6

—¿Cómo va?

Tory apartó la vista de Ash, que estaba descansando en la cama, y la clavó en los ojos de color lavanda de Savitar. Qué curioso, habría jurado que antes tenía los ojos verdes…

Se había quitado el traje de neopreno y llevaba unos pantalones de lino blancos con una camisa playera abierta que dejaba al descubierto su musculoso torso, y se había echado el pelo castaño hacia atrás.

—War le dio una buena paliza, pero…

—Viviré —lo interrumpió Ash, que se volvió para mirarlos. Se sentó apoyándose sobre los almohadones y se pasó los dedos por la larga melena negra—. Créeme, me han dado palizas peores. Pero no recientemente.

Tory lo fulminó con la mirada.

—No sé qué decirte, no hace mucho te atropelló un coche…

Ash resopló al tiempo que entrelazaba sus dedos.

—En mi defensa diré que estaba preocupado por cierta… —La miró con expresión elocuente—. Por cierta humana, que estaba teniendo una experiencia cercana a la muerte. Eso no cuenta.

Savitar pasó por alto el comentario.

—En fin, la buena noticia es que lo espantamos. La mala noticia es que…

Ash terminó la frase por su amigo.

—Volverá.

Savitar asintió con la cabeza.

Tory tragó saliva, asustada.

—¿Deberíamos empezar a prepararnos?

La pregunta ofendió a Savitar.

—Ese niñato no vendrá a mi isla. Sabe que no debe. No le tiras del rabo al demonio a menos que quieras que te muerda.

Ash carraspeó y miró a Savitar con expresión exasperada.

—Tory, la verdad es que hay un motivo por el que la isla cambia de posición todo el tiempo. Sav está un pelín paranoico, así que la isla está fuertemente protegida contra todo tipo de seres paranormales. No puedes entrar en Neratiti a menos que recibas una invitación especial de nuestro anfitrión, motivo por el que Alexion os trajo aquí. Sabíamos que es el único lugar al que War no podría acceder. Tanto yo como los míos disfrutamos de una invitación permanente que no se aplica al resto del universo conocido.

Savitar siseó.

—Y aunque pudiera encontrar la isla, ese desgraciado no se atrevería a aparecer por aquí. Porque lo devolvería de una paliza a la Edad de Piedra —dijo con una expresión risueña en los ojos—. Y no te rías de mi paranoia, niñato. Te he salvado el culo, ¿no?

—Sí, y te doy las gracias.

Savitar inclinó la cabeza.

—De nada. Pero no vuelvas a meterte en líos. Tu madre me está poniendo la cabeza como un bombo por tu culpa. Te diría que dejaras que te empollara como un huevo, pero no tengo ganas de que el mundo se acabe. Por muy coñazo que sea. Pero, te lo advierto, como no deje de darme la lata, puede que cambie de idea y te lleve con ella yo mismo.

Ash soltó una carcajada.

—Lo tendré en cuenta. Bueno, ¿alguna idea de quién despertó a nuestro nuevo amigo y le dijo que fuera a jugar conmigo?

Tory los miró con cara de pocos amigos.

—Yo apuesto por Artemisa.

Savitar imitó el sonido de una máquina recaudadora.

—Acepto la apuesta, porque la has perdido. De boca de la propia Artipou: ella no tiene nada que ver. Y son buenas noticias para vosotros, ya que parece que se está haciendo a la idea de que ya no es la novia de Ash. No es que esté muy contenta, pero no ha puesto precio a vuestra cabeza. Una pequeña victoria, cierto. Pero menos da una piedra.

Tory frunció el ceño.

—Entonces ¿quién…?

—Fue nuestro querido Stryker.

Ash soltó un taco.

—Cómo no… ¿Dónde está War ahora?

—Fuera del mapa, lo que quiere decir que seguramente haya regresado a Kalosis para informar de su fracaso a Stryker.

Ash entrecerró los ojos, preocupado.

—¿Mi madre está a salvo?

—A juzgar por el ruido en mi cabeza, diría que sí sin temor a equivocarme. Pero no te preocupes, he ordenado a los demonios carontes que la protejan. A tu madre no le ha hecho mucha gracia, pero se está mostrando razonable por una vez. Su mayor preocupación es tu seguridad. Y me ha dicho que te diga que hagas todo lo que esté en tu mano para seguir vivo. Y que a ella le den.

Ash resopló.

—No voy a matar a Stryker y después enterrar a mi madre. ¿Por qué coño vincularía sus vidas?

Savitar se encogió de hombros.

—Apolimia no tiene nuestra habilidad para ver el futuro. Tiene el don de la destrucción, no el de la profecía. Estoy seguro de que si llega a saber que Stryker acabaría amenazándote, lo habría matado ella misma. Y ahora ya sabes por qué no me compadezco de nadie. Siempre acabas arrepintiéndote de los actos compasivos.

Ash apartó la ropa de cama y se dispuso a levantarse.

Tory se lo impidió, empujándolo contra los almohadones.

—Deberías descansar.

Ash le besó la mano.

—No puedo. Hay un loco suelto que posiblemente se esté ocultando en casa de mi madre. —Cerró los ojos y usó sus poderes para vestirse—. Tenemos que prepararnos. Encontrar un lugar donde enfrentarnos a War sin provocar una masacre a nuestro alrededor.

Savitar puso los ojos en blanco.

—Hermanito, no quiero ser un aguafiestas, pero estamos hablando de War. Es imposible limitar los daños. No nos lo permitirá. Yo me enfrenté a él junto con otros veinticinco ctónicos y nos dio tal paliza que parecíamos esclavas lemurias. A dos les sacó el corazón del pecho y los obligó a tragárselo mientras se reía a carcajadas, y luego se lamió la sangre de los dos y atacó al resto. Yo sobreviví a duras penas y tardé dos décadas humanas en recuperarme de las heridas. No creas que le tengo miedo a ese cabrón, porque no es verdad. Solo quiero que entiendas bien el peligro al que nos enfrentamos.

Ash frunció el ceño al escucharlo, pero estaba decidido. Tenían que derrotar a War fuera como fuese.

—¿Cómo lo encerrasteis la última vez?

—Ishtar, Eirene, Bía y los gigantes acudieron en nuestra ayuda. Solo Eirene vive en la actualidad. Y solo quedamos ocho ctónicos vivos. Contándote a ti.

Aun así, Ash se negaba a creer que era una lucha perdida.

—Siempre hay un interruptor de apagado. Tenemos que encontrarlo.

—Se intentará. Mientras tanto deberías saber que tu chico, Urian, tiene información del otro bando. Stryker está reuniendo a daimons de todo el mundo, formando un ejército que haría que Cecil B. DeMille se sintiera orgulloso.

—¿Por qué?

—Stryker planea desatar un infierno sobre los humanos el día de Navidad. Por supuesto, Urian dijo que tú podrías evitarlo si te sacrificabas. Stryker estaría dispuesto a cancelar el ataque si te rindes a War para que te mate lenta y dolorosamente.

Tory miró furiosa a Ash.

—Ni se te ocurra. Aquerón Partenopaeo, te juro que como se te pase siquiera por la cabeza, empezaré a darte una somanta de palos hasta que me supliques clemencia.

Ash le dio un apretón en la mano.

—No te preocupes. Aunque me entregara, Stryker atacaría a los humanos. Él es así y yo no soy tan tonto para creer que podría demostrar compasión. ¿Cómo es eso que me repites tan a menudo? Ah, sí, que no importa las cartas que tengas, sino lo que haces con ellas. —Se levantó de la cama—. Sav, necesito que te vayas a vivir con mi madre.

Al aludido estuvo a punto de darle un pasmo.

—¿Te has vuelto loco? Esa mujer me odia. No, no me odia. El odio indicaría una remota posibilidad de que pudiera caerle bien en el futuro.

Algo que Ash nunca había comprendido. De todas formas, no podía dejarla sola contra Stryker y War.

—Llévate a Alexion y a Danger contigo, y quédate con ella para que no le pase nada. —Su madre aceptaría a la pareja muchísimo mejor que a Savitar—. De lo contrario tendré que ir yo, y como la idea es evitar el Apocalipsis, mi presencia en su casa sería contraproducente.

Si Ash ponía un pie en Kalosis, su madre destruiría el mundo mucho más rápido que Stryker y War juntos.

—Tú eres la única persona en quien confío para mantenerla a salvo de Stryker, de War y de Kessar. Aunque mi madre y yo no siempre nos llevamos bien y somos enemigos en esta guerra, sigue siendo mi madre y no quiero que le hagan daño.

La cara de Savitar era un poema mientras dejaba bien claro que prefería que lo destriparan. Y Ash no podía culparlo. Con él su madre podía ser muy… temperamental y difícil de aguantar… y eso que lo quería. A Savitar apenas lo toleraba.

—Vale —claudicó Savitar—. Iré. Pero que sepas que me debes una. Una muy grande. Y si alguna vez necesito algo, sea lo que sea, eres mío.

Ash resopló.

—No es tan mala.

—¿Cómo que no, niñato? Tu madre es la Destructora. Es un título que no solo se ha ganado a pulso, sino que le encanta. Y me vas a mandar con ella sin más refuerzos que unos cuantos demonios carontes. ¿Qué te he hecho yo?

Ash soltó una carcajada.

—Échale huevos, Sav. Pareces una nenaza.

—Si tu madre se sale con la suya, me convertirá en una. Y el rosa me sienta como el culo. Gracias, chico.

Ash meneó la cabeza cuando el ctónico se desvaneció. Estaba a punto de cruzar la estancia, pero Tory se plantó delante de él con la pose de un general a punto de entrar en combate… un gesto que no presagiaba nada bueno para él.

—¿Qué pasa?

—¿Adónde vas?

—A ver a Nick.

Tory resopló.

—¿De verdad crees que servirá de algo? Ese tío te odia con toda su alma, más que Stryker. Tendrás suerte si no te saca la columna por la boca.

—Es un placer tener de vuelta a doña Optimista. ¿Vas a hacer algún otro comentario derrotista tipo Eeyore?

—Uno más. Si sales de esta isla, War podría encontrarte. ¿Qué vas a hacer en ese caso?

—Mancharle su mejor camisa de sangre.

Los ojos de Tory se oscurecieron.

—No tiene gracia, Ash. Tú mismo lo has dicho: esta isla es el único lugar donde estamos a salvo de War.

—No soy un blandengue, nena. Soy un dios. No voy a esconderme aquí solo porque me dé miedo que me hagan pupa. Tengo que avisar a Nick de que alguien va a por él. Es lo mínimo que le debo.

Tory cruzó los brazos por delante del pecho y lo fulminó con la mirada.

—Pues voy contigo.

«¡Y una mierda!», exclamó Ash para sus adentros. La ataría antes de permitirlo. Aunque Tory poseía algunos de los poderes de Apolimia, no los tenía todos, y a diferencia de él no estaba acostumbrada a luchar por su vida.

—Me llevaré a Xirena conmigo. Pero tú te quedas aquí. Y nada de discusiones.

—Eres un cabezota —gruñó ella.

Ash le regaló una sonrisa encantadora con la que esperaba ablandarla.

—He aprendido de la mejor.

—Sí, lo sé. Ya conozco a tu madre.

Tras dejar a Xirena en el exterior para que no resultara herida en el caso de que hubiera una pelea, Ash entró en casa de Nick y se detuvo para buscar su presencia. No oía ni un solo latido.

Sin embargo, había un poder innegable. Un poder antiguo y frío que disparó todas sus alarmas.

Preparado para entrar en combate, se teletransportó al dormitorio de Nick, donde el poder era más fuerte. En cuanto apareció en la estancia, un hombre alto y de pelo castaño rojizo se volvió hacia él. Sus ojos amarillos irradiaban tormento y poder, y destacaban por sí mismos en una cara tan cincelada que casi era hermosa y que estaba enmarcada por una melena pelirroja. Llevaba ropa gótica, como él, y hacía siglos que no lo veía.

—¿Jared?

El sefirot lo saludó con una respetuosa inclinación de cabeza.

—Hace mucho que no nos vemos, atlante.

—¿Qué haces aquí?

Jared suspiró antes de dejar en la cómoda una de las muñecas vudú de Nick.

—Seguramente lo mismo que tú. Estoy buscando a Nick Gautier. Supongo que la única pregunta es si eres su amigo o su enemigo.

—¿Qué más da?

—Cierto. —Su expresión se endureció—. Solo quiero saber si te enfadarás mucho cuando lo mate.

—Muchísimo.

Jared suspiró de nuevo.

—Qué pena. Pero eso no cambia las cosas. —Deambuló por el dormitorio para empaparse de la esencia de Nick y así poder rastrearlo.

Ash utilizó sus poderes para ocultar a Nick, de modo que Jared no pudiera obtener su rastro con tanta facilidad.

—¿Por qué te interesa tanto Nick?

Jared señaló el collar de cuero negro que tenía en la garganta.

—No estoy en posición de hacer preguntas. Solo estoy aquí para obedecer como el siervo sin voluntad propia en el que me han convertido a la fuerza.

Ash se estremeció al ver el recordatorio de la esclavitud. Era un vínculo que compartían, y que no le desearía ni a su peor enemigo. Daría cualquier cosa por liberar al ser que tenía delante, pero la clase de esclavitud de Jared era eterna.

—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó Jared en un tono de voz que le dejó claro lo mucho que detestaba tener que pedirle algo.

Pese a todo, Ash fue cauteloso. Los favores no conllevaban nada bueno para nadie.

—Depende del favor.

Jared esbozó una sonrisa tensa al tiempo que se apartaba la cazadora de cuero y dejaba al descubierto el tatuaje de un dragón que llevaba en el brazo.

—Nim. Adopta tu forma humana. Ahora.

Ash vio como el dragón oscuro salía del brazo de Jared y se convertía en un muchacho delante de sus ojos. Apenas mediría un metro setenta y cinco de estatura, e iba vestido al estilo steampunk, con unas gafas antiguas de aviador sobre las rastas negras y una perilla. Llevaba las uñas pintadas de negro, un color que hacía juego con sus ojos y con la ropa que llevaba. El único toque de color era el conejito de peluche rosa que colgaba atado a la cadera.

Nim miró a Ash y puso los ojos como platos antes de correr a esconderse detrás de Jared.

—¿Amigo o enemigo?

Jared soltó un suspiro frustrado.

—Amigo. Un buen amigo.

Nim echó un vistazo como lo haría un niño asustado.

—Apesta a demonio caronte.

—Lo sé, y quiero que te vayas con él.

—¡No! —protestó el demonio—. Nim se queda con Jared. Siempre.

Jared soltó un taco.

—Aquerón, ¿puedes echarle una mano a un hermano? Necesito que aceptes la custodia de Nim y lo protejas en mi lugar.

—¡No! —repitió Nim, más decidido que antes incluso.

Jared gruñó.

—¡Joder, Nimron! Por una vez en tu vida haz lo que te digo y vete con Aquerón.

El demonio abrazó el conejito rosa contra su pecho y comenzó a negar con la cabeza.

—Nim se queda con Jared. Esa es la ley.

Un tic nervioso apareció en la mandíbula de Jared.

—No debí salvarte la vida.

Ash sintió su dolor, consciente de lo que Jared estaba haciendo. Dado que él también tenía un demonio, sabía que era un punto débil demasiado grande. Y una enorme responsabilidad. Aunque el demonio parecía tener unos veinte años humanos, sus actos dejaban claro que era más joven que Simi.

—No hay nada peor que un demonio adolescente.

—No tienes ni idea.

—La verdad es que sí la tengo. —Se acercó a Nim despacio, como se acercaría a un niño pequeño—. Nim, si vienes conmigo, te prometo que nadie te hará daño.

Nim lo miró con cara de pocos amigos.

—Nim no te conoce.

Jared intentó empujar a Nim para que se acercara al atlante.

—Es un buen tío.

Nim les enseñó los colmillos a ambos y siseó.

—Ha estado con demonios carontes y los carontes odian a Nim. Le hacen daño y sangre. Nim quiere quedarse con Jared. —De inmediato, el demonio retomó la forma de tatuaje y se posó en el cuello de Jared.

El sefirot soltó un suspiro hondo y muy sentido.

—¿Hay alguna manera de librarme de él cuando tiene esta forma?

—No.

—Ya… —Sus ojos relampaguearon, adquiriendo motitas doradas, hasta que se volvieron de un tono ambarino—. Mi dueña lo matará algún día, tengo que encontrarle un nuevo hogar.

—Creo que deberías decírselo a él.

—Me ha dicho que prefiere estar muerto a abandonarme. Según él, somos una familia. Supongo que eso me convierte en el tío loco del que nadie quiere hablar. Y él es el niño que solo tiene amigos imaginarios. Norman Rockwell tendría un filón con nosotros.

Ash sonrió al escuchar la mención del pintor. A decir verdad, se sentía mal por Jared, pero ninguno de los dos podía hacer nada.

—En ese caso es decisión suya.

Jared lo fulminó con la mirada.

—¿Qué pensarías si se tratara de Simi?

—Ya conoces la respuesta.

—Y tú ya sabes por qué tengo que quitármelo de encima.

Tenía razón. No había nada peor que tener un punto débil a la vista para que todo el mundo pudiera aprovecharse de él. Un punto débil que utilizaban para controlarlo y subyugarlo. Ash lo sabía de primera mano. Y se compadecía de la situación de Jared.

Soltó un suspiro y cambió de tema hacia algo que tal vez pudiera controlar.

—Bueno, ¿por qué te han ordenado matar a Nick?

Jared volvió a colocarse la cazadora.

—Es el último de la estirpe de los malacai.

Ash soltó una carcajada al escuchar semejante tontería.

—¿Nick Gautier un malacai? Venga, Jared, tírate otra.

—No estoy de broma. Es el último de su estirpe.

Ash se quedó con la boca abierta. ¿Nick Gautier? Aunque por ridículo que pareciera, tenía cierto sentido. Los poderes ocultos de Nick. Su incapacidad para controlarlo…

¡Joder!

¿Cómo se le había pasado por alto?

«No te esperabas esto», se dijo. ¿Quién se lo habría esperado? Era una raza extinta.

—No te sientas mal —dijo Jared en voz baja—. Es posible que hubieran sellado y ocultado sus poderes, lo mismo que hicieron con los tuyos durante tu etapa de mortal. Cuando War lo atacó, sus poderes se liberaron.

—¿Nick sabe lo que es?

Jared meneó la cabeza.

—Mi trabajo es matarlo antes de que lo descubra.

—No puedo permitirte que lo hagas.

—No tienes alternativa. Y yo tampoco. —Se desvaneció antes de que Ash pudiera tomar aire para replicar.

—¡Jared! —gritó.

El sefirot no hizo caso de su llamada.

—¡Joder!

Si Jared encontraba a Nick antes que él, a su antiguo amigo no le quedaría ni un telediario.

—Te veo demasiado contento.

Stryker miró por encima del hombro a Céfira, que lo estaba observando.

—Te tengo aquí. ¿Por qué no iba a estar complacido?

—Se me ocurren un millón de razones, empezando por el hecho de que estoy deseando matarte. En cuanto a las demás, ¿te las digo por orden de preferencia o por orden alfabético?

Stryker se echó a reír al escucharla.

—Dime la verdad: ¿no me has echado de menos ni un poquito?

—No.

Su respuesta se le clavó en el corazón.

—¿Ni una sola vez?

Céfira cruzó los brazos por delante del pecho.

—¿Sabes cómo te recuerdo, Stryker? Te recuerdo diciéndome esa última frase: «No tengo motivos para quedarme». Y después saliste de mi casa sin echar la vista atrás. Dijiste que no tenías motivos para quedarte. Ni uno solo. —Lo miró con expresión asesina—. Me destrozaste el corazón con esas palabras. Si me hubieras pegado, me habrías hecho menos daño.

Stryker se quedó muy quieto mientras rememoraba aquella noche. Vio a Céfira delante de él, con los ojos llenos de lágrimas. Él no derramó ni una sola. Una demostración de su fortaleza. Se moría de ganas de abrazarla y de decirle que mandaba al cuerno a su padre. Que era la única mujer a la que amaba y que moriría para protegerla.

Si se hubiera quedado con ella, su padre la habría matado, no tenía la menor duda. Y si Apolo no lo hubiera hecho, habría mandado a Artemisa a hacer los honores cuando Céfira diera a luz a su hija, y entonces las habría perdido a ambas. Apolo era así de vengativo. En su momento intentó explicárselo a Céfira, pero ella se negó a escucharlo.

—Pues moriré queriéndote —fue su respuesta.

Era un sacrificio que no estaba dispuesto a aceptar. En aquel momento pensó que sería mejor que lo odiase mientras viviera a que lo quisiera y acabara muerta.

Ojalá hubiera sabido entonces lo que les depararía el futuro.

—No lo dije en serio.

Céfira resopló.

—Claro que no. Lo dijiste sin pensar y blablablá. Ya no me importa.

—Si no te importara, no lo recordarías tan bien.

—Que no se te suba a la cabeza. Te olvidé de la misma manera que tú me olvidaste a mí. A diferencia de Medea, yo no necesito cerrar un círculo. Solo necesito matarte.

—Y vuelta a lo mismo.

—Siempre volveremos a lo mismo.

Por mucho que protestara, la verdad era que se lo merecía. Céfira tenía razón. Le había dado la espalda y no había echado la vista atrás.

No, eso no era verdad. Sí había echado la vista atrás. A menudo. Había recordado su vida en común. Había recordado su aspecto por las mañanas, cuando se despertaba acurrucada contra él. Esa sonrisa tímida con la que lo miraba, como si quisiera comérselo vivo.

Se odió por renunciar a todo aquello. Por renunciar a ella.

Suspiró y se encaminó a la puerta.

—Tengo asuntos que atender. Si necesitas algo, llama a Davyn. —Y sin decir nada más, salió por la puerta.

Céfira lo vio abandonar la estancia. La expresión dolida de sus ojos plateados hizo que el corazón le diera un vuelco, y se maldijo por aquella debilidad. ¿Por qué deseaba abrazarlo después de todo lo que le había hecho?

Sí, quería sacarle los ojos y apuñalarlo hasta matarlo.

Sin embargo, bajo toda la rabia y el dolor que sentía, una parte de ella seguía amándolo. Esa parte que intentaba obviar por todos los medios. Era un cerdo y un cobarde.

«Es el padre de tu hija», se recordó.

¿Y qué? Un donante de esperma que las había abandonado. Eso no lo convertía en padre. Lo convertía en un gilipollas. Furiosa, echó un vistazo a la habitación en la que Stryker dormía. Era bastante sencilla. Un cobertor de color burdeos. Sin ventanas. Una pequeña cómoda y las paredes desnudas.

—Vives como un oso en su cueva.

Ni siquiera había un libro sobre la mesita de noche. Lo que la llevó a preguntarse por qué tenía siquiera una mesita de noche. En ese momento se percató de que el cajón superior estaba abierto. Tal vez hubiera uno dentro. Llevada por la curiosidad, se acercó y lo abrió del todo.

Se quedó sin aliento.

En el fondo del cajón vio lo último que habría esperado ver en la vida: la miniatura que Stryker encargó que pintaran en un azulejo como regalo de bodas. Los recuerdos la asaltaron de golpe mientras contemplaba su propia imagen ataviada con la ropa de la antigua Grecia y el pelo recogido, rizado alrededor de la cara. Sus enormes ojos verdes eran la viva imagen de la inocencia. Había olvidado por completo la existencia de aquella miniatura.

Sin embargo, Stryker no lo había hecho. Pese a todo, la había conservado. Y bajo aquella imagen había otras de algunos hombres que se parecían mucho a él. Una en particular le llamó la atención. Una fotografía en la que aparecían tres hombres, de cara y complexión parecidas, ataviados como en los años treinta. Tenían los brazos por encima de los hombros de los demás y sonreían.

Sus hijos.

Encontró un montón de fotografías.

La única imagen que también estaba pintada en un azulejo era la de una muchacha que se parecía muchísimo a Medea. Sintió un escalofrío mientras trazaba con el dedo la desgastada inscripción que figuraba en el margen inferior izquierdo. «Tannis», rezaba. Debía de ser su otra hija.

La dejó a un lado y buscó la fotografía más reciente del cajón. A juzgar por la calidad del papel y por la ropa negra, no podía tener más de diez años. Era de un muchacho con el pelo casi blanco recogido en una coleta. El mismo que estaba en el centro de la fotografía de los años treinta. Aunque tenía unos rasgos muy masculinos, se parecía tanto a Medea que daba un poco de miedo. Y cuando ladeó la fotografía, se dio cuenta de algo.

Estaba manchada por las lágrimas.

—No —musitó, incapaz de concebir que Stryker llorase por algo. Siempre había carecido de sentimientos. En más de una ocasión lo había visto recibir heridas gravísimas mientras practicaba con la espada y sus ojos ni se habían nublado.

La única vez que lo hicieron fue…

La noche que la abandonó.

Sin embargo, mientras recorría las marcas con los dedos, supo que nadie más pudo haberlas derramado. ¿Quién si no Stryker habría sostenido aquella fotografía en aquella estancia y llorado? Nadie. Eran sus cosas, y las guardaba en un lugar donde creía que nadie más podría verlas.

—Por todos los dioses… —El cabrón tenía un corazón. ¿Quién lo habría dicho?

«Te querré siempre, Fira. Nunca dudes de mi amor ni de mí», le había dicho.

Sintió un nudo en la garganta mientras miraba su propia miniatura, que había dejado sobre la mesita de noche. ¿De verdad la había echado de menos? ¿Había llorado su ausencia?

«No seas tonta. Seguro que ha planeado que encuentres el azulejo», se reprendió.

¿Planeado? Si la creía muerta… ¿Por qué iba a conservar su imagen durante todos aquellos siglos? A menos que ella significara algo para él. En su caso, no había conservado nada de Stryker.

—No te atrevas a ablandarte —se dijo—. No es nada.

Decidida a no dejarse ablandar, devolvió las fotos al cajón y se quedó de piedra al ver algo en lo que no había reparado antes. Era un trozo de cinta verde deshilachada.

La misma cinta que ella llevaba puesta cuando posó para la miniatura. Y allí, anudada en el centro, estaba la alianza que le había tirado a la cara cuando Stryker le dijo que se marchaba.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al leer la inscripción de la alianza. S’agapó. «Te quiero» en griego.

—Maldito seas —rugió cuando su corazón se ablandó un poquito más al ver la muestra de su amor. La había querido. A lo largo de todos aquellos siglos la había mantenido tan cerca de él como le fue posible.

Incapaz de soportarlo salió del dormitorio y fue a buscarlo a su despacho. Apenas había andado unos metros cuando apareció Davyn.

—¿Puedo ayudarte?

—Quiero ver a Stryker. Ahora.

—No le gusta que lo molesten cuando está en su despacho.

—Me importa una mierda. —Pasó por su lado.

Davyn suspiró antes de adelantarla y conducirla en la dirección correcta. Llamó a una puerta.

—¿Milord?

—¿¡Qué!? —rugió Stryker.

Céfira pasó junto a Davyn y abrió la puerta de par en par, desde donde vio a Stryker con la vista clavada en una bolita de cristal. Parecía absorto mirándola.

—¿Qué haces? —preguntó ella con sequedad para ocultar los sentimientos que la asaltaban.

Stryker alzó la vista.

—Intento encontrar a Gautier. ¿A qué has venido?

A decir verdad, no estaba segura. No quería estar allí y sin embargo…

—Quería verte.

—Déjanos —le ordenó Stryker a su lugarteniente, que obedeció al punto. En cuanto estuvieron solos, la miró—. Creía que ya te habías hartado de verme la cara.

Y lo había hecho…

Pero había conservado la miniatura. ¿Cómo era posible que algo tan estúpido e insignificante pudiera ablandarla? Siempre se había creído a salvo de tontos sentimentalismos.

Al parecer se había equivocado.

Antes de poder evitarlo, se colocó a su lado.

—¿Por qué no fuiste a por él tú mismo?

—Lo intenté. Pero el cabrón es rápido y muy ingenioso. Y sus poderes no son moco de pavo. En mi estupidez creí que los había recibido cuando intercambiamos nuestra sangre. Ahora que sé lo que es, por fin entiendo por qué me costaba tanto controlarlo. Debería haberme alimentado de él y absorbido sus poderes.

—¿No te diste cuenta?

—No. Quienquiera que sellase sus poderes, hizo un trabajo fantástico. El asunto es que no lo encuentro por ninguna parte. Aunque supuestamente compartimos la visión, ha desaparecido de mi radar.

—Eso es imposible.

Stryker la miró con sorna.

—Ya lo sé. Pero aquí me tienes, no veo nada a través de él.

Céfira rodeó el escritorio para mirar en la esfera.

—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

Stryker la miró pasmado.

—¿Me vas a ayudar?

Se negó a darle la satisfacción de una respuesta.

—Déjate de tonterías y dime cuándo fue la última vez que lo viste.

Stryker esbozó una lenta sonrisa, y el brillo travieso que vio en sus ojos la sacó de sus casillas.

—¡Me vas a ayudar!

—No te acostumbres. Soy una mujer de palabra. No puedo matarte, pero no soy de las que se quedan de brazos cruzados. Por cierto, ¿por qué quieres matarlo?

—Mató a mi hermana.

Era un buen motivo.

—Qué cabrón.

Stryker asintió con la cabeza.

—Lo he visto hace un par de horas, justo antes de que War fuera a por él.

—Entonces seguro que está escondido.

—Eso mismo he pensado yo. Pero ¿dónde?

—El mejor escondrijo está a plena vista. Ese cabrón está ahí fuera. Solo tenemos que encontrar la manera de obligarlo a salir.

Nick se pasó las manos por el pelo mientras miraba a la mujer menuda que tenía delante. Una mujer a quien conocía de toda la vida, pero que en los últimos minutos había descubierto que en realidad no la conocía en absoluto.

—No lo entiendo. Mi padre era un cabrón psicótico que le daba palizas a mi madre cada vez que era lo bastante tonta para dejarlo entrar en nuestro apartamento, entre condena y condena.

Menyara negó con la cabeza.

—Tu padre era un demonio que prefería estar en prisión porque era el último lugar donde lo buscaría la gente que quería matarlo. Por no mencionar que así podía alimentarse de la energía negativa que se acumula en la cárcel. Esa negatividad le proporcionaba mucho poder.

Nick se negaba a creerlo. Era imposible.

—Te equivocas. Mi padre era humano. —Era un hombre corrupto, perverso y cruel, pero era humano de la cabeza a los pies.

Menyara negó con la cabeza una vez más.

—Espabila, Ambrosius. Yo estaba presente cuando naciste. Yo fui quien te ayudó a venir a este mundo y utilicé mis poderes para mantenerte oculto en todos los mundos, conocidos y desconocidos por igual. Sabía el tremendo poder que ostentarías llegado el momento e incluso entonces me aterraba. ¿Por qué crees que te he vigilado todos estos años?

—Pensaba que era porque nos querías a mi madre y a mí.

—Te quiero, y también quería a Cherise. Era una buena mujer con un corazón de oro. Jamás le hizo daño a nadie ni pensó mal de los demás. Por eso Adarian la sedujo. Por eso se sintió tan atraído por ella aunque sabía que debía contenerse. La escogió para el sagrado honor de ser la madre de su legado. Pero nunca contó conmigo ni con el modo en que afectaría la pureza de tu madre.

—Estás soltando tanta mierda por la boca que podría montar un estercolero.

Menyara lo señaló con un dedo huesudo.

—Cuida tu lengua, muchacho. Todavía puedo darte en el culo como cuando eras pequeño.

—Soy todopoderoso. ¿No es lo que acabas de decirme?

—Recuerda que ya he sellado tus poderes una vez. No creas que no puedo volver a hacerlo. Ten muy claro que no eres la criatura más poderosa de este universo. Hay muchos que podrían derrotarte.

Nick se apartó. Atacarla era una pérdida de tiempo, además de que así se sentiría como su padre, algo que siempre había detestado. Menyara tenía razón. Había estado a su lado toda la vida, como una segunda madre.

—Lo siento, Mennie. Es que me cuesta aceptarlo. No te ofendas, pero esto es increíble.

La mujer le colocó una mano sobre la marca de Artemisa que llevaba en la mejilla.

—Le entregaste tu alma a una diosa para poder vengarte. ¿No te parece increíble eso?

—Vale, te entiendo. Pero me salió el tiro por la culata. Ojalá entendiera de qué va este asunto.

Menyara le colocó la mano en el hombro.

—¿Qué recuerdas de tu padre?

—Solo el dorso de la mano cuando me daba un bofetón. Llevaba tatuada la palabra «Odio» en los dedos de la mano derecha y la palabra «Matar» en los de la izquierda. No me acuerdo de su aspecto. Solo recuerdo a un gigante con ojos llenos de odio.

Menyara suspiró.

—Los malacai. Corruptos. Furiosos. Amargados. Unos demonios todos ellos. Fueron creados a partir de lo peor del universo para luchar contra aquellos que eran puros y nobles. Pese a sus defectos, tu padre sobrevivió más que cualquier otro malacai. Pero sabía que se le estaba acabando el tiempo, razón por la que te engendró. Cada malacai tiene permitido un solo hijo varón para continuar con su legado. Tú eres el suyo.

—Y me suicidé, así que todo se acabó.

Menyara meneó la cabeza.

—Tienes medios para volver de los muertos. Puedes recuperar tu alma y renacer.

—¿Con qué objetivo?

Lo miró con una sonrisa.

—Solo tú puedes responder a esa pregunta. Solo nosotros mismos podemos definir nuestro propósito en esta tierra. El de tu padre era hacer daño y castigar. El mío ha sido protegerte. Tu objetivo…

—Matar a Aquerón Partenopaeo.

—¿Y con eso cerrarás el enorme agujero que la amargura ha abierto en tu corazón?

—¡Él es el culpable de ese agujero! —exclamó.

—Mírame —le ordenó ella—. Dile la verdad a Menyara, muchacho.

Nick apretó los dientes mientras las emociones lo embargaban.

—Ash mató a mi madre.

—Un daimon mató a tu madre porque llegaste tarde a su trabajo y no pudiste acompañarla a casa. Sabes cuál es la verdad, Ambrosius. Admítela. Ash jamás habría permitido que tu madre muriera de haber llegado a tiempo. Aquella noche sufrió un ataque brutal. Aunque estaba enfadado contigo, habría dado su vida para proteger la de tu madre. De hecho, visita su tumba para honrarla más a menudo que tú.

Las lágrimas le inundaron los ojos a medida que el dolor se apoderaba de él. Quería recuperar a su madre. Verla una vez más. Sentir su mano en la mejilla mientras le sonreía con una expresión orgullosa en los ojos. Quería retroceder en el tiempo y evitarle aquella muerte tan atroz. Había sido la mejor madre que se pudiera desear y había muerto a manos de sus enemigos.

No se merecía ese destino.

Como tampoco se merecía un hijo como él, incapaz de protegerla.

Menyara siguió contradiciéndolo.

—Tú la pusiste en peligro, no Aquerón. Fuiste tú quien le falló. Fuiste tú quien se suicidó.

Nick rugió cuando la furia le corrió por las venas. Echó la cabeza hacia atrás y ventiló todo su dolor con un alarido que reverberó en las paredes. Su visión cambió… ya no podía ver los colores. Sin embargo, veía el universo tal cual era. Escuchaba el tejido de la vida que unía y rodeaba a todas las criaturas vivas.

Jamás había conocido tanto poder. Tanta rabia y tanto odio. Podía saborearlos en la boca.

Menyara lo miró sin temor y sin nerviosismo.

—Ya tienes poder suficiente para matar a Aquerón. ¿Vas a hacerlo?

Le enseñó los colmillos a Menyara al tiempo que unas llamaradas brotaban de sus manos y corrían por sus brazos.

—¡Joder, sí!

Aquerón Partenopaeo iba a morir por fin.