17

Erik iba a cabrearse terriblemente conmigo. Las gemelas estaban tiradas en sus sillones favoritos, viendo el DVD de Spiderman 3, cuando salí corriendo de la cocina con mi lata de refresco y la cesta llena de bolsas de sangre.

—¡Jolines!, Z, ¿estás bien? —me preguntó Shaunee, algo asustada y con los ojos inmensamente abiertos.

—Hemos oído rumores sobre ti y la bruja… —dijo Erin, que hizo una pausa y luego, de mala gana, se corrigió—: Quiero decir, sobre ti y Aphrodite; vamos, que habíais encontrado a la profesora Nolan. Ha debido de ser horrible.

—Sí, fue horrible.

Me obligué a sonreír, tratando de infundirles confianza y sin demostrarles en ningún momento que solo deseaba salir disparada de allí.

—No puedo creer que de verdad haya ocurrido algo así —comentó Erin.

—Sí. No parece real —dijo Shaunee.

—Es real. Está muerta —dije yo solemnemente.

—¿Seguro que estás bien? —preguntó de nuevo Shaunee.

—Estamos todos muy preocupados por ti —añadió Erin.

—Estoy bien. Os lo prometo —dije yo. El estómago se me revolvió.

Shaunee, Erin, Damien y Erik eran mis mejores amigos y detestaba mentirles, aunque la mayor parte de las mentiras que les decía fueran solo por omisión. Durante los dos meses que llevaba viviendo en la Casa de la Noche ellos y yo nos habíamos convertido en una familia, así que ellos no estaban fingiendo. Estaban verdaderamente preocupados por mí. Y mientras estaba ahí de pie, tratando de discernir qué podía contarles y qué no, tuve una horrible premonición que me produjo un escalofrío. ¿Y si ellos descubrían todo lo que yo había estado ocultándoles y me daban la espalda?, ¿y si dejaban de ser mis amigos? Solo pensar en esa terrible posibilidad me producía pánico y me hacía flaquear. Pero antes de que pudiera convertirme en una gallina, confesarlo todo, arrojarme a sus pies para pedirles su comprensión y que no se enfadaran conmigo, solté:

—Tengo que ir a ver a Heath.

—¿A Heath? —repitió Shaunee, cuyo aspecto era de completa confusión.

—Su ex novio humano, gemela, ¿no te acuerdas? —dijo Erin.

—Ah, sí, el rubio sexi ese, al que casi se comen los fantasmas vampiros hace dos meses, y al que luego, el mes pasado, casi mata ese mendigo que resultó ser un asesino en serie —dijo Shaunee.

—¿Sabes, Z?, a veces eres un poco mala con tus ex novios —comentó Erin.

—Sí, debe ser un asco ser él —dije yo mientras me acercaba con naturalidad hacia la puerta—. Tengo que irme, chicas.

—No dejan a nadie salir del campus —dijo Erin.

—Lo sé, pero, eh… bueno… —dije, vacilando. Y de pronto me sentí ridícula por vacilar. No podía decirles nada a las gemelas acerca de Stevie Rae o Loren, pero sin duda podía hablarles de algo tan típicamente adolescente como escaparse de la escuela—. Conozco un sitio secreto por el que escapar.

—¡Bien hecho, Z! —exclamó Shaunee, contenta—. Nosotras utilizaremos tus destrezas superiores en escapada durante los exámenes finales de primavera, cuando tengamos que estudiar.

—¡Por favor! —exclamó entonces Erin, con un gesto desdeñoso—. ¡Como si nos hiciera falta estudiar! Sobre todo hay que salir a saquear las rebajas de zapatos de finales de temporada —explicó Erin. Luego alzó sus cejas rubias y añadió—. ¡Eh, Z!, ¿qué le contamos a tu novio?

—¿Mi novio?

—Tu novio, Erik estoy-de-puta-madre Night —dijo Erin, lanzándome una mirada como si creyera que yo me había vuelto loca.

—¡Hola!, vuelve a la tierra, Zoey. ¿Seguro que estás bien? —preguntó Shaunee por tercera vez.

—Sí, sí, estoy bien. Lo siento. ¿Y por qué tenéis que decirle nada a Erik?

—Porque nos dijo que te dijéramos que le llamaras por teléfono en el maldito instante en el que te despertaras. Está terriblemente preocupado por ti —dijo Shaunee.

—Y sin duda, como no lo llames pronto, se presentará aquí de un momento a otro —intervino Erin—. ¡Oooooh, gemela! —exclamó, abriendo inmensamente los ojos y esbozando una insinuante sonrisa—, ¿crees que su novio traerá a los dos guapetones?

—Por supuesto que es una posibilidad, gemela —contestó Shaunee tras apartarse un espeso mechón de pelo negro de la cara—. T. J. y Cole son sus amigos, y este es sin duda un momento muy delicado.

—Tienes razón, gemela. Y todos sabemos que los amigos siempre deben estar juntos durante los momentos delicados.

Una vez hubieron llegado a un perfecto acuerdo, las gemelas se volvieron hacia mí.

—Adelante, ve y haz lo que tengas que hacer con tu ex novio —dijo Erin.

—Sí, nosotras te cubrimos las espaldas. Esperaremos a que aparezca Erik, y entonces le diremos que estamos demasiado asustadas como para quedarnos nosotras solitas —dijo Shaunee.

—Desde luego, necesitamos protección —asintió Erin—. Lo cual significa que tendrá que ir a por sus amigos, y todos juntos nos haremos un ovillo y esperaremos a que vuelvas de tu reunión.

—Me parece un buen plan. ¡Ah, pero no le digáis que he salido del campus! Puede que se asuste. Basta con darle una respuesta vaga, como que he ido a hablar con Neferet o cualquier cosa.

—Cualquier cosa. Te cubriremos. Pero, hablando de salir del campus, ¿estás segura de que es seguro? —preguntó Shaunee—. Porque no nos estamos inventando del todo el hecho de que la gente ahora tiene miedo.

—Sí, ¿no podrías romper con tu novio humano más tarde, como por ejemplo después de que hayan pillado al loco que le cortó la cabeza y crucificó a la profesora Nolan? —preguntó Erin.

—Es algo que tengo que hacer ahora. Ya sabéis, con eso de la conexión, no se trata exactamente de una ruptura normal y corriente.

—Es un drama —dijo Erin.

—Un drama muy serio —convino Shaunee, asintiendo con solemnidad.

—Sí, y cuanto más lo retrase, peor. Quiero decir que Heath acaba de volver a la ciudad, y ya está mandándome mensajitos de que se muere —expliqué yo. Las gemelas me lanzaron miradas de solidaridad—. Así que, hasta luego. Volveré a tiempo para cambiarme antes del ritual de Neferet.

Me marché a toda prisa mientras las gemelas me gritaban un «hasta luego».

Al salir por la puerta, me topé con lo que me pareció una enorme montaña masculina. Unas manos increíblemente fuertes me sujetaron para que no perdiera el equilibrio y me cayera por las escaleras. Alcé la vista hacia arriba, y más arriba, y más arriba, hasta un rostro inexpresivo e increíblemente bello. Y entonces parpadeé sorprendida. Sin duda se trataba de un vampiro maduro (con el tatuaje completo), aunque no parecía mucho más mayor que yo. Pero ¡jolines, era enorme!

—Cuidado, iniciada —dijo la montaña, vestida toda de negro. De pronto su inexpresivo rostro cambió—. Tú eres Zoey Redbird.

—Sí, soy Zoey.

Me soltó, dio un paso atrás y se llevó el puño al pecho con vigor, a modo de saludo.

—Feliz encuentro. Es un placer conocer a la iniciada a la que Nyx ha otorgado tantos dones.

Yo me sentí incómoda y un tanto estúpida, pero le devolví el saludo.

—Yo también me alegro de conocerte. ¿Y tú te llamas?

—Darius, de los Hijos de Érebo —dijo él, inclinando la cabeza y haciendo de ello un título más que una mera descripción.

—¿Eres uno de los tipos a los que han llamado por lo que le ha ocurrido a la profesora Nolan? —pregunté yo con la voz trémula, cosa que él obviamente captó.

—Eh —dijo él que, de pronto, pareció más joven y, sin embargo, al mismo tiempo, también más poderoso—, no deberías preocuparte, Zoey. Los Hijos de Érebo protegerán la escuela de Nyx hasta su último aliento.

La forma en que lo dijo me puso la carne de gallina. Era un tipo enorme y musculoso y muy, muy serio. No podía imaginar que nada ni nadie pudiera pasar por delante de él, y menos aún que pudiera obligarlo a tomar su último aliento.

—G-g-gracias —tartamudeé yo.

—Mis hermanos guerreros están apostados a lo largo de todo el terreno de la escuela. Puedes relajarte y sentirte a salvo, pequeña sacerdotisa —añadió él con una sonrisa.

«¿Pequeña sacerdotisa?». ¡Por favor! Aquel chico tenía que haber completado el cambio recientemente.

—Ah, bien. Sí, eso haré —dije yo, comenzando a bajar las escaleras—. Solo voy a… a… a los establos, a ver a mi yegua, Perséfone. Me alegro de conocerte. Y de que estés aquí —añadí, saludándolo de un modo ridículo con la mano.

Me apresuré por el camino hacia los establos. Sentía su vista fija en mí.

Mierda. Eso no era tan bueno. Me preguntaba qué diablos iba a hacer. ¿Cómo iba a escabullirme de allí, con guerreros como montañas (por jóvenes y monos que fueran) esparcidos por todas partes? Y no es que me importara lo joven y mono que ese guerrero fuera. Como si yo tuviera tiempo para echarme otro novio. De ninguna de las maneras. Eso por no mencionar que por muy sexi que fuera, no dejaba de ser una montaña. Jopé, estaba hecha un lío y tenía un fuerte dolor de cabeza.

Y entonces oí una suave voz en mi cabeza que me decía que pensara… y que mantuviera la calma…

Las palabras se arremolinaron con suavidad en mi mente frenética. De manera automática, comencé a calmarme. Respiré profundamente, esforzándome por relajarme y pensar. Necesitaba estar serena… en calma… pensar y…

Y así, sin más, vino a mí. Supe qué tenía que hacer. En medio de la sombra, entre las dos siguientes lámparas de gas, salí del camino como si hubiera decidido dar un paseo por entre los enormes y viejos robles. Solo que cuando llegué al primer árbol, hice una pausa bajo su sombra, cerré los ojos y me concentré. Entonces, tal y como ya había hecho antes, llamé al silencio y a la invisibilidad a mí y me envolví en un silencio sepulcral (y, por un instante, esperé que la metáfora fuera solo producto de un exceso de mi imaginación, y no un espeluznante presagio).

Estoy en perfecto silencio… nadie puede verme… nadie puede oírme… soy como la niebla… los sueños… el espíritu…

Sentí la presencia de los Hijos de Érebo, pero no miré a mi alrededor. No permití que mi concentración flaquease un instante. En lugar de ello continué con mi plegaria interna, que se convirtió en un hechizo, que se convirtió en magia. Me moví como la brizna de un pensamiento o de un secreto, imposible de detectar, oculta en las capas de silencio y niebla, bruma y magia. Mi cuerpo tembló. Me pareció que de hecho flotaba, y cuando bajé la vista para mirar mi cuerpo, solo vi una sombra dentro de la niebla, dentro de la sombra. Aquello debía ser lo que Bram Stoker había descrito en Drácula. Pero en lugar de sobresaltarme, la idea fortaleció mi concentración y me hizo sentirme como algo menos sustancial. Me moví como en un sueño, y por fin encontré el árbol al que había partido un rayo. Trepé por su tronco roto hasta una gruesa rama que descansaba contra el muro como si yo no pesara nada.

Tal y como me había dicho Aphrodite, había una cuerda fuertemente atada a una bifurcación de la rama, enrollada como una serpiente a la espera. Aún en silencio y con movimientos como los de un sueño, arrojé el cabo de la cuerda al otro lado del muro. Luego, siguiendo un instinto que me salía del mismo centro del alma y que me atravesaba todo el cuerpo, alcé los brazos y susurré:

—Venid a mí, aire y espíritu. Como la niebla de la medianoche, llevadme a la tierra.

No tuve que saltar del muro. El viento sopló a mi alrededor como una caricia de aire y elevó mi cuerpo, que se tornó tan insustancial como el espíritu; me llevó flotando al césped del otro lado del muro, a unos seis metros. Por un segundo me quedé tan maravillada que me olvidé de la profesora asesinada, del asunto de los novios y de los nervios de mi vida en general. Con los brazos aún levantados, comencé a dar vueltas. Me encantaba la sensación del viento y del poder contra mi piel transparente y cubierta de rocío. Era como si me hubiera convertido en parte de la noche. Apenas tocaba el suelo mientras me movía a lo largo del sendero de césped hasta llegar a la acera de la calle Utica y comenzaba a bajar por ella el escaso tramo que daba a la plaza del mismo nombre. Me sentía tan increíblemente bien que casi me olvidé de parar para taparme los tatuajes. De mala gana, hice una pausa para buscar el maquillaje y un espejo en la cesta. Al ver mi reflejo, no pude evitar contener el aliento. Mi aspecto era iridiscente. Mi piel resplandecía con colores como los de las perlas; era como un espejismo. Mi pelo oscuro se levantaba alrededor de mi rostro, flotando con una brisa que soplaba solo para mí. No parecía humana, pero tampoco parecía una vampira. Parecía un nuevo tipo de ser, nacido para la noche y bendecido por los elementos.

¿Qué era lo que me había dicho Loren en la biblioteca? Algo acerca de que era una diosa entre semidiosas. Mi aspecto en ese preciso momento me hizo pensar que quizá él hubiera acertado. El poder me estremecía mientras se me levantaba el pelo de los hombros. Juro que podía sentir como me ardían deliciosamente los tatuajes del cuello y de la espalda. Quizá Loren tuviera razón acerca de muchas otras cosas; como, por ejemplo, acerca de que nosotros dos éramos amantes con mala suerte. Quizá, después de decirle a Heath que no podía volver a verlo, debiera apartarme también de Erik. La idea de abandonarlo me provocó un sofoco, pero era de esperar. Yo no era una persona sin corazón, y él me gustaba de verdad. Y, ¿no demostraba la muerte de la profesora Nolan que uno nunca sabía lo que podía ocurrir?, ¿no demostraba que la vida, incluso para un vampiro, podía ser verdaderamente corta? Quizá yo debía estar con Loren; quizá eso fuera lo mejor, me dije sin dejar de mirar mi reflejo en el espejo.

Después de todo, yo no era como el resto de los iniciados.

Eso era algo que yo debía aceptar: algo contra lo que debía dejar de luchar y a lo que debía dejar de temer.

Y si yo no era como los demás iniciados, entonces, ¿no era lógico que también necesitara estar con alguien especial, alguien con quien los otros iniciados no habrían podido estar?

Pero Erik me quiere, y yo también lo quiero a él. No estoy siendo justa con Erik… ni con Heath… Loren es un hombre… se supone que es un profesor… y por eso no debería escaparme por ahí con él…

Hice caso omiso de los sentimientos de culpabilidad que me susurraba mi conciencia y ordené en silencio al viento, a la niebla y la misteriosa oscuridad que se alzaran, de modo que pudiera materializarme por completo y cubrir así mis intrincados tatuajes. Entonces alcé la barbilla, enderecé la espalda y me dirigí calle abajo por la plaza de Utica hacia el Starbucks y hacia Heath, a pesar de no estar del todo segura de lo que iba a hacer.

Me quedé en el lado oscuro de la plaza, por donde había menos farolas, y caminé lentamente para reflexionar sobre lo que iba a decirle a Heath; tenía que hacerle comprender que no podíamos seguir viéndonos. Pero había recorrido menos de la mitad del trayecto de la plaza cuando lo vi acercarse hacia mí. De hecho, primero lo sentí. Fue como sentir un picor bajo la piel al que ni siquiera podía acceder para rascarme. O como una compulsión abstracta que me impulsara a seguir adelante, a buscar algo que sabía que quería pero que no sabía cómo encontrar. Y de pronto, esa compulsión pasó de ser algo abstracto a ser algo perfectamente definido; pasó de ser algo insistente, aunque subconsciente, a ser algo absolutamente imperioso. Y entonces lo vi. Heath. Él se acercaba a mí. Nos vimos en el mismo instante. Él caminaba por el lado contrario de la acera y estaba justo debajo de una farola. Vi sus ojos soltar una chispa y su sonrisa brillar. Al instante, echó a correr y cruzó la calle (noté que ni siquiera miraba antes a los lados, y me alegré de que hubiera poco tráfico gracias al mal tiempo; el chico podía haber quedado aplastado en la calzada).

Me rodeó con los brazos y su aliento me hizo cosquillas en el oído al abrazarme.

—¡Zoey! ¡Oh, cariño, te he echado tanto de menos!

Detesté que mi cuerpo respondiera al instante al de él. Él olía a mi hogar: a una versión atractiva y sexi del hogar, sí, pero al hogar al fin y al cabo. Así que antes de derretirme sin poder evitarlo en sus brazos me aparté de él, consciente de pronto de lo oscura, retirada e incluso íntima que era aquella acera.

—Heath, se suponía que tenías que esperarme en el Starbucks.

Sí, en la terraza repleta de adictos a la cafeína y, por supuesto, nada íntima.

Él se encogió de hombros y sonrió.

—Y eso hacía, pero entonces sentí que llegabas y no pude quedarme sentado —contestó él. Sus ojos marrones brillaban adorablemente. Me acariciaba la mejilla con una mano al añadir—: Estamos conectados, ¿te acuerdas? Somos tú y yo, cariño.

Me obligué a mí misma a dar medio paso atrás, de modo que él no invadiera mi espacio personal.

—De eso precisamente es de lo que tengo que hablar contigo, así que vamos al Starbucks a por un par de bebidas y hablemos.

En público. Donde no me sentiría tan tentada como en la oscura acera de tirar de él hacia el callejón y hundir mis dientes en su dulce nuca y…

—No podemos —dijo él, sonriendo otra vez.

—¿No podemos? —repetí yo, al tiempo que sacudía la cabeza para deshacerme de la semierótica (vale, borra lo de «semi») escena que se representaba en mi calenturienta (y golfa) imaginación.

—No, porque Kayla y el pelotón de putas han elegido esta noche para venir al Starbucks.

—¿El pelotón de putas?

—Sí, así es como Josh, Travis y yo llamamos a Kayla, Whitney, Lindsey, Chelsea y Paige.

—¡Ah, aj! ¿Y desde cuándo sale Kayla con esas odiosas putas?

—Desde que te marcaron.

Entonces yo fruncí el ceño y pregunté:

—¿Y por qué crees que Kayla y sus nuevas amigas han tenido que elegir precisamente esta noche para venir al Starbucks? ¿Y por qué este Starbucks y no el de Broken Arrow, que está mucho más cerca de sus casas?

Heath alzó ambas manos como si se rindiera y exclamó:

—¡No lo he hecho a propósito!

—¿Hacer qué, Heath?

Jolines, el chico a veces era un verdadero bobalicón.

—Yo no sabía que iban a salir del Gap justo cuando yo estaba llegando al Starbucks. No las vi hasta después de que ellas me vieran a mí. Y para entonces era ya demasiado tarde —explicó él.

—Bueno, eso explica su repentino deseo de cafeína. Me sorprende que no te siguieran cuando subiste la calle.

Vale, es cierto. Se suponía que yo iba a romper con él, pero a pesar de todo seguía reventándome pensar que Kayla le rondaba.

—Así que no quieres verlas, ¿no?

—No es que no quiera verlas, es que ni de coña —contesté yo.

—Eso pensaba. Bueno, entonces, ¿y si te acompaño a tu escuela? —sugirió Heath, dando un paso hacia mí y acercándoseme—. Recuerdo el día en que te acompañé, hace un par de meses. Estuvo bien.

Yo también lo recordaba. Y sobre todo recordaba que ese había sido el primer día que yo había probado su sangre. Me eché a temblar. Pero enseguida me controlé. Tenía que controlar como fuera ese deseo de beber sangre.

—Heath —dije con firmeza—, no puedes acompañarme a la escuela. ¿Es que no has visto las noticias? Un estúpido humano ha asesinado a un vampiro. Ahora la escuela es como un campamento del ejército. He tenido que escaparme para venir a verte, y no puedo estar fuera mucho tiempo.

—¡Ah, sí!, lo he oído —contestó él. Me cogió de la mano—. ¿Estás bien?, ¿conocías a esa vampira a la que han asesinado?

—Sí, la conocía. Era mi profesora de teatro. Y no, no estoy bien. Y esa es una de las razones por las que tengo que hablar contigo —dije yo, tomando por fin una decisión—. Vamos. Acortaremos por esa calle hacia el parque de Woodward. Allí podremos hablar.

Además, se trataba de un parque público justo en medio de Tulsa, así que no podía ser muy íntimo. O al menos eso esperaba.

—Me parece bien —dijo Heath, contento.

Él se negó a soltarme la mano, así que comenzamos a bajar la calle como lo habíamos hecho siempre desde que íbamos juntos al colegio. Solo habíamos dado unas cuantas zancadas cuando su voz penetró en mi mente, que trataba de no pensar en el hecho de que él presionaba su muñeca contra la mía y yo sentía el pulso de ambos latir al unísono.

—Zo, ¿qué pasó en los túneles?

Yo le lancé una mirada penetrante, pero de reojo.

—¿Qué es lo que recuerdas?

—En general, oscuridad y tú.

—¿A qué te refieres?

—No recuerdo cómo llegué allí, pero sí recuerdo dientes y ojos rojos candentes —dijo él, apretándome la mano—. Y no me refiero a tus dientes, Zo. Además, tus ojos no son candentes. Los tuyos brillan.

—¿Brillan?

—Totalmente. Sobre todo cuando estás bebiendo mi sangre —dijo él, aminorando la marcha de modo que estábamos casi parados cuando alzó mi mano hasta sus labios y la besó—. Tú sabes cuánto me gusta que bebas de mí, ¿verdad?

La voz de Heath se había hecho profunda y ronca, y sus labios eran como fuego contra mi piel. Yo quería inclinarme sobre él y perderme en él y hundir mis dientes en él y…