Después de eso todo ocurrió muy deprisa, pero a mí me pareció como si le estuviera ocurriendo a otra persona que había tomado posesión de mi cuerpo de forma temporal. Neferet se hizo cargo de todo de inmediato. Nos miró a Aphrodite y a mí de arriba abajo y (por desgracia para mí) decidió que solo yo estaba aún en condiciones de volver al lugar en el que se encontraba el cuerpo. Llamó a Dragon Lankford, que se presentó inmediatamente, y armado. Oí a Neferet repasar con él qué guerreros habían vuelto ya de las vacaciones de invierno. Segundos después, según me pareció a mí, aparecieron dos vampiros masculinos adultos, altos y musculosos. Los reconocí vagamente. Siempre había unos cuantos vampiros adultos llegando o marchándose de la escuela. Yo había aprendido que la sociedad de los vampiros era fuertemente matriarcal, lo cual significa simplemente que las mujeres dirigen las cosas. No significa, sin embargo, que los hombres vampiros no sean respetados. Lo son. Es solo que sus dones están, por lo general, dentro del ámbito físico, mientras que los de las mujeres están en el ámbito intelectual e intuitivo. El quid de la cuestión está en que los vampiros masculinos son unos guerreros y protectores increíbles. Yo me sentía mil veces más a salvo con esos dos más Dragon y Loren.
Eso no significaba, sin embargo, que me encantara la idea de llevarlos hasta el cuerpo de la profesora Nolan. Nos montamos en uno de los vehículos de la escuela y volvimos por el mismo camino por el que había llegado yo. Les señalé el lugar exacto en el que yo había parado a un lado de la calle con una mano temblorosa. Dragon aparcó el vehículo.
—Yo pasaba por aquí conduciendo, y entonces Aphrodite dijo que sentía como si algo fuera mal —dije yo, lanzándome a contar la gran mentira—. Desde aquí no se veía gran cosa —añadí mientras desviaba la vista hacia la zona oscura del muro, junto a la puerta trampa—. Yo también sentí que ocurría algo extraño, así que decidimos parar para ver qué era —dije, respirando entrecortadamente—. Pensé que sería alguna chica que trataba de colarse de vuelta en la escuela pero que no encontraba la puerta —continué, tragándome el nudo de la garganta—. Pero al ir acercándonos al muro, sentimos que no era eso, que era algo más. Algo terrible. Y… y olí la sangre. Cuando me di cuenta de lo que era… de que era la profesora Nolan… fuimos directamente a verte.
—¿Crees que puedes volver allí, o prefieres quedarte aquí a esperarnos? —preguntó Neferet con una voz amable y comprensiva que me hizo desear con todas mis fuerzas que ella siguiera siendo de los buenos.
—No quiero quedarme sola —dije yo.
—Entonces ven conmigo —dijo ella—. Los guerreros nos protegerán. No tienes nada que temer, Zoey.
Yo asentí y salí del vehículo. Los dos guerreros, Dragon y Loren nos flanquearon a Neferet y a mí. Me pareció que tardábamos solo unos segundos en cruzar la zona de césped y llegar a un área desde la que podía olerse la sangre y verse, aunque a distancia, el cuerpo crucificado. Sentí mis rodillas flaquear al recordar de nuevo el horror de lo que le habían hecho.
—¡Oh, por la Diosa! —gimió Neferet.
Neferet se adelantó lentamente hasta llegar a la estaca en la que estaba clavada la cabeza. Yo la observé acariciar el pelo de la profesora Nolan y descansar la mano sobre la frente de la mujer muerta.
—Encuentra la paz, amiga mía. Descansa en los verdes prados de la Diosa. Es allí donde nos encontraremos algún día.
Justo en el instante en el que sentía que mis rodillas iban a ceder, una fuerte mano me agarró del codo y me sostuvo.
—Estás bien. Conseguirás superar esto.
Alcé la vista y vi a Loren, pero tuve que parpadear para enfocarlo bien. Él me sujetó y se sacó del bolsillo uno de esos pañuelos de lino antiguos. Solo entonces me di cuenta de que estaba llorando.
—Loren, llévate a Zoey de vuelta a los dormitorios. Aquí ya no nos sirve de ninguna ayuda. Llamaré a la policía humana en cuanto estemos correctamente protegidos —dijo Neferet, que enseguida desvió su dura mirada hacia Dragon—. Ordena al resto de guerreros que vengan aquí ahora mismo. —Dragon abrió el móvil y comenzó a hacer llamadas. Entonces Neferet volvió su atención de nuevo hacia mí y añadió—: Sé que para ti ha sido terrible ver esto, pero estoy muy orgullosa de que hayas conseguido superarlo.
Yo no pude pronunciar palabra, así que simplemente asentí.
—Voy a llevarte a casa, Zoey —murmuró Loren.
Mientras Loren me daba la mano para ayudarme a subir al vehículo, una fría lluvia comenzó a caer suavemente a nuestro alrededor. Yo volví la vista atrás y vi como esa lluvia lavaba el cuerpo de la profesora Nolan; era como si la Diosa misma llorara su pérdida.
Durante todo el camino de vuelta a la escuela, Loren no dejó de hablarme. En realidad no recuerdo bien qué me contaba. Solo sé que decía que todo iría bien con su preciosa y profunda voz. Yo sentía que esa voz me envolvía y trataba de darme calor. Él aparcó y me guió por toda la escuela, sin dejar de sujetarme por el brazo. Al girar él hacia el comedor en lugar de hacia los dormitorios, yo lo miré interrogativamente.
—Tienes que comer y beber algo. Después tienes que dormir. Y yo voy a asegurarme de que haces lo primero y luego lo segundo —dijo para, acto seguido, sonreír tristemente y añadir—: Aunque pareces a punto de desmayarte.
—En realidad no tengo nada de hambre —dije yo.
—Lo sé, pero comer te hará sentirte mejor —dijo él, deslizando la mano desde el codo hasta mi mano—. Deja que yo cocine para ti, Zoey.
Yo permití que él tirara de mí hasta la cocina. Su mano estaba cálida y era fuerte, y yo sentí que comenzaba a descongelar el helado entumecimiento que me había embargado.
—¿Sabes cocinar? —le pregunté, agarrándome a cualquier tema de conversación que no fueran la muerte o el horror.
—Sí, aunque no muy bien —dijo él con esa sonrisa que le hacía parecer un guapo niño malo.
—Eso no suena muy prometedor —contesté yo.
Sentí mi rostro sonreír, pero aún estaba tenso e incómodo, como si hubiera olvidado cómo se hacía.
—Tranquila, haré algo fácil.
Loren sacó un taburete de un rincón y lo colocó ante la barra del bloque central de la enorme cocina.
—Siéntate —me ordenó.
Yo hice lo que me mandaba, contenta de no tener que estar de pie por más tiempo. Él se giró hacia los armarios y comenzó a sacar cosas de ellos y de una de las enormes cámaras frigoríficas (pero no de aquella en la que se guardaba la sangre, no obstante).
—Toma, bébete esto. Despacio.
Parpadeé sorprendida ante la enorme copa de vino tinto.
—En realidad a mí no me gusta el…
—Este vino te gustará —me interrumpió él, sosteniendo mi mirada—. Confía en mí y bébetelo.
Hice lo que me decía. El sabor estalló en mi lengua, lanzándome rayos de calor por todo el cuerpo.
—¡Tiene sangre! —grité.
—Sí —dijo él sin levantar la vista siquiera del sándwich que estaba preparando—. Así es como beben el vino los vampiros: mezclado con sangre —añadió, alzando por fin la vista para mirarme a los ojos—. Si el sabor te resulta desagradable, te daré otra cosa para beber.
—No, está bien. Me lo tomaré así.
Di otro trago, esforzándome por no bebérmelo todo de golpe.
—Tenía el presentimiento de que no tendrías ningún problema para bebértelo.
Volví la vista rápidamente hacia él y pregunté:
—¿Por qué dices eso?
Sentía como recuperaba mi fuerza y el juicio al tiempo que la maravillosa sangre se iba asentando por todo mi cuerpo.
Él se encogió de hombros mientas seguía preparando el sándwich.
—Tú estableciste una conexión con un chico humano, ¿verdad? Por eso es por lo que fuiste capaz de encontrarlo y rescatarlo del asesino en serie ese.
—Sí.
Al ver que yo no decía nada más, él alzó la vista hacia mí y sonrió.
—Eso pensé. Suele ocurrir. A veces se establece una conexión accidentalmente.
—No entre los iniciados. Se supone que los iniciados ni siquiera debemos beber sangre humana —dije yo.
La sonrisa de Loren era cálida y estaba llena de comprensión.
—Pero tú no eres una iniciada normal, así que no pueden aplicársete las reglas normales.
Me sostuvo la mirada, y parecía como si estuviera hablando de mucho más que de beber un poco de sangre humana por accidente.
Él me hacía tener frío y calor, me daba miedo y me hacía sentirme como una adulta y como una mujer sexi, y todo al mismo tiempo.
Mantuve la boca cerrada y volví a dar sorbos del vino aderezado con sangre. (Ya sé que suena repugnante, pero estaba delicioso).
—Toma, cómete esto —dijo él, pasándome el plato con el sándwich de jamón y queso que acababa de hacerme—. Espera, necesitarás también un poco de esto.
Loren comenzó a buscar por el armario hasta que se oyó un «¡ajá!». Entonces se giró hacia mí y me sirvió un montón de Doritos con sabor a queso en el plato.
Yo sonreí. Y en esa ocasión lo hice de un modo mucho más natural.
—¡Doritos! ¡Es perfecto! —exclamé. Di un gran mordisco, y entonces comprendí que me moría de hambre—. ¿Sabes? No les gusta que los iniciados comamos comida basura de esta.
—Como ya he dicho —dijo Loren mientras esbozaba lentamente una sonrisa provocativa en mi dirección—, tú no eres como el resto de los iniciados. Y resulta que yo soy de los que piensan que algunas reglas están hechas para saltárselas.
Sus ojos se desviaron desde los míos hasta mis pendientes de diamantes, que seguían adornando los lóbulos de mis orejas.
Sentí que me ponía colorada, así que me concentré en comer. Solo alzaba la vista hacia él muy de vez en cuando. Loren no se había hecho un sándwich para él, pero sí se había servido una copa de vino y se la bebía muy despacio mientras me observaba comer. Yo estaba a punto de decirle que me estaba poniendo nerviosa cuando por fin él dijo algo.
—¿Desde cuándo Aphrodite y tú sois amigas?
—No lo somos —contesté yo con la boca llena de sándwich (que estaba muy rico: así que Loren es superguapo, sexi, elegante ¡y encima sabe cocinar!)—. Yo volvía en coche y la vi caminando, de vuelta a la escuela —dije, alzando un hombro como si me importara una caca qué fuera de ella—. Supongo que mi deber como líder de las Hijas Oscuras es ser amable incluso con ella, así que me ofrecí a llevarla.
—Me sorprende que ella aceptara que la llevaras. ¿No erais enemigas juradas?
—¿Enemigas juradas? Bueno, puede ser. Yo, desde luego, no tengo un buen concepto de ella.
Deseé poder contarle a Loren la verdad acerca de Aphrodite. De hecho, detestaba mentir (cosa que, en realidad, no se me da nada bien, aunque creo que estoy mejorando con la práctica). Pero justo mientras pensaba en cuánto me gustaría, sentí como un golpe en las entrañas que me decía con toda claridad que de ninguna manera podía contarle nada a él. Así que sonreí, mastiqué el sándwich y traté de concentrarme en el hecho de que ya no me sentía como en La Noche de los muertos vivientes.
Lo cual me recordó a la profesora Nolan. Dejé el sándwich a medias sobre el plato y di otro trago de vino.
—Loren, ¿quién ha podido hacerle algo así a la profesora Nolan?
La expresión de su bello rostro se ensombreció.
—Creo que la cita lo deja bien claro.
—¿La cita?
—¿Es que no has visto lo que estaba escrito en el papel que le han clavado?
Yo sacudí la cabeza. De nuevo me sentía mareada.
—Sé que había algo escrito en el papel, pero no he podido mantener la vista fija el tiempo suficiente como para leerlo.
—Decía: «A la hechicera no la dejarás con vida. Éxodo 22, 18». Y luego ponía: «Arrepentíos», subrayado varias veces.
Algo cosquilleó en mi memoria y sentí que un fuego comenzaba a arder en mi interior. Algo que no tenía nada que ver con la sangre del vino.
—Las Gentes de Fe.
—Eso parece —contestó Loren, sacudiendo la cabeza—. Me pregunto en qué estaban pensando las sacerdotisas cuando decidieron comprar este lugar para establecer la Casa de la Noche. Se diría que estaban buscando problemas. Hay pocos sitios en este país con mayor estrechez de miras y más rabiosos con respecto a lo que ellos llaman sus creencias religiosas —comentó Loren sin dejar de sacudir la cabeza y con aspecto de estar enfadado de verdad—. Y, desde luego, no comprendo que se pueda adorar a un dios que denigra a las mujeres y cuyos creyentes se creen con derecho a mirar por encima del hombro a cualquiera que no piense exactamente como ellos.
—No todo el mundo es así en Oklahoma —afirmé yo con rotundidad—. También hay un fuerte sistema de creencias de los nativos americanos y un montón de gente corriente que no se cree los estúpidos prejuicios de las Gentes de Fe.
—Pero de un modo u otro, son las Gentes de Fe las que hacen más ruido.
—Solo porque sean los que tienen las bocas más grandes, eso no quiere decir que tengan razón.
Loren se echó a reír y su rostro se relajó.
—Ya te encuentras mejor.
—Sí, supongo que sí —dije yo y, acto seguido, bostecé.
—Mejor, pero agotada, me apuesto lo que quieras —dijo él—. Hora de marcharte a tu dormitorio y a tu cama. Tienes que descansar y recuperar tu energía para lo que se te viene encima.
Sentí una helada punzada de miedo en el estómago, y deseé no haberme comido tantos nachos.
—¿Y qué va a pasar?
—Hacía décadas que no se producía ningún ataque tan abierto de los humanos contra los vampiros. Las cosas cambiarán.
El helado miedo se expandió por mis entrañas.
—¿Qué cosas cambiarán?, ¿cómo?
Loren me miró a los ojos antes de contestar:
—No sufriremos una afrenta sin devolver otra a cambio.
Su expresión se tornó dura, y de pronto pareció más un guerrero que un poeta, más un vampiro que un humano. Su aspecto era poderoso, peligroso, exótico y bastante aterrador. Cierto, Loren era en verdad el hombre más excitante que hubiera visto jamás.
Entonces, como si acabara de darse cuenta de que había hablado demasiado, sonrió y dio la vuelta a la barra para acercarse y quedarse de pie junto a mí.
—Pero tú no tienes que preocuparte por nada de eso. En cuestión de veinticuatro horas la escuela estará abarrotada con la élite de los vampiros guerreros, los Hijos de Érebo. Ningún fanático humano podrá tocar a ninguno de nosotros.
Yo fruncí el ceño; me preocupaban las consecuencias del aumento de la seguridad. ¿Cómo diablos iba a escabullirme y a llevarle bolsas de sangre a Stevie Rae, con un trillón de guerreros a rebosar de testosterona, golpeándose el pecho en actitud superprotectora?
—¡Eh!, estarás a salvo. Te lo prometo —repitió Loren, que me tomó de la barbilla con ambas manos y alzó mi rostro.
Los nervios por lo que iba a suceder me hicieron comenzar a respirar muy deprisa y a sentir como si tuviera mariposas en el estómago. Yo había tratado de apartar a Loren de mi mente, había tratado de no pensar en sus besos y en la forma en que me bullía la sangre cuando me miraba; pero lo cierto era que, a pesar de saber el daño que le haría a Erik, a pesar del estrés por lo de Stevie Rae y Aphrodite y del horror de lo que le había ocurrido a la profesora Nolan, aún podía sentir la huella de sus labios sobre los míos. Quería que volviera a besarme otra vez y otra y otra.
—Te creo —susurré.
En aquel instante juro que me habría creído cualquier cosa que él hubiera dicho.
—Me complace ver que llevas mis pendientes.
Antes de que yo pudiera decir nada, él se inclinó y me besó larga y profundamente. Su lengua buscó la mía, y yo saboreé el vino y el seductor toque de sangre en su boca. Después de lo que me pareció un largo rato, él alzó la boca y la separó de la mía. Sus ojos estaban oscurecidos y respiraba profundamente.
—Tengo que llevarte a tu dormitorio antes de que me sienta tentado de mantenerte a mi lado para siempre —dijo él.
Yo eché mano de toda la brillantez de mi inteligencia y por fin conseguí contestar, apenas sin aliento:
—Vale.
Me agarró del brazo otra vez, igual que lo había hecho al entrar. En esa ocasión el contacto fue más cálido e íntimo. Nuestros cuerpos se rozaban el uno contra el otro al caminar en medio de la triste mañana hacia los dormitorios de las chicas. Me guió por las escaleras y me abrió la puerta. El enorme salón estaba desierto. Miré el reloj y apenas pude creer que fueran poco más de las nueve de la mañana.
Loren alzó mi mano rápidamente hacia su boca y la besó antes de dejarla caer.
—«Mil veces buenas noches. Malditas mil veces, faltando la luz tuya. El amor corre hacia el amor como los escolares huyen de sus libros; pero el amor se aleja del amor como los niños se dirigen a la escuela, con ojos entristecidos».
Reconocí vagamente los versos de Romeo y Julieta. ¿Me estaba diciendo que me quería? Me puse colorada y muy nerviosa.
—Adiós —dije en voz baja—. Y gracias por cuidar de mí.
—El placer ha sido mío, milady —dijo él—. Adieu.
Él hizo una reverencia, cerró el puño y se lo llevó al corazón, haciendo el saludo de los vampiros en señal de respeto ante su alta sacerdotisa. Finalmente se marchó.
En medio de la neblina del sobresalto y del mareo que me producían los besos de Loren, subí casi tambaleándome por las escaleras hasta mi dormitorio. Pensé en ir a ver a Aphrodite, pero estaba al borde de la extenuación y solo tenía energía para hacer una cosa antes de desmayarme. Primero, rebuscar por la papelera hasta encontrar la horrible tarjeta de cumplenavidad que me habían mandado mi madre y el perdedor de mi padrastro.
Sentí una repentina arcada en el estómago mientras sostenía juntos los bordes de las dos mitades y comprobaba que me había acordado correctamente. Se trataba de una cruz con una nota clavada en el centro con una estaca. Sí. Sí que me recordaba misteriosamente a lo que le habían hecho a la profesora Nolan.
Antes de que pudiera cambiar de opinión, saqué el móvil, respiré hondo y marqué el número. Al tercer timbrazo contestó mi madre.
—¡Hola! ¡Bendita sea esta mañana! —saludó ella alegremente.
Era evidente que no había comprobado primero el identificador de llamadas.
—Mamá, soy yo.
Tal y como esperaba, su tono de voz cambió al instante.
—¿Zoey? Y ahora, ¿qué pasa?
Yo estaba demasiado cansada como para seguir jugando a nuestros típicos juegos de madre e hija.
—¿Dónde estuvo John anoche?
—¿Qué quieres decir exactamente, Zoey?
—Mamá, no tengo tiempo para tonterías. Dímelo. Después de marcharos de la plaza de Utica, ¿qué hicisteis?
—Me parece que no me gusta tu tono de voz, jovencita.
Yo reprimí el deseo de gritar de frustración y contesté:
—Mamá, esto es importante. Muy importante. De vida o muerte.
—¡Eres siempre tan exagerada! —dijo ella. Entonces soltó una de sus nerviosas risitas falsas—. Tu padre volvió a casa conmigo, por supuesto. Estuvimos viendo el partido de fútbol por la televisión y luego nos fuimos a la cama.
—¿A qué hora se ha marchado a trabajar esta mañana?
—¡Pero qué pregunta más tonta! Se ha marchado hace como una hora y media o así, como siempre. Zoey, ¿de qué va todo esto?
Yo vacilé. ¿Podía contárselo? ¿Qué había dicho Neferet sobre llamar a la policía? Sin duda lo que le había sucedido a la profesora Nolan estaría en las noticias aquel mismo día un poco más tarde. Pero no en ese momento. Y yo sabía demasiado bien que no podía confiar en mi madre a la hora de guardar un secreto.
—Zoey, ¿es que no vas a contestarme?
—Tendrás que enterarte por las noticias —dije yo.
—¿Qué has hecho?
Me di cuenta de que no parecía preocupada o enfadada, sino solo resignada.
—Nada. No he sido yo. Será mejor que observes más de cerca a los que te rodean, a ver quién hace qué. Y recuerda, yo ya no vivo en tu casa.
Su voz entonces se tornó frágil al decir:
—Exacto. Desde luego que ya no vives aquí. No sé ni por qué llamas. ¿No dijisteis tú y tu odiosa abuela que no ibais a volver a dirigirme la palabra?
—¡Tu madre no es odiosa! —exclamé yo automáticamente.
—¡Para mí sí lo es! —soltó mi madre.
—No importa. Tienes razón. No debería haberte llamado. Que tengas una buena vida, mamá —me despedí yo.
Colgué de inmediato. Mamá tenía razón en una cosa. No debería haberla llamado. De todos modos la tarjeta probablemente no era más que una simple coincidencia. Quiero decir que solo hay varios millones de tiendas especializadas en religión en Tulsa y Broken Arrow. Y en todas ellas hay tarjetas asquerosas de esas. Y todas suelen ser idénticas: con palomas, con olas borrando las huellas de la arena, con cruces y sangre y clavos… Aquello no tenía por qué significar nada necesariamente. ¿No?
Aún sentía la cabeza mareada y el estómago enfermo. Necesitaba pensar, pero no podía hacerlo estando tan cansada. Dormiría y luego pensaría en qué hacer. En lugar de volver a tirar la tarjeta, dejé las dos mitades dentro del primer cajón de mi mesa. Luego me quité la ropa y me puse mi pantalón de chándal más cómodo. Nala roncaba ya sobre la almohada. Yo me acurruqué a su lado, cerré los ojos y obligué a mi mente a olvidar las terribles imágenes y las indescifrables cuestiones pendientes, y a concentrarse en los ronroneos de la gata hasta que, finalmente, caí rendida.