Trataba de convencerme a mí misma de que aquel ritual pasaría en un abrir y cerrar de ojos. Simplemente trazaría el círculo, ofrecería oraciones por la profesora Nolan, anunciaría que Aphrodite se unía a las Hijas Oscuras (lo cual resultaría obvio, después de que ella mostrara su afinidad con la tierra) y entonces diría que, debido a los nervios por los últimos acontecimientos a los que se enfrentaba la escuela, había decidido no nombrar a ningún miembro para el Consejo de prefectos hasta el final del curso escolar. Sería realmente un ritual muy sencillo, le repetía a mi estómago agarrotado una y otra vez. Nada que ver con el ritual del mes anterior, durante el cual había muerto Stevie Rae. Aquella noche no podía ocurrir nada malo. Vestida y todo lo preparada que podía llegar a estar, abrí la puerta y… me encontré a Aphrodite, de pie ante el umbral.
—Respira, ¿quieres? —dijo ella, dando un paso atrás para apartarse de mi camino—. ¡Eh!, que tienen que esperarte.
—Aphrodite, ¿es que nunca te ha dicho nadie que es de mala educación hacer esperar a la gente? —pregunté yo mientras echaba a correr por el pasillo, bajando prácticamente las escaleras de dos en dos.
Aphrodite salió disparada detrás de mí hasta alcanzarme y luego luchó por mantener mi ritmo. Al salir, yo asentí en dirección a Darius, que ocupaba su posición junto a la puerta, y él me saludó.
—¿Sabes?, esos guerreros son realmente sexis —dijo Aphrodite mientras hacía un gesto con la cabeza para echarle el último vistazo a Darius. Luego me miró haciendo una mueca y me dijo con su voz de niña mimada y engreída—: Y no, nadie me ha dicho nunca que es de mala educación hacer esperar a la gente. Crecí haciendo esperar a los demás. En cuanto a mi madre, el sol la espera para salir y ponerse cada día.
Yo hice una mueca de exasperación.
—Bueno, y ¿qué tal fue el ritual de Neferet?
—Fabuloso. Echó una cortina protectora alrededor de toda la escuela. Ahora nadie puede salir ni entrar sin que ella se entere. No podría haber salido mejor. Bueno, es decir, a menos que tú hubieras estado con nosotros.
A pesar de que no había nadie a nuestro alrededor, Aphrodite bajó la voz.
—¿Ella aún sigue bebiéndose las bolsas de sangre una detrás de otra?
—Apenas se toma un respiro entre bolsa y bolsa. Tenemos que hacer algo cuanto antes.
—Pues no sé qué crees que podemos hacer —dijo Aphrodite—. Tú eres la que tiene superpoderes. Yo solo estoy de acompañante —continuó, bajando aún más la voz—. Además, no sé qué esperas hacer. Ella es repugnante y da bastante miedo.
—Ella es mi mejor amiga —susurré yo rabiosa.
—No. Ella solía ser tu mejor amiga. Ahora es una terrible chica muerta no muerta que bebe sangre como si fuera un refresco.
—Sigue siendo mi mejor amiga —repetí yo con cabezonería.
—Bien. Lo que tú digas. Entonces cúrala.
—Estupendo, pero no es tan sencillo.
—¿Cómo lo sabes?, ¿lo has intentado?
Yo me detuve en seco.
—¿Qué acabas de decir?
Aphrodite alzó una ceja y se encogió de hombros. Parecía terriblemente aburrida.
—Algo así como: ¿lo has intentado?
—¡Por todos los demonios! ¿Es que crees que es tan fácil? Quiero decir que durante todo este tiempo he estado buscando un hechizo o un ritual o un… algo específico, algo increíble y totalmente mágico, ¿y ahora resulta que lo único que necesitaba era pedirle a Nyx que la curara?
Y mientras estaba ahí de pie, disfrutando del hecho de haber encontrado por fin una solución, oí el eco de la voz de Nyx en mi mente, repitiéndome lo que ella misma me había dicho hacía un mes, justo antes de que usara mis poderes elementales para romper el bloqueo que Neferet había impuesto sobre mi memoria: «Quiero recordarte que los elementos pueden restaurar además de destruir».
—¿«Por todos los demonios»? ¿Has dicho «por todos los demonios»? ¿Sabes?, eso es casi otro taco. Estoy comenzando a preocuparme por tu sucia boca.
De pronto me sentía tan completamente feliz y esperanzada que ni siquiera Aphrodite fue capaz de enfadarme. Así que me eché a reír.
—¡Vamos!, ya te preocuparás luego por mi boca.
Salí disparada otra vez, casi corriendo por el camino.
Había otro guerrero de pie ante la puerta del salón de entretenimiento. Era enorme e iba vestido de negro, y parecía el típico vampiro que hubiera debido dedicarse a la lucha profesional. Aphrodite ronroneó como un gato ante él, y él le dedicó una sonrisa sensual aunque masculina y guerrera. Ella se quedó un ratito a ligar otro poco más.
—¡No llegues tarde! —le dije yo en susurros.
—¡Relájate ya! Entraré dentro de un segundo —contestó Aphrodite con un gesto de despedida de la mano que me recordó que era mejor que no nos vieran juntas.
Yo asentí tensa en su dirección y entré.
—¡Z, por fin llegas! —exclamó Jack, que vino correteando hacia mí con Damien siguiéndolo de cerca.
—Lo siento, me he dado toda la prisa que he podido —dije yo.
—Tranquila, todo el mundo está listo. Te estamos esperando —dijo Damien con una enorme sonrisa que de pronto se desvaneció—. Bueno, todos excepto Aphrodite. No sabemos dónde está.
—Yo sí la he visto. Viene para acá. Adelante, situaos en vuestros puestos.
Damien asintió. Volvió al círculo mientras Jack se ocupaba del equipo de audio (el chico es un genio con cualquier tipo de equipo electrónico).
—Cuando estés lista, dímelo —gritó Jack.
Yo le sonreí y luego volví la vista al círculo. Las gemelas me saludaron con la mano desde sus puestos al sur y al oeste. Erik estaba de pie junto al puesto vacío detrás de la vela de la tierra. Nuestras miradas se encontraron y él me guiñó un ojo. Yo le sonreí, pero me pregunté por qué se quedaba de pie tan cerca de donde sabía que se colocaría Aphrodite.
Y hablando de… Molesta por el hecho de que ella me hiciera esperar a mí, volví la vista hacia la puerta justo a tiempo de verla entrar nerviosamente en la sala. La observé vacilar, y pensé que su rostro se ponía ligeramente pálido al contemplar el círculo de hijos e hijas oscuros esperando. Entonces alzó la barbilla, se echó atrás la melena rubia y, sin hacer caso de nadie, pasó pavoneándose directamente hacia el puesto más al norte del círculo para quedarse de pie tras la vela verde. Al verla los chicos, todo el mundo se calló como si alguien hubiera apretado el botón de pausa. Nadie dijo nada durante unos segundos, pero enseguida comenzaron los murmullos. Aphrodite se quedó detrás de la vela; serena, bella y con su actitud engreída.
—Mejor comenzar, antes de que se te declare un motín.
En esa ocasión no me sobresalté al oír la profunda y seductora voz de Loren desde tan cerca de mí. Sonreí y me volví hacia él, sobre todo para que la mayor parte de la gente (Erik) no viera lo que estoy segura de que era una expresión en mi rostro no apta para apta para el público infantil.
—Yo estoy todo lo lista que podría estar —dije yo.
—¿Y se supone que ella debe estar ahí? —preguntó Loren mientras ladeaba la barbilla en dirección a Aphrodite.
—Desgraciadamente, sí.
—Esto va a ser interesante.
—Así soy yo y así es mi vida: interesante. Tan interesante como un accidente de tráfico.
—Mucha mierda —me deseó Loren, riendo.
—Conociéndome, puede que sea literal —dije yo, suspirando. Me preparé, me giré hacia el círculo y añadí—: Estoy lista.
—Yo le daré la señal a la música. Tú comienza tu danza hacia el centro mientras yo recito el poema —dijo Loren.
Yo asentí y me concentré en respirar y calmarme. Cuando comenzó la música, los rumores del círculo cesaron por completo. Todos los ojos se fijaron en mí. Yo no reconocí la canción, pero el repiqueteo era regular, rítmico, sonoro; me recordaba al pulso. Mi cuerpo lo captó enseguida y comenzó a moverse hacia fuera del círculo.
La voz de Loren complementaba la música perfectamente.
He estado relacionándome con la noche.
He salido a caminar con la lluvia, y he vuelto con la lluvia…
Los versos del antiguo poema encajaban perfectamente con mi estado de ánimo, conjurando de alguna manera las imágenes de los otros mundos en los que yo comenzaba a sentirme cómoda durante mis aventuras solitarias lejos del campus.
He visto la calle más triste de la ciudad.
He pasado por delante del vigilante que cuenta sus pasos
Y he bajado la vista, sin ganas de explicar.
Casi podía sentir la oscuridad de la noche anterior, y ver como parecía metérseme en la piel. Y supe una vez más en qué sentido yo le pertenecía más a esa oscuridad que al mundo humano que me rodeaba. Mientras me movía dentro del círculo, me eché a temblar y oí a Damien lanzar un suave grito de sorpresa, y entonces supe que la niebla y la magia se habían apoderado de mi cuerpo.
Y más allá, en las alturas no terrestres,
Un reloj de luz sobre el cielo
Proclama que el tiempo jamás fue ni incorrecto ni correcto.
He estado relacionándome con la noche.
La voz de Loren se desvaneció y yo giré una vez más, despojándome de la sensación de niebla y de magia de modo que mi cuerpo resultara plenamente visible. Pletórica aún de magia nocturna, elegí el encendedor ritual de la mesa ricamente cargada del centro del círculo, y me di cuenta de que quizá por primera vez me sentía como una auténtica alta sacerdotisa de Nyx, empapada de la magia de la Diosa y saturada de su poder. Todo el estrés al que había estado sometida había desaparecido, barrido por una ola de felicidad. Caminé ligera hacia Damien y me quedé de pie ante él. Él sonrió y susurró.
—¡Eso ha sido realmente chulo!
Yo le devolví la sonrisa y alcé el mechero. Las palabras que me vinieron instintivamente a la mente tuvieron que proceder de Nyx, porque yo jamás he sido tan poética:
—Suaves y susurrantes vientos lejanos, venid a saludarnos. ¡En el nombre de Nyx yo os invoco para que sopléis claros, frescos y libres, y os llamo a mí!
Toqué con la llama la mecha de la vela amarilla de Damien e, instantáneamente, me vi rodeada por un viento dulce y acariciador.
Me apresuré a acercarme a Shaunee y a su vela roja. Decidí seguir adelante con ese sentimiento especial de sacerdotisa mágica que me estaba embargando. Comencé la invocación sin levantar el mechero.
—Cálidos y rápidos fuegos lejanos, que proporcionáis calor a la vida, ¡en el nombre de Nyx, yo os mando que vengáis a saludarnos y os llamo para que vengáis a mí!
Toqué la mecha de la vela con un rápido movimiento de los dedos, y enseguida estalló una preciosa llama. Shaunee y yo nos sonreímos la una a la otra y luego yo continué el círculo en dirección a Erin.
—Frías aguas de lago y de corriente lejana, os ofrezco saludos. Corred claras, puras y serenas en mágica presencia aquí. ¡En el nombre de Nyx manifestaos, de modo que os veamos, porque yo os llamo a mí!
Toqué la vela azul de Erin con el mechero, y me encantó la forma en que los chicos que estaban más cerca se quedaron boquiabiertos y se echaron a reír al ver como el agua visible, que no los tocaba, iba a romper contra los pies de Erin.
—Tranquila —susurró Erin.
Yo sonreí y seguí moviéndome en el sentido de las agujas del reloj hasta colocarme frente a Aphrodite y la vela verde. La risa general y los alegres susurros del grupo hacía tiempo que se habían acallado. El rostro de Aphrodite era una máscara de indiferencia. Solo en sus ojos podía yo apreciar el nerviosismo y el miedo, y por un segundo me pregunté cuánto tiempo llevaba ella ocultando sus emociones. Pero, conociendo a sus padres de pesadilla, me figuré que mucho.
—Todo saldrá bien —le susurré casi sin mover los labios.
—Puede que eche la pota —susurró ella.
—¡Qué va! —exclamé yo con una sonrisa.
Entonces alcé la voz y pronuncié las bellas palabras que pasaron por mi mente:
—Paisajes lejanos y lugares salvajes de la tierra, yo os saludo. Despertad de vuestro musgoso sueño para traer prodigalidad y belleza y equilibrio. ¡En el nombre de Nyx yo llamo a la tierra a mí!
Encendí la vela de Aphrodite y la rica y fresca fragancia de un campo de heno recién segado inundó por completo toda la sala de recreo. El canto de los pájaros nos rodeó. Las lilas dulcificaron el aire de tal modo que fue como si alguien hubiera estado rociándolo todo con un aerosol con el perfume más perfecto. Yo miré a los ojos a Aphrodite. Los de ella brillaban. Luego me giré para observar al resto del círculo. Todo el mundo miraba a Aphrodite, atónitos y en absoluto silencio.
—Sí —afirmé yo con sencillez, cortando de cuajo todas las preguntas que sabía pululaban por esas cabezas y poniendo (esperaba) fin a sus dudas.
Puede que Aphrodite no les gustara; puede que no confiaran en ella; pero tendrían que aceptar el hecho de que Nyx la había bendecido con un don.
—Sí, Aphrodite ha sido bendecida con la afinidad con el elemento tierra —repetí yo.
Entonces me dirigí al centro del círculo y recogí mi vela púrpura.
—Espíritu lleno de magia y de noche, susurrante alma de la Diosa, amiga y extraña, misterio y conocimiento, ¡en el nombre de Nyx yo te llamo a mí!
Encendí mi vela y me quedé de pie muy quieta, con la familiar cacofonía de los cinco elementos llenándome en cuerpo y alma.
Era tan increíble que casi me olvidé de respirar.
Cuando de nuevo volví a la realidad, prendí la rama seca trenzada de eucalipto y salvia y enseguida la apagué. Respiré hondo el humo de las hierbas y me concentré en las propiedades por las cuales las valoran tanto las gentes de mi abuela: el eucalipto por su poder curativo, de protección y de purificación, y la salvia blanca por su habilidad para conducir nuestros espíritus, energías e influencias negativas. Mientras el humo me rodeaba, miré hacia fuera y comencé a hablar. Era tan consciente de todos los ojos fijos en mí como lo era del hilo de luz brillante plateada que visiblemente unía nuestro círculo.
—¡Benditos seáis! —grité.
—¡Bendita seas! —respondió el grupo.
Sentí que mi tensión comenzaba a desaparecer al dirigirme a ellos:
—Hoy todos sabéis ya que anoche asesinaron a la profesora Nolan. Fue tan horrible y tan cierto como los rumores dicen que fue. Pero ahora mismo me gustaría que os unierais a mí para pedirle a Nyx que calme su espíritu y también que nos ayude a calmar el nuestro —dije. Hice una pausa y miré a Erik—. No llevo aquí mucho tiempo, pero sé que muchos de vosotros os sentíais muy unidos a la profesora Nolan.
Erik trató de sonreír, pero su tristeza era tan evidente que le resultaba imposible curvar los labios. Parpadeó intentando reprimir las lágrimas que inundaban sus ojos azules brillantes y líquidos, tratando de evitar que se derramaran por sus mejillas.
—Era una buena profesora y una bella persona. Vamos a echarla de menos —continué yo—. Mandémosle a su espíritu una última bendición.
—¡Bendita sea! —gritaron automáticamente los chicos con toda su alma.
Yo hice una pausa hasta que se callaron del todo, y entonces continué:
—Ya sé que se suponía que tenía que anunciar a quién quiero elegir para el Consejo de prefectos, pero debido a todo lo sucedido durante el último mes, he decidido esperar hasta el final del curso. Entonces el Consejo y yo nos reuniremos y barajaremos nombres, que os daremos a conocer para que votéis. Hasta entonces, he decidido añadir automáticamente a un iniciado más a nuestro Consejo.
Hablaba como si se tratara de la decisión más natural del mundo, como si fuera una cuestión de hecho y yo no estuviera diciendo nada que la mayor parte de la gente considerara una completa locura.
—Como ya habéis visto, la Diosa le ha concedido a Aphrodite la afinidad con la tierra. Igual que a Stevie Rae, eso le otorga una posición en nuestro Consejo. Y también igual que Stevie Rae, ella ha accedido a acatar mis nuevas reglas de las Hijas Oscuras.
Me giré para mirar a Aphrodite a los ojos, y me sentí aliviada al ver que ella me sonreía tensa y nerviosa para, finalmente, asentir con la cabeza una sola vez. Entonces, sin concederles ni un solo instante para ponerse a cotillear, cogí la copa de vino tinto de la mesa de Nyx y comencé la invocación oficial de la Oración de la Luna Llena.
—Este mes, una vez más, nos encontramos con que, con la luna llena, hemos de enfrentarnos a nuevos comienzos. El mes pasado se trató de un nuevo orden en las Hijas e Hijos Oscuros. Este mes se trata de un nuevo miembro del Consejo de prefectos y de la tristeza por la muerte de una profesora. Yo solo he sido la líder durante un mes, pero sin embargo sé que puedo… —hice una pausa y me corregí— quiero decir que sé que nosotros podemos confiar en que Nyx nos ama y en que estará con nosotros aun cuando ocurran cosas horribles.
Alcé la copa y recorrí el círculo, recitando el antiguo y bello poema que había memorizado el mes pasado:
Luz airosa de la luna
Misterio de la tierra profunda
Poder del agua que fluye
Calidez de la llama ardiente
¡En nombre de Nyx os llamamos a nosotros!
Ofrecí a cada uno de los iniciados un trago de vino, y asentí cada vez que ellos me sonrieron. Me concentré luego en tratar de parecer alguien con quien ellos pudieran contar; alguien en quien ellos pudieran confiar.
Curación de las heridas
Enderezamiento de lo erróneo
Purificación de lo impuro
Deseo de verdades
¡En nombre de Nyx os llamamos a nosotros!
Me alegré de que todos murmuraran «bendita sea» después de beber y de que no se mostraran particularmente rebeldes.
Vista del gato
Oído del delfín
Velocidad de la serpiente
Misterio del fénix
¡En nombre de Nyx os llamamos a nosotros
y os pedimos que seáis bendecidos con nosotros!
Le ofrecí a Aphrodite el último trago antes de beber yo. Casi ni siquiera la oí susurrar «¡Buen trabajo, Zoey!», justo antes de beber y de devolverme la copa, diciendo las palabras rituales «Bendita seas» con voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo la oyera.
Me sentí aliviada y bastante orgullosa de mí misma, apuré la copa de vino y la dejé sobre la mesa. Entonces, en orden inverso, le di las gracias a cada elemento y los fui despidiendo mientras Aphrodite, Erin, Shaunee y Damien soplaban sobre sus respectivas velas. Por último completé el ritual diciendo:
—Este ritual de la Luna llena ha terminado. Bienvenidos, partid con bien y de nuevo bienvenidos.
Los iniciados contestaron:
—Feliz encuentro, feliz partida y feliz reencuentro.
Recuerdo que estaba sonriendo como una estúpida, absolutamente desprevenida, cuando Erik soltó un grito de dolor y cayó de rodillas.