—¡Demonios! —chilló Shaunee, tropezándose y agarrándose a Erin para no caerse.
—¡Pero si tú estabas muerta! —exclamó Erin.
—No lo creo —dijo Aphrodite, restregándose la frente con una mano mientras se tocaba con cuidado el mordisco del cuello con la otra—. ¡Auch! ¡Maldita sea, me duele todo!
—De verdad, de verdad que lo siento mucho, Aphrodite —se disculpó Stevie Rae—. Quiero decir que tú no me gustas, pero yo jamás te mordería. O, al menos, ahora ya no te mordería.
—Sí, sí, lo que tú digas —contestó Aphrodite—. No importa, tranquila. Era todo parte del plan de Nyx, por doloroso y molesto que pueda parecer —explicó, haciendo una mueca de dolor—. Dios, ¿alguien tiene una tirita?
—Yo tengo que tener un pañuelo de papel por alguna parte. Espera un momento, a ver si puedo encontrarlo —dijo Erin mientras rebuscaba por segunda vez por su bolso.
—Mira a ver si encuentras uno limpio, gemela. Aphrodite ya tiene bastante con lo que tiene, como para encima pillar una infección.
—Vaya, eso es muy amable de vuestra parte, chicas —dijo Aphrodite, que alzó la vista hacia las gemelas medio sonriendo.
Yo la miré con buena cara también por primera vez.
Pero entonces se me cayó el estómago a los pies.
—¡Ha desaparecido! —grité.
—¡Oh, mierda! ¡Zoey tiene razón! —exclamó Damien, que se quedó mirando boquiabierto a Aphrodite.
—¿Qué? —preguntó Aphrodite—. ¿Qué es lo que ha desaparecido?
—¡Oh-oh! —exclamó Shaunee.
—Sí, ha desaparecido —confirmó Erin mientras le tendía a Aphrodite el pañuelo de papel.
—¿Y ahora qué estáis balbuceando, chicos? —preguntó Aphrodite.
—Toma. Usa esto —dijo Stevie Rae, pasándole el espejo—. Mírate la cara.
Aphrodite suspiró, claramente irritada.
—Vale, ya sé que estoy hecha un asco después de que me mordiera Stevie Rae. Noticias: ni siquiera yo puedo estar perfecta a todas horas, sobre todo cuando…
Nada más prestar atención al espejo y ver en él el reflejo de su rostro, Aphrodite se calló como si alguien le hubiera apretado el botón de «Stop». Alzó una mano trémula al centro exacto de su frente, donde antes tenía la marca de Nyx, y dijo con una voz que fue solo un ronco susurro:
—Ha desaparecido. Pero ¿cómo puede haber desaparecido?
—Nunca, jamás, había oído decir que pudiera ocurrir algo así. En ningún libro, en ninguna parte —dijo Damien—. Una vez que uno queda marcado, es imposible borrar la marca.
—Así es cómo Stevie Rae se ha curado —dijo Aphrodite, que parecía aturdida, sin dejar de tocarse el centro de la frente sin marca—. Nyx me la ha quitado y se la ha dado a Stevie Rae —añadió, sacudiéndose con un terrible escalofrío—. Y ahora ya no soy más que una simple mortal —dijo mientras se ponía en pie con dificultad y dejaba caer el espejo al suelo sin darse cuenta siquiera—. Tengo que marcharme. Ya no pertenezco a este lugar —continuó, comenzando a caminar marcha atrás hacia la puerta trampa de madera, con los ojos muy abiertos y vidriosos.
—¡Espera, Aphrodite! —dije yo, que inmediatamente eché a correr tras ella—. Quizá no seas humana otra vez. Quizá esto sea algo extraño y se te pase en un día o dos, y luego te vuelva la marca.
—¡No! Mi marca ha desaparecido. Lo sé. Así que… ¡dejadme en paz!
Atravesó la puerta trampa llorando.
En el instante mismo en el que Aphrodite traspasó el perímetro del muro de la escuela, el aire vibró y se produjo un fuerte crujido, como si algo grande se cayera y se rompiera.
Stevie Rae me agarró del brazo.
—Tú quédate aquí. Yo iré a buscarla.
—Pero tú…
—No, ahora estoy bien —dijo Stevie Rae con su sonrisa dulce y llena de vida de siempre—. Tú me has curado, Z. No te preocupes. Yo le he causado esto a Aphrodite. La encontraré y me aseguraré de que está bien. Y luego volveré contigo.
Oí ruidos en la distancia, como si algo muy grande se acercara rápidamente hacia nosotros.
—Son los guerreros. Saben que el perímetro de la escuela ha sido traspasado —dijo Damien.
—¡Vete! —le dije a Stevie Rae—. Yo te llamaré. Pero no te mandaré ningún mensaje de texto. Nunca —añadí entonces—. Así que si recibes uno, no será de mí.
—¡Ok, Mckey! Lo recordaré —dijo Stevie Rae, que nos dedicó una sonrisa a los cuatro y se despidió—: ¡Hasta luego!
Se agazapó por la puerta y la cerró. Yo noté que el hechizo del perímetro apenas hizo temblar el aire cuando pasó ella, y me pregunté brevemente qué diablos quería eso decir.
—Bueno, y, ¿qué hacemos aquí? —preguntó Damien.
—Estamos aquí porque Erik le ha dado la patada a Zoey —dijo Shaunee.
—Sí, y ella está hecha polvo —añadió Erin.
—No les digáis nada ni de Aphrodite, ni de Stevie Rae —dije yo.
Mis amigos me miraron como si yo acabara de decir algo así como «quizá no debamos contarles nada a papá y mamá acerca de que hemos estado bebiendo cerveza».
—¡No!, ¿en serio? —preguntó Shaunee en tono sarcástico.
—Pensábamos soltarlo todo —dijo Erin.
—Sí, porque no se puede confiar en nosotros para guardar un secreto —añadió Damien.
¡Vaya, mierda! Así que seguían enfadados conmigo.
—Entonces, ¿quién decimos que ha roto la barrera? —preguntó Damien.
Noté que ni siquiera me miraba a mí al preguntar, sino que dirigía la pregunta a las gemelas.
—Aphrodite, ¿quién, si no? —sugirió Erin.
Antes de que yo pudiera protestar, Shaunee añadió:
—Sí, pero no diremos nada del papel que ha protagonizado su tatuaje en la desaparición. Solo diremos que vino aquí con nosotras y que se cansó de Zoey, que no hacía más que lloriquear.
—Y autocompadecerse —añadió Erin.
—Y mentir. Por eso se marchó. ¡Típico de Aphrodite! —terminó Damien la frase por ellas.
—La vais a meter en problemas —advertí yo.
—Sí, bueno, el karma es un asco —dijo Shaunee.
—Un asco que claramente sigue a alguien muy de cerca —añadió Erin, lanzándome una mirada dura.
Justo entonces unos cuantos guerreros, encabezados por Darius, se presentaron en el claro en el que estábamos nosotros. Daban terror con las armas preparadas, listos para dar una buena patada en el culo a alguien (presumiblemente, a nosotros).
—¿Quién ha roto el perímetro? —preguntó Darius con tal brusquedad que prácticamente ladró la pregunta.
—¡Aphrodite! —dijimos los cuatro al unísono.
Darius le hizo un gesto rápido a dos de los guerreros.
—¡Buscadla!
Luego se giró hacia nosotros de nuevo.
—La alta sacerdotisa ha convocado una reunión en la escuela. Se os necesita en el auditorio. Yo os escoltaré.
Seguimos mansamente a Darius. Yo traté de mirar a Damien a los ojos, pero él no quiso mirarme. Tampoco las gemelas. Era como si yo caminara con extraños. Peor, de hecho. Los extraños al menos pueden sonreír y decirte «hola». Mis amigos, definitivamente, no estaban dispuestos ni a sonreír, ni a saludarme.
Habíamos dado solo un par de pasos cuando me asaltó el primero de los dolores. Era como si alguien me estuviera clavando un cuchillo invisible en el estómago. Estaba convencida de que iba a vomitar, así que me doblé hacia delante y gemí.
—¡Zoey!, ¿qué ocurre? —preguntó Damien.
—No lo sé. Yo…
En ese instante dejé de ser capaz de hablar y, al mismo tiempo, todo a mi alrededor adquirió una tremenda nitidez. El dolor de estómago pareció crecer, y supe que los guerreros me rodeaban a pesar de que cuando alargué la mano, fue a la de Damien a la que me aferré. Aunque sabía que él seguía enfadado, Damien se agarró con fuerza a mí y pude oírle decirme que todo saldría bien.
El dolor se extendió desde el estómago hasta el corazón. ¿Me estaba muriendo? No tosía sangre. ¿Podía ser que estuviera sufriendo un ataque al corazón? Era como si me hubieran arrojado a la pesadilla de otra persona y en ella me estuvieran torturando unas manos invisibles con cuchillos también invisibles.
El ardiente dolor que de pronto me penetró por el cuello fue demasiado, y todo comenzó a ponerse negro en la periferia de mi visión. Supe que me estaba desmayando, pero el dolor era insoportable. No podía hacer nada… me estaba muriendo…
Fuertes manos me sostuvieron y me levantaron, y fui vagamente consciente de que Darius me llevaba en brazos.
Entonces sentí un terrible tirón en mi interior. Grité una y otra vez. Sentí como si me arrancaran el corazón en vida. Y justo cuando creía que no podía soportarlo más, paró. Se fue tan repentinamente como había comenzado, y yo me quedé jadeando y sudando, aunque perfectamente bien.
—Espera. Para. Estoy bien —dije.
—Mi señora, has tenido dolores terribles, y debes ir a la enfermería —dijo Darius.
—Muy bien. No —negué yo. Me alegré de oír mi voz, que volvía a ser completamente normal. Le di un golpe en el musculoso hombro a Darius—. Bájame. Lo digo en serio. Estoy bien.
Darius se detuvo y me dejó en el suelo, aunque de mala gana. Yo me sentí como si fuera un experimento científico mientras las gemelas, Damien y el otro guerrero me miraban con la boca abierta.
—Estoy bien —repetí con cabezonería—. No sé qué me ha pasado, pero ya estoy bien. En serio.
—Deberías ir a la enfermería. Nada más terminar el discurso, la alta sacerdotisa irá contigo a la enfermería a examinarte —dijo Darius.
—No. Rotundamente no —me negué yo—. Ella está muy ocupada. No hace falta que se preocupe por un extraño calambre o por lo que sea que me ha… producido ese dolor de estómago.
Darius no pareció muy convencido.
Yo alcé la barbilla y me tragué mi orgullo.
—Es que tengo gases. Muchos. Pregúntales a mis amigos.
Darius se volvió entonces hacia las gemelas y Damien.
—Sí, es una chica muy gaseosa —dijo Shaunee.
—La llamamos pedorra —añadió Erin.
—Sí, es extraordinariamente flatulenta —sentenció Damien.
Vale, no es que la tropa se reuniera en torno a mí porque me hubieran perdonado y fuéramos los mejores amigos otra vez. Simplemente se aprovechaban de la primera excusa que se les presentaba para hacerme sentirme violenta.
¡Jopé, cómo me dolía la cabeza!
—¿Gases, mi señora? —preguntó Darius, torciendo la boca.
Yo me encogí de hombros, y no me costó nada ruborizarme.
—Gases —confirmé yo—. ¿Podemos ir ya al auditorio? Ya me encuentro mucho mejor.
—Como desees, mi señora —me saludó Darius.
Todos cambiamos de dirección y nos encaminamos otra vez hacia el auditorio.
—¿De qué iba todo eso? —preguntó Damien en susurros, adelantándose para ponerse a mi paso.
—No tengo ni idea —susurré yo.
—Ni idea —repitió Shaunee en voz baja.
—O lo sabe, pero no nos lo quiere decir —murmuró Erin.
Yo no pude decir nada. Simplemente sacudí la cabeza con tristeza. Yo había provocado esa situación. Sí, tenía buenas razones, al menos en parte. Pero lo cierto era que había estado mintiendo a mis amigos durante demasiado tiempo.
Y como había dicho Shaunee, el karma era un asco, y tal y como había observado Erin a continuación, un asco que claramente me seguía de cerca. Nadie me dirigió la palabra durante el resto del camino al auditorio. Al acercarnos a la puerta principal, Jack se nos unió. Él ni siquiera me miró. Todos nos sentamos juntos, pero nadie me habló. Nadie en absoluto. Las gemelas parlotearon la una con la otra como siempre, sin dejar de otear la sala en busca de T. J y Cole, quienes, de hecho, las vieron primero y corrieron a sentarse junto a ellas. El ligoteo que siguió a continuación fue tan evidente que casi estuve a punto de jurar que jamás volvería a tratar de ligar. Como si tuviera elección.
Yo había ido dejando que todo el mundo me adelantara y me había ido quedando atrás, así que al final acabé sentada en el último sitio de la última fila. Damien estaba delante de mí, con el resto de la panda. Podía oírle susurrar cosas a Jack y ponerle al día sobre lo sucedido con Aphrodite y Stevie Rae. Ninguno de los dos me dijo nada a mí, y ni siquiera se giraron para mirarme.
Todo el mundo comenzó a ponerse verdaderamente nervioso, y a todos nos pareció que llevábamos una eternidad esperando. Yo me pregunté qué demonios estaba haciendo Neferet. Quiero decir que era ella la que había convocado aquella multitudinaria reunión. Prácticamente toda la maldita escuela estaba allí, y a pesar de ello yo me sentía terrible, increíblemente sola. Eché un vistazo a mi alrededor para ver si Erik estaba mirándome desde algún lugar de la sala, pero no lo vi por ninguna parte. Sí vi al pobrecito Ian Bowser, sentado en la primera fila con los ojos rojos y con el aspecto de haber perdido a su mejor amigo. Sin duda yo sabía cómo se sentía.
Por fin se produjo un murmullo y Neferet entró en el auditorio. La seguían bastantes de los profesores senior, incluyendo a Dragon Lankford y a Lenobia. Rodeada de Hijos de Érebo, Neferet subió majestuosamente al estrado. Todo el mundo guardó silencio y le prestó atención.
Neferet no perdió el tiempo, fue directa al grano.
—Hemos vivido en paz con los humanos durante mucho tiempo, a pesar de que ellos nos han insultado y nos han condenado al ostracismo durante décadas. Ellos envidian nuestro talento y nuestra belleza, nuestra riqueza y nuestro poder. Y su envidia ha ido creciendo paulatinamente hasta convertirse en odio. Ahora ese odio se ha tornado en violencia, perpetrada contra nosotros por gentes que se llaman a sí mismas religiosas y virtuosas. ¡Qué abominación! —dijo Neferet, soltando una risa fría y bella.
Tuve que admitir que era increíblemente buena. Tenía a la multitud hipnotizada. De no haber sido una alta sacerdotisa, sin duda podría haber sido una de las mejores actrices de nuestra época.
—Es cierto que hay muchos más humanos que vampiros, y debido a nuestro menor número ellos nos subestiman. Pero yo os prometo esto: si ellos asesinan solo a uno más de nuestros hermanos o hermanas, yo declararé el estado de guerra —dijo Neferet, que tuvo que esperar hasta que los vítores de los guerreros cesaran para poder continuar, aunque eso no pareció importarle—. No será una guerra abierta, pero será una guerra a muerte y…
Las puertas del auditorio se abrieron y Darius y otros dos guerreros entraron en la sala, interrumpiendo el discurso de Neferet. Igual que el resto de nosotros, ella observó en silencio a los vampiros de rostro serio que se le acercaban. Yo pensé que Darius tenía un aspecto extraño. No estaba pálido, pero su cara parecía de plástico. Como si su rostro se hubiera convertido en una máscara viviente.
Neferet se apartó del micrófono y se inclinó de modo que él pudiera contarle lo que pasaba. Cuando terminó, ella se enderezó y se quedó muy recta, casi como si tuviera que estar rígida a causa de un terrible dolor. Después se balanceó y se apretó la garganta con una mano. Dragon subió al estrado para sostenerla, pero la sacerdotisa se sacudió, rechazando su ayuda. Lentamente volvió al micrófono y en una voz como de muerta, dijo:
—Acaban de encontrar el cuerpo de Loren Blake, nuestro amado vampiro poeta laureado, clavado a la puerta principal.
Sentí las miradas de Damien y de las gemelas fijas en mí. Apreté la mano contra la boca para ahogar un grito de terror exactamente igual que cuando vi juntos a Loren y a Neferet.
—Eso era lo que te sucedía —me susurró Damien, que estaba tan pálido que casi se había puesto gris—. Habías conectado con él, ¿no?
Yo solo pude asentir. Toda mi atención estaba fija en Neferet, que continuaba hablando:
—Lo han destripado y decapitado. E igual que con la profesora Nolan, han clavado un asqueroso letrero sobre su cuerpo. Esta vez, de su libro de Ezequiel. Dice así: «Exterminaran todos sus monstruos y abominaciones. Arrepentíos».
Neferet hizo una pausa e inclinó la cabeza. Trataba de calmarse, pero parecía como si estuviera rezando. Entonces se enderezó y alzó el rostro, y su ira resultó tan patente y enérgica que hasta se me aceleró el corazón.
—Como iba diciendo cuando llegó la noticia, no será una guerra abierta, pero sí una guerra a muerte de la que nosotros saldremos victoriosos. Quizá haya llegado el momento de que los vampiros ocupen la posición que les corresponde en este mundo, ¡y esa posición no es bajo el yugo humano!
Supe que iba a ponerme enferma, así que salí corriendo del auditorio, contenta de haber ocupado el último lugar de la última fila. Sabía que mis amigos no me seguirían. Estaban dentro, aclamando a Neferet como todos los demás. Y yo estaría fuera, echando la pota porque en lo más hondo de mi alma sabía que esa guerra con los humanos estaba mal. Esa no era la voluntad de Nyx.
Jadeé y respiré hondo varias veces, tratando de detener los temblores. Vale, puede que yo supiera que esa guerra no era la voluntad de nuestra Diosa pero ¿qué podía hacer? Yo no era más que una cría, y encima, con mis últimas actuaciones, había demostrado que no era una cría muy inteligente. Probablemente Nyx estaba enfadada conmigo también. O debería estarlo.
Entonces recordé ese dolor ya familiar que me había quemado alrededor de la cintura. Eché un vistazo a mi alrededor para tratar de asegurarme de que estaba sola, y me levanté la ropa. ¡Ahí estaba! Me había aparecido una bella marca en forma de filigrana alrededor de la cintura. Cerré los ojos. ¡Oh, gracias, Nyx! ¡Gracias por no olvidarte de mí!
Me apoyé sobre la pared del auditorio y lloré. Lloré por Aphrodite y por Heath, por Erik y por Stevie Rae. Y lloré por Loren. Sobre todo lloré por Loren. Su muerte me había conmovido. En mi cabeza yo sabía que él no me había amado, que me había utilizado porque Neferet quería fastidiarme; pero eso a mi alma no parecía importarle. Había sentido su pérdida como si me lo hubieran arrancado del corazón. Yo sabía que en su muerte había algo que estaba mal, y ese algo que estaba mal era algo más que el simple hecho de haber sido asesinado por temores religiosos. Y esos temores podían relacionarse conmigo. Mi padrastro podía haber causado la muerte de Loren.
Su muerte… la muerte de Loren…
De nuevo volvió a sacudirme el dolor. No sé cuánto tiempo estuve apoyada sobre la pared del auditorio, llorando y estremeciéndome. Solo sé que me lamentaba por la muerte de la chica que yo solía ser tanto como por la de Loren.
—Es culpa tuya.
La voz de Neferet me atravesó como un cuchillo. Alcé la vista, me limpié la cara con la manga y la vi ahí, de pie, con los ojos rojos pero sin lágrimas.
Me ponía enferma.
—Todos piensan que no estás llorando porque eres valiente y fuerte —dije yo—. Pero yo sé que no estás llorando porque no tienes corazón. No eres capaz de querer lo suficiente como para llorar.
—Te equivocas. Yo lo amaba, y él me adoraba a mí. Pero eso tú ya lo sabes, ¿verdad? Nos viste cuando entraste a hurtadillas como la serpiente que eres —dijo ella.
Neferet miró rápidamente por encima del hombro hacia las puertas del auditorio y elevó el dedo índice hacia arriba, como diciendo que necesitaba un minuto. Yo vi detenerse y luego quedarse de espaldas a las puertas al guerrero que había estado a punto de acercarse a nosotras; era evidente que su trabajo consistía en vigilar que nadie nos interrumpiera. Entonces Neferet se giró de nuevo hacia mí.
—Loren está muerto por culpa tuya. Él sintió que tú estabas muy preocupada, y al saber que se había roto el perímetro, supuso que habías sido tú, que huías de la escenita que yo te había preparado con tu pobrecito y atónito Erik —dijo Neferet con un bufido sarcástico—. Loren salió a buscarte. Y entonces lo asesinaron.
Yo sacudí la cabeza y dejé que mi ira y mi repugnancia ahogaran mi dolor y mi miedo.
—Tú has causado todo esto. Tú lo sabes. Yo lo sé. Y, lo más importante de todo, Nyx lo sabe.
Neferet se echó a reír.
—Ya has utilizado el nombre de la Diosa en otra ocasión para amenazarme, y sin embargo aquí estoy, sigo siendo una alta sacerdotisa, y ahí estás tú, una estúpida, tonta iniciada, abandonada por sus amigos.
Yo tragué fuerte. Ella tenía razón. Ella era todo eso, y yo no era nada. Yo había hecho elecciones estúpidas, y por eso había roto la confianza de mis amigos en mí. Y ella seguía, digamos, al mando. Yo sabía en lo más hondo de mi corazón que Neferet ocultaba maldad y odio, pero ni siquiera yo podía verlo al mirarla. Ella era brillante y bella y poderosa. Tenía la perfecta imagen de la alta sacerdotisa, de la Elegida por la Diosa. ¿Cómo podía creer que algún día podría enfrentarme a ella?
Entonces sentí el empujón del viento, el calor de un día de verano, el dulce frescor de la costa, la salvaje vastedad de la tierra, la fuerza de mi espíritu. La nueva evidencia del favor de Nyx hormigueó alrededor de mi cintura mientras mi memoria me susurraba las palabras de la Diosa: «Recuerda, la oscuridad no siempre es lo mismo que el mal, igual que la luz no siempre trae el bien».
Enderecé la espalda. Me concentré en los cinco elementos, alcé las manos con las palmas hacia arriba y, sin tocar a Neferet, la empujé. La alta sacerdotisa salió disparada hacia atrás, se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó de culo. Unos cuantos guerreros salieron corriendo del auditorio para ayudarla a ponerse de pie. Yo me incliné, fingiendo que quería asegurarme de que estaba bien, y susurré:
—Puede que la próxima vez quieras reconsiderar la idea de enfadarme, vieja.
—Las cosas no han terminado entre tú y yo —siseó ella.
—Por una vez, estoy totalmente de acuerdo contigo —contesté yo.
Entonces di unos cuantos pasos atrás y me aparté. Dejé que los guerreros y el resto de los iniciados y vampiros que salían en enjambre del auditorio se arremolinaran en torno a ella. La oí asegurarles que se había roto el tacón y se había tropezado, pero que todo estaba bien. Y después la multitud invadió el lugar con su presencia y su ruido.
No esperé a que las gemelas y Damien salieran del auditorio para demostrarme su indiferencia. Les di la espalda a todos ellos y me dirigí directamente a mi dormitorio. Pero enseguida tuve que detenerme cuando Erik salió de entre las sombras del edificio del auditorio. Tenía los ojos inmensamente abiertos como si estuviera atónito, y estaba pálido y tembloroso. Evidentemente, había sido testigo de toda la escena que se había desarrollado entre Neferet y yo. Alcé la barbilla y lo miré a los ojos azules.
—Sí, ocurrían unas cuantas cosas más de las que tú creías —dije yo.
Él sacudió la cabeza, pero más por la sorpresa que por la incredulidad.
—Neferet… ella es… ella… —Erik tartamudeó y miró por encima de mi hombro hacia la multitud que aún rodeaba a la alta sacerdotisa.
—¿Que si es una puta malvada?, ¿son esas las palabras que estás buscando? Sí, lo es.
Decirlo me hizo sentirme bien. Sobre todo me hizo sentirme bien decírselo a Erik. Quería explicarle más cosas, pero lo siguiente que dijo me detuvo.
—Eso no cambia lo que tú hiciste.
De pronto ya no sentí nada más que mucho, mucho cansancio.
—Eso ya lo sé, Erik.
Sin decir una sola palabra más, me aparté de él y me marché.
La luz previa al amanecer iluminaba el cielo, otorgándole a la oscuridad el tinte pastel de la neblina de la mañana. Yo respiraba profundamente, aspirando profundamente el fresco del nuevo día. Los enfrentamientos con Neferet y con Erik me habían dejado extrañamente en paz, y mis pensamientos se ordenaban por sí solos con facilidad en pequeñas y organizadas columnas.
Por el lado positivo: primero, mi mejor amiga había dejado de ser un monstruo no muerto, loco por la sangre. Por supuesto, yo no estaba del todo segura de qué era ni tampoco, para el caso, de dónde estaba. Segundo, ya no tenía que seguir haciendo malabarismos con tres novios. Tercero, ya no estaba conectada con nadie, cosa que también era buena. Cuarto, Aphrodite no estaba muerta. Quinto, les había contado a mis amigos un montón de cosas que tenía muchas ganas de contarles desde hacía mucho tiempo. Sexto, ya no era virgen.
Por el lado negativo: primero, ya no era virgen. Segundo, ya no tenía novio. Ninguno. Tercero, puede que yo hubiera provocado la muerte del vampiro poeta laureado o, si no había sido yo, puede que hubiera sido alguien de mi familia. Cuarto, Aphrodite era humana, y era evidente que eso la estaba volviendo loca. Quinto, la mayoría de mis amigos estaban cabreados conmigo y no confiaban en mí. Sexto, yo tenía que seguir mintiéndoles, porque no podía contarles la verdad con relación a Neferet. Séptimo, yo estaba en medio de una guerra entre vampiros (cosa que yo aún no era) y humanos (cosa que yo ya no era). Y octavo y premio gordo, la más poderosa vampira y alta sacerdotisa de nuestro tiempo era mi enemiga jurada.
—¡Miau! —maulló Nala con su voz de gruñona, concediéndome unos segundos para abrir los brazos antes de aterrizar encima de mí.
La abracé.
—Algún día vas a saltar demasiado pronto y vas a caerte de culo —dije yo, sonriendo y recordando—. Más o menos como Neferet, que se cayó de culo.
Nala encendió el botón de ponerse a ronronear y se restregó contra mi cuello.
—Bueno, Nala, parece que estoy en medio de un montón de mierda. Los puntos negativos de mi vida sobrepasan con mucho a los positivos pero ¿sabes qué es lo más extraño de todo? Que estoy empezando a acostumbrarme.
Nala dejó encendida su máquina de ronronear, y yo la besé en la manchita que tiene en la nariz.
—Vienen malos tiempos, pero creo sinceramente que Nyx me ha elegido, lo cual significa que estará conmigo.
Nala hizo un ruido como si fuera una vieja dama enfurruñada, y yo enseguida me corregí:
—Quiero decir que nos ha elegido a nosotras. Nyx estará con nosotras.
Cambié a Nala al otro brazo para poder abrir la puerta de los dormitorios.
—Por supuesto, el hecho de que Nyx me haya elegido a mí me hace dudar de alguna manera de su capacidad para tomar decisiones —musité solo medio en broma.
«Cree en ti misma, Hija, y prepárate para lo que viene».
Yo grité al oír la voz de la Diosa, flotando en mi mente. Genial. Eso de «prepárate para lo que viene» no sonaba nada bien. Miré a Nala y suspiré.
—¿Te acuerdas de cuando creía que tener un cumplenavidad era mi problema más grave?
Nala estornudó directamente sobre mi cara. Eso me hizo reír mientras le decía «puaj», imitándola, y me apresuraba a subir a mi dormitorio a por una caja de clínex que guardaba junto a la mesilla.
Como siempre, Nala resumía mi vida perfectamente: un tanto divertida, un tanto asquerosa, y con bastante jaleo.