No me creo que seas uno de esos cristianos reprimidos. ¿No puedes hacer algo sólo por divertirte?

—Hago muchas cosas que me divierten, pero no me gusta hacerle daño a la gente.

—¡No perteneces a Pat! No estás casado con ella.

—La verdad es que te he mentido. Sí que me gusta hacerle daño a la gente. Cuando era un crío me pasaba el día ideando travesuras y llevándolas a cabo. Cosas muy desagradables. Bromas pesadas que incluían caca de perro, olores repugnantes y herir a la gente. En ocasiones, provocaba daños físicos. Y no hablemos de las humillaciones. Pero lo hacía porque detestaba a toda mi familia y el sentimiento era mutuo. Y mis travesuras eran graciosas. No sería gracioso besarte cuando en realidad no me apetece. Y más cuando sé que se lo dirás a todo el mundo y le harás daño a Pat, por no hablar de Sin y Xena, porque a ellas no las besé.

—¿Y si prometo no contarlo? —propuso Laurette.

—Me voy.

—Ya lo dijiste antes y aquí estás. —Se levantó de la silla y le abrazó, apoyando su cabeza sobre el pecho de él—. Estás en forma. Un cuerpo saludable resulta muy atractivo.

—Ahora estás haciendo el imbécil —dijo Danny.

—Y, sin embargo, sigues aquí. —Bajó una mano por su espalda, hasta meterla por la cintura del pantalón.

—Ahí abajo sólo vas encontrar mi culo —dijo Danny—. Uno igual que el tuyo.

Ella usó la otra mano para cogerle por la muñeca y llevarle la mano a su trasero.

Eso es un culo y tú no tienes uno igual. Y lo que estoy buscando es lo que mantiene tus pantalones en el sitio.

La cosa había ido demasiado lejos. Ella estaba al mando y él no acababa de comprender por qué actuaba así. Parecía un juego, pero también parecía que iba en serio.

Se teleportó hacia atrás.

Ella comenzó a llorar de nuevo.

—¡Soy repulsiva!

—Al contrario. Pero no me dejas en paz y estoy decidido a no ser esa clase de tío.

—¿Qué clase de tío?

—El tío que se cree un dios con derecho a fertilizar a todas las mujeres que le salen al paso.

—Tomo la píldora, si es lo que te preocupa. Y sé que no tienes el SIDA, así que no hace falta que te pongas un condón.

—¿Pero a ti qué te pasa?

Ella se adelantó y comenzó a tontear con su bragueta.

—Cuando digo que no, es que no —dijo él. Le apartó las manos.

—Esa frase es muy de los ochenta —dijo ella—. Ni siquiera había nacido entonces. Además, es algo que dicen las chicas, no los chicos.

No se le ocurrió nada ingenioso para responder porque en ese preciso instante percibió algo increíble.

Alguien estaba usando la puerta salvaje.

Sabía que era ésa porque docenas de sus puertas formaban parte de los dos sentidos, el de ida y el de vuelta. Podía percibirlas con nitidez.

Hermia y Vivi usaban sus puertas con frecuencia, así que conocía esa sensación. Formaba parte de su vida cotidiana y, desde que había cruzado la Gran Puerta, la percepción era mucho más fuerte. Pero lo que acababa de sentir era muy distinto. No conocía a la persona que usaba la puerta. Y a la primera le siguió otra, y otra más.

—Disculpa —le dijo Danny a Laurette—, está ocurriendo algo. Nada que ver contigo. Me tengo que marchar.

—¿Qué pasa? Se te ha puesto una cara que…

No llegó a oír el final de la frase; se acababa de teleportar al establo de los Silverman.

No había nadie allí.

Tampoco estaba la puerta salvaje. Alguien la había desplazado sin que él se diera cuenta.

No era cierto, sí que se había dado cuenta. Por eso sabía que la estaban usando. Alguien había desplazado la puerta y a continuación comenzaron a cruzarla.

¿Alguien? En el mundo sólo había dos magos teleportadores, aparte de Danny. A no ser que fuera el niño westiliano que Loki había dejado al cuidado de los Silverman.

Danny se teleportó hasta la casa. Los niños estaban sentados en el salón. El más pequeño jugaba con un videojuego. El mayor tenía la mirada perdida. Los dos estaban allí y seguían igual que cuando los dejó.

—Danny. —Era Leslie. Lo observaba desde la puerta que llevaba al vestíbulo de la casa—. ¿Qué pasa?

—Alguien está usando la puerta. —No tuvo que especificar a qué puerta se refería.

—¡Imposible! —exclamó Leslie—. ¡No ha venido nadie por aquí!

—Alguien la ha desplazado —explicó Danny—. Ya no está en el establo.

—Hermia —dijo Leslie.

—No sabía que fuera capaz de hacer algo así; pero o ha sido ella o ha sido Vivi.

—¿Qué vas a hacer?

—Hay gente cruzando la puerta ahora mismo. Su Familia, sin duda. Dudo que haya respetado la norma de dos personas por clan.

—No tienes mucho tiempo, Danny —dijo Leslie—. Acabamos de perder la ventaja de haber cruzado la Gran Puerta. Marion y yo no somos gran cosa y nos barrerán cuando vengan a por nosotros.

—Supongo que tienes razón, lo que están haciendo demuestra que no tienen buenas intenciones. No puedo creer que Hermia haya hecho esto.

—Pensó que podía deshacerse de los sentimientos que la unían a su familia y se equivocó. Ya hablarás con ella más tarde. Lo que tienes que decidir es lo que vas a hacer ahora.

—Lo primero es poneros a salvo a ti, a Papá y a los niños.

Leslie asintió, Danny vio que estaba llorando.

—Llamaré a Marion, está en la cantera.

—No, ya lo hago yo. —Fue hacia los niños y le retiró los auriculares a Enopp—. Dadme la mano —les dijo.

Enopp obedeció y con la otra cogió a su hermano. Danny tendió su mano libre a Leslie y, en cuanto ella la tomó, los teleportó a todos a la cantera, situada en el extremo norte de la granja, donde Marion extraía granito del lecho rocoso. La cantera no era muy profunda. Marion llevaba a cabo la extracción enviando su aura a la profundidad necesaria, allí cogía el mineral y lo llevaba hasta la superficie. Las paredes de la cantera eran lo bastante elevadas para impedir que cualquier obervador casual o vecino viera cómo la piedra surgía flotando del suelo.

Marion captó la gravedad de la situación en cuanto Danny le informó de que Hermia había desplazado la puerta y la estaba usando.

Los teleportó a todos al ático que tenía Vivi en la playa. Pero ella no estaba en casa.

—Está en la playa —dijo Danny—. Vuelvo enseguida.

A los pocos instantes, había vuelto con una Vivi mojada y enfurecida.

—No puedo creer que la zorrita griega nos la haya jugado.

—La Familia —dijo Leslie.

—Eso no es disculpa para comportarse como una zorra traidora —se revolvió Vivi.

—Pero es el motivo —dijo Marion—. Y si lo piensas bien, ahora su Familia dejará de verla como una zorra traidora y pensará que ha recuperado la lealtad hacia los suyos.

—O han secuestrado a su perro para coaccionarla —bromeó Leslie.

—¿Qué pasa? —preguntó Enopp.

—Todos de la mano —ordenó Danny—. Nos vamos. Te lo explicaré cuando lleguemos —le dijo a Enopp.

Los teleportó a casa de Stone, en Washington.

—Hermia está dejando que usen la puerta salvaje. Resulta que cuando cruzó a Westil adquirió el poder de desplazar las puertas de otros magos teleportadores. Y lo ha hecho, ha desplazado el extremo de la puerta salvaje en Midgard.

—¿Y no la has detenido?

—No supe qué ocurría hasta que empezaron a cruzar —dijo Danny—. No sabía que se podía desplazar una Gran Puerta.

Stone agachó la cabeza, pensativo.

—¿Has recogido todas las puertas que ella conoce?

—Todas las que hice para ella. Todas las que comunican con nuestras casas. Lo hice casi por reflejo. Igual que contraes los músculos del culo cuando estás asustado.

—Menudos modales, Danny —le reprochó Leslie—. No hablamos de nuestros esfínteres delante de niños tan pequeños.

—Van a atacar al resto de Familias —dijo Danny—. E irán a por la mía la primera. Lo único que puedo hacer es crear una Gran Puerta y permitir que todas las Familias la usen. De lo contrario, los griegos dominarán el mundo.

—Sólo hay que leer algo de historia para saber que los dioses que se vuelven de pronto más poderosos recuerdan con mucha claridad quiénes son sus enemigos más odiados —dijo Stone.

—Somos todos bastante rencorosos —añadió Leslie.

—¿Qué vas a hacer con Hermia? —quiso saber Marion.

—Nada por el momento —respondió Danny—, salvo que me obligue. ¿Adónde queréis ir?

—Hermia no conoce la existencia de mi casa de Maine —dijo Stone.

—Tampoco la conocía yo —intervino Vivi.

Stone la ignoró.

—Ni siquiera tengo agua corriente, pero está situada entre dos lagos de agua fría y limpia. También tengo leña y una letrina en el exterior. Seguro que a estos críos no les importa, no creo que haya cuartos de baño como los nuestros en el lugar de donde vienen.

—Pero yo sí que tengo un cuarto de baño completito —comentó Vivi.

Leslie sonrió con idéntica dulzura.

—¿Puede un mago hacer sus cositas en el bosque? Por supuesto que sí.

—¿Hay algún mago hospedado contigo, Stone? —preguntó Danny.

—Los llamo enseguida.

Había tres, todas mujeres; una frisaba la cincuentena y las otras eran gemelas veinteañeras. No había tiempo para las presentaciones. Danny creó una puerta, la abrió y todos la cruzaron. Danny no los acompañó, se apañarían bien en el lago, pensaba reunirse con ellos más tarde. Recogió la puerta y se teleportó al territorio de la Familia North.

Apareció en la cocina de Mook y Lummy. Ellos no estaban.

Los encontró en el porche.

—Traed a todo el mundo —les ordenó.

—¿Qué pasa? —preguntó Tía Lummy con expresión asustada.

—Los griegos han cruzado una Gran Puerta; yo creía que no podían llegar a ella, pero me equivoqué. Están cruzándola ahora mismo y en cuanto acaben vendrán aquí.

Tío Mook ya corría hacia la antigua casa de los North.

—Os voy a llevar a un sitio seguro.

—¿Cuánto tiempo crees que podrás escondernos? —preguntó Lummy.

—El tiempo suficiente para crear una Gran Puerta para todos.

Ella rompió a llorar.

—Sabía que nos perdonarías.

—Ni tú ni Tío Mook habéis hecho nada —dijo Danny—. Y no he perdonado a todo el mundo. Pero no pienso consentir que los griegos dominen el mundo.

—Ha sido la chica griega, ¿verdad? —dijo Tía Lummy—. Los griegos no son de fiar, ya lo dijo Homero.

—Fue Laocoonte quien lo dijo, Homero se limitó a citarlo —dijo Danny.

—En realidad, todo lo que decía Laocoonte era irreproducible. Homero lo adecentó por él.

La campana comenzó a repicar. Sólo ocurría cuando había guerra. Danny cogió a Tía Lummy de la mano y se teleportó al punto de encuentro de la Familia.

—¡Tú! —rugió Zog en cuanto lo vio.

Danny lo teleportó a la cocina de la casa grande.

—No tengo tiempo para estupideces —dijo—. Me han traicionado y los griegos están yendo a Westil en este preciso instante.

Todos los adultos comprendieron lo que quería decir y mandaron callar a los niños.

—Os voy a teleportar a un sitio donde pueda crear una Gran Puerta. Pero quiero que quede claro desde ya: voy a permitir que la use todo el mundo. No sólo la Familia North. Y si alguien tiene algo en contra, no cruzará. ¿Está claro?

—¿Qué quiere decir «todo el mundo»? —preguntó Tía Uck—. No me opongo, sólo quiero saberlo.

—Todos menos los griegos —respondió Danny—. Las Familias y los Huérfanos. Y no quiero jaleo en la nueva Gran Puerta; allí habrá una tregua. En cuanto Hermia sepa de la existencia de la puerta los griegos irán a por nosotros.

—En cuanto la crucemos, nosotros iremos a por ellos —sentenció el Abuelo Gyish.

Parecía feliz, exultante. Y perverso. Muy perverso. Eso recordó a Danny los motivos que tenía para odiar a algunos de los miembros de su Familia.

—Nunca habéis cruzado una Gran Puerta —dijo Danny—. Tardaréis un poco en averiguar de lo que sois capaces. Así que no habrá guerra si puedo evitarlo. Teleportaré a cualquiera que se aproxime a nosotros. Puedo hacerlo. Cuando vean que todo el mundo ha cruzado la Gran Puerta y que nadie tiene ventaja sobre el resto, podremos establecer una tregua.

—No seas absurdo —intervino Tío Poot—. No estabas aquí durante la última guerra. No habrá tregua.

—La habrá, aunque supongo que no durará mucho. ¿Dónde está mi padre?

—En la ciudad —respondió Thor—. Con tu madre, tu hermano y tu hermana.

—Una excursión familiar —comentó Danny—. ¡Qué tierno! Volveré a por ellos. El lugar al que vamos pertenece a un amigo mío. Un amigo mío, ¿está claro? Todos lo que están ahí ahora son amigos míos. El dueño de la casa se llama Stone, por lo tanto, él es quien manda.

En ese momento llegó Zog, enfurecido al máximo.

—Sucio drekka asqueroso, no pienso…

Danny lo teleportó al aparcamiento del Walmart de Lexington.

—Sé que es un hombre horrible, Danny —dijo Tía Lummy—, pero no puedes abandonarlo. Lo matarán. Lo odian más que a nadie.

—No pienso abandonarlo —dijo Danny—. Pero no tenemos tiempo para gilipolleces. Lo teleportaré con vosotros y os encargaréis de que no cometa ninguna estupidez.

Danny creó una puerta abierta, una grande.

—Antes de cruzar, quiero que todo el mundo me mire a la cara y se comprometa a hacer lo que diga Stone y a no hacerle daño a nadie.

—Tardaremos mucho —dijo Tío Mook.

—Basta con que me miréis y digáis «sí». Y os lo advierto, el que no cumpla, lo pagará; no tendré piedad. ¿Ha quedado claro?

Todos dijeron «sí» y cruzaron la puerta.

Danny los siguió y recogió la puerta tras él.

La cabaña de Stone era demasiado pequeña para alojar a todo el mundo, y hacía un frío intenso esa noche, pero no tenía demasiada importancia. No se hospedarían allí mucho tiempo. Danny ignoró las preguntas que todo el mundo comenzó a hacerle y se dirigió a la estrecha franja de tierra que separaba los dos lagos frente a la cabaña.

Ya no necesitaba una cuerda. Comenzó a girar sobre sí mismo. Las puertas surgieron de inmediato, entrelazándose. Eran sus puertas, no las de Loki y, desde luego, no las cautivas. Se tomó su tiempo y trenzó una puerta fuerte y segura.

Danny no sabía cómo orientarla para que no desembocara en el círculo de piedras de Westil adonde habían ido a parar las dos Grandes Puertas anteriores. Pero Loki sí conocía lugares en Westil, sitios antiguos y seguros.

Ante la petición de Danny, las puertas de Loki recurrieron a su memoria cinética para guiarlo cuando lanzó la Gran Puerta hacia arriba.

Percibió la aprobación del aura de Loki; le dijo que acababa de crear una Gran Puerta que duraría diez mil años. Danny no supo si alegrarse por haber creado algo que lo sobreviviría durante tanto tiempo, pero significaba que había hecho un buen trabajo y que funcionaría.

A continación, tejió otra puerta, igual de fuerte que la primera, que conducía a un punto detrás de la cabaña.

—Stone. Vivi —Danny les indicó que se acercaran—. Sois los primeros.

—Ya hemos cruzado una Gran Puerta —dijo Vivi.

—No has cruzado una como ésta —dijo Danny—. Id y volved. Vivi verá la entrada a la puerta de retorno. Y, Vivi, quiero que te quedes allí para indicarle a todo el mundo por dónde ha de volver. Si alguien de Westil intenta interferir, cierra la puerta. Y si aparece Loki, explícale la situación, aunque es posible que esté al corriente. Creo que sabe todo lo que saben sus puertas.

Danny sintió que los griegos habían dejado de usar la puerta salvaje.

—Han terminado —anunció—. Eso quiere decir que están de camino. Hermia sabe dónde está la puerta que acabo de crear. Es posible que intente detenernos. Tengo que concentrarme para vigilar y proteger este lugar. Stone, cuando vuelvas, estarás al mando.

Una vez dicho eso, Danny se marchó al desván de la cabaña.

Los dos niños westilianos lo siguieron.

—Podéis mirar —les dijo Danny—. Pero en silencio.

En el caso del mayor de los hermanos, la advertencia era innecesaria. En cuanto al pequeño, si de verdad era un mago teleportador, comprendería lo que iba a hacer Danny.

Danny buscó a Hermia, aunque no empleó los ojos para hacerlo. Fue sencillo. El aura de la griega, su ba, estaba dividido en pocas porciones, pero después de su paso por la puerta salvaje, brillaba con tanta fuerza que no tuvo problemas para localizarla.

Intentaba cerrar la puerta salvaje.

«Necia», pensó Danny. «Tenías que haberla cerrado antes de que cruzara tu familia».

Danny comenzó a separar sus puertas de la puerta salvaje. Sabía que cuando acabara, sólo quedarían las antiguas puertas cautivas y ya no podría percibir si alguien cruzaba la puerta. Pero ésta quedaría debilitada sin el ba de Danny enlazado en ella. Y como la puerta de retorno desde Westil era sólo suya, se limitó a recuperarla. Si alguien cruzaba la puerta salvaje, no podría volver. Hermia ya se habría dado cuenta de sus intenciones, pero a Danny no le importó.

En el momento en el que había notado, en casa de Laurette, que alguien cruzaba la puerta salvaje, pensó en hacer lo que estaba iniciando en ese momento, pero desistió porque ignoraba lo que una puerta incompleta le haría a quien la estuviera cruzando. Danny no estaba preparado para matar y era posible que ése fuera el resultado de su acción.

En cuanto a la puerta de retorno, podría haberla cerrado en cualquier momento. Pero entonces habría un montón de magos griegos en Westil, exiliados, muy enfadados y con un poder muy superior al de cualquier mago de allí. No habría estado bien. Mejor permitirles volver, debilitar después la puerta de salida y cerrar la de retorno.

Hermia estaría furiosa. «Pobre niña. ¿Qué esperabas? ¿Comprensión? ¿Que me sentara a ver lo bien que lo hacías?».

Sí, estaba cabreada. Intentaba agarrar el extremo de la puerta de salida por la que estaban pasando los North.

Danny no se molestó en luchar contra ella. La habría vencido con facilidad, pero ella contratacaría tras cada derrota.

Le arrebató sus puertas.

En su calidad de pestillo, su ba sólo estaba dividido en tres puertas. Las había enviado para controlar la de Danny. Antes de cruzar la Gran Puerta no contaba con poder para llegar tan lejos, pero ahora dos de sus tres puertas, estaban allí, intentando desplazar la Gran Puerta.

Danny las devoró.

Luego siguió su rastro hasta el yacimiento de Hermia y devoró la puerta restante. Ahora todo lo que ella poseía estaba en el yacimiento de Danny. Pudo sentir su terror. Pero no había ira. Hermia no estaba enfadada. Estaba asustada porque sabía que acababa de recibir su merecido. Era consciente de que Danny podía matarla con facilidad, teleportarla al fondo del océano y librarse de ella. Su traición justificaba tal castigo. Había desatado una guerra que no podía ganar.

Pero no iba a matarla. Hermia conocía a Danny y sabía que era incapaz. A pesar de todo, la griega no dejaría de advertir que el castigo de arrebatarle sus puertas y dejarla sin su poder para ver puertas ajenas era un simple toque de atención comparado con lo que le podría haber hecho en tiempos de guerra.

También era posible que su intento de desplazar la Gran Puerta fuera un acto de sumisión. Ella sabía que Danny la detectaría y le había ofrecido la posibilidad de castigarla sin ensañarse con ella. Sí, el castigo era terrible, pero quizás algún día le devolviera sus puertas.

Danny pensó que existía esa posibilidad, pero a ella no le iba a resultar sencillo recuperar su confianza.

El clan North era muy inferior en número al de los griegos, así que no tardaron en cruzar todos y volver. Los Huérfanos también la cruzaron.

—Quiero que vosotros también crucéis la Gran Puerta —dijo Danny a los niños—. Y que volváis aquí. Ésta es una puerta mejor que la anterior, os hará mucho más fuertes de lo que sois. ¿Lo haréis?

—Sí —respondió Enopp—. ¿A quién acabas de devorar?

—A una amiga que me traicionó —respondió Danny.

—Pero no la has teleportado a otro sitio —dijo Enopp—. Pan teleporta a la gente. Me mantuvo encerrado durante más de un año.

—No soy… Pan —dijo Danny—. Soy una persona distinta y utilizo mi magia de una forma distinta.

—¿Eres débil? —preguntó Enopp—. Eluik cree que eres débil porque no quieres hacerle daño a la gente.

—La muerte de alguien es irreparable —dijo Danny—. Y si le hago mucho daño a alguien, jamás conseguiré que confíe en mí.

—Eres débil —afirmó Enopp—. Es lo que dice Eluik.

—Cuando decida volver a su cuerpo y hablar por sí mismo, le prestaré atención —dijo Danny—. Ahora, responde: ¿Estás dispuesto a cruzar la Gran Puerta y volver luego aquí?

—Sí —respondió Enopp.

Eluik asintió con la cabeza.

Danny los teleportó al istmo entre los dos lagos donde estaba la puerta de salida. Stone se encargaría de que cruzaran.

A continuación, Danny se teleportó a Lexington al encuentro de Zog. El viejo estaba encolerizado, pero le habló con suavidad. En tono sumiso.

—El señor Danny ha sometido a este viejo y perverso pájaro —dijo Zog—. Me someto a aquel que ostenta el poder.

—No habrá violencia en el lugar donde he creado la Gran Puerta —le advirtió Danny con frialdad—. Mi amigo Stone es el dueño de la casa. Le obedecerás en todo lo que te diga o te lo haré pagar caro.

—Comprendo y acepto la compasión del señor Danny.

—Para ti soy Loki.

Zog se mostró indignado.

—¿Deseas emplear ese nombre tan vil?

—He conocido al Loki que devoró las puertas. Actuó con sabiduría y valor. Y yo apruebo lo que hizo. Está enfrascado en una guerra más terrible que cualquiera de las que habéis librado vosotros.

—¿Qué sabrás tú de la guerra? —preguntó Zog con desprecio.

—Sé que perdiste todas las que libraste, —respondió Danny—. Sé que si me obedeces y tratas con respeto, te ganarás el derecho a incrementar tus poderes. Imagino que ya has sanado de todas tus enfermedades y heridas, ¿verdad?

Zog asintió.

—Considéralo un regalo, aunque te lo hiciera al teleportarte lejos de mí para no malgastar mi tiempo con tu despecho.

—El señor Loki es generoso. —Pronunció «Loki» como si escupiera una cucaracha.

Danny lo teleportó a Maine.

Encontró a sus padres en el piso superior de un restaurante ubicado en una espléndida casa antigua. Les acompañaban los hijos que habían tenido en sus primeros matrimonios: Pipo, hijo de Padre y nueve años más mayor que Danny; y Leonora, hija de Madre, que acababa de cumplir los veinte. La madre de Pipo y el padre de Leonora murieron durante la última guerra, pero tampoco habría cambiado nada que siguieran vivos. Una vez se tomó la decisión de que Padre y Madre debían casarse para engendrar a Danny, sus antiguos matrimonios no habrían sido tenidos en cuenta. Las Familias toman la decisión y la gente obedece. No importa que seas el cabeza de esa Familia, debes obedecer.

Madre parecía feliz de verlo; fue una reacción espontánea y lo conmovió un poco. Padre, por su parte, sabía que la presencia de Danny se debía a algún motivo grave y su reacción fue de temor. Pero no temía a Danny. Confiaba en él lo bastante como para saber que no los iba a atacar.

En cuanto a Pipo y Leonora, nunca se habían portado demasiado mal con él, aunque tampoco habían movido un dedo por ayudarle. No significaban nada para Danny ni él para ellos. Sin embargo, su relación era bastante mejor que la que mantenía con el resto de la Familia.

Danny se sentó y les soltó sin preámbulos el motivo de su presencia.

—Yo me encargo de la cuenta —dijo, y los teleportó a Maine.

Cuando el camarero acudió a la mesa, Danny le pagó. Que los dioses estuviesen a punto de desatar una guerra no era razón para fastidiarle la noche a un camarero mortal.

Con la cuenta abonada, y con una buena propina, Danny salió fuera. Se detuvo en el callejón entre dos edificios y se teleportó.

Esa noche la dedicó a visitar a las Familias de todo el mundo; las teleportó a Maine para que Stone y Vivi les facilitaran el acceso a la Gran Puerta.

Había gente por todas partes en el exterior de la cabaña y comenzaba a hacer frío, a pesar de que un par de magos del fuego habían caldeado la casa y los magos eólicos mantenían el aire en calma.

Padre intentó hablar con Danny, pero éste lo interrumpió.

—Stone tiene una furgoneta al otro lado del lago. Ahora que habéis estado en Westil, probad vuestros poderes. Ahora que se ha equilibrado el poder entre las Familias y con los North en minoría, sólo contáis con la ventaja de tu poder sobre la tecnología de los mortales. ¿Quién sabe de lo que serás capaz ahora?

Padre asintió.

—¿Estás con la Familia? —le preguntó.

—No —respondió Danny—. Pero si tienes dos dedos de frente, te olvidarás de mí e intentarás aliarte con los Huérfanos. No hay suficientes North para librar la guerra con éxito y los Huérfanos también necesitarán ayuda para sobrevivir en un mundo dominado por dioses pletóricos de poder.

—Es un buen consejo —admitió Padre.

—No, Padre —replicó Danny—, es una orden. Voy a buscar todos los Huérfanos que pueda y los traeré aquí. Stone tiene que acompañarme porque no sé ni quiénes son ni dónde están. Quiero que seas tú quien los reciba y envíe a través de la Gran Puerta. Que Thor se encargue de organizar nuestra defensa por si los griegos vienen a por nosotros, aunque estoy empezando a creer que Hermia no les ha dicho dónde está mi Gran Puerta. No obstante, puedo estar equivocado. Trata a los Huérfanos con respeto y como tus iguales. Eso quiere decir que tendrás que mantener a Zog y a Gyish a raya.

Padre asintió.

—Es un buen plan. Y es nuestra mejor opción. Aceptaré a todos los Huérfanos en la Familia y…

—No —lo interrumpió Danny—. No quiero que los adoptéis. No quiero que estén bajo tu mando. Vas a tener que hacer algo mucho más difícil: considerarlos tus aliados. Trátalos como tus iguales. Que sean ellos quienes acepten la alianza y que sean los North quienes lideren la batalla, pero no quiero que la Familia se imponga. ¿Me has entendido? Quiero que conserven su independencia.

—Mi intención no era gobernarlos —protestó Padre—, sólo asumía que ellos querrían…

—No asumas nada —sentenció Danny—. Trátalos como iguales. Y ahora tengo trabajo que hacer.

—¿Nunca dejarás de odiarnos? —preguntó Padre.

—En estos momentos, no odio a nadie excepto a uno, y no es un North.

—¿A quién? ¿A la chica griega?

—Al dragón. Set. No sabes quién es.

Padre le dirigió una mirada perpleja.

—Ésa es la guerra que importa. La lucha entre los dioses será terrible y temo las consecuencias que tendrán que sufrir los mortales a causa de vuestra arrogancia. Pero tengo que encontrar a Set y mantenerlo alejado de los dos mundos, y me temo que ni siquiera Loki sabe cómo conseguirlo.

—Zog nos ha dicho que deseas que te llamemos Loki a partir de ahora.

—No, Zog es el que tiene que llamarme Loki. Para los demás sigo siendo Danny North. Loki sigue siendo el Ladrón de Puertas, aunque en Westil usa otro nombre.

—Creía que Loki era el enemigo de todos los magos teleportadores.

—Todos lo creíamos, pero no es verdad. El Ladrón de Puertas ha mantenido Westil a salvo durante siglos al cerrar todas las puertas. Ha mantenido a Set aislado en Midgard, limitando su poder. Pero ahora que se han vuelto a abrir las Grandes Puertas, la amenaza ha vuelto a surgir y toda vuestra magia es inútil contra él. Ahora, quiero que te pongas manos a la obra, Odín. Tráeme a Stone. Y te deseo lo mejor en la guerra que se avecina.

Padre se marchó.

Stone se unió a Danny y dedicaron el día a visitar a todos los Huérfanos a los que éste conocía. Hubo unos cuantos que se negaron a acompañarlos. Varios de los que consintieron en ir hasta la Gran Puerta no quisieron participar en la batalla de forma directa; prefirieron marcharse a casa, desde donde se defenderían si el conflicto llegaba hasta ellos. El resto aceptó unir sus fuerzas a los North. Estaban dispuestos a entrenarse con ellos y a luchar, si al final estallaba la guerra contra los griegos.

Las demás Familias no consideraron la posibilidad de una alianza con los North, pero respetaron la tregua acordada mientras estuvieran en los dominios de Stone. Danny los fue teleportando a sus hogares, donde se prepararían para la batalla. Porque habría guerra. Danny había perdido la esperanza de que se pudiera evitar el conflicto. No estallaría hasta que consiguieran dominar sus nuevos poderes, aunque las redes de espionaje se pondrían en marcha de inmediato. Las escaramuzas vendrían a continuación y culminarían en una lucha abierta. Mucha gente moriría.

Anochecía cuando Danny y Stone volvieron a la cabaña. El frío intenso había cedido un poco. Danny comprobó que Padre se estaba esforzando por cumplir con las indicaciones que había recibido: él y Madre estaban hablando con varios Huérfanos, y otros estaban practicando sus poderes con la ayuda de varios miembros de los North. El resultado del entrenamiento era espectacular. Las aguas del lago se agitaban con vida propia. Desde un precipicio próximo caían grandes rocas al vacío y se detenían antes de impactar en el suelo para volver a su sitio. Los torbellinos de aire se multiplicaban por toda la zona. Y todos, North y Huérfanos, se trataban con el máximo respeto.

Danny no vio a Zog ni a Gyish.

Fue en busca de Thor.

—¿Con cuántos Magos Primigenios cuentas en tu red de información? —preguntó Danny.

—Los que son magos ya los has traído aquí. El resto son mortales.

—¿Qué posibilidades tiene la Familia de sobrevivir a la guerra?

—Creo que muchas —contestó Thor—, siempre que tengamos al Gran Mago Teleportador más poderoso de la historia de nuestro lado.

—No cuentes con ello.

—En ese caso, nuestras posibilidades se reducen bastante.

—Comprueba qué pueden hacer Padre y Madre con la maquinaria bélica.

Thor lo miró sin comprender.

—Tanques, aviones de combate, Thor —le aclaró Danny—. Dudo que las otras Familias cuenten con magos que puedan hacer lo que Padre con la tecnología o Madre con la electricidad. Es vuestro as en la manga. Si juegas bien tu baza, tendréis una ventaja importante.

—Te preocupas por nosotros —sonrió Thor.

—Sois mi puñetera familia —replicó Danny—. Aunque nunca me hayáis dado una alegría.

Se dio la vuelta para marcharse.

—¿Qué vas a hacer tú, Danny?

—Voy a crear una puerta pública para que volváis a casa. Será una puerta unidireccional. No quiero que regreséis aquí. No permitiré que os acerquéis a la Gran Puerta, pero sí que habrá otras para quienes me desobedezcan, y conducirán a lugares muy desagradables. ¿Me explico?

—¿Tienes idea de lo que es una guerra, Danny? —preguntó Thor—. ¿Eres consciente de que acabarás matando a alguien?

—Provoqué el fallecimiento de un hombre hace tiempo —dijo Danny—. Y he visto la muerte.

—¿Cuándo? —quiso saber Thor.

—He vivido lo mío desde que me marché de casa —respondió Danny. Hizo una pausa—. Aquí tenéis la puerta al territorio North. Llévate a la gente antes de que acaben con las provisiones de Stone.

Danny se teleportó a Buena Vista. Había perdido un día entero de clase. Estaba agotado, pero aún tenía que asegurarse de que Hermia no iba a intentar atacar a sus amigos. Los Magos Primigenios estaban preparados para defenderse después de cruzar la Gran Puerta, pero los amigos de Danny no eran rivales para los griegos. Por el momento estaban a salvo, lo había comprobado varias veces a lo largo del día.

Estaba cansado y necesitaba dormir. Si se quedaba en la cabaña de Stone, estaría protegido y, además, la Gran Puerta estaría mejor vigilada. En Buena Vista quedaba expuesto al ataque de cualquier enemigo. Y eso era lo que quería. Que lo buscaran. Que dejaran a sus amigos en paz. Danny podía defenderse. No iba a permitir que le pasara algo a Pat. Ni a ella ni a los demás.