Al principio de los tiempos el mundo era belleza y magia. Antes de que los humanos existieran, había dioses y sus sirvientes, que cumplían sus órdenes fueran cuales fuesen. Enfrentados entre sí, los dioses lucharon hasta que de su infructuosa violencia nació una nueva raza: los ctónicos, unas nuevas criaturas que surgieron de una tierra teñida de rojo por la sangre de los propios dioses.
Los ctónicos se alzaron sobre los demás y dividieron el mundo entre los dioses… también dividieron el mundo entre ellos mismos.
Para mantener la paz debían eliminar a los soldados de los dioses. No podía sobrevivir ni uno. La ley ctónica se impuso y juntos consiguieron establecer la paz en el mundo una vez más y proteger a la nueva raza recién creada: los humanos.
Sin embargo, los ctónicos no estaban libres de corrupción. Ni eran infalibles.
No tardaron mucho en pelearse entre sí.
Y así fue pasando el tiempo. La humanidad maduró y aprendió a olvidarse de los dioses y de la magia que existía en su mundo. Incapaz de combatir contra ellos, la humanidad decidió obviar su existencia.
Tonterías. Pamplinas. Fantasía. Cuentos de hadas. Algunos de los muchísimos términos que los hombres usaban para denigrar lo que su cacareada ciencia no podía explicar. El empirismo se convirtió en otra religión.
No había sombras que acecharan a víctimas inocentes. Solo era la mente humana que les jugaba una mala pasada. Una imaginación demasiado activa.
«Los lobos no se pueden convertir en humanos y los humanos no se pueden convertir en osos. Los dioses antiguos están muertos… relegados a los mitos que todos sabemos que son inventados.»
Y sin embargo…
¿Qué ha sido ese sonido al otro lado de la ventana? ¿Ha sido el aullido del viento? ¿Un perro callejero, tal vez?
¿O algo más siniestro? ¿Un depredador de verdad?
Si se nos eriza el vello de la nuca, solo es el efecto del frío, nada más. O tal vez la muerte ande cerca. O quizá sea la caricia de un dios invisible o de su sirviente, que pasaba junto a nosotros.
El mundo ya no está en pañales. Ya no es inocente.
Y los antiguos poderes se han cansado de que no les hagan caso. El viento que soplaba hace un rato por el patio no era la tierna caricia que anunciaba un cambio de tiempo. Era una llamada que solo las criaturas sobrenaturales pueden oír.
En este preciso momento esas fuerzas se están reuniendo.
En esta ocasión quieren algo más que la sangre de los otros dioses y la suya propia.
Nos quieren a nosotros…
Y estamos a su merced.