Al oír el sonido de pisadas acercándose, pensé que sería Darius. Me figuré que venía para comprobar si seguía ahí. Traté de calmarme, me sequé las lágrimas con la manga e intenté dejar de llorar.
—¡Vaya, mierda!, Aphrodite, tenías razón. Tiene un aspecto horrible —dijo Shaunee.
Alcé la vista y vi a las gemelas, que se acercaban con Aphrodite. Damien las seguía de cerca.
—Z, tienes mocos en la cara —dijo Erin. Luego sacudió la cabeza y se giró hacia Shaunee para añadir—: Por desgracia, yo también tengo que decir que Aphrodite tenía razón.
—Os lo dije —dijo Aphrodite con aires de suficiencia.
—No me parece particularmente apropiado concederle galardones a Aphrodite por el hecho de que tenga razón al decir que le ocurre algo muy serio a Zoey —intervino Damien.
—Damien, de verdad me gustaría… —comenzó a decir Erin.
—Que dejaras ya ese maldito Centro de Aprendizaje de Vocabulario de mierda —terminó Shaunee la frase por ella.
—¿Querríais las dos parar y desistir ya, por favor, y compraros un diccionario, quizá? —preguntó Damien recatadamente.
Sé que es extraño, pero aquella discusión me sonó maravillosamente.
—Chicos, formáis un equipo de rescate patético —dijo Aphrodite—. Toma —añadió, tendiéndome una bola de clínex limpios (espero)—. Yo sé consolar mucho mejor que vosotras, sois un desastre y una vergüenza.
Damien se enfurruñó y apartó a las gemelas de su camino para agacharse a mi lado. Yo me soné los mocos y me limpié la cara antes de mirarlo.
—Ha ocurrido algo malo, ¿verdad? —preguntó él.
Yo asentí.
—¡Bueno, mierda! ¿Se ha muerto alguien? —preguntó Erin.
—No —dije yo. Mi voz sonó rota, así que me aclaré la garganta y volví a intentarlo. Esa vez sonó tensa, pero al menos se parecía más a la mía—. No, no se ha muerto nadie. No es nada de eso.
—Bien, adelante, cuéntanos —dijo Damien, dándome suaves golpecitos en el hombro.
—Sí, tú sabes que hay muy pocas cosas que no podamos hacer todos nosotros juntos —dijo Shaunee.
—Eso digo yo, gemela —convino Erin.
—Puede que eche la pota con todos los remilgos de esta panda de lerdos —dijo Aphrodite.
—¡Cállate! —gritaron las gemelas.
Yo miré a cada uno de mis amigos. Por mucho que no quisiera hacerlo, tenía que contarles lo de Loren. Y también tenía que contarles lo de Stevie Rae. Y tenía que hacerlo antes de que se hiciera realidad lo que había dicho Neferet: antes de que mis mentiras y mis secretos los cabrearan tanto que los perdiera a todos.
—Es todo muy lioso, y no es muy bonito —dije yo.
—Ah, quieres decir como Aphrodite —dijo Erin.
—Tranquila, a eso ya nos estamos acostumbrando —dijo Shaunee.
—Hablaron las gemelerdas —se burló Aphrodite.
—Si vosotras tres quisierais callaros, Zoey podría explicar qué es lo que va mal —dijo Damien con exagerada paciencia.
—Lo siento —musitaron las gemelas.
Aphrodite simplemente hizo una mueca de exasperación.
Yo respiré hondo y abrí la boca para comenzar a contar toda la horrible historia, cuando la alegre voz de Jack me interrumpió.
—¡Vale! ¡Lo he encontrado!
Jack llegó corriendo. Su preciosa sonrisa se apagó un poco al verme, demostrando que mi aspecto por fuera debía ser tan horrible como yo me sentía por dentro. Entonces corrió a sentarse al lado de Damien, dejando a Erik de pie, solo, mirándome.
—Adelante, cariño —dijo Damien, dándome golpecitos de nuevo en el hombro—. Ya estamos todos aquí. Dinos qué ha ido mal.
Pero yo no podía hablar. Lo único que podía hacer era mirar a Erik. Su rostro era una bella máscara indescifrable. O, al menos, fue indescifrable hasta que comenzó a hablar. Entonces su expresión indiferente se transformó en una de asco. Su profunda y expresiva voz era desdeñosa.
—¿Quieres decírselo tú, cariño, o debo hacerlo yo?
Yo quería decir algo. Quería gritarle que parara, que por favor me perdonara, decirle que él tenía razón y que yo estaba tan condenadamente equivocada que me sentía enferma. Pero lo único que salió de mi boca fue un «no» susurrado en un tono de voz tan bajo que no creo que me oyera ni siquiera Damien. Inmediatamente, sin embargo, me di cuenta de que habría dado igual si hubiera gritado. Erik se había acercado adonde estaba yo para vengarse de mí, y nada podía pararlo.
—Bien, pues yo se lo diré —dijo Erik, mirando a cada uno de nuestros amigos—. Nuestra Z ha estado follándose a Loren Blake.
—¿Qué? —preguntaron las gemelas al unísono.
—¡Imposible! —exclamó Damien.
—¡No! —soltó Jack.
Aphrodite no dijo nada.
—Es cierto. Los he visto. Hoy. En el salón de entretenimiento. ¿Sabéis cuándo? Cuando todos creíais que estaba tan preocupada porque yo había cambiado. Sí, Zoey, ya vi lo preocupada que estabas. Tan preocupada que tuviste que succionarle la sangre a Blake y cabalgar sobre él como un caballo.
—¿Loren Blake? —repitió Shaunee, que parecía por completo atónita.
—¿El señor Seducción?, ¿el tipo del que llevamos todo el trimestre hablando de comernos como si fuera una chocolatina Dove? —preguntó Erin exactamente en el mismo tono que su gemela, para mirarme luego igual de horrorizada y atónita y añadir—: Debes de haber pensado que somos completamente patéticas.
—Sí, ¿por qué no dices algo? —dijo Shaunee.
—Porque si Zoey os hubiera contado lo enamorados que estaban el uno del otro, puede que vosotras no hubierais sido tan amables con ella al saber que me estaba utilizando, fingiendo que estábamos tan bien juntos para luego escaparse con Blake. Además, seguramente se lo estaba pasando en grande, riéndose de vosotras también —dijo Erik con crueldad.
—Yo no he estado utilizándote —le dije a Erik. Me sorprendió lo fuerte que sonó mi voz de pronto—. Y jamás me he reído de vosotras. Lo prometo —les aseguré a las gemelas.
—Sí, y tu palabra es digna de confianza —señaló Erik—. ¡Eres una puta mentirosa! ¡Os ha utilizado exactamente igual que me ha utilizado a mí!
—Muy bien, ya es hora de que os calléis —dijo Aphrodite.
Erik se echó a reír.
—¡Ah, perfecto! Una puta defiende a la otra.
Aphrodite entrecerró los ojos y alzó la mano derecha. Las ramas del roble que estaban más cerca de la cabeza de Erik se balancearon hacia abajo, y yo oí el amenazador crujido de la madera a punto de partirse.
—No me cabrees más —dijo Aphrodite—. Te pasas la vida diciendo que te preocupas por Zoey, pero te revuelves como un perro sarnoso contra ella en cuanto hiere por primera vez tu pequeño ego. Y yo soy testigo ante los demás de que tienes un ego realmente pequeño. Ya has hecho lo que has venido a hacer aquí, así que ahora márchate.
Los ojos brillantes de Erik se volvieron rápidamente hacia mí, y por un segundo creí ver en ellos al antiguo Erik de siempre, al gran chico que se estaba enamorando de mí; pero entonces una expresión de dolor ahogó el último atisbo de amabilidad.
—Muy bien. ¡Me voy! —dijo instantes antes de salir disparado.
Yo miré a Aphrodite.
—Gracias —le dije.
—Tranquila. Sé lo que es pasárselo bien un rato y que la gente te lo guarde para siempre.
—¿De verdad has estado con el profesor Blake? —preguntó Damien. Yo asentí.
—¡Demonios! —exclamó Shaunee.
—¡Mierda! —exclamó Erin.
—Es realmente, realmente guapo —dijo Jack.
Yo respiré hondo una vez más y solté:
—Loren Blake es el jodido gilipollas más grande que he conocido jamás.
—¡Dios! ¡Has dicho tacos! —exclamó Aphrodite.
—Entonces, ¿es cierto que te ha utilizado por el sexo? —preguntó Damien, que de nuevo me dio golpecitos en el hombro.
—No exactamente —dije yo.
Hice una pausa y me limpié la cara con la mano, como si de esa forma pudiera obligarme mágicamente a decir las palabras adecuadas. Era el momento de contarles lo de Stevie Rae. Deseé tener la oportunidad de practicar lo que iba a decir. Alcé la vista y vi a Aphrodite observándome y, por ridículo que parezca, me alegré de que estuviera ahí. Al menos ella podía apoyarme y ayudarme a hacerles comprender a Damien y a las gemelas.
Entonces oí un ruido extraño detrás de mí, desde algún lugar del muro. No estaba del todo segura de haber oído algo de verdad hasta que Damien preguntó:
—¿Qué ha sido eso?
—Es la puerta trampa —contestó Aphrodite—. Se está abriendo.
Tuve una premonición y sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Me puse en pie, Nala protestó ruidosamente y las gemelas me miraron confusas y con el ceño fruncido al oír la voz de Stevie Rae, desde el otro lado de la puerta que se abría.
—¿Zoey? Soy yo.
Corrí a la puerta trampa, gritando:
—¡No, Stevie Rae! ¡Quédate…!
Y, con el ceño fruncido, Stevie Rae entró por la puerta trampa del muro que rodeaba la escuela.
—¿Zoey? Yo… —comenzó a decir.
Entonces Stevie Rae vio a todos los que estaban de pie detrás de mí, y se quedó helada.
En el suelo, a mi lado, Nala soltó un maullido como un grito y arqueó la espalda con la intención de lanzarse sobre Stevie Rae; parecía como si se hubiera vuelto loca. Por suerte mis reflejos de iniciada me permitieron agarrarla antes de que pasara por delante de mí.
—¡No, Nala! Solo es Stevie Rae —dije yo, luchando con la gata loca y tratando de que no me arañara.
Stevie Rae se había echado atrás y se agazapaba a la defensiva entre las sombras del muro. Yo solo podía ver de ella con claridad los relucientes ojos rojos.
—¿Stevie Rae? —la llamó Damien con voz ahogada.
—¡Sé buena, Nala! —le ordené a la gata, a la que dejé en el suelo para poder ocuparme de mis amigos.
Pero antes me giré hacia Stevie Rae. Ella no huyó de mí, pero parecía dispuesta a salir disparada de allí en cualquier momento. Y además tenía un aspecto horroroso. Tenía la cara excesivamente delgada y pálida. No se había peinado el pelo rizado y rubio, que estaba mate y alicaído. De hecho, lo único que brillaba y parecía sano en ella eran los espeluznantes ojos de un rojo candente, y yo ya sabía que eso no era una buena señal.
—¿Qué tal estás? —le pregunté en voz baja y con calma.
—No muy bien —dijo ella. Alzó la mirada por encima de mis ojos y se encogió—. Es duro volver a verlos, sobre todo cuando siento que me estoy perdiendo.
—No te estás perdiendo —afirmé rotunda—. Pero, prepárate. Ellos no saben nada de ti.
—¿No se lo has dicho? —preguntó Stevie Rae atónita, como si acabara de darle una bofetada.
—Es una larga historia —me apresuré a decir—. Y tú, ¿qué haces aquí?
Ella arrugó el entrecejo antes de contestar:
—Tú me has mandado un mensaje de texto, diciéndome que nos encontraríamos aquí.
Yo cerré los ojos y sentí una nueva ola de dolor. Loren. Él había cogido mi teléfono. Él le había mandado el mensaje a Stevie Rae. O, más exactamente, había sido Neferet quien se lo había mandado. Ella no sabía que yo estaría aquí pero sí sabía, gracias a Loren, que yo no les había contado lo de Stevie Rae a mis amigos. Y también sabía que Loren no tenía intención de asegurarse de que Erik no le contaba a nadie lo nuestro. Neferet sabía que Erik se volvería loco y se lo contaría a todo el mundo (o, al menos, a todos mis amigos); que el secreto daría la vuelta al globo. Después se destaparía lo de Stevie Rae en el campus, y sería otro secreto mío más al descubierto. Casi podía oír lo que pensarían mis amigos de mí: ¿Cómo vamos a poder confiar de nuevo en Zoey? Se alejarían cada vez más de mí.
Dos puntos para Neferet. Cero puntos para Zoey.
Tomé la inflexible mano de Stevie Rae y, a pesar de que tuve que tirar de ella con fuerza, la llevé hasta donde estaban Damien, las gemelas, Jack y Aphrodite. De los cinco que estaban de pie, cuatro de ellos la miraban con la boca abierta. Lo mejor era acabar cuanto antes con el asunto, antes de que nos invadieran los vampiros guerreros y toda la maldita escuela lo descubriera todo y mi vida se derrumbara.
—Stevie Rae no está muerta —dije yo.
—Sí, lo estoy —dijo Stevie Rae.
Yo suspiré.
—Stevie Rae, no vamos a volver a discutir sobre este asunto. Hablas y caminas. Eres sólida, de carne y hueso —dije yo, alzando las manos de ambas, entrelazadas, a modo de demostración—. Así que no estás muerta.
En algún momento, mientras yo razonaba con Stevie Rae, oí sollozos. Eran las gemelas. Seguían mirando a Stevie Rae, pero se habían abrazado la una a la otra y berreaban como bebés. Yo iba a decirles algo, pero Damien me interrumpió.
—¿Cómo? —preguntó Damien, cuyo rostro estaba por completo pálido, absolutamente carente de color. Dio un paso hacia delante, dubitativo—. ¿Cómo puede ser esto?
—Yo fallecí —dijo Stevie Rae con una voz tan inexpresiva y falta de vida como el rostro de Damien—. Pero luego me desperté así, que, en caso de que no te hayas dado cuenta, no es como solía ser.
—Hueles de un modo extraño —dijo Jack.
—Y tú hueles a la cena —dijo Stevie Rae, girándose hacia él con los ojos relucientes.
—¡Basta! —exclamé yo, tirando de la mano de Stevie Rae—. Ellos son tus amigos. No deberías asustarlos.
Stevie Rae dio un fuerte tirón de la mano para soltarse de mí y luego dijo:
—Eso es lo que he estado tratando de decirte durante todo este tiempo, Zoey. Ellos no son mis amigos. Tú no eres mi amiga. Ya no. No después de lo que me ha ocurrido. Ya sé que tú crees que puedes arreglar esto, pero la única razón por la que he venido esta noche es para decirte que esto tiene que terminar ya. Así que, de una vez por todas, o me arreglas, o me dejas en paz y me permites que termine de convertirme en la cosa horrible en la que se supone que tengo que convertirme.
—No tenemos tiempo para seguir discutiendo. Neferet ha hechizado el perímetro de la escuela para saber cuándo entra o sale cualquier humano, vampiro o iniciado. Tú has cruzado el perímetro, así en cualquier momento aparecerán los Hijos de Érebo. Creo que deberías marcharte. Yo iré a verte en cuanto pueda, y entonces terminaremos con esto.
—Oye, Zoey, lamento tener que contradecirte después del horrible día que llevas, pero no creo que se presenten aquí los guerreros, porque Neferet no sabe que Stevie Rae está aquí —dijo Aphrodite.
—¿Cómo que no lo sabe? —pregunté yo.
—Aphrodite tiene razón —dijo Damien con calma, como si su cerebro estuviera descongelándose y comenzara de nuevo a funcionar—. Neferet ha hechizado el perímetro para saber si lo cruza un humano, un iniciado o un vampiro. Pero Stevie Rae no es ninguna de esas cosas, así que el hechizo no funciona con ella.
—¿Y por qué está ella aquí? —preguntó Stevie Rae, mirando a Aphrodite con sus ardientes ojos rojos.
Aphrodite giró hizo una mueca, pero yo noté que daba varios pasos atrás para poner más distancia entre ambas.
Entonces, de pronto, las gemelas se plantaron delante de Stevie Rae. Shaunee y Erin seguían llorando, pero lo hacían en silencio, como si ni siquiera fueran conscientes de ello.
—Sigues viva… —dijo Shaunee.
—Te hemos echado mucho de menos —dijo Erin.
Las dos echaron los brazos alrededor de Stevie Rae, que se quedó completamente inmóvil, como una estatua. En algún momento, mientras estaban las tres abrazadas, se les unió Damien. Pero Stevie Rae no se relajó. No los rodeó con sus brazos. Cerró los ojos y se quedó perfectamente quieta. Yo vi una lágrima caer de uno de sus ojos y recorrer su mejilla.