Stryker contuvo el aliento cuando Céfira se inclinó para mirar en la esfera. Olía tan bien que se le hizo la boca agua. Literalmente. Al ver que seguía la forma de las nubes con una larga uña, se imaginó que la pasaba por su piel y sintió un escalofrío. Tenía tal erección y estaba tan excitado que le costó la misma vida no estrecharla entre sus brazos.
Si lo intentaba, ella lo mataría. Por no mencionar que jamás se le ocurriría maltratarla de forma alguna. A los tíos podía abrirlos en canal sin problema, incluso a algunas mujeres. Pero a Céfira… no sabía si sería capaz de hacerle daño alguna vez a la mujer que había querido con toda el alma.
Céfira se quedó de piedra al ver el repentino bulto que aparecía en los pantalones de Stryker. Al escuchar el cambio en su respiración. No recordaba la última vez que se había acostado con alguien. Lo que sí recordaba era que la experiencia había sido tan decepcionante que decidió satisfacerse sola antes que arriesgarse a sufrir otra desilusión.
Stryker nunca la había decepcionado. Había sido un amante exquisito. Y considerado.
Tragó saliva y se apartó de él. Al menos hasta que clavó los ojos en sus labios.
—Yo también te he echado de menos —confesó con un hilo de voz antes de poder morderse la lengua.
Stryker se quedó alucinado. Aquellas palabras lo abrasaron mientras observaba cómo el deseo oscurecía sus ojos ya de por sí oscuros. Incapaz de soportarlo más, tiró de ella para poder besarla. En cuanto sus labios se rozaron y sintió la caricia de la lengua de Céfira en los dientes, lo cegó el deseo. Lo cegó una avalancha de recuerdos tan tiernos y preciosos que nunca había pensado volver a experimentar nada parecido.
La sentó sobre su regazo y gruñó de placer al sentirla sobre él. Era tan menuda que apenas pesaba. El olor de su piel lo embriagó.
Céfira gruñó mientras se deleitaba con el maravilloso sabor de Stryker. La fuerza de su cuerpo, la dureza de sus músculos. Y se odió por lo mucho que había añorado todo aquello.
Por lo mucho que lo había añorado a él. Claro que negarlo sería inútil.
Once mil años después y seguía excitándola hasta ese punto.
El deseo la abrumó con una ferocidad que no estaba dispuesta a analizar, así que se sentó a horcajadas sobre él y se apartó lo justo para quitarle la camisa pasándosela por la cabeza.
Lo vio esbozar una sonrisa torcida y le colocó un dedo sobre los labios.
—Como digas una sola palabra, te juro que te arranco la lengua.
—¿No te he conquistado otra vez?
Mientras tiraba su camisa al suelo, ella contestó:
—Esto no tiene nada que ver con conquistas. Es deseo puro y duro. Quiero saciarlo y olvidarme de todo este asunto.
—¿Crees que así lo conseguirás?
—En cuanto recuerde lo malo que eres en la cama, se me quitarán las ganas de volver a tocarte.
Stryker se echó a reír mientras se ponía en pie con ella en brazos antes de soltarla en el escritorio.
—Cariño, jamás he sido malo en la cama.
Céfira resopló, aunque sabía por experiencia que no la decepcionaría. Lo que esperaba era que se le hubiera apagado la chispa y que hubiera empeorado con la edad…
En ese momento volvió a inclinar la cabeza para besarla mientras sus manos la exploraban. El placer provocó en Céfira un escalofrío, sobre todo al sentir el roce de su erección entre los muslos. Lo deseaba en ese mismo momento.
Stryker estaba a punto de desabrocharle el top cuando algo golpeó la puerta del despacho. Levantó la vista ceñudo y vio que la puerta se abría de par en par. Davyn entró volando, literalmente, y acabó dándose un costalazo en el suelo, seguido por una horda de demonios.
—¿Se puede? —se burló Kessar—. Parece que tenemos un poder nuevo en la ciudad que no eres tú.
Stryker se apartó de Céfira y la ayudó a ponerse en pie. Usó sus poderes para volver a ponerse la camisa mientras se interponía entre ella y los demonios.
—¿Qué coño está pasando?
—Llámalo selección natural —respondió Kessar lanzándole una descarga.
Stryker siseó por el dolor. Claro que no era un jovenzuelo inexperto poco acostumbrado a la batalla. Invocó su armadura negra, volcó el escritorio y lo lanzó contra su atacante. Kessar se agachó para evitar el golpe después de enviarle otra descarga a la que él respondió con una de su propia cosecha. Sus poderes colisionaron en el aire, conformando un crepitante y colorido arco. Sin embargo, mantener la descarga estaba mermando su resistencia física. Notaba como lo abandonaban las fuerzas, y dado el número de demonios que había invadido su despacho, un daimon sin fuerzas era un daimon muerto.
—Corre, Fira —le ordenó, mirándola de reojo.
—No sin ti. —Antes de que Stryker pudiera detenerla, se sumó a la lucha y logró que los demonios retrocedieran—. Tenemos que salir de aquí. Ahora mismo —dijo.
Stryker miró a Davyn, que seguía inconsciente y ensangrentado en el suelo.
—Tenemos que llevarnos a Davyn.
—Déjalo morir.
—Yo no dejo a mis hombres atrás. —Al menos no a los que le eran leales. A aquellos que, como Desiderio, habían flaqueado en su lealtad no dudaba en sacrificarlos. Sin embargo, Davyn no le había dado el menor motivo para dudar de él y estaba dispuesto a morir para proteger a ese tipo de hombre.
—Cógelo y date prisa —masculló Céfira.
Kessar atacó en cuanto se acercó a Davyn. Lo agarró por la cintura y lo tiró al suelo. Stryker se lo quitó de encima de una patada mientras soltaba un taco.
—Apártate de mí, cerdo apestoso.
Uno de los demonios se abalanzó sobre él y, al agacharse para esquivarlo, vio que Céfira tenía a uno inmovilizado en el suelo.
—No dejes que te muerdan. Si lo hacen, te convertirás en uno de ellos.
Ella recibió sus palabras con una carcajada siniestra mientras sus ojos cambiaban de color, transformándose en un brillante amarillo ribeteado de rojo.
—Tu advertencia llega un pelín tarde. —Agarró del brazo al demonio que tenía más cerca y se lo retorció de tal forma que la criatura cayó al suelo entre gritos, momento en el que ella lo apuñaló entre los ojos y lo mató—. Tengo experiencia en el tema de primera mano, así que mi ansia por su sangre es mayor que la que ellos sienten por la mía.
Kessar y los demás retrocedieron al comprender que estaban lidiando con algo distinto a un simple daimon.
—¿Has cogido a tu colega?
El tono burlón que usó para formular la pregunta irritó a Stryker, que se echó a Davyn al hombro después de levantarlo del suelo.
—Yo no huyo de matones como ese —replicó y se abalanzó hacia Kessar, aunque se detuvo al darse cuenta de que el pasillo estaba sembrado con los cuerpos de su ejército daimon—. ¿Qué coño está pasando?
—Están convirtiendo a tus daimons en demonios. Si quieres seguir vivo, será mejor que salgamos de aquí.
—Yo no huyo.
Céfira lo agarró de un brazo y tiró de él para que la mirara a la cara.
—Todo el mundo huye alguna vez. Abre el portal y sácanos de aquí. ¡Ahora mismo!
Stryker gruñó, pero acabó obedeciéndola. Hasta que averiguaran exactamente qué era lo que estaba pasando, le haría caso muy a su pesar.
Céfira lo sacó de Kalosis y lo llevó de vuelta a su templo, donde estaba Medea. Aparecieron en el dormitorio de su hija, que estaba sentada frente al ordenador.
—Déjalo en la cama —le ordenó Céfira, refiriéndose a Davyn.
—¿¡Cómo dices!? —exclamó Medea, tan horrorizada por la idea que se puso en pie—. No quiero a un desconocido en mi cama.
—Cualquier padre se enorgullecería de oír a su hija decir eso. Gracias por haberla educado tan bien, Céfira. —Stryker dejó a Davyn sobre el cobertor rosa.
Céfira resopló.
—Ni se te ocurra empezar con el sarcasmo, porque podría mandarte de vuelta con los demonios.
Stryker se enderezó para mirarla.
—Lo que me recuerda una cuestión importante: ¿qué eres exactamente si se puede saber?
Céfira soltó un largo suspiro antes de contestar:
—Un semidemonio cabreado…
La respuesta lo dejó petrificado. Aunque parecía normal, la parte demoníaca le confería unos poderes importantes.
—¿Cómo es posible?
Ella se encogió de hombros.
—Me mordió un gallu, precisamente el que tenía a Jared en su poder. Se le ocurrió que podía convertirme en una soplona sin voluntad propia y descubrió que soy mucho más fuerte de lo que aparento. El cabrón acabó muerto.
Medea suspiró.
—Mamá, ¿por qué no le cuentas la verdad?
—¿La verdad? —repitió Stryker, ceñudo.
Céfira soltó un taco mientras fulminaba a su hija con la mirada. Se volvió hacia Stryker echando chispas por los ojos.
—Muy bien. Entregué mi humanidad para que Medea sobreviviera a su vigésimo séptimo cumpleaños.
—¿De qué estás hablando?
—A diferencia de lo que te pasó a ti —comenzó Céfira con un deje desdeñoso—, yo no contaba con una diosa atlante que me enseñara a alimentarme de almas humanas para seguir viviendo. Le pedí a Artemisa que terciara a favor de Medea y se negó. Me dijo que no pensaba revocar la maldición de su hermano ni siquiera por su sobrina. Después de haber perdido a mi nieto y a mi yerno a manos de los humanos, no estaba dispuesta a perder también a mi hija por culpa de Apolo. Así que invoqué a uno de los mediadores y le prometí mi alma si protegía a Medea.
Aunque dicho así parecía muy fácil, había un problema. Los mediadores demoníacos hacían oídos sordos a las invocaciones de los daimons.
—Imposible. Solo un demonio puede invocarlos.
Céfira lo miró con una fingida mirada de admiración.
—Eres un cerebrito, cariño. Y pensar que me casé contigo por tus abdominales… ¿Quién iba a pensar que había tanta inteligencia detrás de esos bíceps?
Medea soltó una carcajada ahogada antes de decir:
—Dejó que uno de los gallu se alimentara de ella y la convirtiera para poder invocar a un mediador.
La mirada burlona teñida de exasperación que hasta ese momento estaba posada en él se trasladó a Medea.
Stryker pasó por alto la actitud quisquillosa de Céfira, sorprendido por la muestra de amor que había demostrado. Que fuera capaz de hacer semejante sacrifico para proteger a su hija le resultaba tremendamente conmovedor. Porque había sido precisamente su entrega por los seres queridos lo que hizo que se enamorara de ella en la Antigua Grecia.
—Después de que el gallu me convirtiera, lo maté. La naturaleza de los gallu es maravillosa. Si matas a aquel que te muerde, recuperas tu autocontrol y consigues sus poderes. Es maravilloso, salvo por la molesta sed de sangre que se añadió a la que ya sufría por culpa de Apolo. Pero la vida consiste en eso, ¿verdad?, en negociar.
«Tal vez», pensó Stryker. Sin embargo, aún había un interrogante.
—¿Y Jared?
—Me lo ofrecieron a cambio de que no matara al gallu. Acepté su custodia y después ensarté al demonio en una de las paredes de su propia casa. Nadie nos amenaza, ni a mi hija ni a mí, y vive para contarlo. Nadie. Y jamás seré una esclava. Nadie me controla.
Sus palabras eran muy loables. Él les había hecho cosas peores a los que habían matado a sus hijos.
Salvo en el caso de Urian.
Renuente a pensar en eso, miró a Céfira con los ojos entrecerrados.
—Eso explica tu avanzada edad. —Los demonios, ya fueran semidemonios o convertidos, se libraban de la maldición de Apolo—. ¿Y ella? —preguntó, señalando a Medea con un gesto de la barbilla.
Céfira cruzó los brazos por delante del pecho.
—Entregué mi alma a cambio de su vida, que ahora está ligada a la mía. Hay que ver lo que les gusta eso a los dioses. Son un poco sádicos, la verdad. Pero da igual. A diferencia de lo que nos pasa a nosotros, Medea no necesita alimentarse de los humanos para vivir. Técnicamente sigue siendo apolita. Incluso podría tener más hijos, si encontrara a un hombre que mereciera la pena…
—Ya encontré a uno —replicó Medea, y se le quebró la voz—. Los humanos lo mataron.
Céfira le acarició el brazo.
—Lo sé, cariño. He sido muy insensible. Yo también lo quería. —Su mirada regresó a Stryker—. Por eso me aseguré de asesinar a todos los descendientes de las familias que lo asesinaron. Y disfruté matándolos con saña.
Stryker le dirigió un antiguo saludo militar en señal de respeto.
—Por eso te admiro tanto. Por seguir el código de un guerrero hasta el final.
Ojo por ojo. Diente por diente. Vida por vida.
Era en lo único que siempre habían estado de acuerdo.
Davyn gruñó cuando comenzó a recuperar el conocimiento. Levantó la cabeza y miró a Stryker.
—¿A cuántos de los nuestros han matado?
—No lo sé. ¿Qué ha pasado?
—Ha sido War —contestó con un hilo de voz, como si el dolor le impidiera hablar. Se apartó el pelo de la cara mientras se incorporaba en la cama—. Les ha dicho a los demonios que ya no tenían por qué obedecerte. Que debían rebelarse y matarnos para apoderarse de Kalosis. Que sería la morada perfecta para un grupo de demonios, en cuanto mataran o convirtieran a los daimons.
Stryker gruñó al escuchar sus palabras.
—Cabrón traicionero.
Céfira resopló.
—Tú lo liberaste.
—Para que matara a Nick y a Ash —señaló a la defensiva.
Céfira enarcó una ceja con gesto burlón.
—¿Y qué pensabas que haría después?
—Que me mataría a mí, no a los míos.
Céfira soltó una carcajada burlona.
—Recuerda su nombre, es la personificación de la guerra. ¿No te dio ninguna pista sobre su personalidad? Sería igual que si invocaras a Poine, la diosa de la venganza y el castigo, y esperases que te perdonara y te dejara seguir con tu vida feliz y contento.
Medea frunció el ceño.
—¿Esa no es Némesis?
Céfira la miró con gesto burlón.
—Cariño, tú no salgas del panteón atlante. Poine ofrece la revancha por un asesinato. Némesis se encarga de poner fin al resentimiento provocado por los desequilibrios. Castiga a los que son demasiado felices, o a los que van por la vida fastidiando a los demás. Hay una gran diferencia entre las dos.
—Lo que tú digas. —Medea se alejó.
Stryker inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Es impresionante que sigas recordando a los antiguos dioses. Sin embargo, lo que ocurre es que necesito volver a Kalosis para echar a esos gilipollas.
—¿Tienes tendencias suicidas o qué?
—Pues no. Pero los que viven allí son mi gente, y no voy a dejarlos morir sin ponerme al frente de sus filas. —Y con eso se desvaneció.
Céfira se sobresaltó por su súbita desaparición.
—¿Ha vuelto a Kalosis? —le preguntó a Davyn.
El daimon asintió con la cabeza.
—Le gusta recrearse en ciertos jueguecitos, pero con los invasores no hay juegos que valgan. Fue él quien llevó a los demonios a Kalosis, así que seguro que se siente responsable.
Céfira intentó trasladarse a Kalosis, pero como carecía de invitación no lo logró.
—Davyn, ¿puedes abrir una madriguera?
El aludido cerró los ojos, pero negó con la cabeza al cabo de un momento.
—Stryker debe de haberme bloqueado.
—¡Joder! ¡Jared! —gritó, para que abandonara la misión de darle caza a Nick.
Apareció frente a ella al instante.
—¿Akra? —preguntó, usando el término atlante para «dueña y señora».
—Necesito que vayas a Kalosis y que protejas a Stryker. Ayúdalo a expulsar a los demonios.
—Tus deseos son órdenes —replicó con evidente sarcasmo.
De hecho, a Céfira le sorprendió que se mostrara tan presto a obedecerla. Y, efectivamente, al cabo de unos segundos había desaparecido.
Medea frunció el ceño, confundida.
—Vamos a ver, ¿tú no querías matar a Stryker?
—Cariño, después de todo lo que me ha hecho pasar ese hombre, me merezco el honor de matarlo yo misma. No pienso dejar que me robe ese placer ningún engendro demoníaco.
Stryker atacó a los demonios que tenía más cerca con una llamarada en cuanto apareció frente a los suyos, hombres y mujeres, que seguían conteniéndolos.
—¿Dónde está Apolimia?
—Detrás de ti.
Se volvió y descubrió que la diosa tenía los ojos rojos.
—Tenemos que llevarte a un lugar seguro —le dijo, poco dispuesto a que muriera, ya que entonces él también moriría, y antes quería solucionar aquel follón.
Apolimia enarcó una ceja al escucharlo.
—¿Desde cuándo te preocupa mi seguridad? Pensaba que querías verme muerta.
Y era cierto. Pero no en ese momento.
—Quiero renovar mi contrato vital. Por lo menos durante dos semanas más.
—En ese caso… —Apolimia levantó los brazos y creó un torbellino alrededor de los demonios, que empezaron a chillar y a dar alaridos a medida que los rodeaba y los levantaba del suelo.
Al cabo de unos segundos, apareció un agujero negro en la estancia que absorbió el torbellino, haciéndolo desaparecer.
Esa sí que era una habilidad conveniente, pensó Stryker.
—Y esa, amigos míos, es la diferencia entre una diosa de verdad y un semidiós… —musitó.
Apolimia se volvió hacia él con cara de pocos amigos.
—Pero eso, por desgracia, no durará mucho, ya que alguien —recalcó la palabra fulminándolo con la mirada— les ha garantizado el acceso a mis dominios. No sé, estoy pensando en enviaros con ellos para que merienden.
—Dame un par de horas antes de hacerlo. Ahora mismo necesito comprobar el daño que han sufrido mis hombres.
—¿Desde cuándo te preocupa lo que les pase?
Stryker no contestó. Era cierto que le gustaba fingir una absoluta falta de sentimientos. Que estaba muy por encima de algo tan intrascendente como las emociones. Pero en el fondo no era así.
Porque se preocupaba y sufría muy a su pesar. Por mucho que intentara negarlo, seguía siendo un hombre.
—Mi gente me necesita —contestó mientras pasaba al lado de un furioso Savitar, que caminaba hacia Apolimia.
—¿Por qué no te has quedado quietecita? —masculló el susodicho.
La diosa le lanzó una mirada altiva y distante.
—Soy la diosa de la destrucción. ¿De verdad crees que voy a quedarme quietecita mientras se abren paso por mi casa? —Puso cara de asco—. Necesito que llames a Sin. Es un dios sumerio, así que debería encargarse de vigilar las creaciones de su panteón y arreglar sus marrones.
Savitar resopló.
—Sabes que si lo hago, tu nieta luchará a su lado, ¿verdad? La última vez que se enfrentó a ellos, estuvieron a punto de convertirla.
—¿¡Por qué se casaría con ese don nadie!? —rezongó, furiosa—. Vale. No les digas nada. —Echó un vistazo para comprobar la destrucción a su alrededor—. Strykerio, espero que tanto tú como tus hombres os encarguéis de limpiar este estropicio.
Stryker estaba a punto de replicar, pero se mordió la lengua. No ganaría nada enfureciéndola y tenían muchas cosas que hacer.
—Sabes que esto no ha terminado. War volverá.
—Sí, lo sé. Gracias por recordármelo. Deberíamos prepararnos para su llegada, por cierto. ¿Alguien conoce a un buen exterminador?
Ni siquiera había acabado de formular la pregunta cuando apareció Jared, con mucho mejor aspecto que la última vez que Stryker lo había visto. Llevaba una cazadora de cuero, una camisa y unos vaqueros, todo de color negro. Las gafas de cristales oscuros impedían que se vieran sus ojos. Se había recogido el pelo castaño cobrizo en una coleta.
El sefirot miró a su alrededor con el ceño fruncido.
—Parece que me he perdido la fiesta. Bien. No me apetecía matar demonios esta noche. Todavía no me he tomado la primera dosis de cafeína.
Savitar puso cara de sorpresa.
—¿Bebes café?
—No, ha sido un patético intento por hacerme el gracioso —respondió Jared con gesto muy serio.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Apolimia, a quien no le gustaba ni un pelo que aparecieran criaturas sin invitación en sus dominios, tal como ponía de manifiesto su tono de voz.
—Me han ordenado que lo proteja —contestó, señalando a Stryker con la barbilla.
Apolimia cruzó los brazos por delante del pecho.
—En fin, pido un exterminador y mira quién aparece. ¿Quieres encargarte de War por nosotros?
—No puedo.
Su respuesta no pareció gustarle mucho.
—¿Por qué no?
—La Fuente Primigenia —terció Savitar con sequedad—. Jared fue creado para proteger ese tipo de poderes. Nadie puede ordenarle que los mate.
Jared asintió con la cabeza.
—Exacto. Ni siquiera mi dueña puede exigírmelo.
Apolimia frunció el ceño.
—No lo entiendo. Puedes matar a los malacai. ¿No formaban parte también de esos poderes primordiales?
Jared suspiró.
—Los malacai le declararon la guerra a la Fuente, así que la norma ya no les atañe. Al atacar a la Fuente, los sefirot pudieron darles caza y acabar con ellos. A menos que War amenace de alguna manera a los poderes primordiales, estará a salvo de mí.
Savitar esbozó una sonrisa torcida.
—Menudo fraude estás hecho.
El comentario hizo que la expresión de Jared se suavizara.
—Pues sí, yo también lo pienso. Menos mal que no es contagioso.
Stryker pasó de ellos mientras meditaba sobre lo que había puesto en marcha con sus ansias de venganza. Qué simple parecía todo al principio. War mataba a Ash, luego a Nick y luego a él. Sin embargo, había muchas más cosas en juego.
—Tenemos que dar con alguien que pueda frenar a War.
Savitar le lanzó una mirada socarrona.
—¿No fuiste tú quien lo liberó? —le preguntó.
—Sí, pero vamos a dejar de echarnos las culpas los unos a los otros. Estaba pasando por un momento de bajón y me pareció buena idea. Visto lo visto, de buena no tiene nada.
—Suele pasar con los errores garrafales, sí —comentó Apolimia en voz baja—. No hay mucha gente capaz de poner en práctica ideas que saben de antemano que acabarán mal… salvo los imbéciles, claro.
Savitar soltó una carcajada.
—Tú no estás incluido en ese grupo, ¿verdad, Stryker?
El aludido lo fulminó con la mirada.
—Que yo recuerde, no somos amigos.
—Que yo recuerde, me importa un comino —replicó el ctónico.
—Ya está bien, niños —masculló Apolimia—. Por si no lo habéis notado, tenemos entre manos algo muy gordo. Hay que localizar a War y detenerlo, acorralar a los gallu, proteger a Apóstolos y echar a Savitar de aquí.
—Lo último no lo entiendo; ¿por qué? —dijo Jared.
—Porque no lo trago.
Savitar meneó la cabeza.
—Lo mismo digo, preciosa.
Apolimia lo miró con desdén.
—Ponte ropa de verdad. ¿Qué es lo que llevas puesto? ¿Lo venden para adultos?
Las críticas a su vestuario parecieron ofenderlo muchísimo.
—Son unos pantalones cargo y una camisa hawaiana. Que yo sepa, es ropa.
—En mis dominios, no. ¡Abróchate esa camisa!
—¡Oye! —protestó Savitar cuando la diosa usó sus poderes para abrochársela—. Que sepas que hay mujeres que pagarían por verme desnudo.
—Lo que sé es que hay mujeres a las que tú pagas para que te vean desnudo. ¡Solo faltaba, vamos! Yo no pertenezco a ninguno de los dos grupos. Y ahora cierra el pico mientras pienso.
Las pullas que intercambiaban le hicieron gracia a Stryker. Nunca había visto a Apolimia tan animada. Ni a Savitar tan ofendido. En otras circunstancias, los habría acicateado para que siguieran, pero tenían muchas cosas que hacer como para ejercer de Loki.
Jared se apartó un poco.
—Mientras vosotros planeáis qué hacer, yo tengo que matar a un malacai. —Y desapareció.
Savitar suspiró.
—No creo que Aquerón esté muy contento con esa misión.
—Pues no —convino Apolimia—. Te mandaría tras él, pero no quiero que Apóstolos se enfade conmigo.
Savitar soltó un largo suspiro.
—Sabes que tenemos que estar alerta. La estrategia de War es dividir y atacar. Convertir a los amigos en enemigos.
Stryker puso los ojos en blanco.
—Pues teniendo en cuenta que los tres nos odiamos, no sé qué más puede hacer.
Apolimia lo miró con seriedad.
—Yo no te odio, Stryker. Si ese fuera el caso, no te habría traído a mis dominios —le aseguró antes de desaparecer.
Pasmado y sin saber muy bien cómo interpretar esa confesión tan poco característica de la diosa, Stryker la siguió. Si había aprendido algo a lo largo de los siglos era que Apolimia era incluso menos sentimental que él.
Claro que él poseía una faceta que no le mostraba a nadie, y eso lo llevó a preguntarse por los secretos que Apolimia guardaba.
La encontró en su jardín privado, un lugar rodeado por muros de mármol. Las rosas negras florecían por doquier, en recuerdo y a modo de luto por el hijo que no podía ver. Estaba flanqueada por sus dos guardias carontes, inmóviles como estatuas. De no ser por algún que otro parpadeo, cualquiera pensaría que estaban muertos.
—¿Qué es lo que acabas de decir? —le preguntó mientras ella se sentaba al borde del estanque cuyas aguas fluían al contrario, ascendiendo por la pared.
—Estoy cansada, Strykerio. —Se levantó para marcharse.
Y Stryker hizo lo que jamás había hecho. Detenerla.
—Quiero una respuesta.
Apolimia se zafó de sus manos.
—Hay que ver lo obtuso que eres, niño. ¿Alguna vez te has parado a pensar en nuestra relación o siempre te ha cegado el odio?
—Te juro que no he hecho otra cosa durante estos últimos años. Me usaste y después me dejaste tirado.
Apolimia negó con la cabeza.
—Te adopté, Strykerio. Cuando tus hijos murieron, lloré contigo.
—Y una mierda.
La diosa se levantó la manga del vestido para que viera su muñeca. Llevaba tatuadas once lágrimas negras. Esa era la costumbre atlante para recordar a los seres queridos muertos.
—La primera es por mi hijo. El resto, por los tuyos.
Stryker le acarició el brazo, incapaz de creerla.
—¿Y Urian qué? Me ordenaste que lo matara.
—Te dije que tu hijo guardaba un secreto que debías investigar. Que te ocultaba cosas. Nunca pretendí que lo mataras. Esa decisión fue solo tuya.
—No te creo.
—Me da igual lo que cresas. Ya no me importa. A estas alturas pondría fin a nuestras vidas, pero tendré que seguir así hasta asegurarme de que detienen a War y de que mi hijo no corre peligro.
—Seguir así… conmigo, quieres decir.
Los ojos plateados de Apolimia relampaguearon en la penumbra. Sin embargo, vio el sufrimiento que ocultaba con gran elegancia.
—Yo no he dicho eso.
—Tu tono de voz sí.
La diosa soltó un suspiro irritado.
—Estás ciego. Para ti todo es blanco o negro. O te odio o te quiero. Pero las cosas no funcionan así. La vida nunca sigue un camino tan claro. Las emociones nunca son tan definidas. —Le acarició una mejilla con suavidad—. Piensa, Strykerio. Tú y yo llevamos miles de años como aliados. Luchando contra tu padre y contra Artemisa. Contra su ejército de Cazadores Oscuros y contra los humanos a los que tanto odiamos. Solo te he prohibido tocar a Apóstolos, y sabes muy bien por qué. Es mi hijo. Pero, de todas formas, siempre te he ofrecido refugio, a ti y a los tuyos. Os traje a mis dominios y os enseñé a robar almas humanas.
—Para vengarte de mi padre por haber matado a Aquerón.
Apolimia reconoció sus palabras con un gesto de la cabeza.
—Eso es cierto. O lo fue, al principio. La venganza era lo único que me interesaba. Pero a medida que vi crecer a tus hijos, a tu gente… a medida que los vi morir… ¿Me crees tan fría e insensible para creer que nunca me ha importado?
—Sí. Mataste a tu propia familia. A todos.
La expresión de la diosa se tornó pétrea. No delataba emoción alguna.
—Aquella noche me movía la misma furia que sentiste tú cuando mataste a Urian. No, en mi caso había mucha más. Su traición fue inmensamente mayor que la traición de Urian. Porque él lo hizo por amor a una mujer. No para hacerte daño. Urian intentaba encontrar la felicidad al lado de su mujer, no quería humillarte. Lo que me hizo mi familia fue fruto del egoísmo y del miedo. Se unieron en mi contra para encerrarme y mataron a mi hijo. Eso es imperdonable. —Hizo una pausa. Sus ojos centellearon y el dolor que todavía guardaba por aquello fue más que evidente—. Pero tal y como te pasó a ti, en cuanto los maté a todos y me quedé sola, me arrepentí de haberlo hecho. Añoraba a mi familia, por muy lamentable que fuera, y quería verlos de nuevo. —Volvió la cabeza para echarles un vistazo a sus guardias carontes, que seguían firmes—. Aunque siempre he querido mucho a mi ejército caronte, no era lo mismo que tener al lado a la familia. —Volvió a mirar a Stryker y su expresión se suavizó—. Y justo entonces me invocó un muchacho rubio y me suplicó que le concediera el poder para librar a sus hijos de un destino injusto. Ese muchacho me recordó a mi hijo y por eso le ofrecí lo que jamás le había ofrecido a nadie. —La ternura desapareció bajo el gesto distante que solía lucir—. Vinculé mi vida a la tuya para salvarte. La única vez que hemos estado enfrentados fue cuando te ordené dejar tranquilo a Apóstolos y me desobedeciste.
—No me dijiste que era tu hijo.
—Porque sabía que te haría daño —masculló—. ¿Por qué si no lo habría mantenido en secreto?
—Estabas intentando controlarme.
—Nunca —replicó entre dientes—. Te di rienda suelta para que te vengaras de tu padre. Le abrí mis dominios a tu gente y permití que os refugiarais aquí. Me enorgullecí de cada Cazador Oscuro que matabas, de cada vida humana que destruías, como haría cualquier madre.
Stryker se negaba a creerla. Lo había utilizado…
Sin embargo, recordó la relación que habían mantenido a lo largo de los siglos. Apolimia siempre le había permitido el paso a sus aposentos privados. Siempre lo recibía con los brazos abiertos.
Y añoraba esa relación mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—¿Por qué no me habías dicho nada de esto hasta ahora?
Apolimia suspiró.
—Porque prefería que me odiaras a mí por la muerte de Urian a que te odiaras a ti mismo. Ningún padre debería experimentar ese sufrimiento.
—No te creo.
—No lo hagas. Ambos sabemos que la compasión no es mi fuerte. Apenas entiendo el sentimiento. —Lo observó de arriba abajo con expresión distante—. Apenas te entiendo a ti. —Se recogió las faldas de su vestido negro y pasó por su lado para alejarse.
Stryker la observó mientras reflexionaba sobre sus palabras. Aunque no entendiera el concepto de compasión, Apolimia era capaz de amar. La protección continua y el sacrificio que hacía para mantener a salvo a Aquerón eran encomiables. Y fueron la causa de sus celos y el motivo de que se rebelara contra ella.
Porque ansiaba que lo quisiera de aquella forma.
Hizo una mueca al reconocer la verdad. Lo habían sacado del vientre de su madre antes de nacer y lo habían entregado al cuidado de las sacerdotisas de Apolo. Aunque nunca habían sido crueles con él, todas lo temían. No sabía lo que era una madre de verdad…
Hasta que conoció a Apolimia.
Sin embargo, no estaba seguro de poder confiar en ella. ¿Debía bajar la guardia? Claro que, pese a toda la malicia de la diosa, bien era cierto que nunca mentía. Podía omitir detalles, pero no mentía abiertamente…
Cerró los ojos y apretó los dientes, consumido por el dolor. Era difícil saberse responsable de tantas vidas y no contar con nadie en quien confiar.
¡Por los dioses! Qué cansado estaba de no tener absolutamente a nadie. De tener que hacerse el fuerte todo el tiempo.
Renuente a ahondar en aquellos pensamientos, abandonó el jardín y volvió al lugar donde sus hombres atendían a los heridos y mataban a los que se habían convertido en gallu.
—¿Estamos en guerra, milord?
Miró a Ann, una daimon preciosa y de baja estatura para los de su especie, y sonrió.
—Los demonios ya no son bienvenidos en Kalosis. Les tendimos la mano en señal de amistad y nos han pagado derramando nuestra sangre. —Aunque no era de sorprender. Un demonio siempre sería un demonio. Debería haberse pensado mejor lo de unir fuerzas con los gallu—. Pero no pasa nada. Supliremos las bajas con nuestra astucia y crueldad. Somos daimons, somos spati. Y vamos a enseñarles a esos cabrones de lo que somos capaces.
Sus hombres gritaron en señal de aprobación.
Savitar, que estaba a su espalda, se echó a reír.
Stryker lo miró con expresión furiosa.
—¿Qué te parece tan gracioso, ctónico?
—Me troncho al pensar que dependas de War para alargar tu vida.
Miró a Savitar para hacerle saber lo que pensaba de él… que no era muy agradable.
—Al menos puedo alargarla.
—Pues sí, pero ¿sabes cuál es el problema de alargar los plazos?
—¿Cuál?
—Que expiran antes de que te des cuenta. Y como no estés muy atento, los contratos dejan de tener vigor.
—Como si eso me asustara…
—No es mi intención. Pero, en tu lugar, yo no dejaría tanto rato solas a tus mujeres mientras te entretienes aquí abajo. La guerra tiene la fea costumbre de estallar en los lugares más pacíficos… no sé si me entiendes.
De repente Stryker tuvo un mal presentimiento. Era imposible que War…
De imposible nada, era más que probable.
Con el corazón desbocado, comprendió que tenía que volver junto a Céfira y Medea antes de que fuera demasiado tarde.