JÓVENES VOLADORES
Es posible que cierto atardecer de un buen día de noviembre fueras una de las personas que aparcaron su coche frente a la hamburguesería Kenny’s en Buena Vista, Virginia; o quizás lo hicieras delante del restaurante italiano de Nick, o también cabe la posibilidad de que tu elección fuera Todd’s Barbecue. En cualquier caso, si antes de pasar al interior del local echaste un vistazo a tu alrededor, seguro que miraste unos segundos hacia el Instituto Parry McCluer, situado en lo alto de la colina próxima. Podría haber sucedido así, ¿no?
En ese caso, tuviste que ver cómo algo despegaba desde el propio instituto y surcaba el cielo igual que un cohete. Un cohete con el tamaño y la forma de un estudiante. Un proyectil que a lo mejor agitaba los brazos y que, con toda certeza, pataleaba en busca de tierra firme. Sí, el proyectil tenía el aspecto de un ser humano.
Un ser humano que ascendía igual que una bala hasta alcanzar una altura de unos dos kilómetros sobre Buena Vista. Y, de pronto, el proyectil humano se quedaba inmóvil en el aire, apenas un instante, aunque el tiempo suficiente para contemplar el paisaje y que tú pudieras contemplarlo a él, si es que estabas mirando.
Y entonces, emprendía el descenso. Una caída a plomo a una velocidad endiablaba; una zambullida mortal.
Te costaría creer lo que estabas viendo, pero mantuviste la vista fija en ese punto del cielo y… ¡Atención! ¡Ahí va de nuevo! ¿Es el mismo chico de antes u otro diferente? Hay demasiada distancia para saberlo con certeza. Seguro que si estabas acompañado le diste un codazo a quien estaba contigo, señalando al cielo.
—¡Mira! ¿Es una persona? ¡Parece un chico!
—¿Dónde?
—¡En el cielo! Encima del instituto, mira. No, ahí no, arriba, en el cielo. ¿Lo ves?
Y el chico emprende de nuevo su zambullida mortal hacia el instituto.
—Se ha matado —comentas—. Nadie sobrevive a una caída así.
Y en cuanto lo has dicho, ahí va de nuevo. ¡Surcando el cielo a una velocidad de vértigo!
—¡Menuda cama elástica! —comenta alguien que intenta encontrar una explicación lógica al suceso.
Si fuiste uno de los que observó el fenómeno desde el principio, contemplaste hasta treinta ascensiones y sus correspondientes descensos, antes de que el espectáculo concluyera.
«¿Crees que alguno de esos chicos ha conseguido sobrevivir? Diría que no, no hay ser humano que pueda superar una caída así sin quedar hecho trizas. ¿Subimos para comprobarlo? Yo creo que no eran chicos, es probable que fueran maniquíes, algún tipo de peleles. Imagínate ir hasta allí y preguntar si están catapultando alumnos hacia las nubes para que se estrellen contra el suelo. Pareceríamos tontos. Seguro que existe una explicación lógica. Ya verás como lo aclaran en las noticias de esta noche».
Tres espectadores lo grabaron en sus móviles; dos de ellos consiguieron filmar a los últimos cinco o seis voladores y el tercero logró grabar a quince. La calidad de las grabaciones distaba de ser óptima, pero fue eso lo que les otorgó mayor verosimilitud. Los tres enviaron los vídeos por correo electrónico a sus contactos y, al final, los tres acabaron en YouTube.
Muchos de los comentarios en YouTube afirmaron que eran un montaje. Se preguntaban por qué la gente perdía el tiempo con estupideces así, el contraste de los supuestos estudiantes voladores con el fondo de la imagen delataba el fraude. Algunos hicieron gala de su sentido del humor y comentaron que los GI Joe voladores molaban mucho, una idea divertida para pasar el rato.
No hay emisoras locales de noticias en Buena Vista. Las que cubren la región están situadas en poblaciones cercanas como Lynchburg, Roanoke y Stanton. Y les importa una mierda lo que ocurre en Buena Vista, una ciudad moribunda que jamás tuvo mucho que contar, ni siquiera en sus mejores tiempos. Y, además, las imágenes son absurdas, las figuras voladoras son tan diminutas que podrían ser cualquier cosa. Y vuelan a una altura en la que no hay puntos de referencia, ni siquiera las montañas. Sólo son puntos que se desplazan por el cielo, entre las nubes. Pájaros. Son pájaros. Toda la noticia es absurda, sentencian los que mandan en las emisoras, y el fenómeno nunca llega a los noticiarios.
Sin embargo, en el mundo hay un puñado de miles de personas que conoce la verdad sobre los chicos voladores. Esas personas también conocen el motivo de que no haya noticias sobre estudiantes muertos en el instituto de Buena Vista, a pesar de las descensos en caída libre. Sí, saben de sobra lo que ha ocurrido: ha sido un acto divino, la intervención de un dios. No, de Dios no. De un dios.
Así los llamaban en otros tiempos. Las gentes los consideraban dioses. En los lugares donde se hablaban las lenguas indoeuropeas, sus divinidades recibían los nombres de Mercurio, Thor, Vishnu, Borvo, Mitra y Pekelnik.
Nadie los considera dioses ya, pero eso no significa que no sigan entre nosotros. Son más débiles que en sus tiempos de gloria porque ya no pueden utilizar las Grandes Puertas, como en el pasado, para viajar a Westil, reponer sus poderes y luego retornar a la Tierra para seguir actuando como dioses.
Sólo existe un ser capaz de abrir una puerta entre Westil y la Tierra y transportar a alguien de un planeta al otro de forma instantánea: un mago teleportador.
Sin embargo, el último mago teleportador conocido data del año 620 de nuestra era. Fue Loki, dios nórdico. Loki destruyó todas las puertas de la Tierra y luego escapó a Westil a través de una Gran Puerta que cerró tras él.
A escasos kilómetros de distancia de Buena Vista, en el territorio de la Familia North, uno de sus miembros más jóvenes vio el vídeo en YouTube a las pocas horas de que lo colgaran en la red. Apenas transcurrieron veinte minutos antes de que los magos más poderosos de la Familia North se metieran en una furgoneta y se dirigieran al instituto. Conocían muy bien la identidad del responsable de los vuelos: Danny North; Danny, el hijo de Odín y Gerd, a quien todos creían un drekka, alguien sin talento ni poder alguno, hasta el día en el que desapareció.
Ahora acababan de averiguar que no se había marchado tan lejos como pensaban. Y también que no era un drekka, sino un mago teleportador. Uno muy poderoso. Las imágenes en YouTube lo delataban, en ellas los voladores no aparecían de repente en el cielo, que es como suelen funcionar las puertas; no, se podía observar con claridad cómo las figuras ascendían. Se desplazaban con rapidez, pero el recorrido de ascenso y descenso era visible para cualquier observador. La conclusión lógica fue que no era una puerta cualquiera la que recorrían los estudiantes voladores. Era una Gran Puerta: la fusión de varias puertas que forman una más grande y poderosa que surge imponente desde el suelo. Y aunque su altura sólo fuera de dos kilómetros escasos, era mucho más de lo que se había alcanzado en los últimos catorce siglos.
Algunos de los dioses que viajaban en la furgoneta acudían al instituto con el firme propósito de encontrar a Danny y matarlo. Porque ése era el destino de los magos teleportadores, que en el pasado sólo habían acarreado problemas a la Familia North. Por no mencionar que si las otras Familias se enteraban de la existencia de un mago teleportador entre los North y que no habían hecho nada para solucionarlo, formarían una alianza que les declararía la guerra y, en esta ocasión, la paz sólo llegaría tras el exterminio de los North.
Los North tenían que cazar y mostrar el cadáver de Danny al resto de Familias; era su única esperanza de mantener la paz.
Sin embargo, no todos los dioses North acudían con la misma idea. Los padres de Danny siempre habían sabido que su hijo era un mago teleportador, porque ése había sido el objetivo de Gerd y Alf cuando se casaron, justo antes de que nombraran a Alf cabeza de familia y tomara el nombre de Odín. El matrimonio significó la unión de los dos magos más poderosos de los últimos siglos: Gerd, la lumimaga, que controlaba la luz y la electricidad; y Alf, el tecnomago, que contaba con el extraño y novedoso talento de dominar el mecanismo de cualquier tipo de maquinaria. Todos esperaban que el fruto de ese matrimonio contara con poderes extraordinarios.
Gerd y Alf habían estudiado a fondo los árboles genealógicos de los dioses y llegaron a la conclusión de que los magos teleportadores, cuyos nacimientos eran escasos, eran el fruto de parejas con empatías dispares. Eran matrimonios entre magos con empatía hacia la roca y la luz, o el agua y el fuego; sólo los animagos no habían formado parte de esos matrimonios. Y con el propósito de engendrar un mago teleportador contrajeron matrimonio Gerd y Alf. Al principio, Danny no demostró talento alguno, ni siquiera era capaz de crear una efigie en la que proyectar su esencia, que es uno de las habilidades más simples de la magia, pero eso no desanimó a sus padres; al contrario, les infundió más esperanzas. Cabía la posibilidad de que Danny fuera un drekka, alguien sin poderes, pero también de que fuera un mago teleportador. Los teleportadores no pueden crear efigies porque su esencia está repartida entre todas las puertas potenciales que albergan en su interior y no pueden proyectarla, requisito imprescindible para crear una efigie.
Hacía un año que Danny había escapado del territorio familiar. El día en que se marchó, se encontró con la efigie de Thor, que confirmó que Danny estaba abriendo puertas y que el chico sabía muy bien que era un mago teleportador.
Los dioses que viajaban en la furgoneta se repartían en dos facciones: una quería asesinar a Danny antes de que consiguiera escapar a través de una de sus puertas y la otra quería que el chico volviera con la Familia y pusiera su poder a su servicio.
Pero cuando llegaron al instituto, ya era tarde. Danny había abierto una Gran Puerta y el Ladrón de Puertas no la había devorado, como había ocurrido durante los últimos catorce siglos.
Danny tenía amigos, los Huérfanos, que no pertenecían a ninguna de las Familias de los antiguos dioses, y algunos habían cruzado la Gran Puerta y vuelto a la Tierra. Sus poderes habían aumentado de forma prodigiosa y cuando se presentaron los North, los derrotaron sin paliativos.
Sin embargo, no murió nadie. Danny y sus amigos controlaron sus poderes y no causaron heridas graves a ninguno de los miembros de la Familia North. Gracias a eso, existían esperanzas de que se pudiera alcanzar un acuerdo y que la facción que deseaba la muerte de Danny se atuviera a razones: «¡Los tiempos han cambiado, tío Zog! ¡No podemos matar a nuestro mago teleportador, abuelo Gyish! ¡Hay que conseguir que Danny nos permita cruzar la Gran Puerta! Ya habéis visto lo poderosos que se han vuelto sus amigos. Zog, no olvides que una de esas amigas, una simple Garra, una Bovina con empatía hacia las vacas, ha sido capaz de romper tu enlace con el águila cuando les atacaste. ¡Un simple Mineral fue capaz de abrir una fosa que se tragó nuestra furgoneta! Imaginad lo que sería capaz de hacer Odín con su poder sobre el metal y las máquinas o Gerd con la electricidad. Tenemos que conseguir que crucen la Gran Puerta. Y hay más, imaginad lo que nos harán las Familias si convencen a Danny para que les permita cruzar antes que a nosotros. No, no estoy proponiendo que le matemos por ese motivo. Además, ¿cómo lo haríamos? Estará alerta; si atacamos, sólo tiene que abrir una de sus puertas y huir antes de que podamos tocarle. Recordad las viejas leyendas: los pies alados de Mercurio, las botas de siete leguas. Los magos teleportadores pueden desaparecer antes de que nadie llegue a tocarles o teleportarse a tu espalda y matarte sin que puedas defenderte. Cuando asumen el control de su poder, nada puede vencerlos. Si hieres a un mago teleportador, lo único que tiene que hacer es cruzar una de sus puertas y quedará curado. Las puertas son sanadoras. No, no hay nada que podamos hacer contra un mago teleportador. Lo necesitamos vivo y que sea nuestro aliado. Tenemos que hablar con Danny, convencerle de que debe lealtad a su Familia. Y si no sois capaces de entender esto y seguís con la idea de matarle, os llevaremos a la colina de Hammernip, donde seréis ejecutados. Por el bien de la Familia. Espero que lo comprendais; vosotros haríais lo mismo en nuestro lugar. Hay un mago teleportador en el mundo, uno que ha creado una Gran Puerta que el Ladrón de Puertas no ha podido devorar. Ese mago es nuestro Danny. Nos conoce, se crió con nosotros. Es uno de los nuestros. Eso es lo que tenemos que decirle, convencerle para que vuelva con nosotros. Pero fracasaremos si nos empeñamos en asesinarle, ¿comprendéis? ¿Vais a dejarle en paz? ¿Protegerle, si fuera necesario? ¿Seréis sus amigos? Decís que sí, claro. Pero ¿por qué habríamos de confiar en vosotros? Mejor será que os hagáis a un lado; dejad que Alf y Gerd hablen con él. O que lo haga Thor, o Mook y Lummy. Gente que se ganó la confianza de Danny en el pasado y que le cae bien. Que no os vean. Es mejor que no recuerde lo mal que os portasteis con él cuando era un crío».
La Familia North no fue la única que vio las imágenes en YouTube, aunque sí era la que vivía más cerca del instituto. La Familia Griega, por ejemplo, estaba al corriente desde hacía tiempo de que entre los North había un mago teleportador. Y los vigilaban desde entonces.
La desaparición de Hermia, su buscadora, aumentó sus sospechas. Al principio, pensaron que el teleportador de los North la había matado teleportándola al fondo del mar o al espacio exterior. Sin embargo, una efigie de los griegos la localizó tiempo después y, aparte de estar vivita y coleando, comprobó que la chica estaba usando las puertas.
Ahora que las grabaciones de YouTube confirmaban que los North contaban con un mago teleportador muy poderoso, un Gran Mago Teleportador capaz de abrir una Gran Puerta él sólo, o con la ayuda de Hermia, era el momento de que Hermia volviera con los suyos y se pusiera a su servicio. La Familia Griega, los Argyros, pensaban que, con Hermia entre ellos, existían muchas posibilidades de convencer al mago teleportador de los North para que se pusiera de su lado. Así, los magos griegos podrían viajar a Westil y de vuelta a la Tierra. Y con sus poderes restaurados, ¿quién se resisitiría su dominio? Durante los últimos catorce siglos, los mortales habían dominado la Tierra y las consecuencias habían sido desastrosas. Era hora de que los dioses volvieran a tomar el mando.