Céfira no habló de nuevo hasta que Davyn los dejó a solas. Cuando Stryker se volvió hacia ella en la cama, miró el lugar donde lo había apuñalado antes. Stryker también lo hizo. Aunque la herida estaba sanando, seguía siendo un cruel recordatorio de su carácter volátil.
Y de su puntería letal.
—Parece que tu deseo se hará realidad antes de lo que esperabas, ¿no? —comentó él como si nada.
Céfira se pegó la sábana al pecho.
—Tiene que haber una manera de salir de aquí.
—Sí, pero ellos cuentan con ventaja. Los demonios no son seres nocturnos. Pueden sitiarnos de día y de noche. Nosotros solo podemos alimentarnos al anochecer.
—¿Puedes traer humanos?
En teoría, sí. Pero las cosas nunca eran tan sencillas.
—Solo si por casualidad entran en una madriguera. Algo más fácil de decir que de hacer. Porque generalmente suelen ser niños. Y a muchos daimons, entre quienes me incluyo, les cuesta tragarse el alma de un niño. Aunque los humanos solo sean ganado.
Céfira lo miró echando chispas por los ojos.
—Ellos han matado a nuestros hijos sin vacilar.
La respuesta a la cuestión tampoco era sencilla.
—Sus padres mataron a nuestros hijos, ellos no. Son inocentes en esta guerra. Mi padre me obligó a convertirme en un monstruo cuando me maldijo con esta vida, pero me niego a rendirme a su locura por completo.
Céfira meneó la cabeza al escucharlo.
—Eres un guerrero. ¿Me estás diciendo que nunca has matado a un niño en una batalla?
—Me entrenaron para la guerra como mortal, pero nunca combatí de verdad hasta que me convertí en daimon. Así que no, nunca he matado a un niño. Y siendo padre, no estoy seguro de poder hacerlo. —La miró con los ojos entrecerrados—. Y eso no me convierte en un cobarde.
Céfira levantó las manos en un gesto conciliador al escuchar su tono hostil. Sin pretenderlo había tocado un punto sensible.
—Ni se me ha pasado por la cabeza. —Al menos, no la parte de que era incapaz de hacerle daño a un niño. En lo tocante a las demás cosas que había hecho…
Era otra cuestión.
Cuando Stryker se levantó de la cama, Céfira vio el tatuaje que llevaba en el omóplato derecho y que había pasado por alto durante el revolcón. Lo miró fijamente, mientras asimilaba su significado.
No, era imposible…
—Espera —le ordenó al tiempo que tiraba de él, obligándolo a regresar a la cama, para examinar el tatuaje.
Era un corazón roto envuelto en alambre de espinas y con una espada clavada en el centro carmesí. Sin embargo, era la cinta que cubría el corazón, y el nombre escrito en ella, lo que la dejó sin aliento.
«Céfira.»
Debajo del corazón había dieciocho lágrimas negras que formaban un complicado diseño. Las trazó con los dedos.
—¿Por quiénes son?
—Una por cada hijo y nieto. Y una por cada esposa.
Sin embargo, era su nombre el que había tatuado en la cinta. Solo su nombre marcaba el corazón roto.
Levantó la cabeza para verle la cara, ya que Stryker la miraba por encima del hombro. La recorrió un sinfín de recuerdos de su pasado compartido y de emociones encontradas. Stryker era tan familiar y tan desconocido a la vez…
—¿Quién eres, Strykerio?
—Un alma perdida —murmuró él—. En otro tiempo tenía un objetivo, pero me perdí por el camino.
—¿Y ahora?
La miró con los ojos entrecerrados y una expresión peligrosa. Seductora.
—Vuelvo a ver lo que quiero, pero por primera vez en la vida no sé si puedo reclamarlo. No debí abandonarte, lo sé.
Céfira le colocó la mano en la mejilla, áspera por la barba.
—Soy una sierva de Artemisa. Se lo debo por haberme acogido cuando nadie más quería hacerlo.
—¿No le has pagado tu deuda con creces?
Céfira meditó sus palabras. ¿Lo había hecho? Artemisa podía ser muy caprichosa y fría. A lo largo de los siglos había ejecutado a un sinfín de humanos en nombre de la diosa, a cualquiera que la hubiera difamado u ofendido. Qué curioso que hasta ese momento ni se le hubiera pasado por la cabeza abandonar su servicio. Se había contentado con permanecer cobijada en el templo de la diosa y existir sin más. Su único objetivo a lo largo de los siglos había sido proteger a su hija.
¿Cómo era posible no tener otro objetivo? La razón era que su primer objetivo había sido envejecer junto al hombre que había amado, el que la había abandonado, rompiéndole el corazón. El espíritu. Y la vida.
Después de la experiencia se juró no volver a exponerse a semejante dolor. Con una vez le había bastado.
Stryker se volvió en la cama para mirarla cara a cara con una expresión tan intensa y sincera que le provocó escalofríos.
—Vuelve conmigo, Fira. Únete a mí y pondré el mundo humano a tus pies. Encontraremos el modo de romper la maldición de mi padre y ocupar nuestro lugar bajo la luz del sol.
—No he sentido la luz del sol en once mil años. Desde que la maldición cayó sobre nosotros.
—Yo podría dártela.
Negó con la cabeza.
—Ya me prometiste antes el mundo y luego me lo tiraste a la cara.
—Ahora soy distinto, Fira. Ya no soy un muchachito asustado que vive a la sombra de su padre. He aprendido de mis errores y te juro que jamás volveré a dejarte.
Quería creerlo, pero no sabía si era capaz. Era muy fácil prometer algo, lo difícil era cumplirlo. Muy pocas personas cumplían sus promesas.
—Y, sin embargo, morirás en un par de días si no conseguimos alimentarte.
—Incluso muerto encontraré la manera de estar a tu lado.
Aquellas palabras la enfurecieron, ya que Stryker acababa de recordarle los votos matrimoniales.
—¿¡Cómo te atreves!? —rugió, apartándolo de un empujón.
—No te entiendo.
—Te burlas de mí con estas palabras.
La expresión de Stryker dejaba clara su total confusión. ¿Cómo era posible que no se diera cuenta?
—¿En qué sentido?
—Me prometiste quererme pero me abandonaste antes de que pasara un año. ¿Cómo voy a confiar en ti ahora?
—No volví a casarme después de que mi segunda esposa muriera. Ni me lo planteé y no fue por ella. Fue tu recuerdo lo que me mantuvo soltero. Ninguna mujer me ha cautivado como tú.
Y ningún hombre había conquistado el corazón de Céfira. Nadie. Solo Stryker fue capaz de romper la coraza con la que se protegía.
Por eso lo odiaba tanto.
—¡Matera!
Céfira miró hacia la puerta justo cuando Medea la abría de golpe. Por una vez su hija no reaccionó al verlos en la cama y desnudos. Eso bastó para convencerla de que las noticias eran pésimas.
—Kessar ha enviado a un emisario para hablar con mi padre. Tiene que ir al salón inmediatamente.
Stryker usó sus poderes para vestirse al tiempo que abandonaba la cama. Céfira estaba a punto de coger su ropa cuando también la vistió a ella. Salió de la cama y se reunió con Medea en la puerta.
Stryker las precedió por el pasillo.
Medea enarcó una ceja al reunirse con su madre, pero no dijo nada mientras las dos seguían a Stryker hacia el salón. Allí, bajo la tenue luz, los daimons rodeaban a una gallu muy delgada y alta. Llevaba el pelo negro suelto alrededor de los hombros y los miraba con asco.
Stryker no dijo nada, se limitó a caminar hacia el estrado, donde estaba su trono negro de huesos y calaveras, que relucía a la tenue luz y parecía tan amenazador y letal como el hombre que lo ocupaba. Céfira lo siguió, esperando que él protestase. No lo hizo. Con el porte de un dios, Stryker se sentó con toda la tranquilidad del mundo y fulminó con la mirada a la gallu como si fuera un insecto al que estuviera a punto de pisotear. Céfira se colocó a la derecha del trono y apoyó la mano en uno de los postes del respaldo, tallado con la forma de un espinazo.
—¿Tienes un mensaje de Kessar? —le preguntó Stryker a la gallu.
—Te ofrece la oportunidad de rendirte.
Stryker soltó una carcajada al escuchar la estupidez de la gallu. Y la temeridad de Kessar. Si creían que iba a acobardarse, iban a llevarse una decepción.
—Le dije que dejara de alimentarse de imbéciles. Como no me hizo caso, su cerebro también ha menguado.
La gallu chasqueó los dedos.
Dos gallu aparecieron con una daimon encadenada. Era Illyria, una de sus lugartenientes spati. Su pelo rubio contrastaba enormemente con la ropa negra que llevaba. Fiel a su naturaleza y a su cargo, no protestó cuando la obligaron a postrarse de rodillas.
Sin embargo, estaba muy débil. Su cara tenía un tinte ceniciento y brillaba, señal inequívoca de que llevaba mucho tiempo sin alimentarse. Su cuerpo comenzaba a envejecer y a descomponerse. Ya aparentaba más de veintisiete años. En cuestión de minutos aparentaría tener unos cuarenta.
—No les dé nada, milord —masculló Illyria al tiempo que intentaba zafarse de los dos gallu que la sujetaban.
—Morirá si no te rindes.
Stryker se encogió de hombros.
—Todos morimos, gallu. Deberías preocuparte más por tu propio destino.
La gallu lo miró con desdén.
—Tu piel también me dice que tienes que alimentarte. —Cogió a Illyria por la barbilla—. Mira cómo envejece. Se le están debilitando los huesos. No durará más de una hora. Aunque os alimentéis los unos de los otros, solo conseguiréis morir antes.
Stryker no perdió la compostura.
—No soy Sísifo, así que no pretendo encarcelar a la muerte. Illyria es una guerrera. Si ha llegado su hora, así será. No lucho contra Átropos. Su voluntad es reclamarnos cuando le apetezca. Mi único objetivo es morir con dignidad.
Céfira se quedó impresionada por la pose y la capacidad de negociación de Stryker. No era el mismo muchacho a quien había conocido. El hombre que estaba a su lado era un guerrero valiente, que se negaba a dejarse intimidar.
Le gustaba eso. Al igual que le gustó ver la rabia en los ojos de la gallu. El demonio estaba a punto de cometer un error.
Y mientras la fulminaba con la mirada, Céfira tuvo una idea. Era atrevida, pero reveladora. Le colocó una mano en el hombro a Stryker y se inclinó para susurrarle al oído:
—Bebe de la gallu…
Stryker se quedó helado al escucharla. La sangre de los gallu era contagiosa. Podía convertir a cualquiera que entrara en contacto con ella, transformándolo en un zombi sin voluntad que quedaba a merced de los demonios. ¿Tanto lo odiaba Céfira para desearle semejante destino?
La miró a la cara. Estaba preciosa allí, a su lado. Ese era el lugar que siempre le había correspondido. Sin embargo, no estaba seguro de poder confiar en ella. Lo que le proponía…
Era un suicidio.
—Confía en mí —le susurró al oído, provocándole un escalofrío.
¿Era capaz de hacerlo? Ella misma le había dicho que las mujeres eran las criaturas más rencorosas del universo.
Sus ojos oscuros se le clavaron en el corazón, pero no le dejaron entrever sus intenciones. Podría estar ayudándolo a vivir.
O a morir.
—Róbale el alma a la gallu —repitió Céfira en voz tan baja que Stryker no estuvo seguro de oírla siquiera—. Mata a esa zorra y así no podrá controlarte.
—Estáis completamente rodeados —dijo la gallu, que había perdido la paciencia—. Os apresaremos a todos. Vuestra única esperanza es rendiros y suplicarles clemencia a Kessar y a los demás.
El universo se haría añicos antes de que él suplicara.
Se puso en pie despacio. Céfira seguía sin darle pistas de su ánimo o de sus intenciones. Ignoraba si estaba siendo sincera. O si le estaba tendiendo una trampa.
Daba igual, él no era de los que se dejaban amenazar. Bajó del estrado y se acercó a la gallu. Los dos demonios que sujetaban a Illyria se tensaron, preparados para matarla si Stryker daba un paso en falso.
—Sriana ey froya —le dijo en atlante a Illyria. «Déjalos secos y mátalos», era la orden.
Miró a su lugarteniente mientras sentía cómo le cambiaban los ojos de color. Ya no eran plateados, seguro, en ese momento se habrían vuelto rojos como la sangre. Estaba reuniendo los poderes que llevaba en su interior. Se volvió hacia la mensajera gallu y la miró a los ojos.
La gallu se tensó de inmediato, en cuanto sintió que su voluntad se veía anulada por el único don que a Apolo se le olvidó quitarles a los apolitas cuando los maldijo.
Todavía podían controlar a cualquier criatura que tuviera una voluntad débil. Era el don que les permitía absorber las almas humanas. Sin embargo, era difícil encontrar humanos que tuvieran un fuerte amor por la vida y una mente débil a la vez. En el caso de los gallu, esas dos condiciones eran sinónimos.
Stryker le tendió la mano.
—Acércate, gallu.
El demonio no titubeó.
Stryker esbozó una sonrisa torcida mientras la acercaba a él y le clavaba los colmillos en el cuello. La gallu gritó mientras se desangraba.
Illyria lo imitó con el gallu que tenía a la izquierda mientras que Davyn hacía lo propio con el de la derecha.
En cuanto saboreó el poder que contenía la sangre gallu, a Stryker comenzó a darle vueltas la cabeza. Hasta que el estómago se le encogió y empezó a dolerle. De forma instintiva hizo ademán de apartarse, pero Céfira se lo impidió.
—No pares —le dijo, pegándole la cabeza al cuello de la gallu—. No hasta que haya muerto.
Se apartó lo justo para poder hablar.
—Creo que me estoy convirtiendo. No me siento bien.
—Lo harás. Confía en mí.
Céfira no dejaba de repetírselo, pero no estaba seguro de que debiera creerla. A decir verdad, la sangre le estaba sentando fatal. Estaba convencido de que vomitaría en cualquier momento. Pero clavó los colmillos en el cuello de la gallu y siguió bebiendo hasta que Céfira la apuñaló entre las cejas para matarla.
En ese momento lo sintió. Sintió el último hálito de vida que abandonaba el cuerpo, dejándolo inerte en sus brazos. Mantuvo pegado el cuerpo de la gallu contra su pecho, contra el centro de su ser, y esperó a que sus almas se fundieran. Una absorción normal era como una pequeña descarga seguida de una sensación vigorizante.
En esa ocasión fue como si lo golpeara un rayo, obligándolo a soltar el cuerpo y a retroceder. Gritó mientras la descarga se extendía por su interior y le oscurecía la piel. Intentó respirar, pero le resultó imposible. A su alrededor se sucedían destellos de luz, mientras oía el rugido de la sangre al correr por las venas. Era como contemplar la trama del tejido de todo el universo. El poder se acumuló en su cuerpo, calentándolo y haciendo que le diera vueltas la cabeza.
Echó un vistazo a su alrededor y se percató de que sus hombres habían retrocedido. De repente, Céfira se acercó a él.
—Mírame, Strykerio. Concéntrate —le dijo al tiempo que le cogía la cara entre las manos.
La obedeció y, cuando sus miradas se encontraron, su corazón se relajó. Se le aclaró la visión y dejó de oír el terrible zumbido que le atronaba los oídos.
En los labios de Céfira apareció una lenta sonrisa antes de que le rasgara la camisa. Stryker frunció el ceño cuando ella le colocó una mano sobre el corazón, donde ya no estaba la marca negra que indicaba que había absorbido un alma. Contempló su torso, sin comprender lo que estaba sucediendo. En cuanto un apolita absorbía un alma humana para prolongar su vida, aparecía una marca negra sobre su corazón, allí donde se fundían sus almas.
La suya había desaparecido.
—No lo entiendo.
—Cuando un daimon se funde con un demonio, adquiere la fuerza de ambas razas. Los demonios son inmortales. Y tú también lo eres ahora.
—¿Cómo es posible? —No daba crédito.
Céfira esbozó una sonrisa siniestra.
—La sangre gallu es muy potente. El componente infeccioso que tiene se mezcla con nuestro ADN y nos fortalece. Ya no tienes que absorber más almas.
Stryker se volvió para mirar a sus lugartenientes, que estaban de pie junto a los gallu que habían matado.
—¿No somos esclavos de los gallu?
Céfira negó con la cabeza.
—Dejáis de serlo en cuanto vuestro amo muere. Es un nuevo mundo, Stryker. Un nuevo amanecer.
Y Céfira se lo había dado. Nada podía ser más importante.
—La única manera de matarte a partir de ahora será la decapitación.
Ardía en deseos de gritar de alegría.
—¿A cuántos daimons podemos convertir con un solo gallu? Si varios daimons se alimentan de un gallu antes de matarlo, ¿los convertirá a todos y luego quedarán libres?
Céfira se encogió de hombros.
—Solo hay una manera de averiguarlo. Vamos a comprobarlo.
Stryker soltó una carcajada y miró a los spati congregados en el salón.
—Ya habéis oído a la dama. Vamos a hacer un pequeño experimento. Si funciona, nos podremos alimentar de ellos y después matarlos, y ya no dependeremos de las almas humanas para vivir. Creo que ha llegado la hora de levantar la veda de los gallu. —Soltó otra carcajada por la idea de devolverles la pelota a Kessar y a los suyos—. ¿Quién tiene hambre?
Se oyó un clamor de voces.
Stryker se dirigió a Davyn.
—Abre una madriguera y consíguenos unos cuantos gallu para probar la teoría de mi señora.
Davyn inclinó la cabeza y lo saludó.
—Como desee, milord. —Le hizo un gesto a Illyria y a dos spati más para que lo acompañaran.
Stryker regresó a su trono, donde se sentó con una nueva esperanza para el futuro de su gente. El amanecer de los daimons acababa de empezar y estaba deseando crear un infierno para los humanos antes de que acabara.
Bajó la vista y la clavó en los tres gallu muertos. A sus ojos eran tan repugnantes como su propio padre.
—Que alguien limpie el estropicio. Sacad los cadáveres y quemadlos.
Un grupito se adelantó para obedecer la orden al tiempo que Céfira subía al estrado.
Sin importarle que los suyos lo observaran, le cogió la mano y le besó los nudillos.
—Gracias, Fira. Podrías haberte callado y haber dejado que tanto mi gente como yo muriésemos.
Céfira echó un vistazo a la estancia.
—Da lo mismo lo que sienta por ti, sigo siendo atlante y apolita. —Señaló a sus soldados con la mano—. Somos los últimos guerreros de nuestra raza. Prefiero morir a quedarme de brazos cruzados mientras los gallu nos acorralan. Son unos gilipollas ignorantes. Nosotros somos hijos de los dioses. No nos arrodillamos ante nadie.
Stryker sonrió al ver la confusión en las caras de sus soldados.
—Acabo de caer en la cuenta de que no saben quién eres, amor mío. —Se puso en pie y la instó a volverse hacia la multitud—. Daimons, hermanos míos, os presento a Céfira. Mi reina.
Céfira se tensó al escuchar su declaración.
—¿No te estás adelantando un poco? —le preguntó entre dientes.
—Si me matas, mi gente necesitará un líder —contestó él, que se inclinó para susurrarle al oído—: Después de esto confío en que hagas lo mejor para ellos. Estemos casados o no, eres mi reina y mi igual. No confío en nadie más para liderar y proteger a mi pueblo.
Céfira lo saludó con una inclinación de cabeza.
—Y esta es mi hija —añadió él, tendiéndole una mano a Medea—. Confío en que todos les mostréis a ambas el respeto y la deferencia que se merecen. —Esbozó una sonrisa torcida—. Aunque si no es así, os harán ser conscientes de vuestro error de una manera muy dolorosa.
A Medea no parecían hacerle mucha gracia los vítores que escuchó. Pero su madre aceptó su adulación con tranquilidad.
Stryker dio un paso hacia su hija, justo cuando Davyn regresaba con un gallu. El lugarteniente lo empujó hacia los dos daimons que lo habían acompañado y que a su vez se abalanzaron sobre el demonio con un fervor fruto de la desesperación. Enseguida se le unieron tres daimons más. El demonio se debatió con todas sus fuerzas, pero no era rival para los daimons que se alimentaban de él, inmovilizándolo contra el suelo.
Stryker observó con morbosa fascinación cómo sus hombres comenzaban a convertirse. ¿Funcionaría? ¿O tendría que matarlos?
Obtuvo la respuesta cuando Davyn mató al gallu. El demonio soltó un último alarido de dolor antes de morir. El primer daimon, una mujer llamada Laeta, atrapó su alma y la absorbió. Sus ojos se enrojecieron mientras inclinaba la cabeza hacia atrás con un alarido.
Al cabo de un segundo Laeta se puso en pie y se subió la camisa. La marca daimon había desaparecido.
Y lo mismo sucedió con los otros daimons que se habían alimentado del gallu.
Stryker ardió nuevamente en deseos de gritar de alegría al darse cuenta de que habían encontrado la clave de su supervivencia. La clave de su salvación.
Presa de la felicidad, cogió a Céfira en volandas y se puso a dar vueltas con ella.
—¡Eres un genio! —gritó.
Céfira se quedó sin aliento al ver al muchacho que había amado en el interior del hombre al que odiaba. Era el mismo Strykerio que le había robado el corazón. Cerró los ojos y saboreó su abrazo. Era maravilloso que la abrazara de nuevo. Que la hiciera sentir que formaba parte de algo, que no solo se dejaba arrastrar por la vida. Llevaba muchísimo tiempo entumecida.
Y en ese preciso momento se sintió completa. Como si le hubiera dado algo muy importante al mundo. Y a los daimons, que ya no tendrían que robar almas para sobrevivir.
Ella les había dado aquella oportunidad.
Y en ese momento la aclamaban, al igual que Stryker. La combinación se le subió a la cabeza.
Miró con una sonrisa aquellos ojos plateados que brillaban con una fuerza vital que se equiparaba a la suya propia. Una parte de ella quería aferrarse a él para siempre, mientras que otra quería darle una paliza por no haber estado a su lado cuando más lo necesitaba. Por no haberla cogido de la mano mientras daba a luz a su hija. Por no enseñarle a Medea a caminar y a hablar.
Se había perdido todos aquellos momentos.
La guerra que se libraba en su interior era cruel y dolorosa. ¿Cómo era posible que la desgarrara tanto?
Y mientras él la abrazaba, solo podía recordar lo segura que se sentía entre sus brazos. Era fuerte, mucho más de lo que necesitaba, y sin embargo él hacía que se le aflojaran las rodillas y se le ablandara el corazón. Stryker hacía que deseara apoyarse en él aunque fuese más que capaz de sobrevivir sola.
Sobrevivir. Eso era lo que había estado haciendo sin él. Había sobrevivido.
Pero con él vivía.
En ese preciso instante se rindió a la sensación. Al sonido de sus carcajadas contra su oído y a sus brazos, que la apretaban contra su cuerpo duro y perfecto. Con un gruñido que expresaba la ferocidad de su deseo, lo besó.
Stryker se sentía capaz de volar. No sabía lo que tenía aquella mujer, pero le daba alas a su alma. Siempre lo había hecho.
—¿No habéis tenido bastante con lo de antes? —preguntó Medea con voz seca.
Stryker se apartó con una carcajada.
—¿Te vas a quedar ciega de nuevo, hija?
—Me vais a crear un trauma, que lo sepáis. Voy a necesitar terapia.
Stryker recorrió los labios de Céfira con un dedo antes de darle otro beso rápido. Acto seguido, miró a sus soldados.
—Ahora que ya sabemos que podemos hacerlo, vamos a acabar con esos cabrones. Davyn, abre las madrigueras.
War observaba entre carcajadas cómo los daimons y los gallu se despedazaban. Era maravilloso.
—Eres perverso. —Ker le pasó un brazo largo y elegante por los hombros mientras observaba la escena a su lado—. Me encanta.
Y a él le encantaba tener a Maca y a ella de vuelta.
—Todavía tenemos que enfrentarnos al malacai.
La oyó suspirar, pero no estaba preocupada.
—Lo encontraremos. Maat lo protege, pero no puede hacerlo sola. Llevo un tiempo deseando darle una buena paliza. No te preocupes. Los dos cumpliremos nuestros deseos.
War la observó multiplicarse por diez.
—Lo encontraremos —dijeron las diez voces a la vez. Después, las Keres salieron volando y lo dejaron a solas con la Ker original.
La habilidad de Ker para multiplicarse le arrancó un siseo. Siempre lo ponía cachondo. Pero ya tendrían tiempo para el sexo más tarde. En ese preciso momento tenían que asegurar su libertad.
—Nuestros amigos los dioses griegos se están aliando con otros panteones para darnos caza.
—Maca se encargará de ellos. Ya ha vuelto con Eris y está enfrentándolos entre sí.
Eris… la diosa de la discordia. War también había pasado muchas noches en su cama. Aunque no formaba parte de su grupo, oficiosamente le había sido muy útil de vez en cuando.
De repente, se le ocurrió algo que hizo que se tensara.
—Busca a Eris. Quiero que haga una cosa.
—¿El qué?
—Poner a los griegos en contra de Maat.
Ker frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Tenemos que convencer a los griegos de que va a usar al malacai para destruirlos. Dado el odio que le tienen a todo lo relacionado con Egipto, se volverán contra ella en un abrir y cerrar de ojos. —Soltó otra carcajada—. Piénsalo. ¿Por qué iba a proteger al malacai si su objetivo no fuera el de destruir a los demás panteones?
—Porque es el equilibrio.
War puso los ojos en blanco.
—Tú y yo lo sabemos. Pero Eris puede confundirlos para que ni siquiera piensen en esa posibilidad. Ve y échale más leña al fuego.
Ker se desvaneció, dejándolo para saborear el baño de sangre que estaba teniendo lugar durante la lucha entre los daimons y los gallu.
Para eso lo habían creado.
Y él estaba creando un mundo nuevo. En poco tiempo los tendría a todos bailando al son que él tocaba.
Ya solo le quedaba encargarse de un asunto y el mundo sería suyo.