ANTES de salir para la caza, el grupo recibió instrucciones de Lwi Rulo, el guía jefe. Les dijo que sus presas serán neanderthaloides importados del tercer planeta de la estrella Gemma. Los neanderthaloides eran la forma de vida dominante de Gemma III, y eran potencialmente tan inteligentes como los terrestres. Pero, cuando se posó la primera nave espacial de la Unión Haijac, los gemmanos se hallaban en un estadio cultural más o menos correspondiente a la Edad de Bronce de la Tierra. Es decir, la cultura más desarrollada de Gemma estaba a este nivel. Pero la mayor parte del planeta se hallaba todavía en la Vieja y/o Nueva Edad de Piedra, y los gemmanos importados para la caza pertenecían al estadio neolítico. Habían sido soltados, desarmados, hacía varias horas. Pero el cuarzo y el pedernal se hallaban disponibles en aquella región, y los gemmanos podían en muy poco tiempo tallar una lanza y cabezas de flecha y armarse. Así, aunque equipados con armas inferiores, eran presas peligrosas, que no había que tratar con desdén.
—Sólo el año pasado dos miembros de nuestro equipo de caza resultaron muertos y uno herido —dijo Lwi Rulo—. El urielita Gundarsson fue atravesado por una flecha. El uzzita Smith fue destripado por una lanza, y su esposa fue herida en el hombro.
Leif sonrió. El urielita Gundarsson había sido muerto por un hombre del CGF de Linde disfrazado de gemmano. El lindano había disparado al jac con una flecha de madera con punta de pedernal, pero el arco era de arce laminado y fibra de vidrio. El lindano estaba emboscado en los arbustos a un centenar de metros del lugar donde había enviado la flecha a través del pecho del hombre. Luego el arquero se había desvanecido en los bosques canadienses y había sido recogido por un avión. Más tarde, un lindano en la jerarquía había ocupado los zapatos del hombre muerto, desde donde se hallaba en mejor posición de causar más daño a la Unión Haijac.
Lwi Rulo terminó sus instrucciones advirtiendo al grupo que no debían dispersarse sino permanecer juntos. No habría batidores delante de ellos para levantar la caza.
El grupo emprendió la marcha, charlando como si fueran a cazar conejos. El cálido sol del verano ardía sobre ellos, los árboles eran altos y verdes, los pájaros cantaban, todo parecía correcto en el mundo. En poco tiempo habían olvidado las palabras de Rulo y se habían separado en pequeños grupos y parejas que gradualmente derivaban lejos unos de otros.
Leif había estado aguardando a que ocurriera esto. Hizo un gesto a Ava hacia un lado.
—Bien —dijo ansiosamente—. Cuéntame lo que descubriste de Halla.
—Halla, o mejor Erica, porque ése es su auténtico nombre, es una de nosotros…, aunque odio decirlo. Pertenece al CGF. Lo mismo que su hermana gemela. Formaban parte de un grupo entrenado para hacer su trabajo entre la jerarquía. Y con mucho éxito además, aunque las desprecio por lo que están haciendo. Leif, la guerra es un asunto sucio, ¡pero nunca pensé que fuera tan sucio! ¡O que nosotros fuéramos los que cayéramos tan bajo!
—¿Haciendo qué? —dijo Leif—. ¿Por qué estás tan amargada? ¿Es Halla una extraterrestre? ¿Qué hay de malo en usarlos si pueden ayudarnos? Vamos, cuéntamelo.
—No, ellas no son ETs —dijo Ava entre dientes apretados—. ¡Desearía que no fueran humanas! ¡Entonces habría alguna disculpa para que hicieran su sucio trabajo!
»Al parecer, las ciencias biológicas en nuestro país se hallan más adelantadas incluso de lo que habíamos pensado. Llevas tanto tiempo entre los jacs que has perdido el contacto con los últimos desarrollos en Linde. Aunque dudo que ni siquiera tú hubieras oído nada de eso, porque debe de ser un proyecto supersecreto.
—¿Te refieres a que esos órganos fueron desarrollados en nuestros laboratorios, y que fueron implantados quirúrgicamente en Halla y en la otra mujer?
—Shib.
—Pero, ¿para qué son esos órganos?
—Camina más lento —dijo Ava—. Estamos alcanzando a los Dannto.
Leif disminuyó el paso. Miró hacia delante, donde estaban Dannto y Halla con algunos otros urielitas y sus esposas. Se habían detenido mientras un guía buscaba en los densos matorrales para asegurarse de que no había gemmanos escondidos allí.
—No puedo explicarlo todo en una o dos frases —dijo Ava con voz suave—. Pero intentaré resumir. Aunque puede que te parezca que no llego al fondo del asunto tan rápido como debiera.
»Sabes que una de las bases de la cultura haijac es la represión de los instintos sexuales, el deliberado entrenamiento de los niños, y en consecuencia de los adultos, a considerar el sexo como un mal necesario. No tiene que haber placer en el acto, ni aunque se haga con la propia esposa o esposo. Por supuesto, estoy de acuerdo con los jacs hasta cierto punto. Es un acto inicuo si se hace fuera de los vínculos del matrimonio. Pero es santo entre esposo y esposa…
—Conozco tus creencias. Háblame de esas mujeres.
—En primer lugar, tengo que decirte por qué esas mujeres existen. La teoría jac es que la gente muy reprimida sexualmente es más dócil y en consecuencia manejable por un gobierno totalitario. En efecto, se hallan castrados. Y poseen una personalidad como la que desea la Sturch. Estrechos de mente. Rectos. Dedicados a la Sturch. Suspicaces. Dispuestos a traicionar a la Sturch a cualquier desviacionista sospechoso. Desgraciadamente para la gente implicada, uno de los resultados de esa represión es la frigidez, la impotencia.
»Por impotencia no me refiero tanto a la incapacidad de realizar el acto sexual como a la incapacidad de tener un orgasmo completo o satisfactorio. El orgasmo es algo de lo que hay que sentirse avergonzado. De hecho, como sabes, la Sturch aprueba la inseminación artificial. Pero, por poderosa que sea la Sturch, no se ha atrevido a convertir la inseminación artificial en una ley. Tiene que limitarse a recomendarla y arreglar las cosas de modo que sólo aquellos que la practiquen consigan éxito en la Unión. Teóricamente, no puedes ser portador del lámed a menos que renuncies al acto sexual. Pero…
—¡Ve al grano! —restalló Leif.
—Shib. Estoy intentándolo. Si el impulso sexual es distorsionado, tiene que haber una salida en alguna parte. Y la hay. El sexto es sublimado en fanatismo y odio. De ahí la facilidad con que un jac traiciona a sus semejantes. De ahí los pogroms patrocinados por el gobierno contra los llamados irrealistas.
—¡Espera un minuto! —dijo Leif. Había estado observado un grupo de matorrales de densas hojas, algunas de cuyas ramas se movían de una manera sospechosa. Aunque estaba decidido a escuchar a Ava, no deseaba que Halla fuera asaltada por un gemmano.
Un guía detuvo de nuevo al grupo mientras exploraba los matorrales. Al cabo de unos pocos minutos hizo una seña a los cazadores de que podían seguir adelante.
—Candleman nos está observando —indicó Leif—. Estará aquí dentro de poco, y no tendremos oportunidad de hablar.
—Algún genio perverso en el Cuerpo de la Guerra Fría —dijo Ava— concibió una idea para aprovechar la frigidez del macho haijac. Algún genio biológico. Creó ese órgano que hallaste en la mujer muerta. Ya sabemos que somos capaces de crear formas inferiores de vida. Este órgano no resultó tan difícil de desarrollar en el laboratorio como el profano podría pensar. Especialmente puesto que fue designado para un simple propósito.
Ava se detuvo, porque en alguna parte a su derecha se produjo una conmoción. El viento les trajo gritos y un alarido. Luego, el rápido disparar de rifles.
—Han hallado a uno de los pobres diablos —dijo Ava—. Será mejor que terminemos esto lo antes posible.
»Este organismo —prosiguió en voz muy baja— fue diseñado para ser una batería bioeléctrica. Liberaba un flujo de corriente eléctrica durante la excitación de la mujer en la que era implantado.
—¡Ah, ya veo! —dijo Leif—. Y causaba que el hombre tuviera un orgasmo completo. La corriente fluía del cuerpo más cargado, el de la mujer, al menos cargado, el del hombre. Y la corriente era lo bastante fuerte como para romper los reflejos condicionados que causaban la frigidez masculina. ¡De buen o mal grado, tenía, por primera vez en su vida, una reacción natural y completa a la relación sexual! Y, por supuesto…
—Por supuesto, no iba a permitir que la mujer responsable de ello se apartara de él. La mujer conseguía así una gran influencia sobre él. Y la mujer, por supuesto, era una agente de Linde.
—¡Qué brillante idea! —exclamó Leif.
—Es lógico que la admires —dijo Ava amargamente—. Creo que es perversa y aborrecible.
Por una de las pocas veces en su vida, Leif se sintió asombrado.
—¿Estás objetando sobre una base moral? ¿Por qué? ¡Esto es la guerra! No pones objeciones a matar en la guerra. ¡Dios sabe que has matado a un buen número de jacs en los últimos diez años!
—Matar por tu país es una cosa —dijo Ava—. Pero este…, este uso de la fornicación como un arma…, ¡es inexpresable!
Leif alzó las manos en un gesto de disgusto y desesperación.
—¡Renuncio!
Hizo una pausa y frunció el ceño como si estuviera pensando profundamente. Luego enrojeció y dijo:
—Acaba de ocurrírseme algo. Puede que el CGF no haya pensado en ello. ¿Es Halla virgen? Si lo es, ¿cómo piensa explicar su virginidad a Dannto?
Ava veló sus negros ojos y dijo:
—Ya me ocupé de eso.
Leif sujetó el esbelto brazo y lo apretó tan fuerte que Ava dejó escapar un grito de dolor y soltó el rifle.
—Tú…, ¡tú! —se atragantó Leif—. ¿Cómo?
—Quirúrgicamente, por supuesto. ¿Qué habías pensado?
—Sabes lo que había pensado.
—¿Qué te ocurre, Leif? ¿Estabas planeando…?
—Silencio. Ahí viene Candleman.
Ava se inclinó y recogió el rifle. El uzzíta, que llevaba el suyo en el hueco de su brazo, se dirigió hacia ellos con su habitual actitud encogida. Abrió la boca para decir algo, pero se vio interrumpido por un grito.
Los tres se dieron la vuelta. La voz había sido la de Halla Dannto; ahora, la mujer era incapaz de hablar. Paralizada, se sujetaba la garganta con una mano y señalaba con la otra.
Leif echó una mirada a la embrutecida figura vestida con pieles que cargaba contra ella lanza en ristre y alzó su rifle. Hasta entonces no había tenido intención de disparar contra los gemmanos importados para ese deporte propio de Nerón. Había esperado que alguno de los neanderthaloides pudiera mutilar o matar a alguno de sus cazadores jacs; sería lo que se merecían.
Ahora no vaciló, sino que, en un fluido movimiento, alzó el cañón del arma, apuntó un poco más arriba del pecho del gorila, y apretó el gatillo. El rifle era un calibre 45 sin retroceso; apenas notó la sacudida. Antes de que pudiera disparar de nuevo oyó el estallido del de Candleman, sólo un poco más tarde que el suyo, y vio al gemmano caer de lado.
Dannto había saltado delante de Halla. Ahora, al ver al hombre mono agitarse en el suelo, permaneció allí, pálido y tembloroso. Candleman, sin embargo, corrió y colocó la boca de su cañón contra el rostro vuelto arriba, y lo hizo pedazos con disparo tras disparo.
Leif pudo ver que Halla no estaba herida. No malgastó tiempo preguntándole si estaba bien, como Dannto estaba haciendo. En vez de ello, se inclinó sobre el cadáver.
Ava le siguió y dijo:
—¿Dónde obtuvo esas tiras de cuerpo para atar la punta de la lanza al mango? Y, si observas bien, el mango es de madera curada.
Candleman se volvió a tiempo para oír la última de esas observaciones.
—Uno de los enemigos del sandalfón hizo indudablemente eso —dijo—. Ordenaré una investigación inmediata de los sirvientes que manejan a esos gemmanos.
Los Dannto avanzaron y contemplaron el cadáver. Halla estaba muy blanca. Los labios eran manchas escarlatas.
Leif miró a los demás. Ninguno de ellos parecía ver lo que él había visto. Decidió guardar silencio. De todos modos, para satisfacer por completo su curiosidad, se arrodilló y examinó el cuerpo con más atención. Alzó la piel de animal envuelta en torno al torso, vio algo que no esperaba y la dejó caer. Cuando se levantó, sus labios estaban fuertemente apretados, como si estuviera teniendo problemas para contenerse.
Ava, sensible a sus acciones, vio que estaba preocupado, pero no dijo nada hasta que estuvieron de nuevo un poco separados de los demás.
—¿Qué viste, Leif?
—¿No observaste las proporciones de piernas y brazos del cadáver? —dijo Leif—. Los brazos de un gemmano, comparados con los de un hombre, son cortos, del mismo modo que las piernas. Los huesos de los antebrazos están arqueados para servir como fijación para los poderosos músculos. Las vértebras del cuello son curvadas a fin de que el gemmano, como el mono, pueda doblar su cuello hacia atrás para mirar hacia arriba. Hay otras diferencias, pero no entraré en detalles.
»Ese tipo tenía unos brazos y piernas más largos de lo debido. Su cúbito y su radio eran rectos como los de un hombre. Su cuello, aunque tan grueso que casi no existía, era completamente capaz de doblarse hacia atrás. En pocas palabras, era un hombre. Apostaría a que, si su rostro no hubiera sido destruido, hubiéramos visto que llevaba pseudopiel para hacer que pareciera neanderthaloide.
»Pero eso no era todo. Alguien deseaba disfrazar su auténtico propósito. Tenía unas pequeñas JC tatuadas en su vientre.
Ava se lo tomó con calma.
—Evidentemente, si era muerto, Cuze o Changer hubieran cargado con la culpa. Pero, ¿y si no lo era?
—Cinco contra uno a que tenía el habitual diente falso con veneno. Observarás que fue a por Halla. ¿No se relaciona esto con el «accidente» que sufrió su hermana?
—¿Qué piensas? La cuestión es, ¿por qué esos atentados contra su vida? ¿Por qué la culpa recae sobre Jacques Cuze?
—Sintoniza el próximo capítulo y lo descubrirás —dijo Leif.
—¡Sé serio! ¿Por qué no les dices a los demás lo que has descubierto?
—Escucha, quienquiera que puso a ese hombre para que intentara asesinar a Halla tiene que estar cerca. Deseaba poder matar al hombre para, si era atrapado, cerrarle la boca. Quizás había planeado hacerlo de todos modos. Los cadáveres no hablan. Quienquiera que deseaba a Halla muerta estaba premeditadamente cerca.
—Eso incluye sólo a dos docenas de personas. ¿Qué hay de Candleman? Se apresuró a destruir el rostro del hombre. Me da la impresión como si intentara ocultar la identidad del tipo.
—Candleman disparó casi al mismo tiempo que yo. Si estuviera detrás del asunto, hubiera aguardado a que la lanza estuviera enterrada en el cuerpo de Halla. Y destrozarle el rostro no oculta nada. Siempre hay las huellas dactilares. Pienso en conseguirlas más adelante y efectuar algunas comprobaciones a partir de ahí. Además, volviendo a Candleman: aunque no le gusta Halla, es muy devoto de Dannto.
—Leif, el hombre que mató a la primera Halla estaba en París. Esto es Canadá. Tuvo que venir aquí cuando lo hicimos nosotros. ¿Quién vino con Dannto? ¿Quién vino contigo?
—Hay al menos veinte personalidades que vinieron de Europa a invitación del metatrón. ¿Quieres que los interrogue a todos?
—Todo lo que podemos hacer es aguardar otro intento.
—Eso debería de hacerte feliz. Odias a Halla, de todos modos.
—Sí, pero ella pertenece al CGF.
—No olvides eso —dijo Leif—. Estáte por ahí y consigue esas huellas dactilares, si puedes. En cuanto a mí, tengo trabajo que hacer.
Se dirigió osadamente a donde estaba Halla, sentada sobre un tocón, con Dannto a su lado, sujetando su mano.
—La señora Dannto ha sufrido un shock —dijo Leif—. No debería proseguir la caza. Yo no estoy realmente interesado en todo este disparar, y puesto que soy su médico, la llevaré de vuelta a casa del metatrón. ¿Quiere venir con nosotros, sandalfón? Si no, realmente no es necesario.
Era evidente que Dannto deseaba estar con su esposa. El doctor, sin embargo, había dicho delante de una docena de altos oficiales que no era necesario que fuera con ella. Eso era malicia premeditada; Leif sabía que el urielita consideraría un asunto de honor seguir con la caza. Temería que los otros pudieran pensar que estaba demasiado nervioso por el ataque por sorpresa.
Así, como Barker había supuesto que haría, Dannto dijo con voz excesivamente fuerte que él, personalmente, deseaba matar a todos los gemínanos que se ocultaban ahora en los bosques canadienses. Los otros que estaban de pie a su alrededor asintieron con la cabeza y le dieron palmadas en el hombro y dijeron que por Sigmen se sentirían orgullosos de cederle el primer disparo.
Pese a todo, la boca del archurielita formó un mohín de desagrado y decepción cuando vio a Leif ayudar a su esposa a subir a un vehículo Hill que les llevaría de vuelta a la casa.
Se dirigió torpemente a ella en el último momento y besó su pálida mejilla y dijo que le traería una o dos cabezas.
Halla se estremeció y no respondió.
—Cuide de ella, doctor —dijo Dannto cuando el Hill se elevó por los aires.
La respuesta de Leif no pareció borrar las arrugas en la frente de Dannto.
—Abba, será cuidada como nunca lo ha sido antes.