Alcé la vista para mirar a Erik y todo mi cuerpo se quedó bloqueado. Su tatuaje seguía siendo para mí una sorpresa. Era único e increíble y le hacía aún más guapo.
—¿Por qué, Zoey? —repitió él mientras yo me quedaba ahí de pie, mirándolo como una estúpida, incapaz de pronunciar palabra.
—¡Lo siento tanto, Erik! —conseguí soltar al fin—. No pretendía hacerte daño. No quería que te enteraras así.
—¡No, claro! —dijo él con frialdad—. Descubrir que mi novia, que se hacía la estrecha conmigo, es realmente una puta, no habría sido ningún problema si lo hubiera visto anunciado… no sé, en el periódico de la escuela. Sí, eso habría sido mucho mejor.
—Yo no soy una puta —dije yo, vacilando ante su tono de odio.
—Pues parece que no se te da mal la imitación. ¡Lo sabía! —gritó Erik—. ¡Sabía que ocurría algo entre vosotros dos! Pero soy tan estúpido que te creí cuando me dijiste que no era cierto —añadió Erik, soltando a continuación una risita sin ganas—. ¡Dios, sí que soy idiota!
—Erik, nosotros no queríamos que ocurriera eso, pero Loren y yo estamos enamorados. Tratamos de apartarnos el uno del otro, pero sencillamente no hemos podido.
—¡Tienes que estar de broma! ¿De verdad te crees que ese gilipollas está enamorado de ti?
—Él me ama.
Erik sacudió la cabeza y volvió a echarse a reír sin la menor gana.
—Si te crees eso, entonces es que eres más estúpida aún que yo. Te está utilizando, Zoey. Solo hay una cosa que un tipo como él pueda querer de una chica como tú, y ya la tiene. En cuanto se canse de ti, te dará la patada y a otra cosa.
—Eso no es cierto —dije yo.
Erik siguió hablando como si yo no hubiera dicho nada.
—Maldita sea, me alegro de marcharme mañana de aquí, aunque me gustaría quedarme para poder decirte eso de «ya te lo dije» cuando Blake te de la patada.
—No sabes de qué estás hablando, Erik.
—¿Sabes? Puede que tengas razón —dijo él al fin en un tono de voz frío y duro que le hizo parecer un extraño—. Desde luego, no sabía de qué estaba hablando cuando le decía a todo el mundo que tú y yo estábamos saliendo y que tú eras estupenda y que yo era muy feliz contigo. De hecho, hasta llegué a creer que me estaba enamorando de ti.
Sentí que se me hacía un nudo en el estómago. Era como si sus palabras me apuñalaran el corazón.
—Yo también creía que me estaba enamorando de ti —dije yo en voz baja, parpadeando con fuerza para evitar llorar.
—¡Mentira! —gritó él. Su voz sonaba vengativa, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas—. ¡Deja de jugar conmigo! ¿Y tú crees que Aphrodite es una odiosa puta? ¡A tu lado no es más que un jodido angelito!
Erik echó a caminar, alejándose de mí.
—¡Erik, espera! No quiero que tú y yo terminemos así —dije yo mientras sentía como las lágrimas se derramaban por mis mejillas.
—¡Deja de llorar! ¡Esto es lo que tú querías! ¡Es lo que tú y Blake planeasteis!
—¡No! ¡Yo no planeé esto!
Erik sacudió la cabeza adelante y atrás mientras parpadeaba con fuerza.
—¡Déjame solo! ¡Todo ha terminado! ¡No quiero volver a verte!
Entonces prácticamente echó a correr, alejándose de mí.
Sentí mi pecho ponerse tenso y arder, y no podía parar de llorar. Mis pies comenzaron a moverse; me llevaban al único sitio al que podía ir, hacia la única persona a la que quería ver. De alguna manera, de camino al loft del poeta, conseguí calmarme. Cierto, no me calmé del todo, pero al menos mi aspecto era lo suficientemente normal como para que nadie me parara para preguntarme qué me pasaba (como, por ejemplo, dos vampiros guerreros y un par de iniciados con los que me crucé de camino). Conseguí dejar de llorar. Me pasé la mano por el pelo y tiré de él hacia delante, de modo que me tapara en parte los hombros y la cara llena de manchas.
No vacilé a la hora de entrar en el edificio que albergaba los alojamientos de los profesores del campus. Sencillamente, respiré muy hondo y rogué en silencio para que nadie pudiera verme.
Nada más entrar, me di cuenta de que no tenía que haberme preocupado tanto por el hecho de que alguien me viera. El edificio no estaba diseñado como los dormitorios de las alumnas. No había un enorme salón central por el que merodearan los vampiros para ver la televisión como las iniciadas. Se trataba simplemente de un enorme vestíbulo con el suelo de piedra al que daban unas cuantas puertas cerradas. Las escaleras estaban a mi derecha, así que me apresuré a subir por ellas. Yo sabía que quizá Loren no hubiera vuelto aún a su habitación. Puede que estuviera todavía buscando a Erik. Pero no importaba. Me haría un ovillo en su cama y lo esperaría. Al menos de ese modo podría volver a estar cerca de él. Sentí mi cuerpo rígido y extraño mientras terminaba de subir al último piso y me dirigía a la única y enorme puerta de madera que no quedaba lejos.
Al aproximarme, pude ver que la puerta estaba entornada y quedaba una rendija abierta. Oí la voz de Loren salir como un hilo fino por esa rendija. Se estaba riendo. Su carcajada acarició mi piel, barrió el dolor y la tristeza que me había provocado la escena con Erik. Había hecho bien en acudir a él. Casi podía sentir ya sus brazos a mi alrededor. Loren me estrecharía y me llamaría «mi amor» y «cariño», y me diría que todo iba a salir bien. Sus caricias borrarían el dolor que me habían causado las terribles cosas que me había dicho Erik, y yo dejaría de sentirme tan rota. Puse la palma de la mano sobre la puerta para empujarla y dirigirme hacia él.
Y entonces ella rió; rió con una risa suave y musical y seductora, y mi mundo se detuvo.
Era Neferet. Estaba dentro, con Loren. No había posibilidad de error: se trataba de su bella y tentadora risa. La voz de Neferet era tan única como la de Loren. Cuando por fin dejó de reír, sus palabras vinieron a mí por aquella rendija entre el marco y la puerta, como una neblina venenosa.
—Lo has hecho muy bien, cariño mío. Ahora yo sé lo que sabe ella, y todo está saliendo a la perfección. Será sencillo seguir aislándola poco a poco. Solo espero que no te resulte demasiado desagradable el papel que te ha tocado interpretar —bromeó Neferet con cierta severidad, sin embargo.
—Es una chica sencilla de manejar. Un pequeño regalo aquí, un halago allá, y el resultado es un amor verdadero y una flor cortada sacrificados ante la diosa del engaño y las hormonas —dijo Loren, que de nuevo se echó a reír—. Las chicas jóvenes son tan ridículas… tan fáciles y predecibles…
Sentí que sus palabras me rasgaban la piel por cien sitios diferentes, pero me obligué no obstante a asomar la cabeza por la rendija en silencio. Entonces vi de reojo un enorme dormitorio repleto de sillones de piel e iluminado por muchos candelabros con velas. Enseguida mi mirada se vio arrastrada hacia la pieza central del dormitorio: una enorme cama de forja, colocada exactamente en medio. Loren estaba tumbado boca arriba sobre un montón de cojines. Estaba completamente desnudo.
Neferet llevaba un largo vestido rojo que se le ajustaba perfectamente al cuerpo y cuyo escote era tan bajo que enseñaba el comienzo de los pechos. Caminaba de un lado a otro mientras hablaba, pero lo hacía sin dejar de acariciar con los dedos de uñas bien pintadas la cama de hierro de Loren.
—Mantenla ocupada. Yo mientras tanto me aseguraré de que su pandilla de amigos la abandona. Ella es poderosa, pero si se dedica a perseguirte y no tiene a sus amigos para ayudarla a mantener la cabeza en su sitio, jamás podrá invocar a los elementos —dijo Neferet, que entonces hizo una pausa y se llevó un delgado dedo a la barbilla—. ¿Sabes? Me ha sorprendido la conexión, sin embargo. —Yo vi entonces como el cuerpo de Loren se sacudía. Neferet sonrió—. ¿Creías que no podría olerlo en ti? Apestas a su sangre, y su sangre apesta a ti.
—No sé cómo ha ocurrido —se apresuró a decir Loren. La ira en su voz era tan evidente, que fue como si me lanzara dagas al corazón. Pude sentir cómo se me rompía en mil pedacitos—. Supongo que he subestimado mis capacidades interpretativas. Pero me siento aliviado de que en realidad no haya nada entre nosotros; eso me ahorra todo el montón de confusas emociones y lazos que conlleva la verdadera conexión. —Loren se echó entonces a reír—. Como la que tenía ella con ese chico humano. A él ha tenido que dolerle de verdad la ruptura. Es extraño que ella fuera capaz de entablar una conexión tan fuerte antes de completar el cambio.
—¡Otra prueba más de su poder! —exclamó Neferet—. Y eso, a pesar de lo ridículamente fácil que ha sido manipularla aun siendo la elegida. Y no sigas fingiendo y quejándote por el hecho de que ella haya conectado contigo. Tú y yo sabemos que eso hace que el sexo resulte más placentero para ti.
—Bueno, desde luego es cierto que fue un inconveniente que enviaras a su galante novio Erik tan pronto. ¿No podrías haberme concedido unos cuantos minutos más para terminar la faena?
—Te concedo todo el tiempo que desees. De hecho, si quieres puedes marcharte ahora mismo a buscar a tu querida adolescente y terminar así la faena con tu perrito faldero.
Loren se incorporó en la cama. Se inclinó hacia delante y agarró a Neferet de la muñeca.
—¡Oh, vamos, cariño! Tú sabes que en realidad yo no la deseo. No te enfades conmigo, amor mío.
Neferet se soltó de él con facilidad, pero el gesto fue más en broma que de verdadero enfado.
—No estoy enfadada. Estoy complacida. El hecho de que tu conexión haya roto su lazo con el chico humano deja a Zoey más sola que nunca. Y tampoco es que tu conexión con esa niña vaya a ser permanente. Se disolverá en cuando ella cambie o muera —dijo Neferet con una risita maliciosa—. Pero ¿no preferirías tú que no se disolviera? Quizá hayas decidido que prefieres la juventud y la inocencia a mí, ¿no?
—¡Eso jamás, mi amor! ¡Jamás desearé a nadie como te deseo a ti! —exclamó Loren—. Déjame demostrártelo, cariño. Deja que te lo demuestre.
Loren se arrimó rápidamente a los pies de la cama y la tomó en sus brazos. Yo lo observé recorrer todo el cuerpo de Neferet de una manera muy semejante a como había recorrido el mío hacía no mucho tiempo.
Me llevé la mano a la boca y apreté para no llorar en voz alta.
Neferet se giró en brazos de Loren y arqueó la espalda contra él mientras él continuaba moviendo las manos por todo su cuerpo. Ella estaba de cara a la puerta. Tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Gemía de placer. Poco a poco fue abriendo los ojos, somnolientos. Y de pronto, Neferet me miró directamente.
Yo me di la vuelta, corrí escaleras abajo y salí disparada del edificio. Quería seguir corriendo sin parar, llegar a cualquier lugar con tal de que estuviera muy, muy lejos. Pero mi cuerpo me traicionó. Solo fui capaz de tambalearme unos pocos pasos más allá de la puerta, hasta llegar a las sombras tras uno de los setos bien recortados. Allí me doblé y vomité.
Nada más dejar de vomitar y de sufrir arcadas, eché a caminar otra vez. La cabeza no me funcionaba bien. Estaba terriblemente desorientada, con pensamientos que no dejaban de dar vueltas en mi cabeza. En realidad, más que pensar solo sentía, pero lo único que sentía era dolor.
El dolor me decía que Erik tenía razón, excepto porque había subestimado a Loren. Él creía que Loren me estaba utilizando por el sexo. Y lo cierto era que Loren ni siquiera me deseaba. Solo me había utilizado porque la mujer a la que sí deseaba lo había incitado a ello. Yo ni siquiera era un objeto sexual para él. Era un inconveniente. Él solo me había tocado y me había dicho esas cosas, todas esas preciosas cosas… porque estaba interpretando un papel que le había proporcionado Neferet. Yo para él apenas significaba nada.
Reprimí un sollozo, me puse en pie, me arranqué los pendientes de diamantes de las orejas y con un grito los arrojé lejos de mí.
—¡Maldita sea, Zoey! Si estás cansada de esos diamantes, podías habérmelo dicho. Yo tengo unas perlas con forma de lágrima que te habrían ido estupendamente con ese horrible muñeco de nieve que te regaló Erik por tu cumpleaños, y te los habría cambiado por las piedras encantada.
Me giré lentamente, como si mi cuerpo pudiera romperse si lo hacía demasiado rápido. Aphrodite salía en ese momento del camino que llevaba al comedor. Tenía una extraña fruta en una mano y una botella de Coronita en la otra.
—¿Qué pasa? Me gustan los mangos —dijo ella—. En los dormitorios de chicas nunca hay, pero en la nevera de la fruta de la cocina de los vampiros sí. ¡Como si ellos fueran a echar de menos un mango de vez en cuando! —exclamó Aphrodite. Al ver que yo no decía nada, continuó—: Bueno, vale, ya sé que la cerveza es vulgar y un poco hortera, pero también me gusta. ¡Eh!, hazme un favor, y no se lo digas a mi madre. Es una friqui —dijo Aphrodite. De pronto abrió los ojos inmensamente y me miró bien—. ¡Joder, Zoey! Tienes un aspecto horrible. ¿Qué te pasa?
—Nada. Déjame sola —dije yo con una voz que apenas pude reconocer.
—Muy bien, lo que tú digas. Tú ocúpate de tus asuntos, que yo me ocuparé de los míos —dijo ella, que de pronto salió casi disparada.
Me quedé sola. Tal y como Neferet había dicho, todos me abandonaban. Y yo me lo merecía. Le había causado a Heath un profundo dolor. Le había hecho daño a Erik. Había entregado mi virginidad a cambio de mentiras. ¿Cómo lo había expresado Loren? Había sacrificado el verdadero amor y mi «flor» por la diosa de la decepción y de las hormonas. No era de extrañar que fuera un poeta laureado. Sin duda se le daban bien las palabras.
De pronto sentí la necesidad de correr. No sabía adónde ir. Solo sabía que tenía que moverme y moverme deprisa, porque si no lo hacía mi mente iba a explotar. No pararía hasta que ya no pudiera respirar, y entonces me reclinaría contra el tronco de un roble antiguo y gritaría.
—¿Zoey?, ¿eres tú?
Alcé la vista, parpadeé para tratar de ver a través de la niebla de mi propia desgracia, y vi a Darius, el joven y sexi guerrero montaña. De hecho, estaba de pie sobre el ancho muro que rodeaba nuestra escuela, y me observaba con curiosidad.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó con el estilo extraño y arcaico con el que parece que hablan todos los guerreros.
—Sí —conseguí decir entre jadeo y jadeo—. Solo quería salir a dar un paseo.
—No estabas paseando —dijo él con lógica.
—Es una manera de hablar.
Lo miré a los ojos y decidí que estaba completamente harta de mentir, así que rectifiqué:
—Sentía que la cabeza me iba a estallar, así que eché a correr tanto como pude. Y terminé aquí.
Darius asintió lentamente.
—Es un lugar de poder. No me sorprende que te sintieras atraída hacia aquí.
—¿Este lugar? —pregunté yo, parpadeando y mirando a mi alrededor. Y entonces, ¡oh, Dios mío!, me di cuenta de dónde estaba—. ¡Es la zona este del muro, junto a la puerta trampa!
—Sí, sacerdotisa, lo es. Hasta los bárbaros humanos sintieron en cierta medida su poder cuando dejaron el cuerpo de la profesora Nolan aquí.
Darius hizo un movimiento hacia fuera con el hombro, señalando el lugar en el que Aphrodite y yo habíamos encontrado a la profesora Nolan. También era el lugar en el que yo había encontrado a Nala (o, más bien, donde ella me había encontrado a mí), el lugar donde yo había invocado mi primer círculo, el lugar donde yo había visto por primera vez a los que luego se convertirían en los chicos muertos no muertos, y el lugar donde yo había invocado a los elementos y a Nyx para ayudarme a romper el bloqueo de la memoria que Neferet me había impuesto.
Así que sí era realmente un lugar de poder. No podía creer que no me hubiera dado cuenta antes. Por supuesto, yo había estado terriblemente ocupada con Heath y Erik y sobre todo con Loren. Neferet tenía razón, pensé con disgusto. Había sido ridículamente fácil guiarme para que me equivocara.
—Darius, ¿crees que podrías dejarme a solas aquí un rato? Quiero… quiero rezar, y espero que Nyx me conteste si la escucho de verdad.
—Y eso sería más fácil de hacer estando tú sola —añadió él.
Yo asentí, pero no estaba segura de si podía seguir diciendo en voz alta todo lo que pensaba.
—Te concederé intimidad, sacerdotisa. Pero no te alejes de aquí. Recuerda que el perímetro está bajo el hechizo de Neferet, así que si utilizas la puerta trampa y cruzas la línea del hechizo, al instante te verás rodeada por los Hijos de Érebo —explicó Darius, cuya sonrisa era seria, pero amable—. Y eso no te ayudaría a concentrarte en tus plegarias, mi señora.
—Lo recordaré.
Traté de no vacilar cuando él me llamó sacerdotisa y mi señora. De ninguna maldita manera merecía ninguno de los dos títulos.
Con un solo movimiento suave y sin prisas, Darius saltó del muro de unos seis metros de alto y aterrizó limpiamente sobre ambos pies. Entonces me saludó con el puño sobre el corazón, inclinó ligeramente la cabeza y desapareció sin hacer el menor ruido en medio de la noche.
Fue entonces cuando mis piernas decidieron que no me sostendrían ya más. Me dejé caer pesadamente sobre el césped, junto al tronco del antiguo roble ya familiar para mí, encogí las piernas, me abracé a ellas y comencé a llorar silenciosamente y sin parar.
Estaba terriblemente arrepentida. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Cómo podía haberme creído las mentiras de Loren? Porque realmente me las había creído. No solo le había entregado a ese tipejo mi virginidad, sino que encima estaba conectada con él, lo cual hacía de mí una adolescente doblemente estúpida.
Necesitaba a mi abuela. Con un llanto atragantado, fui a sacar el móvil del bolsillo de mi vestido. Estaba dispuesta a contárselo todo a mi abuela. Sería terrible y muy violento, pero yo sabía que ella no me abandonaría ni me juzgaría. La abuela jamás dejaría de quererme.
Pero el maldito móvil no estaba en el bolsillo. Entonces recordé que se me había caído del bolsillo al desnudarme con Loren. Debía haberme olvidado de recogerlo. Lo que me faltaba. Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás, contra el tronco del árbol.
—¡Miau!
Nala restregó su húmeda y cálida nariz contra mi mejilla. Sin abrir los ojos, extendí los brazos de modo que la gata saltara a mi regazo. Ella puso las patitas frontales sobre mi hombro y presionó la cabeza contra mi cuello, ronroneando sin cesar como si ese sonido pudiera hacerme sentirme mejor.
—¡Oh, Nala, lo he liado todo!
Sostuve a la gata y dejé que el llanto me sacudiera los hombros.