RECUERDO DEL PASADO
Lo que nadie sabía sobre Pan, algo que él mismo ignoraba, era lo perdido que se encontraba. No se puede vivir un milenio en el interior de un árbol sin perder algo, y lo que Pan había dejado atrás era su propia historia.
Hubo un momento en el que tenía un objetivo, uno de tal importancia que le llevó a encerrarse en el interior de un árbol, alejado del resto de la humanidad. Y se dedicó a una única tarea: arrebatar a todos los magos teleportadores de Westil y Midgard el poder que tenían para crear una Gran Puerta. Al hacerlo, todos perdieron gran parte de su poder, y los seres humanos quedaron expuestos al sufrimiento y a la muerte a causa de la pérdida de las propiedades curativas que tenían las puertas.
Cuando despertó y abandonó el árbol, reclamado por un propósito que no conseguió comprender, Pan vagó sin rumbo. Una chica le proporcionó ropa y alimentos para que no muriera de frío o de hambre. Una panadera lo acogió y vivió en un castillo donde se preocupó de los asuntos que ocupaban a los moradores de ese castillo: reyes y dinastías.
Se dejó llevar por sus impulsos, enamorándose de una mujer hermosa, despiadada y con un enorme poder. Poco a poco, descubrió que tenía principios y hubo cosas que no quiso hacer. No quiso segar la vida de la amante del rey Prayard ni la de sus hijos. Tampoco arrancar el bebé del seno de Bexoi para vengarse de ella por matar al niño que habían tenido juntos.
Todo ello indicaba que Pan había sido un hombre preocupado por el bien y el mal. Su comportamiento había diferido mucho del de los magos de su época. Había aprendido mucho sobre el poder y adquirió destrezas jamás conocidas en la magia de la teleportación.
Y por encima de todo, tenía fuerza de voluntad. Cuando se proponía algo, lo llevaba a cabo.
Y ahora se preguntaba si quedaba algo de aquel hombre en Pan. Y si era así, ¿cuál era su objetivo ahora? Anonoei tenía sus planes y Pan la estaba ayudando. En el pasado había hecho lo mismo por el rey Prayard y, más tarde, se dejó manipular por la reina Bexoi para que ella alcanzara sus fines.
Cuando Pan buscó a Danny North, lo hizo impulsado por el afán que guiaba al hombre que había sido antes. Pero Danny North había luchado contra él, devorando la mayor parte de sus puertas. Pan se había retirado, vencido por ese chico temerario que vivía en un lugar lejano y cuya vida ahora tenía más sentido que la suya propia.
No, Danny North no era temerario. El temerario era él. El chico había luchado por aquello en lo que creía. Si había cometido errores era porque ignoraba muchas cosas. Ni siquiera Pan había podido prever el resultado de utilizar las puertas cautivas para crear una Gran Puerta. Pocos magos habían contado con puertas arrebatadas a otros magos; ninguno había creado una Gran Puerta con ellas.
Sí, Pan era el irresponsable.
No, no. Engañarse a sí mismo en un ejercicio de autocompasión también era un error. Sí que era reponsable. Cuando asumía la protección de alguien, se volcaba en su cometido, aunque fueran sus prisioneros, como en el caso de Anonoei y sus hijos. Y era leal a su propósito aun cuando sospechara que lo estaban utilizando; como antaño hizo Bexoi y, con toda probabilidad, hacía ahora Anonoei.
Pan asumía las consecuencias de sus errores. Incluso cuando había actuado de buena fe, ignorante de su equivocación, se reprochaba no haber hecho lo correcto.
Mientras observaba las maquinaciones de Anonoei, la forma en que manipulaba a todos los que tenían alguna relación con Bexoi, Pan comprendió que sus intenciones eran sombrías y destructivas. Su comportamiento justificaba los motivos por los que la temida magia mental había sido prohibida y la gente despedazaba a cualquier mago al que sorprendían usando ese tipo de poderes. Cuando los planes de Anonoei se cumplieran, Pan estaba convencido de que sufriría el mismo sentimiento de culpa que cuando conspiró junto a Bexoi. Y, sin embargo, carecía de la fuerza de voluntad necesaria para decirle que no seguiría adelante con su acuerdo, que ya había visto bastante.
¿Y si, por el contrario, la esencia de Pan era tan oscura y perversa como las de Bexoi y Anonoei? ¿Y si sólo buscaba justificarse permitiendo que ellas actuaran mientras él no hacía nada? No. A lo mejor era responsable en parte, pero él no era el autor de esos planes repletos de maldad y rencor.
Ésos eran los pensamientos que le asediaban cuando no se centraba en otros asuntos, e incluso también cuando estaba ocupado. En esos momentos, mientras observaba a Ced crear un pequeño remolino de polvo y convertirlo en una cuchilla capaz de horadar la piedra, no era capaz de olvidar sus problemas y errores del pasado y del presente.
«¿Quién puede enseñarme a utilizar mi poder de manera adecuada? ¿Cómo puedo aprender a saber quién merece mi confianza y mi apoyo?
»Ahora hasta dudo de las decisiones que tomé hace quince siglos. Y tampoco sé si debo continuar con la labor que inicié entonces o si, en realidad, cometí un enorme error».
Justo en ese momento, Danny North tomó las puertas que le había entregado Pan (¿por qué no habría de hacerlo? Eran suyas) y las empleó para buscar un recuerdo.
No tenía ni idea de lo que Danny North veía, sentía u oía, pero Pan percibió el suceso de una forma tan vívida que no se pudo sustraer a él. Perdió el contacto con la realidad que lo rodeaba. Ya no veía a Ced y al anciano mago arbóreo que le enseñaba. Dejó de sentir el sol en su espalda y la hierba sobre la que estaba sentado.
Ante él había aparecido el viejo ermitaño Kawab, en la entrada a su cueva situada en la rocosa meseta al oeste del Nilo.
Pan lo reconoció al instante. Era el hombre al que buscó durante más de un año tras saber de su existencia. Había ido a su encuentro en busca de ayuda, de una respuesta para su pregunta.
¿Cuál era la pregunta?
Se escuchó a sí mismo en el recuerdo, contando los motivos de su presencia.
—Fue poseída por un mago bel y la hice cruzar una puerta para expulsarlo —Pan recordaba sus palabras—. La teleporté lejos de él para impedir que volviera a poseerla y la manipulara como a una efigie. Pero salió mal.
Pan rememoró el terror que sintió al darse cuenta de que no había sido capaz de expulsar al mago bel. Se había teleportado tras la garra griega que, en teoría, acababa de liberar y ésta se había reído de él.
—¡Necio! —le dijo—. ¡Necio! No tienes poder sobre mí.
—¿Qué tenía de especial ese mago bel? —le preguntaba Pan a Kawab en el recuerdo—. Tú eres el último de los Enemigos de Set, el único que me puede explicar por qué mi puerta no expulsó al mago bel.
Kawab no dijo nada; no hizo nada. Pero una solitaria lágrima surcó el polvo que manchaba sus mejillas.
—¿Qué pasa? —exigió Pan—. Tú sabes lo que esto significa, ¿verdad? Y te causa dolor.
—No era un mago bel —dijo al fin, Kawab—. No era ninguno de sus acólitos, los ángeles que fueron expulsados del Cielo junto con el dragón. Era el mismísimo Set, el dragón, el Enemigo de todas las almas, y tu historia me dice que ha obtenido el poder necesario para poseer un cuerpo sin que nadie pueda expulsarlo.
—¿Qué puedo hacer para vencerlo? ¿Cómo libero a esa mujer?
—Sólo podrás liberarla dándole muerte —dijo Kawab—. Y, sin embargo, no podrás herir al propio Set. No puede morir. Se limitará a buscar a otro hombre o mujer a quien poseer. Nada puede curar a esa mujer, nada puede expulsar a Set de su interior. Él es el demonio de los demonios.
—No me hables de las creencias de los cristianos —replicó, con impaciencia, Pan—. He venido en busca de la sabiduría de los Enemigos de Set.
—Es lo mismo —murmuró Kawat—. Piensa en lo que contaba Juan en el Apocalipsis: su guerra en el cielo es la batalla en el mundo de Duat; el triunfo de Miguel es el triunfo de Osiris. Todos hablan sobre la misma guerra. Set fue expulsado a la Tierra; el gran dragón, Satán, el diablo, Baal, Bel, el Enemigo. Sólo los necios creen que le verdad se desvanece ante la fe. Set es el enemigo, el verdugo de Osiris, el conquistador de almas. Sus seguidores son criaturas patéticas y endebles. Puedes expulsarlas empleando tus puertas, puedes engañarlas y asustarlas. No tienen más poder que el que les da la gente. Pero Set y algunos de sus discípulos son diferentes; son los magos mentales más temibles que hayan existido jamás en la Tierra.
—No comprendo nada de lo que me dices —dijo Pan—. ¿Qué es Duat? ¿Quiénes son Miguel y Osiris, o como se llamen? ¿De qué guerra me estás hablando? ¿Y quién es este Set, el gran dragón, Satán y yo qué sé que más?
Pan revivía el recuerdo una vez tras otra, comenzando desde el principio cuando Danny North perdía el hilo y volvía a empezar. Allí, en el desierto egipcio de Midgard, Pan se escuchó a sí mismo formular la misma pregunta una y otra vez, pero sin obtener la ansiada respuesta. Danny North no podía llevarlo hasta el momento de la respuesta.
Pan, apenas consciente de su entorno en Westil, actuó. Contactó con sus puertas, las que había entregado a Danny, y las tranquilizó. Consiguió que mantuvieran la calma y las ligó al recuerdo. A continuación, las conectó con su esencia, no para recuperar el control sobre ellas, sino para que consiguieran un acceso más nítido y vivo a su recuerdo. Y a través de ellas, consiguió calmar y reconfortar al propio Danny North. Impedir que volviera a perder el hilo del recuerdo. Ayudarle a que lo siguiera hasta alcanzar la respuesta final.
Y lo logró. Kawab siguió hablando. En su tono suave, había urgencia.
—Todos somos criaturas de otro mundo.
«Sí, procedemos de Westil», pensó el Pan actual, mientras su antiguo yo escuchaba en el desierto.
—No, no procedemos del mundo al que llamas Westil o Mitherholm, ni del mundo al que llamas Midgard o Tierra Media. ¿De dónde crees que procede ese nombre? Es la tierra que está en el medio de dos mundos. Uno es el mundo de los magos, los que se llaman dioses a sí mismos. El otro es el mundo de las almas, Duat, de donde proceden todos los humanos.
—¿Cómo es posible que proceda de un lugar que no recuerdo? —preguntó el Pan del desierto.
—Porque estamos atados al cuerpo. El ka y el ba, las dos partes del alma, lo que tú llamas esencia y aura, están amarrados al cuerpo. Nos encerramos en este simio lampiño, el bípedo desplumado, el nómada recogedor de semillas, y en el momento en que ocurre, perdemos nuestra memoria ancestral. Sin embargo, sigues siendo el mismo, porque todas las decisiones que tomas son a través del ka. La mente, la esencia y el cuerpo han de obedecer al ka. La unión del simio, el ka y el ba crea nuevos recuerdos; da lugar a un nuevo ego, un alma completa. Por eso fuimos enviados a Midgard, para conseguir este cuerpo y aprender a controlarlo.
El Pan de antaño hizo una pregunta en la que también pensó el Pan del presente mientras yacía inconsciente en una pradera de Westil.
—¿Y dónde está la magia? ¿Pertenece al cuerpo o a la esencia y al aura?
—A ambos —contestó Kawab—. Es el cuerpo el que moldea los poderes inherentes al ka y al ba. Mientras el ka está sujeto al cuerpo, el ba es libre para vagar y ejecutar la voluntad de la esencia. Merced al talento que heredaste de los cuerpos de tus padres, tu ka y tu ba plasmaron sus poderes a través de la magia teleportadora; tu ba está dividido en diez mil partes, más que el ba de cualquier otro hombre que yo haya conocido. Es como granos de arena. Gracias a eso puedes crear diez mil puertas o mil Grandes Puertas. Y también tienes el poder de devorar las puertas de cualquier mago porque puedes cogerlas en tu interior y superarlas sin problemas. Pero sin tu cuerpo, tu ka y tu ba son como los de cualquier otro.
—¿Y sin mi ka y mi ba? —preguntó el Pan de antaño.
—En ese caso, el cuerpo es un simple simio con el talento de fabricar herramientas —dijo Kawab—. El hombre al natural. Una bestia con labios capaz de pronunciar palabras, pero sin la inteligencia suficiente para comprender el significado pleno de lo que dice.
El Pan de antaño comprendió lo que le decían y así ocurrió también con el Pan del presente.
Ahora Kawab podía explicarle a Pan quién era ése al que no había podido expulsar del cuerpo de la maga de las bestias.
—En el mundo donde se originan todos los kas y los bas hubo una guerra. Set representaba el mal y persuadió a muchos para que lo siguieran. Pero perdieron la guerra y fueron expulsados de Duat, exiliados a la Tierra a través de una puerta que teleportaba en una única dirección.
—Pero acabas de decir que todos somos enviados a la Tierra desde Duat —dijo el Pan de antaño.
—No de la misma forma. Nosotros nacemos, uno a uno, como un cuerpo con ka y con el ba que sirve de lazo a esa unión. El ka se une con fuerza al simio. Nosotros nacemos. Esto no fue lo que ocurrió con Set y sus seguidores, los setitas, aquellos a quienes tú llamas los magos bel. No pueden formar parte del simio como nosotros.
—Y sin embargo, poseen los cuerpos —dijo el Pan de antaño—. Uno, diez o cien magos bel o setitas, no sé cuántos son necesarios para conseguirlo, fuerzan su entrada en el cuerpo y toman las riendas. Nosotros, los magos teleportadores, los expulsábamos hasta ahora que ha llegado este Set.
—Su posesión es como la de vuestros magos mentales: consiguen que el ka y el ba vean el mundo como ellos y, al final, que se dobleguen a su voluntad.
—¿No es lo mismo?
—No, no lo es —dijo Kawab—. No perciben el cuerpo, sólo pueden observar cómo lo percibimos nosotros. No son capaces de doblar un dedo o guiñar un ojo. No saborean los alimentos que tomamos ni consiguen que las mandíbulas se muevan para masticar. Su único poder es conseguir nuestra obediencia.
—A excepción de Set.
—No, tampoco él —dijo Kawab—. Ni siquiera el gran Set puede. Cabalga la mente del simio como un hombre cabalga su montura, pero jamás se convierte en ella.
—¿Ni siquiera del modo en el que un mago de las bestias empatiza y cabalga su bestia? —preguntó el Pan de antaño.
—En ese caso, el ba entra en la bestia, pero ese ba pertenece a un mago que está ligado a un cuerpo de carne y hueso. El ba sabe lo que ha de hacer para formar parte de un cuerpo. El ba siente lo mismo que la bestia. Es más, el ba persuade a la bestia, no la manipula.
—La voluntad de un mago es más fuerte que la de la mayoría de las bestias —sentenció el Pan de antaño.
—Pero las bestias más fuertes pueden resistirse al ba, ¿verdad?
Era cierto, o eso le habían dicho algunos magos de las bestias a Pan.
—¿Quieres decir que por eso los setitas nunca se hacen con el cuerpo por completo? —preguntó el Pan de antaño—. ¿Ni siquiera Set puede afianzarse en el interior de un cuerpo humano?
—Exacto. Puede cabalgar a la mujer a través de la puerta y reírse de ti. Tiene el poder para quedarse en el interior de la maga, aunque cruce la puerta, pero no se convierte en la mujer. Ella sigue allí, un ka y un ba dentro del cuerpo, aunque sometidos a Set. Moverá sus miembros siguiendo la voluntad de Set, sentirá su boca pronunciando las palabras de él, impotente para detenerlo. Y sin embargo, ella es la dueña del cuerpo; Set es y siempre será un intruso. Por eso nos odia a todos y quiere destruirnos.
—Aún así, es todopoderoso —afirmó el Pan de antaño—. Posee a los magos más fuertes sin que ellos se puedan oponer. Quedan sometidos a la voluntad de Set y aunque ellos pueden morir, él jamás morirá.
—Yo no he dicho tal cosa —dijo Kawab—, porque no está probado que sea cierta. Lo que sí sabemos es lo siguiente: el ka y el ba de los setitas, las almas errantes, no pueden dividirse. Aunque posean un cuerpo como el tuyo, gracias al que tú pudiste dividir el ba en diez mil partes, el ka y el ba de ellos permanecerá indivisible.
—¿Y qué importancia tiene eso? —preguntó el Pan de antaño, exasperado por las oscuras explicaciones de Kawab.
—La tiene y mucha. Significa que Set sólo puede poseer a una persona a la vez. Y la mayoría de los setitas son tan endebles que no pueden poseer una persona solos; han de juntarse varios para culminar la posesión. En esos casos, la víctima enloquece a causa del caos producido por las continuas discusiones en su interior. Aunque el ka del poseído se haya retirado, oculto en lo más profundo de su mente, y los intrusos cuenten con el control, no consiguen ponerse de acuerdo entre ellos. Ninguno se erige como dominador. En estos casos, pensamos que el poseído está loco porque sus acciones están dictadas por muchas voluntades.
El Pan de antaño había presenciado comportamientos así y pensaba que por fin iba comprendiendo.
—Sólo el propio Set, el gran dragón, puede gobernar a una persona sin ayuda.
—Él y los Grandes Setitas, los más poderosos. Llamanos a estos demonios con muchos nombres, pero ignoramos si alguno es el del señor de los setitas. Sólo los necios pronuncian el nombre de los más Grandes Setitas, porque cuando son convocados, la posesión es mucho más sencilla. Aquel que lo invoca cree que gobierna al setita, pero se confunde; es siempre el demonio quien impone su voluntad.
—¿Y los pentágonos que se trazan en el…?
—Simples adornos —afirmó Kawab—. Los estúpidos que se autoproclaman brujos y nigromantes carecen de poder. Los Magos Primigenios tenéis poder. Pero cuando un Gran Setita posee a un hombre, entonces reclama la presencia de muchos de los setitas menores. Éstos rinden obediencia al Gran Setita y obtienen poder merced a que su señor gobierna un cuerpo. Son capaces de influir en las mentes de muchas personas para que crean que el sujeto gobernado por el Gran Setita es un gran mago con enormes poderes. Todo mentira.
—No son tan poderosos como pensamos —reflexionó el Pan de antaño.
—Hasta ahora he hablado de los setitas que poseen a un hombre. Es diferente cuando poseen a un Mago Primigenio. El mago ha de obedecer al setita y sus poderes quedan a disposición del demonio.
—Hasta que un mago teleportador lo expulsa —dijo el Pan de antaño.
—Excepto si es el propio Set, por lo que tú mismo me has relatado. Si tiene el poder para resistirse a ti, no hay mago entre los teleportadores que pueda expulsarle.
—Y mientras posea al mago, poseerá el poder del mago —comentó el Pan de antaño.
—Y cuando te posea a ti —dijo Kawab—, se convertirá en el señor de todos. Porque sólo los que le rindan pleitesía podrán cruzar las Grandes Puertas y el resto se irá debilitando cada vez más. Gobernará ambos mundos, yendo de uno a otro. Convocará a diez mil, cien mil setitas para que acudan a Westil y allí poseerán a todos los magos. Considera que los que viven en Westil apenas son capaces de rechazar a los demonios. Los humanos de Midgard han desarrollado defensas en su cerebro simiesco y consiguen resistirse a la posesión; aquellos que lo consiguen, tienen mayores probabilidades de tener descendencia que aquellos que ceden a la posesión. En Mitherholm, nadie presenta oposición alguna. Todo el poder de los Magos Primigenios en manos de los setitas quedará a disposición de Set, el señor de todos ellos. Entonces vendrán a la Tierra y la conquistarán. Y cuando su dominio sea completo, desafiarán a Duat. Pero aunque fracasaran en su desafío a Duat, seguirían poseyendo los cuerpos que estaban reservados a los ka y ba que acataron la ley y lucharon contra Set en la guerra de Duat. Yo diría que Set habrá alcanzado su victoria. El diablo habrá triunfado.
Estas palabras resonaron en los oídos del Pan del presente. Le habría gustado saltar de alegría, por fin había recuperado aquello que había perdido durante su largo sueño en el interior del árbol.
Pero Danny North no lo había comprendido; él no tenía recuerdos personales del encuentro con Kawab. Y la secuencia comenzó de nuevo, cada palabra se repitió una y otra vez. Pan yacía, indefenso, en la pradera de Mitherkame mientras Danny se deshidrataba en el desierto de Egipto, revisando las imágenes sin descanso e intentando comprender su significado.
Por fin, se detuvo. Hermia despertó a Danny North en Egipto y Pan pudo abrir los ojos. Lloró de alivio al librar su mente del recuerdo.
—¿Quién te retenía? —exigió saber Anonoei.
—¿Cuándo has venido? —preguntó Pan.
—Has estado tumbado sobre la hierba toda una noche y un día. Ced vino a buscarme, a través de una puerta que creaste para mí, y volvimos los dos a través de otra.
Pan recordó en ese momento que Anonoei estaba visitando a uno de los aliados que tenía en el castillo de Nassassa en su conspiración contra Bexoi. La había enviado a través de una puerta y luego creó la puerta a través de la que podía volver. Las dos puertas se habían solapado a la perfección y eran abiertas, de manera que ella podía utilizarlas cuando quisiera. Así no tenía que vigilarla para comprobar cuándo quería volver. Estaba harto de verla coquetear con hombres convirtiéndolos en peleles.
Pero una puerta abierta lo es en las dos direcciones, salvo que Pan la hubiera cerrado, cosa que no había hecho. Ced debió de fijarse en Anonoei cuando la vio partir desde la pradera y cuando Pan cayó en trance a causa del recuerdo…
¿Qué había aprendido Danny North?
¿Sería bueno o malo que consiguiera comprender el significado del recuerdo?
Pan había conseguido por fin entender lo que antaño había vislumbrado, y eso sí era bueno. Porque ahora recordaba que había salido en busca de la maga de las bestias que no había podido salvar; aunque cuando la encontró, ella no se burló de él, sino que se arrodilló en señal de agradecimiento.
—¡Gracias, Loki! —exclamó en cuanto lo vio aparecer—. Me has salvado.
—Yo no te he salvado —le había dicho Pan.
—Pero él ya no está —dijo ella.
—Sí, se ha marchado, pero fue por voluntad propia. No fue mi poder el que lo expulsó. No quería que yo lo encontrara.
Era una buena señal. Eso quería decir que Bel —Set, como le llamaba Kawab— temía a Pan y lo evitaba. Set había liberado a la maga de las bestias para que Pan no pudiera encontrarlo.
Fue entonces cuando Pan comenzó a devorar puertas. Le costó un poco averiguar cómo hacerlo, pero recordaba que Kawab le había dicho que era posible.
Y funcionó. Pan devoró todas las puertas. Todas las Grandes Puertas excepto una. Cruzó esa última Gran Puerta, la devoró tras hacerlo, y entonces devoró todas las de Westil.
Pero no bastó con eso. Los otros magos teleportadores vieron lo que había ocurrido, que sus puertas estaban siendo devoradas, y se apresuraron a crear más para sustituirlas.
No bastaba con devorar las puertas existentes. Tenía que alcanzar el yacimiento de cada mago y devorar las que todavía no habían creado.
Le costó varios días aprender a hacerlo y durante ese tiempo apenas pudo dormir, porque sabía que los otros magos teleportadores lo estaban buscando. Y lo encontrarían porque Pan mantenía cautiva parte de su esencia. Los detenía devorando sus puertas tan pronto las creaban.
Fue entonces cuando entrenó a su ba para que vigilara la aparición de cualquier puerta y gritara con la fuerza suficiente para despertarlo, aunque su sueño fuera producto del agotamiento. «¡Puerta, puerta, puerta!», gritaban, y él despertaba para devorar la puerta con la que pretendían llegar hasta él.
Por fin pudo alcanzar el yacimiento de cada uno, su ba, y capturarlo. Cuanto más se resistía el mago, más sencillo resultaba desconectar el yacimiento. Le arrebataba todas las puertas que habría hecho y quedaban bajo su poder.
Y llegó el día en el que no quedaron puertas en el mundo, ni magos teleportadores que las creasen.
Fue entonces cuando Pan buscó al mago arbóreo, muerto hace mucho tiempo, aunque el que entrenaba a Ced era de su escuela, y ese anciano consiguió que un árbol permitiera a Pan cobijarse en su interior, que se alimentara de su savia mientras Pan lo mantenía vivo y lleno de energía para siempre.
Para siempre… Ése había sido el plan.
Pero el árbol lo había expulsado. O había sido él quien, de manera inconsciente, había abandonado su cobijo. O las dos cosas habían ocurrido a la vez. Y Pan no conocía el motivo. El plan funcionaba y de repente se había interrumpido.
Y si se había interrumpido, era porque él mismo, o el árbol o el espacio-tiempo, sabía que no era rival para Danny North y que jamás podría arrebatarle ninguna puerta.
«Tenía que ocurrir tarde o temprano», pensó Pan. «Si juntas a dos magos, uno es más poderoso que el otro e, indefectiblemente, llegará un tercero que supere a los dos primeros». Pan era muy poderoso, pero alguien más fuerte tenía que llegar con el tiempo. Uno cuyas puertas no podían ser devoradas.
—Dime algo, por favor —suplicó Anonoei.
Ya fuera porque él se moría de ganas de hablar con alguien sobre lo que había recordado o porque ella estaba utilizando su magia mental para hacerle hablar, le contó todo lo que había sucedido.
—Salvaste el mundo —afirmó ella.
—Y Danny North cuenta con el poder necesario para condenarlo. Ahora hay una puerta abierta y si el dragón, Set, puede encontrar a un mago para cabalgar sobre él a través de la puerta, llegará hasta aquí con sus huestes y con ellos vendrá el fin del mundo.
—Ya veo que te disgusta esa posibilidad —dijo Anonoei.
—¿A ti no? —se sorprendió Pan.
—Era broma —dijo Anonoei—. Es lo peor que nos podría ocurrir. El poder de los Magos Primigenios estaría al servicio de esos monstruos. No puedo estar a favor de algo así.
—Me alegra oír eso.
Ced y su maestro habían estado escuchando el relato de Pan. Entonces, el mago arbóreo se volvió hacia su discípulo.
—Hora de volver al trabajo, Ced.
—¿Cómo conseguiré concentrarme tras lo que hemos oído? —preguntó Ced.
—Es ahora cuando has de demostrar tu capacidad para concentrarte. Quiero que crees un remolino lo bastante pequeño para transportar un único grano de arena y que con ese grano agujerees un trozo de madera. El orificio ha de tener el diámetro exacto del grano del arena.
—Imposible —dijo Ced.
—Dos granos de arena —propuso el mago arbóreo—. Mañana lo haremos con uno solo.
Los dos se marcharon a entrenar.
Anonoei sólo tenía una pregunta para Pan.
—Esos setitas, los magos bel, ¿son magos mentales?
—No.
—Pero actúan como tales. Lo que hace mi aura, contactar con una persona, seducirla, ¿es lo mismo que hacen ellos, pero empleando su ka completo?
—Kawab me dijo que no podían desligar su ka de su ba.
—¿Por qué no te limitas a contestar sí o no?
—Porque no acabo de comprender todas las implicaciones de lo que me contó Kawab. Él no es, o era, un mago, así que es complicado que él mismo las entendiera. Es una sabiduría que él aprendió y memorizó con la intención de transmitírsela a otros. A los discípulos de su orden. Pero en aquellos tiempos sufrían una implacable persecución, así que no había nadie con quien compartir esa sabiduría. O los habían matado, o habían huído, o Kawab les había ordenado que se ocultaran. No quedaba ninguno.
—Excepto tú —dijo Anonoei—. Y bastó contigo.
—Durante más de mil años —dijo Pan—. Hasta ahora.
—¿Y qué va a pasar ahora?
—Set sigue vivo en alguna parte. Esperando para hacerse con Danny North.
—Si puede.
—Danny posee una voluntad fuerte —admitió Pan—. Más que la mía. Quizá pueda resistir. Siempre que no cometa una estupidez, como invocar a Set.
—¿Cómo va a hacer algo así? —se sorprendió Anonoei.
Ahora que había revivido su recuerdo, Pan pudo repasar los conocimientos que adquirió sobre la posesión tiempo atrás.
—Con palabras. Convocar a Bel por su nombre, si es que lo tiene; aunque es posible que la denominación tampoco tenga importancia, lo crucial es llamarle.
—¿Existen otras formas de ser poseído?
—Un mago bel puede saltar de una persona a otra si entre ellas hay algún tipo de contacto físico.
—Sexo.
—O un beso apasionado. O si se unen dos heridas sangrantes. He oído hablar de gente tan débil de voluntad que bastaba una mirada para que el mago bel pasara de uno a otro. Pero pocos Magos Primigenios son tan débiles.
—A mí me pasa lo mismo —dijo Anonoei—. A una persona endeble puedo dominarla con la voz. Si es algo más fuerte, tengo que conseguir que me mire a los ojos antes de enviar mi aura y doblegar su voluntad. Y si quiero cabalgar a esa persona, algo que después de pasar por la Gran Puerta puedo hacer, he de contar con su consentimiento; tiene que aceptar… un beso.
Pan comprendió lo que había tras el titubeo. No eran besos lo que había empleado con sus secuaces para poder cabalgarlos, sin duda se había acostado con ellos.
—Sugieres que son como los magos mentales.
—O los magos mentales son como los setitas.
—Como Set. El diablo y sus ángeles. Sí, supongo que sí.
—No me sorprende que todos nos teman y nos odien —lamentó Anonoei.
—Me pasa a mí —admitió Pan—. No es odio, es sólo miedo. Siempre me he preguntado si has empleado tus poderes conmigo.
—No a propósito —dijo Anonoei—. Jamás he intentado convencerte de algo a sabiendas. Pero empleo mi poder por instinto. Estoy segura de que te he manipulado aunque no haya sido consciente de ello. Pero nunca he intentado controlarte. Tus decisiones siempre han sido tuyas.
—¿Quieres decir que el imperioso deseo que tengo de acostarme contigo no es obra de tus poderes?
—Creo que tiene más que ver con el, ¿cómo lo llamó Kawab?, el simio que cabalgan mi ka y mi ba.
—En otras palabras, te deseo porque te encuentro atractiva.
—Eres un macho y yo una hembra —dijo Anonoei—. Crees que cualquier hembra dispuesta es hermosa.
—¿Estás dispuesta?
En lugar de contestar, Anonoei lo besó.
—¿Pero no resultará arriesgado acostarme contigo? —preguntó él, cuando dejaron de besarse.
—¿No depende eso de lo fuerte que sea tu voluntad? —preguntó ella a su vez.
—Es una tontería hacer algo así ahora —dijo Pan.
—Tienes razón —convino ella—. ¿Por qué no nos teleportas a algún sitio donde Ced y su profesor no nos puedan ver?
La idea le gustó a Pan. Desplazó el extremo de la puerta que ella acababa de usar y lo llevó a una habitación en Nassassa. Una habitación cerrada. Con una cama.
«Si ya me he acostado con una reina», pensó Pan, «¿por qué no hacerlo con la examante de un rey?».
«¿No debería resistirme a este deseo?», se reprochó sin mucha convicción.
«Es mi voluntad poseer a esta persona», se respondió a sí mismo con fuerza. «Ella está dispuesta. Así que a callar».