17

ERA cerca del amanecer cuando Leif entró en el Hospital de la Piedad Rigurosa. El medio dormido uzzita de guardia en la puerta del personal enfocó el lámed con su linterna y luego le dijo al médico que pasara.

Animado por la falta de precauciones, Leif subió al ascensor y lo envió directamente al ático. Cuando llegó al pasillo no encontró, como había esperado, a otro guardia delante de su puerta. Tras abrir la puerta descubrió por qué.

La casa estaba vacía; Halla y Ava no estaban.

No perdió tiempo; llamó de inmediato a Rachel por el QB. Con el pelo metido en rulos, envuelta en una gastada bata blanca, su secretaria respondió. Cuando le vio, sus ojos echaron a un lado el sueño y se abrieron en plena atención.

—¡Muy bien, Rachel! —restalló Leif—. Dígame rápidamente qué ha ocurrido.

No añadió que deseaba la información antes de que Candleman pudiera llegar hasta él. Era más que probable que un uzzita estuviera escuchándole en aquel momento.

Rachel jadeó que creían que había sido secuestrado; ¿cómo, en nombre de Sigmen, había conseguido escapar? Cuando él le dijo que no importaba, que simplemente le explicara qué había ocurrido, ella le respondió malhumorada que no sabía lo que deseaba saber. Él se tiró del pelo y gritó que si no le decía de inmediato dónde estaban la señora Dannto y Ava, saltaría a través del QB y le arrancaría los miembros uno a uno.

Rachel respondió que estaban en Montreal. Después de que Leif hubiera sido supuestamente secuestrado por Jacques Cuze, Candleman había insistido en que Halla Dannto y su esposa tomaran el cohete canadiense. También deseaba que Ava fuera con ellos como enfermera de la mujer. Todos tres, juró, estaban en peligro. Y, aunque Ava se había negado al principio, finalmente cedió.

Leif pensó que Ava debía haber tenido fuertes razones para hacerlo. De alguna forma había llegado a la conclusión de que necesitaba estar junto a Halla.

A petición suya, Rachel abandonó su pequeña habitación y fue a la oficina. Regresó con un libro que listaba los asuntos de aquel día. Después de leerle los registros de las llamadas por el QB y el correo, llegó a un asunto que le interesó. Aquel estúpido de Z. Roe, como lo llamaba Rachel, había llamado por el QB para saber si tenía que presentarse para otro eegie por la mañana. Y ella ya le había dicho que no dos veces antes.

Así que Zack le estaba buscando. Probablemente con órdenes de todo tipo, desde un informe completo de lo que había ocurrido hasta una orden de que se presentara a un consejo de guerra de campaña. Desde hacía tiempo Leif sospechaba que ese viejo de pelo gris era cualquier cosa menos la nulidad que parecía, que de hecho era su superior. Aunque Leif siempre se había considerado a sí mismo como el líder del CGF parisino, de tanto en tanto tenía pruebas de que sus decisiones eran revocadas y de que alguien le estaba controlando. En cierto modo, había sido risible que los lindanos hubieran absorbido tantas de las suspicacias de la misma gente contra la que estaban luchando.

Ahora, Leif vio muy poco humor en la situación.

—¿Algún mensaje de Ava? —preguntó.

—No, doctor Barker.

Miró el pálido rostro sin maquillaje de Rachel y los rulos, y se preguntó si alguna vez ella se habría sentido interesada por él.

—Puede volver a la cama —dijo gentilmente—. La veré por la mañana.

Cuando la imagen desapareció, se preparó un poco de café y, sobre el hirviente líquido negro, decidió contactar a Zack Roe tan pronto como fuera posible. Antes de haber vaciado la taza oyó a alguien abrir su puerta. No podía ser Ava, así que estaba preparado cuando entró Candleman.

El rostro del uzzita era como siempre, el largo y estrecho cráneo y la recia mandíbula formando un lecho de roca para la rígida carne. Su delgada figura se movía un poco a sacudidas, lo que hizo a Leif pensar en una marioneta. Candleman, imaginó, era a la vez amo y muñeco, parte de él aposentado encima de sí mismo, controlando con cuidado la parte que estaba sobre el escenario, pero nunca capaz de ocultar los hilos ni mover los miembros con suavidad viva.

Leif, preparado para cualquier cosa excepto para lo que ocurrió, se sorprendió cuando Candleman hizo calmadamente una pregunta con voz monótona acerca de las experiencias de Barker con Jacques Cuze.

Eso puso a Leif sobre la curda floja. Podía ocultar la existencia de los camaradas de Jim Crew con una mentira. Por otra parte, Candleman podía saber más de lo que parecía; podía estar tendiéndole un cebo.

Leif decidió su historia casi tan pronto como el uzzita dejó de hablar y se inclinó hacia delante, con su afilada nariz ansiosa, su labios como un pico de papagayo apretados y sus ojos grises entrecerrados.

—Tiene razón, Candleman —dijo, y le dio lo que deseaba oír.

El uzzita se puso en pie. Sus ojos, normalmente sin lustre como el pelaje de una rata, brillaron, y su voz se alzó.

—¿Así que este hombre que le obligó a punta de pistola a operar a su hija dijo llamarse Jim Crew? ¿No puede ver usted lo que yo veo? ¿No? ¡Piense, doctor, piense! ¡Las iniciales!

Leif golpeó la mesa con el puño. El café salpicó el plástico.

—¡Por el fin del tiempo! —maldijo—. ¡Así que son ellos!

—Absolutamente. Ha dicho usted que esa gente tenía un aspecto extranjero, y que hablaban en una lengua que no era ni haijac ni hebreo. ¡Debía de ser francés! ¡Sigmen, me gustaría saber algo de esa lengua!

Espero que nunca te tomes la molestia de estudiarla, pensó el médico.

Candleman empezó a pasear de un lado para otro. Agitaba ligeramente el látigo de siete colas.

—Doctor, mi inclinación natural sería reunir a todos mis hombres disponibles y organizar una caza del hombre a una escala nunca hecha hasta ahora. Pero no voy a hacerlo. Jacques Cuze es un zorro viejo; permanecerá bien oculto durante un tiempo. Y no tengo la menor duda de que se ha trasladado del lugar que usted describe.

En aquel momento el QB brilló, y la voz de la operadora dijo:

—Una llamada de Montreal, doctor Barker.

Leif dio su conformidad y vio el cubo transformarse en una habitación en la que estaban sentados el sandalfón, Halla y Ava. Dannto dijo:

—¡Barker! ¡Candleman llamó y dijo que estaba usted de vuelta, alabado sea Sigmen! No, no se explique ahora. Tomen los dos un especial y vengan aquí de inmediato. Su ayudante se hará cargo de sus deberes. Quiero que examine usted a Halla. Se queja de dolores en el plexo solar. También queremos oír su historia cara a cara, y más tarde podemos ir a la gran propiedad del metatrón Wong en los bosques para relajarnos un poco. Eso es todo. Que su futuro sea real.

El cubo parpadeó y volvió a la transparencia.

Leif se levantó para protestar, porque deseaba saber algo más de Halla y Ava. Su corazón también pulsaba por el deseo de ver de nuevo a la mujer pelirroja.

Candleman se puso en pie y dijo:

—Desde que su esposa ha regresado, Dannto vuelve a ser el mismo de antes.

—¿Desde que ella ha regresado?

—Sí, se habían separado justo antes de su «accidente». Supongo que ella deseaba algo y él no quería dárselo. Así que ella se trasladó a otro apartamento. Ya ha ocurrido otras veces antes. Y siempre el que cede es el sandalfón. —El uzzita bufó—. Puedo recordar cuando ninguna mujer se hubiera atrevido a algo así. O bien sería barrida o enviada a H. Pero esta mujer le ha hecho perder los sentidos.

—¿Está criticando usted a la cabeza visible de la Sturch? —dijo Leif suavemente.

—No tiene usted ningún registro de mis palabras —respondió Candleman—. De todos modos, Dannto sabe lo que siento acerca de la influencia de esta mujer sobre él.

No dijo nada más mientras Leif preparaba sus cosas. Finalmente, los dos salieron al tejado del hospital y aguardaron el especial. Cuando se posó a su lado, entraron y se sentaron el uno al lado del otro. Candleman guardó silencio durante todo el viaje. En una ocasión, se levantó, miró a Leif y dijo:

—Doctor Barker, parece ser usted muy feliz, libre y tranquilo. ¿Es debido a que tiene una espléndida esposa?

Luego, antes de que el sorprendido médico pudiera responder, el uzzita añadió:

—Retiro eso. Por favor, discúlpeme. No tengo ningún derecho a preguntar. —Y murmuró—: No en el ejercicio de mi deber, ¿sabe?

Barker se preguntó que pasaba por detrás de aquel rubio rostro de Dante. Deseó poder apuntar el captador sobre él.

Ese deseo condujo a otro, que era su deseo de saber si Trausti y Palsson habían sido interrogados o no. Si lo habían sido, debían de haber certificado las sospechas de Candleman acerca del comportamiento de Leif. Posiblemente Candleman estaba apartándole de París a fin de que no pudiera hacer nada con los dos informadores. Y podía haber convencido a Dannto de que invitara a Leif a Montreal para así poder observarle mientras estaba con Ava y Halla.

Se demoró en la belleza pelirroja y en qué podía ser exactamente. Meditó sobre sus orígenes, y durante sus especulaciones se dio cuenta de que lo abandonaba todo excepto un pensamiento: se sentía fascinado por ella como nunca se había sentido fascinado por ninguna otra mujer, y tenía que estar a su lado.

Por mucho que se resintiera de su irresistible atracción, tenía que acudir a ella. Quizá la polilla experimentara esta pasión hacia la llama; sin embargo, la polilla volaba directamente a ella.

Poco antes de que aterrizaran en el aeropuerto, uno de los lugartenientes de Candleman pidió permiso a los dos lámeduianos para conectar el QB para escuchar el canal de noticias. El locutor apareció en mitad de una frase. Estaba describiendo un reciente tumulto en Chicago en el que un hombre había sido hecho pedazos por la enfurecida multitud. Parecía que el culpable había dicho que no creía que el Día que se Detendrá el Tiempo estuviera cerca en absoluto. Según Sigmen, o eso afirmaba, las condiciones en la Haijac serían perfectas antes de que él llegara de sus viajes por el tiempo. Este hombre no creía que las condiciones se acercaran ni remotamente a la perfección.

—Inmediatamente después —trompeteó el locutor—, una enfurecida multitud vengó este insulto a la Unión, a la Sturch y a Sigmen, real sea su nombre. Y ahora, buenos ciudadanos, les llevaremos… —y la escena en el cubo se disolvió. Cuando volvió a enfocarse, mostró una calle vacía excepto unos cuantos uzzitas. Rodeaban un charco de sangre y una pierna arrancada tirada junto a un bordillo.

Leif miró atentamente antes de que la visión se desenfocara. Cuando se echó hacia atrás en su asiento sonrió. Su ojo clínico había observado de inmediato que el miembro no había sido arrancado, sino expertamente cortado. Indudablemente aquello era una de las presiones propagandísticas de la Sturch. Un montaje.

Dudaba que ninguna multitud en la Haijac fuera capaz de reunir suficiente entusiasmo u organización como para linchar a un hombre. El ciudadano ordinario estaba demasiado atareado trabajando día y noche para vestirse y alimentarse y estaba demasiado asustado ante la posibilidad de ir a H como para hacer un movimiento sin aprobación previa.

Para impedir quedarse dormido, Leif le preguntó a Candleman lo que le había dicho la señora Dannto acerca de su accidente.

—Su historia es más o menos lo que sospeché que sería —dijo Candleman.

Hizo una pausa para hacer chasquear sus correosos labios y continuó:

—Todo lo que sabe es que recibió una llamada por el comunicador. No reconoció la voz, y el hombre que hablaba dijo que el QB de su lado no funcionaba. Ella le creyó porque eso es algo que ocurre con frecuencia. El hombre dijo que se llamaba Jarl Covers —el uzzita miró significativamente a Leif—, y que era uno de mis lugartenientes. Eso, por supuesto, era una mentira. La señora Dannto hubiera debido comprobar si había realmente un Covers entre mis fuerzas.

»El hombre dijo que deseaba reunirse con ella para hablar de un complot contra la vida de su esposo. Covers afirmó que había topado con él pero que no podía acudir a sus superiores porque algunos de ellos eran los instigadores. Supongo que el tipo intentaba arrojar las sospechas sobre mí. Puesto que Dannto se hallaba en Montreal, Covers deseaba hablar con la esposa de Dannto. Ella se sintió aterrada e incapaz de pensar a derechas. Subió a un taxi para acudir al encuentro de Covers. El hombre que tengo destacado para protegerla mientras su esposo está fuera estaba respondiendo otra llamada, presumiblemente de un cómplice de «Covers. Esa fue su historia; en estos momentos está siendo interrogado muy a fondo al respecto.

»Eso es todo lo que sabemos.

Leif se había preguntado qué historia proporcionaría Halla. Era buena, porque despertaba las sospechas de Candleman hacia Jacques Cuze y lanzaba un montón de cálida bruma ante su por otro lado frío y claro pensamiento. Y la historia no podía ser comprobada, porque las llamadas a la casa del sandalfón no eran monitorizadas.

Quedaba un misterio. ¿Quién había llamado a la Halla original para conducirla a su muerte?

Se quedó dormido preguntándose esto. Despertó cuando el aparato se preparaba para tomar tierra. Candleman dijo que acababan de recibir la indicación de ir directamente a la propiedad del metatrón en los grandes bosques. Leif volvió a dormirse y no despertó hasta que se abrió la puerta. Bostezando, parpadeando, salió al cálido sol del mediodía canadiense. Un vehículo les recogió y les llevó en un minuto a la mansión de verano de la cabeza política de Norteamérica.

Los dos hombres se hallaron en medio de toda una fiesta. La mayoría de las personalidades más importantes de la Haijac estaban reunidos en el jardín delantero. Sus esposas y amantes estaban allí también; todos iban con atuendos de caza. Leif fue recibido por Dannto y Halla y presentado a todo el mundo. Su reputación como cirujano cerebral era amplia, y la mayoría habían oído hablar de él.

Luego le proporcionaron ropas de caza, un rifle y munición. Mientras se vestía tras un biombo, les proporcionó al sandalfón y a otros reunidos en la habitación la misma historia que le había contado a Candleman. Cuando terminó, Dannto dijo:

—Tuvo usted suerte de que no le mataran luego.

Luego se volvió a Candleman y dijo:

—Supongo que todavía insistes en que este Jim Crew es Jacques Cuze. Qué ridículo puedes llegar a ser. Cualquiera que no sea un monomaniaco puede ver que estas iniciales corresponden a Jude Changer.

Hubo un murmullo de asentimiento, porque la mayoría eran urielitas. Candleman no cambió de expresión, pero Leif tuvo la sensación de que había resentimiento por su parte.

Examinó al hombre.

No hacía mucho, pensó, los gobernadores de la Haijac eran hombres construidos como Candleman, altos, huesudos, con largos rostros estrechos y labios hoscos. Ardían día y noche con celo por el Sturch, y en ningún momento podía atraparles nadie en un acto irreal.

Ahora habían sido reemplazados por hombres como Dannto, el tipo mucho más bajo, mucho más recio y mucho más parlanchín de ejecutivo. Aunque hablaban de principios abstractos, era mucho más fácil hallarlos ocupándose de los más inmediato y conocido. Y, como ahora, podías oler en ellos el aroma del muy buen licor, y podías ver que habían elegido a sus mujeres no por las virtudes tradicionales de frigidez y fertilidad y fidelidad al Sturch, sino por sus labios rojos y sus figuras llenas y su devoción a sus hombres.

Leif regresó al jardín. Allí tuvo oportunidad de hablar por un momento con Ava y Halla. El único que estaba cerca era el uzzita, y se hallaba fuera del alcance de sus voces.

—¿Dijo Zack Roe o alguien alguna cosa acerca de que yo había ido bajo tierra con Crew? —preguntó Leif.

Ava sonrió de una forma extraña.

—No, nadie sabía dónde estabas.

—No podía contactar contigo por el QB. Sabes eso.

—Leif, no me gustaría estar en tus zapatos. Y todo a causa de ella.

—Ava hizo un gesto hacia la mujer.

—No necesita mostrarse tan despectiva —gruñó Halla.

—¿Qué ocurre? —preguntó Leif.

—Me hice algunas preguntas acerca de ella —respondió Ava—. Así que, mientras tú estabas fuera y ella dormía, la examiné. Eso fue suficiente para impulsarme a tomarle algunos rayos X. Cuando despertó, hice que me dijera lo que era.

—Y lo hice —indicó Halla, con voz muy baja pero muy rápida—. Y Ava retrocedió como si yo fuera una araña venenosa. Actuó como si me odiara y deseara verme muerta. Fue entonces cuando me dijo que mi hermana estaba muerta.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Leif. Sintió que su rostro ardía y sus manos se volvían frías.

Ava se agitó inquieta, pero finalmente le miró directamente a los ojos.

—Deseé que descargara entonces su dolor. Si descubría por accidente lo que le había ocurrido a la auténtica Halla, podía verse abrumada en un momento donde no pudiera explicarlo. De modo que le di la oportunidad de desahogarse. No tenía ansiedades arraigadas que reprimieran su dolor, así que se liberó de él en cosa de media hora. Ahora ya no hay nada de lo que preocuparse.

—Tiene la mentira en los dientes —restalló la pelirroja—. Me odia a causa de lo que he estado haciendo. Sin embargo, ha sido por nuestro país. Me dijo lo de mi hermana a fin de causarme daño. No lo olvidaré.

—Cuidado —dijo Leif—. Se acerca Candleman.

En un aparte, le susurró a Ava:

—A la primera oportunidad que tengas, cuéntamelo. Ava asintió, miró a Halla y dijo:

—Ni siquiera querrás tocarla cuando te lo explique, Leif. O quizá sí, siendo lo que eres.

Halla se dio bruscamente la vuelta, pero no antes de que Leif viera las lágrimas…

Su oportunidad de hablar con Ava llegó después de que fueran transportados unos cientos de kilómetros al pabellón de caza.