LA tarde siguiente Dannto, Halla, Leif, Ava y varios otros abordaron el cohete que les llevaría de vuelta a París.
Candleman no estaba con ellos; se había marchado dos horas después de la escena en el dormitorio. Asuntos profesionales fue su excusa para marcharse, pero Leif sospechaba que no deseaba volver a encontrarse con Halla.
Su viaje fue rápido y agradable excepto un acontecimiento desconcertante. Leif observó que Ava había ido a los servicios de señoras durante sólo un momento. Cuando salió, estaba muy pálida. Leif no tuvo oportunidad de preguntarle qué ocurría, pero pensó que tenía que haber recibido un mensaje de un agente del CGF. Eso le intranquilizó. Como superior de Ava, hubiera debido recibirlo él. Sin embargo, era posible que las cosas estuvieran dispuestas de tal modo que Ava fuera más fácil de contactar que él. O Ava podía tener, no un mensaje, sino un dolor de estómago.
Cuando el aparato penetró en el campo de París, Dannto recordó a los demás que tenían que acudir a su casa a las 19:00 para una fiesta. El motivo era celebrar la rápida recuperación de su esposa del accidente. Dannto parecía muy feliz. Rió y agitó las manos mientras contaba chistes. Halla no se mostraba tan radiante. Miró a Leif significativamente, y sus ojos le dijeron qué tipo de celebración planeaba Dannto para más entrada la noche.
Por primera vez desde muy joven, Leif se sintió celoso. Se sintió enfermo. También se sintió con deseos de dirigirse al sandalfón y aplastarle la nariz de un puñetazo.
El resto del viaje la belleza pelirroja le miró de tanto en tanto. En una ocasión, creyó ver el inicio de lágrimas en sus ojos.
Estuvo seguro de ello cuando ella se disculpó y fue al servicio de señoras, y permaneció allí largo rato.
Más tarde, después de que todos hubieran desembarcado y tomado su camino, Leif le dijo a Ava:
—¿Por qué tan pálida, hermosa doncella?
Ava lanzó un bufido, y él decidió que era alguna molestia, no una comunicación, lo que había hecho que Ava pareciera tan mal. Ambos guardaron silencio hasta que el taxi se detuvo ante el hospital.
Leif estaba buscando notas de Rachel o Roe cuando entró Ava, más pálida que nunca.
—¿Encontraste algo en los quimos? —preguntó Leif.
Ava extendió una temblorosa mano en la que había un gráfico. Leif lo tomó y leyó los registros de las ondas semánticas de Zack Roe. Sigur, el ayudante, había obedecido las instrucciones de Leif y había colocado todo el trabajo del eegie efectuado durante su ausencia en un archivo especial. Ava había tomado el que contenía el mensaje.
Leif lo leyó y palideció. Cuando alzó la vista, vio la automática en la mano de Ava.
—¿Tú eres la ejecutora? —preguntó, incrédulo.
La voz de Ava tembló.
—No, sólo soy la escolta.
—Y muy bien armada también —dijo Leif, recobrando su pose—. Bien, ¿dónde tendrá lugar el consejo de guerra?
—Leif —dijo Ava—, odio hacer esto. Hemos trabajado juntos durante tanto tiempo. Pero las órdenes son las órdenes. Y tú no debieras haber dejado nunca que esa… esa mujer se metiera en tu cabeza. ¿Cómo pudiste ponerlo todo en peligro desobedeciendo deliberadamente la orden de incinerar de inmediato a esa chica? ¿Y luego haciendo el amor con la otra?
—¿Así que tú informaste de mí? —dijo él, rechinando los dientes.
—Era mi deber.
—El odiar a Halla no tuvo nada que ver con eso, ¿verdad? ¿O fue ese odio el motivo? ¿Tenías planes para ella también?
—No es ni una cosa ni la otra —respondió Ava—. Vamos, Leif. Si guardo esta pistola, ¿prometes no intentar escapar?
—De acuerdo. Todavía sigues siendo un soldado. Supongo.
Ava fue al armario y sacó varias prendas del falso fondo de un cesto de la ropa sucia.
—Toma. Ponte esto.
Él examinó las prendas.
—Así que tan malo es, ¿eh? Acabamos aquí.
—Sí. El captador de pensamientos ya no está en el eegie, Leif. Nuestros hombres debieron retirarlo en algún momento de hoy, cuando llegó la noticia.
Ava se desvistió y empezó a ponerse el mono de un trabajador no especializado.
—¡Dios, Leif, será bueno ser de nuevo un hombre! ¡Diez años fingiendo ser una mujer!
—Tuviste que hacer mucho por el servicio —respondió él—. Dime, Ava, cariño, ¿valió la pena?
—Sigue con esto, y te dispararé —dijo ella-él.
Leif había llegado a acostumbrarse tanto a que Avam Soski pasara por su esposa que raras veces pensaba en él en términos de su auténtico sexo. El pequeño tipo era bueno, uno de los grandes del CGF en lo que a disfraces se refería.
Leif se vistió, se dirigió al QB y lo conectó.
—Nada de eso —dijo Ava—. Las órdenes son que no te comuniques con nadie.
Él la ignoró y pidió a la autooperadora las habitaciones de la señora Dannto. Debía de estarse preparando para la fiesta. Si el sandalfón estaba con ella, su presencia no importaría. Habían convenido una palabra código.
—¡Leif, dispararé! —chilló Ava.
El cubo mostró a Halla avanzando a la habitación delantera de su suite. Llevaba una bata.
—Halla, ¿hay alguien ahí que pueda oír? —preguntó Leif.
Ella negó con la cabeza y miró más allá de él, a la nivelada pistola de Ava.
—No te preocupes —dijo él—. Ava no disparará. ¡Escucha! El juego ha terminado. No tengo tiempo de entrar en detalles. Lo importante es que vamos a salir de aquí. No puedo decirte cómo, porque esta línea puede estar monitorizada. No lo creo; tanto tú como yo tenemos automáticamente privilegios lámeduianos; pero uno nunca sabe. Simplemente reúnete conmigo allá donde acordamos. ¡Rápido! ¿Lo has captado?
Ella asintió de nuevo con la cabeza, y él cortó la comunicación.
Se volvió en redondo a Ava y dijo:
—No voy a ir contigo, querida. Tengo intención de contactar con Jim Crew y conseguir que él nos embarque a Halla y a mí a Bantulandia.
—Jim Crew está en H —dijo Ava llanamente. Mantenía su pistola firmemente apuntada al pecho de Leif.
—¿Dónde has sabido eso? ¿En el servicio de señoras del cohete?
—Sí. Roe nos dijo que desapareciéramos porque cree que los uzzitas arrancarán la verdad a Crew mediante tortura. Creo que el captador ha sido trasladado cerca de H para que Roe pueda escuchar lo que ocurra.
Leif vaciló y dijo:
—Ava, escucha. Sé que me dispararás si te empujo demasiado lejos. Pero, ¿qué hay acerca de concederme un respiro? ¿Qué dices de llevarnos a Halla y a mí al consejo de guerra? Puedo hacer una súplica para que Roe nos deje marchar. Ya no le soy de ninguna utilidad al CGF; matarme no le ayudará en nada.
—¿Crees que después de haber enredado las cosas con el reemplazo de Halla e implicarte con los bantúes y convencer a Halla de abandonar su puesto Roe va a perdonarte? ¡Leif, esa chica te ha hecho perder la cabeza!
—Lo sé.
—Pero, Leif…, ¿traicionar a tu país?
—No lo hice. Simplemente lo olvidé por el momento.
Salieron del hospital. Leif tomó su coche personal y condujo hasta la parte delantera de la Biblioteca Nacional. Halla aguardaba dentro. Salió y ocupó el asiento detrás de los dos hombres.
Antes de que Ava pudiera decirle a Leif adónde ir, Halla extrajo una pistola de su bolso y la clavó contra el cuello de Ava. Leif tendió la mano y retiró la automática de Ava de su bolsillo.
—Pude ver lo que se avecinaba —dijo—. Así que Halla y yo también hicimos nuestros planes.
Ava pareció abrumado.
—Leif, esto no es…, no es…
—¿Propio de mí? Quizá no. Pero di un paso en falso y eso me llevó al siguiente. No es que haber conocido a Halla haya sido un error. No lo cambiaría ni por todas las medallas del mundo. El asunto es que el CGF me considerará desleal desde un principio. No tengo elección. Comprende esto: No me estoy volviendo contra Linde. Una vez todo esto haya terminado, me presentaré voluntario para un juicio aquí, cuando las emociones se hayan enfriado un poco. Pero en estos momentos sería fusilado de inmediato.
Luchando contra el salvaje deseo de recorrer a toda velocidad las calles y tomar las curvas sobre dos ruedas, Leif condujo lenta y cuidadosamente hasta una entrada del metro cerca de la plaza que en su tiempo había albergado el Arco de Triunfo. Salieron, y Leif puso el coche en auto para el hospital.
Echaron una mirada a la estatua de ciento veinte metros de Sigmen sujetando una espada y un reloj de arena, tuvo un vago pensamiento acerca de cuál podía ser el sucesor del Arco y del Precursor que algún día se levantara allí, y luego siguió a Ava y Halla al metro y de ahí a los túneles que conducían al escondite de los bantúes.
Fueron en el metro hasta un punto a cuatro manzanas de su destino, y anduvieron el resto del camino. El lugar de reunión era una habitación en una casa para trabajadores de clase baja. Estaba en un lado de una plaza muy grande. Muy lejos al otro lado había un enorme edificio como un bloque que era, supuestamente, una universidad para técnicos en física.
En realidad era H.
Los tres se acercaron a la casa de habitaciones por detrás, subieron tres pisos de desvencijadas escaleras, recorrieron un pasillo que oía a col y a pescado y a sudor, y se detuvieron ante una habitación que daba frente a la plaza. Ava tecleó el código; la puerta se abrió; entraron.
—¿Dónde está Roe? —preguntó Ava.
El hombre hizo un gesto a la vacía habitación y dijo:
—Está escondido. Lo mismo ocurre con la mitad del Cuerpo. Candleman descubrió lo que estamos haciendo. Me dejó aquí para que pudiera advertir a todo el mundo que viniera.
Curioso, miró las pistolas que Halla y Leif tenían en las manos, pero no hizo ningún comentario.
—¿Qué hay respecto a Barker? —preguntó Ava.
—Tiene que ocultarse como el resto de nosotros. Marchaos como mejor podáis. Roe tratará con él más tarde.
Halla suspiró, aliviada.
—Bien, hice todo lo que pude —dijo Leif—. A partir de ahora, si me quiere, tendrá que venir a buscarme.
Se dirigió al captador que estaba apoyado en el alféizar de una ventana y dijo:
—¿Está preparado para estallar?
—No a menos que alguien intente abrirlo —respondió el hombre—. Lo he estado usando en Jim Crew. Le están administrando un jodido tratamiento ahí dentro.
Leif rió quedamente y agitó la cabeza. Sabía que, en cada uno de aquellos edificios esparcidos por toda la Unión, los pensadores «irreales» eran reconvertidos a la realidad.
Allá los técnicos drogaban a los sujetos, los tendían en camastros, y unían diminutos hilos-sinapsis a diversas terminaciones nerviosas. A través de ellos alimentaban una serie de estímulos que creaban las sensaciones que los técnicos deseaban. Esas, coordinadas con palabras susurradas por una grabadora, hacían que el sujeto viviera situaciones artificiales que creía que ocurrían realmente. La «historia» era repetida una y otra vez, hasta que quedaba grabada de forma inalterable de por vida en el ego del sujeto, hasta que adquiría toda la autoridad inconsciente de un reflejo condicionado.
Liberado de H, el sujeto quedaba convencido de que había pasado por una experiencia que le había mostrado el error de su camino. En consecuencias, se convertía en un ciudadano incuestionable. No importaba cuáles fueran sus creencias antes de entrar en H, ahora era un leal discípulo de Isaac Sigmen.
La única desventaja era que ya no podía volver a pensar creativamente. Estaba tan cerca de ser un autómata como una persona podía llegar a estar.
Leif sabía esto. Mirar en la mente de Crew sería inquietante, pero un impulso contra el que no podía luchar le hizo volverse hacia el captador y colocarse los auriculares. Esos proporcionaban una traducción auditiva a las ondas «semánticas» radiadas por la corteza cerebral del bantú.