25

CAMINARON varios kilómetros más sin encontrar nada excepto dos ratas que se escabulleron a un agujero. Cuando llegaron al lugar que les había indicado Beatriz, golpearon la señal en un pequeño ladrillo rojo que sobresalía de la pared. Al cabo de un momento una sección giró hacia atrás lo suficiente como para dejarles pasar de lado. Un hombre alto, delgado, de piel morena, que llevaba un turbante, les saludó con una pistola y la petición del santo y seña. Se lo dieron; bajó el arma. Era Socha Yarni, un malayo, nativo de Calcuta, y su trabajo era pilotar la nave espacial bajo el agua del Sena y el Atlántico, trayendo y llevando hombres y material.

Puesto que el aparato era pequeño, Leif y Halla se vieron obligados a acurrucarse sobre una alfombra en el suelo, con las espaldas contra la pared de eternoaleación. Con cuerpos apretados contra ellos, porque veinte hombres de Timbuctú y un grupo de primitivos de otra colonia bajo el oeste de París habían conseguido huir también. Leif se sorprendió al ver a los primeros, pues no sabía que la cooperación fuera tan cercana entre las dos naciones. El doctor Djouba, acurrucado cerca de él, le informó que, aunque las iglesias diferían ampliamente en creencias, habían llegado al acuerdo de usar los mismos medios de llegar a la ciudad. Aparte esto, raras veces se mezclaban.

Leif y Halla guardaron silencio durante largo rato. La tensión de su lento viaje, los muchos altos, los mareantes olores de los cuerpos humanos tan apretados en un espacio tan pobremente ventilado, y sobre todo la terrible tensión que había quedado en ellos después de la persecución y la batalla, todo se combinaba para hacerles sentir incómodos, irritados y, aunque era contrario a su disposición, hoscos.

Halla apoyó la cabeza sobre el pecho de él y susurró:

—Estoy empezando a pensar que lamentas lo que has hecho.

Él dominó el impulso de responderle con algo seco, pero ella estaba demasiado sensibilizada para no darse cuenta de la aspereza bajo la fingida amabilidad.

—Pensé que el mundo estaba completamente perdido para ti —respondió.

Al instante siguiente se dio cuenta de que no hubiera debido decir aquello, porque sintió las lágrimas empapar su pecho. La abrazó fuerte contra él y dijo:

—Lo siento; no quería que sonara de ese modo. Lo que quería decir es que no hubiera podido hacer otra cosa que lo que hice. Cualquier otro curso de acción me hubiera hecho perderte, y eso simplemente no podía resistirlo. Es curioso, también, porque nunca pensé que una mujer pudiera significar tanto para mí.

Ella inspiró profundamente y murmuró:

—Oh, me alegro, Leif, me alegro de que hayas dicho eso. Sin embargo, por mi causa, se has convertido en un exiliado y serás considerado un traidor. ¿Qué hay de tus padres, de tus amigos?

—Déjame que te explique —dijo él—. Y luego no volveremos a hablar más de ello. Quedará zanjado. A partir de entonces no habrá lamentos, penas o autocompasión ni por mi parte ni por la tuya. Odio todos tres sentimientos. Te destruyen, te devoran. ¿Te has metido esto bien en la cabeza?

Ella no alzó la cabeza de su pecho para mirarle, pero él sintió su asentimiento.

—Bien. Ahora…, mis padres están muertos, y no tengo amigos cercanos. Llevo doce años fuera de Linde. Doce años sacrificados por mi nación. No, no por mi país, por la humanidad. Porque no creo en las fronteras, y espero que, después de que ganemos esta guerra fría, las líneas que separan al hombre del hombre se fundan. Aunque lo dudo.

»Durante esos años, los únicos compatriotas a los que he conocido han sido Zack Roe y Ava. Los otros han sido sombras pasajeras, rostros y voces y manos que he conocido sólo una o dos veces. Ava fue el único al que puedo llamar amigo, y nuestra relación era peculiar. Por un lado, después de nuestro primer años de vivir como supuestos marido y mujer, caí en el hábito de pensar en él como ella. Ocasionalmente ella hacía algo que me irritaba, y entonces me recordaba secamente que él no era ella. Y supongo que, durante los últimos cinco años, Ava empezó a pensar en sí mismo como mujer también. Imagino que fue por esa misma razón que era en general tan truculento conmigo. Tenía que afirmar su masculinidad o perderla. De alguna forma, había sido algo femenina desde un principio; por eso podía llevar tan bien su disfraz. Pero corría el peligro de perder su auténtica identidad, y yo…, bien, yo siempre le estaba incordiando acerca de sus ropas porque deseaba recordarle qué era en realidad.

—¿Por qué tenía que ser una mujer?

—Todo debido a la rígida moralidad del general Itskowitz del Cuerpo de la Guerra Fría. Creía que era necesario que el hospital fuera controlado por un hombre y una mujer. La mujer supervisaría a las enfermeras y a las mujeres enfermas y a las que venían a dar a luz. Podíamos recoger una sorprendente cantidad de información y contactos de ellas. La candidata lógica para jefa de enfermeras sería una de nuestras mujeres espías, pero el buen general no lo creía así. Le parecía que dos personas viviendo tan cerca como nosotros lo estábamos haciendo acabaría olvidando las convenciones y actuando como marido y mujer. Y, como no podía inducirme a que me casara con nadie, envió a Ava como mi falsa esposa.

»Cuando piensas en ello, ves lo absurdo que era esa actitud. ¿Es más inmoral ordenar a un hombre que haga el amor con una mujer que ordenarle que mate a otro hombre?

Halla no respondió a eso. En vez de ello, dijo:

—Apuesto a que Ava sufría.

—Lo hacía. En primer lugar, era un hombre muy devoto. Le hacía daño comer la comida de los jacs. En segundo lugar, estaba casado, y no iba a ver a su esposa durante todos esos años. Seis meses más, y hubiera vuelto a casa, porque el Día que se Detendrá el Tiempo estaba previsto que llegara ya. Cuando lo hiciera, él tenía que abandonar la Haijac. Su trabajo habría terminado. Hubiera sido enormemente recompensado cuando regresara a Linde.

»Además, le irritaba verme hacer el amor con otras mujeres. Era tan viril como cualquier hombre, pero tenía que refrenarse debido a sus leyes morales y también debido al papel que estaba representando. Le volvía más loco aún el que la mayor parte de esos contactos fueran por órdenes del CGF. Yo tenía que influenciar a este y ese hombre a través de su esposa o hermana o amante. Más deplorable aún. Sin embargo, curiosamente, todo esto se hacía bajo las órdenes del antedicho y estrechamente rígido general Itskowitz. Mientras fueran mujeres enemigas, estupendo. ¡Pero no con una de mis propias compatriotas, no señor! Me sorprendió, debo admitirlo, cuando Ava dijo que se enfrentaría a los uzzitas en el túnel para darnos una posibilidad de seguir adelante. No parecía propio de él. Uno pensaría que se aferraría fieramente al último recurso. Que deseaba volver a Linde y a su esposa e hijo.

La voz de ella sonó ahogada porque su boca estaba pegada a la camisa de él.

—Sé que lo hizo por mi causa.

—¿Tú?

—Sí. Era un hombre, y yo lo capté desde un principio. Pude ver la diferencia en sus emanaciones.

Se tocó las dos rudimentarias antenas bajo su masa de pelo rojo.

—Era un hombre. No podía evitar el enamorarse de mí. O, al menos, sentir pasión.

Él se enderezó, luego se obligó a relajarse.

—¿Cuándo fue esto?

—Cuando tú estabas con Jim Crew, operando a Anadi, y nosotros aguardábamos a ir a Canadá. Fue entonces, ¿sabes?, que me dijo que mi hermana estaba muerta. No te dije por qué desobedeció las órdenes de Roe de no informarme de eso. Lo hizo por venganza, por un deseo de hacerme daño.

»¿Sabes?, intentó hacerme el amor, y yo no le dejé. En cierto modo, estaba tan loco hacia mí como Candleman lo había estado hacia mi hermana. Balbuceaba que había sufrido demasiado tiempo, que no podía soportarlo, que yo era la mujer más hermosa que jamás había visto, que no podía evitarlo, y que eso no nos haría ningún daño. No creo que supiera lo que estaba diciendo. No era él quien hablaba, era ese pobre y frustrado cuerpo.

»Dije que no quería tener nada que ver con él. Y se volvió contra mí, y donde había estado suplicando se enfureció y amenazó. Finalmente me dijo que mi hermana estaba muerta. Lloré. Para apaciguarme, me dio una droga liberadora del pesar y permitió que yo descargara mi pena. Pero me odiaba. Sin embargo, sé que fue por mí causa que se sacrificó. Creo que, una vez rompió su propio código, no pudo seguir viviendo. Su acto fue un acto de expiación. ¡Pobre hombre!

—Sí —dijo Leif, acariciando su pelo—. Y pobre mujer también. Pareces inspirar pasión en todos los hombres que te ven. Tendré que vigilarte y guardarte cada minuto.

—No tendrás que vigilarme, Leif. Soy honesta, y te amo.

—No estoy preocupado. Te tengo, y eso es suficiente. Eres mi esposa, o lo serás…, mi país, mi gente. No deseo nada más.

Halla mantuvo su rostro enterrado contra el pecho de él y no dijo nada por un momento. Él podía ver que se sentía demasiado feliz para hablar. Lentamente, porque sabía que eran muy sensibles, acarició las pequeñas protuberancias de sus antenas vestigiales. Finalmente, cuando creyó que casi se estaba quedando dormida, ella dijo:

—¿Y la Unión Haijac? ¿Qué hay con ella?

—Te explicaré. ¿Sabes, Halla?, sabemos desde hace mucho tiempo que sólo la extrema eficacia de las armas que tienen todas las naciones, con excepción de Bantulandia, nos han mantenido lejos de una guerra caliente. Así, todos hemos recurrido a una guerra fría de la Unión Haijac contra todos los demás. Pero la principal guerra fría se ha establecido entre los jacs y los lindanos e israelíes. Hasta ahora la Unión ha tenido un semiéxito en su guerra contra las Repúblicas Israelíes. Ambas han esperado que sus CGF agravaran la debilidad natural existente en la otra y así acelerar las cosas de tal modo que cuando llegue el tiempo de la gran batalla la otra se derrumbe rápidamente.

»La debilidad israelí es la disensión entre los estados conservadores y liberales. Los jacs saben eso, y sus agentes, creo, han estado trabajando para aumentar esa disensión. En este momento, las repúblicas se hallan al borde de cancelar la constitución de la confederación, con todos sus siglos de antigüedad, y convertirse en estados totalmente independientes. De hecho, Sefardia y Jem ya lo han hecho.

»De todos modos, los anti-Haijac tenemos una ventaja. Sabemos y admitimos nuestras faltas, pero la Unión se niega a reconocer que ella tenga alguna. Eso es bueno. Para nosotros. Porque utilizamos su ciega suspicacia y su adherencia intransigente a los principios de la Sturch para hacer que se conquisten a sí mismos. Ya sabes que yo inventé la técnica: Jacques Cuze.

»Además, su fanática creencia en su cosmología pseudocientífica les saltará a la cara y les golpeará en plenas narices. Ya sabes que cuando detectan inquietud en la gente aumentan el interés hacia el Día que se Detendrá el Tiempo, el Día de la Recompensa. Después que la mente del público ha sido apartada de sus problemas, la jerarquía relaja la presión y deja que las cosas regresen a lo normal. Pero eso puede hacerse sólo hasta cierto punto. Luego el desánimo acumulado de la multitud les estallará en la cara. Siempre, por supuesto, que dispongan de armas que utilizar.

»Eso último es lo que ocurrirá. Nosotros en el CGF no permitimos que el último furor del Día que se Detendrá el Tiempo muera. Seguimos provocando incidentes. Damos a la gente literatura incitante vía los cómics. Hemos fomentado un frenesí tal que la Sturch tiene que seguir adelante. Es una fiebre contagiosa que es tan fuerte que incluso algunos de la jerarquía están tragando su propia medicina. Y pronto verás anunciado oficialmente el Día que se Detendrá el Tiempo. Muchos jerarcas intentarán detenerlo, por supuesto, pero una vez iniciado no podrán pararlo. El Día que se Detendrá el Tiempo se acercará más y más. Los hombres en el nivel superior se volverán más frenéticos. Algunos perderán la cabeza y arrestarán a los lámeduianos que lo iniciaron todo. Pero, cuando hagan eso, se desacreditarán a sí mismos. Estarán demostrando que los portadores del lámed no son perfectos.

»Habrá disensión y parálisis en el Todosjuntos, el consejo de gobierno. La Sturch se partirá en dos. Muchos hombres sinceros seguirán el camino marcado por nuestros agentes. Luego llegará el Día que se Detendrá el Tiempo. Aparecerán una docena de hombres que afirmarán ser Isaac Sigmen que regresa de su último viaje por el flujo del tiempo. Esos hombres, por supuesto, serán agentes del CGF. Algunos de ellos morirán, mártires de la causa. Pero serán conmemorados como héroes en Linde.

»Los metatrones y sandalfones de los distintos estados de la Unión se mostrarán en desacuerdo. Se producirá una secesión, y la Unión se desmembrará.

»Pero esperamos evitar la guerra, porque sería desastrosa, y porque podría ser la causa que reuniera a los jacs. Si es posible, permaneceremos en paz y dejaremos que se desintegre bajo su propia debilidad. La polilla y el óxido corromperán, porque la Sturch no ha dejado tesoros en el cielo.

»Es curioso, pero el tiempo se detendrá para la Haijac; se volverá estático. Y cualquier cosa que permanece estática se pudre. Así, puede que tome un siglo, pero la Sturch morirá. Nosotros, a través de diversos medios, les alimentaremos con nuestros ideales democráticos. Por aquel entonces, por supuesto, nosotros mismos habremos cambiado también. Creo que los primitivos van a influenciarnos mucho. Puede que descubramos que nuestros propios ideales son más bien inadecuados, y nos aprovechemos de África y de lo que tiene que ofrecer.

Hubo un momento de silencio cuando Leif hizo una pausa para tomar aliento. En ese momento, el piloto malayo, tranquilizando a una pasajera, dijo, con voz alta y clara:

—Señorita, no se preocupe. Nos encallamos en el lodo de tanto en tanto, pero de alguna forma siempre seguimos adelante.

FIN