18

—Heath, concéntrate —dije yo. Canalicé el ardor que recorría mi cuerpo y lo convertí en irritación—. Los túneles. Ibas a contarme lo que recuerdas.

—¡Ah, sí! —dijo él con su típica sonrisa monísima de niño malo—. En realidad no recuerdo mucho, por eso te lo pregunto. Solo recuerdo dientes y uñas y ojos y cosas de esas, y luego tú. Es todo como un mal sueño. Bueno, excepto la parte en que sales tú. Esa parte sí me gusta. ¡Eh, Z!, ¿es verdad que me rescataste?

Yo hice una mueca impaciente y eché a caminar otra vez, arrastrándolo detrás de mí.

—Sí, te rescaté, idiota.

—¿De qué?

—¡Jolines!, ¿es que no lees los periódicos? La historia salía en la página dos.

Se trataba de un artículo encantador, aunque ficticio, en el que se citaba al detective Marx y su más breve y falsa afirmación acerca del caso.

—Sí, pero no decía mucho. ¿Qué pasó en realidad?

Yo me mordí el labio mientras mi mente se aceleraba. Heath apenas recordaba nada acerca de Stevie Rae y su grupito de cosas muertas no muertas. Evidentemente, el bloqueo mental de Neferet seguía firme en su lugar. Y, comprendí de pronto, ahí tenía que seguir. Cuanto menos supiera Heath sobre lo que había ocurrido, menos atención le prestaría Neferet y, por tanto, menos oportunidades tendría de que ella le apretara las tuercas por tercera vez: mejor para él. Además, el chico tenía que seguir adelante con su vida. Con su vida humana. Y dejar de estar obsesionado conmigo y con las cosas de vampiros.

—No pasó gran cosa más, aparte de lo que decían los periódicos. No sé quién era ese tipo, un mendigo de la calle que estaba loco. El mismo tipo que mató a Chris y a Brad. Te encontré y usé mi poder sobre los elementos para apartarnos de él, pero tú estabas bastante hecho polvo. Él te había… eh… cortado y eso. Supongo que por eso tienes esos recuerdos tan raros, si es que te acuerdas de algo —dije yo, encogiéndome de hombros—. Pero si yo fuera tú, no me preocuparía por eso. Ni siquiera pensaría en ello. No merece la pena, en serio.

Él abrió la boca para decir algo, pero habíamos llegado a la entrada trasera del parque, y yo señalé un banco bajo el primer árbol grande.

—¿Qué te parece si nos sentamos ahí?

—Lo que tú digas, Z.

Heath pasó un brazo por encima de mis hombros, y juntos caminamos hacia el banco.

Al sentarnos me las arreglé para deslizarme por debajo de su brazo; me senté en dirección a él, mirándolo, de modo que mis rodillas fueran una especie de barrera que le impidiera acercarse demasiado. Respiré hondo y me obligué a mí misma a mirarlo a los ojos. Podía hacerlo, me repetí una y otra vez.

—Heath, tú y yo no podemos seguir viéndonos.

Él arrugó la frente. Parecía como si estuviera tratando de resolver un intrincado problema de matemáticas.

—¿Por qué tienes que decir una cosa así, Zo? Por supuesto que podemos volver a vernos.

—No, no es bueno para ti. Esto que hay entre tú y yo tiene que terminar —añadí a toda prisa al ver que él iba a protestar—. Ya sé que no verme te parece muy difícil, pero es por la conexión, Heath. En serio. He estado leyendo acerca de ello. Si no seguimos viéndonos, la conexión se desvanecerá.

Eso no era exactamente cierto. En el libro ponía que a veces una conexión podía desvanecerse debido a la falta de exposición de las personas conectadas la una a la otra. Bueno, yo contaba con que ese fuera precisamente el caso.

—Saldrá bien —continué yo—. Me olvidarás y seguirás con tu vida.

Mientras yo hablaba, la expresión de Heath se hacía más y más seria y su cuerpo se quedaba cada vez más quieto. Yo lo sabía porque podía sentir sus latidos, que incluso iban más lentos. Y cuando por fin habló, su voz sonó como la de un viejo. Muy viejo. Como si hubiera vivido miles de años y supiera cosas que yo solo podía imaginar.

—Yo no te olvidaré. Ni siquiera cuando haya muerto. Esto es lo normal para mí. Amarte para mí es lo normal.

—Tú no me amas. Simplemente estás conectado conmigo —dije yo.

—¡Gilipolleces! —gritó él—. ¡No me digas que no te amo! Te amo desde que tenía nueve años. La conexión es solo otra parte más de la relación que existe entre tú y yo desde que éramos niños.

—Esta conexión tiene que terminar —dije yo con calma, mirándolo a los ojos.

—¿Por qué? Ya te he dicho que a mí me gusta. Y tú sabes que estamos hechos el uno para el otro, Zo. Tienes que creer en nosotros.

Sus ojos me suplicaban, y yo sentí que se me hacía un nudo en el estómago. Él tenía razón en muchas cosas. Siempre habíamos sido él y yo, desde hacía mucho tiempo; y de no haber sido yo marcada, probablemente habríamos ido juntos a la universidad y luego nos habríamos casado después de graduarnos. Habríamos tenido niños, habríamos vivido en una casita de las afueras y habríamos tenido un perro. Nos habríamos peleado de vez en cuando, sobre todo por culpa de su obsesión con los deportes, pero luego habríamos hecho las paces y él me habría traído flores y ositos de peluche como hacía siempre cuando éramos adolescentes.

Solo que yo había sido marcada y mi antigua vida había muerto el día en que había nacido la nueva Zoey. Cuanto más pensaba en ello, más me daba cuenta de que romper con Heath era lo correcto. Conmigo él jamás podría ser otra cosa que mi Renfield, y mi querido Heath, el dulce amor de mi infancia, se merecía algo más que eso. Entonces me di cuenta de lo que tenía que hacer y cómo.

—Heath, lo cierto es que a mí no me gusta tanto como a ti —dije con voz fría e indiferente—. Ya no somos solo tú y yo. Tengo un novio. Un novio de verdad. Él es como yo. No es humano. Es a él a quien quiero.

No estaba muy segura de si estaba hablando de Erik o de Loren, pero sí estaba segura del dolor que nublaba los ojos de Heath.

—Si tengo que compartirte, lo haré —dijo él con una voz tan baja que era casi un susurro. Debía sentirse demasiado violento por decir eso, porque apartó la vista y no se atrevió a mirarme a los ojos—. Haré lo que sea con tal de no perderte.

Algo dentro de mí se rompió, pero sin embargo me reí de Heath.

—Pero ¿te estás escuchando? ¡Eso suena patético! ¿Tú sabes cómo es un hombre vampiro?

—¡No! —dijo él con una voz repentinamente fuerte, mirándome de nuevo a los ojos—. No, no sé cómo son. Y estoy seguro de que pueden hacer miles de cosas maravillosas. Seguro que son altos y malos y todo eso. Pero yo sé una cosa que ellos no pueden hacer, y yo sí. No pueden hacer esto.

Con un movimiento tan rápido que no me dio tiempo a comprender qué hacía hasta que fue demasiado tarde, Heath se sacó una cuchilla de afeitar del bolsillo de los vaqueros y se hizo un corte largo y profundo a un lado del cuello. Yo supe al instante que no se había cortado ninguna arteria ni nada de eso. El corte no lo mataría, pero le salía sangre: chorros de sangre caliente, dulce y fresca se deslizaban por su cuello y hombro. ¡Y era la sangre de Heath! Era un olor con el que estaba conectada y, por tanto, destinada a desear por encima de todos los demás. La dulzura de ese olor me invadió, rozando mi piel con sensual insistencia.

No pude contenerme. Me incliné hacia delante. Heath ladeó la cabeza y estiró el cuello de modo que todo el bello y reluciente corte quedara expuesto.

—Llévate el dolor, Zoey, el de los dos. Bebe de mí y para ya este ardor antes de que no pueda soportarlo más.

Su dolor. Le causaba dolor. Había leído acerca de ello en el libro de Sociología vampírica avanzada. Advertía acerca del peligro de la conexión y de cómo el lazo de la sangre podía ser tan fuerte que no beber sangre humana podía llegar de hecho a causar dolor.

Así que bebería de él… solo una vez más… solo para detener el dolor…

Me incliné otro poco más y descansé la mano sobre su hombro. Para cuando saqué la lengua y lamí el delgado hilo rojo de su cuello, todo mi cuerpo estaba temblando.

—¡Oh, Zoey, sí! —gimió Heath—. Así, cariño. Sí, acércate más. Bebe más.

Heath me agarró del pelo y apretó mis labios contra su cuello mientras yo bebía de él. Su sangre fue como una explosión. No solo en mi boca, sino por todo mi cuerpo. Yo había leído todos los porqués y cómos acerca de las reacciones fisiológicas que tienen lugar entre un humano y un vampiro cuando los consume la lujuria por la sangre. Es algo muy simple. Nyx nos ha concedido a ambos algo que nos capacita para sentir placer con un acto que, de otro modo, sería brutal e incluso mortal. Pero las simples palabras de un desapasionado libro de texto no podían ni mucho menos describir lo que estaba ocurriendo en nuestros cuerpos mientras yo bebía del chorreante cuello de Heath. Me senté a horcajadas sobre él, presionando la parte más íntima de mí contra su duro paquete. Él apartó las manos de mi pelo para agarrarme de las caderas y comenzar a balancearme rítmicamente contra él mientras gemía y jadeaba y me susurraba que no parara. Y yo no quería parar. No quería parar nunca. Me ardía todo el cuerpo, exactamente igual que le había ardido a él. Solo que mi dolor era dulce, sensual, delicioso. Yo sabía que Heath tenía razón. Erik era como yo y yo lo quería. Loren era un hombre de verdad y era poderoso e increíblemente misterioso. Pero ninguno de los dos podía hacer por mí lo que estaba haciendo Heath. Ninguno de los dos podía hacerme sentir… podía hacerme desear… desear tomar…

—¡Sí, zorra! ¡Cabalga sobre él! ¡Móntalo bien!

—Ese chiquito blanco no tiene nada para ti. Yo te daré algo que sí va a hacerte sentir.

Las manos de Heath se aferraron con fuerza a mis caderas; estaba a punto de apartarme a un lado para protegerme de las voces burlonas, pero la ira que atravesó todo mi cuerpo fue cegadora. Mi furia era imposible de ignorar y mi respuesta fue inmediata. Alcé la cara del cuello de Heath. Se trataba de dos chicos negros que estaban a pocos pasos de nosotros y que se acercaban. Llevaban los típicos pantalones ridículos que cuelgan como un pañal y abrigos varias tallas más grandes. Les enseñé los dientes y siseé, y sus expresiones cambiaron de burlonas a asustadas e incrédulas.

—Iros de aquí u os mataré —gruñí con una voz tan poderosa que ni yo misma me reconocí.

—¡Es una jodida puta chupasangre! —dijo el más bajito.

—¡Nah!, la muy puta no tiene tatuaje. Pero si quiere chupar, yo voy a darle qué chupar.

—Sí, primero a ti y luego a mí. El novio punk que vea cómo se hace.

Ambos se echaron a reír y comenzaron a acercarse a nosotros otra vez.

Yo seguía aún sentada a horcajadas sobre Heath. Alcé un brazo por encima de la cabeza y, con el otro, me restregué la frente y luego toda la cara, llevándome el maquillaje que me tapaba el tatuaje. Eso los paró en seco. Tenía ambos brazos levantados, así que me fue fácil concentrarme. Me sentía fuerte y poderosa después de haber bebido la sangre de Heath, y sobre todo muy cabreada.

—Viento, ven a mí —ordené. Mi pelo comenzó a levantarse y a girar al ritmo de la brisa que se alzaba a mi alrededor—. ¡Llévatelos muy lejos de aquí!

Alargué los brazos hacia los dos hombres, dejando que mi ira explotara con mis palabras. El viento obedeció al instante, rompiendo contra ellos con tal fuerza que los barrió. Gritaron, juraron. El viento los levantó por los pies y se los llevó lejos de mí. Yo observé con una especie de distante fascinación como el viento dejaba caer a ambos hombres en medio de la calle Veintiuno.

Ni siquiera parpadeé cuando el camión los atropelló.

—¡Zoey!, ¿qué has hecho?

Yo bajé la vista hacia Heath. Su cuello seguía sangrando y tenía el rostro pálido. Tenía los ojos inmensamente abiertos, estaba aterrado.

—Iban a hacerte daño.

Por fin había expulsado la ira de mí, y me sentía extraña, como entumecida y confusa.

—¿Los has matado? —siguió preguntando Heath, asustado y en tono acusador.

Yo fruncí el ceño y lo miré.

—No. Lo único que he hecho ha sido apartarlos de nosotros. El resto lo ha hecho el camión. Y, de todos modos, puede que no estén muertos.

Volví de nuevo la vista hacia la calle. El camión había conseguido detenerse tras patinar con un fuerte chirrido de las ruedas. También otros coches se habían parado, y pude oír a gente gritar.

—Además el hospital de Saint John está a menos de dos kilómetros por esa misma calle —dije. Enseguida comenzaron a oírse sirenas—. ¿Lo ves?, ya vienen las ambulancias. Probablemente están bien.

Heath me empujó y me apartó de su regazo, y luego se apretó el cuello del jersey para taparse el corte.

—Tienes que marcharte. Enseguida habrá miles de policías por aquí. No deben encontrarte.

—¿Heath?

Alcé la mano hacia él, pero luego la dejé caer al ver que él retrocedía. Comenzaba a pasárseme el entumecimiento, y al mismo tiempo mi cuerpo empezaba a temblar. Dios, ¿qué había hecho?

—¿Tienes miedo de mí?

Lentamente él alargó una mano, tomó la mía y tiró de mí hacia él hasta envolverme con un brazo.

—No tengo miedo de ti, tengo miedo por ti. Si la gente descubre lo que puedes hacer, no… no sé qué puede pasar —dijo él. Heath se apartó ligeramente de mí para mirarme a los ojos, pero sin quitar el brazo—. Estás cambiando, Zoey. Y no estoy muy seguro de en qué te estás convirtiendo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Me estoy convirtiendo en vampira, Heath. En eso consiste el cambio.

Él me tocó la frente, y entonces me borró el resto del maquillaje con el dedo pulgar hasta que toda la marca fue visible. Se inclinó para besar la luna creciente en medio de mi frente y dijo:

—A mí no me importa que seas una vampira, Zo. Pero quiero que recuerdes que sigues siendo Zoey. Mi Zoey. Y mi Zoey no es mala.

—No podía permitir que te hicieran daño —susurré.

Entonces me eché a temblar al darme cuenta por fin de lo fría y terrible que había sido. Puede que incluso hubiera causado la muerte de dos hombres.

—¡Eh!, mírame, Zo —dijo Heath, que puso una mano sobre mi barbilla para obligarme a mirarlo a los ojos—. Mido casi uno ochenta y cinco. Soy una verdadera promesa como quarterback para estar en sexto. La Universidad de Oklahoma me ha ofrecido una plaza si me apunto al equipo de fútbol. ¿Quieres, por favor, tener presente que puedo cuidar de mí mismo? —dijo Heath, soltando por fin mi barbilla y acariciando de nuevo mi mejilla. Su voz sonaba tan seria y madura que de pronto me recordó de un modo extraño a su padre—. Cuando estaba fuera con mis padres, estuve leyendo cosas sobre vuestra diosa vampira, Nyx. Zo, hay muchas cosas escritas sobre vampiros, pero no encontré nada que dijera que vuestra diosa es mala. Y creo que deberías recordar eso. Nyx te ha dado un puñado de poderes, pero no creo que a ella le gustara que los utilizaras de un modo erróneo —dijo. Por un momento él alzó la vista por encima del hombro hacia la calle distante y la horrible escena que se desarrollaba allí—. No debes ser mala, Zo. Pase lo que pase.

—¿Desde cuándo eres tan sabio?

—Desde hace dos meses —contestó él con una sonrisa. Luego me besó en los labios suavemente, se puso en pie y tiró de mí para que yo hiciera lo mismo—. Tienes que marcharte de aquí. Voy a llevarte de vuelta por donde hemos venido. Deberías tomar el atajo por el Jardín de Rosas hasta la escuela. Si esos tipos no están muertos se pondrán a hablar, y entonces las cosas se van a poner mal para la Casa de la Noche.

—Sí, bien. Volveré a la escuela —asentí yo. Entonces suspiré—. Se suponía que tenía que romper contigo.

La tímida sonrisa de Heath se convirtió en una sonrisa de oreja a oreja.

—Eso no va a ocurrir, Zo. ¡Somos tú y yo, cariño! —exclamó. Entonces me besó larga y profundamente, y luego me empujó con suavidad en dirección al Jardín de Rosas de Tulsa que bordea el parque de Woodward—. Llámame y nos vemos la semana que viene, ¿vale?

—Vale —musité yo.

Él echó a caminar de espaldas para verme marchar. Yo me di la vuelta y me dirigí de frente hacia el Jardín de Rosas. Y automáticamente, como si llevara décadas haciéndolo, llamé a la niebla y a la noche, a la magia y a la oscuridad para que me ocultaran.

¡Uau! ¡Qué guay, Zo! —le oí gritar desde detrás de mí—. ¡Te quiero, cariño!

—Yo también te quiero, Heath.

No me di la vuelta, sino que susurré las palabras al viento y le ordené que le llevara mi voz a él.