CORRER POR CORRER
No era un encuentro oficial. Estaba anunciado como una exhibición en la que tomaban parte dos institutos: el Rockbridge County y el Parry McCluer. El evento tenía lugar meses antes del comienzo de la temporada oficial. Era como si dos boxeadores quedaran para entrenar juntos. Como la pretemporada en fútbol. Un suceso sin mayor importancia.
Pero el entrenador Lieder no era de la misma opinión. Para él, el futuro de la humanidad dependía del resultado de esas carreras. Si ganaba un atleta de Parry McCluer, la humanidad estaría a salvo durante un año más. Si el ganador era un atleta de Lexington, la nave alienígena estaba un poco más cerca de aterrizar y conquistar la Tierra.
Ese día, Lieder no se enfadó con los perdedores, se puso trágico. Repitió varias veces que estaban condenados, a pesar de que su equipo llevaba una ligera ventaja sobre el rival.
Cuando el ayudante del equipo, un novato al que Danny apenas conocía, señaló esa ventaja, Lieder le dirigió una mirada cargada de lástima.
—Estupendo, no somos tan malos como Rockbridge. Es igual que salir con una tía fea y consolarse porque al menos respira.
Danny sospechaba que el ayudante no había tenido nunca una cita y que le habría valido la tía fea que respiraba. Pero el novato decidió callarse, lo que fue un acierto.
Danny venció en las carreras de 1500 y 3000 metros con facilidad, pero Lieder le acusó de que no se había aproximado a sus mejores tiempos ni de lejos.
—Se trataba de competir —dijo Danny—. Y he ganado las dos carreras.
—Pero no te has esforzado —insistió Lieder.
—No me hizo falta —dijo Danny, y de pronto se le ocurrió una idea—. ¿No querrá que muestre todo mi potencial tan pronto, verdad? Aún estamos en noviembre.
Lieder reflexionó unos instantes.
—¿Qué eres, nuestra arma secreta?
—Sólo llevo entrenando unas semanas —contestó Danny—. Si soy un arma secreta, está por ver.
Lieder le dio la espalda y se marchó. Un gesto que, en el entrenador, equivalía a una disculpa.
Pero tuvo la brillante idea de inscribir a Danny en la carrera de 200 metros, para la que no se había preparado.
—Estoy cansado —dijo Danny.
—Tú no te cansas.
—Claro que me canso.
—Ricken está cojeando como una nenaza, si te inscribo con él, se esforzará por hacerlo bien.
Danny estaba comprometido con el equipo y tenía que obedecer al entrenador, aunque estuviera exigiendo demasiado a sus atletas en un encuentro amistoso.
—De acuerdo —dijo, y fue hacia la salida.
Los doscientos son una prueba de velocidad, igual que correr un campo de fútbol de un extremo a otro y volver. Pero era la prueba estrella de Ricken, y Danny no pensaba humillar a su compañero. Éste le dedicó una mirada cargada de rabia en la línea de salida, como si la idea de participar hubiera partido del propio Danny.
Danny pasó una puerta por encima de Ricken, por si fuera cierto lo del tobillo lesionado. A continuación, y para ser justo con todos, pasó una puerta por encima del resto de corredores para eliminar lesiones, cansancio y contracturas que pudieran afectar a su rendimiento. «Que todos partan en igualdad de condiciones y den lo mejor de sí mismos», pensó Danny.
Al final, Ricken corrió mejor que Danny. Claro que el primero se esforzó al máximo y el mago estaba cansado. No se había pasado una puerta por encima, como a los demás, así que acumulaba el cansancio de las dos carreras previas. Cierto, también, era que podría haber ganado, pero Ricken necesitaba ese triunfo, era su carrera y Danny no quería portarse como un capullo con un compañero.
—Eh, capullo —dijo Ricken, aún jadeando—. Me has dejado ganar.
—¿Lo dices porque no te he empujado ni puesto la zancadilla? —se rio Danny.
—Lo digo porque no esprintaste.
—He corrido los 1500 y los 3000 metros hoy, no podía esprintar.
—¡Eh, cretino! —gritó Lieder, acercándose a ellos.
—¿Te habla a ti o a mí? —preguntó Danny.
—Seré yo, porque tú no eres un cretino, eres un capullo —dijo Ricken.
Pero cuando se apartó, le dio un puñetazo amistoso a Danny en el hombro. Los dos sabían que Lieder le chillaba a Danny.
—¡Si te digo que corras los doscientos, tienes que correr los doscientos!
—Ricken y yo hicimos morder el polvo a todos los de Rockbridge —dijo Danny—. Y Ricken no parecía lesionado.
—No quiero que motives a los demás —dijo Lieder—. Quiero que ganes.
Danny no respondió.
—¿No tienes nada que decir?
—¿Aparte de que ya he ganado dos carreras?
—Sin esforzarte.
—Sin perder.
Se hizo el silencio de nuevo.
—¿Aún estás en pie de guerra conmigo? —preguntó el entrenador al final.
—No, señor —contestó Danny—. Los doscientos son la distancia de Ricken. Se entrena para correrlos. Es mejor que yo.
—Y una mierda —dijo Lieder.
Danny se acercó al entrenador.
—Le dije que no compito —le dijo en voz baja—. Odio competir. Ricken es competitivo. Le gusta.
—Quiero que te guste a ti.
—Si de verdad me importara mi carrera como atleta, ¿cree que estaría en Parry McCluer a las órdenes de un entrenador como usted?
Danny le dio la espalda y se marchó. No fue hacia las gradas. Ni a reunirse con el resto del equipo. Fue hacia la valla, la saltó y cruzó la carretera. El observador casual creería que Danny abandonaba el equipo. Pero él sólo pensaba que había terminado su participación y que lo mejor era marcharse.
Lieder debía compartir el punto de vista de Danny porque no le gritó que arrastrara su culo de vuelta con los demás.
O, a lo mejor, el motivo de que no le gritara era porque su hija, Nicki, estaba hablando con él. Tranquilizándole. O comentándole que le gustaba meterle la lengua en la boca a Danny y que dejara de joder al chaval.
Danny no fue al aparcamiento donde aguardaba el autobús del equipo. Optó por correr por la calle Greenhouse, alejándose de la autopista 11. Si alguien estaba mirando, vería a un chico desfogando su malestar a base de correr.
En realidad, seguía a las voces.
Había aprendido a ignorar el clamor de las puertas cautivas, no decían nada que Danny pudiera entender y en su tono había más añoranza que otra cosa. Las sentía lejanas, aunque su prolongado cuativerio despertaba en él un ligero malestar. Esa compasión fue la que le llevó a incluir a las más ansiosas en la Gran Puerta que había creado en el establo de los Silverman. Una decisión desafortunada.
Las voces de las puertas que habían pertenecido a Loki eran distintas. Al principio, su cántico constante era semejante a los latidos de un corazón gigantesco. «Puerta, puerta, puerta», repetían una y otra vez, y cuando creó la Gran Puerta el pánico las dominó. Pero Danny consiguió mantenerlas a raya e impidió que lo desconcentraran. Llegó a la conclusión de que debía ser como el constante zumbido de oídos que afectaba a algunas personas: al final, aprendes a ignorarlo.
Pero desde que Loki le había cedido sus puertas, todo había cambiado. La letanía «puerta, puerta, puerta» había desaparecido. Al principio, le pareció que el silencio había sustituido a las voces y la calma imperaba en su interior, a excepción de las otras puertas cautivas.
Sin embargo, no estaban en silencio. Era algo distinto. Las puertas que antaño se comportaban de una forma obsesiva, ahora estaban alerta y vigilantes. Danny se sentía observado. Pero la sensación no era igual que cuando te espía un extraño. Era como si a la parte más íntima de su mente, la que supervisaba sus pensamientos conscientes, se hubieran unido otros entes. No estaban ahí para juzgarle, pero sí para ofrecer sugerencias.
Le había llevado algún tiempo comprender lo que estaba ocurriendo. No se expresaban con palabras. Tampoco lo habían hecho cuando insistían con su cantinela de «puerta, puerta, puerta». Iba más allá del lenguaje. Comprendía el significado de lo que hablaban, pero era incapaz de definir el idioma en el que se comunicaban con él. Acabó por comprender que no era una lengua, el discurso era emocional. Y ahora le estaban hablando empleando el mismo medio.
Voces sin palabras. Sensaciones que él convertía en vocablos en cuanto las percibía. Términos que formaban parte de la lengua que Danny dominaba. El proceso era idéntico al que uno sigue cuando una idea surge en el inconsciente y toma forma al alcanzar nuestro consciente.
Cuando Loki entregó de forma voluntaria sus puertas a Danny, se habían convertido en sus amigas más íntimas. No eran una parte de él, pero estaban de su lado. Las sugerencias que le hacían buscaban el bien de su dueño.
A las puertas no les interesaba demasiado el entrenador Lieder porque al propio Danny tampoco le preocupaba. Al principio, había deseado matricularse en el instituto y, más tarde, decidió formar parte del equipo de atletismo. Pero las cosas habían cambiado desde que entró en el Parry McCluer, su vida había tomado un giro extraño y, en esos instantes, el sistema educativo americano le parecía irrelevante.
«¿Hacer deberes? ¿En serio? ¿Un equipo de atletismo? ¿Seguir las normas?».
Para Danny, lo único que tenía importancia en el instituto eran sus amigos. Valoraba la amistad y las puertas estaban de acuerdo con él. Le hacían sugerencias sobre ellos, aunque casi todas apoyaban los sentimientos del propio Danny.
«No permitas que Xena crea que sientes por ella lo que ella cree que siente por ti. Tus sentimientos por Pat, por otra parte, sí pueden ser reales; no la fastidies, no le hagas daño. En Hal puedes confiar, pero cuidado con Wheeler, es impulsivo e incapaz de mantener su palabra».
Mientras se alejaba corriendo de las pistas del instituto de Rockbridge en dirección a la parte alta de la calle Greenhouse y bajaba luego por la cuesta hacia la guardería del mismo nombre, fue consciente de que las puertas de Loki eran la melodía que daba sentido y ritmo a su carrera.
Ahora hablaban de educación. Aprendizaje. Decían que tenía que aprender. No se referían a las matemáticas o a las ciencias sociales. Había otros conocimientos que las puertas de Loki consideraban imprescindibles, y Danny no los tenía.
El mago les preguntó qué era aquello tan importante.
«Bel. El peligro que representa Bel. La amenaza que nos hizo cerrar todas las puertas, evitar que alguien creara una Gran Puerta. La amenaza de Bel».
La respuesta hizo que Danny recordara la inscripción en fistalk que había leído en el libro de la Biblioteca del Congreso:
Loki trenzó una nueva puerta hacia el cielo… Aquí relata como la ira de Odín aplastó a Cartago hasta que los supervivientes lloraron bañados en la sangre de sus hijos.
«Hechos horripilantes».
«Historia antigua, eso sí».
«Claro que Hitler, Stalin, Pol Pot y Osama Bin Laden no eran mucho mejores».
La última observación no procedía de las puertas de Loki, ¿qué podían saber ellas de la historia reciente? Había sido una reflexión del propio Danny. Al pensar que los sangrientos sucesos de Cartago habían ocurrido hacía mucho, se había rebatido a sí mismo con pruebas de que las cosas no habían cambiado.
De pronto, sintió que las puertas se agitaban. «Sí, sí, sí», decían. «Piensa en eso. Céntrate en eso».
«¿En qué?», preguntó. «¿A qué os referís?».
En eso se diferenciaban las puertas de Loki de su inconsciente: cuando la idea, la sensación, era suya, no tenía problemas para interpretarla, pero con las puertas no ocurría lo mismo.
«Sí, sí, sí,» insistieron. «Piensa en eso. Céntrate en eso».
Querían que siguiera examinando su interior mientras corría colina abajo, teniendo la precaución de permanecer a la derecha de la calzada, sobre todo en las curvas, por si venía algún coche de frente.
Las puertas querían que Danny reflexionara sobre la diferencia que existía entre su mente, inconsciente y consciente, y las puertas que Loki le había entregado y…
¿Dónde estaban sus propias puertas?
Sintió cómo las puertas de Loki aplaudían la pregunta.
Si las puertas de Loki me hablan, ¿por qué no lo hacen las mías?
Y entonces, obtuvo la respuesta (¿o fueron las puertas de Loki las que contestaron?): «Mis puertas no me hablan porque son yo mismo. Supongo que sí me hablan, pero es como si lo hiciera yo cuando…»
«No, no, no».
El intercambio de ideas le recordó a cuando jugaba a frío y caliente con sus primos. Los gritos de «Frío. Caliente. Te quemas. ¡Frío otra vez!» mientras buscaba aquello que habían escondido.
Rememorar su infancia le hizo preguntarse si aquel recuerdo de su infancia procedía de sus propias puertas.
«No, no, no».
—¿Y qué están haciendo mis puertas? —preguntó en voz alta.
Y obtuvo la respuesta cuando se detuvo al llegar a la intersección al final de la pendiente de la calle Furrs Mill, un sitio estrecho y peligroso que requería toda su atención.
«¿Quién ha controlado mi cuerpo mientras corría y yo estaba inmerso en mis pensamientos?
»No era mi yo profundo, esa parte de mi mente estaba ocupada. No conservo ningún recuerdo de lo que hacía mientras bajaba por la pendiente; las decisiones de por dónde correr, qué obstáculos evitar, no las tomaba yo. Ahora recuerdo que me he cruzado con varios coches, algunos venían de frente, otros por detrás, pero ninguno interrumpió mis reflexiones.
»Eran mis puertas las que controlaban mi cuerpo. Me mantenían dentro de la calzada. Mi tarea en esos momentos, sobrevivir, la asumieron ellas mientras mi consciente y mi inconsciente mantenían una conversación interna».
De pronto, lo comprendió todo. Durante su sueño de más de mil años en el interior de un árbol, Loki había enviado a sus puertas para que se hicieran cargo de una tarea sencilla, aunque vital: vigilar a los magos teleportadores. Y habían ejecutado su tarea igual que las puertas de Danny habían cuidado de él mientras corría.
«Pero Loki liberó a sus puertas de esa tarea y me las entregó. Ya no vigilaban, ahora… Error. Sí que vigilan el mundo. No han abandonado la tarea encomendada por Loki, la diferencia es que me informan a mí y no a él. Me están preparando para la batalla que se avecina».
Las voces confirmaron que estaba en lo cierto.
«Quieren que lo aprenda todo sobre Bel. Han vuelto las Grandes Puertas y hay un nuevo Gran Mago Teleportador en el mundo —yo mismo— y Bel querrá poseerme».
Recordó de nuevo las palabras de la cita:
Los hombres valerosos huyeron igual que el ciervo ante el cazador, pero Loki no huyó.
Este Loki no era el dueño de las puertas que Danny guardaba ahora en su yacimiento. Era un Loki mucho más antiguo, el que había derrotado a Bel en su día.
Loki halló la puerta oscura de Bel, a través de la cual su dios llenaba el mundo de terror y la misma por la que arrebataba los corazones a los bravos guerreros para devorarlos en su mesa de banquetes.
Intentó comprender el sentido del párrafo. ¿Lo que relataba no era justo lo que hacía el Ladrón de Puertas?
Recordó otra parte del libro y fue consciente de que eran las voces las que habían traído la cita a su memoria.
Las fauces de Bel se cerraron alrededor de su corazón para arrebatarlo. Loki se aferró a su corazón y siguió a las fauces de Bel a su destino.
¿No fue ese párrafo en el que Danny se había inspirado para derrotar al Ladrón de Puertas? ¿Significaba eso que Bel también era un ladrón de puertas?
Loki permitió que Bel creyera que era su cautivo, mas no lo era.
Su corazón sujetaba las fauces, no eran las fauces las que sujetaban el corazón.
¡Sí! ¡Es lo mismo que le hice al Ladrón de Puertas! ¡Así fue como lo derroté!
Y cuando halló la puerta de Bel, hizo que la boca cubriera el corazón del Sol.
¡Que Bel devore el corazón del Sol y lo arrastre a su sombría morada!
Ya no pertenece a Midgard.
Ése era el final de la cita. ¿Hay algo que se me escapa? Todo indica que Bel es un mago teleportador y no un mago mental.
Y entonces se dio cuenta: que la cita fuera antigua no quería decir que el autor supiera de lo que estaba hablando. ¿Acaso fue el Loki de esa época el que escribió esa historia? Danny lo dudaba. Fue escrito por alguien que oyó la historia más tarde. ¿Sería el propio Loki quien se la relató? Era posible. Pero eso carecía de importancia. Si el autor de esas letras no era un mago teleportador, ¿cómo interpretaría las palabras de un Gran Mago Teleportador cuando le contara su batalla contra Bel?
Había llegado al final de la subida de la calle Furrs Mill, a la intersección con la autopista 11. Danny giró a la derecha, hacia el puente, y siguió corriendo. El semáforo se puso en verde y los coches y camiones se pusieron en marcha; la calzada bajo los pies de Danny vibró con fuerza. Era algo habitual. Nada fuera de lo normal.
De nuevo, Danny fue consciente de que había llegado hasta allí sin darse cuenta. Su atención sólo se activaba cuando algo a su alrededor variaba, como el tráfico a sus espaldas.
«He recordado la antigua cita porque gracias a ella pude derrotar al Ladrón de Puertas. Pero Bel no es un mago teleportador, y la descripción de la batalla hacía pensar que había sido el enfrentamiento de dos magos teleportadores. Y el autor así lo creía. Pero Loki, ese Loki al que conozco, el que me ha cedido sus puertas, él sí sabía lo que es Bel.
»Si Bel fuera un Gran Mago Teleportador, no habría servido de nada cerrar todas las puertas y devorar las que se creaban después.
»Así que la antigua cita me enseñó cómo luchar contra el Ladrón de Puertas, pero no me ha enseñado nada sobre cómo luchar contra un mago mental.
»Y no es un mago mental cualquiera, es Bel».
«Mago Bel, mago Bel, mago Bel», repetían las voces.
«¿Quién puede enseñarme algo sobre el mago Bel?», se preguntó Danny.
«Nadie en el mundo contemporáneo», se respondió Danny. «Durante los últimos quince siglos, todos los magos teleportadores y magos mentales han sido asesinados. ¿Quién va a poder enseñarme algo?
»Loki».
«Sí, sí, sí».
«Pero no me ha dicho nada. Si es él quien me tiene que enseñar, ¿por qué no lo hace?».
«No lo hará. No lo hará».
«¿Cómo aprenderé? ¿Quién posee los conocimientos?».
Silencio.
«Vosotras sabéis cómo», dijo Danny a las puertas. «Vosotras lo sabéis. Loki no me lo dirá, pero vosotras tenéis sus conocimientos y ahora estáis a mi servicio. Me pertenecéis. Os ordeno que rompáis vuestro silencio; ya no le debéis obediencia a Loki. Vosotras vais a enseñarme lo que necesito saber».
Silencio.
«Enseñadme».
Llegó al final del puente y la vibración del asfalto bajo sus pies cesó. El suelo firme le pareció monótono.
Se detuvo y aguardó a que el tránsito de vehículos cesara para cruzar la peligrosa ruta 11. Quería llegar a McCorkle Drive, la calle era más segura para correr que la ruta 11.
«No vais a enseñarme», les dijo Danny a las voces.
Silencio.
«Pero queréis hacerlo».
Silencio.
Danny reflexionó sobre cómo había corrido de forma automática, cada paso controlado por una parte de él que había tomado el mando mientras hablaba con las voces. Y entonces, advirtió que habían sido las voces las que acababan de aportar ese pensamiento. Habían hecho surgir un recuerdo sobre algo en lo que no estaba pensando.
Pero el recuerdo no pertenecía a las voces, pertenecía a Danny. Ellas no tenían recuerdos, sólo podían empujar a Danny para que recordara lo que ya sabía.
¿Era ésa la clave?
En ese caso, era un callejón sin salida. Danny no podía recordar aquello que no sabía.
«Recuerda».
«¿Qué tengo que recordar? ¡No hay nada que recordar!».
«Recuerda… Nosotros. Re…»
No conseguía entenderlo. No era capaz de traducir el mensaje de las voces a palabras que pudiera comprender.
«Sí que lo recuerdas. Recuerda».
«Pero no podéis decirme qué tengo que recordar», se quejó Danny.
«Casi. Caliente. Caliente».
Pensó de nuevo en su carrera hasta allí. Podía recordar los coches con los que se había encontrado. Vehículos que no había advertido de forma consciente y que no había recordado hasta que se concentró en hacerlo. Y la evocación había aflorado.
«Vosotras poseéis recuerdos», le dijo a las voces, «pero no sabéis cómo recuperarlos. Algo tiene que despertar vuestra memoria. Tenéis que restaurar la forma de recordar».
La reacción de las voces fue de un intenso alivio que compartieron con Danny. Había acertado.
Miró a su alrededor. Se encontraba en un extremo de la autopista 60, justo enfrente de la carretera que llegaba al McDonald’s y a la gasolinera Citgo. No podía creerlo, no había estado corriendo tanto tiempo.
Pero era cierto. Hizo memoria y recordó cada curva de McCorkle Drive, cada pendiente y cada descenso. Pudo recordar lo que había estado pensando en cada tramo de la carrera. La distancia no guardaba relación con todo lo que había pensado.
Y recordó, también, que otros pensamientos le habían distraído con frecuencia. Se había recreado pensando en Pat y cómo sería acostarse con ella. También Xena ocupó su mente y se había dado cuenta de lo peligroso que sería dejarse llevar por el evidente magnetismo sexual de la chica. Y Nicki Lieder estuvo presente en sus pensamientos; se había preguntado a qué jugaba la chica y cómo había adivinado que él había hecho algo para curarla.
Y, sin embargo, junto a esos recuerdos, también había sido capaz de encadenar una serie de reflexiones sobre Bel y Loki. Sobre cómo las puertas habían suscitado pensamientos en su mente, preguntándose si ellas podían albergar recuerdos y…
«Era una demostración. Las puertas me estaban mostrando que eran capaces de mantener el curso de un razonamiento, aunque yo me distrajera pensando en chicas o mi cabreo con el entrenador Lieder. Era justo lo que pensaba cuando crucé la ruta 11: lo capullo que es Lieder por intentar que se la jugara a Ricken. Pensé en un montón de cosas, sin concentrarme en una sola.
»Pero algo me hacía volver una y otra vez a mi reflexión sobre Bel.
»Mis puertas no sólo cuidan de mí cuando estoy corriendo y tengo la mente ocupada. Hacen lo mismo con mis pensamientos. No cuentan con palabras para hablar, no pueden hablarme sobre sus recuerdos, pero pueden empujarme a pensar y recobrarlos…
»No obstante, sigue existiendo un obstáculo: no tengo los recuerdos de Loki, así que no sé cómo voy a recuperar algo que no tengo».
Silencio.
«Pero vosotras no me empujáis a que recupere mis recuerdos», dijo Danny, advirtiendo algo que no había captado hasta entonces. «Soy yo quien os pide que recordéis cosas, como los detalles de mi carrera hasta aquí, y vosotras me habéis transmitido esas evocaciones. Y eso es lo que queréis que haga, que os empuje a transmitirme la memoria de Loki».
«Sí, sí».
¿Cómo?
Y de súbito, lo dominó una profunda torpeza mental. Se sintió confuso. Se quedó allí de pie, con la mirada perdida en la carretera; sin ver nada, sin pensar en nada. Un estupor paralizante.
Un coche patrulla se detuvo a su altura. La ventanilla del conductor descendió. Danny fue hacia el vehículo y se agachó para mirar al interior.
—¿Vas a cruzar o qué?
Danny advirtió que el «¿qué?» se refería a la sospecha de que pretendía arrojarse bajo las ruedas de un camión.
—Intentaba decidir si me iba al McDonald’s o me volvía corriendo a Buena Vista.
—¿Vas a correr hasta Buena Vista?
Danny señaló su indumentaria deportiva.
—Vengo del encuentro de atletismo de Rockbridge.
—El equipo tiene autobús.
—Me he cabreado con el entrenador Lieder, —dijo Danny.
El policía sonrió.
—Vale, comprendo. Sólo quiero que tengas cuidado si decides cruzar. Me dio la impresión de que ibas a cruzar y, de pronto, te has quedado parado. Inmóvil. Como cuando detienes una película en el DVD.
—No me he dado cuenta —respondió Danny—. Estaba manteniendo una discusión imaginaria con Lidtler.
—Más vale que recuerdes que nadie gana una discusión con su entrenador —se rio el policía.
Se despidió con la mano antes de marcharse mientras subía la ventanilla.
Un tipo agradable.
Danny se volvió hacia el sur. «Permanece en el lado izquierdo», se dijo. «No cruces la calle».
No corrió, se limitó a trotar. Correteaba, en realidad.
«¿Qué ha pasado?» preguntó a las voces. «¿Por qué me he sentido tan extraño?».
Había estado preguntando a las voces cómo las podía estimular para que le contaran cosas que sólo Loki podía recordar.
Y de pronto, lo vio claro. Habían respondido. Y la respuesta le había aislado de la realidad. O habían desconectado las puertas de Danny o nublado su mente de una manera que no comprendía. Habían hecho algo que paralizó su cuerpo y se negó a seguir sus órdenes, al contrario de lo que habían hecho cuando seguían las instrucciones de Loki mientras éste dormía en el árbol. Igual que su cuerpo había seguido corriendo hasta ese preciso instante.
Repasó cómo había podido recobrar sus pensamientos durante la carrera a lo largo de McCorkle Drive. Había recreado el trayecto a nivel mental: el ascenso por una pendiente, un cambio de sentido, pasar frente a la entrada de un garaje, bajar por una pendiente, observar el carril de incorporación a la autopista, leer el cartel de McDonald’s…
Recordaba todos los pasos que había dado.
No podía recordar los caminos que había seguido Loki en el pasado.
Pero podía localizarlos.
«¿Sabéis dónde aprendió Loki cuál es la naturaleza del mago Bel?».
Un leve asentimiento a modo de respuesta.
«No podéis decirme dónde».
«Sí, sí, sí».
«¿Podéis llevarme hasta allí?».
De nuevo, un leve asentimiento.
Danny trotó a lo largo del acceso a un aparcamiento, dejó atrás una finca de viviendas, fue hasta el aparcamiento, se ocultó tras unos arbustos al lado de un árbol y creó una puerta.
No tenía ni idea del destino al que le conduciría. Esa decisión la dejó en manos de las puertas de Loki.
«No me digáis adónde tengo que ir, sé que no lo sabéis. Sólo llevadme hasta allí. Por fin he averiguado cómo funciona vuestra memoria: no es fotográfica, ni oral; es cinética. Una vez recordáis el proceso de lo que hicisteis, recuperáis el resto de la información».
«Sí, sí, sí».
Tenía la puerta ante él; dio un paso hacia adelante.
Se encontró en un paraje desértico; era de noche y hacía frío. Pero gracias a la luna y a un cielo despejado, podía ver su entorno a la perfección.
Se preguntó si sería el desierto de Mojave o el valle de la Muerte.
Entonces recordó que América no había sido descubierta cuando Loki vivía en Midgard.
Y el desierto donde se encontraba era demasiado árido.
«Y, a ver, en el desierto de Mojave es tres horas más temprano que en Virginia, así que sería de día. Aquí es de noche».
Estaba en el lado nocturno de la Tierra.
Observó la posición de la luna. Las estrellas. No era un experto en el tema, pero podía calcular su posición si se lo proponía.
Y no sólo eso, también conocía el emplazamiento de todas sus puertas. Se encontraba en un punto situado al sur, en la misma latitud que las puertas de la casa de Vivi en Nápoles. En conclusión, si se desplazaba hacia el este y teniendo en cuenta la hora del día…
Estaba en algún punto del Sáhara.
Recordó la puerta que había creado en clase de educación física, la que había transportado a él y a todos sus compañeros a dos kilómetros de altura por encima del instituto. Quizá pudiera hacer lo mismo y, desde el cielo, adivinar el motivo por el que las puertas le habían llevado hasta allí.
Pero en lugar de crear una puerta, decidió subir a una duna que estaba al este. Cuando alcanzó la cima, distinguió un río que discurría por un profundo valle. Y luces más allá de la margen. Una ciudad y, al fijarse, vio que la población también se extendía al lado del río más cercano a él.
El curso del río iba de norte a sur. Él estaba en la margen occidental. Río arriba, a su derecha, había un lago. Y una presa enorme.
De pronto supo dónde estaba. Egipto. Cerca del Nilo, río abajo con respecto a la presa de Aswan. Enfrente de la isla de Kitchener. Con miles de personas circulando por todas partes. Y él era un turista sin papeles ni pasaporte y que no conocía una palabra de árabe.
Pero cuando Loki llegó a esa tierra, si es que lo hizo, nadie hablaba árabe. Ésa era la lengua de las tribus bárbaras más allá del mar Rojo. La lengua de la gente que habitaba entonces esas tierra era el copto, el griego culto. Y la religión era la cristiana.
«Y ahora ¿qué?», preguntó a las voces. Y luego habló en voz alta:
—¿Aún no recordáis nada? —Le reconfortó oír el sonido de su voz.
Y, sin embargo, sabía que su pregunta no obtendría respuesta. Tenía que transitar por el recuerdo. Tenía que ir en persona a los lugares adonde había ido Loki y permitir que los recuerdos surgieran. No sus recuerdos, sino los de Loki. Debía convertirse en Loki, interpretar ese papel y, entonces, podría recordar lo que había visto y oído Loki, al igual que había recordado cada paso de su carrera a lo largo de McCorkle Drive y todo lo que había pensado durante ella.
Era una especie de viaje en el tiempo.
«Esto no va a funcionar».
Sintió el impulso de crear una puerta y, asumiendo que eran las voces quienes lo sugerían, la creó y pasó por ella.
Apareció en el cauce seco de un antiguo arroyo. La arena había corrido por allí en lugar del agua, cubriéndolo todo. La había arrastrado el viento, no la lluvia. Y por eso se había acumulado como la nieve en lugar de esparcirse.
Caminó por donde intuyó que tenía que hacerlo, intentaba dejarse llevar por el recuerdo y se perdió.
Porque algo fallaba, algo estaba mal.
Tenía que ir a un lugar que ya no existía.
Mas sí que existía. Estaba enterrado bajo la arena.
Necesitaba una pala.
Se teleportó de vuelta a Lexington, donde aún era por la tarde, aunque ya comenzaba a oscurecer. Apareció detrás del Lowe’s, al otro lado del Walmart. Entró para comprar una pala y un pico. Entonces lo pensó mejor y volvió para comprar dos palas más.
Un par de minutos más tarde, interrumpió la partida que jugaban Hal y Wheeler con la Xbox en casa del último.
—¿No podías esperar un poco? —preguntó Wheeler.
—Tenemos que hacerlo de noche —respondió Danny.
—Aún faltan un par de horas para que oscurezca —dijo Hal.
—De noche en Egipto —puntualizó Danny.
Eran chicos listos, lo captaron enseguida.
Pero no les gustó.
—Ni siquiera me gusta cavar en la playa —comentó Hal, observando con reticencia el cauce cubierto de arena.
Danny comenzó a cavar.
—Ayudadme si queréis. Si preferís ir a casa, la puerta está ahí mismo.
Danny no se volvió hacia ellos, se limitó a seguir cavando.
No tardaron en unirse a él.
Si fueran arqueólogos, habrían actuado con cuidado, sin apresurarse. Pero no eran arqueólogos y lo más probable es que tampoco fuera un sitio que tuviera interés histórico. Porque conforme cavaban, Danny comenzó a recordar. No eran recuerdos suyos, claro. Pero sabía, aunque ignoraba cómo lo había averiguado, quién había vivido allí. Un monje. Un asceta cristiano. No de los que tenían discípulos, al contrario, era de los que evitaba tenerlos. Pero Loki había acudido a él.
Era una cueva. Mejor dicho, una simple oquedad en la pared rocosa. Desde luego no necesitaba refugiarse de la lluvia en el Sáhara. La cueva estaba orientada la sur, así que tampoco le preocupaba protegerse del sol.
De lo que quería protegerse era de la gente, ocultarse de aquellos que fueran a buscarle. No quería que nadie lo encontrara.
¿Acaso buscaba la muerte?
El suicidio es pecado. Y el monje era un hombre santo. No buscaba la muerte. Tenía un amigo que le llevaba agua. Y sí que se protegía del sol; protegía su rostro y su cabeza, sin un solo pelo, colocándose bajo un pequeño saliente de la roca.
«Yo venía hasta aquí (Loki fue el que vino), traía agua y me sentaba. Día tras día. Sin proferir una sola palabra». Danny recordaba bien el silencio.
Tras unos cuantos días, un domingo, el ermitaño le habló en griego:
—Márchate.
Danny recordó que se había teleportado. Delante del hombre. Permitiendo que viera que era un mago teleportador.
Había sido Loki el que lo había hecho. Lo que Loki quería de este hombre dependía de que supiera lo que Loki era, de lo que podía hacer.
—Has dejado de cavar —dijo Hal—. ¿Hemos acabado?
Danny salió de su ensimismamiento. Abandonó el recuerdo. Había resultado muy vívido. A pesar de que era de noche en ese momento y pleno día cuando el ermitaño le ordenó a Loki que se marchara.
Iba a salir bien.
—Sí, hemos acabado de cavar.
—Genial —dijo Wheeler—. Ahora sólo tengo que explicarle a mi madre por qué estoy sudando y lleno de arena.
—Dúchate y ya está —le dijo Danny—. Puedo teleportarte a tu cuarto de baño, si quieres.
—Seguro que hay alguien dentro —dijo Wheeler—. Siempre hay alguien, de día y de noche.
—Ven a mi casa —sugirió Hal—. Puedes ducharte allí.
—¿Y qué pasa con la ropa? —preguntó Wheeler—. Dudo que tu ropa me sirva.
Danny se teleportó con ellos al dormitorio de Wheeler.
—Coge ropa limpia —le indicó.
—Estupendo —dijo Wheeler.
—No comprendo cómo puedes sudar tanto —dijo Hal—. Tampoco te has matado a trabajar.
—Me duele el culo de tanto cavar —se quejó Wheeler.
Hal se lo quedó mirando.
—No estoy acostumbrado —se disculpó Wheeler—. En cuanto hago un esfuerzo, me duele todo.
—Yo me vuelvo —dijo Danny—. Gracias. Me habéis ahorrado un par de horas de trabajar a solas.
—Ya. Y gracias por la visita a los monumentos —ironizó Hal.
—Iremos en otra ocasión —prometió Danny—. Cuando sea de día.
—Ni hablar —negó Hal—. No es más que desierto. Ya veré fotos en Google Earth. Paso de volver.
Danny se teleportó de vuelta a Egipto y se sentó delante de la cueva del ermitaño; permitió que los recuerdos de Loki fluyeran a través de las puertas que le habían pertenecido.