Algos sonrió al sentir que por fin lo invocaban a través de su anillo. Llevaba dormido incontables siglos, bajo el influjo de una maldición, a la espera de que otro humano tuviera los huevos de despertarlo. ¡Cómo odiaba a la diosa onírica, Leta, por haberlo reducido a ese destino! Por haberlo convertido en el perrito faldero de un simple mortal. Pero esa zorra por fin iba a recibir su merecido.
Claro que antes tendría que lidiar con el patético mortal que tenía un poder temporal sobre él.
Echó la cabeza hacia atrás y dejó que su conciencia viajara por la oscuridad hasta presentarse en forma de aparición ante la persona que lo había invocado.
—¿Lo ves? ¡Te dije que funcionaría!
Algos frunció el ceño al ver a un humano bajito y regordete, de ojos azules muy pequeños y con gafas, cuya calva relucía bajo los fluorescentes. Junto a él había un humano más alto, con el pelo rubio cortado casi al cero. En sus ojos verdes se reflejaban la locura y la rabia.
Unos ojos verdes que lo miraron con recelo.
—¿Quién eres? —le preguntó.
Resopló al escuchar una pregunta tan tonta.
—Tú me has invocado. ¿No sabes quién soy?
El rubio se quedó boquiabierto y el más bajito se limitó a ajustarse las gafas con el índice.
—¿Ves? Te lo dije, Donnie —dijo el bajito, que volvió la cabeza para mirar al más alto, haciendo que le temblara la papada—. El libro de hechizos y el anillo han conseguido lo que Mark nos aseguró. Te dije que era un genio del ocultismo. Nunca se ha equivocado. Ahora solo tienes que decir al dios del dolor a quién quieres castigar y él lo hará.
—Por un precio —terció Algos, recordándoles que tenían que hacer algo más que leer unas líneas de su libro y llevar su anillo vinculante para sacarlo de la parálisis. En ese momento sus poderes seguían secuestrados por la maldición de Leta.
El rubio cruzó los brazos por delante del pecho y lo miró con una mueca ufana.
—¿Qué precio?
Algos se encogió de hombros, como si el precio fuera lo de menos.
—El precio de toda venganza: un sacrificio de sangre. Tendrás que matar a alguien para despertarme de mi sueño.
El tal Donnie asintió con la cabeza como si accediera a cumplir el trato. Un segundo después sacó una navaja del bolsillo trasero y le rebanó el pescuezo al que tenía al lado; este intentó gritar, pero el corte era demasiado profundo para permitírselo.
Con una ceja enarcada, Algos observó cómo el bajito caía al suelo con las manos alrededor del cuello, sacudiéndose hasta que la muerte lo reclamó. Donnie se limitó a observarlo todo sin delatar el menor remordimiento ni el más mínimo reparo por haber matado a la persona con la que había compartido celda los dos últimos años.
Bien, necesitaba a alguien así de desalmado para ayudarlo, pensó.
Con una sonrisa, aplaudió al humano.
—Aprecio el gesto, pero eso no es lo que necesito.
Donnie hizo una mueca.
—¿Qué quieres decir?
—Que tienes que seguir un ritual, imbécil. No puedo regresar sin… —Titubeó ante la idea de revelar demasiado, ya que eso podría espantar al humano—. Sin ciertos requisitos.
—Suéltalo ya.
Algos seguía indeciso, pero era la única manera de que el humano despertara todos sus poderes. Ojalá su actitud siguiera igual de desalmada y fría cuando se lo explicara.
—La sangre de un ser querido. Debes ofrecerme a alguien importante para ti y recitar mi maldición mientras lo matas. Cuando completes la maldición y tu ofrenda esté muerta, mis poderes serán liberados y podré regresar a este mundo.
Se había dejado ciertos detallitos en el tintero, pero no hacía falta que el humano se enterase del resto hasta que llegara la hora.
Lo primero era lo primero. Si conseguía el sacrificio inicial, el resto sería pan comido… siempre y cuando el humano se tomara en serio su venganza.
Donnie frunció el ceño como si no terminara de creerse lo que le decía.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?
—¿Por qué iba a mentir?
—Porque todo el mundo lo hace.
Y ese despojo humano lo sabía de primera mano. Porque fueron las mentiras y el engaño lo que lo llevaron a la cárcel.
Algos miró al humano con una sonrisa tranquilizadora, aunque también muy falsa.
—Cierto, pero deseo mi libertad tanto como tú.
Donnie resopló.
—Ya he visto esta peli unas cuantas veces. Me matarás en cuanto te libere, ¿no?
Algos se echó a reír al escucharlo.
—Mi veneno no es para ti, humano. Tengo que matar a alguien muy concreto. Pero, por su culpa, antes tengo que obedecerte; después seré libre para vengarme. Vivirás mucho tiempo después de que me vaya, créeme.
Porque lo que iba a tener que hacer para liberarlo era el peor tormento que podría infligirle, y dado que era el dios del dolor…
No tuvo que fingir la sonrisa en esa ocasión.
Donnie pasó por encima del cuerpo de su compañero para acercarse a la aparición.
—Llevo esperando esto demasiado tiempo. Desde que me arrestaron lo he intentado todo, pero nada ha funcionado. Lo que quiero por encima de cualquier cosa es ver muerto a mi hermano pequeño. Y quiero que sufra lo indecible antes de que muera. Que sufra como un cerdo. Que grite pidiendo misericordia, suplicándome que lo mate mientras me río de su dolor. ¿Puedes hacerlo?
—Esa es mi especialidad.
Donnie sonrió con un brillo enloquecido en los ojos.
—Dime qué tengo que hacer para liberarte. Haré cualquier cosa con tal de ver a mi hermano sufrir, con tal de verlo muerto. Lo que sea.
Dos días después
Vestida con un vaporoso peplo blanco, Leta se despertó sobresaltada. Tardó un momento en ubicarse. Seguía en su cómoda cápsula, donde hasta ese momento había dormido en el Salón de los Espejos de la Isla del Retiro.
Sin embargo, algo andaba mal. Lo presentía. La oscura mano del mal le recorría el cuerpo, dejando una huella inequívoca a su paso.
Alguien, en el plano humano había vuelto a invocar a Algos, el dios más perverso de todos, lo que había provocado que ella misma despertara. Muchos siglos atrás, había conseguido atrapar al dios del dolor tras una larga lucha en la que ambos acabaron malheridos y exhaustos. Dado que Zeus le había prohibido matarlo, se había visto obligada a encerrarlo para que nunca pudiera hacerle a otra persona lo que le había hecho a ella.
Y una vez encerrado, ella misma se había sumido en una parálisis temporal, a la espera de que su enemigo volviera a despertarse.
En ese momento alguien había encontrado el anillo perdido de Algos y había pronunciado unas palabras que jamás debieron volver a pronunciarse. Inspiró hondo y dejó que los antiguos recuerdos inundaran su mente.
¡Imbéciles! Esos estúpidos humanos no tenían ni idea de lo que habían liberado. Algos no se contentaba con atacar a la persona que le indicaban. No, era una criatura cruel y sedienta de sangre, una criatura que no respetaba nada. Y nadie estaba a salvo de él.
Evidentemente, perseguiría a la víctima señalada hasta darle caza, pero en cuanto lo hubiera hecho, Algos se revolvería contra la persona que lo hubiera invocado.
¡Y que los dioses lo ayudaran! Su tortura nunca tendría fin.
Cerró los ojos y despertó sus poderes aletargados. Dejó que sus pensamientos flotaran hasta la víctima de Algos.
Era un hombre y estaba de espaldas a ella. Alto y de hombros anchos. Tenía el pelo rubio un poco alborotado y largo, ya que le rozaba el cuello de la camiseta.
Al ser una diosa onírica, podía percibir las amargas emociones que afectaban al hombre. Eran tan fuertes que las sentía casi como si fueran propias.
—Sí —lo oyó decir con voz ronca y maliciosa—. Nunca deja de sorprenderme la capacidad que tiene una sola mentira para desmoronar toda una vida ejemplar.
Mientras lo observaba, se dio cuenta de algo. Ese hombre no necesitaba a Algos. En su interior ya vivían Amargura y Rabia. Lo tenían bien aprisionado, y si sus suposiciones eran correctas, no estaban dispuestas a soltarlo.
Y en ese momento lo oyó…
Una carcajada que le heló la sangre.
—Leta…
Utilizó sus poderes para salir de la cápsula y se plantó en mitad del frío mármol. Un viento helado le pegó el peplo al cuerpo, dejando al descubierto sus pies descalzos y enfriando los brazaletes de oro que adornaban sus brazos. Las paredes que la rodeaban eran blancas y no había ni cuadros ni cortinas, nada que aliviara ese ambiente aséptico.
Seguía sintiendo la presencia del dios.
—¿Dónde estás, cabrón?
Algos apareció tras ella. Antes de que pudiera moverse, la cogió del pelo y tiró de su cabeza hasta apoyársela en el hombro.
—No te creerías tan lista para mantenerme encerrado toda la eternidad, ¿verdad?
Intentó luchar contra él, pero el dios la soltó y desapareció.
—Esto no ha terminado, Algos —le prometió con una nota decidida en la voz.
Las carcajadas del dios reverberaron por la estancia.
—No, no ha terminado. Me vinculaste a esta maldición, y antes de que acabe te haré pagar por ella. Ahora, si me perdonas, tengo que torturar y matar a un humano.
Lo sintió alejarse sin que pudiera hacer nada para impedírselo, y eso hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Por órdenes de Zeus, le habían arrebatado las emociones. Sin embargo, sentía algo… ¿un resquicio de emociones pasadas quizá?
No lo tenía claro.
Aunque sí sabía algo con certeza, y era que le quedaban ciertas emociones en su interior para no permitir que Algos le hiciera daño a otra alma si ella podía impedirlo. Era una promesa que había hecho, y pensaba cumplirla. Mientras le quedara vida en el cuerpo, lucharía.
En ese instante, justo cuando daba un paso hacia delante, la víctima de Algos se volvió y quedó de cara a ella.
Su rostro la dejó boquiabierta. Era tan guapo como un inmortal. A pesar de la neblina que separaba la Isla del Retiro del plano humano, veía al detalle los rasgos de ese rostro perfecto. Unas cejas definidas que se arqueaban sobre unos ojos de color verde claro y mirada intensa e inteligente. Unos ojos que dejaban a la vista un alma marcada por la traición. Y desprovista de toda confianza.
Y en ese preciso momento experimentó en su propio corazón el sufrimiento que lo embargaba. Ese hombre deseaba confiar en alguien. Deseaba poder apoyarse en alguien. Pero había olvidado cómo hacerlo.
Solo y distante, era la personificación del dolor.
Ladeó la cabeza al darse cuenta de otra cosa: ese sufrimiento que lo abrasaba era justo lo que ella necesitaba para derrotar a Algos. Si era capaz de canalizarlo, se fundiría con sus propios poderes y le daría ventaja. No había ninguna emoción más fuerte que la ira…
«Ya ha sufrido bastante…», le dijo la voz de su conciencia.
Daba igual. No podía asimilar ese sufrimiento como si fuera propio. Debía derrotar a Algos a toda costa, y si ese humano era el precio a pagar, ¿qué más daba? La vida y el alma de un solo ser no eran nada comparadas con las vidas y las almas de muchos. Aidan O’Conner sería su sacrificio. Y por fin vengaría su pasado. Volvería a derrotar a Algos y lo haría desaparecer para toda la eternidad.