LEIF necesitó veinte minutos para hallar la onda cerebral de Jim Crew. Su haz sondeó aquí y allá, hurgó corredores arriba y corredores abajo y entró en habitaciones donde se sentaban técnicos, con cascos de metal en sus cabezas, observando diales, pasando cintas y haciendo grabaciones. Los hilos de sus cascos e instrumentos diversos atravesaban las paredes y corrían hasta los cuerpos de los sujetos. Cada hilo terminaba en una extremadamente fina red que conectaba con este o aquel plexo nervioso. A través de ellos los técnicos alimentaban los estímulos preestablecidos que proporcionaban a los sujetos sus ilusiones.
Leif, por supuesto, no podía ver nada dentro del edificio, pero podía visualizarlo debido a lo que se le habían dicho acerca de H y debido a los pensamientos que captaba de aquellos técnicos cuyas cabezas no estaban escudadas por las impenetrables caperuzas de metal.
Los hombres que trabajaban sobre Jim Crew habían creado una situación maravillosamente desagradable para él, una que seguía los esquemas de sus propios pensamientos. Leif atrapó las ondas semánticas del bantú justo en el momento en que iniciaban la historia por primera o centésima vez. Era difícil de comprender, pero al cabo de poco tiempo empezó a insertar sus propias interpretaciones en los inevitables huecos y estática. Fue ayudado por el hecho de que el hombre subvocalizaba mucho de lo que estaba ocurriendo, como un hombre que hablara en sueños.
El sujeto fue despertado de un profundo sueño por una voz suave que susurraba una y otra vez:
—Jim Crew, abre los ojos. Jim Crew, no grites.
Y, cuando lo hizo, o más bien creyó que lo hacía, vio a un hombre de pie en la esquina de su celda. El desconocido era de piel oscura y estaba desnudo y tenía un rostro que era el del propio Jim Crew, aunque los rasgos eran un tanto etéreos. Se parecía a Jim Crew como a éste le hubiera gustado ser.
Jim no se mostró demasiado sorprendido de ver a su visitante. Siempre había sabido que más pronto o más tarde vendría. Aceptó calmadamente como obvio el que hubiera entrado atravesando la pared. De todos modos, se sintió excitado al ver un brillante nimbo en torno al pelo cortado muy corto.
—Vamos, Jim Crew —dijo el hombre—. Estoy aquí para llevarte conmigo, lejos de esa gente que no saben lo que hacen.
Como en un sueño, Jim flotó en pie y cogió la mano que se le tendía. Era grande y fuerte y cálida, con un poder que Jim nunca había sentido antes, ni siquiera cuando sujetaba las manos en las grandes danzas tribales y los círculos girantes que creaban poder para curar y para comprender y para amar.
Era una energía que fluía hasta él del mismo modo que el potencial más alto fluye hacia el más bajo. Era en la fuente de ese poder en lo que soñaba y lo que a veces veía en sus plegarias cuando estaba solo o había atisbado, oh tan brevemente, el climax de una gran danza.
Como un niño, Jim tomó la mano y siguió al hombre a través de la pared, y no sintió ni un cosquilleo de miedo cuando la breve oscuridad se cerró a su alrededor. Luego hubo atravesado el cemento y se alzó en el aire, impulsado hacia arriba por el poder de la mano. Debajo de él, París se extendía en la noche formando racimos e hileras de resplandecientes cuentas, y luego se empequeñeció y se empequeñeció y la curva de la Tierra se alejó y el aire se volvió más frío. Un calor se desprendía del hombre como una túnica, y aunque Jim Crew se estremeció al primer roce de los dedos del espacio pronto lo olvidó.
Estaban situados entre la Tierra y la Luna, con Jim Crew mirando con curiosidad a la Luna, porque, en estos días en que el hombre viajaba a las estrellas, él nunca había abandonado la atmósfera, pensando que este planeta era lo bastante grande y hermoso como para desear quedarse en él toda la vida.
El hombre con la cabeza como un santificado Jim Crew dijo:
—¡Mira! Has sido fiel a tu Amo, así que te recompenso con esto.
Y abarcó con un gesto toda la Tierra y la Luna y las estrellas.
—¡Pero, Señor, no es esto lo que quiero! —exclamó Jim Crew.
Sus palabras cayeron al oscuro espacio y se helaron y se precipitaron como frío hierro hacia el globo de abajo, y cuando alcanzaron el aire ardieron y enviaron largas estelas de llamas y liberaron su contenido de tal modo que pudo oír su voz, estriada en fuego y amplificada en el enorme cuenco de la Tierra, volver a él, burlona y en cierto modo distorsionada.
—¡Pero, Señor, no es esto lo que quiero!
Y el hombre dijo:
—Entonces, ¿qué quieres? ¿Qué otra cosa hay excepto esto?
Y cuando Jim Crew se volvió para mirarle, porque el significado y el tono lo helaron como el propio espacio no había conseguido hacer, vio que el rostro del hombre era tan sabio y compasivo y afectuoso como antes. Pero también vio que la voz procedía de otra boca, y cuando miró a los ojos que iban con esa boca, sintió por primera vez en su vida Miedo. Esta cabeza era la suya también, y era lo que Jim Crew había esperado no llegar a ser nunca, porque había el mal grabado tan profundamente en ella que nunca podría llegar a salir.
Y cuando la retorcida boca, perversa, pero tan suya como la boca del hombre que le había rescatado, repitió: «¿Qué otra cosa hay excepto esto?», Jim Crew apretó la mano del primer hombre en busca de todo el poder que pudiera absorber. Pero el hombre se había vuelto parcialmente de lado, y Jim pudo ver que le había crecido una larga y gruesa cola que asomaba tras él como la de un insolente mono. A su extremo, como si la cola fuese un cuello, había la cabeza del Jim Crew de retorcida boca. Cuando vio que Jim comprendía, se echó a reír y dijo:
—¿Pensaste realmente que había alguna cosa más allá de esto, Jim Crew, más allá de estos duros, ardientes y fríos globos que derivan sin rumbo a través del infinito y la eternidad? ¿Creíste realmente en Algo Más?
Jim Crew gritó e intentó liberarse y correr sobre la nada bajo sus pies, pero la mano que sujetaba la suya se volvió más helada y estaba sorbiendo energía de su cuerpo, y la cabeza que había sido lo que Jim deseaba ser se estaba fundiendo como una vela encendida y cambiando de rasgos.
Pero no podía correr, porque estaba espatarrado en el seno del espacio, unos grandes pechos que no ofrecían sostén ni amor, y aunque agitaba frenéticamente las manos y pateaba, no se movía hacia ninguna parte.
Y entonces el hombre con dos cabezas colocó un pie como una garra sobre su espalda y lo envió hacia abajo con un empujón que hizo que el universo diera vueltas. Cayó y abandonó el espacio y golpeó el aire como si fuera la superficie del mar y se frenó y entonces cayó más aprisa de nuevo mientras el aire silbaba a su lado y la Tierra ascendía como si hubiera sido arrojada contra él. Su piel empezó a arder porque ahora era un meteoro de carne y estallaría en llamas y humo y agonía mucho antes de golpear la superficie.
Gritó:
—¡Señor, seguro que ninguno de tus mártires ardió nunca antes de esta manera!
Y, apenas las palabras lo habían abandonado, fue consciente de una mano que aferraba su hombro y lo frenaba de modo que el llameante aire se enfrió y derivó suavemente. Cuando alzó la vista vio que el hombre que le había salvado tenía pelo rojo y unos entrecerrados ojos azules brillantes y el gran pico de buitre de Isaac Sigmen, el Precursor.
Su voz era la de la paloma.
—Ahora que has sido traicionado por el que pensabas que era tu amo, y ahora que has visto que no hay nada más allá de lo palpable, y ahora que has sido salvado por el auténtico profeta, el viajero en el tiempo, el fundador de la Sturch que salvará a todos los hombres, seguro que debes ver la mentira en la que has estado viviendo y cómo debes trabajar con los seguidores del Precursor para remediar tus obras indirectas para convertir la realidad en un pseudotiempo.
Y aunque Jim Crew sabía que lo que estaba experimentando era lo que era —porque podía ver y sentir y oír—, aún sabía que estaba siendo tentado de una forma sutil a la que ninguno de sus seguidores se había enfrentado.
Se volvió y se liberó de la presa del Precursor, y respiró profundamente y gritó:
—¡Amo, allá donde estés, ven ahora o estoy perdido!
Al momento siguiente los oídos de Leif Barker se llenaron con una tal crepitación de estática que tuvo que arrancarse los auriculares. Pero descubrió que esto no le hacía ningún bien, porque algo le había alcanzado desde el edificio al otro lado de la calle y se había hundido profundamente en él de una forma despedazadura. Una luz, cegadora, explosiva, lo había llenado de tal modo que no pudo ver nada más. Cayó hacia atrás al suelo y no oyó a Ava y Halla cuando gritaron, ni las sintió cuando lo alzaron.
Luego, al instante siguiente, la luz desapareció, y estuvo de vuelta en el mundo que conocía.
Ignorando sus preguntas o protestas, Leif se alzó, sacudió la cabeza y volvió a ponerse los auriculares. Descubrió lo que había esperado. Las ondas cerebrales de Jim Crew ya no existían.
Cambió a un haz de búsqueda y lo centró en la cabeza de un técnico que se había quitado el casco y corría a la habitación donde yacía el bantú bajo su capullo de hilos. Puesto que el técnico estaba vocalizando, Leif no tuvo ningún problema en comprender.
El hombre, según lo que informaban sus ondas semánticas, estaba diciendo:
—¡No sé lo que ocurrió! Estaba respondiendo de la forma en que debía hacerlo. Simplemente alcanzó esa parte de la grabación donde el Precursor le decía que había sido traicionado. Entonces las agujas de nuestros diales señalaron el máximo, se mantuvieron allí un segundo, ¡y luego cayeron a cero! ¡Debe de haber estado emitiendo una cantidad sobrehumana de energía! ¡Mucho más de la que yo hubiera creído posible!
Leif hizo girar su haz en torno a la habitación hasta que captó a otro hombre.
—Está muerto. ¿Qué lo mató? ¿Un ataque al corazón?
Otro respondió:
—No parece como si hubiera muerto de un ataque al corazón. Mira la sonrisa en su rostro. ¿Qué podía haber estado pensando, en nombre de Sigmen?
Eso era suficiente para Leif. Retiró los auriculares y dijo a los otros en la habitación:
—Salgamos de aquí. Os lo contaré más tarde.
El hombre que les había admitido en la habitación se negó a volver con ellos al metro. Tenía otro lugar donde esconderse. Tras dudar, Ava, sin embargo, dijo que iría con Leif y Halla. Los tres salieron juntos. No se molestaron con el captador de pensamientos. Cuando los uzzitas intentaran abrirlo, les estallaría en las narices.
Leif parecía preocupado. Mientras descendían los desvencijados escalones de la casa murmuró:
—Yo soy el único de aquí que tuvo algún tipo de contacto con Jim, aunque sólo fuera simpatía mental. Los técnicos no pudieron ver lo que estaba pensando. Se limitaron a alimentarle una historia preparada y a observar sus reacciones en sus aparatos.
»Pero cuando esa… visión… llegó a él, yo vi parte de ella. No a través del captador sino directamente. La energía, mental o de otro tipo, fluye de un cuerpo más cargado a uno menos cargado si hay un conductor. Nuestra primera conexión fue la máquina y la segunda fue nuestra simpatía. Y, de los dos, yo era el menos cargado.
Agitó la cabeza como para arrojar fuera de ella algo que se aferraba como una sanguijuela.
—De alguna forma, vi lo que él veía. Estoy seguro de que no era real, no como esta carne y sangre que rodean mis huesos son reales. La mente trabaja con signos y símbolos, y todo el ser de Jim Crew se vio resumido en ese último destello de energía, esa nova psicosomática. De lo que él, y yo, fuimos testigos fue de un símbolo de sí mismo que él proyectó. Fue esencia, no existencia.
Sacudió de nuevo la cabeza y murmuró:
—Pero, ¿quién era ese hombre moreno y barbudo que surgió de la luz, tendiéndole la mano a Jim? ¿Había un hombre, o yo simplemente creí ver…?
Y se pasó la mano por el pelo y tiró de sus raíces y supo que, aunque en cierta forma podía explicarlo, nunca estaría seguro.