11

Stryker estaba en la cama, con Céfira entre los brazos, escuchando su respiración mientras dormía. Sonrió y recorrió su cara con la punta de los dedos. Era guapísima. Delicada. La había echado muchísimo de menos. Y era maravilloso poder abrazarla de nuevo. Aquellas horas de tranquilidad con ella en sus brazos eran su mayor tesoro.

Estaba a punto de quedarse dormido cuando alguien llamó a la puerta.

—Adelante.

Davyn entró con una expresión que le dejó claro que había pasado algo malo.

—¿Qué pasa?

Davyn tragó saliva.

—Estábamos aplastando a los gallu y… —Se estremeció y apartó la mirada, como si le diera miedo continuar.

—¿Y qué? —masculló Stryker.

Davyn volvió a tragar saliva.

—War ha aparecido con refuerzos.

¡Joder! ¿Y por eso se asustaba? Era un movimiento lógico. Lo raro habría sido que siguiera luchando solo.

—Podemos…

—Han capturado a Medea.

Céfira se sentó en la cama mientras la rabia lo consumía.

—Que han hecho ¿¡qué!?

—Han capturado a Medea —repitió Davyn en voz baja. Miró a Stryker a los ojos con una expresión avergonzada que habría conmovido a su señor si este no hubiera estado tan enfadado—. War quiere que se rinda o la matará.

Los insultos de Stryker se sumaron a los de Céfira.

—Reúne a nuestros soldados —le ordenó Stryker.

Céfira lo cogió del brazo cuando se disponía a saltar de la cama.

—No podemos enfrentarnos a él. La matará.

Davyn asintió con la cabeza.

—Tiene razón. War fue muy claro. Solo usted o la matará.

Stryker apretó los dientes, sintiendo un profundo desprecio hacia sí mismo por haber puesto en peligro a su hija. Miró a Céfira a los ojos y vio el miedo que se ocultaba tras la rabia.

—Yo empecé esto y yo lo terminaré. Te juro por todos los dioses que no dejaré que le haga daño.

—Será mejor que los dos volváis sanos y salvos. No me gustan los funerales. —Su voz fue un quedo susurro en la oscuridad.

Stryker la abrazó y le dio un beso en la frente. Nunca unas simples palabras habían significado tanto para él.

—No te preocupes. He enterrado a mayores gilipollas y pienso bailar sobre la tumba de este cabrón.

Nick ladeó la cabeza al experimentar una extraña sensación sobre la piel, como el delicado aleteo de una mariposa sobre su cuerpo. Se dio la vuelta al instante y vio a una mujer tras él. Delgada y de baja estatura, irradiaba tal poder que supo al instante que era tan letal como guapa.

—¿Quién eres?

Los labios de la mujer esbozaron una sonrisa perversa.

—Llámame Ker. War me envía para decirte que tiene en su poder a la diosa Menyara. Si quieres recuperarla, tienes que ir solo y desarmado al cementerio de San Luis, a medianoche.

Resopló al escucharla.

—Menudo topicazo, ¿no te parece?

—Pues no. —Y se desvaneció.

Nick se sentó despacio mientras veía como aparecía en su brazo el ya familiar diseño negro y rojo. Era más fuerte que nunca. Tenía la sensación de que su poder sería absoluto… si supiera controlarlo. El único problema era que después de ese subidón de fuerza llegaba una extrema debilidad. Sentía el poder, pero era incapaz de utilizarlo debidamente.

Con el corazón en un puño le echó un vistazo a la habitación donde se encontraba, en la casita que Menyara llamaba hogar desde que él tenía uso de razón. Había estatuas y dibujos de antiguos dioses repartidos por todo el lugar, y en aquel momento podía ver los hechizos protectores que habían sido invisibles para sus ojos humanos. Allí era donde Menyara lo había mantenido a salvo… como niño y como el monstruo en el que se había convertido.

La humilde casita no era ni mucho menos adecuada para una diosa, pero era lo que Menyara había escogido. Y donde lo había criado a medias con su madre.

Dio un respingo al recordar el cuerpo sin vida de su madre. También recordó la frialdad de su piel mientras intentaba revivirla. Su sangre lo cubrió mientras todo su mundo se desintegraba en un abrir y cerrar de ojos. No sabía si volvería a ser el mismo. La furia. El dolor. El sentimiento de traición… Seguían estando demasiado presentes. Seguían vivos.

—Te echo de menos, mamá —susurró mientras una amarga agonía se apoderaba de él.

Su madre había muerto por su culpa, única y exclusivamente. Lo sabía. Pero no quería admitirlo.

Y en ese momento la vida de Menyara estaba en sus manos.

Podría tragarse el orgullo y salvarla, o aparecer con las armas en alto y verla morir…

La elección era suya, única y exclusivamente.

Ash estaba en la galería de la residencia de Savitar, desde la que se veía el gran salón de la planta baja. Escondido entre las sombras, veía a Tory, a Danger y a Simi reír a carcajadas mientras disfrutaban de una copa de helado. Lo abrumaron unas emociones indescriptibles. Aunque había una en concreto que sí podía nombrar: la ternura que lo embargaba cada vez que las veía. La sensación de pertenencia a una familia.

Nunca había creído posible que disfrutaría de semejante paz y felicidad. Que disfrutaría de las caricias de una mujer que lo quería de verdad. De una caricia que sabía que jamás sería dolorosa o brutal. Era un auténtico milagro.

Tory alzó la vista como si se hubiera percatado de su presencia y le dirigió una sonrisa que lo desarmó. Dio un paso hacia la barandilla, pero se quedó de piedra al percibir la presencia de la última persona que habría esperado ver en la vida.

Nick.

Se quedó donde estaba mientras esperaba a que Nick lo atacase por la espalda.

No lo hizo. Nick inspiró hondo y dijo en voz baja y letal:

—Confiaba en ti, cabrón, y me fallaste.

—Lo sé —replicó Ash, también en voz baja, al tiempo que aferraba con fuerza la barandilla—. Debería haberte hablado de Simi, pero no lo hice. Sabía muy bien cómo te comportabas con las mujeres.

—No le habría puesto un dedo encima si hubiera sabido que era tu hija.

Se volvió para mirar a Nick a la cara.

—Los dos la cagamos, Nick. Los dos intentamos protegernos del dolor, pero en el proceso destruimos lo que más ansiábamos proteger. Debería haber confiado más en ti, pero mi pasado me ha enseñado a no abrirme a los demás. —Soltó un suspiro cansado—. Bueno, ¿has venido a pelear?

Los ojos de Nick relampaguearon, rojos como la sangre, desde las sombras.

—Nada me complacería más que matarte. Pero necesito un favor y no puedo acudir a nadie más.

Ash enarcó una ceja al escucharlo. Sabía lo mucho que le estaba costando a Nick pronunciar esas palabras, y no quería ponérselo más difícil.

—¿Qué ha pasado?

—War tiene a Menyara. Necesito conocer sus puntos débiles para ayudarla.

Ash soltó una carcajada por la ironía que encerraban aquellas palabras.

—Tú eres su punto débil.

—A pleno rendimiento, no te digo que no. Pero no puedo detenerlo así, ¿verdad?

Ash negó con la cabeza.

—¿Y tú?

—Solo, no.

Nick dio un paso hacia él.

—Pues dime lo que tengo que hacer.

—¡Ash!

Ash se acercó a la barandilla para mirar a Tory y ver qué quería. Si la aparición de Nick lo había sorprendido, se quedó de piedra al ver lo que lo esperaba allí abajo. Parpadeó un par de veces para asegurarse de que no estaba alucinando.

—¡Joder! El infierno ha tenido que congelarse. —Miró a Nick—. Quédate aquí un momento.

—Ash…

—Confía en mí, Nick. Quédate aquí sin que te vea nadie. Volveré enseguida.

Ash se teletransportó junto a la mesa, donde Stryker estaba al lado de Tory.

El daimon no parecía muy contento, pero eso se quedaba corto al lado de cómo se sentía él; sobre todo porque Stryker estaba prácticamente encima de dos de las personas más importantes de su vida.

Lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué haces aquí?

—Savitar me ha enviado a hablar contigo.

Ash enarcó una ceja, pero sabía que Stryker no estaba mintiendo. Era imposible que hubiera llegado hasta allí sin tener que pelear.

—¿Qué pasa?

La cara de Stryker era una máscara pétrea.

—War tiene a mi hija y la está usando como rehén. —Llegados a ese punto se le quebró la voz y Ash supo que el daimon no era tan indiferente como aparentaba.

Meneó la cabeza y replicó:

—Parece que es la tónica del día.

—¿También tiene a Kat?

Ash soltó una carcajada al imaginarse que War intentara cometer una gilipollez tan grande como la de secuestrar a su hija…

Sin embargo, se paró en seco al comprender que la solución a todos sus problemas era muy sencilla.

Kat. Tenían un arma que War ignoraba, y cuando por fin se diera cuenta de lo que estaba pasando, ya lo habrían derrotado y lo tendrían bajo control.

Ash adoptó una expresión adusta y cruzó los brazos por delante del pecho antes de mirar a Tory a la cara y guiñarle un ojo. Tory, Simi y Danger estaban muy quietas y calladas, como si estuvieran debatiéndose entre atacar a Stryker o dejarlo hablar.

—Supongo que has venido para suplicarme que te ayude.

—No le suplico a nadie. Solo quiero proponer una tregua temporal.

Sus palabras le arrancaron un resoplido.

—¿Una tregua para enfrentarnos a la criatura que liberaste para matarme?

Stryker se encogió de hombros, restándole importancia.

—¿Para qué pelearnos por un detallito de nada?

—Es cierto. Al fin y al cabo, tenemos motivos de sobra para odiarnos.

Los ojos de Stryker se oscurecieron y su expresión se tornó letal.

—¿Eso quiere decir que te niegas?

—No. Hay que detener a War. Y tendremos que unirnos para conseguirlo.

—¿Todos?

Antes de que Ash pudiera contestar, Nick apareció a su lado.

Stryker puso cara de asco y dio un paso hacia él con la intención de atacarlo.

Ash lo obligó a retroceder antes de interponerse entre ellos.

—Piensa en tu hija. Si lo matas, nosotros estamos jodidos y ella estará muerta.

Stryker soltó un taco.

—De acuerdo. Pero en cuanto liquidemos a War, pienso ir a por vosotros dos de nuevo.

Ash esbozó una sonrisa ladina, soltó a Stryker y se colocó a un lado. Extendió un brazo.

—Me parece bien. Por nuestros seres queridos, hoy somos aliados. Mañana retomaremos nuestro mutuo odio como enemigos declarados. Caballeros, y uso la palabra en un sentido muy amplio para referirnos a los presentes, ¿tenemos un trato?

Nick colocó la mano encima de la suya.

—Trato hecho.

Stryker titubeó.

—Por Medea. —Cubrió las manos de los dos.

Tory soltó una carcajada.

—Menuda alianza de frikis. Bueno ¿y qué hacemos ahora?

Ash no vaciló a la hora de responder:

—Tú te quedas aquí.

—Aquerón… —protestó ella con un gruñido.

—No empieces, Sota. Te juro que todo irá bien.

—Ya hemos discutido antes sobre esta actitud de macho alfa y siempre has salido perdiendo.

Cierto, porque le costaba mucho decirle que no; sin embargo, Tory era muy razonable, y por ese motivo la adoraba.

—Y sé que eres muy capaz de cuidarte sola. Lo reconozco; no puedo llevarte la contraria durante mucho tiempo, pero en este asunto… necesito tener la cabeza fría. Y para eso necesito saber que estás a salvo.

—Vale. Pero como la cosa se tuerza, voy para allá.

—No se va a torcer.

Tory desvió la vista hacia Nick y Stryker antes de mirarlo de nuevo.

—Menudo optimista estás hecho. Mis aracnosentidos están pitando.

—Eso es porque has estado comiendo helado —dijo tras inclinarse para besarla en la frente—. Relájate.

Danger resopló.

—Relájate. Confía en mí. Todo irá bien… ¿No fue así como yo acabé muerta?

Ash hizo una mueca al escucharla.

—Deja de alimentar su ansiedad.

Simi se animó al oír aquellas palabras.

—Ansiedad. Simi nunca ha comido ansiedad. —Miró a Danger—. ¿Está buena?

—La verdad es que no.

—¡Oh! A lo mejor hay que echarle salsa barbacoa. Todo sabe mejor con salsa barbacoa.

Ash meneó la cabeza.

—Será mejor que nos vayamos a planear nuestra estrategia.

Tory se acercó a él.

—Puedo ayudar en eso.

Sí, podía hacerlo. Ash la cogió de la mano y los condujo a todos al despacho de Savitar, donde podrían planear el ataque y compartir lo que sabían acerca de War y sus puntos débiles.

Ker chasqueó la lengua al ver que los tres hombres y la mujer se encerraban en un despacho para planear la muerte de War.

—¡Qué bonito! Los ratoncillos se han aliado para intentar acabar con nosotros.

War se rió al escucharla.

—No esperaba menos. Pero nos han subestimado. Al amanecer estarán todos muertos, y con la sangre del malacai podremos revivir a nuestros hermanos. Mientras la humanidad se prepara para celebrar su Navidad, nosotros nos daremos un festín con las almas de los humanos. A medianoche el velo entre los mundos es muy delgado, y Nick va a abrir las puertas a una nueva era. Que comience el baño de sangre.

Ker esbozó una sonrisa deslumbrante.

—Me muero de la impaciencia.

Ash comprobó que llevaba los puñales en las botas. Volvió la cabeza cuando percibió una presencia a su izquierda. Era Urian.

—¿Vas a ayudar a mi padre?

Era más una acusación que una pregunta.

Ash se aseguró de hablar con voz serena.

—Tenemos que detener a War.

—¡Stryker asesinó a mi mujer! —rugió Urian.

—Lo sé.

Urian meneó la cabeza mientras lo miraba echando chispas por los ojos.

—¿Cómo puedes ayudar a alguien así?

Ash comenzaba a hartarse de las recriminaciones y de la autocompasión. Estaba en juego algo muchísimo más importante que los sentimientos heridos y las traiciones pasadas.

—Tú lo estuviste ayudando durante siglos. ¿Te recuerdo cuántas vidas cercenaste a sus órdenes? Vidas que tenían que ver contigo… mataste a la madre y a la hermana de Phoebe.

Urian se estremeció al escuchar aquella verdad.

—Yo quería a mi mujer. Nunca fue mi intención hacerle daño.

No, pero eso no cambiaba la realidad, porque se lo había hecho. Repetidamente. Urian le había arrebatado a su mujer las personas a quienes más quería. Y era una tremenda hipocresía que le reprochara esa misma actitud a su padre. Urian y sus hermanos habían sido herramientas que Stryker había utilizado a la perfección durante incontables siglos.

Pero los tiempos cambiaban.

Y había llegado el momento de que Urian supiera de la existencia de Medea.

—Por cierto, tienes una hermana.

Urian se tensó.

—¿Cómo?

Ash lo miró sin pestañear y con expresión estoica.

—Vamos a proteger la vida de tu hermana. No la de tu padre.

Urian meneó la cabeza, negándose a creerlo.

—Mi hermana murió hace once mil años.

—Medea es tu hermanastra.

La información hizo que la incredulidad desapareciera del rostro de Urian, reemplazada por la furia.

—¿Y a mí qué me importa?

Ash levantó las manos, en un gesto de rendición.

—Tienes razón, ¿qué te importa? No significa nada para ti, y por eso no te he invitado a la fiesta. —Se dispuso a pasar junto a él.

Urian lo detuvo. Su mirada era dura y penetrante. Y lo acusaba más que sus palabras.

—¿Cómo te sentirías si mi padre hubiera matado a Tory?

—Me sentiría vacío, sin alma —contestó, con sinceridad y sin titubear—. Perdido y herido sin posibilidad de redención.

Urian apartó la mirada.

—Pues ya me entiendes. Por eso lo quiero muerto.

Ash se zafó de la mano de Urian antes de replicar:

—Él también lo entiende. Pero ¿se te ha pasado por la cabeza que tal vez se arrepienta de lo que hizo?

—¿Mi padre? ¡Por favor! Ese cabrón no se ha arrepentido de nada en toda la vida.

Por más corrupto que fuera Stryker, a Ash le costaba mucho creérselo.

—Todos nos arrepentimos de algo, Urian. Ningún ser vivo es inmune a esa desagradable emoción.

—¿Y qué quieres, que hagamos las paces con un besito?

—Ni mucho menos. Pero quiero que por un momento te olvides de tu propio dolor y de tu rabia para ver las cosas con claridad. Esto no tiene nada que ver con tu padre ni contigo; ni con el hecho de que Nick y yo nos odiemos por algo que no podemos cambiar. Esto tiene que ver con salvar las vidas de millones de inocentes. Personas como Phoebe que no merecen que las persigan y las maten. Si yo soy capaz de ponerme al lado de mis enemigos por el bien común, tú también.

Urian resopló.

—En fin, supongo que no soy tan bueno como tú.

—Nadie sabe de qué acero está hecho hasta que se pone a prueba su temple. Y esta es tu prueba. Si la superas o no, está en tus manos. No puedo decirte lo que debes hacer, pero sí sé dónde estaré yo esta noche… —Titubeó antes de hacerle la pregunta crucial—. ¿Qué eliges?

—Una muerte sangrienta.

Ash meneó la cabeza.

—Estoy rodeado de una panda de cabezotas… Acepta el consejo de alguien que sabe de lo que habla: el perdón tiene muchas ventajas. El rencor te hará daño, no conseguirás nada más.

—Pues partirles la crisma a los enemigos también tiene muchas ventajas.

La terquedad de Urian hizo que apareciera un tic nervioso en la mejilla de Ash.

—Hay un momento para cada cosa, y esta noche toca que nos unamos para no perderlo todo. No voy a luchar por Stryker ni por salvar a tu hermana. Voy a luchar para proteger a mis seres queridos. A los que se llevarán la peor parte si War se sale con la suya… niños como Eric y…

—Ya lo he pillado —masculló Urian al oír el nombre de su sobrino.

—¿En serio?

La mirada de Urian se endureció.

—Allí estaré, pero en cuanto nuestros enemigos mueran…

—Volveremos a la carga. Lo capto.

Urian asintió con la cabeza y retrocedió un paso, pero después se acercó a Ash todavía más.

—Quiero que contestes con sinceridad: ¿de verdad lucharías al lado de alguien que te hubiera hecho tanto daño como el que me hizo mi padre?

Ash lo miró sin parpadear.

—Me sometí a la misma diosa que me drogó de tal manera que fui incapaz de proteger a mi hermana y a mi sobrino la noche que los asesinaron brutalmente, y eran las dos únicas personas en todo el universo que se preocupaban por mí. Ese mismo día, se quedó de brazos cruzados mientras su hermano gemelo me abría en canal en el suelo como a un animal. Y unas horas más tarde me vendí a ella para proteger a la humanidad. Por el bien de los Cazadores Oscuros me he sometido a sus crueles caprichos durante once mil años. Así que la respuesta es sí, Urian, creo que podría aguantarme una hora para proteger al resto del mundo.

Urian soltó el aire muy despacio.

—Sabes que eres la única persona viva a la que podré seguir después de todo lo que me ha pasado. Y también sabes que eres una de las pocas a quienes respeto.

—Y tú eres una de las poquísimas en quienes confío.

Urian le tendió la mano.

—¿Hermanos?

—Hermanos hasta el final —contestó Ash, que aceptó la mano y le dio un fuerte apretón—. Y antes de que nos pongamos a llorar como nenazas, será mejor que subas y te prepares para lo que se avecina.

Stryker retrocedió un paso mientras se colocaba el brazal izquierdo. No solía usar la armadura de titanio, pero como estaban a punto de enfrentarse a algo cuya fuerza ignoraban, quería estar preparado.

Salió de la habitación y encontró a Céfira en su despacho, con la vista clavada en la esfera mientras intentaba ver a Medea. Era imposible. War debía de estar reteniéndola en un lugar que quedaba fuera de su alcance.

—La traeré de vuelta. Lo juro.

Céfira se puso en pie despacio mientras lo miraba a los ojos.

—Ojalá reconsideraras mi proposición.

—No serás capaz de luchar con la cabeza fría y lo sabes. No tenemos ni idea de lo que vamos a encontrarnos, pero estoy seguro de que War no va a luchar según las reglas. Y tal como Aquerón le dijo a su mujer, no puedo luchar si estoy distraído pensando en ti. Necesito estar al cien por cien.

Céfira asintió con la cabeza, dándole la razón. Extendió una mano para apartarle un mechón oscuro de la cara. Sentía una terrible opresión en el pecho, aterrada no solo por el destino de Medea, sino también por el de Stryker. Sería muy injusto perderlo de nuevo cuando acababa de reencontrarse con él.

—¿Podré veros a través de la esfera?

—Deberías.

—Pues que sepas que cada vez que tus enemigos consigan golpearte voy a reírme por tu ineptitud, y que si no me devuelves a mi hija, te cortaré la cabeza y te sacaré el corazón y los usaré para decorar mi casa.

Stryker la miró con los ojos entrecerrados y le habría dicho lo que pensaba de aquella amenaza de no ser por el destello que captó en su mano.

Era su alianza. La que él había guardado todos aquellos siglos en su habitación. Aquel anillo desmentía sus palabras y les confería un nuevo significado.

No quería que le hicieran daño…

Esbozó una lenta sonrisa al tiempo que se llevaba su otra mano a los labios para besarla.

—Tomo nota de tus palabras, mi rosa con espinas. Haré lo que esté en mi mano para que no te diviertas demasiado.

Hizo ademán de apartarse, pero Céfira lo cogió de las cintas de su armadura y tiró de él para poder besarlo en los labios.

Stryker gruñó al saborearla.

—Te quiero esperándome desnuda cuando vuelva.

—Si vuelves de una pieza, te prometo una noche que no olvidarás en mucho tiempo.

—Tengo toda la intención de hacerte cumplir esa promesa.

Céfira asintió con la cabeza y lo soltó aunque deseaba abrazarlo con fuerza.

«Que no te maten.»

Esas palabras se le atascaron en la garganta mientras un dolor inimaginable la abrumaba, pero no las pronunció en voz alta. No quería darle mala suerte ni indicarles a las Moiras lo mucho que él significaba para ella. Si lo hacía, podrían matarlo para vengarse. De modo que apretó los puños y lo vio salir de la estancia para reunirse con sus enemigos y luchar por la vida de su hija.

«Vuelve conmigo, por favor», suplicó en silencio.

Stryker se detuvo junto a la puerta para mirarla una vez más. Tranquila y compuesta, no parecía importarle en lo más mínimo lo que pudiera pasarle. Pero en ese momento reparó en sus puños apretados. Esbozó una sonrisa torcida mientras dejaba que aquella muestra de preocupación le calentara el corazón.

—Volveré, Fira.

—Pues que no se te olvide volver con nuestra hija.

La sonrisa se ensanchó al oír ese «nuestra».

—Lo haré.

La saludó con una inclinación de la cabeza, salió por la puerta y fue al punto de encuentro en Nueva Orleans: Père Antoine, un callejón oscuro al lado de la inmobiliaria Ethel Kidd. A la sombra de la catedral. Su plan había sido que sus hombres atacaran a la humanidad desde ese preciso lugar… calle arriba o calle abajo. En ese instante estaba a punto de luchar no solo por quienes consideraba comida, sino también para proteger a los suyos.

Sí… El destino era una víbora caprichosa.

Se produjo un repentino destello que lo hizo parpadear y que señaló la aparición de Aquerón. Llevaba un abrigo de cuero negro, vaqueros, una camiseta de My Chemical Romance y gafas de sol oscuras que ocultaban sus ojos.

Nick Gautier apareció un segundo después. Su ropa negra era mucho más conservadora. Una camisa y unos chinos. Lo único destacable era la marca que Artemisa le había dejado en la mejilla.

Ash esbozó una sonrisa arrogante.

—Bueno, ¿vamos a quedarnos aquí lanzándonos miradas asesinas mientras ponemos cara de tíos duros o vamos a idear un plan que con un poco de suerte no acabe en que nos matemos los unos a los otros?

—Yo voto por lo segundo —masculló Gautier—. Pero solo después de que Menyara esté a salvo.

—Y Medea —añadió Stryker—. Quiero que los dos me juréis que, me pase lo que me pase, no la dejaréis morir.

—Lo juro —dijo Ash.

Los dos miraron a Nick.

—No me ha causado ningún daño. La sacaré de aquí si es posible.

Stryker asintió con la cabeza, aunque se moría por destripar al hombre que había matado a su hermana. Claro que el plan de Satara era que Nick violase a la prometida de Ash. En cambio, Nick había apuñalado a su hermana y había puesto a salvo a Tory. A decir verdad, casi sentía respeto por lo que había hecho. De no ser porque había matado a su hermana, hasta podría tacharlo de noble.

Fuera como fuese, Satara había sido su aliada durante siglos. Aunque había sido el ser más cruel y más calculador que había conocido en la vida, y pese a sus muchos defectos, la había querido.

Se desentendió de Gautier y miró a Ash mientras cruzaba los brazos por delante del pecho.

—¿Qué has planeado?

Antes de que Ash pudiera responder, Kat apareció de la nada. Stryker enarcó una ceja al verla. Con su más de metro noventa de altura, se parecía muchísimo a su madre, Artemisa, incluidos los brillantes ojos verdes. Sin embargo, tenía el pelo rubio de Aquerón y, por suerte para todos, su carácter.

Le sorprendió verla allí.

—¿Has metido a tu hija en esto?

Ash se encogió de hombros.

—Tiene una habilidad muy interesante que creo que nos ayudará a derrotar a War.

—¿Cuál?

Kat esbozó una sonrisa igual de arrogante que la de su padre.

—Soy un Sifón, puedo arrebatarles los poderes a los dioses.

—¿En serio? —Stryker retrocedió un paso.

Kat soltó una carcajada siniestra.

—Ahora te das cuenta de lo cerca que estabas del precipicio cuando me insultabas, ¿verdad?

—Pues sí. ¿Y cómo funciona el asunto?

Kat agitó un dedo amenazador en su dirección.

—Tengo que tocar a la persona… Menos mal que me resultas tan repugnante que nunca he querido tocarte, ¿eh?

Stryker puso los ojos en blanco antes de mirar a Aquerón.

—¿Y si no logramos que se acerque lo suficiente a War para que lo toque?

—Me la llevaré a casa —respondió una voz con un fuerte acento que salió de la oscuridad.

Stryker se volvió y vio que tenía detrás a Sin, el marido de Kat. Qué raro que no hubiera oído ni sentido la presencia del dios sumerio. Eso dejaba bien claro lo poderoso que era, ya que podía enmascarar sus poderes por completo. También aumentó la esperanza de que fueran capaces de sorprender a War y a sus hombres.

Se sacó un reloj del bolsillo para comprobar la hora. Aún faltaban quince minutos.

—Hora del espectáculo, chicos. ¿Preparados?

—Preparados.

Stryker frunció el ceño al oír la voz de Artemisa, que apareció acompañada por Atenea, Ares y Hades.

—¿Qué hacéis aquí?

Artemisa miró a su hija.

—No vas a poner a mi hija en peligro sin mí.

Ash estuvo a punto de atragantarse.

—¿Ahora te sale el instinto maternal?

La diosa lo miró con los ojos entrecerrados.

—Siempre ha sido muy protectora —le aseguró Kat con una carcajada—. Pero al estilo Artemisa, claro.

—Como una víbora al cuidado de unos huevos —musitó Stryker.

Artemisa lo fulminó con una mirada fría y desdeñosa.

—¿Te atreves a dirigirme la palabra?

—Me alegro de verte, abuelita.

Artemisa torció el gesto y se alejó.

Nick carraspeó para llamar la atención de todos.

—Tenemos un problemilla.

—Nos han dicho que vengamos solos —añadió Ash.

Stryker se encogió de hombros.

—Nos han dicho a los tres que vengamos a la misma hora, así que eso nos convierte en un grupo.

Ash soltó una queda carcajada.

—Sí, pero creo que Nick tiene razón. Tenemos que adelantarnos solos para ver qué se cuece y no levantar sus sospechas. —Miró a Kat—. Danos cinco minutos antes de seguirnos.

—Vale.

—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó Ares.

Kat le echó un brazo por encima y sonrió.

—Vosotros os quedaréis conmigo. Con un poco de suerte no sabrá nada de mí.

Atenea dio un paso al frente.

—Buena suerte, caballeros.

Ash la saludó con una inclinación de cabeza antes de mirar a Stryker y a Nick.

—¿Listos?

Nick asintió con la cabeza.

—Siempre —replicó Stryker.

Echaron a andar con Aquerón en el centro y abandonaron el oscuro callejón para bajar por Saint Ann hacia el cementerio. El largo abrigo de Ash se agitaba alrededor de sus tobillos mientras caminaban como depredadores hambrientos hacia un encuentro que Stryker estaba seguro que a todos les habría gustado evitar. Se movían en perfecta sincronía, como una bestia recortada por la luz de la luna.

Solo se oía la música procedente de Bourbon Street, los latidos de sus corazones y sus botas sobre el asfalto. Las calles brillaban por la lluvia que había caído a lo largo del día, y unas nubes negras surcaban el cielo mientras dejaban atrás los edificios comerciales para adentrarse en la zona residencial.

—¿Cuántas veces has recorrido esta calle, Gautier? —quiso saber Stryker.

—Mil veces o más, y tengo toda la intención de recorrerla otras mil.

Stryker asintió con la cabeza y siguieron camino del cementerio. Estaban muy cerca cuando se dio cuenta de algo. War siempre tenía un propósito concreto en mente.

—¿Por qué creéis que War ha elegido este punto de encuentro?

Ash se detuvo para mirarlo.

—Le habría dado igual que estuviéramos solos o no.

Nick resopló.

—A lo mejor le gustan los muertos.

Stryker sintió un escalofrío en la espalda al escucharlo. Esas sarcásticas palabras apenas habían salido de los labios de Nick cuando vio lo certeras que eran. Frente a ellos había tres mujeres.

La madre de Nick, la hija de Stryker y la hermana de Ash.