11

REUNIONES

Danny apenas había dormido unas horas, pero su reloj interno le despertó a tiempo; tenía que acudir a casa del entrenador Lieder para un entrenamiento especial. Le gustaba que el entrenador le cronometara, aunque lo que de verdad le hacía disfrutar era presumir de lo rápido que era por el simple hecho de serlo. La competición, el objetivo de Lieder, no le interesaba.

Danny era lo bastante humano para desear la admiración de los demás, y un aspecto positivo de Lieder era que respetaba y sabía motivar a los atletas que se esforzaban. Era una faceta del entrenador que no habría conocido si hubiera limitado sus relaciones sociales a los empollones y los raritos de la clase. No había abandonado a sus amigos, pero se alegraba de formar parte del equipo de atletismo del Parry McCluer. Aún faltaba tiempo para la competición y Danny sabía que para entonces podría haber muerto.

Le gustaba llegar a casa de Lieder antes del amanecer, prefería correr en la oscuridad. Cuando se reunía con el entrenador, se entrenaba recorriendo las distancias preparadas por Lieder mientras éste lo cronometraba.

Ahora que todos sus amigos formaban parte de sus planes para la Gran Puerta, su única conexión con la vida del instituto era el atletismo. Se había matriculado en el Parry McCluer con la intención de dejar atrás la magia y llevar una vida normal; sin embargo, la magia le había seguido y correr era el único vínculo que tenía con una vida como la de cualquier persona.

Esta mañana, el entrenador Lieder no estaba solo. Su hija, Nicki, lo acompañaba. La chica tenía aspecto somnoliento, pero ya no parecía consumida por la enfermedad como la última vez. Su paso por la puerta había eliminado el mal que la estaba matando. Lieder lo ignoraba, pero Danny le había compensado de sobra por las sesiones privadas de entrenamiento. Sin embargo, a Danny no le había costado nada curar a Nicki. Había sido el regalo de un dios. «¿Necesitas que te cure de tus males? Faltaría más; concedido».

Pero que a Danny no le hubiera supuesto esfuerzo alguno no cambiaba el hecho de que había salvado la vida de la hija de Lieder. Y el entrenador era otro. Un hombre capaz de motivarle en sus entrenamientos más de lo que había esperado Danny. A fin de cuentas, su sempiterna cólera y amargura ya no tenían razón de ser.

—¿Te importa si Nicki se queda a verte? —preguntó Lieder—. Ya estaba levantada, así que…

¿Creía que iba a tragarse esa mentira? Danny sabía que Nicki le había pedido que la despertara a propósito. Y Lieder había querido complacer a su hija. O pensaba que Danny se esforzaría más con la chica observando. O quería que surgiera algo entre su hija y Danny; aunque a él no se le ocurrió ninguna razón para que el entrenador deseara algo así.

La iniciativa tenía que haber sido de Nicki. A la chica le gustaba Danny. Y Lieder, que la había visto al borde de la muerte, sólo querría satisfacer los deseos de su hija.

«¿Nicki, te has enamorado de Danny? Adelante, hija. No hay problema, voy a estar aquí controlando todo lo que hacéis».

Danny notó que la chica no le perdía de vista. Lieder le hizo correr distancias cortas, siempre cerca de la casa para que Nicki no perdiera detalle. Y si la idea era que Danny se esforzaría al máximo para impresionar a la muchacha, el entrenador había acertado. Consiguió batir algunas de sus mejores marcas, a pesar de haber ido corriendo hasta allí desde su casa y las escasas horas que había dormido la noche anterior.

«Anoche estuve a punto de declararle amor enterno a Pat y esta mañana estoy intentando impresionar a Nicki. Soy el típico adolescente. Lo que quiere decir que soy un capullo integral.

»Bueno, correr delante de una chica no es lo mismo que besarla. Más vale que no lo olvide».

A pesar del frío aire de la mañana otoñal, Danny sudaba con intensidad. Lo había dado todo y sabía que el sudor era atractivo cuando era producto del esfuerzo hecho por un tío con una constitución atlética. No era el mismo sudor perenne de los estudiantes obesos o los empollones. Danny había leído mucho sobre el tema en novelas románticas juveniles, cuando se preparaba para integrarse en la rutina estudiantil del instituto.

—Hola —saludó a Nicki cuando Lieder le indicó que se acercara al porche.

Ella le saludó con la mano y sonrió con timidez. Lieder ignoró el intercambio de saludos y comentó los tiempos con Danny.

—¿Has venido corriendo hasta aquí?

—Sí, señor —respondió Danny.

—La idea es que seas capaz de esprintar así al final de una carrera de fondo. Durante la carrera tienes que ir controlando sin necesidad de tomar la cabeza.

—Ya sabe que ganar o perder me da igual.

—Pero el equipo necesita tus victorias. Cada vez que ganes, sumarás puntos. No sólo para ti, sobre todo para el equipo. Si eres capaz de controlar durante la carrera, podrás esprintar como has hecho hoy.

—¿Y por qué no me hace correr distancias cortas? —preguntó Danny.

—Ya tengo velocistas. No son tan rápidos como tú, pero consiguen victorias. Necesito que corras fondo. Eres una baza a la que puedo recurrir una o dos veces en cada competición, no voy a malgastarte en la velocidad.

—Quiere que sea su as en la manga, ¿verdad?

—Quiero que seas mi póquer en la manga, chico listo —enfatizó Lieder.

—Pero no te asustes, Danny —intervino Nicki—. Te dirá que quiere un póquer, pero se conformará con un full.

Lieder enrojeció ante el comentario; si lo hubiera hecho otro, se habría enfadado. Pero era su hija y el rubor desapareció con rapidez.

—Cree que conoce a su viejo —dijo, con una sonrisa—. Pero quiero ese póquer, Danny, y que aspires a la escalera de color.

—Mejor voy a casa a ducharme —dijo Danny.

—Oh —dijo Nicki, decepcionada.

Al darse cuenta de que Danny la observaba, se dio la vuelta, avergonzada.

—Nicki vuelve a clase hoy. Le gustaría que vinieras con nosotros.

—No puedo ir así —dijo Danny, señalando su ropa sudada.

—Puedes ducharte aquí —dijo Nicki y se tapó la boca nada más decirlo.

—¿Y ponerme la misma ropa? —rió Danny.

—A ver —intervino Lieder—. Nicki tiene razón, estás agotado con tanta carrera. Si ahora vas corriendo a casa para ducharte, vas a llegar tarde a clase.

Era cierto. Se había hecho tarde.

—Dúchate y ponte algo mío. Te quedará enorme, eres un flacucho, pero servirá. Te llevamos a tu casa en cuanto estés listo y corres a cambiarte. Te esperaremos.

Danny lo meditó unos instantes. Era una oferta generosa, pero ¿podía permitirse aparecer en el instituto en el coche de Lieder?

—¿Por qué no me acerca a casa y me ducho allí? Llegaría con tiempo de sobra a clase.

—No voy a dejar que te metas todo sudado en mi coche —rió Lieder.

A Danny le extrañó tanta insistencia en que se duchara en su casa. Acabó por encogerse hombros y fue hacia el interior.

—Tendré que darme aire —dijo.

Nicki se adelantó para enseñarle dónde estaba el único cuarto de baño de la casa. Era viejo, como el resto de la casa, pero la bañera era moderna y contaba con una mampara de cristal en lugar de cortinas.

Abrió el agua, mientras Nicki cerraba la puerta. Se quitó las zapatillas y la ropa en cuanto ella se marchó y cuando se metió en la ducha ya había vapor en el ambiente. Oyó que la puerta se abría de nuevo cuando se enjabonaba el pelo.

—No miro, no miro —dijo Nicki.

Danny era el que no podía mirar, tenía los ojos llenos de jabón, así que tuvo que creerla.

Al salir, encontró una toalla limpia y un par de pantalones acompañados de una camisa que ningún adolescente que valorara su imagen se pondría. No había ropa interior y su ropa había desaparecido.

Nicki la iba a lavar. Quería demostrarle su valía como ama de casa.

No, no era eso. Sólo quería ser amable. No podía juzgarla como a Xena, que deseaba tenerle. Xena lo quería porque era un dios nórdico, Nicki no conocía ese detalle.

Tenía que sujetarse los pantalones con una mano, para evitar que se le cayeran; con la otra, llevaba las zapatillas. Salió descalzo del baño.

—Me han robado la ropa —declaró—. Pero tendré que buscar al ladrón más tarde, cuando tenga unos pantalones con los que pueda correr.

—Creía que esa ropa no le podía sentar peor a nadie que a mí —rió Lieder.

—No le sienta tan mal —dijo Nicki. Y se ruborizó. Luego se rió.

—¿Puedo ir hasta el coche descalzo? ¿Hay gravilla o clavos por el camino? —bromeó. Había visto gravilla en sendero de la entrada, pero el garaje estaba detrás de la casa.

—Está asfaltado —dijo Lieder—. Sal por la puerta de atrás.

Danny siguió a Nicki hacia la puerta y la sujetó con el hombro porque tenía las manos ocupadas. De pronto, Nicki recordó que él venía detrás y se volvió para ayudarle, su mano impactó en el pecho de él.

—¡Ay! —exclamó ella—. Tu pecho está duro.

—Disculpa, se metió en medio —sonrió Danny—. Como dijo tu padre, soy todo huesos.

Fueron hacia el coche y, aunque el camino estaba asfaltado, había grava suelta, por lo que Danny tuvo que vigilar dónde pisaba. Entró al coche por la puerta trasera y Nicki corrió a la delantera. Lieder dio marcha atrás hasta la carretera.

Entonces, Danny cayó en la cuenta de que no sabían dónde vivía. Nadie lo sabía, excepto sus amigos. A no ser que hubieran consultado su expediente escolar. Algo que Lieder debía haber hecho, porque condujo directo a casa de Danny sin preguntarle.

Danny pensó que lo más seguro era que Lieder le hubiera visto volver a casa desde el instituto. No era razonable pensar que hubiera planeado todo hasta el punto de consultar su expediente.

—Gracias —dijo Danny—. Le devolveré la ropa en el instituto.

Pero no se marcharon. Bajaron del coche y le siguieron hasta la puerta, algo que molestó a Danny. No les había invitado a entrar. Es más, había dejado bien claro que no iba a hacerlo.

Al entrar, recogió la ropa que había tirada por la salita y se metió en su dormitorio para cambiarse.

Cuando salió, Nicki estaba fregando los platos que se apilaban en el fregadero.

—Si los pones en remojo, son más fáciles de fregar después.

—No me importa frotar —dijo Danny.

Danny miró a su alrededor, no vio a Lieder.

—Papá ha vuelto al coche, dice que con tanto desorden no hay donde sentarse.

—Ya. La verdad es que no esperaba visitas. —Tenía ese aspecto anoche, cuando Pat se presentó; otra visita inesperada—. Vámonos.

Pero ella no le hizo caso. Fue hacia él y colocó sus manos en la cintura de él. Lo hizo con timidez. ¿Cómo alguien tan tímido se atrevía a hacer algo así? Pero era timidez lo que expresaba su lenguaje corporal, aunque sus manos no se apartaron de la cintura de Danny. El tacto de ella era reconfortante, perfecto. Nicki miró a Danny a los ojos.

—Danny North, no sé cómo lo hiciste y no me he atrevido a contárselo a papá, él cree que ha sido un milagro, pero sé que fuiste tú. Me has curado. No tengo ni idea de cómo fue, pero comencé a sentirme mejor desde el día que te conocí. Cada hora, cada día que pasa, me encuentro mejor y más fuerte. Y sé que fuiste tú. Le pedí a papá que me llevara al médico y me dijeron que había desaparecido. El cáncer. Que no quedaba ni rastro. Nunca había visto una cosa igual en toda su carrera. Hasta me preguntó si había ido a ver a un curandero.

—¿Habías ido?

—No. El curandero vino a mí. No te pido una explicación. No quiero saber cómo lo hiciste. Pero sé que fuiste tú y quiero darte las gracias.

Cuando acabó de hablar, se puso de puntillas y besó a Danny. En la boca. No habían pasado doce horas desde que se besó con Pat y ya estaban besándole otra vez. Pero esta chica no sabía que era un mago. Aunque sí sabía que tenía alguna clase de poder, así que era lo mismo. Al parecer, en cuanto una chica se enteraba de que tenías poderes mágicos, le faltaba tiempo para juntar sus labios con los tuyos.

«¿Te estás quejando, idiota? ¿No te gusta?».

«Sí», se admitió a sí mismo. «Claro que me gusta».

Ella seguía besándole. Había pasado los brazos alrededor de su cintura y se apretaba contra él y…

Un claxon de coche les interrumpió. En una casa tan pequeña y próxima a la calle, sonó como si el vehículo estuviera dentro de la salita con ellos.

—Gracias —repitió ella.

Danny no supo si se refería a lo de su enfermedad o al beso en sí. Si era al beso, estuvo tentado de responderle como los tenderos a sus clientes: «Gracias a ti».

No dijo nada y la siguió hasta el coche.

¿De verdad era tímida? No fue la timidez lo que hizo que abandonara su asiento al lado de su padre y fuera detrás, con Danny.

—No está bien que vaya sentado solo —le dijo a su padre, por toda explicación.

—Pero que yo vaya solo sí te parece bien —bromeó el entrenador.

¿Acabo de hacerme novio de la hija de Lieder? Estoy atrapado en la trama de una novela romántica juvenil. Una novela para chicas, con lo que mi única preocupación serán los romances y no que alguien intente matarme.

«Con Xena y Pat ya tenía montado el triángulo. ¿Y ahora qué? ¿Con Nicki completo el cuadrado? No, aquí hablamos de algo más contundente, somos un tetraedro».

Sin embargo, cuando llegaron al instituto, ocurrió algo muy extraño: Nicki no intentó seguirle, se quedó al lado de su padre. Se limitó a decirle adiós con la mano.

—Tenemos que arreglar su papeleo —explicó Lieder.

Cuando Nicki apareció a mitad de su primera clase, Danny se preguntó si habría organizado su horario para coincidir con él. Pero la chica no hizo ningún gesto que delatara que ya se conocían.

—Vaya preciosidad —susurró uno de los chicos. Y al oír el comentario, Danny fue consciente de que Nicki era muy atractiva. Nunca pensó que fuera fea, pero de pronto la veía atractiva, no sólo agradable. Su figura era la de una estudiante de instituto, pero sus pechos eran evidentes, aunque, a diferencia de Laurette, no exhibía escote.

«¿Cómo es posible que no me diera cuenta? Cuando me besaba y se apretaba contra mí, no sentí ese pecho perfecto».

Nicki se volvió hacia el chico que la había piropeado y le dedicó una de sus sonrisas tímidas. ¡Vaya! Conocía esa sonrisa. Era una que empleaba a convenciencia. Una sonrisa que decía: «soy tímida, muy tímida» y que debía haber ensayado durante horas delante de un espejo.

«¿Ha estado jugando conmigo?».

El resto de la jornada no jugó con él en absoluto. A no ser que ignorarle formara parte del juego. Danny no se la quitó de la cabeza en todo el día. Por la mañana, vestida con un camisón y una bata, había estado en el porche observándolo mientras corría. Más tarde, había entrado en el baño mientras él se duchaba, para coger su ropa y lavarla. Y en su casa, había fregado los platos y culminado su visita con un beso apasionado y un abrazo apretado. ¿Y ahora pasaba de él en clase?

Vale, dos pueden jugar al mismo juego.

Sólo tardó un momento en darse cuenta de que no era cierto. Las chicas pueden jugar con los chicos, pero los chicos son incapaces.

«Yo, al menos, no puedo. La miro a ella y ella me ignora. Es como si me hubiera teleportado y la estuviera espiando por una mirilla; entonces no me miraría porque sería invisible. ¿Por qué le doy tantas vueltas? Porque no puedo dejar de mirarla. Está jugando conmigo y funciona. Bailo al son de su música».

Se propuso el objetivo de ir a comer con sus amigos, pero eso le hizo sentirse peor. Todos actuaban con normalidad —el acoso de Xena ya entraba dentro de lo normal— excepto Pat, que también había decidido jugar al mismo juego que Nicki: «si yo no te miro, tú no existes».

En este caso era diferente, Pat y él eran amigos, y la idea de besarse había sido más iniciativa suya que de ella.

¿O no? Todas las chicas tenían algo de magas mentales. Conseguían someter a los chicos y hacer con ellos lo que les apetecía.

Por primera vez en su vida, Danny envidió a los gais, que no tenían que vérselas con chicas incomprensibles. Pero nada más pensarlo, tuvo que reconocer que no era cierto, que en realidad todo el asunto era de lo más excitante. Complicado, también, e incluso peligroso. Y no olvidaba que cuando decidió matricularse en el instituto lo hizo para conocer chicas.

Esa tarde, antes de la clase de educación física, le trajeron un mensaje del director. «Ven ahora mismo», decía el escrito.

—¿Qué has hecho a nuestras espaldas? —preguntó Wheeler.

—Nada —respondió Danny—. Ya estoy en el equipo de Lieder. ¿Qué querrá el director ahora?

—¿Te acompaño? —se ofreció Hal.

—¿Buscas un pretexto para no ir a clase de gimnasia? —preguntó Danny.

—Yo siempre.

—No te preocupes. Lieder está de buen humor. Su hija ha recuperado la salud y ha vuelto a clase.

—No sabía que tuviera una hija —dijo Hal.

—Tampoco yo, y menos que estuviera enferma —comentó Wheeler.

—¿Alguien se acostó con Lieder? —dijo Hal, fingiendo asombro.

—Tiene un buen empleo —dijo Danny—. Hay mujeres que buscan hombres con trabajo.

—¿En serio? —preguntó Wheeler—. Es la primera vez que me ofrecen una razón de peso para terminar los estudios. Conseguiré un empleo para que las mujeres quieran estar conmigo.

—De eso nada, tío —dijo Hal—. A ti te tocará nadar contracorriente y desovar.

Danny los dejó conversando y se fue a ver al director.

Mamá y Baba estaban sentados en el despacho, frente al escritorio. En cuanto entró Danny, Baba se puso de pie.

—Danny, somos tus tíos Alf y Gerd. Sé que hace mucho que no nos vemos, pero en cuanto nos enteramos de que vivías aquí con la tía Vivi y que ella nunca está en casa, decidimos venir a verte.

—No sabíamos que su tutora estaba ausente —dijo el director.

—No lo está —dijo Danny—. Nos vemos casi a diario. Yo a estas personas no las conozco. ¿Les ha pedido algún tipo de identificación?

—Sólo queremos hablar contigo, Danny —dijo Baba con una risita.

—No sabíamos cómo contactar contigo —dijo Mamá—. Nunca contestas al teléfono.

—No tengo teléfono —dijo Danny.

—¿Ves como es complicado? —dijo Baba—. El director Massey nos ha cedido su despacho para que podamos conversar.

—No —dijo Danny, y se dispuso a abandonar el despacho.

—¡Vuelve ahora mismo aquí, jovencito! —exigió Massey.

Mamá fue detrás de él.

—Por favor —susurró—. Por favor, te lo suplico. Quédate si significo algo para ti.

—Durante la mayor parte de mi vida, has sido importante —respondió Danny, también susurrando—. Y casi acabo en la colina de Hammernip. ¿Y si le digo al director que hable con el sheriff para que investigue un poco por la zona?

—Por favor —repitió ella.

El director Massey había salido tras ellos al pasillo.

—Danny North, eso ha sido lo más grosero que te he visto hacer desde que te conozco; y viniendo ti, es todo un logro.

—No recuerdo que esta gente haya tenido un solo gesto de cariño conmigo —dijo Danny—. Me he establecido aquí y no tengo ni idea de qué quieren. ¿No hay reglas que prohíben a extraños contactar con los alumnos en el instituto?

—Pero… —el director Massey abrió las manos en un gesto de impotencia—. No pensé que fueran extraños. Y no creo que lo sean. Existe un indudable parecido entre vosotros.

Danny no supo qué decir a eso. Jamás se le ocurrió que no podría negar el parentesco que le unía a sus padres. Se parecía a Baba. Y también a Mamá. Se parecía a los dos. Si el director Massey tenía una pizca de inteligencia, se estaría preguntando cómo era posible que Danny se pareciera a su tío y a su tía a la vez, cuando con uno de ellos no debía tener vínculos sanguíneos.

—Hablaremos en al aparcamiento —dijo Danny—. Hablaremos en un sitio del que me pueda marchar cuando me apetezca.

«Ahí nadie va a cogerme por sorpresa», añadió Danny para sí.

—Me parece bien —cedió Massey.

—De hecho, saldremos al aparcamiento de la calle, al que está fuera del recinto escolar. Así no tendrá problemas, director Massey.

—Muy considerado por su parte.

Lo dejaron atrás y caminaron en silencio. Silencio parcial, porque Mamá intentaba mantener una conversación hasta que Danny le pidió que se callara y aceleró el paso. Cuando llegaron, Baba y Mamá jadeaban a causa del esfuerzo de mantener el ritmo de alguien más joven y que, además, era un atleta, y no pudieron pronunciar una sola palabra.

—Os dije cuáles eran las condiciones —dijo Danny—. Os dije que acudiría para conocer vuestra respuesta. Os dije que no me buscarais. Se acabó. No hay Gran Puerta para vosotros. De todas formas, habríais sido demasiado peligrosos. Los dos.

—La Familia no nos ha elegido a nosotros —dijo Baba, ya recuperado del esfuerzo—. Ya no soy Odín.

—¿Han vuelto a nombrar a Gyish? ¿O ha sido Zog?

—Mook —dijo Baba—. No podían seguir confiando en nosotros. Soy tu padre y saben que conspiramos para mantenerte con vida aun después de saber que eras un mago teleportador. Somos afortunados de no haber acabado en la colina de Hammernip; la Familia ha corrido un riesgo enorme por nuestra culpa.

Danny quería decirles que no se creía ni una sola palabra. Pero no era cierto, Baba le estaba diciendo la verdad. Mamá y él se habían arriesgado al no matarle en cuanto supieron que era un mago teleportador.

—Mook te dará nuestra respuesta. Nos han excluido del consejo.

—¿Y qué hacéis aquí? ¿Venís a por una invitación privada a la Gran Puerta? Todavía no la he creado y mantengo lo que dije, no haré favores a nadie.

—No tiene que ver con la Gran Puerta —dijo Baba, impaciente—. Es sobre nosotros. Venimos como padres. Queremos darte una explicación. Desde el principio, tuvimos la esperanza de que fueras un mago teleportador. No queríamos tener un bebé normal, te queríamos a ti. Un hijo embaucador, locuaz, con una extraordinaria facilidad para las lenguas y sin lealtad hacia nadie, porque así son los magos teleportadores. Queríamos que abrieras un camino a Westil, claro que sí. Antes de conocerte, nuestra intención era utilizarte. Ésa es la verdad.

—Y sigue siendo vuestra intención —dijo Danny.

—Sí, porque no hemos perdido el juicio —admitió Baba—. Existes. Todo el mundo quiere cruzar la Gran Puerta. ¿No esperarás que nosotros, de entre todos los westilianos en Midgard, sólo nos preocupemos de nuestro amado hijo, sin dedicar un pensamiento a las puertas por las que te concebimos?

—No espero nada de vosotros —dijo Danny—, y me alegro, porque «nada» es lo que he recibido siempre.

—Danny, te dimos todo lo que estuvo en nuestras manos —dijo Mamá. Se acercó a él—. Y no me refiero a que te diéramos la vida. Les pedimos a Mook y a Lummy que cuidaran de ti. Que te dieran de cenar cuando llegabas tarde a casa. Que te escucharan y respondieran a tus preguntas. Que te vigilaran para evitar que cometieras imprudencias que te pusieran en peligro. Y nos aseguramos de que Thor estuviera a cargo de la red de vigilancia por si tenías que huir que nadie te persiguiera.

—La Familia nos habría retirado la confianza para decidir si te hubiéramos mantenido a nuestro lado, —dijo Baba—. Tuvimos que elegir entre protegerte o ser unos padres cariñosos.

Danny sabía que era cierto, siempre lo había sabido.

Mamá interpretó el silencio de Danny como un paso hacia la victoria y quiso aprovecharlo. Le cogió por el brazo con suavidad, fue un gesto cariñoso.

Pero a Danny le habían tocado varias mujeres en las últimas veinticuatro horas. Estaba cansado de tanto contacto físico. El gesto de afecto de su siempre distante madre desató una oleada de emociones en su interior; no iba a consentirlo. Apartó el brazo.

—Si vuelves a tocarme, me largo —avisó Danny.

Mamá ahogó un sollozo y dio un paso hacia atrás. Se sujetaba la mano con la que había tocado a Danny como si hubiera sufrido una herida mortal.

—Nos sentíamos orgullosos de ti —dijo Baba, ignorando a su mujer—. Eras brillante. Supiste sobrevivir a tu condición de drekka cuando aún no sabías que eras un mago teleportador. Tomaste precauciones y triunfaste. Te admiramos y respetamos por ello. Dudo que yo mismo hubiera sabido controlar mis reacciones con la habilidad que tú mostraste. Y cuando fuiste consciente del poder que tenías, maduraste dando los pasos necesarios para escapar y salvar tu vida.

—Qué fácil es admirar a alguien desde lejos —dijo Danny. Pero las alabanzas de su padre le habían puesto al borde de las lágrimas.

«Los seres humanos somos simples máquinas», pensó Danny. «Aprieta el botón correcto y desatas una emoción. Igual que un robot con mando a distancia».

—Danny —dijo Mamá—. Sé que nos odias y lo comprendo.

Pero Danny no sentía odio. Estaba enfadado y dolido, pero no les odiaba. En realidad, siempre había deseado el cariño de su madre y la aprobación de su padre. Y ahí estaban ellos, ofreciéndole justo eso. Pero había pasado tanto tiempo reprimiendo sus sentimientos que no quiso ceder.

—Lo que me pedís, no lo tengo. Y si lo tengo, no es para vosotros —sentenció Danny.

—Temía que fueras a decir eso —dijo Mamá.

—Ya le advertí de lo que iba a ocurrir —añadió Baba.

Al oír a Baba, Danny temió que el encuentro no fuera más que una trampa; que al fracasar en su intento de ganarse su confianza, ahora intentarían matarle.

Se teleportó a diez metros de distancia.

Su madre rompió a llorar.

—No vamos a traicionarte —dijo Baba, con frialdad—. Tampoco podríamos, aunque fuera nuestra intención.

—Vámonos, Alf —dijo Mamá.

—De acuerdo —dijo Baba y se dirigieron a la furgoneta.

Danny los observó marcharse. Vio a una pareja de mediana edad vencida por el dolor provocado por el rechazo de su hijo, cuando ellos habían hecho todo lo que se podía hacer. No eran los líderes de una Familia de magos despiadados los que se alejaban, eran sus padres.

Danny creó una puerta que pasó por encima de Baba y Mamá. Lo hizo con suavidad, con sumo cuidado. La pareja no se desplazó un sólo milímetro. Estaba convencido de que no habían notado nada. Pero el paso de los dos se hizo más ligero y vivo. Danny no quería castigarles. Ya no. Sólo quería que dejaran de buscar su cariño. No porque no quisiera dárselo, si no porque, aunque quería creer en su sinceridad, tenían tantos motivos para mentirle que no se podía permitir el lujo de confiar en ellos.