22

A diferencia de cuando murió Stevie Rae, en esa ocasión yo no vacilé ni me quedé absorta siquiera un instante.

—¡No! —grité.

Corrí hacia Erik y caí de rodillas a su lado. Él tenía las manos sobre las rodillas, gemía de dolor y casi tocaba el suelo con la cabeza. Yo no podía ver su rostro, pero sí su sudor o quizá incluso su sangre, aunque todavía no podía olerla; el caso era que le empapaba la camisa. Yo sabía muy bien qué ocurriría a continuación: le saldría sangre de los ojos, de la nariz y de la boca; literalmente, se ahogaría en sus propios fluidos. Y, sí, sería tan horrible como sonaba. Nada podría pararlo. Nada podía cambiar el proceso. Lo único que yo podía hacer era estar ahí para él y esperar que, de alguna manera, se transformara en lo mismo que se había transformado Stevie Rae para retener así en parte su humanidad.

Puse la mano sobre su hombro tembloroso. Su camisa irradiaba calor; era como si su cuerpo ardiese y saliera al exterior. Miré frenéticamente a mi alrededor, buscando ayuda. Como siempre, Damien estaba ahí siempre que lo necesitaba.

—Trae toallas y a Neferet —le dije yo.

Damien salió disparado con Jack siguiéndole los talones.

Me volví de nuevo hacia Erik, pero antes de que pudiera tirar de él para abrazarlo, la voz de Aphrodite interrumpió los quejidos de Erik y los gritos de los niños asustados que lo observaban.

—¡Zoey, no se está muriendo! —exclamó Aphrodite.

Yo alcé la vista hacia ella sin comprender del todo lo que estaba diciendo. Ella me agarró del brazo y tiró de mí para apartarme de Erik. Yo comencé a luchar, pero lo siguiente que dijo sí lo entendí y me dejó helada:

—¡Escúchame! ¡No se está muriendo! ¡Está cambiando!

De pronto Erik gritó y su cuerpo se hizo un ovillo sobre sí mismo; era como si algo dentro de su pecho estuviera tratando de salir de allí. Tenía las manos apretadas contra el rostro. Seguía temblando violentamente. Era evidente que sentía mucho dolor y que le estaba ocurriendo algo importante. Pero no le salía absolutamente nada de sangre.

Aphrodite tenía razón. Erik estaba cambiando; se estaba transformando en un vampiro adulto.

Jack corrió hacia mí y puso varias toallas en mis manos. Yo alcé la vista hacia él. El chico berreaba con tanta fuerza que se le salían los mocos. Me puse en pie y lo abracé.

—No se está muriendo. Está cambiando —le dije.

Mi voz sonó extraña al repetir las palabras de Aphrodite: ronca, tensa.

Entonces Neferet entró de golpe en la sala con Damien y unos cuantos de los guerreros siguiéndola de cerca. Ella corrió hacia Erik. Observé su rostro fijamente, y sentí una mareante ola de alivio al ver que su expresión pasaba instantáneamente de tensa a feliz. Neferet se dejó caer al suelo junto a Erik. Comenzó a murmurar algo en voz tan baja que apenas pude oírla, y luego rozó su hombro. El cuerpo de Erik se sacudió violentamente otra vez, y por fin empezó a relajarse. Su horrible temblor cesó, y también su dolorosa y horrible forma de gemir. Lentamente el cuerpo de Erik se fue estirando hasta quedar de rodillas, con las manos apoyadas en el suelo. Tenía la cabeza inclinada hacia el suelo, así que yo no podía ver su rostro.

Neferet le susurró algo y él, en respuesta, asintió. Entonces ella se puso en pie y se volvió hacia nosotros. Su sonrisa era increíble, completamente feliz y casi cegadora de lo puramente bella.

—¡Alegraos conmigo, iniciados! ¡Erik Night ha completado el cambio! ¡Levántate, Erik, y sígueme para tu ritual de purificación y el comienzo de tu nueva vida!

Erik se puso en pie y elevó la cabeza. Yo me quedé boquiabierta exactamente igual que todos los demás. Su rostro estaba iluminado. Parecía como si alguien hubiera encendido un interruptor en su interior. Si antes era guapo, en ese instante todo en él se había intensificado. Sus ojos estaban más azules, su espeso pelo parecía más salvaje y más negro y más rebelde; incluso parecía más alto. Y su marca había sido completada. La luna creciente de color zafiro estaba coloreada. Y enmarcando sus ojos, a lo largo de sus cejas marrones y sobre sus bien definidos pómulos, tenía un dibujo impresionante de nudos entrelazados que formaban una máscara y que me recordaron al instante a la bella marca de la profesora Nolan. Me mareé solo de pensar en lo correcto que era que esa marca estuviera en su rostro.

Erik me miró un instante. Sus sensuales labios se curvaron y por un segundo esbozó una sonrisa especial solo para mí. Creí que mi corazón iba a estallar. Entonces él alzó los brazos por encima de la cabeza y gritó con una voz pletórica de poder y felicidad:

—¡He cambiado!

Todos los críos comenzaron a vitorearlo, pero nadie se acercó a él excepto Neferet y los vampiros. Entonces él abandonó la sala de entretenimiento con ellos en medio de una ola de júbilo y ruido.

Yo simplemente me quedé ahí. Estaba como entumecida; había sufrido una conmoción y me sentía bastante enferma.

—Se lo llevan para ungirlo al servicio de la Diosa —dijo Aphrodite, que seguía de pie junto a mí. Su voz sonó tan desolada como de pronto me sentía yo—. Los iniciados nunca saben qué ocurre exactamente durante la unción. Es un gran secreto de los vampiros, que nadie está autorizado a contar —explicó Aphrodite mientras se encogía de hombros—. Da igual. Supongo que algún día nos enteraremos.

—O moriremos —dije yo con los labios entumecidos.

—O moriremos —convino ella. Luego me miró—. ¿Estás bien?

—Sí, bien —dije yo de manera automática.

—¡Eh, Z! ¿Ha sido chulo, o no? —preguntó Jack.

—¡Hombre, ha sido increíble! ¡Yo todavía estoy temblando! —exclamó Damien mientras se abanicaba con una mano.

—¡La madre! Ahora Erik Night se unirá a los otros vampiros sexis, como Brandon Routh, Josh Hartnett y Jake Gyllenhaal.

—Y a Loren Blake, gemela. No te olvides de él —dijo Erin.

—Jamás lo olvidaría, gemela —dijo Shaunee.

—Es supermolón que el novio de Z sea un vampiro. Quiero decir un vampiro de verdad —dijo Jack.

Damien respiró hondo para decir algo, pero luego cerró la boca, incómodo.

—¿Qué? —le pregunté yo.

—Bueno, es solo que… eh… bueno…

—Jopé, ¿qué pasa? ¡Suéltalo ya! —exclamé yo.

Él retrocedió ante mi tono de voz, y eso me hizo sentirme como una bruta, pero enseguida me respondió.

—Bueno, pues que yo no sé mucho, pero una vez que un iniciado completa el cambio, abandona la Casa de la Noche y comienza una nueva vida como vampiro adulto.

—¿Quieres decir que el novio de Z se va a marchar? —preguntó Jack.

—Relación a distancia, Z —sugirió rápidamente Erin.

—Sí, tendréis que apañároslas. Pero tomáoslo con calma —aconsejó Shaunee.

Yo desvié la vista de las gemelas a Damien, luego a Jack y por último a Aphrodite.

—Un asco —dijo ella—. Al menos para ti —añadió Aphrodite mientras alzaba las cejas y se encogía de hombros—. Me alegro de que me diera la patada.

Aphrodite se echó la melena hacia atrás y se dirigió hacia la otra sala, donde estaba la mesa con la comida.

—Si no podemos llamarla «bruja del infierno», ¿podemos al menos llamarla «puta»? —preguntó Shaunee.

—Yo preferiría «odiosa puta», gemela —dijo Erin.

—Bueno, pues se equivoca —dijo Damien con cabezonería—. Erik sigue siendo tu novio, aunque esté fuera haciendo las cosas que hacen los vampiros.

Todos me miraban, así que yo traté de sonreír.

—Sí, lo sé. No importa, estoy bien. Es solo que… es muy fuerte para hacerme a la idea así, tan deprisa. Eso es todo. Vamos a por algo de comer.

Antes de que pudieran seguir consolándome, yo me dirigí a grandes zancadas hacia la mesa de la comida. Todos me siguieron como si fueran patitos detrás de su madre.

Me pareció que los Hijos y las Hijas Oscuras tardaban una eternidad en comérselo todo y marcharse, pero cuando por fin pude mirar el reloj me di cuenta de que, de hecho, se lo habían comido todo muy deprisa y se marchaban muy pronto. Todo el mundo había estado hablado mucho y muy nerviosamente acerca de Erik, y yo había asentido y había hecho los ruiditos apropiados en respuesta en cada ocasión, tratando de ocultar lo entumecida y lo mal que me sentía. Supongo que el hecho de que todo el mundo se marchara pronto era una prueba de lo mal que lo había hecho yo. Por fin nos quedamos solos Jack, Damien, las gemelas y yo. Estaban tirando las sobras en silencio a la papelera y cerrando las bolsas de la basura cuando yo les dije:

—Eh, chicos, ya haré eso yo.

—Ya está casi terminado, Z —dijo Damien—. En realidad solo falta guardar las cosas de la mesa ritual del centro del círculo de Nyx.

—Yo lo haré —dije, tratando (sin éxito, a juzgar por las expresiones de los rostros de mis amigos) de mostrarme natural.

—Z, ¿está todo…?

Alcé la mano e interrumpí a Damien, diciendo:

—Estoy cansada. Estoy asustada por Erik. Y, sinceramente, necesito estar un rato a solas.

Mi intención no era la de sonar tan borde, pero comenzaba a sobrepasar el límite más allá del cual no podía seguir manteniendo la sonrisa falsa en la cara y fingir que no estaba hecha un flan por dentro. Y, por supuesto, prefería que mis amigos pensaran que estaba con el síndrome premenstrual a que pensaran que estaba a punto de desmayarme. Una alta sacerdotisa en prácticas no se desmaya. Una alta sacerdotisa sabe manejar las cosas. Y de ninguna, pero de ninguna de las maneras estaba dispuesta a que se enteraran de que no sabía cómo apañármelas.

—Chicos, ¿podríais concederme un minuto, por favor?

—Claro —dijeron las gemelas al unísono—, hasta luego, Z.

—Muy bien. Eh… hasta luego —dijo Damien.

—Adiós, Z —se despidió Jack.

Esperé a que la puerta se cerrara antes de entrar lentamente en la sala que usábamos como sala de danza y de yoga. Había un montón de colchonetas apiladas en un rincón, así que me dejé caer sobre ellas. Las manos me temblaban cuando por fin me saqué el móvil del bolsillo del vestido.

«tas bn?»

Escribí el escueto mensaje de texto y lo mandé al móvil que le había comprado a Stevie Rae. Sentí que transcurría toda una eternidad antes de que ella me contestara.

«toy bn»

«spera», le contesté.

«dat prsa», escribió ella.

«ok»

Cerré el teléfono, me recliné sobre la pared y rompí a llorar, sintiendo como si todo el peso del mundo recayera sobre mis hombros.

Lloré, me estremecí, volví a estremecerme y volví a llorar mientras me abrazaba las piernas con fuerza contra el pecho y me balanceaba adelante y atrás. Y entonces comprendí qué me ocurría. Y me sorprendió que nadie, ni siquiera uno de mis amigos, se lo hubiera figurado.

Por un momento yo había creído que Erik se estaba muriendo, y eso me había llevado de vuelta a la noche en que Stevie Rae murió en mis brazos. Era como si todo estuviera sucediendo otra vez; la sangre, la tristeza, el horror. Todo eso me había pillado desprevenida. Quiero decir que yo creía que había superado lo de Stevie Rae. Después de todo, ella no estaba realmente muerta.

Pero me había estado engañando a mí misma.

Berreé con tanta fuerza que no me di cuenta de que él estaba ahí hasta que me tocó el hombro. Alcé la vista y me enjugué las lágrimas de los ojos mientras buscaba algo positivo que decirle a aquel de mis amigos que hubiera entrado a verme.

—Sentí que me necesitabas —dijo Loren.

Yo volví a sollozar y me hice un ovillo en sus brazos. Él se sentó a mi lado y tiró de mí para sentarme en su regazo. Me sujetó con fuerza, murmuró cosas bonitas y me dijo que todo saldría bien y que él jamás me abandonaría. Cuando por fin logré calmarme, dejé de sollozar y solo tuve hipo, Loren me tendió uno de sus pañuelos de lino.

—Gracias —musité yo.

Luego me soné la nariz y me limpié la cara. Traté de no mirarme en el espejo que teníamos enfrente, pero no pude evitar echarle un vistazo a mis ojos hinchados y a mi nariz roja.

—¡Ah, genial! Ahora estoy hecha un asco.

Loren se echó a reír y me dio la vuelta sobre su regazo de modo que quedara frente a él. Me acarició delicadamente el pelo y dijo:

—Pareces una diosa entristecida por los nervios y la dureza de la vida.

Sentí que una risita histérica reverberaba en el interior de mi pecho.

—No creo que las diosas tengan tantos mocos.

—Bueno, yo no estaría tan seguro de eso —sonrió él. Luego se puso serio y añadió—: Al cambiar Erik creíste que iba a morir, ¿verdad?

Yo asentí, aterrada ante la idea de pronunciar una sola palabra, no fuera a romper de nuevo a llorar.

Loren apretó la mandíbula e inmediatamente la aflojó.

—Le he dicho a Neferet una y otra vez que todos los iniciados, y no solo los de quinto y los de sexto, deben ser conscientes de cómo se manifiesta el cambio en el estadio final, de modo que no se asusten si son testigos de él por casualidad.

—¿Duele tanto como parece que duele?

—Sí duele, pero es un dolor bueno… si es que eso tiene sentido. Piensa en ello como si se tratara de agujetas. Los músculos te duelen, pero no es un dolor malo.

—Parecía bastante peor que unas simples agujetas —dije yo.

—No es tan terrible; de hecho es más el susto que el dolor. Hay muchas sensaciones que recorren tu cuerpo a toda velocidad, y todo se hace hipersensible —explicó Loren mientras me acariciaba la cara suavemente con un dedo, siguiendo el dibujo de mi marca—. Algún día lo experimentarás tú también.

—Eso espero.

Ninguno de los dos dijo nada por un instante, aunque él siguió acariciándome la cara y trazando la marca que decoraba un lado de mi cuello. Su contacto hacía que mi cuerpo se relajara y temblara al mismo tiempo.

—Pero hay algo más que te preocupa, ¿verdad? —preguntó Loren en voz baja. Su voz era profunda y musical e hipnóticamente bella—. Es algo más, aparte del cambio de Erik y el recuerdo de la muerte de tu amiga.

Al ver que yo no decía nada, él se inclinó hacia delante y me besó la frente, rozando suavemente con los labios el tatuaje de la luna creciente. Yo temblé.

—Puedes contármelo, Zoey. Hay ya tantas cosas entre tú y yo, que a estas alturas deberías saber que puedes confiar en mí.

Sus labios rozaron los míos. Habría sido realmente bonito contarle a Loren lo de Stevie Rae. Él podía ayudarme, y Dios sabe que yo necesitaba su ayuda. Sobre todo en ese momento, en el que había decidido que quizá Stevie Rae podía curarse si yo se lo pedía a Nyx, cosa que, por supuesto, significaba invocar un círculo, lo que, a su vez, significaba llevar a Damien, las gemelas y Aphrodite hasta Stevie Rae o, a la inversa, llevar a Stevie Rae ante mis amigos. Sin embargo el hechizo protector de Neferet sería un obstáculo, pero quizá Loren conociera algún secreto vampírico para saltárselo. Entonces intenté escuchar a mis entrañas, tratando de decidir si seguían gritándome que mantuviera la boca cerrada, pero lo único que pude sentir fueron las manos y los labios de Loren.

—Háblame —susurró él contra mi boca.

—Quiero… quiero… —susurré yo casi sin aliento—. Es tan complicado.

—Déjame ayudarte, amor. Juntos no hay nada que no podamos hacer.

Sus besos eran cada vez más largos, más seductores.

Yo quería contárselo, pero la cabeza me daba vueltas y me costaba trabajo pensar. Y hablar ya no digamos.

—Te demostraré hasta qué punto podemos compartirlo todo… hasta qué punto podemos estar completamente unidos —dijo él.

Loren sacó la mano que tenía enredada en mi pelo y se tiró de la camisa de modo que se le saltaron los botones y su pecho quedó al descubierto. Entonces se arañó lentamente con la uña del dedo pulgar por encima del pecho izquierdo, dejando una perfecta línea escarlata. La fragancia de su sangre me envolvió.

—Bebe —dijo él.

No pude resistirme. Bajé la cabeza hasta su pecho y lo saboreé. Su sangre se apoderó de mi cuerpo. Era diferente de la de Heath; no era tan cálida ni tan densa. Pero era más poderosa. Latía en mi interior junto a un deseo que era rojo y urgente. Me restregué contra su cuerpo, deseando más y más.

—Ahora es mi turno. ¡Tengo que saborearte! —exclamó Loren.

Antes de que me diera cuenta de lo que él estaba haciendo, Loren me despojó del vestido. No tuve tiempo ni para sentir vergüenza por el hecho de que me estuviera viendo solo con el sujetador y las bragas, porque él alargó el dedo y en esa ocasión lo deslizó por mi pecho. Gemí ante el agudo dolor, y de pronto sus labios estaban sobre mí y él estaba bebiendo mi sangre y el dolor había sido sustituido por una ola tras otra de un increíble placer tan intenso que lo único que podía hacer era gemir. Loren se arrancó la ropa mientras bebía de mí, y yo le ayudé. Yo solo sabía que tenía que poseerlo. Todo lo demás era calor y sensación y deseo. Sus manos y su boca lo eran todo, y sin embargo no conseguía saciarme de él.

Y entonces ocurrió. Los latidos de su corazón estaban bajo mi piel y pude sentir mi pulso al mismo ritmo que el suyo. Pude sentir su pasión al tiempo que la mía y oír su deseo rugiendo dentro de mi cabeza.

Entonces, en algún lugar en lo más recóndito de mi mente, oí a Heath gritar: «¡Zoey, no!».

Mi cuerpo se sacudió en los brazos de Loren.

¡Ssh! —susurró él—. No pasa nada. Es mejor así, mi amor. Mucho mejor. Estar conectado con un humano es demasiado complicado; tiene demasiadas ramificaciones.

Yo respiraba cada vez más deprisa y más fuerte.

—¿Está rota? ¿Se ha roto mi conexión con Heath?

—Sí. Nuestra conexión ahora la sustituye —contestó Loren, girando de modo que yo quedé bajo su cuerpo—. Y ahora terminemos. Déjame hacerte el amor, cariño.

—Sí —susurré yo.

Mis labios buscaron de nuevo el pecho de Loren, y mientras yo bebía de él, Loren me hizo el amor hasta que nuestro mundo explotó pletórico de sangre y de pasión.