Lady Serpentine, que era, después de Olympia, la mayor de las Siete Hermanas, atravesó el laberinto que había al otro lado de la calle del Descenso, con la cabeza alta y sus botas de piel blanca pisando el barro frío y húmedo. Después de todo, eso era lo máximo que se había alejado de su casa en más de cien años. Su criada de cintura de avispa, vestida de la cabeza a los pies de cuero negro, caminaba delante de ella, sujetando una gran lámpara de carruaje. Dos de las otras mujeres de Lady Serpentine, vestidas de modo parecido, caminaban detrás de ellas a una distancia respetuosa.
La cola de encaje desgarrada del vestido de Serpentine se arrastraba por detrás en el lodo, pero ella no le prestaba ninguna atención. Vio algo que destellaba a la luz de la lámpara delante de ellas y, a su lado, una forma oscura y voluminosa.
—Ahí está —dijo.
Las dos mujeres que habían estado caminando detrás de ella corrieron hacia delante, chapoteando en el pantano, y, a medida que la criada de Serpentine se acercó, trayendo consigo un círculo oscilante de luz cálida, la forma se descompuso en objetos. La luz se había estado reflejando en una lanza larga de bronce. El cuerpo de Cazadora, retorcido y ensangrentado y horrible, yacía de espaldas, medio enterrado en el barro, en un gran charco de sangre escarlata, con las piernas atrapadas debajo del cuerpo de una criatura enorme parecida a un jabalí. Tenía los ojos cerrados.
Las mujeres de Serpentine sacaron el cuerpo de debajo de la Bestia y lo pusieron en el barro. Serpentine se arrodilló en el lodo húmedo y le bajó un dedo por la mejilla fría a Cazadora, hasta que llegó a sus labios ennegrecidos por la sangre, donde lo dejó unos momentos. Luego se puso en pie.
—Traed la lanza —dijo Serpentine.
Una de las mujeres recogió el cuerpo de Cazadora; la otra sacó la lanza del cuerpo muerto de la Bestia y se la puso encima del hombro. Y entonces las cuatro figuras dieron la vuelta y volvieron por donde habían venido; un cortejo silencioso en las profundidades de la tierra. La luz de la lámpara parpadeaba en el rostro desfigurado de Serpentine mientras andaba; pero no revelaba ningún tipo de emoción, ni feliz ni triste.