DESPERTÓ con la sensación como si hubiera un hacha enterrada en su cráneo. Tenía las manos amanilladas frente a él; su espalda se apoyaba contra una fría y húmeda pared. Halla permanecía sentada al otro lado del túnel. Sus manos estaban amanilladas también. Un rastro de sangre seca que cruzaba su rostro señalaba lo que la había abatido. Había sido golpeada en la sien por una esquirla de ladrillo arrancada por una bala al estallar. Eso era malo, pero se sentía feliz de que no hubiera resultado seriamente herida.
Candleman estaba de pie delante de Leif. Le gritaba a su caja de pulsera, evidentemente sin obtener ninguna respuesta. Su linterna estaba apoyada en un reborde que sobresalía de la pared, orientada de modo que les iluminara a todos.
Justo dentro del círculo de luz, un par de sucios y desnudos pies apuntaban sus dedos hacia el techo. Pertenecían al Hombre en la Oscuridad. Debía de estar muerto o casi muerto, porque Leif no podía discernir ningunas manillas que le retuvieran.
Candleman dejó de dar órdenes a la caja y dijo a Leif:
—Así que, Jacques Cuze, has decidido volver a la vida.
Leif se sintió demasiado asqueado para sonreír su desafío.
—¿Cómo descubrió quién era en realidad Jacques Cuze? —preguntó.
—Admitiré que fui estúpido —admitió el uzzita—. Tuve que serlo para permanecer engañado tanto tiempo. Pero nadie necesita saber ahora que Dannto está muerto. Y tú no se lo dirás a nadie. No mientras estés en H. Y Halla nunca va a ver a nadie…, excepto a mí.
Leif tragó saliva. Candleman podía fingir con toda seguridad que ella había resultado muerta durante la incursión y mantenerla prisionera en un lugar secreto.
—¿Qué es lo que sabe? —preguntó.
El rostro del uzzita no perdió nada de su inexpresividad, pero un asomo de triunfo se arrastró en su voz.
—Si hubiera estudiado el francés, hubiera comprendido de inmediato. Pero, ¿cómo podía saberlo? En estos días de enormes conocimientos, un hombre sólo puede conocer una pequeña fracción de su propia especialidad, y no digamos una lengua muerta desde hace siglos. Así, cuando oí por primera vez ese nombre, Jacques Cuze, pronunciado por un prisionero del CGF, pensé que tenía que ser el nombre de un francés, alguien que vivía en el subsuelo de París, y la frecuencia de las iniciales JC grabadas aquí y allá por toda la ciudad me convencieron.
»Ya sabes las indagaciones que hice acerca de las iniciales, cómo pregunté a un lingüista sobre ellas. Sus respuestas me apartaron del camino. Ahora veo que tenía que ser un lindano. Lo hice arrestar justo antes de la incursión de esta noche. Pero ya basta de esto. Sabes cómo intenté conectar las dos primeras letras de la palabra griega que significa pez, IX, con JC Pensé que quizá IX significaba Ioannos Chusis o Juan Curso. Esto fue una auténtica proeza de significado, causada por mi ansiedad. Entonces no sabía que había dos iglesias clandestinas africanas aquí: la del Santo Timbuctú, que utiliza el pez como su símbolo, y los primitivos, que utilizan JC tanto en el sentido del nombre de su reputado Fundador como el del auténtico fundador, Jikiza Chandu.
Leif miró a su alrededor, buscando desesperado algo que pudiera darle alguna esperanza de escapar. No había nada, como había sabido que no habría. Los pies del bantú se movieron un poco, quizá con el temblor de la muerte.
De nuevo probó Candleman su caja de muñeca sin éxito. Alzó la cabeza de Halla para mirarla; ella le escupió al rostro. Con los labios hoscamente apretados, se volvió y empezó a hablarle a Leif. Era como si tuviera que demostrar que Leif era el estúpido.
—Durante algún tiempo sospeché de ti —dijo—. Llevabas el lámed, cierto, pero en estos días degenerados esa insignia ha sido deshonrada. Hubo un día en el que sólo un estricto conformista a los ideales de la Sturch podía pasar el elohímetro. Pero hoy en día la jerarquía utiliza ese dispositivo para mantener una clase dirigente. Los padres lámeduianos, si te tomas la molestia de comprobarlo, tienen muy a menudo hijos lámeduianos. Hay demasiados como para que sea una coincidencia.
»Además, pensé que Halla había resultado muerta con toda seguridad en aquel accidente. Cuando me dijiste que estaba sólo ligeramente herida, casi me derrumbé.
—Nadie lo hubiera dicho —murmuró Leif. Miró al Hombre en la Oscuridad. Sus pies se estaban definitivamente moviendo.
—Tengo un soberbio control —dijo Candleman—. Fui educado como un discípulo no desviado de Sigmen, real sea su nombre. La emoción es algo aborrecible.
Hizo una pausa, respiró profundamente y dijo:
—Sospeché de ti, en especial cuando se presentó el caso de los dos Ingolf. Aunque creo en la realidad del viaje por el tiempo, por supuesto, esto era tensar demasiado mi credulidad. De todos modos, era posible.
»En cuanto a Trausti y Palsson, les interrogué, pero debían sentirse abrumados por tu lámed. Ellos vieron el cuerpo mutilado de Halla. Sin embargo, puesto que tú habías dicho que no estaba seriamente herida, negaron deliberadamente la evidencia de sus ojos.
—Tontos del culo típicos —se burló Leif—. ¿Qué otra cosa cabe esperar en un estado donde la autoridad es la última palabra, y la autoridad cambia de opinión de un momento al siguiente?
—Critícanos ahora. Cuando salgas de H serás un creyente tan firme como cualquier otro.
Leif se estremeció y se preguntó si iba a vomitar. Pero se contuvo porque vio al bantú sentarse. Quizá él pudiera… No, el hombre estaba demasiado ido para iniciar una pelea.
—Jacques Cuze me atormentaba día y noche —siguió el uzzita—. Estaba en mi mente mientras estaba despierto, y cuando dormía merodeaba en mis sueños. Pero no podía dejar de pensar que había algo respecto a él que se me escapaba, algún pequeño indicio que me permitiría atraparle a él y a toda su organización.
»Las cosas siguieron de este modo hasta que regresé de Canadá. Me decidí a ir hasta los mismísimos cimientos, a no descansar hasta que descubriera todo lo posible. De modo que durante un día y una noche me enterré en la Biblioteca de París. Leí un resumen de la historia de Francia. Tomé un diccionario francés y, tras aprender la pronunciación francesa, busqué cuze y couze. Pensé que tal vez el nombre fuera adoptado, que simbolizara algo. Pero no había ninguna de las dos palabras relacionadas.
»Busqué los diversos significados de Jacques. Ninguno era apropiado. Decidí que estaba en un mal camino. Me sentí perdido. El hombre me estaba volviendo loco, y eso no me gustaba, porque no quiero verme afectado por nada ni por nadie.
—¿Ni siquiera por Halla? —dijo Leif.
—¡Mantén tu sucia boca cerrada! ¡Escúchame! Has de saber que vosotros los lindanos, no importa lo listos que seáis, no podéis escapar de nosotros. ¡Vuestro pensamiento irreal os condena al fracaso!
»Me senté y pensé. Me dije a mí mismo que seguramente tenía que haber alguna pauta en el cuadro general que pudiera relacionar con el hombre y sus actividades, algo que le traicionara. Intenté distanciarme del marco de los acontecimientos, permanecer al margen y ver objetivamente como nunca antes lo había hecho. Me pregunté: «¿Cuál es el más grande problema que tiene la Unión hoy?» Pensé que, si había algo que nos preocupaba profundamente, era el que los agentes del CGF estuvieran detrás de ello. Así llegó la respuesta. Nuestros principales problemas los tenemos en mantener nuestra tecnología y nuestra producción a un alto nivel. Tantos técnicos, médicos, científicos y administradores van a H que tenemos dificultades en mantener la Unión de una sola pieza. Más aún, muchos jóvenes brillantes se niegan a ir a escuelas profesionales debido a la gran responsabilidad y a la vulnerabilidad a las acusaciones. Veía esto, pero no veía la respuesta.
»Desesperado, importé otro especialista en lingüística y le pregunté si podía sacar algo en claro del nombre. Por aquel entonces había capturado a Jim Crew. La similitud de sus iniciales no se me escapó; deseaba saber si podía ser Jacques bajo otro nombre. Sin embargo, descubrí que Crew era meramente la forma en que pronunciaba el nombre de su tribu, los kru, más el hecho que indicaba su forma de vivir en un grupo y trabajar juntos.
»Y, por supuesto, supe por él que habías operado voluntariamente a su hija. Cuando averigüé esto, envié de inmediato hombres al hospital, pero llegaron con una hora de retraso. E, inmediatamente después, Dannto me informó de que Halla había desaparecido.
»Todo estalló a la misma vez, puesto que, mientras yo estaba dando órdenes de iniciar la caza del hombre, el experto en lingüística llegó a París.
»Era un especialista en lengua francesa, el único en toda la Unión. Curiosamente, había estado viviendo en Haití, porque allí había un aislado poblado de montaña donde aún hablaban una forma degenerada de su tema de estudio. Tuve que localizarle y hacerle volar hasta aquí.
Si Leif no se hubiera sentido mareado por su herida en la cabeza se hubiera echado a reír. Observó al hombre caminar arriba y abajo, una figura ridícula con quemaduras de pólvora ennegreciendo su cara, la chaqueta colgando a jirones y los pantalones reducidos a un mero taparrabos. Sin embargo, era una figura imponente. Su rígido rostro y sus obcecados ojos lo convertían en un juggernaut.
Leif observó que, aunque el Hombre en la Oscuridad estaba sentado ahora, su cabeza colgaba hacia delante y la saliva goteaba de sus labios. La herida en su hombro rezumaba ininterrumpidamente.
Aunque Candleman se había dado cuenta de su presencia, lo ignoraba.
—Escuchó mi problema y me pidió que pronunciara el nombre. Lo hice. Se atrevió a reírse, y entonces me contó el simple secreto.
Por primera vez, Candleman mostró signos de emoción. Sus duros labios se curvaron; su voz ascendió.
—Ahí está. Toda la situación en una sola palabra, o más bien en dos. Era por eso por lo que nuestros técnicos iban en tan gran número a H que no podíamos controlar las cosas. Era por eso por lo que nuestras industrias y nuestra ciencia se encallaba en la producción.
¡Gracias a Dios, pensó Leif, aún no había captado el hecho de que la Detención del Tiempo era algo artificial forzado por los agentes del CGF! Esa sería la caída de los jacs. Cuando una docena de Sigmen rivales aparecieran aquel día, cada uno afirmando ser el auténtico, estallaría la guerra civil. Eso, más los colapsos provocados por Jacques Cuze, harían que la Sturch se desmoronara en ruinas…, o eso esperaba.
Candleman hizo chirriar sus dientes.
—Creías que te estabas saliendo con la tuya, ¿verdad, Barker? ¡Todo el tiempo riéndote para ti mismo y llevando las operaciones delante de nuestras propias narices! ¡Y todo el tiempo escapando de la detección gracias a un miserable retruécano! ¡Por Sigmen, hubiera debido saber que eras tú! ¡Si tan sólo hubiera llamado antes a ese especialista! ¡Porque, al momento mismo que me dijo la verdad, vi todo el asunto, y supe quién estaba detrás de todo!
Se detuvo de pie delante del hombre amanillado, le apuntó con su dedo y gritó:
—J’accuse! J’accuse! Esa fue la técnica que vosotros los lindanos usasteis para minarnos y para debilitarnos…, la técnica de la acusación.
Leif dejó escapar una corta risa y dijo:
—Sí. En este país, todo lo que se necesita para condenar a un hombre es enviar una acusación anónima a la policía. Eso es todo.
Candleman gesticuló locamente con su automática.
—¡Te has reído demasiado, lindano! Cuando hayamos acabado contigo en H, nunca volverás a reír. Pensarás que es una blasfemia ser feliz mientras la Sturch no reine suprema. No volverás a reírte a nuestras espaldas. ¡Te sobresaltarás y te encogerás cada vez que oigas el nombre de Jacques Cuze!
El bantú gruñó. Los gritos del uzzita parecían haberle devuelto a medias a la vida.
Candleman se volvió, avanzó hacia él y le dio una patada en el pie.
—¡Sucio primitivo! ¡No volverá a haber más de tu clase merodeando bajo las calles y saliendo arrastrándose a las calles para corromper nuestras mentes!
Leif, observando al hombre sentado, vio su cuerpo brillar levemente y empezar a cambiar en algo desagradable. Evidentemente el ciclo entre el bantú y el jac no era completamente cerrado. Había una línea de fuga hacia Leif, o de otro modo había como una salpicadura de energía que le alcanzaba. Fuera lo que fuese, tuvo que volver la cabeza por un momento para tranquilizarse. Se halló, sin embargo, incapaz de mantenerla apartada. Aunque el atisbo fuera repugnante, era fascinante también.
Durante ese segundo de «enganche» en el ciclo entre los dos, Leif experimentó lo que Candleman estaba experimentando. Ahora, cuando miró de nuevo, vio que el brillo había desaparecido, reemplazado por las firmes líneas del hombre físico. La visión había desaparecido. No era sorprendente, porque el hombre había concentrado todas su fuerza sobre Candleman. No había más salpicaduras.
El uzzita había dejado caer su automática y retrocedido contra la pared. Allá, extendió los brazos a ambos lados como si tanteara en busca de algo sólido en un mundo que se estaba disolviendo. Sus piernas estaban arqueadas sobre un invisible caballo, y su cuerpo siempre inclinado hacia delante estaba por primera vez rígido y echado hacia atrás en una agonía. El rostro estaba cediendo la vieja piel del control y se contraía en nudos de imposibles formas.
Leif estaba temblado. Había mirado a través de una rendija al infierno. Estaba seguro de que, si hubiera continuado formando parte del ciclo, él también habría sufrido.
Candleman había puesto rígidos todos sus miembros. La sangre había congestionado su piel y estaba concentrando en protuberancias su terrible presión. Las represiones, anhelos, impulsos, inhibiciones y pensamientos enterrados y mantenidos durante toda su larga vida dentro de la célula de sí mismo luchaban por surgir a la vez. No podían hacerlo porque no había espacio suficiente y, a medida que lo hacían, el Hombre en la Oscuridad los atrapaba y los aumentaba y los lanzaba de vuelta.
Y Candleman, sin saber cómo descargarlos, sin haber reído o llorado o cantado o amado o incluso dado una razonable salida al odio más que raramente, sin haber hecho más que mantener sus puños cerrados en torno al valor, derramaba ahora la presión acumulada y la podredumbre de toda una vida.
Ojos, oídos, nariz, boca, glándulas sudoríparas, cada camino de salida en su cuerpo chorreaba veneno que hervía por salir.
Leif lo observó hasta que no pudo soportarlo más. Se levantó, cogió la caída automática, y atravesó la cabeza de Candleman de un disparo. No tuvo ninguna duda de que el hombre le hubiera dado las gracias por ello.
Un poco más tarde había tomado la llave del único bolsillo que le quedaba al cadáver y abierto las manillas de Halla. Ella, a su vez, le liberó a él. Juntos se ayudaron túnel abajo, heridos pero sabiendo que la nave les aguardaba.
Una figura solitaria quedó agazapada tras ellos. Se había negado a acompañarles. Se estaba muriendo, y se aferraba al largo y húmedo laberinto y a la falta de luz. Se quedó agazapado junto al hombre muerto y contempló su obra.
Siempre sería el Hombre en la Oscuridad.