14

—Déjame junto a la puerta secreta del muro. Sigo pensando que no es bueno que la gente nos vea juntas —dijo Aphrodite.

Yo giré a la derecha en la calle Peoria y me dirigí de vuelta a la escuela.

—Me sorprende que te importe tanto lo que piense la gente.

—No me importa. Me importa lo que pueda descubrir Neferet. Si llega a creer que somos amigas o incluso simplemente que ya no somos enemigas, se imaginará que compartimos información acerca de ella.

—Y eso sería muy malo —terminé yo la frase.

—Sin duda —dijo Aphrodite.

—Pero ella va a vernos juntas de vez en cuando, porque tú vas a invocar a la tierra en mis círculos.

—No, no pienso hacerlo —se negó Aphrodite, mirándome perpleja.

—Por supuesto que sí.

—No, no voy a hacerlo.

—Aphrodite, Nyx te ha concedido afinidad con la tierra. Perteneces al círculo. A menos que quieras ignorar la voluntad de Nyx —dije yo, sin añadir las palabras «otra vez» que, no obstante, parecieron vibrar en el aire entre ella y yo.

—Ya he dicho que haré la voluntad de Nyx —dijo ella mientras apretaba los dientes.

—Lo cual significa que esta noche formarás parte del ritual de la Luna llena —añadí yo.

—Eso va a ser un poco difícil, ahora que ya no formo parte de las Hijas Oscuras.

Mierda. Lo había olvidado.

—Bueno, entonces tendrás que volver a unirte a las Hijas Oscuras —dije yo. Ella abrió la boca para decir algo, pero yo elevé la voz—. Lo cual significa que tendrás que jurar mantener las nuevas reglas.

—Mierda —musitó ella.

—Ya estás otra vez con esa actitud —dije yo—. Bien, ¿lo vas a jurar?

Pude oír como se mordía el labio. Esperé sin decir nada; simplemente seguí conduciendo. Aquel asunto era algo que Aphrodite iba a tener que decidir sola. Ella decía que quería expiar sus guarradas y hacer la voluntad de la Diosa. Pero querer hacer algo y hacerlo realmente no eran exactamente lo mismo. Aphrodite había sido una egoísta y una mala persona durante mucho tiempo. A veces yo veía una chispa de cambio en ella, pero la mayor parte del tiempo solo veía lo que las gemelas llamaban «la bruja del infierno».

—Sí, lo que tú digas.

—¿Cómo?

—He dicho que sí, que juraré tu mierda de nuevas leyes.

—Aphrodite, parte del juramento consiste en que no creas que las leyes sean una mierda.

—No, no hay nada en el juramento que diga que no pueda pensar que son una mierda. Solo tengo que decir que seré auténtica por el aire, fiel por el fuego, sabia por el agua, comprensiva por la tierra y sincera por el espíritu. Así que lo que digo auténticamente es que creo que tus nuevas reglas son una mierda.

—Si eso es lo que crees, entonces, ¿por qué las memorizas?

—Para conocer al enemigo —citó ella.

—¿Y quién dijo eso?

Aphrodite se encogió de hombros y contestó:

—Alguien, hace mucho tiempo.

Yo pensé que era una tontería, pero no dije nada (sobre todo porque ella se habría reído de mí por decir tontería, en vez de la palabra que empieza por «m» y que yo a veces sí digo).

—Bien, ya estamos —dije, parando a un lado de la calle.

Por suerte, las nubes que se habían ido amontonando durante las últimas horas de la noche se habían multiplicado, y la mañana era oscura y sombría. Lo único que tenía que hacer Aphrodite era atravesar el trozo de césped que separaba la calzada del muro que rodeaba la escuela, atravesar la puerta trampa y luego seguir un trozo por el camino hasta los dormitorios. Como dirían las gemelas, estaba chupado. Yo alcé la vista al cielo y pensé en la posibilidad de pedirle al viento que trajera más nubes de modo que el día se tornara más oscuro aún, pero un simple vistazo a la hosca expresión de Aphrodite bastó para decidirme en contra. Podía enfrentarse a esa escasa luz del día.

—Bueno, entonces irás al ritual de esta noche, ¿no? —solté mientras me preguntaba por qué le estaba costando tanto bajarse del coche.

—Sí, eso creo.

Parecía distraída. Lo que fuera. A veces la chica era verdaderamente rarita.

—Bueno, hasta luego —dije yo.

—Sí, hasta luego —musitó ella, abriendo la puerta y (por fin) saliendo del coche. Pero antes de volver a cerrar, sin embargo, se inclinó y añadió—: Tengo un mal presentimiento. ¿Lo sientes tú también?

Yo lo pensé.

—No, yo no. Yo estoy como inquieta y nerviosa, pero eso puede ser porque mi mejor amiga está muerta… quiero decir no muerta —contesté. Entonces la miré más de cerca—. ¿Estás teniendo una visión?

—No lo sé. Nunca sé cuándo me va a venir una. A veces, sin embargo, tengo presentimientos acerca de cosas sobre las que luego no tengo ninguna visión.

Aphrodite estaba realmente pálida e incluso un tanto sudorosa (lo cual, sin duda, no era en absoluto normal en ella).

—Quizá sea mejor que subas otra vez al coche. De todas maneras, probablemente, no habrá nadie despierto que pueda vernos llegar juntas.

Aphrodite era realmente un coñazo, pero yo había visto como las visiones la dejaban indefensa y la ponían enferma, y no me gustaba la idea de dejarla sola fuera, a la luz del día.

Ella sacudió la cabeza con un movimiento que me recordó al de un gato sacudiéndose de la lluvia, y contestó:

—No, se me pasará. Serán imaginaciones mías. Nos vemos esta noche.

La observé correr hacia el muro de ladrillo y piedra que rodeaba los terrenos de la escuela. Viejos y enormes robles recorrían el perímetro paralelamente al muro, arrojando sombras sobre él de modo que, de pronto, cobró un aspecto siniestro. ¡Jolines!, ¿quién se estaba imaginando cosas en ese momento? Yo tenía la mano sobre la palanca de cambios y estaba cambiando a primera para arrancar cuando Aphrodite soltó un grito.

A veces no pienso. Mi cuerpo toma el control y simplemente actúa. Aquella fue una de esas veces. Salí del coche y corrí hacia Aphrodite sin pensar en ello siquiera. Al llegar hasta donde estaba ella, me di cuenta de dos cosas al mismo tiempo. Una era que había algo que olía de maravilla, con un aroma que me resultaba familiar, y a la vez no. Fuera lo que fuera, aquella fragancia parecía haberse aferrado a ese lugar como una deliciosa niebla y yo, de inmediato, la inhalé lo más profundamente que pude. Lo segundo que vi fue que Aphrodite estaba doblada hacia delante, vomitando y gritando al mismo tiempo, cosa que no es muy agradable de observar. Yo estaba demasiado ocupada mirándola como para adivinar qué estaba pasando, y demasiado distraída por el agradable olor como para notarlo. Al principio.

—¡Zoey! —gritó Aphrodite, aún con arcadas—. ¡Busca ayuda! ¡Deprisa!

—¿Qué es… una visión? ¿Qué ocurre? —pregunté mientras la agarraba de los hombros y trataba de enderezarla.

Pero ella no dejaba de vomitar.

—¡No! ¡Detrás de mí! ¡Contra el muro…! —gritó ella entre arcada y arcada. No tenía nada más que vomitar, sin embargo—. ¡Es tan horrible!

Yo no quería, pero automáticamente alcé los ojos y los volví hacia el muro en sombras de la escuela.

Era la cosa más horrible que hubiera visto nunca. Al principio, mi mente ni siquiera supo adivinar lo que era. Más tarde pensé que eso debía ser algún tipo de mecanismo de defensa instantáneo. Por desgracia, no duró mucho. Parpadeé y miré fijamente hacia el bulto que adivinaba en la oscuridad. Había algo que parecía liso y mojado y…

Entonces comprendí lo que era la dulce y seductora fragancia. Luché contra mis trémulas rodillas y mi revuelto estómago junto a Aphrodite. Olía la sangre. No era sangre humana corriente, que ya es bastante deliciosa. Lo que estaba oliendo era el letal correr de la sangre de un vampiro adulto.

Su cuerpo estaba grotescamente clavado a una cruz de madera que a su vez descansaba contra el muro. Pero no solo le habían clavado las muñecas y los tobillos; también le habían clavado una gruesa estaca en el corazón. Tenía una especie de papel sobre este, sujeto por la grotesca estaca. Yo veía que había algo escrito, pero era incapaz de enfocar las letras con los ojos para leerlo.

También le habían cortado la cabeza. La cabeza de la profesora Nolan. Supe que era ella porque habían colocado la cabeza sobre una estaca junto al cuerpo. Su largo pelo negro se levantaba con la brisa, dándole un aspecto obscenamente gracioso. Tenía la boca abierta en una terrible mueca, pero sus ojos estaban cerrados.

Yo agarré a Aphrodite del codo y tiré de ella para ponerla en pie.

—¡Vamos! ¡Tenemos que buscar ayuda!

Nos apoyamos la una en la otra y, a trompicones, nos dirigimos al coche. No sé cómo conseguí arrancar el Escarabajo y salir de aquella curva.

—Creo… creo… creo que voy a volver a vomitar —dijo Aphrodite sin dejar de castañetear los dientes con tanta fuerza que apenas podía hablar.

—No, no vas a volver a vomitar —afirmé yo. No podía creer que mi voz sonara tan serena—. Respira. Céntrate. Saca fuerza de la tierra —le dije. Me di cuenta de que, automáticamente, yo estaba haciendo lo que le decía a ella que hiciera. Solo que yo sacaba fuerza de los cinco elementos—. Estás bien —añadí, mientras canalizaba la energía del viento, el fuego, el agua, la tierra y el espíritu, para no ceder a la histeria y al miedo—. Estamos bien.

—Estamos bien… estamos bien… —siguió repitiendo Aphrodite.

Ella se estremecía de tal modo que alargué la mano hacia el asiento de atrás y le ofrecí mi sudadera con capucha.

—Ponte esto. Casi hemos llegado.

—¡Pero todo el mundo se ha ido! ¿A quién se lo vas a decir?

—No todo el mundo se ha ido —contesté yo. Mi mente buscó frenéticamente un nombre—. Lenobia jamás deja a sus caballos solos durante demasiado tiempo. Probablemente esté aquí —recordé. Entonces me quedé boquiabierta ante la atractiva idea—. Y ayer vi a Loren Blake. Él sabrá qué hacer.

—Está bien… está bien… —murmuró Aphrodite.

—Escúchame, Aphrodite —dije yo, seria. Ella se volvió hacia mí con los ojos enormemente abiertos, atónita—. Querrán saber qué hacíamos juntas, y sobre todo por qué yo te acercaba en el coche hasta esa puerta para que te escabulleras dentro.

—¿Y qué decimos?

—Que ni yo estaba contigo, ni te he dejado en la puerta. Yo fui a visitar a mi abuela. Tú estabas… —dije yo. Hice una pausa, tratando de forzar a mi entumecida mente a pensar—. Tú estabas en casa. Yo te vi volviendo a la escuela, así que me ofrecí a llevarte. Al pasar por el muro tú notaste que algo iba mal, así que paramos para comprobar qué era. Así fue como la encontramos.

—Está bien, está bien. Puedo decir eso.

—¿Te acordarás?

Ella respiró hondo, pero seguía temblorosa.

—Sí, me acordaré.

No me molesté en aparcar bien en el hueco del aparcamiento. Me detuve con un fuerte chirrido lo más cerca que pude de la sección de los dormitorios de los profesores del edificio principal. Esperé solo lo justo para agarrar otra vez a Aphrodite del codo, y juntas subimos corriendo hasta las puertas de madera que parecían las puertas de un viejo castillo. Le di las gracias en silencio a la Diosa por la política de la escuela de no cerrar ninguna puerta, las abrí de golpe y entré a trompicones justo por delante de Aphrodite.

Y me topé precisamente con Neferet.

—¡Neferet! ¡Tienes que venir! ¡Por favor! ¡Es horrible! —dije, llorando y arrojándome en sus brazos.

No pude evitarlo. Mi mente sabía que ella había hecho cosas terribles, pero hasta hacía un mes Neferet había sido como una madre para mí. No, de hecho ella se había convertido en la madre que yo había deseado siempre tener, y mi pánico en aquel momento era tal que solo con verla había sentido un increíble alivio inundar todo mi cuerpo.

—¡Zoey! ¡Aphrodite!

Aphrodite se había derrumbado, y yacía sentada junto a nosotras, con la espalda contra la pared. Yo podía oír que había roto a llorar. Me di cuenta entonces de que yo misma había comenzado a sacudirme con tanta fuerza que, de no haber sido por los brazos de Neferet que me sujetaban, quizá no hubiera podido mantenerme de pie. La alta sacerdotisa me sostuvo suave pero firmemente, aunque también un poco apartada de ella, de modo que pudiera mirarme a la cara.

—Háblame, Zoey. ¿Qué ha ocurrido?

Mis temblores se intensificaron. Yo incliné la cabeza y apreté los dientes, tratando de centrarme y de extraer la suficiente energía de los elementos como para contestar.

—He oído algo y…

Reconocí la voz fuerte y clara de nuestra profesora de equitación, Lenobia, que se acercaba a pasos agigantados en dirección a nosotras.

—¡Por la Diosa!

Pude ver por el rabillo del ojo que corría hacia Aphrodite y que trataba de sostenerla mientras ella no dejaba de sollozar.

—Neferet, ¿qué ha ocurrido?

Alcé rápidamente la cabeza al oír una voz familiar; entonces vi a Loren, con el cabello todo revuelto como si acabara de levantarse de la cama, bajando por las escaleras que daban a su loft mientras se ponía una vieja sudadera con el escudo de la Casa de la Noche. Mis ojos se quedaron clavados a los de él y ya no pude apartarlos, pero de alguna manera encontré la energía para responder.

—Es la profesora Nolan —dije, mientras me preguntaba cómo podía sonar mi voz tan alta y clara cuando sentía que mi cuerpo se sacudía y rompía en mil pedazos—. Está junto a la puerta trampa, por fuera, en el lado este del muro. Alguien la ha asesinado.