Carlos Martínez Ochoa se presentó ante mí con un traje impecable, como queriendo dejar claro que no era de los que se dedicaban a llevar en un barco una maleta con mercancía. Sin duda sabía que yo sí lo hacía, y no perdía ninguna oportunidad para intentar impresionarme. Estaba claro que no me había citado para llorar sobre el cadáver de Hamid, y que, fuera cual fuera la propuesta que me iba a hacer, tenía el suficiente interés en que yo la aceptara como para desplegar su panoplia de encantos para encandilar catetos y concederme un par de días de su precioso tiempo.
Que Hamid no se había suicidado, lo tenía tan claro como yo. El personaje resultó pertenecer a una organización rival. Básicamente, se dedicaban a lo mismo, pero intentaban hacerse fuertes en el contrabando de mano de obra ilegal. Para ello, contactaron con Hamid para ficharlo y debilitar así a los otros.
—Hamid me contó maravillas de ti —intentó engatusarme—. Me dejó tu número de teléfono horas antes de morir y condicionó su entrada a nuestro grupo a que tú lo acompañaras. Te quería de verdad, ¿sabes? No estaba dispuesto a trabajar sin ti a su lado.
Aún no sabía que pensar. Hasta unos días antes, era el traidor peor nacido que existiera sobre la tierra, un gusano al que me moría de deseos de aplastar con la suela de mi zapato. Después de muerto, prefiero reconciliarme con él y concederle el beneficio de la duda: seguramente había sido tan víctima como yo, y tendría que buscarme un traidor por otro lado. Ahora me enteraba de que se había buscado su propia muerte por vía de la codicia, de la ambición, pero que era realmente el amigo fiel que siempre creí tener.
—Le hicimos una gran oferta a Hamid. Conocíamos su capacidad, su talante, sus contactos: era el hombre que necesitamos. Nosotros somos gente preparada, no enrolamos a cualquiera, hacemos un trabajo limpio, sin chapuzas. Tu antigua familia está plagada de buscavidas, traidores, gente en la que no puedes confiar, siempre dispuesta a pegarte la puñalada por la espalda. Mira lo que pasó contigo, lo que le ocurrió a Hamid.
—Hamid los traicionó —argumenté con cierta sensación de culpa.
—Nada de eso. Les avisó de que ya no trabajaría con ellos, que el recado que le ibas a dar aquel día era el último. Jugó limpio. Prometió ser una tumba, no utilizar más contactos que los que le pertenecían, los que él había aportado.
Me pareció inconcebible tanta candidez por parte de Hamid:
—Eso significaba tirarse de cabeza en la boca del lobo. Hamid no podía ignorarlo, ser tan estúpido.
—Era honesto, un tipo con principios —me pareció que me tomaba por un cretino—, hizo lo correcto. Los otros se pusieron nerviosos. Pensaron que la operación de aquella noche iba a ser una encerrona. Se pasaron todo el día de arriba abajo, la anularon, prometieron venganza. Estaban convencidos de que tú estabas al tanto de todo. Te dieron un aperitivo, nada para lo que te esperaba después, si no llega a ser porque eres un chico inteligente.
»En este negocio, la intuición te salva la vida, la soberbia te la arrebata. Le dieron instrucciones al aduanero para que avisara a la policía de que llevabas una maleta llena, uno de los típicos chivatazos que había llegado hasta sus oídos. Ya podrías haber contado la Biblia en verso, te hubieran caído diez o doce años sin que nadie te hiciera ni puto caso.
—Parece que te han contado muchas cosas —no pude disimular cierta irritación.
—El aduanero también trabaja para nosotros. Está bien informado.
—Creí que no trabajabas con escoria.
—Con los aduaneros y los policías es diferente. Están con el juez y el asesino al mismo tiempo. Buscar una joya entre ellos es perder el tiempo, algo así como esperar a que amanezca a medianoche.
El guaperas no me hacía gracia, pero tenía que reconocer que lo que contaba se mantenía en pie.
—El objetivo era quitarse de en medio a Hamid y a ti de un mismo plumazo, informarnos de paso sobre el camino de la guerra y darnos una idea de qué tipo de armas utilizan. Sentimos mucho lo de Hamid. Estaba dispuesto a trabajar con nosotros. Le ofrecíamos mucho más dinero, mucha más seguridad. Nuestra cobertura en España no tiene fisuras. Tenemos gente en todos los puestos estratégicos. Los canales de distribución de la mercancía están blindados. Una vez que la entregamos, el comprador sería incapaz de localizarnos, si cae en manos de la policía: nadie sabe quién le está vendiendo nuestro producto. Estamos ayudando a mucha gente de tu país a salir de la miseria.
El comentario me dio arcadas. Tenía noticias sobre la vida que llevaban los desgraciados que lograban cruzar el Estrecho, condenados a elegir entre la policía y el amo.
—Hamid nos iba a ayudar a consolidar la red en Marruecos. Ahí necesitamos unas cuantas personas bien situadas. Gente segura, experimentada. No queremos chapuceros. Tus antiguos amigos controlan buena parte del negocio de los emigrantes. Nosotros hacemos también lo nuestro, pero la tarta es muy grande, y nuestra porción pequeña. Hay que equilibrar las cosas. En asuntos de drogas, somos los primeros. Trabajamos en serio, nada de maletitas. Pero en lo otro, hay que trabajar más.
Ya me veía pisando el camino que nunca quise seguir:
—¿Qué pretenden de mi?
—Que trabajes para nosotros. Que ocupes el puesto que Hamid dejó vacante. Él confiaba totalmente en ti. Además, ya llevas un par de lecciones en el cuerpo. Eso ayuda a madurar.
—Ya he aprendido suficiente con ellas. Prefiero retirarme.
Agachó la cabeza para sonreír:
—¿Crees acaso que tus amigos te van a dejar circular libremente por el mundo, después de haberte librado de la aduana? ¿De verdad no se te ha pasado por la imaginación que, aunque tengan que rastrear el planeta entero para ello, no descansarán hasta verte como Hamid? ¿O piensas que se van a conformar con que toda la información que posees te la guardes para ti solito, como si nada hubiera ocurrido? Todos los que se han rozado contigo en este negocio tienen que estar presionando a muerte para que te quiten de en medio antes de que te vayas de la lengua.
Al regresar de Tánger pensaba haberme librado de ellos. Recordé lo que Hamid me dijo: «Es aún más difícil salir de este negocio que entrar en él».
—Con nosotros, estarás protegido. Si rechazas nuestra oferta, estás muerto. Creo que no te queda otra alternativa, amigo Jalid. Si no estuviera seguro de que es así, no te hubiera contado todo lo que ahora sabes. Saber es útil y peligroso al mismo tiempo. A ti te toca elegir el bando en el que quieres seguir, pero yo, en tu lugar, no me lo pensaría dos veces.
Me sentí acorralado. Las esperanzas de cambiar de vida se perdieron por el sumidero de la normalidad. La normalidad, la patria de los inocentes, estaba definitivamente vetada para mí. Debajo de ella existe un mundo que no ven los mortales, los que se cruzan en tu camino para ir al trabajo, te despachan el pan cada mañana, te saludan al volver a casa. Había caído para siempre en las cloacas del planeta, y no me quedaba más opción que intentar sobrevivir con la cabeza por encima de sus aguas sucias, y esperar que alguien decidiera, con un simple gesto, una única palabra, empujarla hacia abajo hasta quedar sumergido de una vez por todas en la mierda.
El español pisó el acelerador. Salimos del hotel en silencio. Sabía que tenía que dejarme unos instantes de reflexión, y empezó a hablarme de él, mientras recorríamos la ciudad. Era algo así como el abogado de la empresa. Su misión consistía en representar a los socios que caían en manos de la Justicia, mover los hilos de la corrupción en los juzgados españoles, amañar sentencias, comprar documentos. Se ocupaba también de establecer contactos, valorar candidatos, cerrar acuerdos. Una especie de ejecutivo, especialista en cualquier negocio sucio. Satanás vestido de hach, diría mi padre.
Nos sentamos en una terraza, y frente a un whisky, seguimos la conversación. Sabiéndome sin escapatoria, pasó a aclarar el panorama. Objeté que estaba quemado para pasar por la frontera, después de lo de Algeciras; que, a pesar de que aquella vez me librara, no me cabía duda de que mi pasaporte estaba bien identificado en los ordenadores.
—Todo está previsto. Tendrás un pasaporte nuevo, cambiarás de nombre —argumentó.
—No pienso volver a pisar una comisaría en Tánger.
—No será necesario ir tan lejos. Tenemos amigos en el consulado marroquí. Tampoco te preocupes por el visado. Ya te dije que con nosotros estarás bien protegido. Además, no volverás a viajar por Algeciras. Se acabó el barco. A partir de ahora cogerás el avión desde Málaga.
No había puerta por la que escapar. La idea de toparme en Tánger con alguno de mis conocidos me daba pánico. Todavía sentía en mi cabeza resonar los tambores de la noche de Madani. Me pedí otro whisky, para prepararme para la siguiente fase:
—¿Qué pretenden de mi?
—Ya sabía yo que estarías encantado de trabajar con nosotros —dijo el abogado. Le gustaba tanto su propio cinismo que se imaginaba que le hacía gracia a todos, aunque con él te estuviera atravesando el corazón—. Hamid nos facilitó una lista con sus contactos, gente con la que trabajaba para la otra organización, pero sin formar parte de ella. Probablemente, Madani ni siquiera sabe sus nombres. Recibían el dinero de Hamid, y se mantenían al margen de lo demás. Nuestro amigo conocía el oficio. Seguramente, aún no saben lo de Hamid, y están a la espera de que se ponga en contacto con ellos. Lo primero que tienes que hacer es ir para allá, localizarlos antes de que los otros lo hagan y reconstruir la red para nosotros. En su mayoría son reclutadores de gente en busca de una vida mejor. Nosotros les ayudaremos a conseguirlo. Puedes hacer mucho por ellos. Otros se dedican simplemente a detectar posibles clientes, a husmear en la miseria de los barrios pobres en busca de desesperados.
—¿Cómo estoy seguro de que ellos no tienen esa lista?
—Hamid nos lo aseguró, y yo confiaba en él. ¿Tú no?
A estas alturas, preguntarme si confiaba en alguien era como compararme con Yehá. Prosiguió con su perorata. Se notaba que traía la lección aprendida.
—Al principio, tendrás que estar presente en las reuniones de los reclutadores con los clientes. Tenemos nuestro propio estilo, y se tendrán que adaptar a él. Cuestión de seguridad, de eficacia. Trabajamos con nuestros barcos, y seguirán nuestras propias normas de embarque.
—¿Y si se niegan a cambiar de bando?
—Para ellos, su bando es el de Hamid. Tú eres su heredero, te seguirán a ti. Tu misión es convencerlos. Sé cuánto cobraban con los otros. Les subiremos el porcentaje. Eso ayudará.
Ni siquiera opuse resistencia. Me dejé arrastrar hacia un negocio que me repelía. Yo mismo había conocido a unos cuantos, vecinos de la medina o amigos de la familia, que un día decidieron marchar. La mayoría malgastó lo que no tenía y el aprecio de los suyos en una aventura de la que regresaron esposados. Otros consiguieron pasar. Algunos dejaron pronto de dar noticias, tras unos meses haciendo llegar dinero a sus casas. Otros seguían mandándolo, pero no podían ni regresar ni hacer llegar a la familia: mujer, hijos, país, todo trocado para siempre por un pan con sabor a derrota. Siempre tuve claro que mi camino al paraíso nunca pasaría por una patera, odié a los negociantes de la miseria. Y ahora, sin quererlo, y sin rechazarlo, me convertía en uno de ellos, me disponía a seleccionar a los más pobres, los más desesperados, los más incautos, para cobrarles el pasaje hacia el Infierno.
—Cuando hayas puesto en marcha la maquinaria, sólo tendrás que coordinar su funcionamiento, trabajar para que todo esté siempre a punto, para que nunca falle nada. Hamid jamás cometió un error en su trabajo. Por eso lo fichamos. Tú sabes bien cómo era, sigue sus pasos y todo irá sobre ruedas. Cuando llegue ese momento, ya casi no tendrás que viajar a Marruecos. Entonces cobrarás lo que le prometimos a Hamid, mucho más de lo que ganaba con los otros. Lo suficiente para vivir el resto de tu vida como un rey después de un año de trabajo. Mientras tanto, tampoco tendrás quejas de nosotros. Lo que cobrabas por pasar tus maletitas te parecerá una miseria. Cumple con tu obligación, nosotros cumpliremos con la nuestra.
Me hicieron un contrato nuevo, uno auténtico esta vez, con una de sus empresas tapadera. Me convertí en representante de una marca de cosméticos con puntos de venta en Marruecos. Al cabo de unos días, ya era Ali Ben Yelún, con residencia definitiva en España, y uno de los pasajeros del pequeño Focker de la compañía Air Regional, vuelo 747 con destino Tánger.