Me negué a hablar con Aphrodite acerca de Stevie Rae y me quedé viendo la televisión, pero después de un rato comprendí que no podía quedarme quieta, así que me puse en pie y fui de una ventana a otra, cerrando las contraventanas y las cortinas. Eso no me llevó mucho tiempo, de modo que enseguida me dirigí a la cocina y comencé a rebuscar por los armarios. Me había dado cuenta de que en la nevera solo había un pack de seis botellas de Perrier, un par de botellas de vino blanco y unos cuantos trozos de queso caro, importado, de ese que huele a pie. Había algunos paquetes envueltos en papel de carnicería y pescadería, supuestamente con carne y pescado, y además en el congelador había cubitos de hielo, pero eso era todo. También en los armarios de cocina había un puñado de cosas, pero eran las típicas cosas que compra la gente rica. Imagínate: latas importadas de pescado con cabeza y todo, ostras ahumadas (¡puaj!), otra carne extraña, una cosa en vinagre, y unas cajas largas de una cosa que se llamaba galletas de agua. No había ni una sola lata de refresco decente.
—Vamos a tener que ir al supermercado —dije yo.
—Si consigues dejar a Apestosa encerrada en el dormitorio, lo único que tienes que hacer es conectarte en línea con la cuenta de mis padres en Petty’s Foods. Haz clic en lo que quieras. Te lo traerán a casa y se lo cargarán a mis padres en su cuenta.
—¿Y no se asustarán cuando vean la factura?
—No se darán ni cuenta —aseguró Aphrodite—. Lo paga el banco directamente. No será ningún problema.
—¿En serio? —insistí yo. Estaba atónita ante la idea de que la gente pudiera vivir así—. Vosotros sí que sois ricos.
—Sí, bueno —contestó Aphrodite, encogiéndose de hombros.
Stevie Rae se aclaró la garganta, y Aphrodite y yo nos sobresaltamos. Verla me encogió realmente el corazón. Tenía el pelo corto rubio seco, y le colgaba a los lados del rostro con los rizos de siempre. Seguía teniendo los ojos rojos y la cara excesivamente delgada y pálida, pero la llevaba limpia. La ropa le estaba grande, pero volvía a ser la Stevie Rae de siempre.
—¡Eh! —dije yo en voz baja—, ¿te encuentras mejor?
Ella parecía incómoda, pero asintió.
—Hueles mejor —dijo Aphrodite.
Yo giré la vista y me quedé mirándola.
—¿Por qué me miras? Solo pretendía ser amable.
Suspiré y le lancé una mirada que pretendía decir: «Pues no lo consigues».
—Está bien, ¿y si nos ponemos a preparar un plan?
Yo había hecho la pregunta solo en un sentido retórico, pero Aphrodite se la tomó en serio y contestó directamente.
—¿Y qué es exactamente lo que quieres planear? Quiero decir que ya sé que Stevie Rae tiene un problema muy particular, pero no estoy muy segura de qué pretendes hacer al respecto. Está muerta. O no muerta muerta —se corrigió Aphrodite mientras dirigía la vista hacia Stevie Rae—. De acuerdo, no es mi intención ofender, pero…
—No me ofendes. Es la verdad —la interrumpió Stevie Rae—. Pero no finjas que te preocupan mis sentimientos, cuando tampoco te importaban mientras estaba viva.
—Solo pretendía ser amable —soltó Aphrodite, cuyo comentario sonó precisamente a la inversa.
—Pues inténtalo con más ahínco —dije yo—. Siéntate, Stevie Rae.
Stevie Rae se sentó en el sillón de piel junto al sofá. Yo procuré no hacer caso de mi dolor de cabeza y me senté en el sofá.
—Bien, esto es lo que yo sé —comencé yo a decir, enumerando con los dedos—: primero, Stevie Rae ya no necesita seguir viviendo cerca de vampiros adultos, así que eso significa que ya ha completado cierto cambio —Aphrodite abrió la boca para interrumpirme, pero yo me apresuré a continuar—; segundo, necesita sangre incluso más a menudo que un vampiro adulto. ¿Alguna de las dos sabe si los vampiros adultos se vuelven locos si no beben sangre con regularidad? —pregunté, mirando alternativamente a la una y a la otra.
—En la clase de sociología vampírica avanzada hemos aprendido que los adultos necesitan beber sangre con regularidad para mantenerse sanos. En cuerpo y alma —contestó Aphrodite mientras se encogía de hombros—. La profe que nos da la clase es Neferet, y jamás ha dicho nada de que los vampiros se vuelvan locos si no beben sangre, pero puede que sea una de esas cosas que no nos cuentan hasta que no hemos completado el cambio.
—Yo no sabía nada de eso hasta mi muerte —dijo Stevie Rae.
—¿Puede ser sangre de cualquier mamífero, o tiene que ser de un humano?
—De un humano.
Yo le había hecho la pregunta a Stevie Rae, pero me contestaron a la vez ella y Aphrodite.
—Bien, vale, entonces, además de tener que beber sangre y no necesitar estar con vampiros adultos, Stevie Rae no puede entrar en la casa de nadie a menos que la inviten.
—A menos que me invite alguien que viva allí —añadió Stevie Rae—. Aunque eso no es un gran problema.
—¿Qué quieres decir?
Stevie Rae desvió la mirada teñida de rojo hacia mí y dijo:
—Yo puedo conseguir que los humanos hagan cosas que no quieren hacer.
Yo me esforcé, y conseguí no sentir un escalofrío.
—Eso no es nada del otro mundo. Muchos vampiros adultos tienen personalidades tan fuertes que pueden resultar muy persuasivos para los humanos. Esa es una de las razones por las que los humanos nos tienen tanto miedo. Tú deberías saberlo, Zoey.
—¿Eh?
Aphrodite alzó una ceja y se explicó:
—Tú tienes una conexión con tu novio humano. ¿Cuánto trabajo te costó persuadirlo de que te dejara chupársela? —preguntó, sonriendo maliciosamente—. La sangre, quiero decir.
Yo ignoré su estúpida pregunta.
—Está bien, Stevie Rae, entonces también tienes eso en común con los vampiros adultos. Pero a los vampiros no les hace falta que nadie los invite a su casa, ¿verdad?
—No, yo jamás había oído decir algo así —comentó Aphrodite.
—Eso es porque yo no tengo alma —dijo Stevie Rae con una voz por completo indiferente, sin ninguna emoción.
—Sí tienes alma —la contradije yo automáticamente.
—Te equivocas. Al morir Neferet consiguió devolverme mi cuerpo, pero no me devolvió mi humanidad. Mi alma sigue muerta.
Yo no podía soportar la idea de que lo que estaba diciendo pudiera ser verdad así que abrí la boca para discutir con ella, pero Aphrodite se me adelantó.
—Eso tiene sentido. Puede ser la razón por la que no puedes entrar en casa de nadie sin que te inviten. Y también probablemente es la razón por la cual estallarías si te diera la luz del sol. Sin alma, no puede aguantar la luz.
—¿Y cómo sabes tú eso? —preguntó Stevie Rae.
—Soy la chica de las visiones, ¿no te acuerdas?
—Creía que Nyx te había abandonado y se había llevado tu capacidad para tener visiones —dijo Stevie Rae con crueldad.
—Eso es lo que Neferet quiere que crea la gente, porque Aphrodite tuvo visiones acerca de ella… y de ti —dije yo, señalándola—. Pero Nyx no os ha abandonado ni a ella, ni a ti.
—Entonces, ¿por qué estás ayudando a Zoey? —le preguntó súbitamente Stevie Rae a Aphrodite—. Y no me cuentes la mierda esa de que Nyx tiene un extraño sentido del humor. ¿Cuál es la verdadera razón?
Con un gesto de desprecio, Aphrodite contestó:
—Por qué esté ayudándola es solo asunto mío.
Stevie Rae se puso en pie y cruzó el salón tan deprisa que sus movimientos me resultaron completamente borrosos. Antes de que pudiera parpadear tenía las manos sobre la garganta de Aphrodite y presionaba su cara contra la de ella.
—Te equivocas. Ahora también es asunto mío, porque estoy aquí. ¿Recuerdas que tú me invitaste?
—Stevie Rae, suéltala —dije yo con calma.
Mi pulso, sin embargo, latía frenéticamente. Stevie Rae tenía un aspecto realmente peligroso, y parecía bastante enajenada.
—Jamás me gustó, Zoey. Tú lo sabes. Te he dicho un millón de veces que esta chica no es buena y que debes mantenerte alejada de ella. No veo por qué razón no debería romperle el cuello.
Yo comenzaba a preocuparme por lo irritados que se le veían los ojos y lo colorada que se le estaba poniendo la cara a Aphrodite. Ella luchaba contra Stevie Rae, pero era como si una niña pequeña estuviera tratando de soltarse de un enorme adulto bruto y cruel. Ayúdame a llegar a Stevie Rae. Le envié una plegaria silenciosa a la Diosa mientras comenzaba a centrarme para invocar a los elementos y que vinieran en mi ayuda. Entonces oí ciertas palabras susurradas en mi oído, y rápidamente las repetí.
—No debes romperle el cuello porque no eres un monstruo.
Stevie Rae no soltó a Aphrodite, pero sí giró la cabeza hacia mí para mirarme.
—¿Cómo sabes tú eso?
Yo entonces ya no vacilé a la hora de responder:
—Porque creo en nuestra Diosa, y porque creo en esa parte de ti que aún es mi mejor amiga.
Stevie Rae soltó a Aphrodite, que comenzó a toser y a restregarse el cuello.
—Dile que lo sientes —le ordené a Stevie Rae. Sus ojos rojos me atravesaron, pero yo alcé la barbilla y no aparté la vista de ella—. Dile a Aphrodite que lo sientes —repetí.
—No lo siento —dijo Stevie Rae mientras volvía (a un paso normal) a su asiento.
—Nyx le ha otorgado la afinidad con la tierra —solté yo repentinamente. Stevie Rae giró el cuerpo hacia mí como si yo la hubiera abofeteado—. Así que si la atacas a ella, es como si atacaras a Nyx.
—¡Nyx permite que ella ocupe mi lugar!
—No. Nyx permite que ella te ayude. Yo no puedo sacarte sola de este atolladero, Stevie Rae. No puedo contárselo a ninguno de nuestros amigos porque, si lo hiciera, sería solo cuestión de tiempo que Neferet se enterara de todo lo que ellos supieran, y aunque yo no sé mucho, sí se con toda certeza que Neferet se ha hecho mala. Así que, básicamente, somos nosotras contra una poderosa alta sacerdotisa. Aphrodite es la única iniciada, además de mí, a la cual Neferet no le puede leer el pensamiento. Necesitamos su ayuda.
Stevie Rae miró a Aphrodite y frunció el ceño. Aphrodite seguía restregándose el cuello y jadeando.
—Sigo queriendo saber por qué ella se molesta en ayudarnos. Jamás le hemos gustado. Ninguno de nosotros. Es una mentirosa y una manipuladora y una puta total.
—Expiación —consiguió decir Aphrodite entre jadeos.
—¿Cómo? —preguntó Stevie Rae.
Aphrodite la miró de mal humor. Aún tenía la voz ronca, pero estaba recuperando el aliento y había pasado de estar aterrada a estar solo cabreada.
—¿Qué ocurre?, ¿es que no comprendes el significado de esa palabra? E-x-p-i-a-c-i-ó-n —deletreó Aphrodite—. Significa que tengo que pagar por algo que he hecho. Por muchas cosas, de hecho. Así que tengo que hacer lo que no hice antes, que es seguir la voluntad de Nyx —explicó Aphrodite. Se aclaró la garganta, hizo una mueca de dolor y continuó—: Y sí, a mí me gusta tan poco como a ti. Y, a propósito, sigues oliendo mal y tu ropa country es ridícula.
—Aphrodite ha respondido a tu pregunta —le dije yo a Stevie Rae—. Podría haber sido más amable, pero al fin y al cabo acabas de tratar de matarla. Y ahora, discúlpate con ella.
Me quedé mirando a Stevie Rae fijamente y con dureza mientras llamaba al espíritu en silencio para pedirle que me diera fuerzas. Vi a Stevie Rae flaquear, y finalmente apartó los ojos.
—Lo siento —musitó.
—No puedo oírla —dijo Aphrodite.
—¡Y yo no puedo seguir tratando con vosotras dos si os portáis como dos niñas pequeñas! —solté yo—. Stevie Rae, discúlpate como una persona normal, no como una niña mimada.
—Lo siento —dijo Stevie Rae en dirección a Aphrodite, aunque con el ceño fruncido.
—Está bien, escuchad —dije yo—. Necesitamos un cierto compromiso entre las tres. Yo no puedo estar temiendo que en cuanto me de la vuelta vosotras dos intentéis mataros.
—Ella a mí no puede matarme —dijo Stevie Rae con una sonrisa retorcida muy poco atractiva.
—¿Porque ya estás muerta, o porque eres tan apestosa que yo jamás estaría dispuesta a acercarme a tu culo lo suficiente como para estrangularte? —preguntó Aphrodite con esa dulce voz suya que me ponía enferma.
—¡A esto es a lo que me refería! —grité yo—. ¡Basta! Si no nos llevamos bien las tres, ¿cómo demonios vamos a enfrentarnos a Neferet y arreglar lo que le pasa a Stevie Rae?
—¿Tenemos que enfrentarnos a Neferet? —preguntó Aphrodite.
—¿Por qué tenemos que enfrentarnos a ella? —preguntó a su vez Stevie Rae.
—¡Porque ella es el jodido mal! —grité yo.
—¡Has dicho «jodido»! —exclamó Stevie Rae.
—Sí, y no te ha caído un rayo ni te has derretido, ni ninguna jodida cosa de esas —comentó Aphrodite alegremente.
—Eso no ha sonado nada bien viniendo de ti, Z —insistió Stevie Rae.
No pude evitar sonreír en dirección a Stevie Rae. De pronto se parecía tanto a mi amiga de siempre que sentí una inmensa ola de esperanza. Ella aún seguía ahí dentro. Solo tenía que encontrar el modo de llegar hasta ella, de ponerme en contacto y…
—¡Eso es! —exclamé de pronto, incorporándome en el sofá, muy nerviosa.
—¿Decir tacos es la solución? ¡No lo creo, Z! No es propio de ti —afirmó Stevie Rae.
—Creo que tienes razón cuando dices que has perdido tu alma, Stevie Rae. O, al menos, has perdido parte de ella —dije yo.
—Lo dices como si fuera algo bueno y, la verdad, en eso no puedo estar de acuerdo —comentó Aphrodite.
—Detesto darle la razón a ella, pero sí, ¿por qué iba a ser bueno que hubiera perdido mi alma? —preguntó Stevie Rae.
—¡Porque así es como te arreglaremos! —exclamé yo. Las dos se quedaron mirándome con caras de no entender, como si fueran tontas. Yo hice una mueca impaciente y me expliqué—: Lo único que tenemos que hacer es descubrir el modo de devolverte tu alma de una sola pieza, y así estarás enterita otra vez. Puede que no vuelvas a ser la de antes, claro. Es evidente que has completado un cambio que no es exactamente el normal.
—Es evidente —musitó Aphrodite.
—Pero con tu alma curada, te será devuelta tu humanidad; tu ser. Y eso es lo más importante. Todo lo demás —añadí, haciendo un gesto abstracto hacia ella—; ya sabes, lo de los ojos extraños, la historia de beber sangre o si no te vuelves loca; a todo eso ya te enfrentarás cuando vuelvas a ser tú otra vez.
—Todo eso es más de la mierda esa de «lo importante es lo que hay en el interior y no en el exterior», ¿no? —preguntó Aphrodite.
—Sí pero, Aphrodite, estás acabando con mi paciencia con tu actitud negativa —dije yo.
—Es que creo que a tu panda le falta una pesimista —contestó ella, haciendo una especie de puchero.
—Tú no formas parte de la panda —dijo Stevie Rae.
—Ni tú ahora tampoco, apestosa —le contestó Aphrodite.
—¡Bruja asquerosa! ¡No te atrevas jamás a…!
—¡Basta!
Estiré los brazos, uno en dirección a cada una de ellas, mientras me concentraba en el hecho de que las dos necesitaban una buena zurra. El viento me obedeció, y las dos cayeron contra los respaldos de sus asientos, rodeadas por un pequeño pero concentrado temporal.
—Bien, basta ya —añadí a toda prisa. El viento amainó—. Ah, lo siento. He perdido los estribos.
Aphrodite comenzó inmediatamente a peinarse con los dedos. Tenía todo el pelo enredado.
—Yo creía que habías perdido el maldito juicio —gruñó de mal humor.
Personalmente, yo también pensé que quizá ella tuviera razón, pero no se lo dije. Miré el reloj y me quedé de piedra al ver que eran las siete de la madrugada. No era de extrañar que estuviera exhausta.
—Escuchadme las dos. Estamos cansadas. Las tres. Durmamos un poco. Nos encontraremos aquí después del ritual de la Luna llena. Yo trataré de investigar a ver si encuentro algo sobre almas rotas o perdidas y cómo arreglarlas.
Al menos tendría un tema concreto sobre el que centrarme; no tendría que vagar sin rumbo fijo por la biblioteca. Bueno, eso cuando no me daba el lote con Loren. ¡Ah, jolines, había logrado olvidarme de él!
—Ese me parece un buen plan. Yo estoy deseando salir de aquí —dijo Aphrodite mientras se ponía en pie—. Mis padres van a estar fuera tres semanas, así que no tienes que preocuparte por el hecho de que puedan venir a casa. Hay jardineros que vienen dos veces por semana, pero eso es durante el día y… ¡ah, sí, lo olvidaba! Estallarías en llamas si salieras fuera de día, así que no hay peligro de que te vean. El servicio de limpieza también viene una vez por semana cuando mis padres están fuera para mantener la casa en perfecto estado, pero a este apartamento solo vienen cuando está de visita mi abuela, así que tampoco será un problema.
—¡Vaya, sí que es rica la chica! —comentó Stevie Rae en mi dirección.
—Eso parece —dije yo.
—¿Tienes tele por cable? —le preguntó Stevie Rae a Aphrodite.
—Por supuesto.
—¡Genial! —dijo Stevie Rae, a la que vi más contenta que nunca desde el momento de su muerte.
—Bien, pues nos vamos —dije yo mientras me dirigía hacia la puerta, donde me esperaba ya Aphrodite—. ¡Ah!, Stevie Rae, te he comprado uno de esos teléfonos desechables. Está en la bolsa. Si necesitas cualquier cosa, llámame al móvil. Procuraré llevarlo siempre encima, encendido.
Hice una pausa. Me sentía extrañamente insegura ante la idea de abandonarla.
—Vamos, vete. Ya nos veremos —dijo Stevie Rae—. No te preocupes por mí. Al fin y al cabo, ya estoy muerta. ¿Qué más puede ir mal?
—Razón no le falta —comentó Aphrodite.
—Bueno, está bien. Hasta luego —me despedí yo.
No quise repetir yo también la frase de que no le faltaba razón. Me parecía que era como buscarse problemas. Quiero decir que ella estaba no muerta, y eso era ya bastante terrible. Pero había otras muchas cosas que también podían ir mal. La idea me produjo un escalofrío en la espina dorsal pero, desgraciadamente, yo no hice caso y seguí adentrándome torpemente en mi futuro. Lástima que no tuviera ni la menor idea del horror contra el que me dirigía a ciegas.